Macrì. Orígenes e Instalación de una Dictadura Mafiosa.
(Segunda Parte)
Jorge Beinstein
Capítulo 2
En torno del concepto de dictadura mafiosa (Septiembre
de 2017)
La
utilización del concepto de dictadura
mafiosa busca diferenciarse de conceptualizaciones más convencionales y el
hecho de que se refiere hoy en Argentina a un fenómeno en formación, inestable,
que aún no ha llegado a su realización completa y con un futuro incierto, hace
difícil su instalación incluso en los ambientes más politizados. Empiezo por
señalar que no es la dictadura mafiosa.
No
se trata de una tentativa de control totalitario de la sociedad al estilo de
los regímenes fascistas clásicos, tampoco se trata de una dictadura militar
como las que han atravesado la historia latinoamericana y de otras regiones de
la periferia, ni de una dictadura oligárquica con imagen civil donde una
pequeña élite basada en un área central de la economía real controlaba el
aparato del Estado adaptándolo a sus necesidades como fue el régimen
oligárquico argentino fundado en la propiedad terrateniente (aunque con
intereses diversificados hacia otras áreas como el comercio y las finanzas).
Todos esos sistemas formaron parte del mundo económico e ideológico del siglo
XX y en algunos casos emergieron desde las últimas décadas del siglo XIX,
fueron algunas veces las componentes subdesarrolladas de la modernidad
capitalista en expansión global y en otras, tentativas de recomposición, de
superación dictatorial de sus crisis. Ahora transitamos las primeras décadas del
siglo XXI en plena decadencia general de la civilización burguesa donde la
financierización y otras formas parasitarias han establecido su hegemonía.
Es
precisamente el carácter parasitario-depredador lo que la distingue de otras
experiencias dictatoriales y es su intento por concentrar en una pequeña
camarilla la totalidad del poder lo que establece el punto de encuentro entre
todas ellas.
Cuando
profundizamos el caso argentino constatamos que la tentativa macrista incluye
herencias, restos más o menos explicitados del pasado, junto a novedades
(dominantes) que marcan su originalidad. Hereda nostalgias oligárquicas
presentes en todos los golpes militares referidas al viejo orden conservador
centrado en la economía agroexportadora apoyada en una jerarquía social
elitista, “abierta al mundo” como satélite colonial. En ese sentido comparte
las ilusiones de las aventuras militares, desde 1930 a 1976, empecinadas en
someter de manera definitiva a las mayorías populares, antes con el poder de
las armas y ahora con los poderes mediático y judicial, complementado con dosis
crecientes de violencia física. También alberga componentes fascistas
descongeladas o renovadas que a veces saltan la barrera de la discreción a
través de alguna declaración “desafortunada” o “mal interpretada” de un
funcionario desprolijo o de un comunicador demasiado suelto de lengua. Las
antiguas latencias gorilas se combinan con intentos tortuosos de suavización de
la imagen criminal de la última dictadura militar y de redemonización de sus
víctimas, especialmente de quienes la enfrentaron. En este último caso la cosa
va más allá de la reconstrucción cultural reaccionaria, de la legitimación de
un pasado tenebroso y aparece formando parte del intento de recomposición de lo
que fue la pata civil de la dictadura
de 1976, instalando condiciones psicológicas y cambios en los dispositivos
represivos que permitirían poner nuevamente en escena a la pata militar ante las previsibles resistencias de los de abajo.
La
contrarrevolución macrista nutre su comportamiento desde todas esas fuentes del
pasado, subsuelo ideológico de su base social, pero introduce novedades a tono
con el contexto global que sobredeterminan su funcionamiento y que expresan de
manera clara el nivel al que ha llegado la clase dominante argentina resultado
de un prolongado proceso degenerativo.
La
reproducción del capitalismo argentino fue incorporando de manera creciente
elementos parasitarios desplazando desarrollos productivos, desde la
especulación financiera y comercial hasta llegar a un amplio espectro de
actividades ilegales donde se mezclan el contrabando, estafas de todo tipo,
narconegocios, etc. En la cumbre del sistema la reproducción productiva quedó
subordinada a la reproducción parasitaria.
Los Macri
El
apellido Macri, su localización en Argentina, su origen y extensiones en Italia
ilustran bien, tanto la mutación globalista de las redes mafiosas
tradicionales, como la transformación mafiosa de la alta burguesía argentina
coincidente con fenómenos similares a escala global. Ese apellido hunde sus
raíces en Calabria, algunos biógrafos señalan que se trata de una familia que
en el siglo XIX se destacaba como propietaria terrateniente de la región con lo
que tal vez intentan adornarla con un cierto pasado aristocrático. En realidad como es bien sabido las estructuras
mafiosas no solo de Calabria, sino también de Sicilia y otras zonas de Italia
se originaron precisamente en grupos terratenientes tradicionales que buscaban
preservar su poder ante la irrupción del estado moderno. El abuelo Giorgio
Macrì hizo buenos negocios en Italia vinculados al poder fascista en el sector
de la construcción pero después de 1945 con la derrota de sus protectores debió
emigrar, se instaló en Argentina y su primogénito Franco desplegó una fulgurante
(y sospechosa) carrera empresaria fundada también en negocios en el sector de
la construcción rápidamente diversificados y casi siempre enredados en la
corrupción estatal. Durante la última dictadura militar dio el gran salto que
lo ubicó en el más alto nivel del poder económico argentino: el grupo Macri
poseía formalmente 7 empresas en 1976 y 47 en 19835. En esa época aparecen
relaciones tanto de él como de su hermano Antonio con la logia mafiosa italiana
P2 que había asociado a varias estructuras criminales de Italia (provenientes
de la Cosa Nostra siciliana, la ‘Ndrangheta calabresa, etc.) en estrecha
relación con el aparato de inteligencia de los Estados Unidos (eran los tiempos
de la Guerra Fría)(6).
El
nombre “Antonio” recorre buena parte
de la historia familiar -que en ciertos casos está misteriosamente atravesada
por espacios en blanco-, recordemos entre otros a Antonio, hermano de Franco, a
Antonia hija de Mauricio o a Antonio hijo de su primo Jorge, etc. Curiosamente
el nombre Antonio se reitera sistemáticamente a lo largo del árbol genealógico
familiar. Aunque si buscamos a “Antonio Macri” en Wikipedia en inglés(7)
encontraremos la historia de aquel nacido en Siderno, Calabria en 1902 a solo
24 kilómetros de la ciudad de Polistena donde nació el abuelo Giorgio (en
1898). Antonio se hizo más adelante célebre como Zzi'ntoni, el capobastone
o jefe mafioso más importante de Calabria. En su biografía figura como el gran
modernizador de las prácticas mafiosas calabresas al introducir al tráfico de
drogas como actividad central lo que le permitió a esa red, más conocida como
‘Ndrangheta, convertirse rápidamente en la principal estructura mafiosa
italiana(8). Se trata del tráfico de cocaína y de la conexión Calabria-Colombia
de la que Zzi’ntoni Macri fue un
arquitecto decisivo. Lo que nos lleva inevitablemente al apellido Mancuso,
entre otros a Salvador o Salvatore Mancuso (italo-colombiano) líder de los
paramilitares colombianos cuya relación con la DEA en especial y más en general
con las fuerzas de intervención estadounidenses en Colombia está fuera de duda.
Era considerado en la década pasada como “el
más importante aliado de la mafia calabresa”(9). Pero el apellido Mancuso
figura también en Argentina(10) en el centro de las actividades de la ‘Ndrangheta
local.
Queda
abierta la investigación acerca de las relaciones de parentesco entre Antonio (Zzi'ntoni) y Giorgio Macrì así como de las posibles redes comunes de negocios en
los que ambos y sus descendientes estarían o no involucrados. Como sabemos, en
estos casos se trata de posibles lazos difíciles de detectar, de trayectorias
que llevan a cualquier lugar desviadas por pistas falsas o embrolladas en
espacios clandestinos.
Las
relaciones entre las mafias y el aparato de inteligencia norteamericano y sus
prolongaciones latinoamericanas están plagadas de accidentes, cooperaciones
estrechas, traiciones, golpes bajos, protecciones y desprotecciones. A
comienzos de Junio de 2017 Vicenzo Macri, con pedido de detención de Interpol,
era capturado en Brasil, según la información periodística “Macri pertenece a la familia mafiosa de la 'Ndrangheta que opera en
Siderno, Calabria, es descendiente del antiguo jefe de la familia Antonio
Macri, conocido como el "Boss de los dos mundos" señalado por los
fiscales italianos como la "prueba
viviente de la omnipotencia del crimen organizado”...”(11).
Retornando
a la Argentina este entrecruzamiento transnacionalizado entre narconegocios y
otros negocios ilegales, legales y semilegales ha ido conformando una esfera
“empresaria” depredadora que otorga una identidad definida al lumpencapitalismo
local. Hacia 2007 un experto en el tema entrevistado por Clarín pronosticaba
que "en una o dos décadas como
máximo, las actividades centrales de la mafia calabresa en la Argentina no
tendrán más centro en el tráfico de cocaína. Serán los negocios legales, fruto
de la extraordinaria acumulación de capitales de origen criminal, los que les
brindarán beneficios enormes"(12). Corresponde agregar que, como lo
está demostrando la realidad argentina, esos “negocios legales” están casi
siempre impregnados de componentes gangsteriles donde pululan políticos,
comunicadores, jueces y otros funcionarios públicos.
Mafia del Siglo XXI, capitalismo del Siglo XXI
El
caso Macri constituye un buen ejemplo local de un fenómeno global que marca al
capitalismo del siglo XXI cuyos orígenes se remontan a las últimas décadas del
siglo XX cuando la pérdida de dinamismo de la esfera productiva engendró un
proceso de financierización (en el centro de un ascenso parasitario mucho más
amplio) que devino hegemónico.
Podríamos
describir un recorrido histórico en la cumbre del sistema mundial que parte de
la desviación de fondos originados en la esfera productiva (con rentabilidad
decreciente) hacia las operaciones financieras “clásicas” (compra de títulos
públicos, de acciones, etc.) y de allí (a medida que estas últimas eran
saturadas), hacia formas de especulación cada vez más veloces y enmarañadas
(productos financiaros derivados, etc.) para finalmente desembocar en los
negocios ilegales, los saqueos, etc. (desde el desmantelamiento de empresas
públicas periféricas hasta el narcotráfico, las empresas de seguridad y las
contrataciones masivas de mercenarios)(13). De Trump a Macri pasando por
Berlusconi y Porochenko señalan la
culminación del proceso que arranca en el capitalismo clásico y sus muletas
keynesianas para llegar al capitalismo mafioso global.
Ingresando
a esa corriente se hace visible el camino que va desde la mafia tradicional al
capitalismo parasitario global, así como el gran capital y sus apéndices
estatales devienen mafiosos, la viejas mafias con mayor ímpetu empresario
encontraron en el capitalismo decadente el caldo de cultivo para su expansión
global. Finalmente unos y otros, capitalistas criminales y criminales mafiosos
transitando por el nivel más alto de los negocios globales terminan
confundiéndose en las redes burguesas dominantes.
La reproducción dictatorial del poder mafioso
No
se trata aquí de desarrollar la hipótesis de que la ‘Ndrangheta made in
Calabria haya tomado el poder en Argentina sino de que una articulación mafiosa
de la alta burguesía local globalizada se ha hecho cargo del gobierno y que la
lógica de su permanencia dominante la impulsa hacia el establecimiento de un régimen
dictatorial. Esto incluye a las componentes mafiosas tradicionales-modernizadas
instaladas en Argentina pero va mucho más allá de las mismas y abarca a un
complejo proceso de decadencia sistémica que desde el quiebre golpista de 1955
fue convirtiendo gradualmente a la rapiña en el centro de las ganancias del
alto capitalismo local. Dicho proceso, matizado con algunos relámpagos de
desarrollo productivo que no cambiaron la tendencia dominante, debilitó
sensiblemente el crecimiento económico general lo que incentivó los apetitos
depredadores de la élite dirigente lo que a su vez desordenó y pudrió cada vez
más, no solo al tejido económico sino también a la estructura estatal. Todo
ello acompañado por cambios decisivos en la cultura de las clases superiores,
en sus comportamientos. La subcultura (barbarie) del depredador, del
especulador improductivo se fue apropiando del cerebro del burgués de alto
rango con propagaciones caóticas hacia abajo. La alta burguesía rural,
industrial, comercial o financiera (en numerosos casos todas esas componentes
se combinan en un solo grupo o persona) se fue convirtiendo en lumpenburguesía,
en un avispero de bandidos sin ley, sumergidos en una loca fuga hacia adelante.
Durante un largo recorrido temporal (desde el fin de la dictadura en 1983) esa
élite coexistió con las formas “democráticas” vigentes mientras avanzaba en su
transformación-degradación, se demostró muy eficaz para presionar gobiernos o
cuando fue necesario bloquear decisiones adversas de los mismos.
A
esta altura de la reflexión se hace necesario vincular la aceleración de la
mutación lumpenbuguersa de la cúpula del capitalismo argentino durante los tres
primeros lustros del siglo XXI con la
internacionalización de sus negocios que pasaron a formar parte de la acelerada
degeneración del capitalismo occidental. Asociando también a la euforia
neofascista de capas medias y altas argentinas con fenómenos similares en
América Latina pero también en Europa y Estados Unidos.
En
casos latinoamericanos como los de Brasil y Argentina, entre otros, es
imprescindible contraponer durante los períodos progresistas, a la histeria
reaccionaria clasemediera con la mejora de su situación material que acentuó su
tentativa de diferenciación respecto de las clases bajas destilando odio contra
ellas y sus protectores gubernamentales. La prosperidad progresista-burguesa en
una sociedad que no superaba de manera radical la fragmentación heredada de la
etapa anterior (neoliberal) no volcó a las clases medias hacia el progresismo
sino hacia la derecha. Alentadas por los medios de comunicación engendraron
delirios racistas, reclamos de re-marginalización de los pobres, de represión
al desorden creativo de los jóvenes, asimilando redistribución de ingresos
hacia abajo y corrupción, conformando una suerte de masoquismo histórico
caracterizado por su adhesión a las banderas políticas de las élites
depredadoras que tarde o temprano las iban a esquilmar.
Así
fue como la acumulación de poder por parte de la alta lumpenburguesía le
permitió asumir “legalmente” el gobierno en diciembre de 2015 aprovechando la
convergencia entre las debilidades del kirchnerismo acorralado por el
agotamiento de su keynesianismo light y la fascistización de los sectores
sociales ya mencionados. Ya en el gobierno sus saqueos iniciales causaron
recesión, la torta económica se achicó lo que la impulsa a realizar nuevas
depredaciones, la inevitable interacción entre depredación y recesión (o
estancamiento o crecimientos anémicos) debería entrar tarde o temprano en contradicción
con las normas constitucionales existentes abriéndose el horizonte probable de
un régimen dictatorial novedoso que combinaría inestabilidad y autoritarismo.
Una
primera característica importante del proceso en curso (su posible culminación
dictatorial) es que a diferencia de las dictaduras anteriores cargadas de
ideologías (liberalismo oligárquico, conservadorismo fascista, etc.) el poder
mafioso desborda pragmatismo, asume perfiles preideológicos, culturalmente
confusos, primitivos. La explicación “estructural” de esa barbarie se encuentra
en la dinámica inmediatista de sus negocios (financieros y turbios en general)
donde el largo o mediano plazo no existe, el futuro aparece como una fina capa
pegada a un presente vertiginoso. El burgués mafioso argentino del siglo XXI se
distingue del viejo mafioso clásico europeo que parasitaba sobre actividades
más o menos estables (extorsión a comerciantes e industriales, prostitución,
etc.) y del burgués tradicional (agrario, industrial, etc.), su cerebro funciona
aprisionado por la vorágine de los negocios rápidos, sin localización durable,
burlando permanentemente las normas. No tiene un alma conservadora, amante del
orden (el “orden” pasa a ser un instrumento pasajero) sino un espíritu hundido
en el nihilismo, se presenta con ideologías reaccionarias tradicionales en un
segundo plano (nostalgias residuales) superadas por un voluntarismo saqueador
solo interesado en devorar lo existente. La reproducción ampliada negativa de
fuerzas productivas que provoca su dominación lo incita a saquear y saquear, no
se trata entonces de neoliberalismo sino de draculismo.
Una
segunda característica del poder mafioso es que, más allá de sus discursos
acerca de la necesidad de un “cambio cultural” de signo reaccionario, no tiene
ilusiones totalitarias, no aspira a reformatear el pensamiento de todos los
argentinos, desde el humilde obrero o marginal hasta el más encumbrado burgués,
tomando como paradigma al conservador rutinario o al conquistador despiadado
miembro de una “raza superior”, etc. Eso le da una apariencia liberal pero por
debajo de esa máscara se esconde el depredador solo interesado en anular,
bloquear o desviar las resistencias de sus víctimas. Su control de los medios
de comunicación no le sirve para adoctrinar al pueblo sino para caotizarlo,
para convertirlo en una masa de seres disociados, entretenidos en estupideces,
hundidos en una pesadilla donde rige la ley de la selva.
La
tercera característica es que esta vez no parece ser necesaria la asunción
formal de la suma del poder público, todo indica que el régimen mafioso podría
afirmarse dictatorialmente de manera informal sin necesidad de disolver el
parlamento ni de intervenir al poder judicial ni de establecer de manera
explícita la censura gubernamental de prensa. La camarilla mafiosa ya dispone
de un Poder Judicial mayoritariamente controlado, las redes de corrupción han
ido pudriendo esa estructura y solo harían falta algunas defenestraciones (que
podrían ser obtenidas mediante mecanismos legales más o menos distorsionados),
tampoco aparece como necesaria la censura de prensa, el sistema mediático se
encuentra actualmente en su casi totalidad en manos de la mafia, solo restan
algunas disidencias que podrían en el futuro ser ahogadas “legalmente”; tampoco
parece por el momento necesario disolver el parlamento, Macri pudo imponer sus
leyes extorsionando parlamentarios a partir de sus pasados turbios o bien a
través del soborno. Además la dictadura podría, a partir de algunos retoques
como la imposición del voto electrónico y/u otros mecanismos, liberarse del
fantasma de la soberanía popular. Como lo demuestra una densa experiencia
internacional la fachada democrática puede ser preservada, el sistema de
elecciones “libres” (fraude mediante) puede seguir existiendo sin que la mafia
corra el menor riesgo.
La
frutilla del postre sería el despliegue de mecanismos propios de la Guerra de
Cuarta Generación, de violencia prolijamente desprolija con judicializaciones
de la protesta social y asesinatos selectivos mezclados con narcocrímenes y
delitos comunes de todo tipo en parte como una suerte de mexicanización aunque
seguramente con innovaciones autóctonas.
Finalmente
una cuarta característica es que su fuerza radica en la disgregación social, no
pretende ordenar jerárquicamente a la sociedad en torno de una estructura
productiva esclavizante sino establecer una dualidad caótica: por un lado la
élite y sus prolongaciones hacia las capas medias y obreras en contracción
manteniéndose a flote en medio de las turbulencias cotidianas y por otro lado
la masa sumergida desestructurada, sin identidad, imaginada como residuo social.
El
poder mafioso ha sido engendrado por la decadencia del capitalismo argentino
(estructural, cultural), emerge como un parásito no como un impulsor y
beneficiario del desarrollo de las fuerzas productivas; su dominación se
expande al ritmo de la decadencia general, en ese sentido queda planteado el
antagonismo histórico entre el crecimiento de esa fuerza tanática y las
resistencias y ofensivas sociales desde los sumergidos y los que se están
hundiendo, tendientes a regenerar (preservar y construir) identidades
colectivas solidarias. Antagonismo que se resuelve teóricamente mediante el
enfrentamiento entre dos tendencias destructivas: la del parásito mafioso
devorando todo lo que encuentra a su paso (destrucción pura), marchando hacia
el sometimiento colonial completo y la de las masas populares que al ir
destruyendo al parásito estarían construyendo cultura superadora. La victoria
del parásito no es otra cosa que la muerte de Argentina como sociedad
civilizada, la muerte del parásito abre la posibilidad del renacimiento
nacional. La revolución (popular, nacional, democrática, social) y la
contrarrevolución (mafiosa, elitista, colonial) se presentan como polos de
atracción del devenir, como alternativas posibles extremas, como tendencias
pesadas contrapuestas no confesadas y en ciertos casos ni siquiera imaginadas
por sus potenciales protagonistas. Ninguno de ambos atractores está
inexorablemente destinado a imponerse de manera definitiva, el proceso
histórico puede oscilar entre ellos durante mucho tiempo describiendo un empate
hegemónico siniestro donde las víctimas no consiguen eliminar al verdugo y este
último no logra aplastar de manera durable a los de abajo. En el primer caso
nos encontraríamos ante un bloqueo cultural que no puede ser superado y que
sujeta al pueblo dentro de los límites del sistema, en el segundo caso el proceso destructivo desatado por el poder
engendra turbulencias (sociales, económicas, políticas) que le impiden
consolidarse, todo ello inmerso en un proceso de reproducción ampliada de la
podredumbre elitista.
Capítulo 3
Argentina en contrarrevolución accidentada
Este
texto fue difundido en la web desde abril de 2017 con el título “Argentina en
contrarrevolución (accidentada). La tentativa de construcción de una dictadura
mafiosa”,
http://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_Argentinaencotrarrevolucion_ab.pdf
La
hipótesis de que Argentina se encuentra actualmente sumergida en un proceso de
tipo contrarrevolucionario puede parecer exagerada, no tendría sentido hablar
de contrarrevolución cuando no había en 2015 ninguna amenaza revolucionaria
sino una experiencia que desde el punto de vista económico podría ser
caracterizada como keynesianismo light extremadamente sensible a las presiones
del establishment y asociada a un paquete político-cultural igualmente
moderado, que, aunque entre otros temas reivindicaba a la militancia
revolucionaria de los años 1960 y 1970, lo hacía borrando su programa y sus
formas de lucha, reduciéndola a la imagen herbívora de una generación
“idealista” que “quería cambiar el mundo”.
Eso y un poco más (sobre todo una gradual transferencia de ingresos hacia las
clases bajas) bastaron a las élites dominantes para alzar la bandera del
combate contra el “populismo” y arrastrar a grandes sectores de la capas
medias.
No
todas la contrarrevoluciones han sido generadas por situaciones o peligros
revolucionarios, en ciertos casos se trataba de procesos que buscaban liquidar
reformas o bloqueos que impedían la ofensiva elitista. Si nos atenemos a la
experiencia histórica esa moderación del adversario constituye una condición
importante para la irrupción de avalanchas reaccionarias. Ignazio Silone se
refirió al ascenso del fascismo italiano como “la victoria de una contrarrevolución enfrentada a una revolución
inexistente”(14), ausencia que incentivó la agresividad fascista segura de
su impunidad.
De 1955 a 1976
Podríamos
ubicar en 1955 a la primera tentativa contrarrevolucionaria(15); el objetivo de
sus protagonistas locales era el retorno a la vieja sociedad oligárquica de
comienzos del siglo XX. El intento fracasó pese a las represiones y
proscripciones desbordado por el nuevo país con sus sindicatos obreros, sus
industrias y sus nuevas clases medias. Aunque no fracasó del todo ya que inició
un complejo proceso de sometimiento a los Estados Unidos, de
extranjerización industrial y
financiera, de concentración de ingresos, de reconversión policial de las
Fuerzas Armadas. El mismo despertó resistencias populares que se fueron
extendiendo y radicalizando hasta llegar a disputar el poder hacia comienzos de
los años 1970. Su cuerpo político era el
peronismo que como lo señalara Cooke se había convertido en “el hecho maldito del país burgués”
bloqueando su estabilización. Los círculos dirigentes no podían consolidar su
predominio mientras que las fuerzas populares no conseguían derrocarlos, es lo
que Portantiero definió como empate hegemónico. No se trató de un tira y afloje
con resultado cero, ese pantano cubierto por una densa capa de podredumbre
política engendró gérmenes, primeros desarrollos y articulaciones de un abanico
social parasitario que se fue adueñando de los circuitos económicos e
institucionales del país interrelacionado con la expansión imperial de los
Estados Unidos.
La
dictadura instalada en 1976 marcó el salto cualitativo del proceso degenerativo
del sistema, la acumulación de cambios perversos se convirtió en victoria del
capitalismo gangsteril donde convergían viejos oligarcas reconvertidos y
burgueses advenedizos, militares, propietarios rurales y de grandes medios de
comunicación, contratistas del estado, industriales, banqueros y comerciantes,
masa difusa atravesada por la integración de la cultura de la especulación
financiera y de los negocios rápidos en general con prácticas criminales a gran
escala.
Más
allá de su final político grotesco, la contrarrevolución de 1976 implantó
cambios duraderos ya que a partir de ella, la clase dominante transformada en
lumpenburguesía dejó definitivamente atrás sus componentes
industrialistas-nacionales (poco serias) u oligárquicas-aristocráticas (con
turbios pasados no muy lejanos). También obtuvo otros éxitos no menos
significativos como la consolidación en los espacios políticos, judiciales,
sindicales y comunicacionales de redes mafiosas que pasaron a ser el elenco
central del sistema, sobre todo al hundir en el pasado a los desafíos revolucionarios
de los años 1960-1970.
De
todos modos no consolidó estructuras estables de dominación, la dinámica
cortoplacista y transnacionalizada fue llevando al sistema hacia el desastre de
2001 que aparentó sellar su agotamiento histórico aunque en realidad solo se
trató del repliegue táctico de élites aturdidas y algo asustadas por el
derrumbe a la espera de tiempos mejores.
La
era Menem, había marcado en los años 1990 el auge ideológico de ese ciclo,
coincidió con los fenómenos globales de financierización y unipolaridad
estadounidense y dejó entre sus varias herencias a una derecha peronista
política y sindical que venía de antes pero que pasó a formar parte del
instrumental operativo normal de los círculos dominantes.
De 2001 a 2015
La
degradación de los años 2000 y 2001 no derivó en una nueva contrarrevolución,
las clases dirigentes deterioradas fueron incapaces de superar por derecha su
propia crisis, no pudieron aglutinar a sus núcleos centrales imponiendo un
régimen durable de penuria generalizada para las clases bajas y la posibilidad
de agrupar a las capas medias como furgón de cola fue quebrada por el desenlace
económico catastrófico de fines de 2001. Entonces se produjo una situación que
al parecer reproducía la de los años del “empate hegemónico” aunque en realidad
se trataba de otra cosa: un pantano sin alternativas, sin banderas a la vista,
donde la clase dominante no podía mostrar las suyas y las clases populares
carecían de ellas.
El
resultado fue la irrupción en 2003 de un híbrido progresista que fue avanzando
en el espacio de “lo posible”, la
mejoras de los precios internacionales de las materias primas, la expansión del
mercado de Brasil y otros beneficios externos fueron combinados con estrategias
de ampliación prudente del mercado interno. Aumentaron los salarios reales
recuperando los niveles de mediados de los años 1990 pero por debajo de los de
mediados de los 1980 inferiores a su vez de los de mediados de los 1970. Se
redujo la desocupación, se duplicó el número de jubilados (y se renacionalizó
el sistema jubilatorio) pero quedaron intactos los intereses de los grupos
parasitarios dominantes.
La
experiencia alcanzó su techo cuando comenzó el desinfle de los precios
internacionales de las materias primas mientras la expansión indolora del
mercado interno tocaba los límites del sistema. Se agotó la ampliación de ese
mercado apelando al achicamiento del desempleo con salarios reales en alza
moderada, el paso siguiente necesario habría sido distribuir ingresos hacia las
clases bajas a gran escala acelerando las subas salariales, lo que requería
establecer un fuerte control público del comercio interior (bloqueando las
corridas inflacionarias), del comercio exterior y del mercado de divisas (para
liberar a la economía del chantaje de los exportadores concentrados) y del
sistema bancario (para reducir costos financieros). Pero eso no se podía hacer
sin el quiebre del poder de bloqueo de las mafias cuyos instrumentos mediáticos
y judiciales cumplen un rol decisivo. Dicho de otra manera para que la economía
siguiera creciendo era necesario ir más allá de los límites concretos del país
burgués-mafioso desplegando una revolución popular democratizadora del conjunto
de las relaciones sociales, objetivo inexistente en el imaginario de aquel
gobierno. Los argumentos básicos del kirchnerismo eran que esa ofensiva no solo
no era necesaria sino que además resultaba suicida dado el enorme poder de la
derecha, o bien que no existía el respaldo popular necesario para dicha
aventura. Claro, el respaldo no aparecía porque no era incentivado mediante
grandes medidas sociales (salariales, crediticias, etc.). Así fue como la
dinámica astuta de “lo-posible” se convirtió en el camino hacia la derrota, el
híbrido pudo reinar durante doce años gracias al repliegue inicial de las
élites dirigentes, pero su reinado posibilitó la recomposición de esas élites,
su redespliegue económico, mediático, político y judicial, orquestando un
enorme tsunami reaccionario.
La contrarrevolución
Con
la llegada de Macri a la presidencia se desencadenó un fenómeno que combina
aspectos propios de una restauración conservadora y sus brotes neofascistas,
con otros que expresan una desaforada fuga saqueadora hacia adelante.
Nostalgias de los tiempos de la dictadura militar y del menemismo más algunas
pequeñas dosis desteñidas de viejo aristocratismo oligárquico unidas al ímpetu
del saqueador completamente desinteresado de esas u otras nostalgias a lo que
se agrega el desprecio hacia los pobres, todo ello atravesado por componentes
de barbarie altamente destructivas.
Observemos
en primer lugar el comportamiento del sujeto del desastre, reiteración ampliada
y radicalizada del espectro lumpenburgués de los años 1990, donde se presentan
personajes de configuración variable inmersos en complejas tramas de
operaciones que van desde actividades industriales mezcladas con embrollados
negocios de exportación e importación, hasta turbios contratos de obras
públicas, ganando mucho dinero con la compra-venta de jugadores de fútbol
vinculada el blanqueo global de fondos provenientes del narcotráfico,
concretando emprendimientos agrícolas, subas desaforadas de precios,
contrabandos, manipulaciones financieras, estafas al Estado y manejos de
multimedios. Mundo tenebroso protegido por redes mediáticas y judiciales,
reducida lumpenburguesía transnacionalizada, rodeada por un círculo más
extendido de aspirantes a la cumbre donde se revuelcan jueces, políticos,
burócratas sindicales, periodistas y comerciantes audaces, ejerciendo su
influencia sobre grandes masas fluctuantes de clase media.
Es
posible visualizar a la cima de la clase dominante argentina como a una suerte
de articulación mafiosa inestable que puede en ciertas coyunturas unir fuerzas
en torno de una ofensiva saqueadora pero que más adelante aparece sumergida en
interminables disputas internas acosada por las consecuencias sociales y
económicas de sus saqueos y por un contexto global de crisis.
Dos
personajes sintetizan el recorrido histórico de esa clase desde sus lejanos
orígenes en la colonia hasta hoy: José Alfredo Martínez de Hoz y Maurizio
Macrì.
La
familia Martínez de Hoz se instaló en Buenos Aires hacia fines del siglo XVIII
y amasó una primera fortuna con el contrabando y el tráfico de esclavos,
convertida luego en gran propietaria terrateniente (exterminio de pueblos
originarios mediante) en 1866 el descendiente José Toribio Martínez de Hoz
fundó en su casa la Sociedad Rural Argentina, bastión de la oligarquía, mucho
tiempo después José Alfredo Martínez de Hoz encabezando negocios legales e
ilegales muy diversificados fue en 1976 el cerebro civil de la dictadura
militar dándole cobertura institucional a los negocios parasitarios dominantes
como el dictado de la Ley de entidades
financieras vigente hasta la actualidad. Los Martínez de Hoz representan el
ciclo completo que va desde los orígenes coloniales pasando por la
consolidación aristocrática-terrateniente hasta llegar a su transformación
lumpenburguesa.
Por
su parte Maurizio Macrì es el primogénito de un clan mafioso originario de
Calabria, su abuelo Giorgio acumuló una importante fortuna en la Italia
mussoliniana como contratista del estado en obras públicas (principalmente en
la Abisinia ocupada por el ejercito italiano). Terminada la guerra fundó una
fuerza política neofascista, pero acosado por los nuevos tiempos democráticos
emigró a la Argentina seguido luego por sus hijos en 1949. Su primogénito
Franco continuando la especialidad de su padre se convirtió al poco tiempo en
empresario del sector de la construcción haciendo grandes negocios como
contratista del estado y contrajo matrimonio en los años 1950 con Alicia Blanco
Villegas perteneciente a una tradicional familia de terratenientes de la
Provincia de Buenos Aires.
El
gran salto se produjo durante la última dictadura militar en estrecha relación
con varios de sus jefes. Fue el caso del Almirante Massera con quien compartió
la pertenencia a la célebre logia mafiosa italiana P2. Siguiendo la línea
sucesoria clásica, su primogénito Maurizio aparece, según lo explican diversos
autores, como el heredero y jefe natural del clan familiar, el capobastone de la ’ndrina (si empleamos la terminología de la mafia calabresa: la ‘ndrangheta)(16). Es un caso sin
precedentes en la historia argentina y muy raro a nivel global el que un
personaje de este tipo ocupe la presidencia de un país aunque esa aberración
puede ser comprendida a partir de la degradación profunda de la burguesía
argentina. Ya no se trata de políticos o
militares vendidos a las mafias ni de oligarcas devenidos mafiosos sino de un
presunto capo mafioso convertido en Presidente. Todo esto nos sirve para
entender mejor la contrarrevolución en curso. Desde diciembre de 2015 se
sucedieron vertiginosamente medidas como la hiperdevaluación del peso, la
reducción o anulación de impuestos a la exportación, la suba de tasas de
interés y de tarifas de electricidad o la apertura importadora y la
liberalización del mercado cambiario que aumentaron el ritmo inflacionario,
contrajeron los salarios reales, achicaron el mercado interno, incrementaron el
déficit fiscal, la desocupación y la fuga de capitales. Como es lógico las
inversiones extranjeras anunciadas nunca llegaron mientras aumentaba sin cesar
la deuda pública externa. Todo lo anterior puede ser sintetizado como un gran
saqueo concentrador de ingresos que van siendo sistemáticamente enviados al exterior,
pillaje desenfrenado sostenido con deudas que en principio debería derivar
tarde o temprano en una mega crisis al estilo de lo ocurrido en 2001.
El
fenómeno no se reduce al plano económico, extiende sus garras hacia el conjunto
de la vida social, desde la destrucción sistemática de la educación pública,
hasta la sinuosa reinstalación de la teoría de los dos demonios alivianando la
carga del genocidio de la última dictadura (que según el gobierno macrista no
sería tan grande) y el intento de ir reduciendo los derechos sindicales y de
protesta, pasando por el gradual despliegue represivo y el bombardeo mediático
convencional y a través de las redes sociales inflando formas subculturales
fascistas. Visualizando su dinámica general y más allá de los discursos
oficiales, el gobierno macrista apunta desde su instalación hacia la
consolidación de una dictadura mafiosa, sistema autoritario de gobierno con
rostro civil y apariencia constitucional, que viene avanzando en medio de
desprolijidades y tanteos. La lógica del proceso es simple: el achicamiento del
mercado local combinado con un mercado internacional enfriado que no permite
auges exportadores empuja a las élites dominantes a acentuar la rapiña interna
lo que plantea crecientes problemas de control del descontento popular. La
intoxicación mediática resulta insuficiente, la base social del gobierno se va
restringiendo, entonces el recurso a la represión directa con más o menos
coberturas “legales” se va convirtiendo en un instrumento cada vez más
importante.
El pantano y el laberinto
Dos
imágenes, la del pantano y la del laberinto, facilitan la comprensión de la
tragedia argentina.
Los
primermeses de 2017 podrían estar marcando el empantanamiento del proceso, la
impopularidad del gobierno asciende gradualmente, algunos círculos opositores
señalan fracasos macristas como resultado de la torpeza del presidente, de su
falta de inteligencia. Sería más acertado verlos como las consecuencias del
choque entre una mentalidad mafiosa simplificadora y audaz, muy eficaz en el
mundo de los negocios turbios pero crecientemente ineficaz ante el despliegue
de una sociedad compleja. Un amplio abanico de complicidades parlamentarias y
sindicales, de no-oficialismos complacientes, posibilitó el avance arrollador de los primeros meses, pero
la persistencia de la degradación económica y la multiplicación de
perversidades gubernamentales van generando una oposición popular creciente. La
realidad se presenta como un pantano que traba, dificulta la marcha de los
depredadores cuyos delirios se hunden en el barro viscoso del territorio
conquistado. La lógica del poder hace que las tentativas por salir de esa
situación tienden a agravarla, la intoxicación mediática va perdiendo eficacia,
las arbitrariedades judiciales y las represiones engendran su contrario:
repudio popular. El gobierno va cambiando de aspecto, la memoria latente
mafiosa-fascista de la ‘ndrina
original, del mussoliniano abuelo Giorgio, convergiendo con los recuerdos de
los magníficos negocios realizados en los tiempos de Massera y Videla, asoma
desde el rostro crispado de Maurizio desplazando a la cara amable fabricada por
los asesores de imagen. El sello autoritario convocante de minorías feroces
aparece como la bandera de la contrarrevolución acosada.
De
todos modos el actual sistema de poder no se apoya solo en sus propias fuerzas,
cuenta con un aliado decisivo: la debilidad estratégica de sus víctimas
enredadas en un laberinto que les ha impedido hasta ahora pasar a la ofensiva.
Laberinto simbólico, psicológico, pero también construido con aparatos
sindicales y represivos, instituciones degradadas, dinámicas económicas
depresivas.
Cómo
no recordar a los dirigentes opositores y a otros no tanto repitiendo desde los
primeros días del proceso su deseo de que “al
gobierno le vaya bien porque de ese modo al país también le irá bien”
mientras el gobierno devaluaba, eliminaba retenciones a la exportación, subía
las tasas de interés, liberaba importaciones, daba las primeras señales
represivas. Como no tener presentes a esos mismos personajes insistiendo en que
el de Macri es un gobierno legítimo, avalado por su origen electoral
democrático y que por consiguiente debería disfrutar de gobernabilidad hasta el
final legal de su mandato (fines de 2019) ignorando su llegada al poder a
través una sucesión de manipulaciones mediáticas y judiciales que bien podría
ser caracterizada como golpe blando y su desarrollo posterior como construcción
zigzagueante pero sistemática de un sistema dictatorial.
Nos
encontramos ante el bloqueo ideológico de políticos que predican el
sometimiento a “las instituciones” (mafiosas) y de jefes sindicales dedicados a
enfriar las protestas sociales, empezando por la cúpula de la CGT, condenando a
las bases populares a recorrer un embrollado laberinto regiminoso sin salida
real. Tratan de convencernos de que ese laberinto tiene una puerta de salida y
que un conjunto de sabios dirigentes ha podido localizar el hilo de Ariadna que permitirá superar la encerrona. Recomiendan
aferrarse al mismo y recorrer mansamente pasadizos que atraviesan plazos
electorales (y sus correspondientes intrigas politiqueras), decisiones
arbitrarias de camarillas judiciales, avalanchas mediáticas y posibles diálogos
con un poder autoritario. En realidad el laberinto no tiene salida, la única
posibilidad emancipadora es destruirlo en los cerebros de las víctimas, en las
calles, desplegando una amplia ofensiva popular, aplastando las fortalezas
elitistas (mediáticas, judiciales, empresarias, políticas).
Lo
que aparece como el fracaso económico de Macri derivando en la normalización de
una “economía de baja intensidad”, de
estancamiento tendencial prolongado (más allá de algunas expansiones anémicas),
puede llegar a convertirse en la consolidación de una sociedad desintegrada,
caótica, albergando vastas áreas sumergidas en la pobreza y la indigencia,
gobernada por una cúpula mafiosa (con o sin el capobastone calabrés).
Si
observamos el largo plazo constataremos que desde la formación de la Argentina
moderna, hacia fines del siglo XIX, se ha perpetuado la reproducción, como
componente imprescindible del subdesarrollo, de una clase dominante oligárquica
que llega ahora finalmente a su nivel de degeneración extrema, de articulación
mafiosa navegando en los circuitos globales de negocios parasitarios. Ese
recorrido histórico fue de tanto en tanto atravesado por tentativas
democratizadoras que buscaban principalmente integrar al sistema a capas
sociales excluidas. Pero una y otra vez el sistema las desbarató imponiendo su
dinámica excluyente. Lo ha podido hacer porque esas oleadas populares nunca
eliminaron los pilares esenciales de su dominación, apaciguadas, desviadas,
engañadas por los mitos cambiantes del país burgués, sus pasadizos
institucionales, seudopatrióticos o globalistas, dialoguistas o restauradores
del orden.
En
última instancia se trata del combate entre la creatividad del pueblo,
reproducción ofensiva de identidad, desarrollo de luchas, enfrentada hoy a
fuerzas tanáticas desatadas por una élite cuyo único horizonte es el pillaje.
Capítulo 4
Las lumpenburguesías latinoamericanas. Élites
económicas y decadencia sistémica
Este
texto fue publicado originalmente en la Revista Maíz, en Mayo de 2016, Facultad
de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata,
http://www.revistamaiz.com.ar/2016/06/lumpenburguesias-latinoamericanas.html
A
raíz de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos
círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que
la derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los
currículum vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios
sino sobre todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno
se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto
fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a
desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso.
La mayor de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas
que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora
evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global; otra es la suba
de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera
de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero
internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de
bicicletas especulativas.
Algunos
optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como
poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”,
etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una
conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el
edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me
encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica
general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino
sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el
reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera
calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el
inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín
que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por
más a costa de las víctimas pero también si es necesario de sus competidores.
La anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden
sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una
reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso
destructivo.
Si
estudiamos los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas
como las de Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes
con el caso argentino, incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que
ignoran el contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus
acciones o “proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y
posibles efectos boomerang contra la propia derecha(17). Es evidente que el
cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales dominan el escenario.
En
la década de 1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal
desbordaba optimismo, el “fantasma
comunista” había implotado y el planeta quedaba a disposición de la única
superpotencia: los Estados Unidos, el libre mercado aparecía con su imagen
triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como sabemos esa avalancha no
era portadora de prosperidad sino de especulación financiera, mientras la tasas
de crecimiento económico real global seguían descendiendo tendencialmente desde
los años 1970 (y hasta la actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en
progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema,
mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una
reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a
ser desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos
útiles, inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales,
militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores
financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior
medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico
mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero del viejo
productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.
El concepto de lumpenburguesía
Existen
antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando describía a la
monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación
de la aristocracia financiera señalando que “en
las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la
satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso
chocaban con las mismas leyes de la burguesía, desenfreno en el que, por la ley
natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego,
desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en que confluyen el
dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus
métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del
lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”(18). La
aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la
burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se
trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que
lograba enriquecerse “no mediante la
producción sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada”(19).
Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental,
marcado por el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia
navegando entre la usura y el saqueo aparecía como una irrupción históricamente
anómala destinada a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la
modernidad. Marx señalaba que hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus intereses
en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación
popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La dinastía de los
Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que se denunciaba y
anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia
financiera” (20).
Resulta
notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen claramente
precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la Primera Guerra
Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los
idealizaba como pieza clave de la Haute Finance europea, instrumento decisivo,
según él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal, cumpliendo una
función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando
compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la
disputas interimperialistas. Describiendo a la Europa de las últimas décadas
del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los
Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el
principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma,
cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el
gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía
con rapidez” (21).
Lo
que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi
era una pieza clave de la “Pax Europea”,
del progreso liberal de Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los
Rothschild y de sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue
y consolidación industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía
sino de una componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese
ciclo) de la reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo
que siguió, desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos,
negocios que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble
juego peligroso pero muy rentable, por un lado alentaban de manera discreta
toda clase de aventuras coloniales y ambiciones nacionalistas como por ejemplo
las carreras armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta) y por otro las
calmaban cuando amenazaban producir desastres, pero esa sucesión de excitantes
y calmantes aplicadas a monstruos que absorbían drogas cada vez más fuertes
terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de
Primera Guerra Mundial.
El
concepto de “lumpenburguesía”
aparece por primera vez hacia fines de los años 1950 a través de un texto de
“Ernest Germain” seudónimo empleado por Ernest Mandel haciendo referencia a la
burguesía de Brasil que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no completamente “burguesa” (en el sentido
moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años
1960-1970 por André Gunder Frank generalizándolo a las burguesías
latinoamericanas(22). Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia
entre las burguesías centrales, estructuradas, imperialistas, tecnológicamente
sofisticadas; y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales,
caóticas, en fin, lumpenburguesas
(burguesías degradadas).
Pero
ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años 1970 con la
declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e
integradores. Se desató el proceso de transnacionalización y financierización
del capitalismo global que desde comienzos de los años 1990 (con la implosión
de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la economía de mercado)
adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se
desaceleraba la economía productiva crecía exponencialmente la especulación financiera,
una de sus componentes principales, los productos
financieros derivados equivalían según el Banco de Basilea a unas dos veces
el Producto Bruto Mundial en el 2000 llegando a 12 veces en 2008, por su parte
la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento
a una 20 veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que
transformó completamente la naturaleza de la élites económicas del planeta, la
desregulación (es decir la violación creciente de todas las normas), el
cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los comportamientos
dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos tanto en los países
centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros
institucionales (incluidas las crisis de representatividad).
Todo
ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008 confirmando la
existencia de una lumpenburguesía global
dominante (resultado de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de
especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que potencian su
irracionalidad. Los Estados Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa
fuga hacia adelante: escalada militar en el Este de Europa, Medio Oriente y
Asia del Este acompañada por claros síntomas de descontrol financiero donde por
ejemplo el Deustche Bank acumularía actualmente unos 75 billones de dólares en
productos financieros derivados(23), papeles altamente volátiles que
representaban en 2015 unas 22 veces el Producto Bruto Interno de Alemania y
unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea; del otro
lado del Atlántico solo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP
Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley) acumulaban derivados
por cerca de 250 billones de dólares(24), equivalentes a 3,4 veces el Producto
Bruto Mundial o bien unas 14 veces el Producto Bruto Interno de los Estados
Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas globales del desplome de esa
masa de papeles. Mientras tanto los grandes lobos de Wall Street juegan
alegremente al poker admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia
deseosas de “abrirse al mundo” y participar del festín.
América Latina
América
Latina no ha quedado fuera de esa mutación global. Existe un consenso bastante
amplio en cuanto a la configuración de las élites económicas latinoamericanas
durante las dos primeras etapas de la modernización regional (es decir su
integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del
siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus correspondientes oligarquías
seguida por el llamado período (industrializante) de sustitución de
importaciones con la emergencia de burguesías industriales locales.
Especificidades nacionales de distinto tipo muestran casos que van desde la
inexistencia de “segunda etapa” en
pequeños países casi sin industrias hasta desarrollos industriales
significativos como en Brasil, Argentina o México con burguesías y empresas
estatales poderosas. Desde prolongaciones industriales de las viejas
oligarquías hasta irrupciones de clases nuevas, advenedizos no completamente
admitidos por las viejas élites hasta integraciones de negocios donde los
viejos apellidos se mezclaban con los de los recién llegados.
En
torno de los años 1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo
acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia
tecnológica, y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias
tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y
destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y
financierización globales se expresaron en la región como desarrollo del
subdesarrollo, firmas occidentales que pasaron a dominar áreas industriales
decisivas mientras bancos europeos y norteamericanos hacía lo propio con el
sector financiero, al mismo tiempo que se agudizaba la exclusión social urbana
y rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones
había significado el fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes
la “nacionalización” de una porción
significativa de las élites dominantes con la emergencia de burguesías
industriales nacionales inestables, pero eso comenzó a ser revertido desde los
años 1960-1970 y el proceso de colonización se aceleró en los años 1990.
Lo
que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de empresas
transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de
comunicación, la industria, etc. rodeados por círculos multiformes de burgueses
locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos, rodeados a
su vez por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se
caracterizan por una dinámica de tipo “financiero”
combinando a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o
abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el
narcotráfico pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos
opacas. Es posible investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña
o argentina y descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos
fiscales, etc. o a una importante cerealera realizando inversiones
inmobiliarias en convergencia con blanqueos de fondos provenientes de una
red-narco a su vez asociada a un gran grupo mediático. Las élites económicas
latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía
global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradada que sus paradigmas
internacionales. Muy por debajo de todo ese universo sobreviven pequeños y
medianos empresarios industriales, agrícolas o ganaderos que no forman parte de
las élites pero que si consiguen ingresar al ascensor de la prosperidad
inevitablemente son capturados por la cultura de los negocios confusos, si no
lo hacen se estancan en el mejor de los casos o emprenden el camino del
descenso.
Aunque
cuando estudiamos a esas élites rápidamente descubrimos que su dinámica
puramente “económica” solo existe en nuestra imaginación. Un negocio
inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere conexiones judiciales,
políticas, mediáticas, etc.; por su parte para llegar a los niveles más altos
de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de
negocios, políticos, mediáticos, etc.; y ser exitoso en la carrera política
requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata en la
práctica de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder
transectoriales vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de)
tramas extra-regionales a través de canales de diverso tipo: el aparato de
inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red
clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etc.
A
comienzos del siglo XX las élites latinoamericanas formaban parte de una
división internacional del trabajo donde la periferia agropecuaria-minera
exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales
industrializados. En aquellos tiempos Inglaterra era el polo dominante(25).
Luego llegó el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y
contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos, socialismos… pero al final de
ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el
capitalismo globalizado y cuando este entró en crisis en América Latina
emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron
resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a
sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos,
menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las
élites dominantes se pusieron histéricas, aunque no habían sido seriamente
desplazadas, perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos
negocios suculentos y su agresividad fue en aumento a medida que la crisis
global dificultaba sus operaciones. Por su parte Estados Unidos en retroceso
geopolítico global acentuó sus presiones sobre la región intentando su
recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido acorralados
como en Brasil o Venezuela, o derrocados como en Paraguay o Argentina; Obama se
frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque, los capriles y macris cantan
victoria convencidos de que estamos retornando a la “normalidad” (colonial),
pero no es así: en realidad estamos ingresando en una nueva etapa histórica de
duración incierta marcada por una crisis deflacionaria global que se va
agravando acompañada por alarmantes señales de guerra.
Las
élites dominantes locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad sino el
objeto de un proceso de decadencia que las desborda, peor aún esas
lumpenburguesías aportan crisis a la crisis más allá de sus manipulaciones
mediáticas que tratan de demostrar lo contrario, creen tener mucho poder pero
no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación
real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente
difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas
y previsibles.
Notas:
(5)
Eduardo Aspiazu y Miguel Khavisse, “Deuda externa y poder económico en
Argentina”, Siglo XXI, 2004.
(6)
"La relación entre la mafia masónica P2 y la familia Macri, posible
próximo presidente de la Argentina" (reportaje a Gabriela Cerruti):
http://praiadexangrila.com.br/la-relacion-entre-la-mafia-masonica-p2-y-la-
familia-macri-posible-proximo-presidente-de-la-argentina/
José Steinsleger, “Trump y Macri: entre la Cosa Nostra y la logia P2”,
La Haine, http://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/trump-y-macri-entre-la
(8)
https://en.wikipedia.org/wiki/Antonio_Macr%C3%AC
(11)
"PF anuncia prisão de mafioso no aeroporto de Guarulhos". Do UOL, em
São Paulo 09/06/2017.
https://noticias.uol.com.br/internacional/ultimas-noticias/2017/06/09/pf-anuncia-prisao-de-mafioso-no-
aeroporto-de-guarulhos.htm
(12)
Clarín Noticias, artículo citado.
(13)
Jorge Beinstein, “La gran mutación del capitalismo”, Le Mode Diplomatique,
edición Cono Sur, Número 10, Abril 2000,
https://www.insumisos.com/diplo/NODE/2019.HTM
(14)
Ignazio Silone, “L’école des dictateurs”, Gallimard, Paris, 1981.
(15)
Queda abierta la reflexión acerca del significado del golpe de estado de 1930.
(16)
Recomiendo la lectura de:
-Horacio
Verbitsky, “De Calabria al Plata. El presidente Maurizio Macrì y las mafias”,
Página 12, 9 de abril de 2017,
https://www.pagina12.com.ar/30709-de-calabria-al-plata
(17)
Jorge Beinstein, "Serra contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na
América Latina"
http://cartamaior.com.br/?/Editoria/Internacional/Serra-contra-o-Mercosul-o-auge-das-direitas-loucas-na-America-Latina%0D%0A/6/15507
(18)
Carlos Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en Carlos Marx-Federico Engels, Obras
Escogidas, Tomo I, páginas 128-129, Editorial Progreso, Moscú 1966.
(19)
Ibid.
(20)
Ibid.
(21)
Karl Polanyi, “The Great Transformation.The Political and Economic Origins of
Our Time”, Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.
(22)
André Gunder Frank, “Lumpenburguesía: lumpendesarrollo”, Colección Cuadernos de
América, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1970.
(23)
Tyler Durden, "Is Deutsche Bank The Next Lehman?", Zero Hedge,
http://www.zerohedge.com/news/2015-06-12/deutsche-bank-next-lehman
(25)
"La inversión de las naciones
industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia América Latina. Entre 1870
y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85 millones de libras
esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve en cuatro décadas.
Hacia 1913, los inversores británicos poseían aproximadamente dos tercios del
total de la inversión extranjera". Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter
H., "Historia contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo
XX", Ed. Grijalbo. 4a.
edición, España, 1996.