jueves, 1 de noviembre de 2018

Política

La Crisis del Fujimorismo y la Justicia Burguesa

César Risso

DURANTE LAS ÚLTIMAS SEMANAS hemos podido apreciar la aplicación de los procesos legales instaurados por la burguesía para enfrentar a un sector de políticos que, siendo de derecha, ya no son requeridos para defender los intereses de la clase burguesa.

        El fujimorismo, que fue necesario tanto para el imperialismo como para la burguesía peruana, cumplió el papel de implementar el consenso de Washington. Así, liberalizó la economía, haciendo retroceder al Estado en su función de agente económico, de regulador, dejando al libre mercado como el único asignador de recursos. De otro lado, se enfrentó al accionar de Sendero Luminoso y del MRTA, al amparo del cual eliminó los sindicatos, y redujo o eliminó los derechos laborales de los trabajadores.

        En este doble papel, el fujimorismo cumplió su tarea como representante de la burguesía peruana e imperialista.

        Hecho esto, habiendo cambiado las condiciones, las tareas son otras: por ejemplo, mantener el actual sistema económico y el modelo neoliberal; imponer el pensamiento burgués por medio de los contenidos curriculares tanto en los colegios como en las universidades; desarrollar la propaganda ideológica de que el sistema capitalista es el mejor de los sistemas, etc. En consecuencia, la burguesía necesita otros representantes políticos. Representantes de sus intereses que estén a la altura de las tareas actuales. Y para esto, el actual fujimorismo no les sirve. La torpeza escandalosa de sus integrantes, el autoritarismo que muestran frente a los empresarios, etc., configura un panorama de dictadura de estos políticos que a la burguesía no le conviene ni le interesa.

        En este contexto, bajo la forma de juicios por la legalidad y la lucha contra la corrupción, la burguesía opera tras bambalinas, para deshacerse de sus otrora representantes, y que hoy son un incómodo grupo de mediocres; que no se han dado cuenta que ellos no son los que dominan, sino que tienen sus jefes, sus dueños, representados por el poder económico, al que sirvieron muy bien, pero que ahora, mareados con el poder no los reconocen como tales.

        Este sector de políticos, en medio de la corrupción en la que nació, fue enriqueciéndose, pero no lo suficiente como para formar un grupo económico de poder. Es imposible para ellos, por lo menos en los momentos actuales, competir con los grupos que dominan y controlan la economía peruana.

        Este grupo político, con su lideresa en la cárcel, puede recién darse cuenta, a pesar de que en segunda instancia pueda obtener la libertad, del papel que ha cumplido, de su rol, de su sumisión, y de los límites de su accionar. Estos ya se pueden dar cuenta de que su papel no puede seguir siendo el que han asumido en los últimos tiempos; que no pueden seguir entorpeciendo el normal desarrollo de la explotación capitalista; que no pueden perderse en controversias insustanciales, cuando sus amos esperan de ellos normas que les permitan potenciar su riqueza, etc.

        La burguesía imperialista ha aplicado varias veces la política de deshacerse de sus títeres. Así lo hizo con el dictador panameño Manuel Noriega, detenido por el gobierno norteamericano a pesar de haber sido un cercano colaborador de la CIA.

        En el Perú, la ex pareja presidencial, Ollanta Humala y Nadine Heredia, sufrió prisión preventiva. No obstante los delitos que motivaron su situación, más que un acto de justicia parecía una vendetta. Es decir, los grupos económicos de poder no aceptan personajes advenedizos para dirigir sus negocios.

        Al parecer, esta es la situación que atraviesa el fujimorismo.

        Si de justicia se tratara, serían muchos los políticos que estarían en prisión. Pero no es así. Se trata pues de servir con la sumisión debida a los grupos económicos de poder, para así evitar ir a la cárcel. Se puede robar y cometer todos los crímenes que se deseen en la función de administrar los negocios de la burguesía, pero no se puede poner en duda este poder. Menos aún criticar al sistema capitalista, ni al modelo neoliberal que nos han impuesto. Aunque, para ser claros, y que no quede ninguna duda, el fujimorismo no se ha enfrentado al capitalismo ni al modelo neoliberal, por el contrario, ha asumido su defensa.

        Mientras vemos el espectáculo de la confrontación entre la burguesía y algunos de sus representantes, las condiciones de los trabajadores peruanos no cambian. La pobreza sigue en aumento, la presencia de venezolanos sigue creciendo, con lo cual se promueve la reducción de las remuneraciones de los trabajadores.


        La organización de los trabajadores, del proletariado, de los trabajadores del campo, de los artesanos, de los trabajadores familiares no remunerados, etc., no puede ser furgón de cola de un sector de la burguesía. La lucha de los trabajadores tiene que ir dirigida contra el fundamento de sus precarias condiciones de trabajo; contra quienes detentan el poder efectivo; contra sus explotadores; en fin de cuentas, contra la burguesía y el sistema capitalista.



Nota:

Con un título pertinente para la oportunidad, publicamos un capítulo del ensayo Carlos Marx: Concepción del Mundo, Revolución Proletaria, Realización del Comunismo, que nuestro compañero Eduardo Ibarra publicó en celebración del Bicentenario del Natalicio del principal fundador del comunismo científico.

        La cuestión que se analiza en el texto es de suma importancia y de incuestionable actualidad: la relación entre el Estado-Comuna, la revolución cultural y la realización del comunismo y, en este contexto, el papel decisivo de la acción del proletariado y demás clases trabajadoras.

        El texto que publicamos presenta algunas diferencias con el publicado el 5 de mayo del presente.

01.11.2018.

Comité de Redacción.



El Estado-Comuna, la Revolución Cultural y la Realización del Comunismo


Eduardo Ibarra


En la carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852, Marx señaló que su aporte a la teoría de la lucha de clases consistió en:

1) que la existencia de las clases está vinculada únicamente a fases particulares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura sólo constituye la transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases. (Correspondencia, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, p. 55)

La primera precisión concierne al paso de la «formación primaria» (comunidad primitiva) a la «formación secundaria» (sociedades clasistas); mientras las dos restantes competen al presente histórico: la lucha de clases en el capitalismo conduce a la dictadura del proletariado y, ésta, a la abolición de todas las clases.

Por eso, el contenido principal del Manifiesto es, precisamente, la idea de la dictadura del proletariado, aunque todavía no aparezca allí expresada en términos exactos desde el punto de vista del definitivo aparato categorial del comunismo científico:

… el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.

Es indudable que entonces Marx y Engels no tenían ni podían tener una idea exacta de la forma que asumiría la dictadura del proletariado. Hubieron de esperar que la propia experiencia de la clase obrera diera una respuesta a esta cuestión.

Así, después de la Comuna de París de 1871, Marx, en la Guerra civil en Francia, sostuvo que la Comuna era precisamente la forma al fin descubierta de la dominación política del proletariado. Y, en su Introducción a este libro de Marx, Engels escribió:

Ultimamente las palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo terror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!

Ciertamente lo esencial de la Comuna de París es la forma que asumió la dominación política del proletariado: carácter legislativo-ejecutivo de los órganos del Estado, elección de los funcionarios públicos y revocabilidad de los mismos en cualquier momento, salario de los representantes equivalente al de un obrero medio, armamento del pueblo.

Esta forma de Estado no es ya, como es obvio, un Estado propiamente dicho, sino un semi-Estado, un Estado en extinción.

Pues bien, a nuestro modo de ver, el Estado-Comuna, en tanto Estado en extinción, es el único tipo de Estado que posibilita la progresiva reabsorción por las clases trabajadoras de las funciones estatales y, finalmente, la extinción de las clases, la lucha de clases y del propio Estado.(2)

Ahora bien, viendo en retrospectiva la historia de la revolución proletaria en el siglo XX, es pertinente preguntar: ¿queréis saber qué faz presenta la dictadura del proletariado? Y responder sin titubeos: mirad a la Revolución de Octubre: ¡he ahí la dictadura del proletariado!

En nuestro ensayo La gran revolución socialista de octubre: conquistas, distorsiones, enseñanzas, sostuvimos algo que copiamos seguidamente:

Mientras la Comuna de París se produjo en las condiciones del capitalismo competitivo y cuando la revolución proletaria no estaba a la orden del día, la Revolución de Octubre se produjo en las condiciones del imperialismo y de la vigencia de la revolución proletaria.

En segundo lugar, mientras la Comuna de París se produjo en una ciudad con una población de unos pocos millones, la Revolución Rusa se produjo en un inmenso país que se extiende sobre dos continentes y que, en 1917, contaba con una población de más de ciento treinta millones de habitantes.

En tercer lugar, mientras la Comuna de París se produjo, como ya se dijo, en las circunstancias históricas en que el socialismo marxista y las diversas tendencias del socialismo no marxista no se habían decantado definitivamente, la Revolución Rusa se produjo cuando todas las tendencias del socialismo reformista habían puesto en primer plano su condición antimarxista.

En cuarto y último lugar, mientras la Comuna de    París se produjo, como ya se dijo también, sin que el proletariado parisiense contara con un partido marxista, la Revolución de Octubre fue dirigida por un partido de clase como el bolchevique.

Estas diferencias entre la Comuna de París y la Revolución de Octubre tienen su explicación en el cambio de las condiciones objetivas generales (paso del capitalismo competitivo al capitalismo imperialista) y en las situaciones específicas, objetivas y subjetivas, en que se produjo cada uno de dichos acontecimientos.
       
Dadas las condiciones internacionales y específicamente rusas, la Revolución de Octubre no pudo estabilizar el Estado-Comuna. Pues bien, esta experiencia demuestra que, si bien en nuestra época el Estado-Comuna conserva toda su vigencia, como regla su realización práctica es un proceso y no algo que pueda instaurarse de la noche a la mañana con una perspectiva de estabilidad garantizada.

Sin embargo, cierto doctrinarismo –que tiene sus antecedentes en los diversos grupos antipartido de los tiempos del partido comunista de Lenin–, pretende que el jefe de la Revolución Rusa hubiera tenido que mantener el Estado-Comuna surgido en 1917, y que, al no hacerlo, traicionó a la revolución.

Este doctrinarismo es tal precisamente porque, contraviniendo al materialismo, no tiene en cuenta la realidad objetiva, internacional y nacional rusa, que impidió darle estabilidad al Estado–Comuna.

En el artículo Economía y política en la época de la dictadura del proletariado, Lenin escribió:

Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo existe cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los rasgos o las propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede menos de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún. (Obras escogidas en doce tomos, t. X, p. 177)

Como es de conocimiento común, el revisionismo jruschoviano renegó de la dictadura del proletariado con su tristemente célebre tesis de un «Estado de todo el pueblo», que, hasta como fórmula, es un absurdo completo.

Hoy, cuando, desde otro ángulo, se falsifica la dictadura del proletariado, hay que recordar que el socialismo no puede existir sin la dictadura del proletariado. Calificar de socialistas a países donde apenas hay en el gobierno una pequeña burguesía más o menos radicalizada que utiliza un discurso «socialista», pero que convive con la gran burguesía intermediaria del imperialismo y que, por tanto, conserva el régimen capitalista, es un completo despropósito.

El socialismo es un período de transición en cuyo curso tiene lugar la supresión progresiva de las diferencias de clase en general, de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.

La dictadura del proletariado ha acumulado ya una ingente experiencia, tanto positiva como negativa.

El período de la dictadura del proletariado bajo el liderazgo de Stalin es un período marcadamente contradictorio, y nunca será bastante insistir en la necesidad de que el movimiento comunista internacional concluya el balance de su gestión. Es de esperar que esto ocurra en el presente siglo.

Grandes conquistas como la socialización de los medios de producción, la industrialización, la colectivización en la agricultura y el desarrollo de la técnica, la ciencia y la educación son hazañas del pueblo soviético bajo la dirección de Stalin. Por otro lado, los errores teóricos de este dirigente son un elemento negativo en la experiencia del proletariado en el poder, y, las graves extralimitaciones en la represión de los contrarrevolucionarios, es un aspecto oscuro que el proletariado tiene que cargar.

Mariátegui señaló:

La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles del Renacimiento, sino la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un orden nuevo. Ninguna revolución, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma, ni la de la burguesía, se ha cumplido sin tragedia. La revolución socialista, que mueve a los hombres al combate sin promesas ultraterrenas, que solicita de ellos una extrema e incondicional entrega, no puede ser una excepción en esta inexorable ley de la historia. No se ha inventado aún la revolución anestésica, paradisiaca, y es indispensable afirmar que el hombre no alcanzará nunca la cima de su nueva creación, sino a través de un esfuerzo difícil y penoso en el que el dolor y la alegría se igualarán en intensidad. (El alma matinal, p. 198).

Como es evidente, Mariátegui se refiere a la tragedia que, en no pocos casos, implica la revolución socialista para sus propios dramatis personaes. En efecto, ahí donde activistas revolucionarios han aplicado arbitrariamente la  violencia creyendo que eso favorecía la causa de la revolución, lo único que han logrado es poner en evidencia su tragedia personal: la distancia entre su creencia y la verdadera índole de su acción.

En una entrevista con una delegación militar albanesa en 1967, Mao sostuvo:

la meta [de la revolución cultural es] resolver el problema de la concepción del mundo [y] la concepción del mundo no se les puede imponer [a las masas populares]. (Un Mundo Que Ganar, 1995, nº21, p. 8)

De esto se desprende que la concepción comunista del mundo tampoco se les puede imponer a los adversarios de clase. Es decir la meta de la revolución cultural no es una cuestión que pueda alcanzarse por medio de la imposición, forma elemental de violencia.

A diferencia de la Comuna de París de 1871, en nuestra época y mientras el cerco imperialista al socialismo sea una realidad, el Estado-Comuna implica un proceso de construcción con avances y retrocesos.

No son las estructuras políticas y sociales las que garantizan, por sí solas, el avance hacia el comunismo, sino la lucha del proletariado y demás clases trabajadoras. Esto explica la necesidad de la revolución cultural proletaria.

Dicho de otro modo, no es la forma del Estado-Comuna la que determina directamente, automáticamente, el avance hacia el comunismo y su realización. Si así fuera, estaría demás realizar periódicamente la revolución cultural proletaria, que, como se sabe, cumple la triple tarea de construir el socialismo, conjurar la restauración del capitalismo y desbrozar el camino al comunismo, y que, como se sabe también, tiene por meta la comunización de la concepción del mundo de la gente.

Así como el socialismo no deviene directamente de la economía capitalista, sino de la lucha de clases del proletariado, así también el comunismo no deviene directamente de la estructura y los procedimientos  del Estado-Comuna, sino de la lucha de clases del proletariado en las condiciones de dicho Estado.

Por eso puede comprenderse que, de haber sobrevivido a la contraofensiva reaccionaria, la Comuna de París se habría transformado en una comuna burguesa al desarrollarse sus contradicciones internas.

En conclusión: si bien es cierto que el Estado-Comuna es el mejor terreno para la lucha de las clases trabajadoras por la realización del comunismo, no reemplaza ni puede reemplazar esta lucha.

Por tanto, es claro que la extinción del Estado cubre dos etapas: 1) la instauración del Estado-Comuna; 2) la extinción progresiva de este Estado y, por tanto, de todo Estado.

        Así pues, concretamente hablando, la extinción del Estado es la extinción del Estado-Comuna.

1 comentario:

  1. No Brasil, a direita voltou ao poder novamente, e certamente, a população vai se arrepender disso, porque o projeto daqueles que chegaram ao poder vai prejudicar enormemente a maioria da população.

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