domingo, 1 de marzo de 2015

Filosofía


Interacción de los Contrarios en el Desarrollo

(Quinta Parte)

S. Meliujin

Además de lo continuo y discontinuo, el desarrollo de la materia está condicionado por la unidad de lo finito y lo infinito en su estructura. Si las partículas, como formacio­nes discretas, se caracterizan por un número finito de grados de libertad, los campos, por el contrario, poseen una multi­tud infinita de grados de libertad. La complicación de la materia debida a la interacción de las partículas y los cam­pos resulta condicionada por la unidad de lo finito y lo infi­nito en su estructura.

Gracias a la conexión de esos contrarios, el desarrollo de la materia en cualquier sistema dado ejerce una determina­da influencia sobre el proceso del desarrollo en otros siste­mas, todo lo alejados que se quiera de él y superiores por sus dimensiones. Cada sistema material concreto posee di­mensiones finitas, pero los campos que crea tienden a una propagación infinita en el espacio. Por ello, cualquier siste­ma puede, en principio, hacer acto de presencia en cualquier región del universo, por alejada que esté, y ejercer sobre ella cierta influencia. De ese modo el proceso de desarrollo en los sistemas finitos está indisolublemente unido a las mo­dificaciones que se producen en el marco de todo el infinito universo.

Al mismo tiempo, el desarrollo en la naturaleza inorgá­nica está condicionado por la interacción de contrarios como la atracción y la repulsión, la absorción y la radiación. Las fuerzas de atracción y repulsión se manifiestan en diversas formas, pero su unidad se produce en todos los sistemas estables. En la galaxia, por ejemplo, actúan potentes fuerzas gravitacionales entre todos los cuerpos, que tienden a unirlos en una formación más densa. Pero se oponen a ellos las fuer­zas de "repulsión" de la más diversa naturaleza. La luz emi­tida por las estrellas presiona sobre las partículas de la sus­tancia en las nebulosas de gas y polvo, las "separa" de las estrellas y de este modo las dispersa en el espacio. Los cam­pos electromagnéticos, creados por las estrellas y las nebu­losas, aceleran los protones y los núcleos atómicos, gracias a lo cual una parte considerable de partículas cósmicas aban­dona nuestro sistema estelar. Además, una gran cantidad de estrellas posee sus propias velocidades de movimiento, bas­tante considerables, y con el tiempo abandonarán los límites de la galaxia. Por fin, a todas las fuerzas gravitacionales, dirigidas al centro de gravedad del sistema, se anteponen las fuerzas centrífugas de "repulsión", condicionadas por la ro­tación de los cuerpos en torno al centro de la galaxia. La unidad de todas esas fuerzas opuestas determina la estable estructura espiral de la galaxia y su evolución como sistema estelar.

Un cuadro análogo tiene lugar en el sistema solar, donde la atracción de los planetas hacia el Sol es equilibrada por las fuerzas centrífugas, que se originan durante la rotación de los planetas en sus órbitas.

En las propias estrellas, a la compresión gravitacional de la materia se anteponen las potentes fuerzas de presión de los rayos que se originan por las reacciones termonucleares, así como el movimiento intenso y turbulento de los gases. Resultado de ello es que las regiones periféricas de las estre­llas se hacen como ingrávidas y vienen a ser un hirviente océano de gases en cambio constante.

En la microestructura de los cuerpos también se mani­fiesta la unidad de la atracción y la repulsión. Por ejemplo, en los núcleos atómicos entre protones de carga igual existe una repulsión eléctrica muy fuerte, pero está superada por una atracción todavía más potente entre los nucleones, ori­ginados por la acción de las fuerzas nucleares. Sin embargo, cuando las distancias entre los nucleones son muy pequeñas, las fuerzas nucleares, a su vez, se convierten en fuerzas de repulsión extremadamente potentes de naturaleza todavía desconocida, que impiden la fusión recíproca de los mismos. Gracias a ello, el núcleo existe como un sistema dinámico estable. Al igual que toda otra formación, posee estabili­dad y experimenta, al mismo tiempo, constantes cambios internos.

La unidad de atracción y repulsión constituye la condi­ción imprescindible para el desarrollo de todo sistema. Si predominasen únicamente las fuerzas de repulsión, la mate­ria estaría universalmente dispersa en el espacio, y si, por el contrario, predominasen las fuerzas de atracción, todos los cuerpos se fundirían en una masa continua y por ello sería imposible todo movimiento. “. . .Todo movimiento de atrac­ción en el universo —decía Engels— se ve complementado por un equivalente movimiento de repulsión, y viceversa, o, como lo expresaba la filosofía antigua, la suma de todas las atracciones operadas en el universo es igual a la suma de todas las repulsiones." (9).

La interacción de dichos contrarios condiciona la indes­tructibilidad del desarrollo de la materia en el universo. Gra­cias a la acción de las fuerzas gravitacionales se concentra la materia dispersa por las estrellas y se asocia en gigantescas nebulosas difusas, que absorben la radiación electromagné­tica. La contracción ulterior de esas nebulosas origina, en determinadas condiciones, las reacciones termonucleares y el comienzo de un nuevo ciclo de desarrollo.

Notas
[9] F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, trad. Esp. De W. Roces, Ed. Grijalbo, México, D.F., 1961, pág.49.

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