(Quinta
Parte)
S. Meliujin
Además
de lo continuo y discontinuo, el desarrollo de la materia está condicionado por
la unidad de lo finito y lo infinito en su estructura. Si las partículas, como
formaciones discretas, se caracterizan por un número finito de grados de
libertad, los campos, por el contrario, poseen una multitud infinita de grados
de libertad. La complicación de la materia debida a la interacción de las
partículas y los campos resulta condicionada por la unidad de lo finito y lo
infinito en su estructura.
Gracias a la conexión de esos contrarios, el desarrollo
de la materia en cualquier sistema dado ejerce una determinada influencia
sobre el proceso del desarrollo en otros sistemas, todo lo alejados que se
quiera de él y superiores por sus dimensiones. Cada sistema material concreto
posee dimensiones finitas, pero los campos que crea tienden a una propagación
infinita en el espacio. Por ello, cualquier sistema puede, en principio, hacer
acto de presencia en cualquier región del universo, por alejada que esté, y
ejercer sobre ella cierta influencia. De ese modo el proceso de desarrollo en
los sistemas finitos está indisolublemente unido a las modificaciones que se
producen en el marco de todo el infinito universo.
Al mismo tiempo, el desarrollo en la naturaleza inorgánica
está condicionado por la interacción de contrarios como la atracción y la
repulsión, la absorción y la radiación. Las fuerzas de atracción y repulsión se
manifiestan en diversas formas, pero su unidad se produce en todos los sistemas
estables. En la galaxia, por ejemplo, actúan potentes fuerzas gravitacionales
entre todos los cuerpos, que tienden a unirlos en una formación más densa. Pero
se oponen a ellos las fuerzas de "repulsión" de la más diversa
naturaleza. La luz emitida por las estrellas presiona sobre las partículas de
la sustancia en las nebulosas de gas y polvo, las "separa" de las
estrellas y de este modo las dispersa en el espacio. Los campos electromagnéticos,
creados por las estrellas y las nebulosas, aceleran los protones y los núcleos
atómicos, gracias a lo cual una parte considerable de partículas cósmicas abandona
nuestro sistema estelar. Además, una gran cantidad de estrellas posee sus
propias velocidades de movimiento, bastante considerables, y con el tiempo
abandonarán los límites de la galaxia. Por fin, a todas las fuerzas
gravitacionales, dirigidas al centro de gravedad del sistema, se anteponen las
fuerzas centrífugas de "repulsión", condicionadas por la rotación de
los cuerpos en torno al centro de la galaxia. La unidad de todas esas fuerzas
opuestas determina la estable estructura espiral de la galaxia y su evolución
como sistema estelar.
Un cuadro análogo tiene lugar en el sistema solar, donde
la atracción de los planetas hacia el Sol es equilibrada por las fuerzas
centrífugas, que se originan durante la rotación de los planetas en sus
órbitas.
En las propias estrellas, a la compresión gravitacional
de la materia se anteponen las potentes fuerzas de presión de los rayos que se
originan por las reacciones termonucleares, así como el movimiento intenso y
turbulento de los gases. Resultado de ello es que las regiones periféricas de
las estrellas se hacen como ingrávidas y vienen a ser un hirviente océano de
gases en cambio constante.
En la microestructura de los cuerpos también se manifiesta
la unidad de la atracción y la repulsión. Por ejemplo, en los núcleos atómicos
entre protones de carga igual existe una repulsión eléctrica muy fuerte, pero
está superada por una atracción todavía más potente entre los nucleones, originados
por la acción de las fuerzas nucleares. Sin embargo, cuando las distancias
entre los nucleones son muy pequeñas, las fuerzas nucleares, a su vez, se
convierten en fuerzas de repulsión extremadamente potentes de naturaleza
todavía desconocida, que impiden la fusión recíproca de los mismos. Gracias a
ello, el núcleo existe como un sistema dinámico estable. Al igual que toda otra
formación, posee estabilidad y experimenta, al mismo tiempo, constantes
cambios internos.
La unidad de atracción y repulsión constituye la condición
imprescindible para el desarrollo de todo sistema. Si predominasen únicamente
las fuerzas de repulsión, la materia estaría universalmente dispersa en el
espacio, y si, por el contrario, predominasen las fuerzas de atracción, todos
los cuerpos se fundirían en una masa continua y por ello sería imposible todo
movimiento. “. . .Todo movimiento de atracción en el universo —decía Engels—
se ve complementado por un equivalente movimiento de repulsión, y viceversa, o,
como lo expresaba la filosofía antigua, la suma de todas las atracciones
operadas en el universo es igual a la suma de todas las repulsiones." (9).
La interacción de dichos contrarios condiciona la indestructibilidad
del desarrollo de la materia en el universo. Gracias a la acción de las
fuerzas gravitacionales se concentra la materia dispersa por las estrellas y se
asocia en gigantescas nebulosas difusas, que absorben la radiación electromagnética.
La contracción ulterior de esas nebulosas origina, en determinadas condiciones,
las reacciones termonucleares y el comienzo de un nuevo ciclo de desarrollo.
Notas
[9] F.
Engels, Dialéctica de la naturaleza,
trad. Esp. De W. Roces, Ed. Grijalbo, México, D.F., 1961, pág.49.
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