Mariátegui, el ¿Qué Hacer? y el Partido Socialista del Perú
Eduardo Ibarra
Punto
polémico en nuestro medio es la relación de Mariátegui con el ¿Qué hacer?, el famoso libro de Lenin.
Precisamente el presente artículo tiene por finalidad contribuir al
esclarecimiento de este problema.
I
El ¿Qué hacer? fue escrito entre fines de 1901 y comienzos de 1902, tiempo comprendido, como es obvio, en el período 1900-1903, en cuyo curso, según señaló Lenin, «se sentaron las bases del partido de masas del proletariado revolucionario de Rusia». Y ocurre que, precisamente en el mencionado libro, el jefe de la revolución rusa sustentó cinco caracteres fundamentales del partido proletario, sea que este exista en forma de partido de revolucionarios profesionales o en forma de partido de masas, a saber: su carácter de clase, su ligazón con la clase y las masas, su cualidad de vanguardia del proletariado, el centralismo democrático como principio de su estructura orgánica, su carácter clandestino.
En cuanto al carácter de clase del partido, en el primer capítulo del ¿Qué hacer? Lenin se extendió en deslindar resueltamente con el revisionismo, que a la sazón se presentaba ya como un fenómeno internacional, así como en una ardiente defensa del marxismo y, además, siguiendo a Engels, reivindicó la lucha teórica como una de las formas de la lucha de clase del proletariado revolucionario para, finalmente, afirmar enfáticamente:
… sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia.
¿Alguien puede dudar de que, con la expresión «teoría de vanguardia», Lenin postuló el marxismo como la base de unidad del partido, es decir, como el factor decisivo de su carácter de clase?
En cuanto a la ligazón del partido con la clase y las masas, el jefe de la revolución rusa señaló:
… yo afirmo: 1) que no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable y que asegure la continuidad; 2) que cuanto más extendida sea la masa espontáneamente incorporada a la lucha, masa que constituye la base del movimiento y que participa en él, más apremiante será la necesidad de semejante organización y más sólida deberá ser ésta (ya que tanto más fácilmente podrá toda clase de demagogos arrastrar a las capas atrasadas de la masa); 3) que dicha organización debe estar formada, en lo fundamental, por hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias; 4) que en el país de la autocracia, cuanto más restrinjamos el contingente de los miembros de una organización de este tipo, hasta no incluir en ella más que aquellos afiliados que se ocupen profesionalmente de actividades revolucionarias y que tengan ya una preparación profesional en el arte de luchar contra la policía, más difícil será “cazar” a esta organización, y 5) mayor será el número de personas tanto de la clase obrera como de las demás clases de la sociedad que podrán participar en el movimiento y colaborar activamente en él.
Es decir, Lenin sostuvo que, en las condiciones de la autocracia zarista, el partido de revolucionarios profesionales debía mantener la más estrecha ligazón con la clase y las masas, como que así fue. De esta realidad se desprende la conclusión teórica de que, por su estrecha ligazón con las masas, es decir, por su carácter, el partido de revolucionarios profesionales creado por Lenin, ¡fue un partido de masas!
En el «Discurso en defensa de la táctica de la Internacional Comunista», el jefe bolchevique sostuvo:
Yo no excluyo
en absoluto que la revolución pueda ser iniciada también por un partido muy
pequeño y llevada hasta la victoria. Pero es necesario conocer los métodos para
ganarse a las masas. Para ello es necesario preparar a fondo la revolución.
Pero vemos que hay camaradas que afirman: Hace falta renunciar inmediatamente a
la exigencia de conquistar “grandes” masas. Es necesario luchar contra estos
camaradas. En ningún país lograréis la victoria sin una preparación a fondo. Es
suficiente un partido muy pequeño para conducir a las masas. En determinados
momentos no hay necesidad de grandes organizaciones.
Mas para la victoria es preciso contar con las simpatías de las masas. No siempre es necesaria la mayoría absoluta; mas para la victoria, para mantener el poder, es necesaria no sólo la mayoría de la clase obrera –empleo aquí el término “clase obrera” en el sentido europeo occidental, es decir, en el sentido de proletariado industrial–, sino también la mayoría de la población rural explotada y trabajadora1.
Al escribir lo citado, es seguro que Lenin estaba pensando en un partido de revolucionaros profesionales. La cuestión es, entonces, la siguiente: por regla, para la victoria de la revolución y el mantenimiento del poder conquistado, hace falta un partido de masas por la gran cantidad de sus militantes, pero, como excepción, tal victoria y tal mantenimiento pueden ser logrados también por «un partido muy pequeño», siempre, claro está, que sepa ganarse a la mayoría de la clase obrera y del campesinado, es decir, siempre que, por su carácter, sea un partido de masas2.
En cuanto a la cualidad de vanguardia del partido proletario, Lenin fundamentó la premisa teórica general de esta cualidad, así como su definición política:
… esas
huelgas eran lucha tradeunionista, no eran aún lucha socialdemócrata; señalaban
el despertar del antagonismo entre los obreros y los patronos, pero los obreros
no tenían, ni podían tener, la conciencia de la oposición inconciliable entre
sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no
tenían conciencia socialdemócrata.
Hemos dicho que los
obreros no podían tener conciencia
socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de
todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias
fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es
decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra
los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales y o cuales leyes
necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha
surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas, elaboradas por
representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Los
propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels,
pertenecían por su posición social a los intelectuales burgueses. De igual
modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia
independientemente en absoluto del ascenso espontáneo del movimiento obrero, ha
surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del pensamiento
entre los intelectuales revolucionarios socialistas. Hacia la época de que
tratamos, es decir, a mediados de la última década del siglo pasado, esa
doctrina no sólo constituía ya un programa completamente formado del grupo
“Emancipación del Trabajo”, sino que incluso había llegado a conquistar a la
mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia.
De modo que existían
tanto el despertar espontáneo de las masas obreras, el despertar a la vida
consciente y a la lucha consciente, como una juventud revolucionaria que,
armada de la teoría socialdemócrata, tendía con todas sus fuerzas hacia los
obreros. Además, importa sobre todo dejar sentado el hecho, olvidado a menudo
(y relativamente poco conocido), de que los primeros
socialdemócratas de ese período, al
ocuparse con ardor de la agitación económica (y teniendo bien presentes en
este sentido las indicaciones realmente útiles del folleto, entonces manuscrito
aún, Sobre la agitación), lejos de estimarla como su única tarea, por el
contrario, ya desde el comienzo se
asignaban las más amplias tareas históricas de la socialdemocracia rusa, en
general, y la de derrocar a la autocracia, en particular.
… todo lo que sea inclinarse ante la espontaneidad
del movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del “elemento
consciente”, el papel de la socialdemocracia, equivale –en absoluto
independientemente de la voluntad de quien lo hace– a fortalecer la influencia de
la ideología burguesa sobre los obreros. Todo el que hable de
“sobreestimación de la ideología”, de exageración del papel del elemento
consciente, etc., se imagina que el movimiento puramente obrero puede de por sí
elaborar y elaborará una ideología independiente, tan pronto como los obreros
“arranquen su destino de mano de los dirigentes”. Pero esto es un caso error.
Por eso, nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en combatir la espontaneidad, hacer que el movimiento obrero abandone esta tendencia espontánea del tradeunionismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía y atraerlo hacia el ala de la socialdemocracia revolucionaria.
Para terminar con el punto, repetimos esta afirmación del creador del partido bolchevique, que de hecho define la cualidad de vanguardia del partido proletario:
… sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia.
Ciertamente en el ¿Qué hacer? Lenin no utilizó el término centralismo democrático, pero quien quiera puede percatarse de que allí habla del centralismo y, en el capítulo IV, acápite d, «La organización “de conjuradores” y la “democracia”», argumentando contra la democracia primitiva y relevando la legitimidad de «la plena y fraternal confianza mutua entre los revolucionarios» en una organización centralizada, subraya que, siendo esta condición una característica del partido de revolucionarios profesionales, «El único principio de organización serio a que deben atenerse los dirigentes de nuestro movimiento tiene que ser el siguiente: la más severa discreción conspirativa, la más rigurosa selección de afiliados y la preparación de revolucionarios profesionales», por cuanto de hecho la «condición fundamental» de «un amplio principio democrático» es prácticamente «irrealizable» en «una organización secreta» (Lenin).
Y puntualizó el jefe de la revolución rusa:
… cometeríamos un gran error si creyéramos que, por ser imposible un control verdaderamente “democrático”, los afiliados a una organización revolucionaria se convierten en incontrolables: no tienen tiempo de pensar en las formas pueriles de democracia (democracia en el seno de un apretado grupo de camaradas entre los que reina plena confianza mutua), pero sienten muy vivamente su responsabilidad, sabiendo además, por experiencia, que una organización de verdaderos revolucionarios no se parará en nada para librarse de un miembro indigno. Además, está bastante extendida entre nosotros una opinión pública de los medios revolucionarios rusos (e internacionales), que tiene tras sí toda una historia y que castiga con implacable severidad toda falta a las obligaciones de camaradería (¡y la “democracia”, la verdadera, no la democracia pueril, queda comprendida, como la parte en el todo, en este concepto de camaradería!). ¡Tened todo esto en cuenta y comprenderéis qué repugnante tufillo a juego a los generales en el extranjero despiden todas esas habladurías y resoluciones sobre “tendencias antidemocráticas”!
Es decir, Lenin da una idea exacta de la forma específica en que se presenta el centralismo democrático en un partido que opera en condiciones extremas como aquellas de la autocracia zarista: por un lado, en semejante partido el centralismo cobra un peso particularmente importante, y por otro, la democracia, la verdadera, aparece comprendida en la confianza mutua entre los revolucionarios (que sienten muy vivamente su responsabilidad), es decir, la democracia se presenta como la parte en el todo organizacional del partido.
En cuanto al carácter clandestino del partido, no es necesario ningún comentario especial, pues, como el lector sabe, de principio a fin el ¿Qué hacer? es una demostración de dicho carácter, que, en el caso de una organización de revolucionarios profesionales, cubre todo o casi todo el trabajo partidario.
De los cinco caracteres del partido proletario, expuestos
aquí brevemente, el carácter de clase del partido y su cualidad de vanguardia
del proletariado, en ningún caso presentan alguna forma específica: el partido
es de clase o no es de clase y es vanguardia o no es vanguardia3.
Puesto que la forma del partido está determinada por las condiciones particulares
concretas en las que opera, se entenderá que los restantes caracteres presenten
algunas formas específicas si el partido existe como partido de revolucionarios
profesionales o como partido de masas4.
II
Pues bien, el Partido Socialista del Perú, fundado el 7 de octubre de 1928, fue un partido marxista-leninista:
El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú, lo adopta como su método de lucha5.
Y, qué duda cabe, estuvo fuertemente ligado a las masas de arriba y de abajo (Amauta, CGTP, Federación de Yanaconas). Por eso Mariátegui acordó en la Reunión de Barranco:
La organización de
los obreros y campesinos con carácter netamente clasista constituye el objeto
de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda, y la base de la lucha contra el
imperialismo extranjero y la burguesía nacional.
De acuerdo a las condiciones concretas actuales del Perú, el Comité concurrirá a la constitución de un Partido Socialista, basado en las masas obreras y campesinas organizadas6.
Y por eso, en octubre de 1928, expresó así la cualidad de vanguardia del PSP:
El Partido Socialista del Perú es la vanguardia del proletariado, la fuerza política que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase7.
Es claro pues que, en relación a estas cuestiones, Mariátegui siguió la teoría leninista del partido de clase expuesta en ¿Qué hacer?
Como puede verificarse, Mariátegui no teorizó sobre el centralismo democrático ni sobre el carácter clandestino del partido. Sin embargo, en la medida en que su pensamiento no solo se encuentra en su obra escrita, sino también, en forma cifrada, en su acción práctica, puede inferirse de la misma si adhirió o no al centralismo democrático y al carácter clandestino del partido.
Veamos lo primero. ¿Cómo fueron tomados los acuerdos de las Reuniones de La Herradura y de Barranco? ¿Cómo fueron acordados los «Principios programáticos del Partido Socialista»?8 Sin la menor duda, en dichas reuniones hubo el debate necesario (democracia) que concluyó con la toma de los acuerdos de cada una de las aludidas reuniones (centralismo). Específicamente, los «Principios programáticos» fueron debatidos (democracia) y, sobre esta base, fueron aprobados, en principio, por los fundadores (centralismo); pero además, en la segunda mitad de 1929, el PSP, luego del debido debate (democracia) aprobó finalmente su Programa (centralismo)9.
Veamos lo segundo. Varios hechos prueban que Mariátegui sostenía el carácter clandestino de su partido. Así por ejemplo las Reuniones de La Herradura y de Barranco, las de la segunda mitad de 1929 (donde fueron aprobados los puntos del programa del Partido)10 y las reuniones del CC del 1 y del 4 de marzo de 1930, fueron todas reuniones clandestinas. Es decir, de setiembre de 1928 hasta poco antes de la muerte de Mariátegui, el Partido desarrolló un trabajo que prueba su carácter clandestino. No obstante, Mariátegui era consciente de que, a diferencia de la Rusia zarista, donde no existía libertad política, en el Perú de su tiempo era necesario utilizar el margen de legalidad existente. Por eso escribió en los «Principios programáticos del Partido Socialista»:
La libertad del Partido para actuar pública y legalmente, al amparo de la constitución y de las garantías que ésta acuerda a sus ciudadanos, para crear y distribuir su prensa, para realizar sus congresos y debates, es un derecho reivindicado por el acto mismo de fundación pública de esta agrupación11.
Se sobreentiende que en los citados «Principios programáticos», destinados al público en general, era innecesario y aun imprudente indicar el carácter clandestino del partido. Pero entendida la cita como hay que entenderla, es decir, como expresión del trabajo partidario, se hace claro que Mariátegui no renunció ni conculcó el carácter clandestino del Partido. Prueba de ello es lo que puede leerse en el Acta de la Reunión del 1 marzo de 1930:
Por unanimidad se aprobó enseguida la segunda parte de la moción de orden del día, conforme a la cual, todos los miembros del C.C. y de los grupos de provincias, suscriben el Manifiesto y documentos, reservándose el C.E. la designación de los que en delegación del P. deben suscribirlo al ser dados a la publicidad, designación para la cual el C.E. tendrá en cuenta el interés del P. y las razones de oportunidad y eficacia de tal elección12.
Esta cita demuestra que el «surgimiento público» del Partido no negaba su carácter clandestino. Si bien el Acta de la Reunión dice que «todos los miembros del C.C. y de los grupos de provincias, suscriben el Manifiesto y documentos», dice también que el Comité Ejecutivo se reserva «la designación de los que en delegación del P.» debían suscribir tales materiales, designación que debía cautelar «el interés del P. y las razones de oportunidad y eficacia de tal designación». Es decir, la firma de todos los miembros del CC y de los grupos de provincias, era exclusivamente para fines internos, mientras que para fines externos solo algunos militantes debían suscribir el «Manifiesto» y demás documentos. Este hecho demuestra que el «surgimiento público» del PSP no hubiera significado su legalización, sino el surgimiento de la red legal del partido; no la negación de su carácter clandestino, sino el posicionamiento de dicha red en la vida política del país.
En conclusión, la adhesión de Mariátegui tanto al centralismo democrático como al carácter clandestino del partido, se encuentra cifrada en su práctica de construcción del PSP. De esta forma puede decirse, con razón, que el maestro siguió la teoría leninista en punto a estas dos cuestiones, pero teniendo en cuenta en todo momento las condiciones particulares del Perú de la década de 1920.
De hecho, una cosa es el carácter clandestino del partido, y otra su estatus legal. Este estatus no niega ni tiene por qué negar aquel carácter, siempre, desde luego, que se sepa combinar el trabajo abierto y el trabajo clandestino, es decir, siempre que el primer tipo de trabajo esté correctamente dirigido por el segundo. De hecho, en el capitalismo el partido proletario no puede dejar de ser, como regla, un partido clandestino, incluso si las condiciones de libertad política le permiten un estatus legal13. El partido puede y debe utilizar la legalidad burguesa para sus propios fines, pero en modo alguno puede confiar en esta legalidad hasta el punto de abolir su carácter clandestino y creer que la burguesía no es capaz de caer sobre el partido con toda la fuerza de su aparato represivo. Confiar en la legalidad burguesa es legalismo, y cancelar el carácter clandestino del partido es liquidacionismo. Téngase en cuenta, por ejemplo, lo que le ocurrió al Partido Comunista de Indonesia en 196514.
¿Qué es lo que Mariátegui no tomó del ¿Qué hacer? Pues la exposición del partido como organización de revolucionarios profesionales, forma organizativa que respondía a las condiciones particulares concretas en las que los comunistas rusos desarrollaron su actividad hasta los primeros quinquenios del siglo XX.
En La enfermedad infantil del “«izquierdismo” en el comunismo, Lenin señaló:
La historia… ha confirmado hoy a gran escala, a escala histórica universal, la opinión que hemos defendido siempre, a saber: que la socialdemocracia revolucionaria alemana… estaba más cerca que nadie de ser el partido que necesitaba el proletariado revolucionario para triunfar.
La opinión que hemos defendido siempre, afirmó Lenin; por lo tanto, cae de su peso que el jefe de la revolución rusa era perfectamente consciente de que la organización de revolucionarios profesionales que sustentó en el ¿Qué hacer? tenía un valor particular, en primer lugar, y, en segundo, un valor interino.
En cuanto a lo primero, en el informe pronunciado ante el IV Congreso de la Tercera Internacional (13 de noviembre de 1922), publicada bajo el título de «Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial», Lenin señaló:
En 1921, en el III Congreso, aprobamos una
resolución sobre la estructura orgánica de los partidos comunistas y los
métodos y el contenido de su labor. La resolución es magnífica, pero es rusa
casi hasta la médula, es decir, se basa en las condiciones rusas. Este es su
lado bueno, pero también su lado malo. Malo, porque estoy convencido de que
casi ningún extranjero podrá leerla; yo la he releído antes de decir esto. En
primer lugar, es demasiado larga, consta de 50 párrafos o más. Como regla
general, los extranjeros no pueden leer cosas así. Segundo, porque incluso si
la leen, no la comprenderán, precisamente porque es demasiado rusa. No porque
esté escrita en rusa (ha sido magníficamente traducida a todos los idiomas),
sino porque está supersaturada de espíritu ruso. Y, tercero, si, en caso
excepcional, algún extranjero no la podrá cumplir. Este es su tercer defecto.
(…). Como ya he dicho, la resolución está excelentemente redactada y yo
suscribo todos sus 50 o más párrafos. Pero no hemos comprendido cómo se debe
llevar nuestra experiencia rusa a los extranjeros. Cuanto expone la resolución
ha quedado en letra muerta. Y si no comprendemos esto no podremos seguir
nuestro avance. Considero que lo más importante para todos nosotros, tanto para
los rusos como para los camaradas extranjeros, consiste en que, después de
cinco años de revolución rusa, debemos estudiar.
(…) Pero también los camaradas extranjeros deben estudiar. (…) que comprendan también lo que hemos escrito acerca de la estructura orgánica de los partidos comunistas (…) Esta debe ser su primera tarea. Es preciso llevar a la práctica esta resolución. Pero no puede hacerse de la noche a la mañana, eso sería completamente imposible. La resolución es demasiado rusa: refleja la experiencia rusa, por eso, los extranjeros no la comprenden en absoluto y no pueden conformarse con colocarla en un rincón como un icono y rezar ante ella. Así no se conseguirá nada. Lo que necesitan es asimilar parte de la experiencia rusa. (…) Nosotros, los rusos, debemos buscar también la forma de explicar a los extranjeros los fundamentos de esta resolución, pues, de otro modo, estarán imposibilitados en absoluto de cumplirla. Estoy convencido de que, en este sentido, debemos decir no sólo a los camaradas rusos, sino también a los extranjeros, que lo más importante del período en que estamos entrando es estudiar. Nosotros estudiamos en sentido general. En cambio, los estudios de ellos deben tener un carácter especial para que lleguen a comprender realmente la organización, la estructura, el método y el contenido de la labor revolucionaria. Si se logra esto, entonces, estoy convencido de ello, las perspectivas de la revolución mundial serán no sólo buenas, sino incluso magníficas15.
En cuanto a lo segundo, no hace falta recordar los llamados de Lenin a transformar el partido bolchevique de revolucionarios profesionales en un partido de masas. Pero aquí es menester subrayar por lo menos dos cosas. Primero, que la aludida transformación del partido no implicaba en modo alguno la anulación de su carácter clandestino; segundo, que dicha transformación hizo posible una aplicación más equilibrada del centralismo democrático, el aumento del volumen de las masas incorporadas a la organización partidaria y un nuevo tipo de ligazón del partido con la clase y las masas.
Por eso, en el prólogo a la recopilación 12 años, Lenin escribió:
El Partido Socialdemócrata, a pesar de la escisión, de 1903 a 1907… fue el que más informó a la opinión pública acerca de su situación interna… El Partido Socialdemócrata, a pesar de la escisión, utilizó antes que todos los demás partidos el destello temporal de libertad para hacer efectivo el régimen democrático ideal de organización abierta, con elección de cargos y con representación en los congresos según el número de miembros organizados del Partido16.
Información a la opinión pública sobre la situación interna del partido, democratización de la vida partidaria (elección de cargos, representación de la militancia en los congresos), organización abierta del partido. Con estas precisiones recapitulaba Lenin, en 1907, la experiencia de lucha de los comunistas rusos.
Así, en las condiciones de libertad política, el carácter clandestino del partido no impide sino que, por el contrario, exige la utilización de la legalidad. En las condiciones del Perú de la década de 1920, el PSP utilizó los márgenes de legalidad existentes, pero no cayó en legalismo ni suprimió su carácter clandestino. Esta realidad puede ser captada en la forma en que los fundadores asumieron el trabajo organizativo partidario en las condiciones dadas:
… para comprender los motivos que dieron lugar a la
constitución de una «célula secreta», es necesario analizar las condiciones objetivas en
las que el grupo de Mariátegui desarrollaba su actividad organizadora de lo que
debió ser el primer partido de masas y de ideas de nuestra historia
republicana. Ciertamente tales condiciones no facilitaban el trabajo legal con
vistas a un tal objetivo. Como es de conocimiento común, el gobierno de Leguía
sometió a Mariátegui a una permanente vigilancia y a una sañuda represión:
asalto a su casa, apresamiento, clausura de su revista Amauta y de su periódico Labor.
Esta acción represiva afectó asimismo al movimiento popular: «complot comunista», confinamiento y
deportación de activistas.
… no solo las condiciones objetivas de operatividad eran sumamente difíciles, sino también las condiciones subjetivas. El hecho de que la fundación del Partido hubo de adelantarse en una situación de precariedad ideológica de muchos activistas, la selección de aquellos que finalmente participaron en las Reuniones de La Herradura y de Barranco, fue, sin duda, una tarea riesgosa17.
Todo esto quedó demostrado en hechos como los siguientes:
… en un marco general, el documento evacuado por la célula aprista de Buenos Aires da cuenta de tal grado de confusión que, poco más tarde, dio lugar a la afiliación al Apra de algunos de sus miembros18, y, en un marco particular, la incorporación de Luciano Castillo y Chávez León al «grupo organizador del partido» se reveló a poco como un error de apreciación determinado por la simulación de los nombrados; pero además, la aludida precariedad ideológica se hizo patente asimismo en los casos de Fernando Borjas (quien progresivamente fue alejándose del PSP hasta desaparecer por completo), y de César Hinojosa (quien tempranamente se pasó al Apra)19.
Por otro lado –y para recalcar– a efecto de reconocer
que Mariátegui asumió el centralismo democrático, basta constatar que en el
marco de las Reuniones de La Herradura y de Barranco el debate condujo a la
centralización de las ideas correctas relativas a las cuestiones que estuvieron
en el orden del día de cada una de las aludidas reuniones.
III
Entonces, no es que Mariátegui desechara el ¿Qué hacer?, sino que lo asumió teniendo en cuenta la realidad particular del Perú de su tiempo. Y, así como el ¿Qué hacer? contiene un valor particular y aun temporal para lo que fue la Rusia zarista y, a la par, un valor universal, el pensamiento de Mariátegui sobre el Partido Socialista del Perú contiene, asimismo, un valor particular (no en todos los países del mundo colonial existían los márgenes de legalidad que existían en el Perú de los años de 1920), y, a un tiempo mismo, un valor universal. Por eso el PSP fue un partido marxista-leninista.
No es, tampoco, que el ¿Qué hacer? sostuviera el marxismo como la base de unidad del partido, y que por eso Mariátegui sostuviera lo mismo para el Partido Socialista del Perú, pues, dado el desarrollo del marxismo en nuestra época, Mariátegui acordó el marxismo-leninismo como la base de unidad de su partido.
No es, finalmente, que en el ¿Qué hacer? Lenin sustentara el carácter clandestino del partido proletario, mientras en «Principios programáticos» Mariátegui planteara el carácter legal del PSP. Como ya quedó demostrado, el PSP fue un partido clandestino como el partido del que habló Lenin en su mencionado libro, aunque, dadas las condiciones peruanas de la época, con una actividad legal mucho más amplia que la que tuvo, intermitentemente, el partido bolchevique.
15.07.2022.
__________
(1) Lenin, Discursos
pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, recopilación,
editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 105 (en adelante, Discursos)
(2) Por razones obvias, esta problemática y todas las
consecuencias teóricas que derivan de ella, exige un artículo aparte.
(3) Aunque esta doble condición del partido proletario
recorre, normalmente, un proceso en cuyas sucesivas etapas el concepto partido
de clase y el de vanguardia cobran un significado específico distinto.
(4) Aquí no es posible extendernos sobre las formas
específicas que presentan en cada situación la ligazón del partido con la clase
y las masas, el centralismo democrático como el principio fundamental de su
estructura orgánica y su carácter clandestino.
(5) Ideología y
política, 1986, p. 160.
(6) Martínez, Ricardo, Apuntes
para una interpretación marxistas de historia social del Perú, t. I, pp.
397 y 398 (en adelante, Apuntes).
(7) Ideología y
política, p. 162.
(8) Para facilitarle las cosas al lector (los Apuntes de Martínez no son de fácil
acceso), en el presente artículo utilizamos el título del programa que aparece
en Ideología y política.
(9) Ver nuestro artículo «La reunión de Barranco y el
liquidacionismo histórico».
(10) En los Apuntes
de Martínez no aparece este importante documento, no obstante existir en sus
páginas, así como en las de la Correspondencia
de Mariátegui, pruebas irrefutables de su aprobación. Ver nuestro artículo
mencionado en la nota anterior.
(11) Ideología y
política, p. 164.
(12) Martínez, Ricardo, Apuntes, t. II, p. 486.
(13) Solo en las condiciones del socialismo el partido
proletario puede dejar de ser un partido clandestino, pero, como señaló Lenin
en una oportunidad, incluso en tales condiciones no todo el trabajo partidario
puede hacerse a la luz del día.
(14) Decenas de miles de sus militantes fueron asesinados
por la camarilla militar de Suharto-Nasution.
(15) Lenin, Discursos,
pp. 147-149.
(16) Contra el revisionismo,
recopilación, Editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 100.
(17) Ibarra, Eduardo, «Apuntes sobre la “célula secreta de
los siete” del Partido Socialista del Perú», pp. 5-6.
(18) Ver Martínez, Ricardo, Apuntes, t. II, pp. 307-315.
(19) Ob. cit.,
p. 6, nota.