El Método de la Economía: El Planteamiento Subjetivista*
Antonio Pesenti
AUNQUE ACTUALMENTE ESTÁ EN DECADENCIA,
todavía prevalece en los manuales oficiales, al menos en Italia, el
planteamiento idealista subjetivista.
Según
dicho pensamiento, la economía política es una ciencia que estudia la actividad
humana resultante del dato fáctico de la existencia de medios limitados
(escasez de medios) frente a necesidades ilimitadas, cuya satisfacción es el
fin de esa actividad humana. La economía se convierte así en la Teoría de las elecciones realizadas por un
sujeto económico entre diversas alternativas.
Esta
definición de la economía en su contenido sustancial –aunque no en su
formulación– se encuentra en los manuales de Papi, Fanno, Amoroso, Bresciani
Turroni y también en autores más modernos y más abiertos a nuevas orientaciones
como Di Fenizio y Vito o, en forma más moderna y aceptable, Graziani, y ha sido
extensa y profundamente estudiada en el conocido libro de Robbins sobre la
naturaleza y la importancia de la ciencia económica.1
El
planteamiento en cuestión toma como punto de partida en el análisis de los
hechos económicos, un «sujeto económico» que actúa a través de su opción sobre
el mundo que le rodea.
Sin
duda se trata de un planteamiento idealista, en cuanto este «sujeto económico»
encuentra en el mundo circundante su su limitación, pero es absolutamente
independiente de él y por consiguiente indiferenciado en el espacio y en el
tiempo, y por tanto igual a sí mismo, libre y soberano dentro de los límites
convenidos por la hipótesis inicial. El comportamiento de dicho sujeto, ya sea
consumidor o productor, es analizado en las distintas hipótesis considerando el
sistema existente como punto de partida. A veces no sólo el sistema social,
sino incluso el sistema de precios, se consideran como punto de partida y no
como punto de llegada.
En
tales autores el planteamiento subjetivista es considerado esencial para la
construcción científica. Para ellos permanece sustancialmente válida la vieja
afirmación de Böhm Bawerk: «Una ciencia económica que no desarrolla la teoría
del valor subjetivo está construida en el aire» y aquella otra de Morgenstern:
«Debe existir una voluntad unitaria que disponga de una escasa provisión de
bienes. Sólo así puede surgir el valor. Esta condición de estrecha relación con
el sujeto no puede ser destruida».
La
teoría subjetivista del valor ha tenido su propio desarrollo. Nació ligada a
premisas utilitaristas. Jevons, profesor de lógica y de economía política en el
colegio de Owen en Manchester, afirmó que «el valor depende enteramente de la
utilidad», inspirándose abiertamente en Bentham. Al mismo tiempo Menger y los
austriacos, que desarrollaron la escuela de la utilidad marginal sino una
vinculación tan estrecha con unos supuestos filosóficos, concibieron en
cualquier caso la utilidad como racionalidad de la conducta humana en sentido
hedonístico. En aquella época se acuñó el concepto de homo economicus. Posteriormente se intentó despojar de cualquier
significado hedonístico la conducta del sujeto económico, empleando a veces
otros vocablos (como «ofelimidad»** en Pareto) y admitiendo la posibilidad de
combinaciones diversas (curvas de indiferencia), para llegar finalmente a la «teoría
de las opciones», -cualquiera que sea el fundamento psicológico de tal
elección, ya sea, como dice Robbins, simplemente «un hecho de experiencia
elemental», ya se trate, como se dirá con otras palabras, de «preferencias
reveladas».
De
cualquier forma, incluso en las sucesivas evoluciones y transformaciones, y
tanto en la formulación paretiana de la interdependencia general como en la más
reciente formulación neopositivista, la base ideológica de tal planteamiento ha
sido siempre el subjetivismo idealista.
En
efecto, lo que es esencial en este planteamiento es el hecho de que se postula
como sujeto de la actividad económica un ego
[yo] indiferenciado y soberano, concebido fuera y por encima de la estructura
social en la que vive. Y tal concepto subyace a lo largo de todas las
evoluciones sufridas por la teoría subjetivista. Esto ha significado crear un
sujeto económico indiferenciado, con vinculaciones puramente formales con
categorías económicas más amplias, tales como (lo veremos más adelante)
salario, beneficio, producción, consumo.
Efectivamente,
desde el punto de vista conceptual, resulta igual la posición del «empresario»
y la del «trabajador» e incluso la del parado en el campo del «consumo»; en el
campo productivo todos se convierten en «factores de producción», elegidos por
el sujeto económico empresario según las leyes de sustitución.
Veremos
cómo técnicamente se ha construido la teoría económica sobre estas bases
ideológicas, partiendo de los conceptos de «cantidad» y de «margen».
Por
lo que respecta a nosotros los italianos, es necesario recordar que alrededor
de 1900 hubo fuertes discusiones sobre metodología del subjetivismo y que Croce2
contribuyó grandemente a la sublimación de los conceptos económicos en su
definición filosófica.
Croce,
como es sabido, ha hecho claramente la distinción entre filosofía y ciencia,
entre concepto puro y concepto empírico o seudoconcepto. Para Croce las ciencias
no son sino edificio de seudoconceptos o conceptos empíricos y representativos,
si bien «no son solamente el llamado estadio empírico de las correspondientes
disciplinas filosóficas, sino que persisten y persistirán junto a las
filosóficas porque prestan servicios insustituibles» sin «contaminarse».
De
esta concepción de «autonomía» degradante de las ciencias en una esfera
inferior, en la que no es posible «el desarrollo dialéctico», deriva una
posición escéptica que trascenderá después en empirismo y en neopositivismo, y
en todo caso, incluso en Croce, de ella nace el carácter arbitrario y
tautológico de las leyes económicas.
Por
tanto, el hecho de que Croce haya distinguido la «actividad práctica del
espíritu» de la actividad teorética y haya concebido el espíritu práctico en
las dos formas –de las cuales la primera es «la utilitaria o económica»– ha
proporcionado, aunque lo niegue, la base filosófica de la «teoría de las
opciones», del subjetivismo idealista en el campo económico en su forma actual,
sublimada y liberada de todo residuo utilitarista en el sentido hedonístico. Si
el hecho económico es concebido como elección, no hay duda, decía Croce en
1900, de que se trata de un hecho de actividad práctica, es decir, de voluntad.
Tal derivación se ve a veces reflejada en los manuales, especialmente en los italianos,
e implícitamente es muy frecuente aunque los autores no sean plenamente
conscientes de ello por ignorancia o incomprensión de las fuentes directas.
Las
consecuencias de semejante planteamiento en la sistematización científica de
los fenómenos económicos, resultarán más claras a los lectores mediante las
llamadas de atención que haremos de cuando en cuando a lo largo del desarrollo
de la obra. Sin embargo, conviene criticar rápidamente dicho enfoque, tanto en
su aspecto filosófico como en sus fines prácticos, es decir, en los fines del
conocimiento y de la acción.
Sobre
la base del citado planteamiento se afirmó, efectivamente, que podía crearse
una ciencia capaz de tener validez al margen del tiempo y de cualquier forma
social, hasta el punto de que –se afirmó– era oportuno cambiar el viejo nombre
de «economía política» por el de «economía» o «economía pura». Pero aquí se
encuentra ya el error lógico. En efecto, con tales expresiones, o se afirman
tautologías carentes de sentido concreto o bien se deben aceptar sin someter a
la crítica científica los presupuestos de hecho dentro de los cuales se
desarrolla la actividad económica, considerándolos inmutables.
En
realidad, el sujeto económico –sea o no el «homo oeconomicus» de la primera
fase– actúa siempre en un mercado y es frecuentemente catalogado en categorías
económicas; incluso en el planteamiento subjetivista, aunque tal codificación
resulte puramente formal; no tiene el significado que, como veremos, tenía para
los economistas clásicos.
En
el subjetivismo económico, el mercado determinado llega a convertirse en un
presupuesto, pero precisamente en ello estriba el error y la deficiencia del
planteamiento por lo que respecta a la investigación de las leyes económicas.
Además, en su aplicación práctica, el subjetivismo parte siempre, cualquiera
que sea la base psicológica y la evolución lógica, de la teoría de la utilidad
marginal, allí incluso donde se intenta eliminar el concepto de utilidad, como
sucede con la teoría neopositivista de las «preferencias reveladas». Esta se
funda, como veremos mejor más adelante, en dos conceptos correlativos entre sí,
utilidad y necesidades, introduciendo una determinación cuantitativa del
concepto de utilidad en el sentido que construye este concepto en función del
concepto de cantidad. De esta función derivan, desde el punto de vista de la
«teoría de las opciones», los teoremas que expondremos de la igualdad de las
utilidades marginales, por lo que respecta al proceso de consumo y de las
«productividades marginales de los factores de la producción» por lo que
respecta al proceso de producción.
Así
pues, desde el punto de vista filosófico, en la base de este planteamiento
existe una vulgar petición de principio. El juicio de utilidad sobre una
mercancía presupone en el consumidor el conocimiento del precio, la posibilidad
de elección, la existencia de una renta disponible. El precio, presupone una
sociedad, una división del trabajo, una moneda, una distribución del producto
social. Pasando por alto incluso la «categoría» moneda, el juicio de utilidad
y, por tanto, la elección, presupone el conocimiento de la cantidad disponible
de un bien, la posición del sujeto económico en la sociedad, etc. Es decir,
antes de que exista una estructura económica, una estructura de precios, no es
posible un juicio de utilidad, un juicio de valor, una elección.
Si
se examina realmente los textos universitarios, no hace muchos años todavía
vigentes, se observará que jamás se realiza en ellos una crítica del sistema
capitalista en su conjunto para descubrir si hay en él leyes generales que
afectan al sistema como tal. No, el sistema capitalista es para el subjetivista
un dato fáctico, un punto de partida indiscutible y, por consiguiente, el único
objeto de la economía es el análisis del comportamiento del sujeto económico
dentro de dicho sistema de producción y de distribución del producto social. No
interesa ya la «economía política», sino la «economía». Sin embargo, es natural
que la «ciencia abstracta» que de aquí se deriva no interese ya desde el punto
de vista científico ni al estudiante ni al estudioso y que incluso apenas sirva
para los fines prácticos de la «dirección de los negocios».
Ciertamente
el estudiante no tiene necesidad de ir a la Universidad para saber que es libre
de escoger entre las diversas perspectivas que se le presentan. Sabe muy bien
que el suicida es libre de elegir el medio para matarse, que el preso es libre
de elegir entre pasear por su celda o permanecer quieto y que el que no tiene
casa es libre de elegir entre dormir bajo un puente o al pie del monumento a
Garibaldi. Sabe también que si debe elegir entre los diversos empleos posibles
escogerá aquel en el que el trabajo sea más agradable y rentable. Tampoco tiene
necesidad a ir a aprender, como todavía se enseña en alguna Universidad, que la
quinta cucharada de sopa da una satisfacción menor que la primera y que a la
cincuentésima cucharada cesa la utilidad de la sopa; que más allá de este
límite, si existe alguien que trague como los patos, la utilidad se convierte
en algo negativo; y tampoco tiene necesidad de aprender cómo se deben gastar
las diez mil liras que tiene en el bolsillo.
También
el capitalista sabe, sin ir a las clases de economía política, que «combinará
los diversos factores de la producción con el fin de obtener el máximo producto
al menor coste» y otras agudezas semejantes.
Lo
que quiere saber el estudiante es por qué tiene diez mil y no cien mil liras en
el bolsillo, por qué, terminada su carrera, busca un empleo y no lo encuentra;
y el capitalista por qué tiene un capital de un volumen x y no otro, por qué se
le niega el crédito o por qué se encuentra frente a un coloso industrial que le
impide elegir el modo de emplear su capital como mejor le parezca.
Se
quiere saber, en definitiva, cuál es nuestra posición en la sociedad, si
existen leyes objetivas que la determinen. Lo que quiere saber el trabajador en
paro es por qué en esta sociedad no encuentra trabajo, el obrero por qué en la
estructura social en la que vive tiene una posición subordinada de la que no
puede librarse; y el mismo empresario querrá saber no cómo se comporta respecto
al precio del mercado, sino cómo se origina ese precio, esa estructura de
precios. De otra forma la ciencia no sirve para comprender la realidad y, hasta
cierto punto, ni siquiera sirve para fines prácticos inmediatos.
Aplicando
los principios del subjetivismo económico, según los conocidos postulados del
idealismo subjetivista, del «ego» soberano y puro para sí mismo, incomunicable
con los otros como reconocía Wicksteed en su famosa frase del no bridge entre los distintos sujetos,
se llega a afirmaciones increíbles. Resulta verdaderamente sorprendente que
Morgenstern, renombrado economista austriaco ahora profesor en los Estados
Unidos, pudiese repetir en 1933 –como, por lo demás, continúan afirmando
ciertos manuales, aunque sea de un modo más fino y elegante (baste leer al
modernísimo Coen y Cyert) – que «si un sujeto económico cuenta como único medio
de producción con su trabajo, trabajará hasta que el cansancio, o la utilidad
negativa representada por el trabajo, iguale la utilidad positiva representada
por el bien que tiene necesidad de obtener». Y piénsese que había entonces
millones de parados en Alemania y cientos de miles en Austria como, por lo
demás, existen hoy centenares y centenares de miles en Italia. ¡Inténtese
explicar a esos parados la teoría de la libre elección!
Finalmente,
¿cómo se puede imaginar a un trabajador que a las tres horas y cuarenta minutos
diga: ¡basta, el cansancio de mi trabajo iguala la utilidad del bien que
recibo, me voy!? Y, ¿qué estudiante tendría el valor de levantarse a mitad de
la explicación para decir: querido profesor, la fatiga que experimento oyendo
su lección iguala ya la utilidad que recibo de su enseñanza y, por
consiguiente, salgo del aula?
Por
otra parte, aceptando el sistema económico como un dato de hecho, como un punto
de partida indiscutible, creando artificiales y artificiosos equilibrios
individuales de los que a su vez se derivaría un equilibrio social y general
sostenido por interdependencias, el sistema carecería de aplicación causal,
resultando estático. Desconociendo las leyes objetivas del sistema económico en
su totalidad no es posible encontrar una dinámica intrínseca a largo plazo, es
decir, no es posible delimitar las leyes de la tendencia. Y realmente en el
citado planteamiento se niega una dinámica verdadera y propia o se refiere ésta
a hechos externos al sistema económico, más o menos ocasionales y, por
consiguiente, no necesarios lógicamente. De ahí, por ejemplo, la negación
paretiana de las crisis económicas o su explicación por motivos extraeconómicos
y psicológicos. Por lo demás, en tal enfoque prevalecen los análisis «a corto
plazo».
Diremos
rápidamente los motivos que han llevado a muchos economistas a elegir el
planteamiento subjetivista. Este asumió su función práctica, aunque sea de
forma limitada, en el período de relativa estabilidad y progreso del
capitalismo, período de mercado estable y moneda fuerte, y permitió el estudio
de las reacciones del consumo –en relación con un sistema de precios ya
existente, por regla general consolidado y suficientemente estable–, y de las
variaciones habidas en su seno en su período breve. Sobre tal base fueron
posibles ciertos estudios que podríamos denominar de economía empresarial. Sin
embargo, desde un punto de vista científico es indudable que tal planteamiento
representó un retroceso con respecto al pasado y demostró muy pronto su
insuficiencia. La economía política se había transformado efectivamente en una
especie de recetario empresarial, en una minuciosa casuística, mientras que,
por otra parte, los conceptos más generales representaban abstracciones tan
grandes que corrían el riesgo de convertirse en puras tautologías o en
afirmaciones banales. Hasta el mismo Croce advertía que los conceptos empíricos,
cuando alcanzan un grado excesivo de abstracción, se hacen inservibles incluso
para los fines de la misma actividad práctica, dando la razón involuntariamente
a la más profunda y precisa concepción marxista de la abstracción
históricamente determinada de la que pronto hablaremos.
_____________
(*) Tomado de Pesenti, Antonio, Manual de Economía Política, tomo I.
Principios generales, I. Método y objeto de la economía política. El
planteamiento subjetivista. Akal editor, 1979, Madrid.
(1) Saggio sulla natura el’importanza della scienza económica. Torino,
UTET, 1947.
(**) Ofelimidad o también optimalidad,
derivado del griego ophellimos, que
significa «utilidad». Pareto utilizó el término en francés ophélimité, que consideraba ideológicamente más neutro, en vez del
de utilidad como móvil del sujeto
económico. (N. del T.)
(2) En particular, Sul principio económico: due lettere al
prof. V. Pareto, en B. Croce: Materialismo
storico ed economía marxista. Bari, Laterza, 1918. Confróntese también con
B. Croce: Logica come scienza del
concetto puro. Bari, Laterza, 1947.
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