La Idea y la Acción Práctica
P. V. Kopnin
1.
La idea como forma de conocimiento objetivamente verídico. Realización práctica
de la idea como finalidad del conocimiento.
Como ya se ha dicho, la
idea, a diferencia de otras formas del conocimiento, se caracteriza por su
peculiar vínculo directo con la acción práctica. En la idea, el conocimiento
alcanza tal grado de madurez que puede plasmarse en la realidad a través de la
actividad material, práctica. Para ello es preciso: 1) que el conocimiento sea
objetivamente verídico 2) que el individuo sea capaz de encarnarlo en formas
materiales utilizando los medios técnicos de que dispone. No nos detendremos en
el examen de este segundo aspecto, ya que no es objeto de investigación
gnoseológica, limitándonos sólo al primero.
¿Cómo
ha de ser el conocimiento para poder plasmarse en la realidad? No debe
olvidarse que ninguna técnica de la producción, por perfecta que sea, puede
realizar prácticamente tesis e ideas falsas. Pero puede darse lo contrario, es
decir, que el conocimiento haya alcanzado un grado tal de madurez que permite
su realización práctica, mas los medios técnicos para ello no han sido creados
todavía; sin embargo, la primera premisa para la posible realización del
conocimiento es el grado de su madurez.
A la
pregunta planteada se puede, en general, dar la siguiente respuesta: para que
el conocimiento pueda plasmarse prácticamente ha de ser objetivamente verídico.
Tan sólo un conocimiento objetivamente verídico se convierte, mediante la
actividad material, en una realidad objetiva. A través de la práctica, una
forma de objetividad —la objetividad del conocimiento— se transforma en otra:
la objetividad real. Además, cuanto más objetivo sea el conocimiento por su
contenido, más próximo está de su realización práctica. Por ello es preciso
esclarecer en qué forma alcanza el conocimiento su máximo grado de objetividad.
Los
juicios o los conceptos tomados por aislado son también abstractos y subjetivos
en este sentido. Como escribió Lenin “no podemos representar, expresar, medir
ni pintar el movimiento, sin interrumpir lo continuo, sin simplificar,
embrutecer, fraccionar y dogmatizar lo vivo. La representación del movimiento
por el intelecto equivale siempre a convertir en algo vasto, a dogmatizar, y no
sólo por el intelecto, sino también por la sensación, y no tan sólo del
movimiento, sino también de todo concepto”1
Esta
falla del reflejo de la realidad en los conceptos humanos se supera mediante su
continuo desarrollo, la formación de sistemas de conocimiento complejos y
móviles, en los cuales la idea está contenida y expresada. Por ello, la
actividad práctica del hombre, desde el punto de vista gnoseológico, aparece
como la objetivización de la idea. Diríase que la idea antecede a la creación
práctica del objeto. El idealismo erige en absoluto este aspecto, en la
relación gnoseológica de la idea y el objeto, ya que adjudica a las ideas
humanas fuerza creadora.
Pero
en la realidad, las relaciones entre la idea y el objeto tienen un carácter más
complejo. La idea es, ante todo, el reflejo de los objetos y los fenómenos del
mundo objetivo, con la particularidad de que no se trata de un simple reflejo,
sino de un reflejo adecuado que aspira a la plenitud y a la integridad. El
objeto constituye el contenido objetivo de la idea. Este primer aspecto con
relación a la idea y al objeto tiene extraordinaria importancia, pero el idealismo
ya vela su significado, ya hace caso omiso de él. Además, el reflejo de la idea
en el objeto alcanza su grado supremo de objetividad y plenitud. El
materialismo anterior al marxismo se fijaba en este aspecto de las
interrelaciones de la idea y el objeto, pero, desgraciadamente, se limitaba a
él.
Existe
otro aspecto, no menos importante, en las relaciones recíprocas de la idea y el
objeto: a base de un conocimiento objetivamente verídico del objeto, de las
leyes que rigen su movimiento, se produce su transformación mediante la
actividad práctica. Vemos, pues, que si en el primer caso el objeto venía a ser
el dato primario para la conciencia, en el segundo, por el contrario, la idea,
como algo ya formado, es el dato inicial para su realización práctica. La
existencia de la idea sirve de premisa para la práctica, no única, ciertamente,
pero muy importante, ya que imprime su huella en la índole específica de la
práctica como forma de actividad verdaderamente humana. Cuando interactúan las
partículas elementales o los cuerpos macroscópicos de naturaleza inorgánica, e
incluso orgánica, esta interacción no está vinculada a la realización de una
idea, no constituye la práctica. La interacción del hombre y el objeto de la
naturaleza presupone la existencia de ideas en el sujeto, que reflejan hasta uno
u otro grado de plenitud y precisión el objeto sobre el que actúa el sujeto en
su práctica. Pues bien, este aspecto de la interacción de la idea y la práctica
era el subrayado e hipertrofiado por la filosofía idealista.
La
primera tesis de Marx sobre Feuerbach pone de manifiesto tanto los defectos del
materialismo antiguo, como los del idealismo en en la solución del problema de
las interrelaciones del objeto y la idea. “El defecto fundamental —escribe
Marx— de todo el materialismo anterior —incluyendo el de Feuerbach— es que sólo
concibe el objeto, la realidad, la sensorialidad bajo la forma de objeto o de contemplación,
pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo
subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por
oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo,
naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal.”2
El
materialismo anterior a Marx veía en la idea el simple reflejo pasivo del
objetivo real; por ello velaba el papel creador de las ideas. El idealismo, por
el contrario, comprendía el papel de las ideas en la actividad práctica, pero
no conocía la actividad sensorial efectiva, según palabras de Marx. “Hegel conoce
y admite una sola clase de trabajo, es decir, el trabajo espiritual-abstracto."3
Debido a ello, el idealismo adjudicaba a las propias ideas como tales una
función creadora en relación con los objetos del mundo material.
El
materialismo dialéctico soluciona de manera nueva, desde el punto de vista de
los principios, el problema de las interrelaciones del objeto y la idea. Como
es natural, parte ante todo, de la teoría del reflejo: las ideas reflejan los
objetos de la realidad objetiva, mas el propio reflejo se entiende como un
proceso creador. El intelecto no se limita a copiar, a registrar lo que existe,
no reproduce simplemente los fenómenos de la vida real. Si esto fuera así, el
hombre en su actividad práctica repetiría, utilizando sus ideas, los objetos
que existen en la naturaleza. Sin embargo, sabemos muy bien que ocurre lo
contrario; el hombre, gracias a la práctica, crea cosas que antes no han
existido en la naturaleza (máquinas nuevas y complicadas, nuevos materiales
sintéticos, etc.) y para que esto sea posible el propio pensamiento ha de
reflejar la realidad de un modo creador.
Resumiendo
a Hegel, Lenin escribía: “La conciencia del hombre no sólo refleja el mundo
objetivo, sino que también lo crea.”4 Si esta tesis se toma así,
aislada, puede parecer puramente idealista: la conciencia crea el mundo. Pero
si se examina en su contexto general, adquiere peculiar significado para la
interpretación materialista-dialéctica correcta del proceso de pensar en su
relación con el mundo objetivo y la práctica. Lenin, exponiendo al modo
materialista la concepción de Hegel, escribe: “El concepto (= el hombre), como
lo subjetivo, presupone de nuevo en sí mismo un ser-otro esencial (= una
naturaleza independiente del hombre). Este concepto (= el hombre) es la aspiración
a realizarse, a conferirse a sí mismo, mediante sí mismo, objetividad en el mundo
objetivo y plasmarse (realizarse).
”En
la idea teórica (en el dominio de la teoría) el concepto subjetivo
(¿conocimiento?) como lo general y carente por sí mismo de determinación, se
antepone al mundo objetivo, del cual toma un determinado contenido y fundamento.
“En
la idea práctica (en el dominio de la práctica) este concepto como efectivo
(¿activo?) se opone a lo efectivo.”5
Al
reflejar la realidad, el pensamiento aspira a introducir en su contenido lo
objetivo, lo que existe al margen del pensar. Pero en el propio pensamiento
está implícita la creación, es decir, procura reflejar el objeto no sólo tal
como es, sino —a base del conocimiento de las leyes que rigen su dinámica—, tal
como será y deberá ser a fin de satisfacer las necesidades prácticas del
hombre. “... el mundo —observa Lenin— no satisface al hombre y el hombre decide
modificarlo mediante su acción”.6
El
hombre transforma el mundo gracias a su actividad práctica, pero no en virtud
del pensamiento, aunque este último constituye la premisa fundamental de su
acción, ya que debe ser el reflejo creador de la realidad. Parece a primera
vista, que el reflejo y la creación son incompatibles entre sí. Si se refleja,
no se crea, y si no se crea, no se refleja. Los metafísicos se caracterizan,
precisamente, por excluir recíprocamente la creación y el reflejo. El
pensamiento será un reflejo verdaderamente objetivo de la realidad si es
creador. La propia creación viene a ser un reflejo objetivo de la realidad,
pero no se limita a fijar la naturaleza exterior de las diversas cosas, sino
que pone de manifiesto las leyes internas de su movimiento y, por lo tanto, no
sólo aprehende el pasado y el presente de los fenómenos, sino también su
futuro, la tendencia fundamental de su desarrollo. Además, al margen de la
creación no existe la verdad objetiva.
El
reflejo creador presupone una síntesis de conocimiento, el reflejo del objeto
en un ideal. La idea (como hemos tratado de demostrar en el capítulo anterior)
constituye esta síntesis superior del conocimiento, una especie de ideal
gnoseológico, donde el conocimiento adquiere una forma relativamente acabada.
En la idea la creación y el reflejo alcanzan una forma superior de unidad y
armonía orgánica; la verdad adquiere una objetividad que tiende a transformarse,
mediante la práctica, de conocimiento objetivo en una verdadera realidad
objetiva, independientemente del conocimiento. Mientras que el conocimiento, en
su desarrollo, no aboque a la formación de ideas, no se convierte en práctica
directa.
El
rasgo distintivo de la idea como forma de expresión de un conocimiento
objetivamente verídico, a diferencia de todas las demás formas discursivas,
radica en que la idea incluye siempre, además del conocimiento teórico del
objeto, la finalidad práctica de su transformación en consonancia con una
determinada forma ideal. La idea es el conocimiento teórico del cual se deduce
directamente un fin práctico.
Si
un conocimiento no alcanza el nivel preciso para plantear sobre su base un fin
práctico, esto significa que no se ha convertido en idea todavía. En la idea no
sólo se reflejan las propiedades y las leyes del objeto, sino también la
posibilidad de su aplicación práctica a fin de crear nuevos objetos. El fin se
deriva del contenido objetivo de la idea. Según observa Lenin, al hombre se le
figura tan sólo que sus fines están tomados allende el mundo y al margen de él;
“de hecho los fines del hombre están determinados por el mundo objetivo y lo
presuponen, lo encuentran como algo dado, algo presente”.7
La
realización práctica de las ideas, su llamada objetivización, resuelve
definitivamente el problema de su veracidad objetiva. Cuando la idea se
realiza, se hace evidente lo que había en ella de falso, de aparente. La
realización práctica de la idea, su objetivización, viene a ser una especie de
balance en el conocimiento del objeto y el punto de partida de su ascensión a
una etapa más elevada (el comienzo de un nuevo ciclo).
El
proceso de objetivización de la idea se lleva a cabo mediante la actividad
sensorial-material únicamente, al margen de la cual es imposible que el
conocimiento objetivo pase a la realidad objetiva. Por ello, en la definición
de la práctica debe indicarse su índole material-sensorial; si se hace caso
omiso de este factor, puede creerse que la idea, al hallarse en la esfera de lo
ideal, puede, por sí misma, convertirse en objeto. Marx determinó certeramente
este aspecto de la actividad práctica del hombre ya en sus Manuscritos
filosóficos y económicos del año 1844, donde escribía; “El ser objetivo actúa
de modo objetivo, pero no actuaría de modo objetivo si lo objetivo no estuviera
incurso en su determinación esencial. Crea o supone los objetos porque él mismo
es supuesto por los objetos y porque es, desde el comienzo, naturaleza.”8
Las
ideas humanas son objetivas por su contenido. Gracias a su objetividad, la idea
une al sujeto con el objeto no sólo por el hecho de que refleja a este último,
sino porque se plantea como meta el modificarlo.
Si
nos atenemos rigurosamente a la exactitud, hemos de confesar que en la
actividad práctica no es la idea la que se convierte en objeto, sino que es el
objeto quien se transforma en otro a base de la práctica, que engloba la
actividad material y la idea (el reflejo del objeto). La idea cumple una
función determinada en la transformación de un objeto (o de unos objetos) en
otros, puesto que refleja el objeto de un modo creador (tal como es y tal como
debe ser por su idea o en el ideal), y así dirige la actividad práctica
material, crea la forma ideal de la cosa o del proceso futuro, que se
materializa en la práctica. Además, esta idea o esta forma ideal puede
separarse de la propia actividad material práctica en forma de abstracción tan
sólo.
2.
Lugar de la idea en la dialéctica del sujeto y el objeto. Función
social de las ideas.
Para esclarecer las
interrelaciones de la práctica y la idea es preciso poner de manifiesto el
lugar de la idea en la interacción del sujeto y el objeto.
El conocimiento es el resultado de la interrelación práctica
del sujeto (el hombre social) y el objeto que se encuentra al margen de él,
siendo el sujeto el principio activo de esta interacción. Al actuar sobre el
objeto, el sujeto dispone de determinados medios: herramientas de trabajo,
experiencia y conocimientos, es decir, posee determinadas ideas.
¿Qué
relación hay entre estas ideas y el objeto? Son idénticas a él, pero idénticas
al modo dialéctico. Habitualmente, cuando se demuestra la identidad entre el
pensar y el ser, se subraya un sólo aspecto, es decir, que el objeto no se
refleja plenamente en la idea. Este aspecto existe, efectivamente; el
conocimiento del objeto es inagotable, ya que posee una cantidad infinita de
propiedades, establece un número infinito de relaciones recíprocas con otros
objetos, así como con el propio sujeto. Pero si en el problema de las
relaciones entre el objeto y la idea fijamos nuestra atención sólo en el hecho
de que el objeto no se refleja plenamente en la idea, no se comprende de qué
modo constituyen las ideas una fuerza activa en la transformación del objeto,
ya que éste no es plenamente reflejado por ella.
En
las relaciones recíprocas de la idea y el objeto existe otro aspecto de
extraordinaria importancia para entender el papel de la idea en la
transformación práctica de la realidad. A saber: la idea, por un lado, refleja
el objeto de un modo incompleto y, por otro, esa misma idea aprehende bastante
más de lo que existe en el propio objeto en el nivel dado de su desarrollo. Con
la particularidad, de que el conocimiento científico de aquello que en el
momento presente le falta al propio objeto, pero que puede tener en el futuro,
adquiere carácter de verdad objetiva.
La
idea, al aprehender el objeto, lo considera en su devenir y en sus
concatenaciones universales con otros objetos. Esto permite aprehender no sólo
lo que representa el objeto por sí mismo, sino también lo que puede ser en el
proceso de su ulterior trayectoria, lo que puede hacerse de él objetivamente.
El conocimiento no sólo puede reproducir el objeto real, sino también el ideal,
que gracias a la actividad práctica puede convertirse en real.
Por
ello, cuando el sujeto emprende su acción práctica sobre el objeto, tiene en
calidad de premisa, por un lado, la coincidencia, la unidad de la idea y del
objeto, y, por otro, la contradicción entre ambos. La idea no coincide
plenamente con el objeto no sólo porque no lo refleja por completo, sino porque
contiene como meta la imagen ideal del nuevo objeto, que como tal no existe aún
en la vida real (el objeto anterior lleva implícita únicamente su posibilidad
efectiva). Pues bien, esta contradicción entre la idea y el objeto, que existe
en el marco de una determinada unidad entre ellos, sirve de premisa teórica
para la transformación práctica del objeto; diríase que establece diferencias
entre el objeto que existe y el que debe ser y orienta hacia la realización del
que debe ser. En cada idea no se refleja tan sólo el objeto que es, sino
también el que debe ser, y por esta razón la idea, por un lado, es idéntica al
objeto y, por otro, no coincide con él. Para que la idea tenga valor práctico y
pueda realizarse con el tiempo, ha de contener, obligatoriamente, los dos aspectos
señalados. Si no refleja el objeto verdadero tal como existe en la realidad, la
actividad práctica será indefinida y se verá condenada ya de antemano al
fracaso. Si a la idea se la despoja del principio creador que se expresa en el
afán de crear la imagen del objeto futuro, ideal, la actividad práctica
carecerá de perspectivas y perderá su designación fundamental. La idea hace
conocer al sujeto la imperfección del objeto y de este modo argumenta
teóricamente la necesidad de su cambio.
Hemos
analizado las relaciones entre la idea y el objeto que se modifica en la
práctica. Pero esto no es más que un aspecto de las interrelaciones de la idea
y el objeto. Como resultado de la interacción práctica entre el sujeto y el
objeto se modifica este último y surge, cabe decirlo, un objeto nuevo. Podemos
representar esquemáticamente las relaciones recíprocas de la idea y el objeto
de la siguiente manera: objeto - idea - objeto. El objeto constituye el
elemento inicial de la interacción del sujeto y el objeto, y es, al mismo
tiempo, su resultado final. La idea viene a ser un eslabón mediato en el
movimiento de un objeto a otro. Las relaciones entre la idea y el primer objeto
(el inicial en la práctica) se diferencian de sus relaciones con el segundo
objeto (el resultado de la práctica).
En
el primer caso nos encontramos con la dialéctica de la identidad (unidad y
contradicción), la no correspondencia de la idea con el objeto y, en el
segundo, con el carácter dialéctico de la identidad entre el objeto y la idea.
O la idea no coincide plenamente con el objeto, o el objeto no es idéntico a la
idea.
A
primera vista, nuestra afirmación de que el objeto no coincide con la idea
puede parecer idealista. Pero si examinamos en la práctica, toda la trayectoria
de un objeto a otro a través de la idea, esta impresión se disipará en el acto.
La relación con el objeto, con la naturaleza, como resultado de la actividad
humana es la peculiaridad característica del materialismo marxista. Marx
escribía “...la naturaleza considerada como algo abstracto, aislado, separado
del hombre no significa nada para éste”.9 El hombre se
enfrenta con la naturaleza en tanto en cuanto le hace falta para su actividad
práctica y teórica, en la medida que es su objeto y su resultado, con la
particularidad de que el propio hombre es el producto de esta actividad. “El
hombre, sin embargo, no es únicamente un ser de la naturaleza, sino que es un
ser humano de la naturaleza... Ni en el sentido objetivo ni en el
subjetivo, la naturaleza le ha sido dada de un modo adecuado como a un ser humano.”10
Al analizar los resultados de su actividad práctica, el hombre debe plantearse,
y se plantea, la siguiente pregunta: hasta qué punto corresponde el resultado a
sus objetivos y aspiraciones, a lo que él pretendía obtener, es decir, a la
idea que le guiaba en la transformación práctica de la realidad.
Y
volvemos a descubrir, por un lado, la coincidencia de la idea y el objeto y,
por otro, la contradicción entre ellos. Además, el grado de coincidencia
depende del carácter de la idea y de los medios técnicos de que dispone el
hombre en su realización práctica. Lo más importante en este caso es conocer el
grado de objetividad del contenido de la idea, la plenitud, precisión y
profundidad con que refleja la realidad objetiva, en qué medida la síntesis de
conocimientos que encierra está en consonancia con los nexos objetivos. La
madurez científica de la idea es la primera premisa indispensable para su
fecunda realización práctica. La existencia de los medios técnicos necesarios
constituye la segunda condición para su plasmación efectiva. La unión de lo
primero con lo segundo trae por consecuencia que el sujeto crea en la práctica
objetos que corresponden más plenamente a las ideas y los fines de la
naturaleza social humana. Se produce, según palabras de Marx, algo así como la
objetivización del hombre y de sus ideas, la unidad definitiva, esencial del
ser humano y la naturaleza a través de la sociedad y la práctica social: “… el
hombre no se pierde a sí mismo en su objeto tan sólo en el caso de que ese
objeto sea para él un objeto humano o un hombre objetivizado. Esto es
posible únicamente cuando el objeto se convierte para él en un objeto social,
él mismo se convierte para sí en ser social y la sociedad se convierte para él
en la esencia del objeto”.11 En todo resultado de la actividad
práctica existe la coincidencia de lo humano con lo natural a través de la
realización de las ideas y los objetivos del sujeto.
Sin
embargo, a la par de ello, siempre hay discordancia entre la idea y su
realización práctica. Esta discordancia se hace evidente cuando se llevan a la
práctica ideas científicas que no están suficientemente maduras. Vemos entonces
como el resultado de la práctica dista de la idea que le guiaba. Mas no debe
pensarse que si la idea es lo suficientemente madura y desarrollada el
resultado práctico será absolutamente igual a la idea. No, incluso en este caso
existirá la contradicción entre la idea y la realización práctica. Por un lado
la práctica es incapaz de encamar plenamente las ideas existentes y, por otro, está
siempre adelantada con relación a ellas, siempre proporciona cono cimientos
nuevos en comparación con los existentes en las ideas de que partía. Esta
circunstancia, precisamente, convierte a la práctica en la base del
conocimiento y en el criterio de la veracidad. Al confirmar la veracidad de las
ideas, al determinar lo que había en ellas de objetivo, la práctica las deja
atrás y crea la base para la aparición de ideas nuevas.
A la
luz de lo dicho resulta comprensible por qué la práctica es, al mismo tiempo,
criterio absoluto y relativo de la veracidad de las ideas. La realización
práctica de las ideas es lo único que puede establecer lo que hay en ellas de
verdadero objetiva mente. Pero la propia realización práctica de las ideas
constituye un ininterrumpido y contradictorio proceso dialéctico. Sobrepasa las
ideas existentes y, al mismo tiempo, no engloba, en uno u otro de sus
resultados concretos, todo su contenido, es incapaz de realizarlas plenamente.
Cuando
una idea se realiza, deja de ser una imagen subjetiva con contenido objetivo
para convertirse en el propio objeto. La realidad objetiva constituye el
principio y el fin de la idea. Al principio la idea toma su contenido del mundo
objetivo; luego, mediante la práctica, este contenido pasa a ser una de las
formas concretas de la realidad objetiva. Así, pues, lo objetivo cambia la
forma de su existencia, se transforma en subjetivo y la actividad práctica
convierte después lo subjetivo en objetivo. Esto resulta posible gracias tan
sólo a que la práctica es la actividad material de los hombres. Al margen de la
interacción material, práctica, es imposible la conversión de lo objetivo en lo
subjetivo, ni de lo subjetivo en realidad objetiva.
Una
idea, al realizarse, se convierte en objetiva no sólo por su contenido, sino
también por la forma de su existencia; deja de ser idea para transformarse en
realidad objetiva.
Algunos
científicos soviéticos han empezado a hablar últimamente de dos formas de
realidad objetiva: 1) la natural que existe y se desarrolla al margen
del hombre, y 2) la humana, que ha sido creada por el hombre y existe a
la par de él. Y. A. Zhdánov escribe, por ejemplo: “La existencia de dos formas
de proceso objetivo significa, de hecho, la existencia de dos formas de realidad
objetiva, una de las cuales aparece como dada por la naturaleza y la segunda,
como la creación del hombre. Con ello se delimita esencialmente la
contraposición gnoseológica de la materia y la conciencia. En ese plano ya no
podemos hablar de que la materia constituye una realidad objetiva que, en
general, existe al margen del hombre, por cuanto hay también una realidad que
el hombre crea en el proceso de su trabajo.”12
Como
vemos, la diferencia entre estas dos formas de realidad objetiva es muy esencial
desde el punto de vista del autor y también en el sentido filosófico. No sólo
surgen por distintos caminos (una con ayuda del hombre y otra,
independientemente de su actividad), sino que se diferencian desde el punto de
vista de la solución del problema fundamental de la filosofía. Vemos, pues, que
en relación con la segunda forma no puede afirmarse que existe
independientemente de la conciencia.
Semejantes
concepciones se originan al confundir dos problemas distintos: 1) la
solución del problema fundamental de la filosofía, y 2) la interacción
del sujeto y del objeto en el proceso de la actividad práctica. Las
interrelaciones de la materia y la conciencia (lo material y lo ideal) se
sustituyen por la interacción práctica del sujeto y del objeto, cosa que da la
impresión de que existen dos formas de realidad objetiva, distintas en el
sentido gnoseológico.
A
fin de argumentar su punto de vista Y. A. Zhdánov cita a Lenin quien,
exponiendo de un modo materialista a Hegel, escribía: “Las leyes del mundo exterior,
de la naturaleza, subdivididas en mecánicas y químicas (esto es
muy importante), constituyen los fundamentos de la actividad del hombre dirigida
a su fin.
”En
su actividad práctica, el hombre se enfrenta con el mundo objetivo, depende de*
él y por él determina su actividad.
"Desde
este punto de vista, por el lado de la actividad práctica del hombre
(encaminada a un fin), la causalidad mecánica (y química) del mundo (de la
naturaleza) viene a ser algo exterior, como algo secundario, velado.
”2
formas del proceso objetivo: la naturaleza (mecánica y química) y la
actividad humana dirigida a un fin. Correlación de estas formas. Los
fines del hombre parecen al principio extraños («otros») con relación a la
naturaleza. La conciencia del hombre, la ciencia («der Begriff»), refleja la
esencia, la sustancia de la naturaleza, pero, al mismo tiempo, esta conciencia
es exterior con relación a la naturaleza (no coincide de golpe y simplemente
con ella).”13
Como
se ve por la cita, Lenin se refería a dos formas, mejor dicho, dos aspectos del
proceso objetivo desde el punto de vista de la actividad práctica: en un lado
el sujeto con ideas y una actividad dirigida a un fin, en otro la naturaleza
(mecánica y química). Esta última, además, parece ajena y exterior a la actividad
humana, al igual que la conciencia y los fines, su contenido, parecen al
principio, aunque estén tomados del mundo objetivo, como algo de otro mundo con
relación a los fenómenos de la realidad material.
En
la práctica y en sus resultados se efectúa la unión, la síntesis de estos dos
aspectos del proceso objetivo (la actividad dirigida a un fin y los fenómenos
de la naturaleza exterior). Esta fusión tiene lugar en cada acto de la
actividad práctica, por cuanto supone un fin y es sensorial-material. Diríase
que el resultado de la actividad práctica soluciona la contradicción existente
entre el sujeto y el objeto. El conocimiento en las ideas crea una imagen
subjetiva del mundo objetivo y contribuye así a unir el sujeto con el objeto.
Pero en los resultados de la actividad práctica, que puede denominarse, en
cierto sentido, de forma objetiva de lo subjetivo (la idea), se produce la
total unión del sujeto con el objeto; el propio sujeto se objetiviza, se
enajena, sus ideas adquieren formas objetivas y se hacen independientes de la
conciencia y la voluntad del sujeto. La locomotora, pese a haber sido creada
por el hombre gracias a la práctica y apoyándose en determinadas ideas, se
convierte, desde el momento en que adquiere existencia objetiva, en una
realidad tan objetiva como cualquier objeto de la naturaleza que existe al
margen de la conciencia humana. Con ayuda de la conciencia no se le puede ni
exterminar, ni transformar; para transformarla se precisa, lo mismo que para
cualquier otro objeto de la naturaleza, una actividad material práctica. Desde
el plano de la solución del problema fundamental de la filosofía no hay
diferencias entre el objeto creado por el hombre y el creado por las fuerzas
espontáneas de la naturaleza. La filosofía ha elaborado el concepto de realidad
objetiva con un solo fin: para establecer el carácter absoluto de la oposición
de la materia y la conciencia en los límites bastante restringidos de la
gnoseología. Y en este sentido no hay, ni puede haber, dos formas de realidad
objetiva.
Para
Zhdánov la diferencia cualitativa de la segunda forma de la realidad objetiva,
en comparación con la primera, radica, en particular, en que los objetos y los
fenómenos, que son el resultado de la actividad práctica, llevan impresos en sí
rasgos inherentes al hombre. “Se trata de una acción —escribe Zhdánov— que
impone a los objetos de la naturaleza rasgos de organización humana.”14
La actividad práctica es el resultado de la interacción del sujeto y el objeto,
pero el sujeto no es en ella un ser ideal (la conciencia), sino material. Los
resultados de la actividad práctica unen al hombre con la naturaleza, la
naturaleza se humaniza y el hombre, sus propiedades, sus rasgos, se objetivizan,
adquieren un carácter independiente y, a veces, extraño al sujeto. Sin embargo,
la naturaleza humanizada, desde el punto de vista de la solución del problema
fundamental de la filosofía, constituye una realidad tan objetiva como la no
humanizada. En ello radica la verdad del materialismo.
Esto
no significa, empero, que la ciencia no deba interesarse por las peculiaridades
y las diferencias en los fenómenos de la naturaleza, tanto humanizada como no
humanizada, por las condiciones de existencia de la una y la otra. Y en este
sentido la concepción de Zhdánov ofrece un determinado interés. Esta
diferencia, sin embargo, rebasa los límites del problema fundamental de la
filosofía.
La
práctica resuelve las contradicciones entre el sujeto y el objeto y los une.
Esta unión, a diferencia del conocimiento (la idea), es completa en el sentido
de que lo subjetivo se convierte en objetivo no sólo por el contenido, sino
también por la forma de su existencia. Pero es relativo, por cuanto cada acto
de la actividad práctica, al tiempo que une al sujeto con el objeto, establece
nuevas contradicciones entre ellos.
En
su actividad práctica el hombre reproduce la naturaleza particular de la propia
naturaleza. Esta reproducción, sin embargo, no es una simple repetición de los
cuerpos de la naturaleza, sino la creación y la autoafirmación del hombre en la
naturaleza. Los pensamientos expuestos por Marx en sus Manuscritos
filosóficos-económicos del año 1844, en particular los que citamos a continuación,
tienen suma importancia para comprender las peculiaridades de la relación
práctica del hombre con el mundo: “La creación práctica del mundo objetivo,
la elaboración de la naturaleza inorgánica equivalen a la autoafirmación
del hombre como ser genérico consciente... Es cierto que el animal también
produce… Mas el animal sólo produce aquello que necesitan directamente él mismo
o sus crías; produce de un modo unilateral, mientras que el hombre lo hace de
un modo universal; produce bajo el imperio de una inmediata necesidad física,
mientras que el ser humano lo hace incluso cuando no siente esa necesidad
física, y en el verdadero sentido de la palabra, sólo cuando está libre de
ella; el animal se produce a sí mismo únicamente, el hombre, en cambio,
reproduce toda la naturaleza, el producto del animal está directamente unido a
su organismo físico, mientras que el hombre se opone libremente a su producto.
El animal forma la materia en consonancia con la medida y las necesidades de la
especie a que pertenece; el hombre, en cambio sabe crear de acuerdo con toda
clase de medidas y siempre sabe aplicar al objeto la medida correspondiente. En
virtud de ello el hombre, al formar la materia se atiene también a las leyes de
la estética.”15
Esta
universal actividad productora del hombre, su capacidad de formar la materia de
acuerdo con toda clase de medidas tiene, en calidad de premisa indispensable,
la creación de ideas como formas ideales del mundo objetivo, que le sirven de
cierta medida en la formación de la materia. Además, cuando la materia, debido
a la actividad práctica, aparece formada de acuerdo con una u otra idea, esta
última, una vez encarnada en formas objetivas, pierde su calidad de idea. En
ninguna clase de cosas (ni en las de la naturaleza, ni en las humanizadas) hay
ideas; la idea no es más que un eslabón intermediario en el proceso de creación
de formas por medio de la actividad práctica. Por su forma, como forma del
pensamiento humano es siempre subjetiva. La concepción idealista del mundo se
caracteriza por excluir las ideas del ámbito de la conciencia humana y
situarlas en el mundo objetivo. Hegel, según expresión de Marx, representaba
las ideas humanas en forma de espíritus estancados que moraban fuera de la
naturaleza y fuera del hombre. “Hegel —escribía Marx— reunió y encerró en su Lógica
todos estos espíritus petrificados.”16
Las
ideas son las formas de aprehensión humana de las leyes que rigen el movimiento
del mundo objetivo; como tales son inherentes a la conciencia humana
únicamente. La manzana obtenida por un michurinista, lo mismo que la manzana
producida por la naturaleza, no contiene ninguna idea.
La
función social de las ideas se desprende del papel que desempeñan en el proceso
de formación. La aparición y el desarrollo de las ideas científicas han servido
siempre de premisa para el progreso social. La sociología idealista hipertrofió
el papel de las ideas en la vida social, considerándolas como la principal
fuerza motriz en el devenir de la sociedad. Las ideas, además, eran divorciadas
de la actividad práctica material de los hombres.
El
marxismo-leninismo determinó el papel verdaderamente transformador y activo de
las ideas en el desarrollo social, en el cambio de las formas de la vida
social. El papel de las ideas en el desarrollo progresivo se ilustra fácilmente
con el ejemplo de las ideas marxistas-leninistas. En las últimas décadas, la
vida social se ha desarrollado bajo la directa influencia de las ideas del
marxismo-leninismo que se han “... convertido en una poderosa arma ideológica
de la transformación revolucionaria de la sociedad. En cada etapa histórica, el
Partido, guiado por la doctrina de Marx, Engels y Lenin, ha resuelto los
problemas formulados científicamente en sus Programas”.17
El
hecho de que en las condiciones modernas una tercera parte de la humanidad
edifique una vida nueva bajo la bandera del comunismo, de que el contenido
fundamental de nuestra época sea la transición** del capitalismo al socialismo,
de que el socialismo y el comunismo han triunfado en escala internacional,
demuestra, con toda claridad, el ingente papel de las ideas del
marxismo-leninismo, que han dado a conocer las leyes que rigen el desarrollo de
la sociedad, indicando, el camino de su transformación en bien de la humanidad
trabajadora.
El
Partido Comunista de la Unión Soviética,*** que en la edificación de la
sociedad comunista concede enorme importancia a las avanzadas ideas comunistas,
“... se plantea la tarea de educar a toda la población en el espíritu del
comunismo científico, con el propósito de que los trabajadores comprendan en
toda su profundidad el curso y las perspectivas del desarrollo mundial, se
orienten correctamente en los acontecimientos internos del país y en la esfera
internacional y construyan conscientemente la vida al modo comunista. En la
conducta de cada individuo, en el funcionamiento de toda colectividad y de cada
organización las ideas comunistas han de combinarse orgánicamente con las obras
comunistas”.18
La
educación del individuo según las ideas marxistas-leninistas constituye una de
las tareas primordiales en la edificación de la sociedad comunista. Las ideas
se convierten en una poderosa fuerza de desarrollo social cuando se transforman
en patrimonio de las masas y actúan prácticamente, modificando la realidad en
consonancia con esas ideas.
Como
se sabe, las ideas anticientíficas (religiosas, idealistas, filosóficas, etc.)
frenan el desarrollo progresista de la sociedad, dificultan la consecución por
el hombre de una libertad plena, la supremacía sobre las fuerzas espontáneas de
la naturaleza y la sociedad. Debido a ello adquiere enorme importancia la lucha
contra la supervivencia de ideas viejas y caducas. El Partido se plantea la
tarea de utilizar todos los medios de acción ideológica para crear una
concepción científica sobre el mundo. “Para conseguirlo —se dice en el Programa
del P. C. de la U. S.— es preciso apoyarse en las realizaciones de la ciencia
moderna, que va descubriendo cada vez mejor, más plenamente, el panorama del
mundo, aumentando el poder del hombre sobre la naturaleza y no dejando lugar a
los fantásticos infundios de la religión sobre las fuerzas sobrenaturales.”19
El
estudio del papel de las ideas en el desarrollo social, de las interrelaciones
de la conciencia social y el ser social, en toda su complejidad, constituye un
objeto de investigación sociológica y no gnoseológica. La premisa gnoseológica
de la investigación sociológica es el esclarecimiento de la dialéctica del
sujeto y del objeto en el proceso de su interacción práctica.
* * *
Se han examinado ciertos
aspectos de la gnoseología y de la lógica de las ideas. Algunos problemas no
sólo no han sido resueltos, sino ni siquiera planteados. En el futuro habrá de
realizarse una gran labor de estudio de la esencia de la idea como forma del
pensamiento y de su papel en el proceso de conocer. Tiene peculiar importancia
el conocimiento de las leyes que regulan la formación y el desarrollo de las
ideas científicas partiendo del análisis de las teorías y de su renovación en
el desarrollo científico. Desde este punto de vista resulta interesante el
estudio de la historia del conocimiento de un objeto determinado en alguna
ciencia teórica.
La
gnoseología y la lógica han investigado con bastante detalle la estructura y la
esencia del concepto, el juicio y el razonamiento. El estudio de estas formas
cuenta con una gran tradición. Sin embargo, la teoría, como forma de
conocimiento en la que se plasma verdaderamente el proceso dinámico del pensar,
ha quedado fuera del campo visual tanto de la gnoseología como de la lógica. El
análisis de la estructura y del desarrollo de la teoría tiene una significación
doble. Primero, constituye una premisa para comprender las leyes de la dinámica
de todo el conocimiento, ya que en la teoría, como forma discursiva, se realiza
la síntesis del saber; en la teoría científica se expresan, de una u otra
manera, todos los elementos y factores del saber científico, se sintetizan
todas las formas del pensamiento. Segundo, la determinación de la esencia
gnoseológica y la función de la teoría son imprescindibles para comprender
otras formas de pensar (concepto, juicio, raciocinio), para las cuales la
teoría viene a ser la meta de su trayectoria. La estructura del concepto, del
juicio y del raciocinio, en cierta medida, puede estudiarse, naturalmente, al
margen de la teoría científica, pero el estudio de la gnoseología del concepto,
del juicio y del razonamiento presupone el establecimiento de su lugar en la
estructura y el desarrollo de la teoría científica.
La
idea es la clave para el entendimiento de la teoría científica, de su formación
y desarrollo. En relación con ello, el estudio ulterior de los problemas de la
gnoseología y la lógica de las ideas se convierte en un problema muy actual de
la lógica dialéctica.
__________
(*) La preposición “de” no se encuentra en el libro de
Kopnin, Lógica dialéctica, de donde hemos tomado los presentes apartados,
pero sí se encuentra en los Cuadernos filosóficos de Lenin, de donde
corresponde la cita, en la Sección segunda: La objetividad, página 178
de la editorial Akal editor, ediciones de cultura popular, tomo XLII, de las
obras completas de Lenin.
(**) En el original la palabra es “transacción”, que
es evidentemente un error, por lo cual hemos procedido a reemplazarla por la
palabra “transición”.
(***) A pesar de que el periodo en el que se publica
la obra, de la cual hemos tomado los presentes apartados, corresponde al
dominio del revisionismo y de la construcción del capitalismo monopolista
burocrático de Estado, es decir, del socialimperialismo, hemos considerado
pertinente su publicación.
(1) V. I. Lenin, Obras, t. 38, pág.
255.
(2) C. Marx y F. Engels, Obras
escogidas, t. II, Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, pág. 376.
(3) C. Marx y F. Engels, Obras
de juventud, pág. 627, ed. rusa.
(4) V. I. Lenin, Obras,
t. 38, pág. 204.
(5) V. I. Lenin, Obras,
t. 38, pág. 204.
(6) Ibidem, pág. 205.
(7) V. I. Lenin, Obras,
t. 38, pág. 180.
(8) C. Marx y F. Engels, Obras
de juventud, pág. 630.
(9) C. Marx y F. Engels, Obras
de juventud, pág. 640.
(10) Ibidem, pág.
632.
(11) C. Marx y F. Engels, Obras
de juventud, pág. 593.
(12) Y. A. Zhdánov, Sobre
tas dos formas de realidad objetiva. Conferencia de catedráticos de
ciencias sociales de los centros de enseñanza superior de la RSSFR. Materiales
para la discusión. Ed. de la Universidad de Moscú, Moscú, 1960, pág. 106.
(13) V. I. Lenin, Obras,
t. 38, págs. 178-179.
(14) Y. Zhdánov, Sobre
las dos formas de realidad objetiva, pág. 109.
(15) C. Marx y F. Engels, Obras
de juventud, pág. 566.
(16) Ibidem, pág.
640.
(17) Programa del Partido
Comunista de la Unión Soviética, Materiales del XXII Congreso del P.C. de
la U.S., Gospolitizdat, Moscú, 1961, pág. 321.
(18) Ibidem, pág.
409.
(19) Programa del P.C. de
la U.S., Materiales del XXII Congreso, pág. 409.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.