domingo, 3 de noviembre de 2024

Literatura

«No hay tradición ni poesía que sean una sola y única»

(Tercera parte)

Julio Carmona

«La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.» Marx y Engels (1975). Manifiesto del partido comunista. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras. pp. 37-38.

«Los hombres realistas tienen que desconfiar un poco de la poesía pura». José Carlos Mariátegui (1959). Peruanicemos el Perú. Lima: Editorial Amauta. p. 90.

FRENTE A ESE MENOSPRECIO de nuestro pasado literario, americano (denunciado en las dos primeras partes), se impone una acción reivindicativa de sus fueros. Aunque esta acción no es algo que sea inédito o primerizo. Es un esfuerzo que tiene larga data, al mismo que –igualmente— se ha tratado de silenciar. Tal es el caso, de Eduardo Galeano, con su paradigmático: Las venas abiertas de América Latina, que, nadando contra corriente, ha impuesto su verdad. Pero, en esta oportunidad, citaremos —en extenso— un texto de Jorge Zalamea, autor chileno, Premio Ensayo Casa de las Américas (Cuba, 1965), galardón que obtuviera con el libro La poesía ignorada y olvidada. Dice:

«Vamos a iniciar nuestra expedición por la enorme masa continental que hoy llamamos los Estados Unidos de América. ¿Qué sabemos de los innumerables pueblos que habitaban allí antes del descubrimiento, la conquista y la colonización europeas? No es arbitrario suponer que la mayoría de los lectores de estas páginas no tenga al respecto mayor ni mejor información que la suministrada, en su primera juventud, por los novelistas italianos, franceses, ingleses y norteamericanos que encontraron buen motor para su fantasía en las reprobables acciones de los cazadores de cabelleras, salvajemente opuestos a que los “caras pálidas” se apoderaran de sus territorios, de sus rebaños de bisontes, de sus mujeres y de su libre albedrío.

«No hay que avergonzarse ni sorprenderse excesivamente de esa ignorancia. Piénsese, por ejemplo, que en las dos mil páginas de la obra monumental de Vernon Luis Parrington sobre El desarrollo de las ideas en los Estados Unidos, sería difícil encontrar referencias a la diversidad de pueblos autóctonos de Norte América con los cuales llenar siquiera media docena de páginas. No es, pues, extraño que solo una ínfima minoría sepa que esas tribus, esos pueblos, esas confederaciones, esa hermandad nuestra produjeran, además de jinetes diabólicamente diestros y empecinados coleccionistas de crines rubias, auténticos poetas. Innominados, desde luego, pero no menos profundos en sus percepciones, ni menos delicados y vigorosos en su lenguaje, ni menos originales en sus transposiciones de lo real a lo poético que muchos de los más reputados vates de la civilización occidental.

«Veamos algunas muestras de esa expresión anónima de pueblos a los cuales aquella civilización impidió acceder a las sucesivas etapas del desarrollo material. Posiblemente en época no muy lejana de aquella en que Blaise Pascal escribía esta frase estremecedora: “El eterno silencio de los espacios infinitos, me aterra”, un cantor de la tribu iraquí, atosigado por la misma angustia, recitaba este breve poema:

¡En la oscuridad esperamos!

Que vengan todos los oyentes

y nos ayuden en el viaje nocturno:

ningún sol brilla ahora,

ninguna estrella luce ahora.

Que vengan y nos muestren el camino,

pues la noche se ha hecho inamistosa.

Cierra sus párpados la noche.

Nos ha olvidado la luna.

Y esperamos en la oscuridad. 

A continuación, vamos, por nuestra parte, a hacer una lectura interpretativa del poema. Para ello ubicaremos la idea central que domina en él. Podemos decir que se trata de un emisor plural que expresa una sensación de desamparo, producida por una situación de extrema soledad. En el primer verso hay dos elementos que son concretados, lingüísticamente, con el sustantivo oscuridad y el verbo esperar. Pero, en ese nivel lingüístico, lo denotativo resulta ser ambiguo o indeterminado. No se sabe a qué se hace referencia: de qué oscuridad se trata, y quiénes son los que esperan. Y es algo que no nos será aclarado en todo el poema. Resulta, entonces, que es el lector quien tiene que precisar esos significados, inventárselos, pero a partir de esos mismos elementos y en relación con todo el poema. No debe olvidarse, pues, que, como lectores de poesía, no ha de interesarnos averiguar cuál es el objeto referencial, pues, se entiende que este se ha trasladado al poema mismo. 

En el segundo verso hay un tercer elemento básico: «los oyentes». Y nótese que la apelación a ellos se hace de una manera también indirecta. No se dice: Oyentes, vengan a ayudarnos, sino: que vengan los oyentes y nos ayuden, o sea que no constituyen un interlocutor inmediato (no es el tú o ustedes o vosotros de la segunda persona gramatical); pero sí es un oyente mediato (el ellos de la tercera persona), y, en tal sentido, son las palabras o el poema mismo el que se convierte en intermediario, como si el receptor inmediato fuera el propio poema que ayudará para que esos oyentes (invisibles) acudan. Es decir que el emisor plural sabe, cree o imagina (y es probable que imaginar derive de magia) la existencia de esos seres que él no ve pero que lo oyen; además, es de suponerlos poderosos —superiores a él mismo— de otra manera no les pediría ayuda en su desamparo.

Ahora bien, ¿cuál es el tipo de ayuda que se reclama? Se reclama ayuda en el viaje nocturno. Y este es un cuarto elemento que no puede reducirse al concepto inmediato o denotativo de viaje: desplazamiento de un lugar a otro, puesto que eso es lo no deseado en una noche tan cerrada como la que se describe en el poema («ningún sol brilla / ninguna estrella luce / la noche se ha hecho inamistosa / nos ha olvidado la luna»); por lo tanto, no pueden movilizarse; además, tampoco lo quieren, pues están invadidos por el pánico. Entonces, debemos concluir que ese viaje nocturno es una alusión al sueño.

Hay un terrible temor que no los deja dormir; pero ellos quisieran hacerlo, ya que de esa manera evadirán al entorno agresivo. Ellos creen que el sueño es un don, un regalo de seres superiores que pueden ayudarlos «en el viaje nocturno», que pueden mostrarles el camino del sueño; por lo tanto, el poema se convierte en un ruego, es un rezo1, una oración ritual para dirigirse a los poderes sobrenaturales y misteriosos a quienes se quiere convencer (o auto-convencer por autosugestión intuitiva) diciendo: ‘Si la noche misma ha cerrado sus párpados’, ¿por qué nosotros, no? Y, en medio de la noche, ellos esperan… el sueño, como un regalo de los dioses.

En este poema se ve, pues, la famosa autonomía del poema: que toda la carga emotiva o estética está centrada en el poema mismo o que en él tiene una existencia llena de sentido; por ella podemos reconstruir aquello que la motivó, pero no necesitamos conocer ese estímulo directo para comprender la emoción, el sentido del poema. Este se presenta como los hechos mismos.

Y esa es una autonomía reclamada por los postulados de las poéticas formalistas de la literatura occidental de las últimas décadas; sin embargo, vemos que es algo inherente a todas las épocas (incluidas las consideradas más primitivas) no hay deudas, pues, en arte o en literatura; hay herencia, que cada quien toma o deja, sin que se le tenga que estar pidiendo rendimiento de cuentas. Todo lo que no sea nuestro es digerible, pero no insustituible. El poeta y su poema no son producto de la nada.

Y como dice Carlos Marx en su libro Manuscritos de economía y filosofía: Religión, familia, estado, derecho, moral, ciencia, arte, etc. No son más que formas especiales de la producción y caen bajo su ley general» (Todo lo demás es ilusión).

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(1) Recordemos la pluralidad del «Padre nuestro» católico: «… el pan nuestro de cada día … dánoslo …»


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