Nota
A partir de esta edición de CREACIÓN
HEROICA, en esta sección de Literatura iremos publicando por partes un
capítulo del libro inédito de nuestro compañero Julio Carmona, La Teoría del Reflejo. Una Explicación
Marxista del Arte y la Literatura, capítulo que expone una crítica a la
novela Confesiones de Tamara Fiol, de
Miguel Gutiérrez. En esta oportunidad ofrecemos a nuestros lectores la parte
correspondiente a la Introducción.
01.03.2015.
Comité de
Redacción
Introducción
Julio Carmona
En su libro de
ensayos La invención novelesca,
Miguel Gutiérrez escribió lo siguiente: «En general, los amigos –me refiero a
los amigos del gremio– no se sienten felices cuando tú publicas. Cuando
publiqué Hombres de caminos me sentí
como ante un Tribunal. Con el dedo acusador uno de los amigos me dijo: “¡Has
imitado a Faulkner!”. Otro: “Lástima. El tema del bandolerismo daba para una
novela mayor”. Un tercero: “¡Qué descuidado eres con el lenguaje, Miguel!”.»
(B-2008: 159).[1]
Y nos atrevemos a decir que las opiniones
de sus amigos a Miguel Gutiérrez ‘le llegan (para usar un eufemismo) a la punta
del pájaro’, pues quien lo entrevista –ficticiamente– pregunta:
–Y
tú, ¿cómo te sentiste?
–¿Quieres que te sea franco?
–Sabes que puedes confiar en mí.
–Sentí una erección formidable. (Ibíd.)
Pero, después de
leída la novela que aquí nos ocupa, Confesiones
de Tamara Fiol (CTF, B-2009),
creemos que Miguel Gutiérrez (MG) debería deponer ese prejuicio que tiene
respecto de “los amigos del gremio”, cuyas opiniones no necesariamente han de
responder a oscuros resquemores o aviesas envidias, porque hasta dos de esas
‘opiniones de sus amigos’ a las que alude le son aplicables a CTF: ‘las limitaciones de la novela’ y
‘el descuido del lenguaje’.
Por lo que respecta al tema de ‘las
limitaciones de la novela’, lo trataremos en el primer capítulo (en relación
con los personajes). Y, a propósito de este tema, aquí adelantamos que MG
debería reconocer que es derecho de cualquier lector crítico opinar que ‘pudo
dar para una novela mayor’. Pero, si ante este tipo de opiniones el autor se la
va a pasar despotricando en ensayos posteriores, lo que se ha de entender de
ello es que hay una cierta intolerancia a la crítica adversa y que, en todo
caso, se quiere sólo una crítica complaciente, o que se está ninguneando a los
opinantes o, por último, que todo ello
responde a una “piconada” monda y lironda. Hasta aquí hemos dicho que esa
reacción de MG es detectable en algunos de sus ensayos; pero con la publicación
de su novela Una pasión latina (2011)
esa ojeriza la ha trasladado también a la ficción, atribuyéndola a un personaje
que viene a ser su alter ego:
Artimidoro Correa [no se pierda de vista que éste es el apellido materno de
MG], y dice de él que:
… se hizo de muchos
adversarios y enemigos no sólo entre los sectores intelectuales del establishment, sino también entre los
sectores de izquierda que juzgaban sus posiciones, aparte de irreverentes,
demasiado heterodoxas y radicales[2]. (…) Por su parte, los
críticos de izquierda se sumaron al ataque, aunque se centraron en demostrar
las contradicciones ideológicas en que incurría Correa, señalando su caída
libre hacia el lodazal de la peor novela burguesa. Esas críticas negativas le parecieron
previsibles, razonables incluso, pero consideró el ensañamiento como una
manifestación de la perfidia humana. (p. 36).
Con esa manera de
juzgar sesgadamente las críticas severas que se le hacen (“como una
manifestación de la perfidia humana”) o como las califica respecto de Mario
Vargas Llosa, cuando dice que hubo “intelectuales mediocres y sobre todo
oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La Guerra del fin del mundo, la coartada
perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic) de la mezquindad y la
envidia”[3], MG está recurriendo a la
falacia ad hominen que no absuelve
las críticas sino que las pretende desautorizar atacando a quienes las
plantean: ‘mediocres, oportunistas, mezquinos, envidiosos, pérfidos’. Y bien se
sabe que en la concurrencia social nadie está libre de crítica. Si hasta a un
escritor de la talla de Borgesse le puede pescar alguna perla, pues es difícil
admitir que decir ‘los tigres braman’ sea una licencia poética[4]. De esa manera MG no hace
sino contradecir lo que él mismo hizo respecto de Mario Vargas Llosa, cuando
censuró el fin que da a uno de los personajes (Galileo Gall) de La guerra del fin del mundo, y dijo:
“Con eso, me parece a mí, Vargas Llosa cerró la posibilidad de un desarrollo mayor de esa novela, como
reflexión histórica.” (C-1992: 106).[5] O sea que sí se puede
decir de una novela que “pudo dar para mayor” (aunque el autor considere que a
él no le dio la gana de hacerlo).[6]
Y
el hecho de que nosotros aquí creamos que el tema de CTF ‘daba para más’ explica el título de esta introducción: “Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón
indigesto?” Aunque –es necesario aclararlo– la frase del interrogante la hemos
tomado de la propia novela; en la p. 209, el narrador, Morgan Batres (MB), es
recriminado por un interlocutor, de la siguiente manera: “Vamos, Morgan, déjate
de cabronadas novelísticas. Lo tuyo es la crónica periodística. Convéncete. Y
por lo que me cuentas de esa mina vas a terminar escribiendo un nove
En el segundo capítulo continuamos develando
las limitaciones de la novela en estudio, pero esta vez en relación con el tema
de la política que es –dígase de paso– uno de los más relevantes de la novela.
En ese sentido, pensamos que es complementario del precedente (personajes), de
manera especial en relación con los siguientes sub-temas: las mujeres de
Sendero Luminoso y los específicos del marxismo, el anarquismo, el aprismo y
dos figuras relevantes de la izquierda internacional: Stalin y Trotski.
Las observaciones
sobre el ‘descuido del lenguaje’ las haremos en el capítulo tercero, tratando
no sólo los “errores” gramaticales, sino también las “erratas”, aparte de otras
fallas de construcción (y todos difícilmente pueden anularse con el expediente
de la “erección formidable”, ni con echarle la culpa al encargado de la
corrección, Jorge Coaguila, quien figura como tal en los créditos editoriales,
pues él –en todo caso– es corrector y no productor de errores); sin embargo, y finalmente,
para evitar la repetición de citas, dichas observaciones las haremos al momento
que aparezcan en cada capítulo.
Por otro lado
–aunque siempre sobre el poco cuidado que MG le asigna a la corrección
gramatical–, es justo decir que él mismo es consciente de ello; en el prólogo a
la primera edición de su ensayo La
generación del 50, anotó lo siguiente: “No puedo omitir mi reconocimiento y
gratitud a Vilma, compañera de toda la vida, quien (…) controló mis
irreverencias con la gramática” (B. 1988: p. 17). Esta atingencia, con todo, no
lo exonera de responsabilidad, del mismo modo como ‘la ignorancia de la ley no
absuelve de su cumplimiento’ o como “la ignorancia social no significa
inocencia”. Sin exagerar, podemos decir que son raras las páginas de CTF en las que no haya algún “descuido”;
los márgenes del ejemplar que hemos manejado están saturados de notas y
observaciones. Veamos aquí ciertos errores que ilustran el caso. En la página
de la dedicatoria se lee: “También para Mendis, mi flaquita”. Y hay falta de
claridad en la construcción (lo que puede ser considerado como un error), pues
se puede entender en dos sentidos: a) que una obra anterior le ha sido dedicada
a Mendis, y ésta también… o b) que el libro está dedicado a otras personas –que
son omitidas–y ‘también a Mendis…’ Pero, a propósito de omisiones, llama
poderosamente la atención que en la solapa del libro, en la que se incluyen los
datos del autor, cuando se habla del grupo Narración
se omita el nombre de Oswaldo Reynoso, lo cual colinda con lo inverosímil, si
se sabe que fue por iniciativa de Reynoso que se fundó la revista del grupo Narración, dato que es proporcionado por
el mismo MG; en La invención novelesca
dice: “… por iniciativa de Oswaldo Reynoso, fundamos la revista Narración, cuyo primer número se publicó
en 1966”(p. 89).[7]
Por otro lado, cabe precisar que en eso de las dedicatorias, MG se ha manejado
con cierta dosis de misterio o maleabilidad; por ejemplo, en la primera edición
de Hombres de caminos, hay esta
dedicatoria. “Para D., este avance”, y sobre el particular recordamos haberle
consultado, personalmente, creyendo que esa “D” hacía referencia al nombre de
su hijo, Dimitri (Gutiérrez Aguilar); pero lo negó, sin precisarnos el dato.
Entonces optamos por atribuirlo a Deyanira que es el personaje a quien –en
ausencia– Martín Villar le refiere la historia de la novela (y que podía ser
alguna persona real a quien MG prefería mantener en el anonimato).[8] Asimismo, hay que precisar
que esta dedicatoria desaparece en la segunda edición. Igual desaparición
ocurrirá con otra dedicatoria de la primera edición de La generación del cincuenta:
A Carlos Eduardo
Ayala Aguilar, mi hijo, desaparecido durante el genocidio de los
combatientes sociales presos en la isla El Frontón, Callao, Perú, los días 18 y
19 de junio de 1986, con estas palabras de Balzac: “De todas las semillas
confiadas a la tierra, la que da más rápida cosecha es la sangre vertida por
los mártires” (Cursiva nuestra).
Y en la segunda
edición de dicho libro esa dedicatoria se modifica así: “A la memoria de Carlos
Eduardo Ayala Aguilar, a quien crié desde muy niño como mi hijo”, y agrega nuevos datos a la noticia de su muerte,
pero elimina la cita de Balzac. Igual eliminación de cita se hace en la segunda
edición de Hombres de caminos, pues
en la primera edición había la siguiente de Miguel Ángel Asturias:
“Uno cree que
inventa muchas veces lo que otros han olvidado. Cuando uno cuenta lo que ya no
se cuenta, dice uno, yo lo inventé, es mío. Pero lo que uno efectivamente está
haciendo es recordar.”[9]
Cita ésta que
coincide con el significado de la teoría del reflejo marxista.[10] Pero –se puede adelantar
aquí– esa omisión está coincidiendo con la nueva teoría de la literatura
asumida por MG y que sostiene en su libro –de título por demás significativo– La invención novelesca, el que
expresamente contradice la cita de Asturias y desecha la teoría del reflejo
marxista, propugnando en su lugar la teoría formalista, burguesa, de que la
literatura o la novela es una “invención”, es decir, un artificio que deviene
“ente autónomo”.
Como se sabe, el
novelista tiene libertades y licencias que le permiten transgredir el orden –y
hasta la lógica– de la realidad. Aunque esa libertad –también es preciso
puntualizarlo–, como toda libertad, tiene sus límites, pues de lo contrario el
escritor se convertiría en un iconoclasta antojadizo o un autócrata irredento.
Y si él mismo no administra esos límites, para eso está la crítica (no sólo la
crítica profesional).Pero, por lo común, los escritores suelen tenerle aversión
a la crítica, y, si no lo manifiestan cuando ellos mismos son criticados
(acción de muy mal gusto, dígase de paso), lo hacen como “escuderos” de otros
(obviamente, sin que estos otros hayan solicitado su defensa). Por ejemplo, en
el libro Lexicografía, de Marco
Aurelio Denegri, se refiere que Ernesto Sabato, en algún momento, salió en
defensa de Dostoievsky, de Stendahl y de Cervantes, y lo hizo de la siguiente
manera:
un crítico ruso,
menos memorable que su disparate,afirmó que Dostoievsky no sabía escribir; un cierto profesor francés de
preceptiva señaló las torpezas literarias de Stendahl; y, entre nosotros, Paul
Groussac decidió que Cervantes escribía una prosa de sobremesa. Como si se
dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar. (Cit. por DENEGRI, A.
2011: 95).
De esa cita se
desprende que Sabato –sin quererlo, seguramente– estaba haciendo la función de
crítico (estaba criticando al crítico), pero al hacerlo no se curó de la
ligereza que acusaba, pues ningunea a los criticados –al extremo de omitir sus
nombres, en el primero y segundo casos– y, en el tercero, no refuta la opinión
que cita; con el agravante de comparar literatura con filosofía, pues llega a
la conclusión de que si se dice que Dostoievsky, Stendahl y Cervantes no sabían
escribir es como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar.
Y, en realidad, no hay equivalencia en
los casos comparados. Asumimos que a los escritores mencionados se les está
censurando algún error de construcción o alguna falla gramatical, lo cual es
distinto al pensar de los filósofos, y no es que los escritores no sepan
pensar, pero por su parte los filósofos –seguramente– también incurrían en
errores de escritura: nadie está libre. Y decimos esto último porque ni el mismo
Sabato se ve exonerado. Pruebas al canto. Veamos sólo una falla escritural
suya, dice:
… si es posible
contar con indiferencia o prescindencia[11] la historia para un
programa de TV de un contrabandista o de un espía en Hong Kong, es radicalmente
imposible esa objetividad para un escritor que angustiosamente expresa el drama
del hombre contemporáneo.[12] (SABATO, A.2006: 26).
En este breve texto
hay más de un error, como lo hemos precisado en las dos notas a pie de página;
pero destaquemos sólo el siguiente, de construcción escritural: al decir
“contar la historia para un programa de TV de un contrabandista o de un espía
de Hong Kong”, se entiende que el programa de TV es de (pertenece a) un contrabandista o un espía, cuando –para
evitar la anfibología– ha podido decir: ‘contar la historia de un
contrabandista o de un espía de Hong Kong para un programa de TV’. Luego
continúa Denegri:
No le gusta a
Sábato[13] lo que él llama ‘variaciones palabreras sobre palabras’ [en todos los
casos, la cursiva es de Denegri], y sin duda por eso respeta unas veces la
concordancia y otras no. En efecto, dos líneas antes de escribir eso de las
‘variaciones’, se refiere al concepto de realidad que caracteriza a ciertos
autores, y en lugar de decir que los
caracteriza, comete la inconcordancia de decir que ‘lo’ caracteriza. Y después agrega lo siguiente, y esto sí es de
antología: ‘En épocas de agotamiento y
refinamiento (y los dos adverbios casi siempre califican juntos una realidad
social) […].’ ¿Pero quién le ha dicho a Sábato que agotamiento y refinamiento
son adverbios? Hasta un chico de primaria sabe que son substantivos; y sabe
también que el adverbio no califica, sino modifica; es elemental. Y no se me
diga que se trata de erratas; no, son errores del tamaño de un puño. Entonces,
¿qué autoridad tiene Sábato para desestimar las observaciones gramaticales?
(op. cit. p. 96).
Lo interesante es
que, después de esta reconvención a Sabato, nuestro autor –Denegri– se ocupa de
Miguel Gutiérrez, en los siguientes términos: “Hombres de Caminos[14], de Miguel Gutiérrez, es
libro que yo no había leído. Hace unos días lo leí, por recomendación de un
amigo, aunque sin imaginarme que en esta novela iba a tropezar con errores de a
folio cuya comisión es, si no inexplicable, sorprendente, en autor tan
encomiado.” Y, a párrafo seguido, continúa Denegri:
Amén de los
errores, hay también erratas, y como diría Jacinto Benavente, “con
profusión democrática”; sin embargo, no me ocuparé de éstas, sólo de los
errores, y únicamente de los principales, pero que bastan y sobran para afear y
desmerecer una obra que habría sido más aceptable sin ellos. Con ellos, cojea
demasiado. Si no están bien escritas, entonces hoy llega a ser mayor, en mi
sentir, la extemporaneidad de las novelas de la ruralia. Mal escritas, se
olvidan pronto. En este mundo digital y globalizado, las novelas de la ruralia
carecen de porvenir. Ello no obstante, de mí sé decir que en lo presente leería
complacido una obra impecablemente escrita de tema rural, con gamonales, bandoleros,
cholada y todo lo demás; pero mi complacencia se debería a la forma bella, no
al fondo.
Y, sobre este
tópico, es pertinente hacer la siguiente reconvención: Es obvio que con el
término ruralia, Denegri está
clasificando –sin decirlo explícitamente– a la novela aludida de MG dentro de
lo que –con terminología más difundida– se llama nativismo, indigenismo,
ruralismo y hasta costumbrismo. Y, de paso, nos está diciendo que, en esa
clasificación, la novela de MG resulta ser extemporánea e irredimible por los
errores que él denuncia. Y, realmente, es una exageración. La novela de MG –con
todos sus dislates gramaticales– trasciende no sólo el ámbito del indigenismo
(o ruralia, para Denegri), para insertarse en la dimensión del nuevo realismo latinoamericano,
inserción que, lamentablemente, con la novela aquí comentada (CTF), ha abandonado, lo cual –con cierto
regocijo teórico– es reivindicado en sus últimos ensayos. (Pero éste es un tema
que trataremos en el cuarto y último capítulo de este trabajo). Sin embargo –y
hay que decirlo con todas sus letras– Marco Aurelio Denegri no ha sabido
aplicarse su propia medicina expuesta en el siguiente párrafo del texto citado:
Si la observación gramatical, o como dicen
los impugnados, la gramatiquería, no sólo intenta señalar un yerro sintáctico,
o un dislate ortográfico, o una metáfora inaceptable, sino que pretende, al
indicar esos defectos, desmerecer toda la obra, que naturalmente puede tener
otros valores, entonces no es atendible la observación. (Ibíd.)[15]
Y
Denegri concluye su introducción diciendo:
expondré enseguida
las incorrecciones gramaticales que
se aprecian en la novela Hombres de
Caminos. Creo que Miguel Gutiérrez sabrá aprovechar mis censuras y reparos.
Las objeciones fundadas son preferibles siempre a los ditirambos que prodigan
los amigos y a las inepcias y mentiras de la crítica especializada. (Op. cit.
97-98).
Por nuestra parte
decimos que no es el caso transcribir aquí dichas objeciones. Cabe, sí, hacer
la siguiente acotación: Que Miguel Gutiérrez no tomó en cuenta las censuras y
reparos de Denegri –porque éste, como hemos comprobado por las páginas que
cita, hizo sus observaciones al texto de la primera edición, y, pues, el de la
tercera (manejado por nosotros), de diferente paginación, permanece
inalterable, al menos en lo que a los reparos de Denegri se refiere–. Aunque
también, al parecer, Denegri exagera en su acuciosidad, pues tratándose de una
obra narrativa ha de tenerse en cuenta que el autor puede ser consciente de los
errores, pero admitirlos (en interés del relato) por ser atribuibles al
narrador o a un personaje.[16] Y es el caso del
siguiente supuesto error detectado por Denegri:
Si
quiero formar el nombre abstracto del adjetivo delgado, entonces usaré el sufijo –ez y diré delgadez; y de ácido, acidez; y de mulato, mulatez; pero de ninguna manera
‘mulatés’, como cree Gutiérrez, que estampa este dislate en la p. 37 y lo
repite en la 65.
Y
resulta que, en ambos casos, quien usa el término mulatés es el personaje Sansón Carrasco; es más, se puede advertir
que en la p. 37 lo hace encerrándolo entre comillas, connotando, así, que lo
usa tal como se lo endosan a él mismo los gamonales.
Por
lo demás, la crítica lexicográfica y gramatical de Denegri es atendible, pero
–repetimos– fue desatendida en la tercera (y suponemos que lo mismo ocurrió con
la segunda) edición de Hombres de caminos[17]por su autor, MG, quien
sus razones tendría. Obviamente, sería soberbio de nuestra parte pretender
lograr lo que no pudo el eminente lexicógrafo. Por eso es preciso aclarar que
no es ese el objetivo de este trabajo. El que realizamos aquí es un ejercicio
que aprovecharemos nosotros mismos, sin ser por eso éste un objetivo crucial
–por demás hedonista y egolátrico–. Pero, del mismo modo como hemos degustado,
con provecho, el trabajo ejemplar de Marco Aurelio Denegri, asimismo, esperamos
que este trabajo encuentre un oído receptor para sus incisiones, y que logren
éstas su aceptación –que es lo deseable– aunque también, si es pertinente, su
acerva crítica y hasta rechazo, para que de esa manera se siga engarzando la
cadena de esta labor crítica tan ingrata para unos y alegre para otros (como
dice el valse de “El Cholo” Berrocal).
Ya
hemos adelantado que en el cuarto y último capítulo nos proponemos analizar la
concepción ideológica y estético/poética de Miguel Gutiérrez, que se encuentra
sugerida en algunos pasajes de CTF, y
que también vamos a rastrear en sus ensayos (inclusive en sus declaraciones
periodísticas); porque creemos que ha habido un cambio en la postura teórica o
ideológica de nuestro autor en esa dimensión trascendental de su producción
literaria. Es más, creemos que ese cambio es el que explica las defecciones que
hemos detectado en la novela aquí estudiada.
Por
último, no nos queda sino expresar nuestra gratitud a las personas que, ya sea
con su apoyo moral o con la oportuna lectura de este trabajo (que, en algunos
casos, motivó sugerencias o propició la recomendación bibliográfica pertinente
y hasta cesión de la misma) permitieron que pudiera cumplir con el objetivo de
aportar –en el plano de la investigación literaria– con elementos que esperamos
sean significativos para una mejor comprensión de lo que es o debe ser la
literatura y la investigación universitaria para nuestra
disciplina.
[1] El punto que va después de la comilla y del
signo de admiración es erróneo y corresponde al original. Cada vez que esto
ocurra lo indicaremos sólo con el signo “sic”. Las comillas latinas o españolas
(« ») las usamos para diferenciarlas de las inglesas (“ ”) cuando éstas
corresponden al original. Asimismo, aquí debemos precisar que la bibliografía
la dividimos en tres apartados: A. General, B. Del autor, y C. Hemerografía,
según eso, las referencias bibliográficas irán precedidas de las letras correspondientes,
el año de la edición y el número de página.
[2] Nótese la contradicción, puesto que el
juzgar unas posiciones como “heterodoxas y radicales” tiene que hacerse desde
los sectores de izquierda ortodoxos;
y nunca la heterodoxia se ha caracterizado por el radicalismo, éste es propio
de la ortodoxia; por tanto, al heterodoxo no se le puede juzgar de radical
sino, más bien, de moderado o reblandecido (que es, en la práctica, la actitud
asumida por MG).
[3] Y, en realidad, la crítica de los errores no
puede tener como motivación la envidia, y, a propósito, el signo “sic” indica
que si se está refiriendo a “las pasiones”, ha debido decir: ‘como las’, y no
“como los”.
[4] “Si un tigre
depredaba las majadas/ o lo oían bramar
en la tiniebla…”, poema “Simón Carbajal”, en: La rosa profunda. Obra
poética 3, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 32.
[5] Cursiva nuestra. Y siempre será así. Cuando
corresponda a los textos citados, así se hará constar.
[6] En el libro Los Andes en la novela peruana actual, MG escribió: “Luis Nieto
Degregori ha logrado escribir un buen relato (…), aunque el texto puede ser
considerado más bien como el boceto de una
obra mayor” (B-1999: 17). Es más, en otro ensayo admite que un estudioso de
la literatura diga eso aplicado a otro autor (MVLl): “Paradójicamente, el
personaje más humano y desgarrado y casi trágico creado por nuestro autor es el
protagonista de esa novela tendenciosa (…) titulada Historia de Mayta, que con justicia se merecía una novela mayor (Silva Tuesta), menos repulsiva (MG)”. (La generación del 50, B-1988: 156-157).
Vale hacer aquí la siguiente salvedad: Es más duro decir de una novela que es repulsiva a decir que es indigesta.
[7] En el libro de ensayos La cabeza y los pies de la dialéctica (2011), también dice: “La
iniciativa de editar una revista dedicada de manera exclusiva a la narrativa y
al debate ideológico correspondió al narrador Oswaldo Reynoso” (p. 379).
[8] En la última novela publicada por MG, Una pasión latina (2011), este
personaje, Deyanira Urribarri, vuelve a ser mencionado (y mantenido en el
misterio), p. 204.
[9] Idea similar se encuentra en una cita de
Maeterlinck que hace Robert Musil, dice: “Apenas expresamos algo lo
empobrecemos singularmente. Creemos que nos hemos sumergido en las
profundidades de los abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua
que pende de la
pálida
punta de nuestros dedos ya no se parece al mar de que procede. Creemos que
hemos descubierto en una gruta maravillosa tesoros y cuando volvemos a la luz
del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin
embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro.” Las tribulaciones del estudiante Törless,
Colombia, Editorial Oveja Negra, 1984.
[10]
Y no sólo marxista; alguien que no lo es dice: “Lo que piensa
en el hombre no es él mismo sino su comunidad social.” L. Gumplowicz, citado
por Ernst Wallner, “Prejuicio y sociedad”. En Universitas, p. 170. Gabriel García Márquez, dice, por su parte:
“Ninguna ficción es totalmente inventada, siempre son elaboraciones de
experiencias” (en una entrevista de Internet). Decir lo contrario es asumir la
posición del idealismo formalista y maniqueo que sólo admite como bueno lo que
se aleja más de la realidad, y le niega existencia a aquello que pregona su
deuda con ella, tal es el caso de José Saramago, quien dijo: “Yo no invento, sólo miro por
detrás de lo que ya existe.”
[11] ¿Con prescindencia de qué? No dice de qué
se está prescindiendo. Y eso es un gazapo.
[12] ¿O sea que para Sabato la existencia de los
contrabandistas y de los espías no es parte del drama humano? Y no se comprende
tampoco por qué esa objetividad (usada al tratar las historias del
contrabandista o del espía) es imposible de ser usada por un escritor que
‘angustiosamente expresa el drama del hombre contemporáneo’; preguntamos,
primero: ¿de quién es la angustia: del escritor o del hombre contemporáneo? Y,
segundo, ¿de dónde surge la angustia del hombre?, ¿no es de los hechos reales,
que constituyen la objetividad per se?
[13] El lector puede observar, en el libro
citado, que Denegri le pone tilde al apellido “Sábato”, y no hemos visto ningún
libro de este autor que avale esa decisión: en todos –al menos los por nosotros
consultados– aparece sin tilde.
[14] Es
pertinente hacer aquí otra observación a nuestro autor, pues omite consignar la
referencia bibliográfica de este libro de Miguel Gutiérrez, no obstante que va
a hacer profusas citas de él, indicando los números de página; pero sin remitir
al lector ya sea a su primera, a su segunda o a su tercera ediciones aparecidas
en 1988, 1998 y 2009, respectivamente, y el libro de Denegri es de 2011. Las
ediciones manejadas por nosotros son la primera y tercera.
[15] Algo
similar pensaba Proust, refiriéndose a Flaubert, dice: “Dejemos a un lado, no
digo ya las simples inadvertencias, sino la corrección gramatical; es una
cualidad útil, aunque negativa (un buen alumno, encargado de releer las pruebas
de Flaubert, hubiera sido capaz de eliminar muchos errores). De cualquier modo,
hay una belleza gramatical (como existe también una belleza moral, dramática,
etc.) que nada tiene que ver con la corrección.” PROUST, 2000, “A propósito del
estilo de Flaubert”: 14.
[16] Es el caso del personaje lírico de César
Vallejo a quien éste hace escribir: “Viban los compañeros, Pedro Rojas”, error
que no es achacable al autor, y responde al interés del texto.
Obsérvese
que cuando citamos a Denegri respetamos el uso que él hace del título Hombres de Caminos: con mayúsculas las
palabras principales, conforme a la técnica anglosajona, mientras que nosotros
lo hacemos de acuerdo con la técnica latina o románica: sólo la primera palabra
con mayúscula. Cf. Umberto Eco, Cómo se
hace la tesis. (A-1977).
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