«No hay tradición ni poesía que sean una sola y única»
(Tercera
parte)
Julio Carmona
«La
estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles;
de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura
universal.» Marx y Engels (1975). Manifiesto
del partido comunista. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras. pp. 37-38.
«Los
hombres realistas tienen que desconfiar un poco de la poesía pura». José Carlos
Mariátegui (1959). Peruanicemos el Perú.
Lima: Editorial Amauta. p. 90.
FRENTE A ESE MENOSPRECIO de
nuestro pasado literario, americano (denunciado en las dos primeras partes), se
impone una acción reivindicativa de sus fueros. Aunque esta acción no es algo
que sea inédito o primerizo. Es un esfuerzo que tiene larga data, al mismo que
–igualmente— se ha tratado de silenciar. Tal es el caso, de Eduardo Galeano,
con su paradigmático: Las venas abiertas
de América Latina, que, nadando contra corriente, ha impuesto su verdad.
Pero, en esta oportunidad, citaremos —en extenso— un texto de Jorge Zalamea,
autor chileno, Premio Ensayo Casa de las Américas (Cuba, 1965), galardón que
obtuviera con el libro La poesía ignorada
y olvidada. Dice:
«Vamos a iniciar nuestra
expedición por la enorme masa continental que hoy llamamos los Estados Unidos
de América. ¿Qué sabemos de los innumerables pueblos que habitaban allí antes
del descubrimiento, la conquista y la colonización europeas? No es arbitrario
suponer que la mayoría de los lectores de estas páginas no tenga al respecto
mayor ni mejor información que la suministrada, en su primera juventud, por los
novelistas italianos, franceses, ingleses y norteamericanos que encontraron
buen motor para su fantasía en las reprobables acciones de los cazadores de
cabelleras, salvajemente opuestos a que los “caras pálidas” se apoderaran de
sus territorios, de sus rebaños de bisontes, de sus mujeres y de su libre
albedrío.
«No hay que avergonzarse ni
sorprenderse excesivamente de esa ignorancia. Piénsese, por ejemplo, que en las
dos mil páginas de la obra monumental de Vernon Luis Parrington sobre El desarrollo de las ideas en los Estados
Unidos, sería difícil encontrar referencias a la diversidad de pueblos
autóctonos de Norte América con los cuales llenar siquiera media docena de
páginas. No es, pues, extraño que solo una ínfima minoría sepa que esas tribus,
esos pueblos, esas confederaciones, esa hermandad nuestra produjeran, además de
jinetes diabólicamente diestros y empecinados coleccionistas de crines rubias,
auténticos poetas. Innominados, desde luego, pero no menos profundos en sus
percepciones, ni menos delicados y vigorosos en su lenguaje, ni menos
originales en sus transposiciones de lo
real a lo poético que muchos de los más reputados vates de la civilización
occidental.
«Veamos algunas muestras de
esa expresión anónima de pueblos a los cuales aquella civilización impidió
acceder a las sucesivas etapas del desarrollo material. Posiblemente en época
no muy lejana de aquella en que Blaise Pascal escribía esta frase
estremecedora: “El eterno silencio de los espacios infinitos, me aterra”, un
cantor de la tribu iraquí, atosigado por la misma angustia, recitaba este breve
poema:
¡En la oscuridad esperamos!
Que vengan todos los oyentes
y nos ayuden en el viaje
nocturno:
ningún sol brilla ahora,
ninguna estrella luce ahora.
Que vengan y nos muestren el
camino,
pues la noche se ha hecho
inamistosa.
Cierra sus párpados la
noche.
Nos ha olvidado la luna.
Y esperamos en la oscuridad.
A continuación, vamos, por
nuestra parte, a hacer una lectura interpretativa del poema. Para ello
ubicaremos la idea central que domina en él. Podemos decir
que se trata de un emisor plural que expresa una sensación de desamparo,
producida por una situación de extrema soledad. En el primer verso hay dos
elementos que son concretados, lingüísticamente, con el sustantivo oscuridad y el verbo esperar. Pero, en ese nivel lingüístico,
lo denotativo resulta ser ambiguo o indeterminado. No se sabe a qué se hace
referencia: de qué oscuridad se
trata, y quiénes son los que esperan.
Y es algo que no nos será aclarado en todo el poema. Resulta, entonces, que es
el lector quien tiene que precisar esos significados, inventárselos, pero a
partir de esos mismos elementos y en
relación con todo el poema. No debe olvidarse, pues, que, como lectores de
poesía, no ha de interesarnos averiguar cuál es el objeto referencial, pues,
se entiende que este se ha trasladado al poema mismo.
En
el segundo verso hay un tercer elemento básico: «los oyentes». Y nótese que la
apelación a ellos se hace de una manera también indirecta. No se dice: Oyentes, vengan a ayudarnos, sino: que vengan los oyentes y nos ayuden, o
sea que no constituyen un interlocutor inmediato (no es el tú o ustedes o
vosotros de la segunda persona gramatical); pero sí es un oyente mediato (el ellos de la tercera persona), y, en tal
sentido, son las palabras o el poema mismo el que se convierte en
intermediario, como si el receptor inmediato fuera el propio poema que ayudará
para que esos oyentes (invisibles)
acudan. Es decir que el emisor plural sabe,
cree o imagina (y es probable que imaginar
derive de magia) la existencia de
esos seres que él no ve pero que lo oyen; además, es de suponerlos poderosos
—superiores a él mismo— de otra manera no les pediría ayuda en su desamparo.
Ahora
bien, ¿cuál es el tipo de ayuda que se reclama? Se reclama ayuda en el viaje nocturno. Y este es un cuarto
elemento que no puede reducirse al concepto inmediato o denotativo de viaje: desplazamiento de un lugar a
otro, puesto que eso es lo no deseado en una noche tan cerrada como la que se
describe en el poema («ningún sol brilla / ninguna estrella luce / la noche se
ha hecho inamistosa / nos ha olvidado la luna»); por lo tanto, no pueden
movilizarse; además, tampoco lo quieren, pues están invadidos por el pánico.
Entonces, debemos concluir que ese viaje
nocturno es una alusión al sueño.
Hay
un terrible temor que no los deja dormir; pero ellos quisieran hacerlo, ya que
de esa manera evadirán al entorno agresivo. Ellos creen que el sueño es un don,
un regalo de seres superiores que pueden ayudarlos «en el viaje nocturno», que
pueden mostrarles el camino del sueño;
por lo tanto, el poema se convierte en un ruego, es un rezo1, una
oración ritual para dirigirse a los poderes sobrenaturales y misteriosos a
quienes se quiere convencer (o auto-convencer por autosugestión intuitiva)
diciendo: ‘Si la noche misma ha cerrado sus párpados’, ¿por qué nosotros, no?
Y, en medio de la noche, ellos esperan… el sueño, como un regalo de los dioses.
En
este poema se ve, pues, la famosa autonomía
del poema: que toda la carga emotiva
o estética está centrada en el poema mismo o que en él tiene una existencia
llena de sentido; por ella podemos reconstruir aquello que la motivó, pero no
necesitamos conocer ese estímulo directo para comprender la emoción, el sentido
del poema. Este se presenta como los hechos mismos.
Y
esa es una autonomía reclamada por los postulados de las poéticas formalistas
de la literatura occidental de las últimas décadas; sin embargo, vemos que es
algo inherente a todas las épocas (incluidas las consideradas más primitivas)
no hay deudas, pues, en arte o en literatura; hay herencia, que cada quien toma
o deja, sin que se le tenga que estar pidiendo rendimiento de cuentas. Todo lo
que no sea nuestro es digerible, pero no insustituible. El poeta y su poema no
son producto de la nada.
Y
como dice Carlos Marx en su libro Manuscritos
de economía y filosofía: Religión, familia, estado, derecho, moral,
ciencia, arte, etc. No son más que formas especiales de la producción y caen
bajo su ley general» (Todo lo demás es ilusión).
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(1) Recordemos la pluralidad
del «Padre nuestro» católico: «… el pan nuestro
de cada día … dánoslo …»
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