Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra
(9)
Domenico
Losurdo
El ministerio de asuntos
exteriores «cierra la ventanilla»
La retórica patriotera y las
odas nacionales, en parte "espontáneas", en parte conscientemente
azuzadas, habían desembocado en la pesadilla de la guerra imperialista. La
necesidad de acabar con todo ello se hace imperiosa. De este modo, en ciertos
sectores del movimiento comunista surge un internacionalismo opuesto a todo
realismo, y que tiende a liquidar como un simple prejuicio las diversas
identidades nacionales. Veamos en qué términos, a comienzos de 1918, Bujarin se
opone no solamente a la paz de Brest-Litovsk sino a cualquier intento por parte
del poder soviético de utilizar las contradicciones entre las varias potencias
imperialistas, estipulando acuerdos o compromisos con una u otra: «¿Qué estamos
haciendo? Estamos transformando el partido en un montón de estiércol [...].
Siempre hemos dicho [...] que antes o después la Revolución rusa habría chocado
contra el capital internacional. Ese momento ha llegado»126
Se comprenden bien la
desilusión y la desazón de un Bujarin que, unos dos años antes, contra la
guerra a muerte entre las grandes potencias capitalistas y los diversos Estados
nacionales, y contra el viraje chovinista de la socialdemocracia, había
defendido la perspectiva de una humanidad finalmente unificada y hermanada
gracias a la «revolución social del proletariado internacional, que armado
derroca la dictadura del capital financiero». Derrotados, junto a la burguesía,
«los epígonos socialistas del marxismo» responsables de haber olvidado u
ocultado «la conocida tesis del Manifiesto comunista» según la cuál «los
proletarios no tienen patria», «se agota la última forma de limitación de la
concepción del mundo del proletariado: su limitación nacional-estatal, su
patriotismo»; «surge el lema de la abolición de las fronteras estatales y de la
convergencia de los pueblos en una única familia socialista»127.
No se trata de la fantasía
de una única persona. Al asumir el cargo de comisario del pueblo para asuntos
exteriores, Trotsky había declarado: «Emitiré alguna proclama revolucionaria a
los pueblos del mundo, después cerraré la ventanilla»128. Con la
llegada, sobre las ruinas de la guerra y siguiendo a la revolución mundial, de
una humanidad unificada a nivel planetario, el primer ministerio en mostrarse
superfluo habría sido el que normalmente se ocupa de las relaciones entre los
diferentes Estados. Respecto a esta perspectiva tan exaltada, ¡cuán mediocres y
degenerados parecían la realidad y el proyecto político subrayados por las
negociaciones de Brest-Litovsk, con el retorno de los límites estatales y
nacionales, y con la reaparición incluso de la razón de Estado! No pocos
militantes y dirigentes bolcheviques viven este acontecimiento como el
derrumbe, es más, como el abandono vil y traicionero, de todo un mundo de
ideales y esperanzas. Desde luego, no era fácil resistir al ejército de
Guillermo II, pero ceder al imperialismo alemán solamente porque los campesinos
rusos, mezquinamente apegados a sus intereses e ignorantes de las tareas
impuestas por la revolución mundial, rechazaban continuar combatiendo... ¿no
era la prueba de la incipiente «degeneración campesina de nuestro partido y del
poder soviético»? A finales de 1924 Bujarin describe el clima espiritual
dominante en tiempos de Brest-Litovsk entre «los comunistas de izquierda
"purasangre"» y los «ambientes que simpatizaban con el camarada
Trotsky»: se distinguió en particular el «camarada Riazanov, que entonces salió
del partido porque en su opinión habíamos perdido la pureza revolucionaria»129.
Más allá de las personalidades individuales, son importantes organizaciones de
partido las que declaran: «En interés de la revolución internacional
consideramos oportuno admitir la posibilidad de perder el poder soviético, que
se está convirtiendo ahora en algo puramente formal». Se trata de palabras
«extrañas y monstruosas» a ojos de un Lenin130 que, rodeado por la
sospecha o acusación de traición, llega incluso a ser el objetivo de un
proyecto —por poco claro que resultara— de golpe de Estado por parte de Bujarin131.
Se requiere todo el prestigio y toda la energía del gran dirigente
revolucionario para superar la crisis. Esta, sin embargo, retorna algunos años
después. Con la derrota de los Imperios centrales y la irrupción de la
revolución en Alemania, Austria, Hungría, y su prepotente acercamiento a otros
países, la perspectiva de la que los bolcheviques tuvieron que despedirse en
BresthLitovsk parece volver a adquirir nueva actualidad. Al concluir el I
Congreso de la Internacional comunista, es el mismo Lenin el que declara: «La
victoria de la revolución proletaria en todo el mundo está asegurada. Se
aproxima la fundación de la República soviética internacional». Por tanto, a la
inminente derrota del capitalismo a escala mundial le habría seguido
rápidamente la fusión de las diversas naciones y los diferentes Estados en un
único organismo: ¡de nuevo el ministerio de asuntos exteriores estaba a punto
de quedar obsoleto!
El ocaso de estas ilusiones
coincide con la enfermedad y la muerte de Lenin. Mucho más grave es la nueva
crisis por el hecho de que ahora, dentro del partido bolchevique, falta una
autoridad indiscutida. Desde el punto de vista de Trotsky y de sus aliados y
seguidores no puede haber dudas: lo que prescribía la elección del «socialismo
en un sólo país», con el consiguiente abandono de la idea de revolución
mundial, no era el realismo político y el cálculo de las relaciones de fuerza,
sino solamente la rutina burocrática, el oportunismo, la cobardía; en última
instancia, la traición.
El primero en recibir esta
acusación es Stalin, que desde el comienzo había dedicado una atención muy
especial a la cuestión nacional, con miras a la victoria de la revolución a
nivel internacional, pensando antes en Rusia. Entre febrero y octubre de 1917
había presentado la revolución proletaria como el instrumento necesario no
solamente para construir el nuevo orden social sino también para reafirmar la
independencia nacional de Rusia. La Entente intentaba obligarla por cualquier
medio disponible a continuar combatiendo y a desangrarse, e intentaba igualmente
transformarla de algún modo «en una colonia de Inglaterra, de América y de
Francia»; peor aún, se comportaba en Rusia como si estuviese «en África
central»132; de esta operación eran cómplices los mencheviques, que
con su insistencia en la continuación de la guerra se plegaban al Diktat imperialista,
se dirigían hacia la «venta gradual de Rusia a los capitales extranjeros»,
llevaban al país «a la ruina» y se revelaban por tanto como los auténticos
«traidores» de la nación. En contraposición a todo ello, la revolución que
debía realizarse no solamente promovía la emancipación de las clases populares
sino que abría «el camino hacia la liberación efectiva de Rusia»133.
Después de Octubre, la
contrarrevolución desencadenada por los Blancos, apoyados o aguijoneados por la
Entente, también había sido derrotada gracias al llamado de los bolcheviques al
pueblo ruso para rechazar la invasión de potencias imperialistas decididas a
reducir a Rusia a colonia o semicolonia de Occidente: es por esto que al nuevo
poder soviético le habían dado su apoyo también oficiales de extracción noble134.
En la defensa de esta línea se había distinguido de nuevo Stalin, que había
descrito así la situación durante la guerra civil:
La
victoria de Denikin y de Kolcak significa la pérdida de la independencia de
Rusia, la transformación de Rusia en una copiosa fuente de dinero para los
capitalistas anglofranceses. En este sentido el gobierno Denikin-Kolcak es el
gobierno más antipopular y más antinacional.
Y en
este sentido el gobierno soviético es el único gobierno popular y nacional en
el mejor significado del término, porque este lleva consigo no solamente la
liberación de los trabajadores del capital, sino también la liberación de toda
Rusia del yugo del imperialismo mundial: la transformación de Rusia de colonia
a país libre e independiente.
En
los campos de batalla se enfrentaban por un lado «oficiales rusos que se han
vendido, han olvidado a Rusia, han perdido su honor y están listos para pasar
al lado de los enemigos de la Rusa obrera y campesina»; por el otro los
soldados del Ejército rojo, conscientes de «luchar no por los beneficios de los
capitalistas, sino por la liberación de Rusia». Desde esta perspectiva, lucha
social y lucha nacional se entrelazan: sustituyendo a la «unidad imperialista»
es decir a la unidad basada en la opresión nacional una unidad fundada en el
reconocimiento del principio de igualdad entre naciones, la nueva Rusia
soviética habría puesto fin a la «disgregación» y a la «completa ruina» que
había supuesto la vieja Rusia zarista; por otro lado, incrementando su «fuerza»
y su «peso», la nueva Rusia soviética habría contribuido al debilitamiento del
imperialismo y a la causa de la victoria de la revolución mundial.135
Sin embargo, cuando la
guerra civil y la lucha contra la intervención extranjera estaban yendo hacia
mejor, se había difundido la ilusión de una rápida expansión del socialismo al
ritmo de los éxitos del Ejército rojo y de su avance más allá de los límites
sancionados por Brest-Litovsk. Gracias a su realismo y sobre todo a su aguda
sensibilidad por la cuestión nacional, Stalin había señalado los peligros
derivados del internarse en profundidad dentro de territorio polaco:
La
retaguardia de los ejércitos polacos [...] difiere notablemente de las de
Kolcak y Denikin, en favor de Polonia. A diferencia de las retaguardias de
Kolcak y Denikin, las de las tropas polacas son homogéneas y de una única
nacionalidad. De ahí su unidad y su estabilidad. En el espíritu de sus pueblos
predomina el "sentimiento patriótico", que se transmite al frente
polaco por numerosas vías, generando en las tropas unidad nacional y firmeza.
Por tanto, una cosa era
derrotar en Rusia a un enemigo desacreditado también en el plano nacional, pero
otra cosa era afrontar fuera de Rusia a un enemigo nacionalmente motivado. Por
tanto, las proclamas en favor de una «marcha sobre Varsovia», y las
declaraciones según las cuales se podía «aceptar solamente una "Varsovia
roja, soviética"» eran expresión de vacuas «fanfarronadas» y de un
«sentido de autosuficiencia dañino para la causa»136.
El fracasado intento de
exportar el socialismo en Polonia, que hasta hacía poco tiempo formara parte
del Imperio zarista, había reforzado a Stalin en sus convicciones. En 1929
señala un fenómeno en gran parte inesperado por los protagonistas de la
Revolución de octubre: «la estabilidad de las naciones es colosalmente sólida»:
Parecían destinadas a ser una fuerza vital durante un largo período histórico.
Por consiguiente, durante un largo período de tiempo la humanidad habría
continuado dividida no solamente entre diferentes sistemas sociales, sino
también entre diferentes identidades lingüísticas, culturales, nacionales.
¿Qué relación se habría
establecido entre ellas? En 1936, en una entrevista a Roy Howard del Times,
Stalin afirma:
La
exportación de la revolución es una patraña. Cada país puede hacer su propia
revolución si lo desea, pero si no quiere, no habrá revolución. Nuestro país ha
querido hacer una revolución, y la ha hecho.
Escandalizado, Trotsky
comenta:
Citemos
literalmente. De la teoría del socialismo en un sólo país es natural el paso a
la teoría de la revolución en un sólo país [...]. Hemos proclamado infinitas
veces que al proletariado del país revolucionario victorioso se le considera
moralmente obligado a ayudar a las clases oprimidas que se rebelan, y esto no
solamente en el campo de las ideas sino también, si es posible, con las armas.
No nos hemos limitado a declararlo. Hemos defendido con las armas a los obreros
de Finlandia, de Estonia, de Georgia. Hemos intentado, haciendo marchar sobre
Varsovia a los ejércitos rojos, ofrecer al proletariado polaco la ocasión
propicia para una insurrección.
Oscurecida la perspectiva de
una rápida llegada de la «República soviética internacional», con la
consiguiente disolución definitiva de los límites estatales y nacionales,
Stalin hacía valer el principio de coexistencia pacífica entre países con diferentes
regímenes sociales. Pero este nuevo principio, que era el resultado de un
proceso de aprendizaje y que en todo caso garantizaba a la Unión Soviética el
derecho a la independencia en un mundo hostil y militarmente más poderoso, era
a ojos de Trotsky la traición al internacionalismo proletario; el rechazo de la
solidaridad recíproca entre los oprimidos y explotados del mundo como deber
inexcusable. Su actividad polémica es incansable, contra la transmutación de la
política «internacionalista-revolucionaria» inicial en una política «nacional-conservadora»;
contra «la política exterior nacional-pacifista del gobierno soviético»; contra
la obligación del principio en base al cuál el único Estado obrero debe hacer
en solitario de «líder de la revolución mundial»137. En cualquier
caso, como no es pensable el paso pacífico del capitalismo al socialismo, «un
Estado socialista no puede integrarse y desarrollarse (hineinwachsen)
pacíficamente en el ámbito del sistema capitalista mundial». Es una actitud que
Trotsky defiende todavía en 1940: habría sido mejor no implicarse en la guerra
contra Finlandia, Pero una vez comenzada, esta debería haber sido «conducida
hasta el final, es decir, hasta la sovietización de Finlandia»138.
_________
(126)
En Cohén 1975), p. 75.
(127)
Bujarin 1966), pp. 329-31.
(128)
En Carr 1964), p. 814.
(129)
Bujarin 1970), pp. 104-5 y nota.
(130)
Lenin 1955-70), vol. 27, pp. 54 ss.
(131)
Conquest 2000), p. 35.
(132)
Stalin 1971-73), vol. 3, pp. 127 y 269 = Stalin, 1952-56, vol. 3, pp. 161 y
324).
(133)
Ibid, pp. 197 y 175-8 = Stalin, 1952-56, vol. 3, pp. 243 y 220-2).
(134)
Figes 2000), pp. 840 y 837.
(135)
Ibid, pp. 202, 199, 208 = Stalin, 1952-56, vol. 4, pp. 252, 248 y 258).
(136)
Ibid, pp. 286 y 293 = Stalin, 1952-56, vol. 4, pp. 354 y 363).
(137)
Trotsky 1997-2001), vol. 3, pp. 476, 554 y 566.
(138)
Trotsky 1988), pp. 1001 y 1333.
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