Una Semblanza
a Puertas Abiertas
Julio Carmona
EN LA FIGURA DE VÍCTOR MAZZI TRUJILLO concurren varios
signos de singularidad. En primer lugar, su calidad de intelectual autodidacta.
Usufructuario de un bagaje cultural –y especialmente literario– que podía
causar la envidia a muchos académicos. Y esa acuciosidad de estudio le permitió
ser poseedor de una también envidiable biblioteca que decrecía o agrandaba
según los avatares de su profesión de librero viejo, profesión –esta– en la que
también destacó. No en vano sus amigos –mayormente jóvenes, entonces– le
decíamos El Viejo Mazzi (sin tomar conciencia de que algún día habríamos de ser
merecedores de su apelativo, aunque no de sus virtudes. Y, a propósito, uno de
los jóvenes de entonces fue el poeta Magno Dueñas, fallecido hace pocos días.
Sirva, pues, también esta semblanza de homenaje a su memoria).
Pero en
Mazzi ese afán por cultivar el intelecto adquiere especial singularidad si no
se pierde de vista la dureza del trabajo material que debe desplegar el obrero.
Hay una foto que conserva la feliz confluencia de esas dos actividades de
Víctor (que figura en el libro antológico de su poesía, titulado No descansada
vida, publicado el 2006), foto en la que aparece Mazzi junto a cuatro
compañeros de trabajo (en una pausa, dice la leyenda, en la construcción de la
Hidroeléctrica de Carhuamayo), y él aparece ahí concentrado en la lectura un
libro. Las duras condiciones de trabajo del obrero de construcción no
constituyeron una barrera para alcanzar la meta, autoimpuesta, de formación
cultural.
Recuerdo
mucho (y considero justo mencionarlo aquí como un rasgo definidor de su
espíritu solidario, propio de los hombres de su clase) que un amigo me cedió en
préstamo su casa, en el distrito de Independencia, en el Pueblo Joven el
Milagro, propiamente un cerro que está a espaldas de la Universidad Nacional de
Ingeniería. Ese amigo con su familia se habían trasladado a una casa mejor
ubicada, y la que me ofreció tenía puerta a la calle, pero no en la que daba al
interior del lote rodeado por las paredes vecinas, aunque sin techo, y, por
previsión, era menester colocar una puerta. Mazzi lo hizo. Agarró comba y
martillo para hacer los huecos pertinentes y encajó la puerta con animosa
pericia.
Otra de
las facetas que singularizan la imagen de nuestro querido Viejo Mazzi, dentro
de su faceta cultural, es el alto nivel de erudición que había alcanzado como
conocedor de la música del jazz. Poseedor de una muy bien nutrida colección de
discos de ese género, causaba admiración observarlo degustar con fruición las
interpretaciones de sus más destacados intérpretes (cuyos nombres e
instrumentos diferenciaba y encomiaba) en las sesiones de audición que solía
regalarnos en las múltiples reuniones amicales que teníamos en su acogedora
vivienda. Víctor era un anfitrión excepcional, noctámbulo como él solo,
incansable conversador, aunque también impenitente fumador (sus profundas y
sonoras absorciones de humo eran motivo de jolgorio para quienes lo
rodeábamos).
Cabe
destacar –de manera especial, como consecuencia de su amor por los libros– su
condición de poeta, la misma que se enriquece con el calificativo de
“proletario”. Él como pocos se hace merecedor de esa mención que César Vallejo
ostenta, por derecho propio y por primogenitura, en el ámbito nacional, y
Bertolt Brecht, Paul Eluard o Nazim Hikmet, en el internacional. Porque el
poeta proletario no lo es solo por los logros artísticos de su trabajo creador
(que Mazzi llegó a manejar con relevante solvencia), sino además por la
consecuencia ideológica que lo respalda, con una identificación a toda prueba
con la causa última de los trabajadores, que significa el conquistar las
complacencias del pan y del espíritu para toda la humanidad con el triunfo del
comunismo. Y en esta dimensión, Mazzi nunca dejó de ser un ortodoxo y un
maximalista.
Pero
Víctor Mazzi Trujillo no sólo fue creador de poesía proletaria; también fue su
difusor, y como tal logró publicar (con el auspicio de Francisco Carrillo, otro
llorado maestro de la literatura) una antología de la Poesía Proletaria
peruana, y dejó en preparación una que reservaba para la poesía proletaria
latinoamericana. Pero, además, fue su defensor. Y en ese sentido amplió las
bases dejadas por los fundadores de este tipo especial de poesía: José Carlos
Mariátegui y César Vallejo. Para todos ellos la pertinencia del concepto
“literatura proletaria” ya no está en discusión. Es un hecho incontrastable. Y
lo es tanto como la existencia de las demás literaturas que producen las otras
clases que conforman el espectro social de cualquier nación. La historia de la
lucha de clases no sólo se verifica en la dimensión estrictamente material de
las vicisitudes sociales, políticas y económicas. También tiene su expresión en
el dominio cultural.
Resulta
ser expresión de una impostura el pretender imponer la idea de que en cada nación
existe una sola literatura. Y tanto no es así, como que no existe una sola
economía, una sola educación o una sola ideología. El hecho de que una sea la
dominante o visible o impuesta (con los diferentes mecanismos de influencia que
controla en el marco de la cultura oficial) no debe conducir, a nadie, a
transigir en la aceptación de ese paralogismo. El hacerlo conlleva el riesgo de
perder la propia identidad y asumir una prestada o falsa que puede convertirnos
en emisarios inconscientes de una visión del mundo contraria a nuestros propios
intereses o expectativas o esperanzas. Y Mazzi era consciente de esa
definición. Por eso escribió: “Señor lector,/ su atención y cuidado/ que detrás
de cada verso/ hay/ hombres trabajando”.
Porque el trabajo del mismo modo que nos dignifica,
nos significa e identifica. Y es el trabajo el acto social por excelencia que
ordena la clasificación de los habitantes de una nación en grupos bien
definidos llamados clases sociales. Y cada clase social: burguesía, pequeña burguesía,
campesinado y proletariado, generan a sus propios poetas; por lo tanto, esta
clasificación no sólo significa deslinde valorativo de sus productos culturales
respectivos, sino también respeto hacia ellos. Siendo contrarias y hasta
antagónicas algunas de sus manifestaciones creadoras, no se trata de oponerlas
en un plano de competencia para determinar que una es mejor que la otra. Lo
decisivo es saber que son diferentes. Saber que cada cual domina en su propio
ámbito sus pesos y flaquezas, e impedirá el menosprecio o la abominación del
antípoda. Y en tal sentido escribió Mazzi:
Ciudad adentro
entre el énfasis y el hambre
compondrá el ruido
de alguna melodía
o sorteando el tiempo
pretérito imperfecto
dirá cómo nace el día
cuando la noche es larga
de seguro también
no ha de ser extraño
diciendo a golpe de lata
que está por aparecer el sol
y en ese instante
alguien con un cerillo
en algún lugar cercano
encenderá una pradera.
Es decir, que el poeta proletario (y los poetas de las
clases aliadas suyas, también revolucionarias: pequeña burguesía y campesinado)
diferencia su canto del otro, el poeta de la poesía socorrida por el orden. La
tonada será diferente, y la “tomada” de posición, también.
No hace
mucho pude leer (en esa ágora virtual que es Facebook) el siguiente texto
atribuido a José Saramago: “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los
pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”, y, con todo
el respeto que se merece el maestro, se le debe rectificar señalando que se
puede ser pesimista de la realidad y optimista del ideal (conforme a la
concepción mariateguiana), y, felizmente, junto al texto de Saramago, venía
este otro de Mario Benedetti –otro poeta del optimismo: “Un pesimista es sólo
un optimista bien informado.” Y es pertinente suscribir esta frase
complementaria de Benedetti, porque un pesimista informado del presente es un
optimista en relación con el futuro. Y esta reflexión sirve para resaltar el
exultante optimismo de Mazzi, en ese sentido relevado. Porque también era un
pesimista a ultranza de la realidad presente. Pero nunca dejó de soñar con un
Perú Nuevo dentro de un Mundo Nuevo. Nunca dejó de pensar que la construcción
del socialismo no es una utopía sino una realidad alcanzable, y, en todo caso, siempre
asumió la convicción de que las utopías existen para ir a su conquista. Mazzi
lo presenta así, poéticamente:
SOL
abajo
se obstina una inmensa nube
en hacer sombría esta región de fábricas
campamentos
ferrovías
y algunas que otras flores en macetas
“Amo las maravillosas nubes”
-decía Baudelaire-
refiriéndose sin duda
a su mundo
aislado y remoto
empero
aquí
no cabe repetirlo
porque el sol es la única alegría
que entreabre el horizonte
donde hormiguean los seres sin descanso.
Hay una anécdota que quisiera referir en esta
oportunidad. Está vinculada a mi relación amical con Víctor, y se refiere a
siete años previos a nuestro primer encuentro personal (hecho este que ocurrió
en 1972). Cursaba yo el quinto año de secundaria (en 1965) en el Colegio “San José”
de Chiclayo, y allí se formó el Club de Radio y Periodismo, al que, por
supuesto, me integré. Y dentro de las actividades que nos propusimos realizar
estaba la de publicar una revista, que titulamos “Alborada” (aun creo que
conservo un par de ejemplares en el “cuarto de los Aurelianos Buendía”), y en
uno de los (dos o tres números que publicamos) hicimos un homenaje a José
Carlos Mariátegui. Y, como es de suponer, yo fui el encargado de la sección
“Literatura”, en la que puse una selección de poemas dedicados a Mariátegui. Y
del libro de poemas ídem, elegí dos, y uno de ellos fue el de Víctor Mazzi, sin
saber que –como dije– siete años después habría de conocerlo personalmente, y
que sería mi maestro, mi amigo y mi camarada.
En el año
de 1980, publiqué mi libro No sólo de amor, en el que incluí un poema dedicado
a Víctor, sin pensar –por supuesto– que nueve años después él iba a trasladarse
a vivir en nuestro recuerdo; pero en dicho poema, premonitoriamente, señalo esa
pervivencia. Ahora, aunque suene a irreverente el leer poemas ajenos a los del
poeta homenajeado, pido permiso para hacerlo como mi permanente homenaje al
hombre y al poeta:
Sus paredes no ostentan ni un diploma
-sólo los de modestia y honradez-, empero
es profesor de vida o poesía,
especialista en risas. Cuando asoma
su infatigable charla al cenicero
o cuando suelta rienda a su alegría
injuria y abofetea a la tristeza
que es bruma en mi país desde hace tiempo.
Sin embargo y con todo nunca olvida
la dirección del viento. Y canta y cuenta
lo que ve, vive, bebe o vivifica.
Víctor Mazzi es el nombre de esa risa,
con Justina y sus hijos vive cerca
del sol, vale decir, vive en Chosica.
¡VÍCTOR MAZZI: PRESENTE!
*Intervención del autor en la presentación
del libro Víctor Mazzi Trujillo o la
Poesía de Clase, preparado por Jesús Cabel y Víctor Mazzi Huaycucho. (El
Comité de Redacción).
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