Un
Poema de Ilya Ehrenburg
Mayo, 1945
(Fragmentos)
Cuando llegó a
nuestra ciudad,
perdidos nos
sentimos. De tanto esperarla,
y de atisbar con el
alma cada rumor suyo,
no la reconocimos
en las últimas descargas.
Hemos sufrido tanto
con el trajín de los días y las noches;
hasta aquellas
diminutas flores
no pudieron
florecer esta mañana.
Sólo vi a un
chiquillo,
batiendo palmas y
gritando,
como si él,
inocente, comprendiese
al huésped que
había llegado.
[…]
Ella vestía una
casaca desteñida,
y sangraban sus
piernas arañadas.
Ella llegó, golpeó
en la casa,
abrió la madre, la
mesa estaba servida.
“Tu hijo –dijo–
servía en el mismo regimiento.
Y yo he vuelto y me
llaman Victoria.”
Había pan negro,
pero más blanco que en los días [negros.
Y las lágrimas eran
más salobres que la sal.
Con gritos
festejaban todas las capitales del
[mundo,
aplaudían, cantaban
y bailaban.
Y sólo en aquella
apartada aldea rusa,
dos mujeres
solemnemente estaban en silencio.
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