Acerca
del Carácter Revolucionario del Desarrollo de las Ciencias Naturales*
B.
M. Kédrov
EL ARTÍCULO "¿Cómo se
desarrolla la ciencia?" de V. L. Guínzburg, escrito a propósito del libro
"La estructura de las revoluciones científicas" de T. Kuhn, dio
inicio a un debate sobre esta cuestión de gran relevancia. Como ya señaló V. L.
Guínzburg, a T. Kuhn le interesa sobre todo el lado estructural, yo diría
formal, de las revoluciones científicas y prácticamente no trata el aspecto
substancial. Independientemente de dónde y cuándo tenga lugar la revolución
científica, a qué rama específica de las ciencias naturales afecte, para T.
Kuhn lo importante es establecer que siempre y en todas partes se observa uno y
el mismo carácter, a saber, que el cambio de un paradigma a otro, incluso la
transición de paradigma a paradigma, se realiza siempre por medio de una revolución.
La
idea expresada de esa forma tan general suena bastante trivial, ya que desde
hace mucho tiempo en la historia de la ciencia, y especialmente en la
dialéctica, se estableció la tesis de que los períodos evolutivos en el
desarrollo son sustituidos con cambios abruptos y revolucionarios que suponen
una "ruptura de la gradualidad", dando inicio consigo al comienzo de
una fase del desarrollo nueva y aún más elevada.
El
mérito de T. Kuhn radica en que atrajo la atención de un amplio número de
historiadores de la ciencia y científicos contemporáneos hacia el problema de
las revoluciones científicas en general y que supo precisar la tesis general
sobre la relación entre las fases evolutiva y revolucionaria del desarrollo,
introduciendo una noción particular de paradigma, que juega un papel decisivo
en su obra.
No
obstante, me parece que en principio no se puede examinar la cuestión de la
revolución, dondequiera que se produzca, sólo desde el punto de vista de la
forma de su curso y estructura eludiendo puntos centrales en el aspecto dado:
su contenido, naturaleza, causas que la desencadenaron y demás. Esto aplica no
solo a las revoluciones sociales, sino también a las revoluciones en ciencia y
tecnología, incluidas las revoluciones en las ciencias naturales. Como en todas
partes, en todos los procesos y objetos del mundo, también aquí forma y
contenido son inseparables y se condicionan mutuamente, constituyendo una
unidad viva de contrarios. Por esta razón, las revoluciones científicas de los
siglos XVI, XVII y XVIII, que por su contenido se ajustan en gran medida a un
tipo general, son, sin embargo, notablemente diferentes de las revoluciones
científicas del siglo XIX y, estas últimas, de la "revolución más reciente
en ciencias naturales", que comenzó en la frontera de los siglos XIX y XX,
extendiéndose a lo largo de este último. No se diga ya que todas estas se
diferencian de manera fundamental de la revolución científico-tecnológica,
desplegada a mediados de nuestro siglo. Cada revolución científica debe estudiarse
de manera individual, como un fenómeno único e irrepetible. Este carácter
singular de cada revolución científica es el que destaca en primer lugar en el
foco de atención del historiador de la ciencia, que estudia el desarrollo de
las ciencias naturales1.
Más
concretamente, se trata de lo siguiente: primero, en qué peldaño del proceso
general del conocimiento de la naturaleza tuvo lugar una revolución científica
determinada, ya que cada peldaño impone su propia impronta específica tanto al
contenido como a la naturaleza de la revolución acometida en la ciencia;
segundo, exactamente en qué rama de la ciencia tuvo lugar, ya que el contenido
de la revolución científica se determina en gran medida por la naturaleza del
objeto de estudio; tercero, cuál es la conexión entre la revolución científica
investigada y los procesos tanto socioeconómicos como ideológicopolíticos que
se sucedieron en una época dada, en un país determinado y que de una manera u
otra influyeron en la revolución en la ciencia; cuarto, cuál es la dependencia
entre dicha rama, que ha sufrido una ruptura revolucionaria, y el nivel y
carácter del desarrollo de la tecnología y la industria, con sus demandas y
necesidades; y finalmente, en quinto lugar, el historiador de la ciencia está
interesado en los hombres de ciencia que emprendieron la revolución, su
laboratorio creador.
Se
puede añadir también que es necesario tener en cuenta el estado y la naturaleza
de la educación secundaria y superior en el país donde se produjo la revolución
científica, el nivel de las publicaciones científicas, las revistas
científicas, el grado y formas de organización de la actividad científica,
comunicación científica, etcétera.
Un
análisis concreto de cada revolución científica desde esta perspectiva o, dicho
de otra manera, desde el contexto específico en el que se produce, constituye
una tarea crucial del historiador de la ciencia en esta área de investigación.
APARIENCIA
Y REALIDAD
Reviste un interés
significativo el análisis comparativo de las diversas revoluciones científicas
desde el punto de vista de la revelación de lo que tienen en común.
Ahora
bien, lo común no puede tomarse en abstracto, en forma aislada de la
idiosincrasia de cada una de las revoluciones científicas. El abstraerse de sus
peculiaridades convierte ineludiblemente los elementos comunes que se revelan
en ellos en un esquema desnudo, en palabras huecas, carentes de contenido
concreto vivo. En un grado significativo toda la construcción de T. Kuhn se
apoya en conceptos generales de las revolución científica y paradigmas, esta es
su falta.
A
fin de aclarar lo dicho, pasemos a la consideración de las primeras
revoluciones en las ciencias naturales. Consistieron en la demostración para el
hombre de la necesidad de observar con la mirada del pensamiento el lado
interno de las cosas y los fenómenos, su esencia, que resultaba invisible y
escurridiza en lo sensible.
Es
sabido que el cristalino del ojo humano está diseñado de tal manera que en la
retina se da la imagen del objeto al revés, es decir, con la cabeza abajo. Pero
poco después del nacimiento de un niño, su cerebro en desarrollo realiza sus
propios ajustes en la percepción visual y aprende a percibir la imagen de un
objeto de acuerdo a cómo existe en la realidad, es decir, con las piernas hacia
abajo. Y para ello es necesario dar la vuelta a la imagen que se imprime en la
retina debido a la acción del cristalino. Tal inversión de la imagen representa
el prototipo de las primeras revoluciones científicas: en el período más
temprano del surgimiento del conocimiento científico, la imagen del objeto
estudiado (debido a la adopción de la apariencia por realidad) apareció de
forma invertida. Hubo que darle la vuelta para colocarlo en conformidad con la
realidad. La práctica (tecnología, industria y producción) también necesitaba
esto, ya que las "ideas invertidas" no podían satisfacer plenamente
sus necesidades urgentes.
Las
primeras revoluciones científicas en las ciencias naturales resolvieron
exactamente este problema, colocando las concepciones teóricas en conformidad
con la realidad.
Lo
entenderemos con más detalle al utilizar el ejemplo de dos revoluciones
científicas: en la astronomía, donde la revolución se vinculó con el nombre de
Copérnico (mediados del siglo XVI), y en la química, donde se asoció con el
nombre de Lavoisier (finales del siglo XVIII). Antes de Copérnico, en la
astronomía imperaba la doctrina geocéntrica de Ptolomeo, que nació de la
observación directa de los cuerpos celestes: el Sol sale y se pone, las
estrellas se mueven por el cielo nocturno, etcétera. Ptolomeo puso esta
apariencia inmediata en la base de su doctrina, aseverando que la Tierra está
en el centro del universo y que todos los cuerpos celestes se mueven a su
alrededor.
La
esencia del descubrimiento de Copérnico fue el rechazo a aceptar esta
apariencia como realidad.
Habiendo
demostrado que la Tierra, junto con el resto de planetas, gira alrededor del
Sol y al mismo tiempo alrededor de su propio eje, realizó la primera revolución
en la ciencia.
En
química encontramos un cuadro análogo. Las personas consideraban desde tiempos
inmemoriales que la combustión es destrucción, desintegración de los cuerpos en
sus partes constitutivas; la llama (fuego) constituye una de estas partes,
escondida hasta entonces en el interior del cuerpo ardiente. La compleja
evolución de las ideas desde el "azufre" (sulfuro) de los alquimistas
y los iatroquímicos a través de la tierra grasa (inflamable) de J. J. Becher
condujo al flogisto de G. E. Stahl. La combustión es la desintegración de
cuerpos complejos, sólo los cuerpos complejos pueden arder, sostuvo Stahl.
A
semejanza de las enseñanzas de Ptolomeo, la teoría del flogisto se basaba por
entero en la apariencia inmediata: ¡un edificio en llamas se derrumba! Y al
igual que Copérnico, que dio directamente la vuelta a las antiguas relaciones
de las cosas, Lavoisier realizó la misma operación en química. Demostró que la
combustión no es en absoluto la desintegración de los cuerpos, sino, por el
contrario, su combinación con el oxígeno, que los cuerpos simples capaces de
combinarse con el oxígeno pueden arder. La base cognitiva de ambas
revoluciones, en astronomía y en química, resulta de esta manera común y se
expresa mediante el mismo procedimiento, que simboliza la transición revolucionaria
de la ciencia correspondiente desde su estado inicial, "infantil", al
estado de madurez.
LA
DESTRUCCIÓN DE LA CREENCIA EN LA INMUTABILIDAD
Las siguientes revoluciones
científicas fueron en algo similares a estas primeras revoluciones científicas,
pero diferentes de ellas en algo muy importante. Estas nuevas revoluciones
destruyeron las arraigadas representaciones sobre la eternidad y la
inmutabilidad de la naturaleza y sus leyes. Estas representaciones fueron el
resultado de la aparente constancia a primera vista de los objetos y procesos
de la naturaleza, de sus conexiones y movimientos. En consecuencia, como en el
caso de las (primeras) revoluciones anteriores, aquí se trataba de la
destrucción de lo aparente, que se tomaba por realidad. Sin embargo, aquí yace
una diferencia profunda: antes la cuestión tenía que ver con que la apariencia
ocultaba la verdadera esencia de las cosas y los fenómenos, y las primeras
revoluciones científicas, al romper este tipo de representaciones,
contribuyeron a la revelación y hallazgo de la esencia hasta entonces oculta.
Ahora el asunto se trataba de que la creencia no destruida del todo en la
apariencia (lo aparente) dio la posibilidad de atribuir a la esencia hallada de
las cosas, así como a las cosas mismas y a la naturaleza en su conjunto, la
ausencia en esta del carácter de inmutabilidad absoluta. En consecuencia, las
revoluciones científicas que siguen a las primeras constituyen revoluciones
científicas, por así decirlo, de segundo orden, fase o tipo. Cada una de ellas
al inicio abrió una brecha en la visión metafísica fosilizada de la naturaleza
(desde mediados del siglo XVIII hasta principios del segundo tercio del siglo
XIX), posteriormente todas juntas destruyeron la base misma de dicha visión
(segundo tercio del siglo XIX) y comenzaron a avanzar en la perspectiva recién
surgida del mundo como cambiante y en desarrollo (último tercio del siglo XIX).
El
comienzo de esta serie de nuevas revoluciones fue establecido por la hipótesis
de I. Kant y P. Laplace (en astronomía), continuada en química por J. Dalton,
J. J. Berzelius, F. Wöhler y otros, en física M. Faraday, R. Mayer y otros, en
geología Ch. Lyell, en biología J. Lamarck, M. Schleiden y T. Schwann y,
especialmente, Ch. Darwin.
Al
mismo tiempo, se observaron circunstancias complejas cuando la idea de
desarrollo comenzó a penetrar en la biología antes de la eliminación de las
ideas del teleologismo (J. Lamarck) o cuando la característica
"inversión" mencionada con anterioridad, intrínseca a las primeras
revoluciones, ocurrió simultáneamente al derrumbe de la fe en una sustancia
inmutable (R. Mayer y otros).
De
una forma u otra, las revoluciones científicas del siglo XIX se diferenciaron
significativamente, por su contenido y diversidad individual, no sólo de las
primeras revoluciones científicas, tomadas en su conjunto, sino también entre
sí.
Lo
mismo observamos en el siglo XX.
El
viejo cuadro físico del mundo, que llegó al siglo XX, se construyó sobre la
idea de la existencia de algunas formas y tipos de ser elementales iniciales,
constituyendo presuntamente los ladrillos del universo. A estas se las
consideró como las "últimas" partículas de la materia: átomos eternos
e indivisibles, elementos químicos no convertibles e indescomponibles, tipos igualmente
eternos de la materia, dotados de masas mecánicas constantes, pesos atómicos.
El mundo entero era considerado fluido y cambiante a excepción de esta esfera
de formas elementales del ser, sobre la cual se construyó como piedra angular
el cuadro completo del mundo.
La
"nueva revolución en las ciencias naturales" comenzó con la
destrucción de esta misma piedra angular de la vieja visión del mundo, de la
naturaleza. Si "todo cambia", entonces los átomos, los elementos, la
masa, el espacio y el tiempo, todas las formas elementales del ser y tipos de
materia también deben cambiar. Esto fue evidenciado por los descubrimientos
físicos hechos a finales del siglo XIX y el XX. Aunque esta "novísima
revolución" fue una continuación directa de las revoluciones anteriores en
las ciencias naturales, difería significativamente de ellas, ya que estaba
relacionada con los primeros grandes avances llevados a cabo por el hombre en
el interior del átomo, en la esfera del microcosmos. La idea sempiterna de la
existencia de los primeros ladrillos del universo, de sus cimientos
originarios, se derrumbó.
La
fase consiguiente de esta misma novísima revolución en las ciencias naturales,
que siguió a principios del primer y segundo cuarto de nuestro siglo [siglo XX.
CH], destruyó otra convicción igualmente eterna: la de que el modelo de los
microfenómenos puede examinarse como una imagen macro palpable de modo sensible
de los microfenómenos. La mecánica cuántica, en unión con la teoría de la
relatividad, rompió la misma base de esta creencia, mostrando que una partícula
elemental no puede ser representada por ningún modelo (mecánico) sensualmente
palpable, así como el movimiento de un electrón dentro de un átomo no puede
compararse con el movimiento de un planeta alrededor del Sol.
Posteriormente,
se destruyó la representación de una clara distinción entre tipos de materia,
como la materia y la luz, ya que se demostró que existe una conversión mutua de
partículas elementales, por ejemplo, la conversión mutua del par
electrón-positrón y los fotones.
UNIDAD
DE LO UNIVERSAL, LO PARTICULAR Y LO SINGULAR
Todas las revoluciones
científicas, por su contenido y por el contexto histórico concreto en el que
tuvieron lugar, son tan diferentes entre sí, cada una de ellas es tan plena de
una idiosincrasia inherente solo a ella, que es imposible considerar agotado su
estudio mediante el sometimiento a uno u otro esquema abstracto. Aunque en
todos estos casos, siguiendo a T. Kuhn, se podría decir que en cada ocasión se
produjo una ruptura del sistema de conceptos (representaciones, principios)
interrelacionados y previamente establecidos, que T. Kuhn denomina paradigma,
sin embargo, debido a su extremada generalidad y por lo tanto a su carácter
abstracto, dicho enfoque poco puede aportar para un estudio profundo del
proceso del desarrollo revolucionario de las ciencias naturales; para ello es
sobre todo necesario considerar ampliamente los datos de un análisis
significativo de la idiosincrasia individual de las diferentes revoluciones
científicas.
Con
respecto a las revoluciones científicas y su análisis lógico-histórico, se
puede revelar en ellas la unidad de lo universal, lo particular y lo singular.
Lo universal consiste en que todas ellas son revoluciones que cambian el
movimiento previo del pensamiento evolutivo relativamente sereno (lo que T.
Kuhn, repito, llama paradigma). Lo particular es lo que las une en tipos
específicos, dependiendo de en qué peldaño del conocimiento de la naturaleza
(de su curso general) se realicen, qué es exactamente lo que someten a una
ruptura radical. Lo singular es la peculiaridad, la individualidad de cada una
de ellas por separado, su unicidad, su excepcionalidad. El análisis dialéctico
tiene en cuenta estos tres aspectos en unidad e interconexión. Ninguno de estos
aspectos, tomado de manera aislada, da la posibilidad de comprender las
revoluciones científicas en su totalidad y profundidad.
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(*) Tomado de: https://edicionesedithor.weebly.com/uploads/9/5/5/7/95575174/textos_libres-kedrov-caracterrevolucionario.pdf
(1) Esto se puede ilustrar
en el ejemplo de otra obra de T. Kuhn, llamada "La revolución
copernicana", a la que V. L. Guínzburg ya hizo referencia en su artículo.
(Kuhn T. The Copernican Revolution. Cambridge. Mass., 1975.)