Entrevista a John Bellamy Foster: “Necesitamos un
movimiento de resistencia por el planeta”
Foster es el editor de la prestigiosa
revista norteamericana de izquierda Monthly Review, y es autor de varios
libros, entre ellos, La Ecología de Marx (Materialismo y naturaleza), Planeta
vulnerable y La fractura ecológica.
John
Bellamy Foster es profesor de sociología en la Universidad de Oregon, Estados
Unidos, y editor de la prestigiosa revista norteamericana de izquierda Monthly
Review. También es autor y coautor de varios libros, entre ellos, La Ecología
de Marx (Materialismo y naturaleza), Planeta vulnerable y La fractura
ecológica. En esta entrevista concedida a Left Voice, de la red internacional
de medios de La Izquierda Diario, Foster nos señala que "el movimiento por
el clima es central, pero tenemos que combatir en todos los frentes, combinando
una amplia defensa de los derechos humanos y la oposición a la guerra y el
imperialismo con la pelea para salvar a la Tierra como el lugar que los humanos
habitamos".
Existe
una evidencia abrumadora que demuestra cómo el cambio climático antropogénico
está fuera de control y conducirá a una catástrofe ambiental global –de no
ocurrir una revisión importante de la producción de energía. En el número de
febrero de 2017 de la Monthly Review, señala que, aunque se nos han presentado
estimaciones precisas e indiscutibles, las instituciones científicas y de las
ciencias sociales no han logrado llegar a soluciones eficaces. ¿Por qué piensa
que éste es el caso?
JBF: Estamos en una situación de emergencia en la
época del Antropoceno en la que la disrupción del sistema Tierra, en particular
el clima, está amenazando al planeta como un lugar habitable para los humanos.
Sin embargo, nuestro sistema político-económico, el capitalismo, está dirigido
principalmente a la acumulación de capital, lo que nos impide abordar este
enorme desafío y acelera la destrucción. Los científicos naturales han hecho un
excelente y valiente trabajo al hacer sonar la alarma sobre los enormes
peligros de continuar como si nada, el llamado business as usual, con respecto
a las emisiones de carbono y otras fronteras planetarias.
Pero la ciencia social dominante, tal
como existe hoy, ha interiorizado casi por completo la ideología capitalista;
tanto que los científicos sociales convencionales son completamente incapaces
de abordar el problema en la escala y en los términos históricos que son
necesarios. Están acostumbrados a la visión de que la sociedad hace mucho
tiempo “conquistó” a la naturaleza y que la ciencia social sólo concierne a las
relaciones entre personas, y nunca a las relaciones entre las personas y la
naturaleza. Esto alimenta un negacionismo en lo que se refiere a los problemas
de la escala del sistema Tierra.
Aquellos científicos sociales
convencionales que abordan las cuestiones ambientales con más frecuencia, lo
hacen como si se tratara de condiciones bastante normales, y no de una
emergencia planetaria, de una situación sin analogías.
No puede haber una respuesta
gradualista, ecomodernista, a los terribles problemas ecológicos a los que nos
enfrentamos, porque al mirar el efecto humano en el planeta no hay nada gradual
en él; es una Gran Aceleración y una fractura en el sistema Tierra. El problema
está aumentando exponencialmente, mientras se empeora aún más rápido de lo que
esto sugiere, porque estamos en el proceso de cruzar toda clase de umbrales
críticos y hacer frente a un desconcertante número de puntos de inflexión.
Si
la conversión a energías renovables pudiera detener o revertir la marcha de la
crisis ambiental, ¿por qué no nos movemos en esa dirección al ritmo adecuado?
JBF: La respuesta corta es “ganancias”. La respuesta
larga es algo como esto: Hay dos barreras principales: (1) los intereses
creados vinculados al complejo financiero de los combustibles fósiles, y (2) la
mayor tasa de rentabilidad en la economía se obtiene de la economía basada en
los combustibles fósiles.
No es sólo una cuestión del
rendimiento energético de la inversión en energía. La infraestructura para los
combustibles fósiles ya existe, dando a los combustibles fósiles una ventaja
decisiva en términos de rentabilidad y acumulación de capital sobre la energía
alternativa. Cualquier sistema de energía alternativa requiere que toda una
nueva infraestructura de energía se construya prácticamente desde cero antes de
que realmente pueda competir. También hay subsidios mucho mayores para los combustibles
fósiles. Y los combustibles fósiles representan, en la contabilidad
capitalista, una especie de “regalo gratuito” de la naturaleza al capital,
incluso más que la energía solar.
La estructura financiera, incluyendo
los bancos más grandes y Wall Street, está estrechamente conectada con la
economía de los combustibles fósiles. Las reservas de combustibles fósiles bajo
tierra representan miles de millones de dólares en activos que ya tienen un
efecto real en la economía de hoy, en el sentido de aparecer en los libros
financieros de las corporaciones -incluso considerando que quemar todas estas
reservas (lo cual rompería el presupuesto climático cinco o seis veces) podría
enviarnos a un infierno climático. Pero estos billones de dólares en activos asociados
con reservas de combustibles fósiles simplemente desaparecerían si la quema de
combustibles fósiles cesara. No hay equivalente con respecto a la energía solar
o eólica en términos de activos.
Mi colega Richard York, uno de los
principales sociólogos ambientales del mundo, ha demostrado empíricamente en un
artículo de Nature Climate Change que en este momento la energía alternativa
sigue siendo tratada como un suplemento y no como un sustituto de los
combustibles fósiles dentro de la industria de la energía. El rápido
crecimiento de la energía alternativa no debe ser visto como una ruptura
radical con la dominación de los combustibles fósiles. Eso todavía tiene que
ocurrir.
Usted
ha argumentado que la expansión del capital financiero, los patrones de estancamiento
económico, junto con el declive de la hegemonía estadounidense son causas
subyacentes de un mayor impacto en el medio ambiente. ¿Puede elaborar sobre
esto?
JBF: Desde el punto de vista de los llamados
“maestros del universo” que crecientemente dirigen la economía mundial -hoy en
día seis hombres (hace unos meses eran ocho) tienen tanto dinero como la mitad
de la población mundial- el principal problema actual no es el cambio climático
sino el estancamiento de la economía mundial.
Este estancamiento es más profundo en
las economías capitalistas avanzadas. La economía estadounidense creció a una
tasa del 1,6 % el año pasado y ha experimentado más de una década de
crecimiento por debajo del 3 % por primera vez en la historia registrada.
La tasa de crecimiento de Europa en la última década fue de alrededor del 1,7
por ciento. Compare eso con la tasa de crecimiento de 1,3 % en los Estados
Unidos en la década de la depresión de 1929-1939.
El capital monopolista-financiero,
como hemos argumentado en Monthly Review por décadas, tiene una fuerte
tendencia hacia la acumulación excesiva y el estancamiento. Lo que
principalmente levantó la economía en los años ochenta y noventa fue la
financiarización (el crecimiento de las finanzas en relación con la producción
y las burbujas financieras). Como la financiarización ya no es capaz de
estimular la economía en la misma medida, el estancamiento se ha establecido
indefinidamente en el período abierto desde la Gran Crisis Financiera.
Ésta era de hecho la tesis de dos
libros que escribí: La Gran Crisis Financiera con Fred Magdoff en 2009 y La
Crisis Interminable con Roberto W. McChesney en 2012.
Todo hoy está orientado a hacer que la
economía vuelva a funcionar. Es cierto que el estancamiento de alguna manera
ayuda a la ecología, ya que el crecimiento económico ejerce más presión sobre
el medioambiente, aumenta las emisiones de dióxido de carbono, etc. Pero como
York demostró empíricamente en otro artículo de Nature Climate Change, el
sistema no reduce las emisiones con efecto sobre el clima a la misma tasa
cuando la economía cae, que lo que las emisiones aumentan cuando la economía
sube. Por otra parte, el enfoque de todas las economías capitalistas avanzadas
sobre el crecimiento económico a toda costa ha dejado toda la cuestión del
planeta a un lado donde está marginada.
Por lo tanto, hay un nuevo impulso
para eliminar las regulaciones ambientales con el fin de impulsar la economía
hacia adelante. Estamos en un tren fuera de control que se dirigía hacia el
precipicio climático mientras atizamos el motor con más carbón para aumentar su
velocidad.
El
Acuerdo Climático de París fue aclamado como el legado ambiental de Obama. ¿Qué
tan eficaz es como una herramienta para prevenir y revertir el avance de la
catástrofe ambiental?
JBF: Es perfectamente ineficaz. Requiere acuerdos voluntarios.
En el mejor de los casos, representa simplemente las buenas intenciones de los
gobiernos mundiales. Los planes voluntarios de países individuales nos llevarán
casi hasta los 4° C de incremento de la temperatura, lo cual se cree que marca
el fin de la civilización, según la evaluación de muchos científicos. La
propuesta estadounidense se basaba en el Plan de Energía Limpia de Obama, que
era muy pequeño y muy tardío y se basaba en mecanismos de mercado que no
funcionarían. Ahora está siendo desmantelado por la administración Trump,
negacionista del cambio climático. Con Washington abandonando el Acuerdo de
París de facto o de jure, existe el peligro de que todo se desmorone.
El elemento más atractivo en el
Acuerdo de París desde el punto de vista del movimiento climático fue el
reconocimiento formal del objetivo de permanecer por debajo de un aumento de
1,5° C en la temperatura global. Pero casi todo lo demás en el acuerdo
desmentía eso. Y ya hemos visto que un aumento de 1,2° C es probable que ocurra
pronto.
Por supuesto, ahora que Trump está
dejando de lado el Plan de Energía Limpia de Obama, estamos aprendiendo qué
diferencia existe entre medidas que son simplemente insuficientes pero no
cortan la posibilidad de seguir aumentando nuestras acciones para contener el
cambio climático y políticas que en realidad nos llevan hacia atrás y amenazan
con eliminar por completo lo que James Hansen ha llamado “la última oportunidad
para la humanidad”.
¿Cuánto
podemos influir en el cambio climático a través de elecciones en nuestro
consumo y vida cotidiana, es decir, el compostaje, el reciclaje, el ahorro de
agua?
JBF: Por desgracia, no podemos tener mucho efecto de
esa manera -aparte de un movimiento nacional masivo para conservar, que
requeriría la movilización de toda la población y tendría que ser parte de un
intento de alterar la producción también. Es decir, una estrategia normal
basada en el consumo, que está simplemente enraizada en la acción individual,
es incapaz de resolver el problema o de moverse lo suficientemente rápido.
Para tener una idea de las dimensiones
del problema, si uno eliminara todos los residuos municipales que salen de
todos los hogares en los Estados Unidos, sólo reducirían en un 3 % el
total de desperdicios materiales (basura) en la sociedad. El resto está en
manos de corporaciones.
Esto no quiere decir que no deberíamos
estar haciendo todas las cosas que mencionas. A menos que nos cambiemos como
individuos y nuestra cultura -la forma en que nos relacionamos con la Tierra-
no podemos esperar hacer los cambios generales en la sociedad que nos son
necesarios. Así, es esencial eliminar los desechos y asumir la responsabilidad
por los daños que infligimos a la naturaleza en nuestra vida cotidiana. Cuando
usas un tenedor de plástico hecho en el otro lado del mundo y entonces comes tu
ensalada para llevar, lo tiras junto con el embalaje en la basura después de,
tal vez, un minuto de uso, llevas a que un tenedor de plástico idéntico tenga
que ser producido con productos petroquímicos y enviados a través del mundo
para tu próxima comida para llevar. Definitivamente estás alimentando un
sistema destructivo y derrochador -uno que crece por medio de la destrucción y
el desperdicio.
Pero desde hace tiempo se conoce que
la “soberanía del consumidor” es un mito. Para hacer cambios fundamentales en
la economía de los productos básicos es necesario tener poder sobre la producción.
Una cosa que podríamos hacer si
fuéramos verdaderamente serios es ir tras los más de un billón de dólares al
año que se gasta en los Estados Unidos solamente en marketing, es decir,
focalización, investigación motivacional, desarrollo de productos, empaquetado,
promoción de ventas, publicidad, marketing directo, etc., persuadiendo a la
población a comprar cosas que realmente no desean ni necesitan. Pero para
abordar el marketing también se requeriría una respuesta política. Marx dijo
una vez que los obreros -y tal vez esto se aplica más aún para los
consumidores- están en una sociedad capitalista siempre del lado más débil en
cuanto a su accionar puramente económico y, por lo tanto, necesitan organizarse
políticamente.
David
Harvey, Naomi Klein, usted y muchos otros comparten la idea de que es el
capitalismo o el planeta. Explíquenos más.
JBF: Sí, hay un creciente reconocimiento en la
izquierda en general del hecho de que la humanidad está ensuciando su propio
nido a un nivel planetario. Con demasiada frecuencia los socialistas no han
tomado en serio las cuestiones ecológicas. Sin embargo, esto no es una falla de
los socialistas por sí solo, ya que la falta se aplica aún más a la tradición
liberal tomada en su conjunto.
Pero cualquier cosa que decidamos
decir sobre el socialismo en el siglo veinte, hay que subrayar que nadie puede
ser verdaderamente socialista e incluso marxista en el siglo XXI y no reconocer
la completa gravedad de la crisis ecológica planetaria. Estamos en la
vanguardia de la lucha para proteger la tierra como el lugar donde habitan los
humanos (y como un hogar para innumerables especies) o estamos al lado del
sistema, del exterminismo creativo del sistema Tierra tal como lo conocemos.
Usted tiene razón sin embargo en
señalar a Naomi Klein, ya que ella ha hecho más que nadie en los últimos años
fuera de la comunidad científica para hacer sonar la alarma. Ella es, en mi
opinión, la líder intelectual-activista en el movimiento climático radical en
los Estados Unidos y Canadá. A diferencia de una figura como Bill McKibben,
ella no evita la cuestión de dónde está enterrado el perro. El subtítulo de su
libro Esto lo Cambia Todo es explícito: es cuestión de Capitalismo vs. Clima.
Ella está alineada con el
ecosocialismo, que es el nuevo desarrollo más importante en el pensamiento
socialista y ecológico, y en el movimiento ambientalista. Un buen ejemplo es el
libro de Ian Angus Enfrentando el Antropoceno: capitalismo fósil y crisis del
sistema Tierra, que apareció el año pasado.
En cuanto a mis propias contribuciones
sobre esta cuestión, he escrito una serie de obras sobre el tema, como El
Planeta Vulnerable, Ecología contra Capitalismo y, con Brett Clark y Richard
York, La Fractura Ecológica: La guerra del capitalismo cotran el planeta. La
cuestión es clara. El capitalismo es un sistema orientado a la acumulación
ilimitada de capital y, por lo tanto, al crecimiento económico exponencial.
Entonces, aumenta constantemente en escala. Con una tasa de crecimiento del
3 %, la economía se expandiría dieciséis veces en un siglo, 250 veces en
dos siglos y cuatro mil veces en tres siglos. Mientras que la capacidad del
planeta con respecto a lo que llamamos el grifo, el extremo por donde ingresan
los recursos, y el sumidero, el final del desecho, permanecerían esencialmente
iguales. No se puede negar, por lo tanto, la realidad de los límites ecológicos
y la presión que la economía les impone.
Por supuesto, el problema es mucho más
grave de lo sugerido anteriormente. Lo más importante es el hecho de que el
capitalismo impone sus leyes de movimiento al medioambiente, independientemente
de los ciclos biogeoquímicos del planeta y del metabolismo de la Tierra, de
modo tal que crea grietas o rupturas en los ciclos biogeoquímicos del sistema
terrestre que trascienden los meros efectos de escala del crecimiento
económico. Es este problema de la fractura metabólica nuestro desafío más
profundo. La sostenibilidad está cada vez más comprometida y en niveles cada
vez más altos, una amenaza que se acelera continuamente para la civilización y
la vida misma.
La teoría de Marx de la fractura
metabólica, o la “fractura irreparable en el proceso interdependiente del
metabolismo social”, fue el primer análisis para establecer una visión
socialcientífica verdaderamente integral de la crisis ecológica sistémica,
abarcando tanto la sociedad como la naturaleza y sus interrelaciones dialécticas,
y conectándolo a la producción. De hecho, tan poderosas fueron estas
percepciones que son cruciales para cómo vemos la crisis del sistema Tierra el
día de hoy. Esto es evidente en un artículo en la edición de marzo de 2017 de
Scientific Reports, que explícitamente se basa en el concepto de Marx, citando
El Capital.
Cuando hoy hablamos del Antropoceno
desde una perspectiva científica, estamos reconociendo explícitamente que la
Gran Aceleración en el impacto humano en el planeta desde 1945 ha creado una
grieta antropogénica en el sistema Tierra, separando, ecológicamente para
siempre, el presente de las etapas anteriores de la historia, tanto geológicas
como humanas. Esta fractura en la relación humana con el planeta ya es
catastrófica y pronto podría llegar al punto de no retorno -si aumentamos las
temperaturas medias globales en 2° C- conduciendo a mayores catástrofes y
amenazando a la misma humanidad.
Si
tuvieras que adivinar, ¿crees que la humanidad será capaz de detener esta
locura contaminante antes de que sea demasiado tarde? ¿O es más fácil prever un
futuro distópico con agua escasa, humos tóxicos y temperatura de asador?
JBF: Ya estamos enfrentando catástrofes crecientes
debido al cambio climático. Es demasiado tarde para evitar temperaturas
elevadas, escasez de agua y condiciones climáticas extremas. De muchas maneras,
ese barco ya ha partido. La Tierra va a ser mucho menos hospitalaria para los
seres humanos en el futuro. Lo que estamos tratando de evitar en este punto es
otra cosa: como dice James Hansen, y como cito en mi artículo sobre Trump and
Climate Catastrophe, “una situación dinámica que está fuera del control
humano”, impulsándonos a un aumento de la temperatura global de 4 ° C o incluso
más alto, lo que pondría en peligro la existencia misma de la civilización
humana, y de un sin número de seres humanos.
Peor aún, señalaría la posible
extinción de nuestra especie. En este sentido, las visiones distópicas no
alcanzan la severidad de la amenaza, que incluso es mayor de lo que la novela
más distópica podría proyectar -después de todo una novela distópica tiene que
tener por lo menos un ser humano al menos temporalmente. Tenemos que imaginar
una gran muerte en la Tierra. Los científicos ahora están diciendo que
podríamos perder la mitad de todas las especies vivas en este siglo solo en la
Sexta Extinción -y un mundo, si proyectamos lo suficientemente lejos en el
futuro, que sea despojado de seres humanos- tal vez incluso lo que Hansen llama
el “síndrome de Venus”.
Pero mucho antes de eso veremos cientos
de millones, incluso miles de millones de personas afectadas de manera
desastrosa. Esto es lo que la ciencia nos está diciendo. Todo lo que tenemos
que hacer para destruir el planeta como un lugar de la vivienda humana es
continuar como estamos en la actualidad con los negocios capitalistas como
siempre.
Todavía es posible evitar esto, o los
efectos más catastróficos, como el aumento del nivel del mar, no pies sino
yardas, la muerte del Amazonas, la muerte de la mayoría de la vida marina, etc.
Pero requeriría un revolucionario cambio ecológico en el sistema de producción,
es decir, en el metabolismo entre los seres humanos y la Tierra.
Tenemos que reducir las emisiones de
carbono, dice Hansen, en un 5 % anual en todo el planeta, comenzando en
unos pocos años, lo que significa que los países ricos tienen que reducir la
suya en algo como dos dígitos.
Y además tenemos que encontrar una
forma de eliminar cantidades gigantescas de carbono, tal vez hasta 150
gigatoneladas, de la atmósfera -el problema de las emisiones negativas- si
todavía queremos estabilizar el clima a un promedio global de 1,5° de temperatura.
Sólo para evitar pasar por la barandilla de 2° requeriría un 3 % de
reducción anual en las emisiones anuales de carbono.
Todo ello puede hacerse con los medios
que tenemos disponibles, incluidas las energías alternativas, el cambio
social-estructural y la conservación, pero requeriría un vasto movimiento de la
humanidad y tendríamos que oponernos a la lógica no sólo de la economía de los
combustibles fósiles, sino del propio capitalismo. Como dice Kevin Anderson,
del Instituto Tyndall para el Cambio Climático en el Reino Unido, tendríamos
que ir en contra de “la hegemonía político-económica”.
En tales situaciones el optimismo o el
pesimismo no son el punto. Lo que necesitamos es coraje y determinación para
hacer frente a probabilidades aparentemente insuperables. Lo que tenemos que
hacer no es tan difícil a primera vista, si nos fijamos en las medidas ecológicas
directas que debemos tomar. Lo que lo hace parecer un problema insuperable es
la monstruosidad de la sociedad capitalista global.
Hoy,
con los negadores del cambio climático en la Casa Blanca y en la cabeza de la
Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA), ¿crees que es suficiente
explicar la necesidad de luchar contra el capitalismo para prevenir el cambio
climático? ¿Cuáles son las perspectivas de ampliar la lucha por el planeta?
JBF: Con Trump el neofascismo ha entrado en la Casa
Blanca. Su objetivo es una forma diferente de administrar la economía
capitalista. Es a la vez un rompimiento con el neoliberalismo y al mismo tiempo
su sucesor a la derecha, un signo de la crisis profunda de nuestro tiempo. No
sólo la administración defiende el negacionismo climático y ha declarado a los
ambientalistas como enemigos del pueblo, también amenaza con socavar la
democracia liberal, y está atacando a los oprimidos racialmente, inmigrantes,
mujeres, personas LGBTQ, ambientalistas y trabajadores. El movimiento de
resistencia a esto, por lo tanto, necesita ser una defensa de la humanidad
misma en todos sus aspectos.
Si podemos combinar lo que Harvey
llama un movimiento co-revolucionario orientado a las necesidades de la
reproducción social y el desarrollo humano sostenible, con la lucha para salvar
la Tierra como un lugar de la vivienda humana, entonces podemos llegar a alguna
parte. Pero esto tiene que ser un movimiento gigante, tiene que unirse con los
trabajadores de todo el mundo, tiene que oponerse al imperialismo y a la
guerra. Todas estas cosas están conectadas. El movimiento climático es central
en el sentido de escoger aquello que es más urgente, pero sólo podemos llegar a
algún lugar si luchamos en todos los frentes o hacemos un gran frente.
El modelo es quizás el movimiento de
justicia ambiental en todo el mundo, y lo que Naomi Klein llama “Blockadia”
representando las barricadas de nuestro tiempo. Sostengo que depende del
surgimiento de un proletariado ambiental (hoy más visible en el Sur global) donde
se reconoce que nuestras luchas materiales sobre el medioambiente en el que
vivimos, respiramos y trabajamos son realmente las mismas.
Tenemos que reconocer quién es el
enemigo. Las ocho mayores corporaciones de combustibles fósiles del mundo
emiten más dióxido de carbono que Estados Unidos, que representa el 15 %
del total mundial. Tenemos que centrarnos en el capital y las corporaciones.
La
lucha contra el oleoducto de Dakota recibió un amplio apoyo de todo el país, e
incluso de pueblos indígenas fuera de los Estados Unidos. Aunque el conflicto
todavía está abierto y la administración Trump se prepara para volver a la
ofensiva, una gran batalla se ganó en diciembre. ¿Qué lecciones podemos
aprender de la lucha por defender Standing Rock?
JBF: La lucha en Standing Rock ha dejado una huella
indeleble en la lucha ambiental actual. Fue una gran victoria, aunque con la
elección de Trump se establecieron las condiciones para la cancelación de lo
que se había ganado. Los pueblos indígenas demostraron una vez más, como lo han
hecho una y otra vez en los últimos años, su liderazgo en la lucha por la
protección del medioambiente. Los protectores del agua se mantuvieron firmes
mientras se atacaba con agua helada, sometidos a balas no letales y gases
lacrimógenos, y atacados con perros.
El mundo entero abrió su boca de
asombro. Era difícil no recordar las luchas de la era de los derechos civiles
en el sur de Jim Crow. La batalla fue principalmente para proteger el agua que
estaba amenazada por la perforación de una tubería bajo el río Missouri. Pero
todo el mundo comprendió -y no sólo los ambientalistas que se unieron a ellos,
sino especialmente los propios pueblos indígenas- que ésta era una batalla por
toda la Tierra.
Para mí, sin embargo, el punto
culminante fue cerca del final cuando miles de veteranos estadounidenses
llegaron en masa, acercándose a Standing Rock en largas líneas sinuosas de
vehículos que se extendían a lo largo de kilómetros, para proporcionar un
“escudo humano” para los protectores de agua. Ellos declararon que estaban de
pie con los pueblos indígenas -e incluso tomando sobre sí mismos el peso de
disculparse de rodillas por la historia de cómo los Estados Unidos trataron a
los nativos americanos. No es un accidente que el gobierno se rindiera un par de
días después de eso.
El conflicto que se habría producido
habría atraído a un número incalculable de personas a la resistencia ambiental
y, en ese sentido, habría sido un desastre a gran escala para los poderes
constituidos, por lo que optaron por retirarse en ese momento.
Pero lo que realmente lo hizo tan
importante fue que representaba un acto de solidaridad recorriendo las líneas
que históricamente nos han dividido. Es el surgimiento de la solidaridad humana
en la hora de la necesidad lo que nos dice de esta manera que podemos ganar.
___________
(*) Esta entrevista fue publicada en
la versión impresa de Left Voice Magazine #2, verano (boreal) del 2017, y ha
sido traducida por Santiago Benítez.