¡Defender
el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función
de la realidad actual!
De Cómo los
Liquidadores Abjuran del Marxismo-Leninismo y Falsifican la Creación Heroica de
Mariátegui
(Cuarta Parte)
Eduardo Ibarra
Egotismo y
servilismo en el grupo liquidacionista
Así
como, según observó Mariátegui, hay obtusos de derecha y de izquierda, hay
también egotistas de ambas posiciones.
No hablaremos de los obtusos en las
presentes notas, sino únicamente de los egotistas.
En la historia contemporánea del Perú, Haya
aparece como el prototipo de egotismo burgués, y en la memoria colectiva están
vivas todavía algunas de sus grotescas expresiones.
Mariátegui, en cambio, es ejemplo
imperecedero de modestia, y esta característica
de su personalidad es parte inalienable de su legado.
No obstante, este invalorable legado ha
sido contravenido por algunos personajes.
Así, siguiendo el mal ejemplo de egotismo
burgués de Haya y haciendo a un lado el ejemplo de modestia proletaria de
Mariátegui, Abimael Guzmán se autoproclamó “el más grande
marxista-leninista-maoísta viviente” y Ramón García se autoproclamó “Yo el
Supremo”.
Curiosamente, los liquidadores critican el
“individualismo huachafo” de Guzmán y el PCP-SL, cuando el individualismo de
García (del cual hemos señalado aquí únicamente su expresión más huachafa) es
un individualismo elevado al nivel del más descomunal egotismo: proclamándose
como se ha proclamado, García se ha puesto por encima de Guzmán y de todos los mortales.
Pero no hay egotismo sin servilismo. Así,
en la memoria colectiva está vivo todavía el recuerdo del servilismo de la
militancia aprista.
Igualmente, aún están vivas en la memoria
colectiva las grotescas expresiones de servilismo de los militantes
senderistas, así como, presentemente, pueden constatarse las grotescas
expresiones de servilismo de los liquidadores.
El servil es una persona que ve las cosas
no con sus propios ojos sino con los anteojos del egotista ante el cual se
inclina supersticiosamente.
Es decir es una persona que ha perdido la
capacidad de pensar por cuenta propia.
O sea una persona que ha perdido toda
autonomía intelectual, toda personalidad política propia.
Veamos un caso de servilismo: para lanzar a
la militancia de su partido a la aventura militar que, como se sabe, terminó en
un grave fracaso, Guzmán tergiversó las tesis de Lenin y Mao sobre la situación
revolucionaria, y, sin embargo, sus partidarios no fueron capaces de darse
cuenta de ello y asumieron semejante tergiversación.
Veamos otro caso de servilismo: para
contagiar su abjuración del marxismo-leninismo y su negación del carácter de
clase del partido de Mariátegui, García hizo a un lado las tesis de Stalin
sobre el leninismo y profundizó su vieja tergiversación de la verdad histórica
del PSP, y, sin embargo, sus seguidores no fueron capaces de darse cuenta de
ello y asumieron semejante abjuración y semejante negación.
Curiosamente, los liquidadores critican el
servilismo en las filas del PCP-SL, cuando ellos mismos son ejemplos vivos de
cerril servilismo.
Si el egotismo de Guzmán y el egotismo de
García son la exasperación el viejo liberalismo burgués, el servilismo de sus
respectivos partidarios es la exacerbación de la ideología feudal
sobreviviente: la semifeudalidad ha periclitado en nuestro medio como economía,
pero no como espíritu.
Por eso, resulta sumamente cómico escuchar
a los liquidadores hablar de solidaridad de clase, de la necesidad de pensar
por cuenta propia y otras cosas por el estilo, con citas de Mariátegui
incluidas.
Pero hay más. Si en sus relaciones internas
el grupo liquidacionista se caracteriza por el egotismo de García y el
servilismo de sus seguidores, en sus relaciones externas se presenta
marcadamente egotista y, además, promueve el servilismo respecto a sus
posiciones. Así por ejemplo, en ocasión del fracaso de su anhelada fusión con
el PCP-Unidad, Manuel Velásquez escribió que dicho fracaso se debió a que los
militantes del mencionado partido “no entienden todavía que tienen que autodisolverse”
(cito de memoria). Los únicos que “entienden”, pues, ¡son los liquidadores! Los
demás son brutos.
Sin embargo, a pesar de todo, el servilismo
no es un absoluto.
Así por ejemplo, tan pronto la aventura
militar del PCP-SL terminó en un grave fracaso, entre la militancia de dicho
partido se alzaron voces algo críticas, realidad que, a través del tiempo, se
ha ido extendiendo y profundizándose.
Claro está que todavía esas voces no van al
fondo del asunto y, por lo tanto, no alcanzan a explicarse, entre otras cosas,
las causas más profundas del fracaso de la aventura militar a la que Guzmán
lanzó a su partido.
En el grupo liquidacionista ocurre algo
parecido: ante los sucesivos fracasos de tragarse a las diversas organizaciones
de nuestra izquierda, entre los liquidadores se alzan algunas voces más o menos
críticas.
Claro está que estas voces no van al fondo
del asunto y, por lo tanto, no alcanzan a explicarse, entre otras cosas, las
causas ideológicas y políticas de la bancarrota a que García ha conducido a su
grupo con su abjuración del marxismo-leninismo, su falsificación de la Creación
Heroica de Mariátegui, su reformista camino municipal al socialismo y su
negación del partido de clase.
Mientras los liquidadores no sean
capaces de romper con esta múltiple apostasía, es decir, mientras no sean
capaces de dejar de ser liquidadores, cualquier crítica que puedan hacer de algunos
aspectos de la política de García no será más que una “rebelión de rodillas”.
El caso más patético de esta peculiar rebelión es Miguel Aragón.
Tanto el egotismo de Guzmán y de García
como el servilismo de sus respectivos seguidores, son, por cierto,
completamente contrarios al Marxismo-Leninismo, al Camino de Mariátegui, al
Socialismo Peruano.
Por eso, es deber ineludible de los
continuadores de Mariátegui combatir semejantes desviaciones del espíritu
proletario y establecer el centralismo democrático en las diversas
organizaciones y la solidaridad de clase entre ellas.
20.12.2016.
¡Defender
el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función
de la realidad actual!
Acerca de un Caso de Escamoteo
e Impotencia
(Tercera Parte)
Eduardo Ibarra
Aragón dice: “Ambos autores, García e
Ibarra, no obstante el tiempo transcurrido, hasta ahora no entienden el
desarrollo y la importancia del largo
debate sostenido entre la propuesta socialista proletaria promovida por Mariátegui, y la demagógica propuesta
nacionalista burguesa, saturada de caudillismo feudal, acaudillada por Haya de la Torre”.
Para
que el lector no caiga en la insidia del comentarista, basta que se remita a mi
folleto Mariátegui y el Partido
Socialista del Perú (borrador) (octubre,
2008)
y a mi artículo La reunión de Barranco y el liquidacionismo histórico (24.02.2016), textos donde expongo mi punto de vista sobre el tema. Aquí
es suficiente señalar que quien presume de entender la polémica entre
Mariátegui y Haya, no entiende, como ya se ha visto, el sentido de la
afirmación mariateguiana sobre la homogeneidad doctrinal que aparece en la
carta colectiva.
Pues
bien, a partir de tal desentendimiento, el debate entre Mariátegui y Haya se le
hace a Aragón un verdadero embrollo.
Pero
veamos algunos aspectos específicos de su insidia.
Ahora
que nuestro comentarista ha descubierto que en la carta colectiva Mariátegui
escribió “el Apra debe ser” y que en la carta del 16 de abril de 1928 escribió
que “La cuestión: El “Apra: alianza o partido”… pasa a segundo término desde el
instante en que aparece en escena el Partido Nacionalista Peruano…”, es menester
precisar que este fabuloso hallazgo lo utiliza para calumniarme. Así, escribió:
“… resulta totalmente absurdo suponer, como lo hacen García e Ibarra, que tres
meses después de la carta del 16 de abril, con fecha 10 de julio, Mariátegui
todavía estuviera proponiendo “El Apra debe
ser’”, agregando líneas después que “arbitraria y testarudamente” sostengo
que la carta colectiva fue escrita el 10 de julio de 1928.
Y
digo para calumniarme, pues en mi artículo, mencionado arriba, dejé sentado que
“la carta colectiva fue escrita en abril de 1928” y que la misma “no tuvo
fecha de redacción sino de remisión”: 10 de julio de 1928. Pero además, al
citar una afirmación de la carta del 16 de
abril (“Hemos acordado una carta colectiva que muy pronto les enviaremos”), estoy
reconociendo que la carta colectiva es anterior a esta última fecha.
Contra este hecho –que le consta a todo el
mundo– ¿cómo ha sido posible que Aragón me calumnie?
Ha
sido posible, porque, como es notorio, con su “escrita, o enviada” y su “arbitraria
y testarudamente”, ha tenido la fría intención de tergiversar mis
afirmaciones y manipular así a los
lectores.
Por
lo demás, llamo la atención del lector sobre la frase mariateguiana “…que muy
pronto les enviaremos…”. Efectivamente, la carta colectiva fue enviada a
distintos destinatarios a partir del 10 de julio, no obstante que a la sazón había
sido sobrepasado el criterio de que “El Apra debe ser…”. Entonces, la
arbitraria acusación que me hace Aragón cae sobre Mariátegui, quien, como se
ve, al hacer circular la carta colectiva “tres meses después de la carta del 16
de abril”, habría cometido el “absurdo” de proponer la idea de que “El Apra
debe ser…”.
Finalmente,
sobre el mismo punto, llamo la atención sobre la forma en que Aragón pretende
haber rectificado un error suyo al haber creído durante un tiempo que la carta
colectiva “nunca se había enviado”. Al respecto
dice el comentarista que “Hasta comienzos del año 2015… no
conocía ningún documento de los meses de abril a julio de 1928, en el cual se
mencionara alguna parte de la Carta Colectiva” (elipsis mía). Así, la cuestión
de si la carta colectiva fue enviada o no, se convierte en la cuestión de que
si alguna parte suya fue mencionada o no en algún documento del período
abril-julio de 1928. Aragón, pues, como se ve, enreda premeditadamente las
cosas.
En las cartas del 29 de setiembre, del 7
de octubre y del 19 del mismo mes de 1928 a Carlos Arbulú, a Nicanor de la
Fuente y a Luis Valcárcel, respectivamente, Mariátegui dio cuenta del envío a
dichos intelectuales de la carta colectiva (véase Correspondencia, t.II, pp.444-445, 451, 459), y, en una carta de
Alejandro Rojas a Mariátegui de setiembre de 1928, el remitente da testimonio
de haber recibido una del maestro fechada el 10 de julio: “Su atenta del 10 de
julio…” (p.446). Por el tenor de la carta de Rojas se desprende que con ella este
personaje dio respuesta a la carta colectiva.
Entonces ¿cómo es posible que, hasta
mediados de 2015, Aragón haya creído que la carta colectiva “nunca se había
enviado”?
La única respuesta posible es que, así
como ha demostrado no entender lo que lee, el comentarista ha demostrado
también que no sabe lo que escribe, pues, al mencionar las cartas de Mariátegui
a Carlos Arbulú y Luís Valcárcel, lo
que ha hecho es presentar, involuntariamente, una prueba contra su propia creencia
de que la carta colectiva “nunca se había enviado”: como se ha visto, en julio
fue enviada a Rojas y a partir de entonces también a otras personas (Arbulú, De
la Fuente, Valcárcel, etcétera).
En cuanto a la “importancia” de la carta
colectiva, solo es necesario reseñar aquí lo que sigue.
Mariátegui
no podía entender el APRA “como partido, esto es, como una facción orgánica y
doctrinariamente homogénea”, pues “conforme a la idea que originalmente la
inspiró, y que su propio nombre expresa, el Apra debe ser, o es de hecho, una
alianza, un frente único y no un partido” (Martínez, Apuntes para una interpretación marxista de historia social del Perú,
t.II, p.300).
Por
eso, sostuvo también que “Los elementos de izquierda que en el Perú concurrimos
a su formación [a la formación del Apra], constituimos de hecho –y
organizaremos formalmente– un grupo o Partido Socialista, de filiación y
orientación definidas…” (ibídem,
p.301).
Precisamente
porque entiendo la importancia de este planteamiento mariateguiano (y no solo
su importancia, sino también su vigencia), hoy defiendo intransigentemente el
partido marxista-leninista, el partido orgánica y doctrinariamente homogéneo, el
partido de clase.
En
cambio Aragón, que presume entender como nadie la polémica Mariátegui-Haya,
sucumbió fácilmente a la grosera falsificación de la verdad histórica del PSP
esgrimida alegremente por Ramón García.
Es
decir, mientras Mariátegui reivindicó el derecho del proletariado a su propio
partido, a su partido de clase, Aragón reniega este derecho. Esta es la extraña
forma que tiene de entender la polémica Mariátegui-Haya.
El
comentarista dice: “Ambos autores, Ibarra y García, no entienden el desarrollo
y la importancia del trabajo de formación del movimiento socialista peruano, y
suponen que para el año 1928, ya se habían alcanzado y logrado los tres requisitos o condiciones que
Mariátegui consideraba necesarios e imprescindibles para dar el paso definitivo
de la constitución de la organización partidaria del proletariado peruano”. “Las
tres condiciones, recordadas por Mariátegui en
Antecedentes y Desarrollo de la
Acción Clasista, fueron ‘tener un
programa, haber alcanzado el arraigo entre las masas, y la existencia de
un periodo propio para la organización socialista’”. “Sin esas tres
condiciones, no era oportuno constituir
la organización partidaria en 1919 (deslinde con la propuesta de Ulloa), ni en
1923 (deslinde con las exigencias de Falcón), ni tampoco en 1928, no obstante
que Mariátegui al regresar de Europa en 1923, tenía el propósito de ‘trabajar
por la organización de un partido de clase’”. “¿Qué faltaba en 1928 para
constituir el partido del proletariado? ¿Porqué (sic) no se constituyó entre
1928 y 1930?”. “En 1928 faltaba la
tercera condición, que en realidad es la primera en importancia: faltaba “un periodo propio para la organización
socialista”. Para que se presenten esas condiciones, se necesita vivir ante
la inminencia, o en desarrollo de situación
revolucionaria; y para que exista situación revolucionaria, la primera
condición es que las contradicciones internas de la sociedad hayan desembocado
en una situación de grave crisis
económica. Y justamente, en el Perú de 1928 ocurría lo contrario. Desde
1895 hasta comienzos de 1930, en el Perú se vivía en condiciones de relativa estabilidad y crecimiento
capitalista, se estaba atravesando por el tercer ciclo largo, o tercera
onda larga, de crecimiento capitalista” (negritas en el original).
No
he podido evitar esta extensa cita, pues en ella aparece clara la falsificación
que comete el comentarista tanto del pensamiento de Mariátegui como del PSP.
Veamos.
En Antecedentes y desarrollo de la acción
clasista, Mariátegui escribió: “Una parte de los elementos que lo componen,
dirigida por Luis Ulloa, se propone la inmediata transformación del grupo en
partido; la otra parte, en la que se cuentan precisamente los iniciadores de su
fundación, sostienen que debe ser mantenido como Comité de Propaganda y
Organización Socialistas, mientras su presencia no tenga arraigo en las masas.
El período no es propio para la organización socialista…” (Ideología y política, p.99).
Lo
que dijo Mariátegui con la cita es algo evidente: el período no era propio para
la organización socialista, precisamente porque
el Comité no había alcanzado arraigo en las masas; por tanto, la frase “el período no es propio para la organización
socialista”, no es una condición para que sea factible esta organización, sino una conclusión
derivada directamente del hecho de que la presencia del Comité no había
alcanzado un tal arraigo.
La
puntualización mariateguiana de que la revista Nuestra Época no traía un programa socialista no se refiere, como
es obvio, al Comité, y, por tanto, no tiene que ver con la conclusión anotada
arriba. Supongamos, sin embargo, por un instante, que sí tiene que ver con ella;
en este caso la conclusión sería la que sigue: puesto que no hay programa y el
Comité no tiene arraigo en las masas, el período no es propio para la
organización socialista.
Es decir,
incluso así, lo del “período propio” aparece como una conclusión, no obstante
lo cual Aragón cree que es una condición, es decir, algo autónomo respecto a la
cuestión del “arraigo en las masas” (y a la cuestión del programa en su
personal conjetura), o sea, una condición más para la organización socialista.
Con
el agravante, como es patente, de que no ha expuesto –como hubiera sido de
rigor– el contenido de esa pretensa condición, y por tanto no ha probado en
absoluto su conjetura.
Seguramente
el lector ya se percató de que, llevando su liquidacionismo al plano histórico,
Aragón niega sin más –y por enésima vez– la constitución del PSP: “¿Porqué no
se constituyó [el partido] entre 1928 y 1930?”, se pregunta confusionistamente. Porque,
según dice, “faltaba la tercera condición”, es decir, un “período propio para
la organización socialista”.
Y
faltaba esta “tercera condición”, porque, según dice también, “Para que se
presenten esas condiciones [así en plural], se necesita “vivir ante la
inminencia, o en desarrollo de situación
revolucionaria”.
Es
decir, el comentarista cree que el programa, el arraigo en las masas y el
misterioso período propio para la organización socialista, son posibles únicamente
en una situación revolucionaria o de su inminencia.
Por
eso dice que “Sin esas tres condiciones, no era oportuno constituir la
organización partidaria en 1919 (deslinde con la propuesta de Ulloa), ni en
1923 (deslinde con las exigencias de Falcón), ni tampoco en 1928”, y,
precisamente, puntualiza que “en el Perú de 1928 ocurría lo contrario” (lo
contrario a una situación revolucionaria).
Pero
ocurre que, no obstante que Aragón cree “que Mariátegui consideraba necesarios
e imprescindibles [las tres condiciones] para dar el paso definitivo de la
constitución de la organización partidaria del proletariado peruano”, el maestro
constituyó el “grupo organizador del PSP” el 7 de octubre de 1928 (fundación
clandestina del partido) y en marzo de 1930 intentó su fundación pública, ambas
cosas, pues, en un período que el comentarista califica de impropio para la
constitución del partido, y, por esto, llega a la torpe conclusión de que el
partido “no se constituyó”.
Es
así como pone en evidencia un idealismo que lo lleva a negar la existencia del
PSP en nombre de “los tres requisitos” (“o condiciones”), así como, al mismo
tiempo, no puede ocultar su taimada descalificación de Mariátegui.
Pero
además, puesto que en ninguna parte ha dicho que su conjetura se limita al
Perú, hay que deducir que eleva a verdad general aquello de “los tres
requisitos”, es decir que, para él, ningún partido puede fundarse si no existe
una situación revolucionaria o su inminencia.
Así,
descalifica a la inmensa mayoría de los partidos proletarios, pues la fundación
de estos partidos, sus programas y el arraigo en las masas que alcanzaron
muchos de ellos, son hechos que no se produjeron en las condiciones de una
situación revolucionaria o en su inminencia.
Como
se sabe, en la actual situación nacional (situación no revolucionaria) Aragón propone la construcción de un frente con
exclusión absoluta de la tarea de constituir el partido (frentismo
antipartido), y en la futura situación revolucionaria (que surgirá más tarde o
más temprano) propone no la lucha
directa por el poder, como corresponde en una situación tal, sino apenas la
constitución del partido.
Cualquier
marxista comprende perfectamente que la situación revolucionaria es una
oportunidad histórica para la lucha directa por el poder, lo que implica la
existencia previa de un partido consolidado en años y aun en décadas de lucha
política.
Es
decir, Aragón se opone abiertamente a
la constitución del partido en la actual situación no revolucionaria, y más o menos subrepticiamente a la lucha directa por el poder en la futura
situación revolucionaria.
Pero hay más. ¿Por qué cree el comentarista
que en una situación no revolucionaria
como la actual el proletariado no puede constituir su partido, acordar su
programa y alcanzar arraigo en las masas, y, en cambio, según se desprende de
su literatura, el frente unido sí puede constituirse, acordar un programa y
alcanzar arraigo en las masas?
Esta
cuestión queda completamente en la nebulosa.
Por
otro lado, Aragón habla de “la organización partidaria del proletariado peruano”.
Pero el partido doctrinariamente heterogéneo, pluriclasista, que promueven los
liquidadores no es ni puede ser el partido de clase del proletariado. Esto es
indiscutible, y por tanto no es necesario que me extienda sobre el punto.
Aragón
dice: “García e Ibarra se cuidan muy bien de no pronunciarse sobre esta
condición objetiva de la realidad peruana de esos tiempos. Todo lo pretenden
reducir a “desarrollo de las ideas”.
En ¿Qué hacer?, Lenin señaló que “… las
huelgas de la última década del siglo pasado, a pesar de que, en comparación
con los ’motines’, representaban un enorme progreso, seguían siendo un
movimiento netamente espontáneo” (Editorial Progreso, Moscú, s/f, p.30). Y
señaló también que “… la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en
Rusia independientemente en absoluto del ascenso espontáneo del movimiento
obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del
pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas”; y que, por
consiguiente, “… existían tanto el
despertar espontáneo de las masas obreras, el despertar a la vida consciente y
a la lucha consciente, como una juventud revolucionaria que, armada de la
teoría socialdemócrata, tendía con todas sus fuerzas hacia los obreros” (ibídem, p.31).
Como
es lógico, existe una determinada relación entre el desarrollo del capitalismo,
el desarrollo del movimiento espontáneo y el desarrollo de las ideas
marxistas. Esto es cierto tanto en el
nivel histórico universal (surgimiento del marxismo) como en el nivel histórico
particular (surgimiento de la forma nacional del marxismo).
Pero
la relación entre el movimiento espontaneo y el desarrollo del marxismo es de
una relativa autonomía del último con respecto al primero.
Por
eso, en el Perú, el desarrollo de las ideas marxistas (Peruanicemos al Perú, Historia
de la crisis mundial, La escena
contemporánea, 7 ensayos, El alma
matinal, Defensa del marxismo, Ideología
y política, etcétera) se produjo independientemente en absoluto del
movimiento obrero, aunque, como se sabe, Mariátegui estaba fuertemente
relacionado con la clase obrera.
Así,
pues, mientras el desarrollo del marxismo peruano condujo a la constitución del
PSP, el desarrollo del movimiento espontáneo condujo a la fundación de la CGTP.
Obviamente,
entre ambos organismos hubo una relación que significó el punto de encuentro
(de contacto, de empalme) más importante entre el movimiento consciente y el
movimiento espontáneo en los años 1920.
Por
tanto, si Aragón dice que todo lo reduzco a “desarrollo de las ideas”, es solo porque,
como es notorio, no solo no entiende el problema del desarrollo del marxismo
peruano, sino que, además, necesita acusar por acusar a fin de descalificar mi
folleto. Y no es la primera vez –y es posible que tampoco sea la última– que
procede de esta forma cargada de insidia.
16.03.2017.
La Reunión de
Barranco y el Liquidacionismo Histórico
(Fragmento)
E.I.
Acerca de la carta colectiva
Aragón dice que esta carta esperaba ser fechada “después de [su] debate y
aprobación, lo cual nunca ocurrió”.
Pero veamos cuales fueron los hechos.
En la carta del 16 de abril de 1928 a la
célula aprista de México, Mariátegui señaló: “Hemos acordado una carta
colectiva que muy pronto les enviaremos” (Correspondencia,
t.II, p.373).
En carta del 29 de setiembre de 1928 a
Carlos Arbulú, escribió: “… le acompaño dos cartas, una mía y otra que
acordamos suscribir yo y varios compañeros, pero que en breve resultó
insuficiente ante la prisa con que el grupo de México había avanzado en el
sentido condenado abiertamente por nosotros” (ibídem, pp.444-445).
En carta del 7 de octubre del mismo año a
Nicanor de la Fuente, anotó: “A Arbulú le he mandado copias de dos cartas en
que formulamos en abril nuestros puntos de vista” (ibídem, p.451).
Y en carta del 19 de octubre del mismo año
a Luis Valcárcel, apuntó: “Empiezo por acompañarle la copia de una carta
colectiva, acordada en abril, y que pronto resultó inferior al desacuerdo provocado
por la precipitación del grupo de
México…” (ibídem, p.459).
De estas afirmaciones
del maestro se desprende: 1) que la carta colectiva fue escrita en abril de
1928; 2) que fue “acordada”, es decir, convenida, concertada, pactada; 3) que
“en breve resultó insuficiente…”; 4) que fue remitida a diversos activistas; 5)
que contenía los puntos de vista de los fundadores (“nuestros puntos de
vista”).
Por eso Martínez señaló:
“Con esta ‘carta colectiva’ el grupo de Lima tomaba posición. Esta circular ejerció
gran influencia. Permitió la definición de los elementos que dentro del Apra,
no estaban de acuerdo con la orientación imprimida por Haya de la Torre” (26).
Las afirmaciones “en breve resultó
insuficiente…” (en la carta a Arubulú), y, “pronto resultó inferior al
desacuerdo…” (en la carta a Valcárcel), no sugieren que la carta colectiva no
hubiera sido debatida y acordada, sino nada más que lo que dicen sus letras:
que rápidamente su contenido resultó inferior al grado de antagonismo alcanzado
por la divergencia. Firmada o no (no hay prueba documental de lo uno ni de lo
otro), la cuestión de fondo es que la
carta fue acordada y representó los puntos de vista de los fundadores.
Pues ¿habría sido posible que, seis meses
después de escrita, Mariátegui hablara de “nuestros puntos de vista” si la
carta colectiva no hubiese sido aprobada? ¿Habría sido posible que la remitiera
mencionándola como “carta colectiva”?
¿Mariátegui era un falsario?
La carta colectiva no tuvo fecha de
redacción sino de remisión (27). Una carta de Alejandro Rojas, fechada en
setiembre de 1928 en Hamburgo, aunque escrita en New York, hace referencia a
una carta remitida a su persona por Mariátegui con fecha del 10 de julio: “Su
atenta del 10 de julio…” (ibídem,
p.302; Correspondencia, t.II, p.446).
Como se puede verificar, en la Correspondencia no aparece ninguna carta
de Mariátegui con dicha fecha dirigida a Alejandro Rojas, lo cual permite
asegurar que la recibida por este personaje fue la carta colectiva (28).
Si el 10 de julio de 1928 (29) Mariátegui
remitió la carta colectiva al oscuro activista Rojas, entonces es factible
suponer que a partir de dicha fecha fue remitida también a los demás
activistas.
Dice Aragón: “Tiempo
después, el mismo Mariátegui la utilizó [la carta colectiva] solamente como un
testimonio o material ‘de referencia’”.
Pero la verdad es otra. En la carta a
Arbulú, Mariátegui sostiene que desea que su destinatario “se forme juicio
completo de este debate”.
En la carta a De la Fuente, luego de
señalar “Esta actitud nuestra contra una desviación…”, Mariátegui continúa con
estas palabras: “para que aprecien Uds. la posición de esos señores”. Habiendo
aludido antes el envío que había hecho a Arbulú de “copias de dos cartas”, el
“Uds” que aparece en lo citado se refiere a esta persona y al propio De la
Fuente, por lo cual la frase “para que aprecien…” tiene que entenderse con el
mismo alcance que tiene la que aparece en la citada carta a Arbulú: “Deseo que
Ud. se forme juicio completo de este debate”
En la carta a Valcárcel, se lee: “El modo más leal de informarlo a este
respecto, para que no se encuentre Ud. desorientado ante rumores confusos…”. Con
la frase “para que no se encuentre Ud. desorientado…” implica que Mariátegui
buscaba que Valcárcel tomara posición respecto a la divergencia con Haya y sus
repetidores.
En todos los casos, pues, Mariátegui, no
obstante haber señalado que la carta colectiva “pronto resultó inferior al
desacuerdo…”, la utilizó como material que les permitiera a sus destinatarios
tomar posición, y no, pues, como
simple “testimonio” o mera “referencia”.
Notas
[26] Apuntes, t.II, p.302. En
este mismo lugar, Martínez dejó escrito también: “Esta carta [de Haya del 20 de
mayo] no recibió respuesta. Mariátegui cortó toda relación con Haya de la
Torre. Continuaba el trabajo. Se redactaron los puntos de vista respecto al
Apra, que se remitieron a todos los grupos extranjeros. He aquí la ‘carta
colectiva’ que fijaba la posición del grupo de Lima” (p.299). Esta afirmación
pretende que la carta colectiva fue posterior a la aludida carta de Haya, o sea
que fue escrita después del 20 de mayo. Esto no concuerda con la información
contenida en las cartas de Mariátegui citadas en el presente trabajo ni con la
observación del propio Martínez en el sentido de que después de la carta de
Haya, Mariátegui cortó con él toda correspondencia (ver Correspondencia, t.II, p.491).
[27] La carta colectiva no tuvo, en
efecto, fecha de redacción. Pero de esto no se colige que se hubiera pensado
ponerle fecha una vez que fuera firmada, pues si fue “acordada” en abril y
representó “nuestros puntos de vista”, posiblemente fue firmada en el momento
de su acuerdo. Puede suponerse, por lo tanto, que lo que ocurrió fue que se
pensó ponerle la fecha en que fuera remitida por primera vez. Y, efectivamente,
ante la historia aparece fechada el 10 de julio de 1928.
[28] Es sabido que Mariátegui no mantenía correspondencia con Rojas. De
manera que si le remitió una carta fechada el 10 de julio, donde es tratada la
divergencia con Haya, ella debe ser la carta colectiva.
[29] En la Correspondencia
no hay una sola carta del período abril-09 de julio, que de cuenta de la carta
colectiva, lo cual indica que aquello de que “muy pronto les enviaremos [la
carta colectiva]” no se cumplió debido a que la misma “en breve resultó
insuficiente”. ¿Cuán en breve? La carta de Mariátegui del 16 de abril a la
célula aprista de México fue una actualización de los términos de la
divergencia.
Jornada por las Ocho Horas: A un Siglo
de Lucha Sindical. (*)
Roque Ramírez Cueva.
AÑO POR AÑO, en las celebraciones de
los Primero de Mayo se cantan loores y se rinde pleitesía a los trabajadores
con una intencionalidad traviesa en unos y aviesa en otros. Recuerdo que en
nuestra niñez, de los tempranos años sesenta del siglo que acaba de pasar, aún
logramos asistir a la solemnidad del homenaje a los obreros, pero de pronto al
final de dicha década, se dejó de mencionar el día del obrero, y se generalizó
por un “día del trabajo”, y, entonces, los trabajadores –donde se incluyeron
los empleados pequeño burgueses y toda persona que se gana sus centavos diarios
con sudor y sin sudor- se hicieron dueños del homenaje y lo convirtieron en
festejo. Antes de la usurpación, la mayor honra consistía en manifestaciones de
reafirmación de lucha, flameando banderas rojas.
Por
lo mismo, los poetas del verbo que mecen en el aire martillos y hoces nos
plantean su exigencia justa, un llamado nítido, “el Primero de Mayo, es una
celebración de la clase obrera, es desde sus orígenes un tiempo de los obreros
y de nadie más”. Y nos advierten, no es su ocurrencia, es el reclamo de los
hombres que se fajaron en las usinas y forjaron un tanto de su libertad en las
firmes manifestaciones de la calle. Por si olvidamos, aquellos hombres de comba
en perno, de pura fuerza de sudor y esfuerzo, trabajo que le llaman, su sangre
dejaron impregnada en el cuerpo de la máquina, dejaron la vida en las fábricas
laborando hasta extenuarse por doce a quince horas diarias, cuando no se les
exigía más.
En
atención al clamor de los poetas, voz obrera, revisemos el por qué la gesta del
Primero de Mayo. En épocas que no se enseña la historia cierta, sino sus
ambigüedades, es necesario y justo. Los primeros datos ofrecidos por los
Maestros (también necesaria esta mayúscula) de la escuela nos hablan de los
mártires de Chicago, quienes fueron ejecutados por exigir un jornal de trabajo
de solo ocho horas, su reclamo lo hicieron empleando la huelga y los street’s
meetings. Entre esos héroes obreros destacan dos que la historia –incluso el
cine- nos recuerda su gesta, nos referimos a Nicola Sacco y Bartolomeo
Vanzetti, inmigrantes italianos arribados a Norte américa, de confesión
anarquista.
Tras
esta versión de las aulas y del cine, se evoca también a los nuestros, en Perú
el credo anarquista cundió sin pánico entre la clase obrera, y, por cierto, tal
anarquismo tuvo sello propio entre los obreros de Lima y Callao, el ideario
anarco sindicalista, cuya voz bizarra y prístina fue el poeta don Manuel
González Prada. Los líderes obreros peruanos que conquistaron la jornada de las
ocho horas son varios, ya los mencionaremos adelante, y el efecto de su
instrumento de lucha, los mítines en calles, fue un tanto menos aciago que el
crimen cometido contra Sacco y Vanzetti, entre otros ajusticiados por los
Owners de los trust de Chicago. En toda represión, actúa el estado y su brazo
ejecutor, pero el autor intelectual y mando directo son los grandes empresarios
de las corporaciones.
Los
obreros anarquistas del país del norte no lo ignoraban y dirigieron sus
tácticas erradas contra ellos por medio del atentado individual. Los obreros
anarco sindicalistas de nuestras costas lo percibieron distinto, opusieron su
lucha ante el estado, y eso hizo una diferencia distante, fortaleciendo la
unidad de su movimiento obrero, protegieron a sus bases sindicales y
mantuvieron vigente su lucha. Desde luego, en el caso del Perú, no se puede
olvidar –por ninguna justificación- que se dio un tratamiento al conflicto, por
parte del Estado, “para el negro de las haciendas había el cepo y el látigo;
para el trabajador de las fábricas o de las minas hay el rifle y la ametralladora”,
afirmaba González Prada1.
Por ello, la celebración del Primero de
Mayo, bien dicen las voces obreras, es una fecha para renovar el compromiso de
su lucha latente, y no mero regocijo. Así, la clase obrera lo propone, no se
debe solo evocar los briosos días, la vital experiencia de estas fechas
memorables, ni tampoco apelar al acto intrascendente, a la combatividad de
masas sin timonel, sin mirar el norte u horizonte, según se prefiera. Porque,
parafraseando a González Prada, se trata de ejecutar, ya, la generosa empresa
por la liberación de los oprimidos del Perú esencia. Por tal, las presentes
líneas intentarán señalar acerca de la Tarea-lección no percibida en los
efectos o consecuencias derivadas de las páginas históricas del Primero de
Mayo.
Empecemos
por decir que la lección maestra del anarco sindicalismo, antes y después de la
lucha por la jornada de las 8 horas, es una de las unidades de aprendizaje con
mayores resultados en la historia del movimiento social del país. Mas, por
ironía, algunas de estas enseñanzas centrales no se sintetizaron ni asimilaron.
Al parecer, tampoco fueron consideradas en la redacción y aplicación de los
principios del sindicalismo clasista. Lecciones morales, pragmáticas e
ideológicas insertas desde el período de la jornada por las ocho horas, al que
contribuyeron los obreros anarco-sindicalistas. Adelante observaremos por qué
este aporte aún no ha sido comprendido en los ensayos históricos que refieren
el momento.
Es necesario averiguar, deliberar y dar
respuesta, ¿Por qué de simples artesanos y obreros, ellos se transformaron en
conductores estratégicos y tácticos de masas? Porque, entre otras cualidades,
actuaron no como uno sino fusionados como diversos hombre-actividad emanado de
un solo ser social, el precursor proletario. Un obrero operario (valga el
redunde) que, ya sea maestro u aprendiz, se auto educó en cultura básica y en
el ideario de su pensamiento. Aquí, en este punto de considerarlos precursores
proletarios, sabemos que estamos blasfemando según la ortodoxia de
las ideas marxistas, pero por su accionar es la única manera de distinguirlos y
agradecer su contribución a la luchas clasistas.
Después
de todo, solo la fe de estos obreros profesada al ideario anarco-sindicalista
impide –a pesar que duela ser dogmático- se les ubique junto a esa gran masa
trabajadora portadora de una ideología revolucionaria, la llamada clase
proletaria. No obstante, cómo no respetar y aprender de estos luchadores
sociales que no conciliaron ni dieron concesión alguna a la patronal
capitalista de su época; que tampoco intentaron levantar sus huelgas sin antes
no obtener las reivindicaciones propuestas a los amos. Hoy en día, sus acciones
consecuentes serían tildadas además radicales y de “actitudes infantiles” por
los capitostes del sindicalismo amarillista y de sus organizaciones
revisionistas, en particular de una izquierda adocenada y formalita, quienes
han convertido en un prejuicio la acción antagónica de masas para así
justificar sus inclinaciones pro patronales.
Volviendo
al tema de los luchadores por la jornada de las ocho horas, en la historia del
sindicalismo, solo el período de organización y construcción de la CGTP y del
Partido Comunista (llamado socialista al inicio); incluida la cristalina y
vital labor de José Carlos Mariátegui en la misma década de los años treinta;
decía, solo en esta se superó la labor socio-política del anarco sindicalismo.
Al
respecto, ejemplos concretos hay bastantes, nosotros le recordamos al lector
que un botón de muestra basta para comprobarlo: después de la sentida
desaparición física del Amauta Mariátegui, muchos gremios organizados y
formados en los principios del Sindicalismo Clasista, conservan en su seno
prácticas e instituciones mutualistas y cooperativas, las cuales habían sido
cuestionadas y desdeñadas por los héroes obreros de las jornadas de lucha de
1919, fecha cercana en la que se conquista la exigencia principal de su
reclamo: ocho horas de producción, ocho horas de cultura y/o educación, más
ocho horas de sueño.
De
esa manera, aquellos trabajadores duales (en el mejor significado de la
acepción) de accionar múltiple, ese ya concebido hombre pensamiento acción,
hizo realidad el objeto de sus sueños desde antes de sus luchas mismas. Para
ello se impusieron una disciplina férrea, tenaz y persistente. Cuando laboraban
su larga jornada de 12 a más horas eran fogoneros, panaderos, textileros,
talleristas, mineros o braceros; luego hurtaban algunas horas a su descanso
para hacerle de teatristas, lectores, poetas, payadores, libreros, maestros de
sí mismos, bibliotecarios y estudiantes. Es decir, se dieron tiempo para auto
educarse e involucrarse en procesos culturales, único modo de ser, además
oradores de masa, tipógrafos, periodistas, organizadores sindicales y
polemistas. Cierto, en ese tren frenético de querer obtener conquistas, sus
horas de sueño ya no fueron ocho ni seis, si fueron menos ya no les interesaba,
no tuvieron tiempo para sí mismos, ellos lucharon para que su descendencia si
llegue a conciliar ocho horas de sueño, no olvidarlo, y aún lo olvidamos.
En
otras palabras, es importante destacar y precisar que con aquella voluntad y
capacidad de avance y lucha nos dejaron, en esencia, su amor inagotable y su
solidaridad de clase –hoy, cien años después, no vindicados-, junto a la
capacidad de unidad y centralización de sus luchas. No por algo, J.C.
Mariátegui incorporó su experiencia, distinguió su tarea al afirmar que,
“…dentro del Frente Único cada cual debe conservar su propia filiación y su
propio ideario. Cada cual debe trabajar por su propio credo. Pero todos deben
sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha contra el
adversario común…”2
Y,
tampoco estos propósitos se perciben menos se practican, por tanto concluimos
que (en un anhelo cierto de millones) no hay mayor homenaje para los héroes
obreros de Lucha por la Jornada de las Ocho Horas como hacer viable y real el
cumplimiento de los intereses históricos de la clase obrera de convertirse en
clase dirigente, por lo cual es vital rescatar y actuar con la inmensa
capacidad de entrega, auto educación y lucha de nuestros mártires Nicolás Gutarra, Julio Tataje, Alberto
Fonkén, Manuel C. y Delfín Lévano, Julio Portocarrero –quien más tarde asumiría
el marxismo como líder de la CGTP-; y no faltaron compañeras obreras mártires
como Manuela Chaflajo
e Irene Salvado trabajadoras agrícolas del Valle Huacho-Huaura-Sayán, entre
otras3.
Notas:
(1)
Gonzales Prada, M. “Primero
de Mayo”. En 1908, en el periódico anarcosindicalista Los
Parias, Lima - Perú. Esta edición: Marxists Internet
Archive, 2012.
(2)
Mariátegui, J.C. “El Primero de Mayo y el Frente Único”. El
Obrero Textíl, vol. V, No. 59, Lima, mayo 1, 1924. Esta edición: Marxists Internet
Archive, 2012.
(4) Oscar Alarcón Delgado.
(*) Estas notas se redactaron en 1988, para un diario capitalino. Han sido
reescritas y ampliadas, son resumen de un trabajo mayor de 12 páginas.