La Tercera
Internacional y Nuestro Tiempo
(Con motivo
del centenario de la Tercera Internacional)
Eduardo
Ibarra
El PRÓXIMO 6 DE MARZO del presente se cumple el
Centenario de la fundación de la Tercera Internacional, y, como es obvio, este
acontecimiento es circunstancia propicia para plantear algunas ideas.
Solo algunas ideas, pues, como se
comprenderá, un análisis detallado de los méritos y los errores de la aludida
organización, implicaría la escritura de todo un volumen.
Así pues, aquí nos referiremos
únicamente a su significación en el proceso histórico de la organización
internacional del proletariado, así como a las principales enseñanzas que
arroja su experiencia.
I
Como es de conocimiento común, entre las tres
Internacionales existieron algunas diferencias que es necesario remarcar.
La Asociación Internacional de
Trabajadores o Primera Internacional (1864-1872), fundada por Marx y Engels,
fue una organización cuya unidad no estuvo basada en el marxismo.
Engels se refirió a esta circunstancia
en una carta del 27 de enero 1887 a Florence Kerlley Wischnewetski:
Cuando Marx fundó la
Internacional, redactó el Reglamento de manera que pudieran ingresar todos los obreros socialistas de esa
época: proudhonistas, lerouxistas e incluso el sector más avanzado de las
tradeunions inglesas; y fue sólo gracias a esta amplitud que la Internacional
llegó a ser lo que fue: el medio para disolver y absorber gradualmente a todas
estas sectas secundarias, con excepción de los anarquistas, cuya repentina
aparición en varios países no fue sino el efecto de la violenta reacción
burguesa que sucedió a la Comuna y que por ello podíamos dejar que se
marchitasen solos, como ocurrió. Si de 1864 a 1873 hubiéramos insistido en
trabajar sólo con quienes adoptaban ampliamente nuestra plataforma, ¿dónde
estaríamos hoy? Creo que toda nuestra experiencia ha mostrado que es posible
trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus
etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización,
y temo que si los alemanes norteamericanos eligen una línea distinta cometerán
un grave error. (Correspondencia
Marx-Engels, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, p. 364).
De estos conceptos, se desprenden las siguientes
conclusiones:
1. La unidad de la Primera
Internacional fue de carácter programático, y no doctrinario; sobre la base de
la unidad programática, Marx y Engels
se propusieron absorber doctrinariamente
a las diversas corrientes no marxistas.
2. Determinada –y posibilitada– por
la situación ideológica de la clase obrera europea de la época, dicha unidad
programática hizo de la Primera Internacional un partido-frente.
3. La experiencia de la primera
organización internacional del proletariado mostró que es posible –y necesario–
trabajar con «el
movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas».
4. Este trabajo con el movimiento no
tiene por qué significar «ocultar
nuestra propia posición e incluso nuestra organización».
En este marco general, Marx y Engels
educaron a los trabajadores en la conjugación de la lucha económica y la lucha
política, en el principio de que la conquista del poder político es el gran
deber de la clase obrera, en la idea rectora de que la emancipación de la clase
obrera debe ser obra de la propia clase obrera y en el espíritu del
internacionalismo proletario, al mismo tiempo que desplegaron la lucha contra
el proudhonismo, el blanquismo, el lassallismo, el bakuninismo y el
tradeunionismo, preparando así el terreno para el triunfo del marxismo y, al
mismo tiempo, formando los cuadros que más tarde contribuyeron en la fundación
de partidos marxistas de masas en diversos países.
Así pues, el resultado de la lucha
ideológica contra las distintas corrientes del socialismo premarxista fue la base
de la ulterior unidad marxista del proletariado revolucionario.
Mariátegui escribió sobre la Primera
Internacional:
La Primera Internacional
fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un
programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era
una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida
su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los
trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la
cual había emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el
movimiento socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional
reapareció vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos
socialistas requería una coordinación y una articulación internacionales. (La escena contemporánea, 1987, pp.
112-13).
La «confusa
nebulosa» de la cual había
emergido y en la cual finalmente se sumergió la Primera Internacional, fue,
pues, su condición de partido-frente, tipo de partido que, después de cumplir
su misión, caducó históricamente como consecuencia del desarrollo de la lucha
de clases, la bancarrota del socialismo premarxista y el triunfo teórico del
marxismo en el movimiento obrero.
Por eso
Engels señaló:
Creo que la próxima Internacional –después
que las obras de Marx hayan ejercido influencia durante algunos años– será
directamente comunista, y proclamará abiertamente nuestros principios. (Carta a
A. Sorge del 12 (y 17) de setiembre de 1874, Correspondencia Marx-Engels, pp. 271-72).
II
Y así fue, efectivamente: el crecimiento del movimiento
obrero y de sus partidos de clase, exigió la fundación de la Segunda
Internacional (1889-1914).
Entre otras cuestiones, la Segunda
Internacional significó:
1. La diferenciación teórica del
concepto de partido doctrinariamente homogéneo del concepto de partido
doctrinariamente heterogéneo, y, sobre esta base, la existencia diferenciada de
sus respectivos correlatos organizativos.(1)
2. La constitución, en diversos
países, del partido doctrinariamente homogéneo, tipo de partido del cual el
Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, fundado en 1869, fue su primera
expresión.
3. La plasmación de la más completa
independencia ideológica, política y orgánica del proletariado revolucionario.
4. El trazo de una política
específica que hizo posible, en las nuevas condiciones, el trabajo «junto con el movimiento general de la clase
obrera», aunque con la
limitación de que entonces los conceptos de frente unido y hegemonía se encontraban
elaborados solo a grandes rasgos.
Pues bien, al tener los partidos de
la Segunda Internacional que desenvolver, dadas las condiciones de desarrollo
pacífico del capitalismo, la lucha legal como su actividad principal, más o
menos tempranamente experimentaron el surgimiento en su seno de tendencias
oportunistas, y esto ocurrió sobre todo en el Partido Obrero Socialdemócrata
Alemán.
Entonces Engels mismo empeñó la
lucha contra, por ejemplo, la omisión de la dictadura del proletariado en el
proyecto del programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana y algunas otras
posiciones oportunistas contenidas en el mismo, así como contra el cretinismo
parlamentario de diversos partidos.
Poco después del fallecimiento de
Engels, entre 1896 y 1897 Eduard Bernstein publicó algunos artículos en la
revista Die Neue Zeit, en los que
revisaba a Marx al reemplazar la lucha revolucionaria del proletariado por la
idea utópica de la persuasión y la educación como camino al socialismo,
etcétera. De esta forma hizo su aparición el revisionismo que, corriendo ya el
siglo XX, cobró un marcado crecimiento.
Lenin escribió al respecto:
El socialismo premarxista ha
sido derrotado. Ya no continúa la lucha en su propio terreno, sino en el
terreno general del marxismo, a título de revisionismo. (Marx-Engels-Lenin-Marxismo, recopilación, Editorial Progreso,
Moscú, s/f, p. 57).
Es decir, las diversas tendencias oportunistas se
transformaron en revisionismo, el cual, no obstante renegar los principios del
marxismo, hace uso de un lenguaje aparentemente marxista; así pues, es claro
que el revisionismo es antimarxismo disfrazado de marxismo.
Recapitulando la actuación de la
Segunda Internacional, Stalin sostuvo en abril de 1924:
Fue ése un
período de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo… en que las formas
legales de lucha se ponían y se creía “matar” al capitalismo con la legalidad;
en una palabra, un período en el que los partidos de la II Internacional iban
echando grasa y no querían pensar seriamente en la revolución, en la dictadura
del proletariado, en la educación revolucionaria de las masas.
En vez de una
política revolucionaria coherente, tesis teóricas contradictorias y fragmentos
de teorías divorciados de la lucha revolucionaria viva de las masas y convertidos
en dogmas caducos. Naturalmente, para guardar las formas se invocaba la teoría
de Marx, pero con el fin de despojarla de su espíritu revolucionario vivo. (Cuestiones del leninismo, recopilación,
Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1977, p. 12)
Algunos meses después, en noviembre,
Mariátegui escribió sobre el mismo tema:
La función de la Segunda
Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos
socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la
fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por
consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero
adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la
social-democracialassalliana dirigió a la Segunda Internacional. A consecuencia
de este orientamiento, el socialismo resultó insertado en la democracia. (…) La
guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Unicamente algunas
minorías se reunieron en los congresos de Khiental
y Zimmerwald, donde se bosquejaron
las bases de una nueva organización internacional. La revolución rusa impulsó
este movimiento. (La escena contemporánea,
p. 113).
Así pues, el revisionismo, que había logrado corromper
al Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (así como a los demás partidos de la
Segunda Internacional, con excepción del partido bolchevique y del grupo
Espartaco de Karl Liebknech y Rosa Luxemburgo, entre algunas otras
organizaciones), se convirtió en nuestra época en un fenómeno engendrado por las
condiciones económicas y sociales propias del imperialismo, fenómeno que, como
está comprobado, corrompe los partidos de la clase obrera, desvía a las masas
al camino del reformismo y traiciona la revolución. Esto ocurre en nuestra
época como desarrollo de aquellas condiciones inglesas del siglo XIX que dieron
lugar al surgimiento de una aristocracia obrera y, al mismo tiempo, como
continuación del oportunismo que Marx y Engels combatieron en su época.
En estas condiciones de desborde del
revisionismo, Kautsky, expresando su centrismo, planteó la convivencia de
marxistas y revisionistas en un mismo partido. Esto significaba volver atrás,
pero con una nota particular: mientras que, dadas las condiciones históricas
entre 1864 y 1872, estuvo plenamente justificado el partido doctrinariamente
heterogéneo como fue la Primera Internacional, ahora, en nuestra época, cuando
el socialismo no marxista ha puesto en evidencia en todas partes su
metamorfosis en revisionismo y ha mostrado, en diferentes planos y distintas
formas, su servicio a la burguesía, la propuesta centrista de Kautsky
significaba promover la convivencia de los marxistas y los agentes ideológicos
de la burguesía en el seno de los partidos obreros.
Lenin, por el contrario, expresando
su marxismo, planteó entonces la expulsión de los revisionistas de los partidos
obreros, la construcción de partidos doctrinariamente homogéneos, de partidos
capaces de organizar la revolución proletaria e instaurar la dictadura del
proletariado.
Concretamente, el jefe de la
revolución rusa esclareció:
La época imperialista no tolera la
coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del
proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeñoburguesa de la clase
obrera… La vieja teoría de que el oportunismo es un ‘matiz legítimo’ dentro de
un partido único y ajeno a los ‘extremismos’ se ha convertido hoy día en el
engaño más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento
obrero. El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la clase
obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio,
que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de
demostrar con una serie de sofismas la inoportunidad de las acciones revolucionarias,
etc. Kautsky, el representante más destacado de esta teoría y al mismo tiempo
el prestigio más autorizado de la II Internacional, se ha revelado como un
hipócrita de primer orden y como un virtuoso en el arte de prostituir el
marxismo (La bancarrota de la II
Internacional, en Contra el
revisionismo, p. 275; elipsis nuestra).
III
Precisamente en estas condiciones de lucha contra el
revisionismo –y contra el centrismo, forma más o menos sutil de revisionismo–,
surgió la Tercera Internacional o Internacional Comunista (1919-1943), partido
doctrinariamente homogéneo, partido de clase, partido opuesto a la Segunda Internacional.
Pues bien, entre la Primera y la
Segunda Internacionales, por una parte, y la Tercera Internacional, por la
otra, existen varias diferencias. Anotemos las principales.
1. Mientras las dos primeras
Internacionales surgieron en la época del capitalismo competitivo y de la
preparación de las fuerzas del proletariado para la revolución, la Tercera
Internacional surgió en la época del imperialismo y de la revolución
proletaria.
2. Mientras las dos primeras
Internacionales fueron fundadas por partidos que no se encontraban en el poder,
la Tercera Internacional fue fundada por un partido que había dirigido la
primera revolución proletaria triunfante y que, por tanto, ejercía la dictadura
del proletariado.
3. Mientras la Primera Internacional
surgió cuando el marxismo coexistía con otras corrientes socialistas en el movimiento
obrero y la Segunda cuando el marxismo había alcanzado un triunfo teórico
completo en ese mismo movimiento, la Tercera surgió cuando el marxismo había
alcanzado un nuevo desarrollo de valor universal (el leninismo) y la lucha por
la revolución proletaria está a la orden del día, y cuando, además, el
revisionismo se presenta como el peligro principal en el movimiento comunista
internacional.
4. Mientras la Primera Internacional
fue una organización limitada a los partidos de Europa y Estados Unidos de
Norteamérica y la Segunda apenas pudo incorporar a su agenda la cuestión
colonial, la Tercera fue ya una organización a escala mundial.
Acerca de la diferencia específica
entre la Segunda y la Tercera Internacionales, Mariátegui señaló lo siguiente:
Este conflicto entre dos
mentalidades, entre dos épocas y entre dos métodos del socialismo, tiene en
Zinoviev una de sus dramatis personae. (…) La guerra, según Zinoviev, ha
anticipado, ha precipitado mejor dicho, la era socialista. Existen las premisas
económicas de la revolución proletaria. Pero falta el orientamiento espiritual
de la clase trabajadora. Este orientamiento no puede darlo la Segunda
Internacional, cuyos líderes continúan creyendo, como hace veinte años, en la
posibilidad de una dulce transición del
capitalismo al socialismo. Por eso, se ha formado la Tercera Internacional. (La escena contemporánea, pp. 115).
Dos épocas: la del capitalismo competitivo y la
preparación de las fuerzas proletarias para la revolución, y la del
imperialismo y de la revolución proletaria. Dos mentalidades: la del
revisionismo, de un lado, y la del marxismo, del otro. Dos métodos: el método
reformista (revisionista), por un lado, y el método revolucionario
(marxista-leninista), por el otro.
En nuestra
época existen, en efecto, las premisas económicas de la revolución proletaria
mundial; pero, como señaló Mariátegui, para que la revolución tenga curso, hace
falta el orientamiento espiritual de las clases trabajadoras; esta orientación
no puede darla el revisionismo, como también señaló Mariátegui; esta
orientación solo puede darla el marxismo-leninismo.
Precisamente la Tercera
Internacional desarrolló dicha orientación, es decir, puso en práctica la
preparación del partido y de las masas trabajadoras a efecto de instaurar la
dictadura del proletariado, razón por la cual Lenin señaló:
La importancia histórica
universal de la Tercera Internacional, de la Internacional Comunista, reside en
que ha comenzado a poner en práctica la consigna más importante de Marx, la
consigna que resume el desarrollo del socialismo y del movimiento obrero a lo
largo de un siglo, la consigna expresada en este concepto: dictadura del
proletariado. (Obras escogidas en
doce tomos, Ediciones Progreso, Moscú, 1977, t. IX, p. 405).
Teniendo en cuenta esta realidad, Mariátegui definió
magistralmente la condición de la Tercera Internacional:
Si la Segunda Internacional
no se obstinara en sobrevivir, la juventud revolucionaria se complacería en
venerar su memoria. Constataría, honradamente, que la Segunda Internacional fue
una máquina de organización y que la Tercera Internacional es una máquina de
combate. (La escena contemporánea, p.
115).
Efectivamente, eso fue la Tercera Internacional: una
máquina de combate.
Por eso
las Condiciones de ingreso en la
Internacional Comunista, aprobadas por su Segundo Congreso (19 de julio-7
de agosto de 1920), expresan su objetivo de desarrollar y fortalecer los
partidos comunistas, desplegar la propaganda revolucionaria entre las masas
trabajadoras, preparar las fuerzas de la revolución, instaurar la dictadura del
proletariado.
Estas Condiciones de ingreso estuvieron vigentes desde su aprobación
hasta el momento de la disolución de la Tercera Internacional veintitrés años
después.
En el
numeral 17 de las Condiciones, puede
leerse lo que sigue:
La Internacional Comunista,
que actúa en medio de la más enconada guerra civil, debe estar estructurada de
una manera mucho más centralizada que la II Internacional. Por supuesto, la
Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo deberán tener en cuenta en toda
su labor la diversidad de condiciones en que se ven obligados a luchar y actuar
los distintos partidos, y adoptar decisiones obligatorias para todos sólo en
los problemas en que sean posibles tales decisiones. (Lenin, Obras escogidas en doce tomos, t. X, p.
163).
Esto quiere decir que la acción de los distintos
partidos miembros de la Tercera Internacional se desarrolló entre dos
coordenadas: 1) la centralización; 2) la necesidad de desarrollar en cada país el camino propio de
la revolución.(2)
Precisamente
la no observancia de estas coordenadas explica no pocos de los problemas que
experimentaron muchos de tales partidos.
Igual que la Primera y la Segunda
Internacionales, la Tercera afrontó la tarea de «trabajar junto con el movimiento general de
la clase obrera». Pero, a
diferencia de la situación en el siglo XIX, ya en las primeras décadas del
siglo XX los marxistas habían terminado por definir cabalmente los conceptos de
frente unido y hegemonía, enriqueciendo así el aparato conceptual del
marxismo.(3)
Desde
antes de la revolución de 1917 Lenin había desarrollado ideas frenteunitarias
y, así, el partido bolchevique puso en práctica la táctica del frente unido,
táctica que, en las condiciones de la Internacional, tuvo su primera expresión
literaria en la Carta abierta (enero 1921), de la dirección del Partido Comunista
de Alemania (KPD) a los partidos obreros (SPD, USPD y KAPD) y a los sindicatos,
a fin de concertar acciones conjuntas con vistas a alcanzar las
reivindicaciones económicas de los trabajadores, el desarme y la disolución de
las formaciones militares burguesas y la constitución de organizaciones
proletarias de defensa. Luego, bajo la consigna general «hacia las masas», el Tercer Congreso de la Internacional
Comunista (22 de junio-12 de julio de 1921) acordó la táctica del frente unido
de la clase obrera.
De esta forma, pues, con la Tercera
Internacional el partido proletario encontró la solución al problema de «trabajar junto con el movimiento general de
la clase obrera».
Esto quiere decir que, preservando
su independencia, el partido marxista
inauguró una nueva forma organizativa de relaciones internas en el seno
del pueblo.
Es decir, con la Tercera
Internacional se concretó el concepto de frente unido como algo diferente del
concepto de partido de clase, y, en consecuencia, los correlatos organizativos
de ambos conceptos aparecieron separados, aunque estrechamente ligados entre
sí: desde entonces la doctrina marxista es al partido de clase, así como el
programa común es al frente unido del pueblo; de esta forma, por primera vez en
la historia, el partido y el frente unido aparecieron como dos instrumentos
fundamentales en la lucha por la toma del poder y el ejercicio del poder.
Por otro lado, Stalin señaló en
punto al concepto de hegemonía:
Lo nuevo que Lenin aportó en
este problema es que desarrolló y amplió el bosquejo hecho por Marx y Engels,
creando una teoría armónica de la hegemonía del proletariado, una teoría
armónica de la dirección de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo por
el proletariado, no sólo para derrocar el zarismo y el capitalismo, sino
también para edificar el socialismo bajo la dictadura del proletariado. (Entrevista con la primera delegación de
obreros norteamericanos, en Lenin,
recopilación, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1976, p. 41).
Pues bien, en los tiempos de la Tercera Internacional,
el centrismo kautskiano todavía hacía estragos en algunos partidos que querían
ser parte suya. Un caso de estos fue el de la «fracción unitaria»del Partido Socialista Italiano. El numeral
7 de las Condiciones de ingreso citadas
arriba, establecía lo que sigue:
Los partidos que deseen
pertenecer a la Internacional Comunista están obligados a reconocer la
necesidad de un rompimiento total y absoluto con el reformismo y con la
política del “centro” y a propagar esta ruptura en los medios más
amplios del partido. Sin esto es imposible una política comunista consecuente.» (Lenin,
Obras escogidas en doce tomos, t. XI,
p. 161).
Pero la Conferencia de la fracción «unitaria» del mencionado partido (realizada los días
20 y 21 de noviembre de 1920, o sea cuatro meses después de aprobadas las Condiciones de ingreso) se pronunció
contra el rompimiento con los reformistas.
Así, la «fracción unitaria» del PSI se mostró muy unitaria con respecto
al reformismo, pero contraria a la Internacional Comunista.(4)
Es claro que los méritos de la
Tercera Internacional, pero también sus errores, no pueden ser analizados ni
explicados sino precisamente sobre el terreno de la lucha por la toma del poder
y la instauración de la dictadura del proletariado, sobre el terreno de la
lucha por la revolución antiimperialista y antifeudal en los países coloniales,
sobre el terreno de la lucha por lo que Lenin llamó «la República Soviética universal.»
En cuanto
a los errores, en las presentes líneas solo es posible señalar que, salvo en
vida de Lenin en un alto grado, en sus etapas ulteriores la Tercera
Internacional presentó problemas de dogmatismo (por ejemplo en relación al PCCH
y a determinadas posiciones del naciente PSP dirigido por Mariátegui), de
sectarismo (expresado, por ejemplo, de manera concentrada en la consigna «clase contra clase» acordada por el VI Congreso), y, en los
últimos años de su existencia, de oportunismo (que despuntaba en algunos partidos
de Europa y América).
En cuanto a sus méritos, puede
decirse, en general, que su contribución al desarrollo de los partidos
comunistas, de la conciencia socialista del movimiento obrero internacional y
de la revolución proletaria mundial, fue incuestionablemente importante y, por
esto, su memoria se mantiene viva en la conciencia del movimiento comunista
internacional.
IV
Plantear ahora el partido-frente es volver atrás; las
condiciones históricas que dieron lugar y justificaron plenamente el carácter
de partido-frente de la Primera Internacional, no existen más; por tanto,
después de 1872 no tuvo ninguna justificación la idea «centrista» de la unidad de marxistas y revisionistas
en un mismo partido, ni la tiene ahora.
Aunque en condiciones de una
dispersión extrema y de una debilidad evidente, el movimiento comunista de cada
país tiene ante sí la tarea de constituir, reconstituir o desarrollar su
partido de clase y, sobre la base de un programa de acción, construir el frente
unido del pueblo.
Solo así el partido proletario puede
convertirse en el partido de masas que exige la lucha por la toma del poder y
el ejercicio del poder.
V
La Tercera Internacional quedó disuelta el 15 de mayo
de 1943. Entonces, con toda razón, Stalin señaló que en adelante había que
promover «la organización de
un compañerismo basado en la igualdad».
Hoy, la necesidad de una
organización de esta naturaleza, es una necesidad absoluta que puede
concretarse mediante conferencias.
Sin embargo, existen partidos y
tendencias que promueven organizar una nueva Internacional.
Como se sabe, el Movimiento
Revolucionario Internacionalista (MRI), que durante no pocos años agrupó a
algunos partidos y algunas organizaciones, se propuso impulsar la organización
de «una Internacional
de nuevo tipo basada en el marxismo-leninismo-maoísmo» y, con este fin, propuso «establecer un comité provisional, o sea un
grupo embrionario, para dirigir el proceso general de impulsar la unidad
ideológica, política y organizativa de los comunistas.» (Declaración
del Movimiento Revolucionario Internacionalista y ¡Viva el
marxismo-leninismo-maoísmo!, pp. 53 y 54).
No obstante, como es de conocimiento
común, el mismo MRI no existe ya desde hace algunos años
y, por tanto, su proyecto de establecer el aludido «comité provisional» quedó en la nada, lo que debe hacer pensar
a más de uno.
Lo que sucedió entonces y sucede
ahora es que, en las condiciones imperantes desde hace décadas, no es
procedente organizar una nueva Internacional, aunque se la imagine «de nuevo tipo».
Por otro lado, los hechos dan al
traste con cierto prejuicio que hay con respecto a la idea de no constituir una
Internacional como centro orgánico: la inmensa mayoría de revoluciones
socialistas triunfaron después que la Tercera Internacional había dejado de
existir, lo que, por supuesto, en modo alguno significa que esta Internacional
fuera un obstáculo para tales triunfos, como alguien podría pensar
superficialmente.
A propósito de la
experiencia organizativa del proletariado mundial, en uno de nuestros libros
escribimos lo siguiente:
La Primera Internacional tuvo como objetivo la unidad programática del
proletariado europeo y estadounidense en la lucha contra el capitalismo. La
Segunda Internacional tuvo como objetivo la adhesión de este proletariado a la
verdad universal del marxismo y la construcción de partidos marxistas de masas.
La Tercera Internacional tuvo como objetivo la defensa de la verdad universal y
la bolchevización de los partidos del proletariado de todos los países. Esta
realidad histórica significa que: 1) de la Primera a la Tercera Internacional,
el proletariado se elevó de lo programático a lo ideológico y de una escala
continental a una escala mundial en su acción política; 2) la Segunda y la
Tercera Internacionales tuvieron como órbita la verdad universal. (El pez fuera del agua. Crítica al
ultraizquierdismo gonzaliano, editor Jaime Lastra, Lima, 2010, p. 181).
Es un hecho que las Internacionales cumplieron su papel
histórico, pero, la forma de centro orgánico bajo la cual existieron agotó hace
tiempo sus posibilidades; ahora, el proletariado de todos los países tiene ante
sí la alta tarea de organizar «un
compañerismo basado en la igualdad».
El contenido de este compañerismo es
la centralización ideológica, la coordinación política, la independencia
teórica y la autonomía orgánica.
La
organización de un compañerismo basado en la igualdad es, sin duda, la tarea
central en el plano del internacionalismo proletario, y, como se entenderá, su
cumplimiento impulsaría la lucha de todos y cada uno de los partidos de clase
por tomar como órbita de su acción el desarrollo de la verdad particular como
expresión viva de la verdad universal del proletariado, o sea, por desarrollar
el camino propio de la revolución como expresión concreta del universal camino
de la revolución socialista.(4)
Así pues, el proletariado
internacional tendría como su base de unidad ideológica la verdad universal del
marxismo-leninismo, a lo que el proletariado de cada país tendría que agregar
la base teórica de su verdad particular. Estas
bases permitirían aplicar una correcta línea política que haría posible
“trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera” y, en general,
con todas las clases y todas capas sociales que en cada etapa del desarrollo
social conforman el pueblo.
En el Centenario de la Tercera
Internacional, la mejor manera de honrar su memoria y continuar sus tradiciones
positivas, es que cada partido marxista-leninista contribuya a la organización
de un compañerismo basado en la igualdad como el nuevo tipo de relación interna
necesaria en el movimiento comunista internacional.
Notas
[1]
Esta consideración es correcta solo en el sentido de que la diferenciación
teórica y organizativa aludida cobró con la Segunda Internacional una
trascendencia decisiva en el movimiento obrero internacional, pues de hecho tal
diferenciación venía, en el plano organizativo, de la Liga de los Comunistas
(1847-1852), organización doctrinariamente homogénea, y, en el plano teórico,
de la temprana idea de Marx y Engels que, el segundo de los nombrados, recordó
en una carta a Trier del 9 de agosto de
1890, en los términos siguientes: «[Para que el proletariado] sea lo
bastante fuerte como para triunfar en el día decisivo, [debe] formar un partido
independiente, distinto de todos los demás y opuesto a ellos, un partido
clasista y consciente… eso es lo que Marx y yo hemos propugnado desde 1847»
(citado por Jhonstone en Teoría marxista
del partido político, autores varios, Ediciones Pasado y Presente, Córdova,
p. 133; elipsis nuestra). Es decir que, para consagrarse como justo y correcto
en el movimiento obrero internacional, el concepto de partido independiente, distinto de todos los demás y opuesto a ellos,
de partido clasista y consciente, de
partido doctrinariamente homogéneo, de partido marxista, hubo de pasar por la
prueba de la lucha ideológica que, como bien se sabe, fue una larga lucha de
cuarentaidós años que tuvo su punto culminante con la fundación de la Segunda
Internacional.
[2]
Lenin subrayó al respecto: «…los
principios revolucionarios fundamentales deben ser adaptados a las
peculiaridades de los distintos países.» (Discursos
pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, recopilación,
Editorial Progreso, Moscú, s/f, p. 94).
[3]
Posteriormente Mao y Dimitrov contribuyeron señaladamente a desarrollar el
concepto de frente unido, así como el propio Mao y Gramsci contribuyeron
importantemente a desarrollar el concepto de hegemonía.
[4]
Cualquier marxista puede percatarse fácilmente de las consecuencias que puede
acarrear la amalgama de marxistas y revisionistas en un mismo partido. Pero, de
todos modos, pongamos un ejemplo. El Congreso de París de 1905 selló la fusión
de los socialistas revolucionarios del Partido Obrero de Guesde y Lafargue y
los socialistas reformistas, pero, como esclareció Mariátegui, «… la política del
partido unificado no siguió… un rumbo revolucionario. La unificación fue el
resultado de un compromiso entre las dos corrientes del socialismo francés. La
corriente colaboracionista renunció a una eventual intervención directa en el
gobierno de la Tercera República; pero no se dejó absorber por la corriente
clasista. Por el contrario, consiguió suavizar su antigua intransigencia.» (La escena contemporánea, p. 124). Por eso Lenin señaló: «La primera condición del verdadero
comunismo es romper con el oportunismo.» (Discursos
pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, p. 93).
[5]
Esta tarea exige una acotación. Después de la segunda guerra mundial, el
movimiento comunista internacional reconoció al revisionismo como el enemigo
principal en su seno (véanse las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960). A
pesar del tiempo transcurrido, este reconocimiento se mantiene vigente, pero la
necesidad de integrar la verdad universal del marxismo-leninismo con la
práctica concreta de la propia revolución, puede, en algunos casos, presentarse
de tal forma, que el dogmatismo aparezca como el enemigo principal en el seno
del partido, aunque, a escala mundial, el revisionismo siga siendo el enemigo
principal. Cada partido debe pues discernir esta cuestión.
24.02.2019.
La Lucha
Interna del Partido Proletario
(Primera
Parte)
Eduardo
Ibarra
ENTRE MAYO Y JUNIO del año próximo pasado, Miguel
Aragón publicó en la red los siguientes artículos: Mariátegui marxista convicto y confeso, Sobre Mariátegui, marxista convicto y confeso y Algo más sobre
Mariátegui marxista convicto y confeso.(1)
Pues bien, en el último de ellos, fechado el 7 de
junio, repitiendo una frase de Gustavo Pérez, escribió:
… la feroz e
implacable “lucha entre dos líneas”, que nos recuerdas en tu breve comentario,
no forma parte de la rica tradición del movimiento socialista.
Y agregó:
Si revisamos los cuatro primeros tomos de las Obras Escogidas de Mao Zedong, libros que abarcan su producción durante tres décadas (las décadas de 1920, 1930 y 1940) hasta el triunfo de la revolución china en 1949, podremos observar queMao Zedong nunca propuso ni utilizó ese equívoco estilo de “lucha entre dos líneas”. (negritas en el original).(2)
Estas afirmaciones exigen un análisis detallado y, para comenzar, es menester apuntar que, como es evidente, Aragón intenta descalificar el concepto de lucha entre las dos líneas.
También es necesario subrayar que la
lucha entre las dos líneas no es un «estilo», como cree nuestro articulista, sino la
lucha entre la línea marxista-leninista y las líneas que le son contrarias.
Por último, es preciso, asimismo, dejar
sentado que no es cierto que Mao no utilizó el concepto de lucha entre las dos
líneas. Nueve años después de haber sido elegido Secretario General del PCCH,
analizando la historia de la lucha interna de este partido, el jefe de la
revolución china escribió:
En nuestro estudio de las dos líneas dentro del Partido, es completamente necesario mostrar la existencia
y el papel nocivo de tales fracciones en nuestra historia. Pero sería
incorrecto pensar que esas fracciones, con sus mismos programas políticos y
formas de organización erróneos, continúan existiendo hoy, después de los
cambios producidos por las numerosas luchas internas del Partido: la Reunión de
Tsunyi, en enero de 1935; la VI Sesión Plenaria del Comité Central elegido en
el VI Congreso Nacional, celebrada en 1938; la sesión ampliada del Buró
Político, en septiembre de 1941; la campaña de rectificación en todo el
Partido, en 1942, y el estudio de las
luchas entre las dos líneas en la historia del Partido, iniciado en el
invierno de 1943. (Obras escogidas,
t. III, ELE, Pekín, 1972, pp. 165-66; cursivas mías).(3)
Por eso en el informe político ante el IX Congreso del
PCCH (1969), informe «redactado bajo la
dirección personal del Presidente Mao» (véase Documentos del Décimo Congreso Nacional del Partido Comunista de China,ELE,
Pekín, 1973, p.), se utilizó el concepto de la lucha entre las dos líneas.
Por eso también, en el Informe ante el X Congreso Nacional del
Partido Comunista de China (agosto de 1973), Zhou En-lai sostuvo:
A lo largo de medio
siglo nuestro Partido ha conocido diez importantes luchas entre las dos líneas.
(Ibídem; p. 16).
Por eso, finalmente, en el Informe sobre la revisión de los estatutos del partido, presentado
al X Congreso del PCCH, se dice lo siguiente:
Al librar una lucha,
debemos estudiar la teoría del Presidente Mao con respecto a la lucha entre las
dos líneas y aprender de su práctica. (Ibídem,
p. 52).
¿Cuál es, pues, la teoría de Mao sobre la lucha entre
las dos líneas? A mi modo de ver, esta teoría es la lucha en dos frentes.
La Lucha en
dos frentes
En su forma elemental, la lucha en dos frentes es la
lucha contra el racionalismo, base filosófica del dogmatismo, por un lado y,
por el otro, la lucha contra el empirismo, base filosófica del revisionismo.Esta lucha es permanente.
Ahora bien, si, dada la incidencia
de la lucha de clases en el seno del Partido, el racionalismo y el empirismo
devienen dogmatismo y revisionismo, respectivamente, entonces la lucha en dos
frentes se presenta como la lucha contra estas dos desviaciones.(4)
Sin embargo, como cualquiera puede
comprobarlo leyendo su artículo, Aragón silencia completamente la lucha contra
el revisionismo.(5)
La lucha
entre las dos líneas
Lenin habló de la «línea de Demócrito» y la «línea de Platón», como representativas del materialismo y
del idealismo, respectivamente, en la historia de la filosofía.
De esta verdad hay que destacar aquí
el concepto de línea. En el plano de la teoría, línea es la dirección o
tendencia que caracteriza un determinado pensamiento.
Precisamente el marxismo es una
línea de pensamiento (de pensamiento y de acción, para ser exactos).
Por eso, los partidos proletarios
tienen una línea ideológica, una línea teórica, una línea política y una línea
orgánica, que, en conjunto, hacen la línea del Partido.
Así, la lucha contra, digamos, el
dogmatismo y el revisionismo (lucha en dos frentes) aparece, por un lado, como
la lucha entre la línea marxista-leninista y la línea dogmática, y, por el
otro, como la lucha entre la línea marxista-leninista y la línea revisionista. Cada una de estas luchas es lo que se llama
lucha entre las dos líneas.
Por tanto, es claro que el concepto
de lucha entre las dos líneasestá
comprendido en el concepto de lucha en dos frentes, y se desprende
necesariamente de este concepto.
Obviamente, el partido proletario
tiene una sola línea aprobada por un congreso o algún otro evento, pero, por
cuanto la lucha de ideas en el Partido es el reflejo de la lucha de clases, la
aparición de una línea dogmática o revisionista significa que la línea
marxista-leninista es negada y, en tal circunstancia, en el Partido se dan de hecho dos líneas y la lucha entre ellas.
Esto es lo que enseña la experiencia nacional e internacional.(6)
Por otro lado, hay que diferenciar
la luchatemporal contra una forma
específica deracionalismo, empirismo,
dogmatismo o revisionismo, de la lucha permanente
contra estas desviaciones en general.(7)
Pero además, en la lucha en dos
frentes existe siempre una contradicción principal que resolver, un peligro
principal que vencer. Así por ejemplo, en el movimiento comunista internacional
la lucha contra la camarilla de Jruschov fue una lucha de la línea
marxista-leninista contra la línea revisionista, es decir, una lucha entre las
dos líneas; esta lucha era la contradicción principal en el movimiento
comunista internacional, y la lucha contra el dogmatismo la contradicción no
principal.
Ahora bien, por lo general, la lucha
contra una desviación oculta otra desviación. Así por ejemplo, en el movimiento
comunista internacional la lucha contra el revisionismo contemporáneo ocultó el
dogmatismo de Enver Hoxha, así como en el PCP la lucha contra el
liquidacionismo de derecha de Saturnino Paredes ocultó el liquidacionismo de «izquierda» de Ramón García.
En conclusión, la lucha en dos frentes
encierra dos luchas entre las dos líneas, y, por tanto, no pueden contraponerse estos dos conceptos.
Sin
embargo, como hemos visto, Aragón contrapone el concepto de lucha en dos
frentes al concepto de lucha entre las dos líneas.(8)
El culto a
los libros de los liquidadores
Los liquidadores, que se publicitan a sí mismos comoantidogmáticos,
prueban su culto a los libros, es decir, su dogmatismo: 1) al descalificar el
término revisionismo con el pretexto de que no aparece en los primeros cuatro
tomos de las Obras escogidas de Mao;
2) al negar la filiación marxista-leninista de Mariátegui y el PSP con la
excusa de que el término marxismo-leninismo «sólo se encuentra dos veces en la obra de
JCM»; 3) al levantar
–en este caso con un extremo retorcimiento– una declaración de Mariátegui sobre
su filiación doctrinal dirigida al público y devaluando o silenciando el
acuerdo del PSP de adoptar el marxismo-leninismo, es decir, sin interpretar la
aparente contradicción entre aquella declaración y este acuerdo, o sea,
escamoteando el acuerdo del PSP que, precisamente, da cuenta, en forma
incuestionable, de la filiación doctrinal de Mariátegui; 3) al querer invalidar
el término base de unidad partidaria porque, según se dice, no está en la
tradición marxista, es decir, en la literatura marxista; 4) al cuestionar el
concepto de lucha entre las dos líneas porque, según el cuestionador, no
aparece en los primeros cuatro tomos de las Obras
escogidas de Mao, etcétera.
En el caso de Aragón, este
dogmatismo presenta algunas notas particulares en punto al concepto de lucha
entre las dos líneas. Veamos.
Como se ha visto, nuestro
articulista dice que «Si
revisamos los cuatro primeros tomosde las Obras Escogidas de Mao Zedong…». Pero ocurre
que, como hemos visto, en estos tomossí se encuentra el término lucha entre las
dos líneas, por lo que su afirmación en el sentido contrario solo puede
entenderse como la intención de sorprender a los lectores o, en su defecto,
como que no revisó en realidad los aludidos tomos.
Supongamos que lo que ocurrió fue lo
segundo, vale decir, que Aragón procedió irresponsablemente.
En este caso, le aconsejo con un
verso de Julio Carmona: «Nunca
escribas sin leer».
Pero, en la medida en que el término
lucha entre las dos líneas se encuentra en los aludidos tomos de Mao, Aragón se
ha revelado como uno de esos «mediocres
comentaristas» de la literatura
maoísta, a los que él mismo alude en su artículo.(9)
En segundo
lugar, la afirmación de nuestro articulista según la cual el concepto de lucha
entre las dos líneas «no forma parte de la
rica tradición del movimiento socialista», revela una actitud contraria al marxismo.
En el artículo Reivindicación de Jorge Manrique, Mariátegui
escribió:
Con su poesía tiene
que ver la tradición, pero no los tradicionalistas. Porque la tradición es,
contra lo que desean los tradicionalistas, viva y móvil. La crean los que la
niegan, para renovarla y enriquecerla. La matan los que la quieren muerta y
fija, prolongación de un pasado en un presente sin fuerzas, para incorporar en
ella su espíritu y para meter en ella su sangre. (El artista y la época, pp. 129-30).
Y, en el artículo Heterodoxia de la tradición, agregó:
No hay que identificar a la tradición con los tradicionalistas. El tradicionalismo –no me refiero a la doctrina filosófica sino a una actitud política o sentimental que se resuelve invariablemente en mero conservantismo– es, en verdad, el mayor enemigo de la tradición. Porque se obstina interesadamente en definirla como un conjunto de reliquias inertes y símbolos extintos. Y en compendiarla en una receta escueta y única. (Peruanicemos al Perú, pp. 162-63).
La tradición del movimiento comunista (oportunistamente Aragón habla de movimiento socialista)(10), es una tradición viva y móvil, sencillamente porque el desarrollo del marxismo implica la creación de nuevas ideas, nuevas tesis, nuevas teorías, todo lo cual determina la aparición de nuevos términos, de nuevos conceptos. Así por ejemplo, en Marx, Engels, Lenin y Stalin, no se encuentra el término lucha entre las dos líneas; pero Mao acuñó este término a fin de expresar la contradicción antagónica en el Partido.
Y, como bien se sabe, con
toda justiciadicho término se ha consagradoen la literatura marxista.
Pero Aragón dice que
el término lucha entre las dos líneas no existe en los primeros cuatro tomos de
las Obras escogidas de Mao, y, con
este argumento –procedimiento dogmático copiado de García– intenta descalificar
el concepto acuñado por el gran dirigente proletario.
El trasfondo de la
afirmación de nuestro articulista es que, con ella, convierte la tradición
marxista en una tradición muerta y fija.
Y, al negar la vivacidad y la movilidad de la tradición marxista, Aragón se revela como enemigo
de la misma.
Por tanto, no es
tradicionista, sino tradicionalista; así pues, nuestro articulista ha revelado
su actitud conservadora con respecto a la tradición marxista.
Notas
[1] La repetición de la frase «Mariátegui marxista convicto y confeso» en los títulos de los tres artículos
expresa la obsesión de Aragón por negar lo innegable: la filiación
marxista-leninista de Mariátegui, probada por el acuerdo del PSP de adoptar el
marxismo-leninismo, acuerdo pisoteado por Ramón García con su kautskiano método
estadístico («Este
término sólo se encuentra dos veces en la obra de JCM»), y otra vez pisoteado por sus repetidores,
entre ellos Aragón. En varios artículos he
refutado el desaguisado liquidacionista, pero el lector puede ver especialmente
la nota 66 del capítulo I, el capítulo II y la nota 14 del capítulo VI de mi
libro El partido de masas y de ideas de
José Carlos Mariátegui. Aquí es necesario señalar únicamente lo que sigue: si
el motivode la falsificación de la
filiación marxista-leninista de Mariátegui es el hecho, conocido de todos, de
que los liquidadores han abjurado del marxismo-leninismo, el objetivo de esa misma falsificación es
utilizar a Mariátegui como coartada a fin de hacer aceptable dicha abjuración.
[2] Al abjurar del
marxismo-leninismo y adoptar un «marxismo» a secas, un «marxismo» antileninista, los liquidadores reniegan también el pensamiento de Stalin
y el pensamiento de Mao. ¿A qué viene, pues, la apelación de Aragón a la obra
de Mao a efecto de cuestionar el concepto de lucha entre las dos líneas? De
hecho, con esta apelación busca descalificar dicho concepto en el seno del
movimiento marxista. Por eso escribió alegremente en su artículo: «El llamado estilo de “lucha entre dos
líneas”, fue una desviación introducida… por el seudo
maoísmo criollo.» (negritas en el
original; elipsis mía).
[3] Ahora que está
demostrado que el concepto de lucha entre las dos líneas se encuentra en la
literatura maoísta, ¿será capaz Aragón de asumirlo? Teniendo en cuenta que ha
hecho suyos los adjetivos «feroz e implacable»para calificar dicho concepto,
nuestro articulista está en un verdadero aprieto, pues de nada le serviría
decir que él habló de «estilo» y no de concepto, por la sencilla razón de que en ninguna parte hizo el distingo, y,
esto demuestra que de hecho se refirió al concepto maoísta de lucha entre las
dos líneas. Si de estilo se trata, éste se limita a la manera con que las
personas aplican el mencionado concepto y nada más. Así pues, ¿reconocerá su
error nuestro articulista? ¿Hará a un lado su método sofístico, su culto a los
libros? O, en su defecto, ¿dirá que Mao era «feroz e implacable»? Veremos, veremos. Por lo demás, no hay que olvidar que las obras de Mao
publicadas son escogidas y no completas, por lo que es razonable suponer que,
durante el estudio iniciado por el PCCH en 1943, el jefe de la revolución china
se extendió sobre la cuestión de la lucha entre las dos líneas.
[4] Aragón dice: «El empirismo es la base
del reformismo y degenera en desviación de derecha; mientras que el racionalismo es
la base del aventurerismo y degenera en desviación de “izquierda”.» (negritas en el original). Como puede
ver el lector, nuestro articulista concibe la aparición deladesviación de derecha y
de la desviación de izquierda,como productos del propio movimiento del
entendimiento, sin que la lucha de clases ejerza alguna influencia en ello, es
decir, como simples derivas del extravío gnoseológico de algunos individuos.De
esta forma Aragóncae precisamente en racionalismo, contra el cual hace alarde
deluchar.Por otro lado, hay que preguntarle a nuestro inefable personaje: ¿el
reformismo no es una desviación de derecha?, ¿el aventurerismo no es una
desviación de izquierda? Pregunto, porque, como es claro, en su afirmación
citada el reformismo aparece como algo distinto a la desviación de derecha y el
aventurerismo como algo distinto a la desviación de izquierda.
[5] Aragón
habla de «oportunismo de derecha», y no de revisionismo. En el lenguaje marxista, ambos términos son
intercambiables; en cambio, en Aragón, quien, como es de conocimiento común,
niega la realidad del revisionismo, no se sabe exactamentequé significado tiene
el término oportunismo de derecha; en todo caso, debido ala anotada negación,
nuestro articulista no parece utilizar dicho término como sinónimo de
revisionismo.
[6] En el discurso Sobre la desviación derechista en el P.C.
(b) de la URSS, a propósito de la oposición de la oposición de Bujarin,
Tomski y Rykov, Stalin explicó la existencia de dos líneas en el Partido,
anotando al respecto: «… no tenemos una línea, sino dos: una, la línea del C.C., y otra, la
línea del grupo de Bujarin.»«Hay una línea, la línea del Partido, línea revolucionaria, leninista.
Pero, paralela a ella hay otra línea, la línea del grupo de Bujarin, que lucha
contra la primera… Esta segunda línea es una línea oportunista.» (Cuestiones del leninismo, recopilación,
ELE, Pekín, 1977, pp. 335 y 336). Como vemos, en las afirmaciones de Stalin
prácticamente está el concepto de lucha entre las dos líneas, aunque no esté
este término con todas sus letras. De la argumentación de Stalin viene pues el
término lucha entre las dos líneas, acuñado por Mao.
[7] En el prefacio a la
segunda edición de Contribución al
problema de la vivienda, Engels señaló: «Quien se
dedique con cierto detalle al estudio del socialismo moderno, debe también
conocer los “puntos de vista superados” del movimiento». Y añadió: «Y si… esta
orientación llega más tarde a tomar una forma más sólida y contornos más
precisos, deberá entonces volverse hacia sus predecesores para formular su
programa…» (Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, s/f, p. 8; elipsis mías).
Precisamente después de la segunda guerra mundial, el revisionismo tomó una forma más sólida y contornos más precisos,
apareciendo como revisionismo contemporáneo. El revisionismo contemporáneo y
sus epígonos son una realidad innegable y, por tanto, más que en los tiempos de
Engels, es necesario volver hacia sus predecesores, pues las ideas de los
revisionistas de ayer y de hoy constituyen una misma línea en el movimiento
obrero. Si los revisionistas contemporáneos, al mismo tiempo que fingían
desarrollar el marxismo, repetían viejas tesis de Bernstein, Kautsky y otros
elementos por el estilo, sus epígonos, que forman legión, repiten las viejas
posiciones del revisionismo contemporáneo: por ejemplo la negación de la
realidad del revisionismo, la negación de la restauración del capitalismo en la
URSS y otros países, la reivindicación del renegado Tito, la idea de que
Yugoeslavia nunca dejó de ser un país socialista, la idea de que marxistas y revisionistas
coexistan en un mismo partido, la negación del leninismo, etcétera, etcétera,
son –pongamos un ejemplo– expresiones de la servidumbre de García con respecto
al revisionismo, no solo contemporáneo, sino incluso al revisionismo de los «héroes» de la Segunda
Internacional. Así pues, la lucha contra el revisionismo en general es una
lucha permanente. Lo mismo puede decirse acerca de las ideas de los dogmáticos
de ayer y de hoy y de la lucha del marxismo-leninismo contra el dogmatismo. Por
lo expuesto, puede entenderse que Mariátegui, a más de luchar contra algunas
formas específicas de revisionismo, desarrolló también una lucha contra el
revisionismo en general: por esto, en el curso de la construcción del PSP, no
cayó en la negación del marxismo-leninismo (en lo que cayó Luciano Castillo),
ni en el conciliacionismo con el reformismo de los «oportunistas
habituales»(no convocados, por eso, a la fundación del PSP), ni en la concepción de
un partido con dos niveles orgánicos doctrinariamente disímiles entre sí (en lo
que cayeron, aunque circunstancialmente, Julio Portocarrero y Hugo Pesce). Al
mismo tiempo, Mariátegui luchó también contra algunas formas específicas de
dogmatismo (César Falcón, Ravines, Tercera Internacional), y, a la par, contra
el dogmatismo en general; por esto pudo integrar la verdad universal del
marxismo-leninismo con la práctica concreta de la revolución peruana,
orientación cardinal del Socialismo Peruano. En consecuencia, puede decirse que
el revisionismo y el dogmatismo son las líneas contra las cuales la línea
marxista-leninista debe luchar permanentemente a fin deevitar que el Partido
caiga en alguna de aquellas líneas en los planos ideológico, teórico, político
y orgánico. Sin embargo, como se ha podido ver, Aragón, mientras por un lado
confunde la lucha de Mariátegui contra una forma específica de dogmatismo con
la lucha contra el dogmatismo en general, por el otro, en su argumentación no
existe la lucha contra el revisionismo (no obstante la concesión que le hace al
término –en la medida en que no le era imposible silenciarlo– en su alusión al
libro Defensa del marxismo, pero,
como está claro, reduciendo el alcance del contenido anti-revisionista de este
libro fundamental de Mariátegui, como
veremos más adelante.
[8] Esta contraposición solo
puede explicarse por la incapacidad de Aragón de comprender la relación entre
la lucha en dos frentes y la lucha entre las dos líneas.
[9] En efecto, Aragón,
dirigiéndose a su congénere ideológico Gustavo Pérez (hecho por el cual uno no
puede terminar de saber si su texto es un artículo o una carta), escribió: «Te recomiendo volver a leer las obras
fundamentales de Mao Zedong, revisando sus textos originales, y no las opiniones de sus mediocres
comentaristas» (cursivas mías). Por
eso sostengo que uno de esos «mediocres
comentaristas» es, precisamente, el
propio Aragón, quien ha revelado esta
condición suya no solo en su afirmación de que en los mencionados tomos de Mao
no aparece el concepto de la lucha entre las dos líneas, sino también en el
hecho de que, servilmente, repite el argumento de García según el cual en tales
tomos no se encuentra el término revisionismo, demostrando así que, en su
momento,no fue capaz de darse cuenta de que, en cambio, sí aparece el concepto
de revisionismo, como tuve oportunidad de demostrar en algunos artículos (véase
especialmente Nuevas mentiras de Aragón y
mucho más que eso, publicado en el blog CREACIÓN HEROICA).
[10] Cualquier marxista
podría hablar de movimiento socialista, si con este término se refiere al
movimiento comunista; sin embargo, dadas las condiciones, hay que reconocer que
aquel término deja mucho margen a la confusión, por lo que su uso es inadecuado.
Pero Aragón utiliza el término movimiento socialista para referirse a un
revoltijo de marxistas y revisionistas; en esto reside el carácter oportunista
que tiene en sus labios dicho término.
22.02.2019.