domingo, 3 de noviembre de 2024

Stalin

Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra

(9)

Domenico Losurdo

El ministerio de asuntos exteriores «cierra la ventanilla»

La retórica patriotera y las odas nacionales, en parte "espontáneas", en parte conscientemente azuzadas, habían desembocado en la pesadilla de la guerra imperialista. La necesidad de acabar con todo ello se hace imperiosa. De este modo, en ciertos sectores del movimiento comunista surge un internacionalismo opuesto a todo realismo, y que tiende a liquidar como un simple prejuicio las diversas identidades nacionales. Veamos en qué términos, a comienzos de 1918, Bujarin se opone no solamente a la paz de Brest-Litovsk sino a cualquier intento por parte del poder soviético de utilizar las contradicciones entre las varias potencias imperialistas, estipulando acuerdos o compromisos con una u otra: «¿Qué estamos haciendo? Estamos transformando el partido en un montón de estiércol [...]. Siempre hemos dicho [...] que antes o después la Revolución rusa habría chocado contra el capital internacional. Ese momento ha llegado»126

Se comprenden bien la desilusión y la desazón de un Bujarin que, unos dos años antes, contra la guerra a muerte entre las grandes potencias capitalistas y los diversos Estados nacionales, y contra el viraje chovinista de la socialdemocracia, había defendido la perspectiva de una humanidad finalmente unificada y hermanada gracias a la «revolución social del proletariado internacional, que armado derroca la dictadura del capital financiero». Derrotados, junto a la burguesía, «los epígonos socialistas del marxismo» responsables de haber olvidado u ocultado «la conocida tesis del Manifiesto comunista» según la cuál «los proletarios no tienen patria», «se agota la última forma de limitación de la concepción del mundo del proletariado: su limitación nacional-estatal, su patriotismo»; «surge el lema de la abolición de las fronteras estatales y de la convergencia de los pueblos en una única familia socialista»127.

No se trata de la fantasía de una única persona. Al asumir el cargo de comisario del pueblo para asuntos exteriores, Trotsky había declarado: «Emitiré alguna proclama revolucionaria a los pueblos del mundo, después cerraré la ventanilla»128. Con la llegada, sobre las ruinas de la guerra y siguiendo a la revolución mundial, de una humanidad unificada a nivel planetario, el primer ministerio en mostrarse superfluo habría sido el que normalmente se ocupa de las relaciones entre los diferentes Estados. Respecto a esta perspectiva tan exaltada, ¡cuán mediocres y degenerados parecían la realidad y el proyecto político subrayados por las negociaciones de Brest-Litovsk, con el retorno de los límites estatales y nacionales, y con la reaparición incluso de la razón de Estado! No pocos militantes y dirigentes bolcheviques viven este acontecimiento como el derrumbe, es más, como el abandono vil y traicionero, de todo un mundo de ideales y esperanzas. Desde luego, no era fácil resistir al ejército de Guillermo II, pero ceder al imperialismo alemán solamente porque los campesinos rusos, mezquinamente apegados a sus intereses e ignorantes de las tareas impuestas por la revolución mundial, rechazaban continuar combatiendo... ¿no era la prueba de la incipiente «degeneración campesina de nuestro partido y del poder soviético»? A finales de 1924 Bujarin describe el clima espiritual dominante en tiempos de Brest-Litovsk entre «los comunistas de izquierda "purasangre"» y los «ambientes que simpatizaban con el camarada Trotsky»: se distinguió en particular el «camarada Riazanov, que entonces salió del partido porque en su opinión habíamos perdido la pureza revolucionaria»129. Más allá de las personalidades individuales, son importantes organizaciones de partido las que declaran: «En interés de la revolución internacional consideramos oportuno admitir la posibilidad de perder el poder soviético, que se está convirtiendo ahora en algo puramente formal». Se trata de palabras «extrañas y monstruosas» a ojos de un Lenin130 que, rodeado por la sospecha o acusación de traición, llega incluso a ser el objetivo de un proyecto —por poco claro que resultara— de golpe de Estado por parte de Bujarin131. Se requiere todo el prestigio y toda la energía del gran dirigente revolucionario para superar la crisis. Esta, sin embargo, retorna algunos años después. Con la derrota de los Imperios centrales y la irrupción de la revolución en Alemania, Austria, Hungría, y su prepotente acercamiento a otros países, la perspectiva de la que los bolcheviques tuvieron que despedirse en BresthLitovsk parece volver a adquirir nueva actualidad. Al concluir el I Congreso de la Internacional comunista, es el mismo Lenin el que declara: «La victoria de la revolución proletaria en todo el mundo está asegurada. Se aproxima la fundación de la República soviética internacional». Por tanto, a la inminente derrota del capitalismo a escala mundial le habría seguido rápidamente la fusión de las diversas naciones y los diferentes Estados en un único organismo: ¡de nuevo el ministerio de asuntos exteriores estaba a punto de quedar obsoleto!

El ocaso de estas ilusiones coincide con la enfermedad y la muerte de Lenin. Mucho más grave es la nueva crisis por el hecho de que ahora, dentro del partido bolchevique, falta una autoridad indiscutida. Desde el punto de vista de Trotsky y de sus aliados y seguidores no puede haber dudas: lo que prescribía la elección del «socialismo en un sólo país», con el consiguiente abandono de la idea de revolución mundial, no era el realismo político y el cálculo de las relaciones de fuerza, sino solamente la rutina burocrática, el oportunismo, la cobardía; en última instancia, la traición.

El primero en recibir esta acusación es Stalin, que desde el comienzo había dedicado una atención muy especial a la cuestión nacional, con miras a la victoria de la revolución a nivel internacional, pensando antes en Rusia. Entre febrero y octubre de 1917 había presentado la revolución proletaria como el instrumento necesario no solamente para construir el nuevo orden social sino también para reafirmar la independencia nacional de Rusia. La Entente intentaba obligarla por cualquier medio disponible a continuar combatiendo y a desangrarse, e intentaba igualmente transformarla de algún modo «en una colonia de Inglaterra, de América y de Francia»; peor aún, se comportaba en Rusia como si estuviese «en África central»132; de esta operación eran cómplices los mencheviques, que con su insistencia en la continuación de la guerra se plegaban al Diktat imperialista, se dirigían hacia la «venta gradual de Rusia a los capitales extranjeros», llevaban al país «a la ruina» y se revelaban por tanto como los auténticos «traidores» de la nación. En contraposición a todo ello, la revolución que debía realizarse no solamente promovía la emancipación de las clases populares sino que abría «el camino hacia la liberación efectiva de Rusia»133.

Después de Octubre, la contrarrevolución desencadenada por los Blancos, apoyados o aguijoneados por la Entente, también había sido derrotada gracias al llamado de los bolcheviques al pueblo ruso para rechazar la invasión de potencias imperialistas decididas a reducir a Rusia a colonia o semicolonia de Occidente: es por esto que al nuevo poder soviético le habían dado su apoyo también oficiales de extracción noble134. En la defensa de esta línea se había distinguido de nuevo Stalin, que había descrito así la situación durante la guerra civil:

La victoria de Denikin y de Kolcak significa la pérdida de la independencia de Rusia, la transformación de Rusia en una copiosa fuente de dinero para los capitalistas anglofranceses. En este sentido el gobierno Denikin-Kolcak es el gobierno más antipopular y más antinacional.

Y en este sentido el gobierno soviético es el único gobierno popular y nacional en el mejor significado del término, porque este lleva consigo no solamente la liberación de los trabajadores del capital, sino también la liberación de toda Rusia del yugo del imperialismo mundial: la transformación de Rusia de colonia a país libre e independiente.

En los campos de batalla se enfrentaban por un lado «oficiales rusos que se han vendido, han olvidado a Rusia, han perdido su honor y están listos para pasar al lado de los enemigos de la Rusa obrera y campesina»; por el otro los soldados del Ejército rojo, conscientes de «luchar no por los beneficios de los capitalistas, sino por la liberación de Rusia». Desde esta perspectiva, lucha social y lucha nacional se entrelazan: sustituyendo a la «unidad imperialista» es decir a la unidad basada en la opresión nacional una unidad fundada en el reconocimiento del principio de igualdad entre naciones, la nueva Rusia soviética habría puesto fin a la «disgregación» y a la «completa ruina» que había supuesto la vieja Rusia zarista; por otro lado, incrementando su «fuerza» y su «peso», la nueva Rusia soviética habría contribuido al debilitamiento del imperialismo y a la causa de la victoria de la revolución mundial.135

Sin embargo, cuando la guerra civil y la lucha contra la intervención extranjera estaban yendo hacia mejor, se había difundido la ilusión de una rápida expansión del socialismo al ritmo de los éxitos del Ejército rojo y de su avance más allá de los límites sancionados por Brest-Litovsk. Gracias a su realismo y sobre todo a su aguda sensibilidad por la cuestión nacional, Stalin había señalado los peligros derivados del internarse en profundidad dentro de territorio polaco:

La retaguardia de los ejércitos polacos [...] difiere notablemente de las de Kolcak y Denikin, en favor de Polonia. A diferencia de las retaguardias de Kolcak y Denikin, las de las tropas polacas son homogéneas y de una única nacionalidad. De ahí su unidad y su estabilidad. En el espíritu de sus pueblos predomina el "sentimiento patriótico", que se transmite al frente polaco por numerosas vías, generando en las tropas unidad nacional y firmeza.

Por tanto, una cosa era derrotar en Rusia a un enemigo desacreditado también en el plano nacional, pero otra cosa era afrontar fuera de Rusia a un enemigo nacionalmente motivado. Por tanto, las proclamas en favor de una «marcha sobre Varsovia», y las declaraciones según las cuales se podía «aceptar solamente una "Varsovia roja, soviética"» eran expresión de vacuas «fanfarronadas» y de un «sentido de autosuficiencia dañino para la causa»136.

El fracasado intento de exportar el socialismo en Polonia, que hasta hacía poco tiempo formara parte del Imperio zarista, había reforzado a Stalin en sus convicciones. En 1929 señala un fenómeno en gran parte inesperado por los protagonistas de la Revolución de octubre: «la estabilidad de las naciones es colosalmente sólida»: Parecían destinadas a ser una fuerza vital durante un largo período histórico. Por consiguiente, durante un largo período de tiempo la humanidad habría continuado dividida no solamente entre diferentes sistemas sociales, sino también entre diferentes identidades lingüísticas, culturales, nacionales.

¿Qué relación se habría establecido entre ellas? En 1936, en una entrevista a Roy Howard del Times, Stalin afirma:

La exportación de la revolución es una patraña. Cada país puede hacer su propia revolución si lo desea, pero si no quiere, no habrá revolución. Nuestro país ha querido hacer una revolución, y la ha hecho.

Escandalizado, Trotsky comenta:

Citemos literalmente. De la teoría del socialismo en un sólo país es natural el paso a la teoría de la revolución en un sólo país [...]. Hemos proclamado infinitas veces que al proletariado del país revolucionario victorioso se le considera moralmente obligado a ayudar a las clases oprimidas que se rebelan, y esto no solamente en el campo de las ideas sino también, si es posible, con las armas. No nos hemos limitado a declararlo. Hemos defendido con las armas a los obreros de Finlandia, de Estonia, de Georgia. Hemos intentado, haciendo marchar sobre Varsovia a los ejércitos rojos, ofrecer al proletariado polaco la ocasión propicia para una insurrección.

Oscurecida la perspectiva de una rápida llegada de la «República soviética internacional», con la consiguiente disolución definitiva de los límites estatales y nacionales, Stalin hacía valer el principio de coexistencia pacífica entre países con diferentes regímenes sociales. Pero este nuevo principio, que era el resultado de un proceso de aprendizaje y que en todo caso garantizaba a la Unión Soviética el derecho a la independencia en un mundo hostil y militarmente más poderoso, era a ojos de Trotsky la traición al internacionalismo proletario; el rechazo de la solidaridad recíproca entre los oprimidos y explotados del mundo como deber inexcusable. Su actividad polémica es incansable, contra la transmutación de la política «internacionalista-revolucionaria» inicial en una política «nacional-conservadora»; contra «la política exterior nacional-pacifista del gobierno soviético»; contra la obligación del principio en base al cuál el único Estado obrero debe hacer en solitario de «líder de la revolución mundial»137. En cualquier caso, como no es pensable el paso pacífico del capitalismo al socialismo, «un Estado socialista no puede integrarse y desarrollarse (hineinwachsen) pacíficamente en el ámbito del sistema capitalista mundial». Es una actitud que Trotsky defiende todavía en 1940: habría sido mejor no implicarse en la guerra contra Finlandia, Pero una vez comenzada, esta debería haber sido «conducida hasta el final, es decir, hasta la sovietización de Finlandia»138.

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(126) En Cohén 1975), p. 75.

(127) Bujarin 1966), pp. 329-31.

(128) En Carr 1964), p. 814.

(129) Bujarin 1970), pp. 104-5 y nota.

(130) Lenin 1955-70), vol. 27, pp. 54 ss.

(131) Conquest 2000), p. 35.

(132) Stalin 1971-73), vol. 3, pp. 127 y 269 = Stalin, 1952-56, vol. 3, pp. 161 y 324).

(133) Ibid, pp. 197 y 175-8 = Stalin, 1952-56, vol. 3, pp. 243 y 220-2).

(134) Figes 2000), pp. 840 y 837.

(135) Ibid, pp. 202, 199, 208 = Stalin, 1952-56, vol. 4, pp. 252, 248 y 258).

(136) Ibid, pp. 286 y 293 = Stalin, 1952-56, vol. 4, pp. 354 y 363).

(137) Trotsky 1997-2001), vol. 3, pp. 476, 554 y 566.

(138) Trotsky 1988), pp. 1001 y 1333.


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