miércoles, 1 de mayo de 2024

Filosofía

La Idea y la Acción Práctica

P. V. Kopnin

1. La idea como forma de conocimiento objetivamente verídico. Realización práctica de la idea como finalidad del conocimiento.

Como ya se ha dicho, la idea, a diferencia de otras formas del conocimiento, se caracteriza por su peculiar vínculo directo con la acción práctica. En la idea, el conocimiento alcanza tal grado de madurez que puede plasmarse en la realidad a través de la actividad material, práctica. Para ello es preciso: 1) que el conocimiento sea objetivamente verídico 2) que el individuo sea capaz de encarnarlo en formas materiales utilizando los medios técnicos de que dispone. No nos detendremos en el examen de este segundo aspecto, ya que no es objeto de investigación gnoseológica, limitándonos sólo al primero.

¿Cómo ha de ser el conocimiento para poder plasmarse en la realidad? No debe olvidarse que ninguna técnica de la producción, por perfecta que sea, puede realizar prácticamente tesis e ideas falsas. Pero puede darse lo contrario, es decir, que el conocimiento haya alcanzado un grado tal de madurez que permite su realización práctica, mas los medios técnicos para ello no han sido creados todavía; sin embargo, la primera premisa para la posible realización del conocimiento es el grado de su madurez.

A la pregunta planteada se puede, en general, dar la siguiente respuesta: para que el conocimiento pueda plasmarse prácticamente ha de ser objetivamente verídico. Tan sólo un conocimiento objetivamente verídico se convierte, mediante la actividad material, en una realidad objetiva. A través de la práctica, una forma de objetividad —la objetividad del conocimiento— se transforma en otra: la objetividad real. Además, cuanto más objetivo sea el conocimiento por su contenido, más próximo está de su realización práctica. Por ello es preciso esclarecer en qué forma alcanza el conocimiento su máximo grado de objetividad.

        Los juicios o los conceptos tomados por aislado son también abstractos y subjetivos en este sentido. Como escribió Lenin “no podemos representar, expresar, medir ni pintar el movimiento, sin interrumpir lo continuo, sin simplificar, embrutecer, fraccionar y dogmatizar lo vivo. La representación del movimiento por el intelecto equivale siempre a convertir en algo vasto, a dogmatizar, y no sólo por el intelecto, sino también por la sensación, y no tan sólo del movimiento, sino también de todo concepto1

Esta falla del reflejo de la realidad en los conceptos humanos se supera mediante su continuo desarrollo, la formación de sistemas de conocimiento complejos y móviles, en los cuales la idea está contenida y expresada. Por ello, la actividad práctica del hombre, desde el punto de vista gnoseológico, aparece como la objetivización de la idea. Diríase que la idea antecede a la creación práctica del objeto. El idealismo erige en absoluto este aspecto, en la relación gnoseológica de la idea y el objeto, ya que adjudica a las ideas humanas fuerza creadora.

Pero en la realidad, las relaciones entre la idea y el objeto tienen un carácter más complejo. La idea es, ante todo, el reflejo de los objetos y los fenómenos del mundo objetivo, con la particularidad de que no se trata de un simple reflejo, sino de un reflejo adecuado que aspira a la plenitud y a la integridad. El objeto constituye el contenido objetivo de la idea. Este primer aspecto con relación a la idea y al objeto tiene extraordinaria importancia, pero el idealismo ya vela su significado, ya hace caso omiso de él. Además, el reflejo de la idea en el objeto alcanza su grado supremo de objetividad y plenitud. El materialismo anterior al marxismo se fijaba en este aspecto de las interrelaciones de la idea y el objeto, pero, desgraciadamente, se limitaba a él.

Existe otro aspecto, no menos importante, en las relaciones recíprocas de la idea y el objeto: a base de un conocimiento objetivamente verídico del objeto, de las leyes que rigen su movimiento, se produce su transformación mediante la actividad práctica. Vemos, pues, que si en el primer caso el objeto venía a ser el dato primario para la conciencia, en el segundo, por el contrario, la idea, como algo ya formado, es el dato inicial para su realización práctica. La existencia de la idea sirve de premisa para la práctica, no única, ciertamente, pero muy importante, ya que imprime su huella en la índole específica de la práctica como forma de actividad verdaderamente humana. Cuando interactúan las partículas elementales o los cuerpos macroscópicos de naturaleza inorgánica, e incluso orgánica, esta interacción no está vinculada a la realización de una idea, no constituye la práctica. La interacción del hombre y el objeto de la naturaleza presupone la existencia de ideas en el sujeto, que reflejan hasta uno u otro grado de plenitud y precisión el objeto sobre el que actúa el sujeto en su práctica. Pues bien, este aspecto de la interacción de la idea y la práctica era el subrayado e hipertrofiado por la filosofía idealista.

La primera tesis de Marx sobre Feuerbach pone de manifiesto tanto los defectos del materialismo antiguo, como los del idealismo en en la solución del problema de las interrelaciones del objeto y la idea. “El defecto fundamental —escribe Marx— de todo el materialismo anterior —incluyendo el de Feuerbach— es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensorialidad bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal.”2

El materialismo anterior a Marx veía en la idea el simple reflejo pasivo del objetivo real; por ello velaba el papel creador de las ideas. El idealismo, por el contrario, comprendía el papel de las ideas en la actividad práctica, pero no conocía la actividad sensorial efectiva, según palabras de Marx. “Hegel conoce y admite una sola clase de trabajo, es decir, el trabajo espiritual-abstracto."3 Debido a ello, el idealismo adjudicaba a las propias ideas como tales una función creadora en relación con los objetos del mundo material.

El materialismo dialéctico soluciona de manera nueva, desde el punto de vista de los principios, el problema de las interrelaciones del objeto y la idea. Como es natural, parte ante todo, de la teoría del reflejo: las ideas reflejan los objetos de la realidad objetiva, mas el propio reflejo se entiende como un proceso creador. El intelecto no se limita a copiar, a registrar lo que existe, no reproduce simplemente los fenómenos de la vida real. Si esto fuera así, el hombre en su actividad práctica repetiría, utilizando sus ideas, los objetos que existen en la naturaleza. Sin embargo, sabemos muy bien que ocurre lo contrario; el hombre, gracias a la práctica, crea cosas que antes no han existido en la naturaleza (máquinas nuevas y complicadas, nuevos materiales sintéticos, etc.) y para que esto sea posible el propio pensamiento ha de reflejar la realidad de un modo creador.

Resumiendo a Hegel, Lenin escribía: “La conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que también lo crea.”4 Si esta tesis se toma así, aislada, puede parecer puramente idealista: la conciencia crea el mundo. Pero si se examina en su contexto general, adquiere peculiar significado para la interpretación materialista-dialéctica correcta del proceso de pensar en su relación con el mundo objetivo y la práctica. Lenin, exponiendo al modo materialista la concepción de Hegel, escribe: “El concepto (= el hombre), como lo subjetivo, presupone de nuevo en sí mismo un ser-otro esencial (= una naturaleza independiente del hombre). Este concepto (= el hombre) es la aspiración a realizarse, a conferirse a sí mismo, mediante sí mismo, objetividad en el mundo objetivo y plasmarse (realizarse).

”En la idea teórica (en el dominio de la teoría) el concepto subjetivo (¿conocimiento?) como lo general y carente por sí mismo de determinación, se antepone al mundo objetivo, del cual toma un determinado contenido y fundamento.

“En la idea práctica (en el dominio de la práctica) este concepto como efectivo (¿activo?) se opone a lo efectivo.”5

Al reflejar la realidad, el pensamiento aspira a introducir en su contenido lo objetivo, lo que existe al margen del pensar. Pero en el propio pensamiento está implícita la creación, es decir, procura reflejar el objeto no sólo tal como es, sino —a base del conocimiento de las leyes que rigen su dinámica—, tal como será y deberá ser a fin de satisfacer las necesidades prácticas del hombre. “... el mundo —observa Lenin— no satisface al hombre y el hombre decide modificarlo mediante su acción”.6

El hombre transforma el mundo gracias a su actividad práctica, pero no en virtud del pensamiento, aunque este último constituye la premisa fundamental de su acción, ya que debe ser el reflejo creador de la realidad. Parece a primera vista, que el reflejo y la creación son incompatibles entre sí. Si se refleja, no se crea, y si no se crea, no se refleja. Los metafísicos se caracterizan, precisamente, por excluir recíprocamente la creación y el reflejo. El pensamiento será un reflejo verdaderamente objetivo de la realidad si es creador. La propia creación viene a ser un reflejo objetivo de la realidad, pero no se limita a fijar la naturaleza exterior de las diversas cosas, sino que pone de manifiesto las leyes internas de su movimiento y, por lo tanto, no sólo aprehende el pasado y el presente de los fenómenos, sino también su futuro, la tendencia fundamental de su desarrollo. Además, al margen de la creación no existe la verdad objetiva.

El reflejo creador presupone una síntesis de conocimiento, el reflejo del objeto en un ideal. La idea (como hemos tratado de demostrar en el capítulo anterior) constituye esta síntesis superior del conocimiento, una especie de ideal gnoseológico, donde el conocimiento adquiere una forma relativamente acabada. En la idea la creación y el reflejo alcanzan una forma superior de unidad y armonía orgánica; la verdad adquiere una objetividad que tiende a transformarse, mediante la práctica, de conocimiento objetivo en una verdadera realidad objetiva, independientemente del conocimiento. Mientras que el conocimiento, en su desarrollo, no aboque a la formación de ideas, no se convierte en práctica directa.

El rasgo distintivo de la idea como forma de expresión de un conocimiento objetivamente verídico, a diferencia de todas las demás formas discursivas, radica en que la idea incluye siempre, además del conocimiento teórico del objeto, la finalidad práctica de su transformación en consonancia con una determinada forma ideal. La idea es el conocimiento teórico del cual se deduce directamente un fin práctico.

Si un conocimiento no alcanza el nivel preciso para plantear sobre su base un fin práctico, esto significa que no se ha convertido en idea todavía. En la idea no sólo se reflejan las propiedades y las leyes del objeto, sino también la posibilidad de su aplicación práctica a fin de crear nuevos objetos. El fin se deriva del contenido objetivo de la idea. Según observa Lenin, al hombre se le figura tan sólo que sus fines están tomados allende el mundo y al margen de él; “de hecho los fines del hombre están determinados por el mundo objetivo y lo presuponen, lo encuentran como algo dado, algo presente”.7

La realización práctica de las ideas, su llamada objetivización, resuelve definitivamente el problema de su veracidad objetiva. Cuando la idea se realiza, se hace evidente lo que había en ella de falso, de aparente. La realización práctica de la idea, su objetivización, viene a ser una especie de balance en el conocimiento del objeto y el punto de partida de su ascensión a una etapa más elevada (el comienzo de un nuevo ciclo).

El proceso de objetivización de la idea se lleva a cabo mediante la actividad sensorial-material únicamente, al margen de la cual es imposible que el conocimiento objetivo pase a la realidad objetiva. Por ello, en la definición de la práctica debe indicarse su índole material-sensorial; si se hace caso omiso de este factor, puede creerse que la idea, al hallarse en la esfera de lo ideal, puede, por sí misma, convertirse en objeto. Marx determinó certeramente este aspecto de la actividad práctica del hombre ya en sus Manuscritos filosóficos y económicos del año 1844, donde escribía; “El ser objetivo actúa de modo objetivo, pero no actuaría de modo objetivo si lo objetivo no estuviera incurso en su determinación esencial. Crea o supone los objetos porque él mismo es supuesto por los objetos y porque es, desde el comienzo, naturaleza.”8

Las ideas humanas son objetivas por su contenido. Gracias a su objetividad, la idea une al sujeto con el objeto no sólo por el hecho de que refleja a este último, sino porque se plantea como meta el modificarlo.

Si nos atenemos rigurosamente a la exactitud, hemos de confesar que en la actividad práctica no es la idea la que se convierte en objeto, sino que es el objeto quien se transforma en otro a base de la práctica, que engloba la actividad material y la idea (el reflejo del objeto). La idea cumple una función determinada en la transformación de un objeto (o de unos objetos) en otros, puesto que refleja el objeto de un modo creador (tal como es y tal como debe ser por su idea o en el ideal), y así dirige la actividad práctica material, crea la forma ideal de la cosa o del proceso futuro, que se materializa en la práctica. Además, esta idea o esta forma ideal puede separarse de la propia actividad material práctica en forma de abstracción tan sólo.

 

2. Lugar de la idea en la dialéctica del sujeto y el objeto. Función social de las ideas.

Para esclarecer las interrelaciones de la práctica y la idea es preciso poner de manifiesto el lugar de la idea en la interacción del sujeto y el objeto.

        El conocimiento es el resultado de la interrelación práctica del sujeto (el hombre social) y el objeto que se encuentra al margen de él, siendo el sujeto el principio activo de esta interacción. Al actuar sobre el objeto, el sujeto dispone de determinados medios: herramientas de trabajo, experiencia y conocimientos, es decir, posee determinadas ideas.

¿Qué relación hay entre estas ideas y el objeto? Son idénticas a él, pero idénticas al modo dialéctico. Habitualmente, cuando se demuestra la identidad entre el pensar y el ser, se subraya un sólo aspecto, es decir, que el objeto no se refleja plenamente en la idea. Este aspecto existe, efectivamente; el conocimiento del objeto es inagotable, ya que posee una cantidad infinita de propiedades, establece un número infinito de relaciones recíprocas con otros objetos, así como con el propio sujeto. Pero si en el problema de las relaciones entre el objeto y la idea fijamos nuestra atención sólo en el hecho de que el objeto no se refleja plenamente en la idea, no se comprende de qué modo constituyen las ideas una fuerza activa en la transformación del objeto, ya que éste no es plenamente reflejado por ella.

En las relaciones recíprocas de la idea y el objeto existe otro aspecto de extraordinaria importancia para entender el papel de la idea en la transformación práctica de la realidad. A saber: la idea, por un lado, refleja el objeto de un modo incompleto y, por otro, esa misma idea aprehende bastante más de lo que existe en el propio objeto en el nivel dado de su desarrollo. Con la particularidad, de que el conocimiento científico de aquello que en el momento presente le falta al propio objeto, pero que puede tener en el futuro, adquiere carácter de verdad objetiva.

        La idea, al aprehender el objeto, lo considera en su devenir y en sus concatenaciones universales con otros objetos. Esto permite aprehender no sólo lo que representa el objeto por sí mismo, sino también lo que puede ser en el proceso de su ulterior trayectoria, lo que puede hacerse de él objetivamente. El conocimiento no sólo puede reproducir el objeto real, sino también el ideal, que gracias a la actividad práctica puede convertirse en real.

Por ello, cuando el sujeto emprende su acción práctica sobre el objeto, tiene en calidad de premisa, por un lado, la coincidencia, la unidad de la idea y del objeto, y, por otro, la contradicción entre ambos. La idea no coincide plenamente con el objeto no sólo porque no lo refleja por completo, sino porque contiene como meta la imagen ideal del nuevo objeto, que como tal no existe aún en la vida real (el objeto anterior lleva implícita únicamente su posibilidad efectiva). Pues bien, esta contradicción entre la idea y el objeto, que existe en el marco de una determinada unidad entre ellos, sirve de premisa teórica para la transformación práctica del objeto; diríase que establece diferencias entre el objeto que existe y el que debe ser y orienta hacia la realización del que debe ser. En cada idea no se refleja tan sólo el objeto que es, sino también el que debe ser, y por esta razón la idea, por un lado, es idéntica al objeto y, por otro, no coincide con él. Para que la idea tenga valor práctico y pueda realizarse con el tiempo, ha de contener, obligatoriamente, los dos aspectos señalados. Si no refleja el objeto verdadero tal como existe en la realidad, la actividad práctica será indefinida y se verá condenada ya de antemano al fracaso. Si a la idea se la despoja del principio creador que se expresa en el afán de crear la imagen del objeto futuro, ideal, la actividad práctica carecerá de perspectivas y perderá su designación fundamental. La idea hace conocer al sujeto la imperfección del objeto y de este modo argumenta teóricamente la necesidad de su cambio.

Hemos analizado las relaciones entre la idea y el objeto que se modifica en la práctica. Pero esto no es más que un aspecto de las interrelaciones de la idea y el objeto. Como resultado de la interacción práctica entre el sujeto y el objeto se modifica este último y surge, cabe decirlo, un objeto nuevo. Podemos representar esquemáticamente las relaciones recíprocas de la idea y el objeto de la siguiente manera: objeto - idea - objeto. El objeto constituye el elemento inicial de la interacción del sujeto y el objeto, y es, al mismo tiempo, su resultado final. La idea viene a ser un eslabón mediato en el movimiento de un objeto a otro. Las relaciones entre la idea y el primer objeto (el inicial en la práctica) se diferencian de sus relaciones con el segundo objeto (el resultado de la práctica).

En el primer caso nos encontramos con la dialéctica de la identidad (unidad y contradicción), la no correspondencia de la idea con el objeto y, en el segundo, con el carácter dialéctico de la identidad entre el objeto y la idea. O la idea no coincide plenamente con el objeto, o el objeto no es idéntico a la idea.

A primera vista, nuestra afirmación de que el objeto no coincide con la idea puede parecer idealista. Pero si examinamos en la práctica, toda la trayectoria de un objeto a otro a través de la idea, esta impresión se disipará en el acto. La relación con el objeto, con la naturaleza, como resultado de la actividad humana es la peculiaridad característica del materialismo marxista. Marx escribía “...la naturaleza considerada como algo abstracto, aislado, separado del hombre no significa nada para éste”.9 El hombre se enfrenta con la naturaleza en tanto en cuanto le hace falta para su actividad práctica y teórica, en la medida que es su objeto y su resultado, con la particularidad de que el propio hombre es el producto de esta actividad. “El hombre, sin embargo, no es únicamente un ser de la naturaleza, sino que es un ser humano de la naturaleza... Ni en el sentido objetivo ni en el subjetivo, la naturaleza le ha sido dada de un modo adecuado como a un ser humano.”10 Al analizar los resultados de su actividad práctica, el hombre debe plantearse, y se plantea, la siguiente pregunta: hasta qué punto corresponde el resultado a sus objetivos y aspiraciones, a lo que él pretendía obtener, es decir, a la idea que le guiaba en la transformación práctica de la realidad.

Y volvemos a descubrir, por un lado, la coincidencia de la idea y el objeto y, por otro, la contradicción entre ellos. Además, el grado de coincidencia depende del carácter de la idea y de los medios técnicos de que dispone el hombre en su realización práctica. Lo más importante en este caso es conocer el grado de objetividad del contenido de la idea, la plenitud, precisión y profundidad con que refleja la realidad objetiva, en qué medida la síntesis de conocimientos que encierra está en consonancia con los nexos objetivos. La madurez científica de la idea es la primera premisa indispensable para su fecunda realización práctica. La existencia de los medios técnicos necesarios constituye la segunda condición para su plasmación efectiva. La unión de lo primero con lo segundo trae por consecuencia que el sujeto crea en la práctica objetos que corresponden más plenamente a las ideas y los fines de la naturaleza social humana. Se produce, según palabras de Marx, algo así como la objetivización del hombre y de sus ideas, la unidad definitiva, esencial del ser humano y la naturaleza a través de la sociedad y la práctica social: “… el hombre no se pierde a sí mismo en su objeto tan sólo en el caso de que ese objeto sea para él un objeto humano o un hombre objetivizado. Esto es posible únicamente cuando el objeto se convierte para él en un objeto social, él mismo se convierte para sí en ser social y la sociedad se convierte para él en la esencia del objeto”.11 En todo resultado de la actividad práctica existe la coincidencia de lo humano con lo natural a través de la realización de las ideas y los objetivos del sujeto.

Sin embargo, a la par de ello, siempre hay discordancia entre la idea y su realización práctica. Esta discordancia se hace evidente cuando se llevan a la práctica ideas científicas que no están suficientemente maduras. Vemos entonces como el resultado de la práctica dista de la idea que le guiaba. Mas no debe pensarse que si la idea es lo suficientemente madura y desarrollada el resultado práctico será absolutamente igual a la idea. No, incluso en este caso existirá la contradicción entre la idea y la realización práctica. Por un lado la práctica es incapaz de encamar plenamente las ideas existentes y, por otro, está siempre adelantada con relación a ellas, siempre proporciona cono cimientos nuevos en comparación con los existentes en las ideas de que partía. Esta circunstancia, precisamente, convierte a la práctica en la base del conocimiento y en el criterio de la veracidad. Al confirmar la veracidad de las ideas, al determinar lo que había en ellas de objetivo, la práctica las deja atrás y crea la base para la aparición de ideas nuevas.

A la luz de lo dicho resulta comprensible por qué la práctica es, al mismo tiempo, criterio absoluto y relativo de la veracidad de las ideas. La realización práctica de las ideas es lo único que puede establecer lo que hay en ellas de verdadero objetiva mente. Pero la propia realización práctica de las ideas constituye un ininterrumpido y contradictorio proceso dialéctico. Sobrepasa las ideas existentes y, al mismo tiempo, no engloba, en uno u otro de sus resultados concretos, todo su contenido, es incapaz de realizarlas plenamente.

Cuando una idea se realiza, deja de ser una imagen subjetiva con contenido objetivo para convertirse en el propio objeto. La realidad objetiva constituye el principio y el fin de la idea. Al principio la idea toma su contenido del mundo objetivo; luego, mediante la práctica, este contenido pasa a ser una de las formas concretas de la realidad objetiva. Así, pues, lo objetivo cambia la forma de su existencia, se transforma en subjetivo y la actividad práctica convierte después lo subjetivo en objetivo. Esto resulta posible gracias tan sólo a que la práctica es la actividad material de los hombres. Al margen de la interacción material, práctica, es imposible la conversión de lo objetivo en lo subjetivo, ni de lo subjetivo en realidad objetiva.

Una idea, al realizarse, se convierte en objetiva no sólo por su contenido, sino también por la forma de su existencia; deja de ser idea para transformarse en realidad objetiva.

Algunos científicos soviéticos han empezado a hablar últimamente de dos formas de realidad objetiva: 1) la natural que existe y se desarrolla al margen del hombre, y 2) la humana, que ha sido creada por el hombre y existe a la par de él. Y. A. Zhdánov escribe, por ejemplo: “La existencia de dos formas de proceso objetivo significa, de hecho, la existencia de dos formas de realidad objetiva, una de las cuales aparece como dada por la naturaleza y la segunda, como la creación del hombre. Con ello se delimita esencialmente la contraposición gnoseológica de la materia y la conciencia. En ese plano ya no podemos hablar de que la materia constituye una realidad objetiva que, en general, existe al margen del hombre, por cuanto hay también una realidad que el hombre crea en el proceso de su trabajo.”12

Como vemos, la diferencia entre estas dos formas de realidad objetiva es muy esencial desde el punto de vista del autor y también en el sentido filosófico. No sólo surgen por distintos caminos (una con ayuda del hombre y otra, independientemente de su actividad), sino que se diferencian desde el punto de vista de la solución del problema fundamental de la filosofía. Vemos, pues, que en relación con la segunda forma no puede afirmarse que existe independientemente de la conciencia.

Semejantes concepciones se originan al confundir dos problemas distintos: 1) la solución del problema fundamental de la filosofía, y 2) la interacción del sujeto y del objeto en el proceso de la actividad práctica. Las interrelaciones de la materia y la conciencia (lo material y lo ideal) se sustituyen por la interacción práctica del sujeto y del objeto, cosa que da la impresión de que existen dos formas de realidad objetiva, distintas en el sentido gnoseológico.

A fin de argumentar su punto de vista Y. A. Zhdánov cita a Lenin quien, exponiendo de un modo materialista a Hegel, escribía: “Las leyes del mundo exterior, de la naturaleza, subdivididas en mecánicas y químicas (esto es muy importante), constituyen los fundamentos de la actividad del hombre dirigida a su fin.

”En su actividad práctica, el hombre se enfrenta con el mundo objetivo, depende de* él y por él determina su actividad.

"Desde este punto de vista, por el lado de la actividad práctica del hombre (encaminada a un fin), la causalidad mecánica (y química) del mundo (de la naturaleza) viene a ser algo exterior, como algo secundario, velado.

”2 formas del proceso objetivo: la naturaleza (mecánica y química) y la actividad humana dirigida a un fin. Correlación de estas formas. Los fines del hombre parecen al principio extraños («otros») con relación a la naturaleza. La conciencia del hombre, la ciencia («der Begriff»), refleja la esencia, la sustancia de la naturaleza, pero, al mismo tiempo, esta conciencia es exterior con relación a la naturaleza (no coincide de golpe y simplemente con ella).”13

Como se ve por la cita, Lenin se refería a dos formas, mejor dicho, dos aspectos del proceso objetivo desde el punto de vista de la actividad práctica: en un lado el sujeto con ideas y una actividad dirigida a un fin, en otro la naturaleza (mecánica y química). Esta última, además, parece ajena y exterior a la actividad humana, al igual que la conciencia y los fines, su contenido, parecen al principio, aunque estén tomados del mundo objetivo, como algo de otro mundo con relación a los fenómenos de la realidad material.

En la práctica y en sus resultados se efectúa la unión, la síntesis de estos dos aspectos del proceso objetivo (la actividad dirigida a un fin y los fenómenos de la naturaleza exterior). Esta fusión tiene lugar en cada acto de la actividad práctica, por cuanto supone un fin y es sensorial-material. Diríase que el resultado de la actividad práctica soluciona la contradicción existente entre el sujeto y el objeto. El conocimiento en las ideas crea una imagen subjetiva del mundo objetivo y contribuye así a unir el sujeto con el objeto. Pero en los resultados de la actividad práctica, que puede denominarse, en cierto sentido, de forma objetiva de lo subjetivo (la idea), se produce la total unión del sujeto con el objeto; el propio sujeto se objetiviza, se enajena, sus ideas adquieren formas objetivas y se hacen independientes de la conciencia y la voluntad del sujeto. La locomotora, pese a haber sido creada por el hombre gracias a la práctica y apoyándose en determinadas ideas, se convierte, desde el momento en que adquiere existencia objetiva, en una realidad tan objetiva como cualquier objeto de la naturaleza que existe al margen de la conciencia humana. Con ayuda de la conciencia no se le puede ni exterminar, ni transformar; para transformarla se precisa, lo mismo que para cualquier otro objeto de la naturaleza, una actividad material práctica. Desde el plano de la solución del problema fundamental de la filosofía no hay diferencias entre el objeto creado por el hombre y el creado por las fuerzas espontáneas de la naturaleza. La filosofía ha elaborado el concepto de realidad objetiva con un solo fin: para establecer el carácter absoluto de la oposición de la materia y la conciencia en los límites bastante restringidos de la gnoseología. Y en este sentido no hay, ni puede haber, dos formas de realidad objetiva.

Para Zhdánov la diferencia cualitativa de la segunda forma de la realidad objetiva, en comparación con la primera, radica, en particular, en que los objetos y los fenómenos, que son el resultado de la actividad práctica, llevan impresos en sí rasgos inherentes al hombre. “Se trata de una acción —escribe Zhdánov— que impone a los objetos de la naturaleza rasgos de organización humana.”14 La actividad práctica es el resultado de la interacción del sujeto y el objeto, pero el sujeto no es en ella un ser ideal (la conciencia), sino material. Los resultados de la actividad práctica unen al hombre con la naturaleza, la naturaleza se humaniza y el hombre, sus propiedades, sus rasgos, se objetivizan, adquieren un carácter independiente y, a veces, extraño al sujeto. Sin embargo, la naturaleza humanizada, desde el punto de vista de la solución del problema fundamental de la filosofía, constituye una realidad tan objetiva como la no humanizada. En ello radica la verdad del materialismo.

Esto no significa, empero, que la ciencia no deba interesarse por las peculiaridades y las diferencias en los fenómenos de la naturaleza, tanto humanizada como no humanizada, por las condiciones de existencia de la una y la otra. Y en este sentido la concepción de Zhdánov ofrece un determinado interés. Esta diferencia, sin embargo, rebasa los límites del problema fundamental de la filosofía.

La práctica resuelve las contradicciones entre el sujeto y el objeto y los une. Esta unión, a diferencia del conocimiento (la idea), es completa en el sentido de que lo subjetivo se convierte en objetivo no sólo por el contenido, sino también por la forma de su existencia. Pero es relativo, por cuanto cada acto de la actividad práctica, al tiempo que une al sujeto con el objeto, establece nuevas contradicciones entre ellos.

En su actividad práctica el hombre reproduce la naturaleza particular de la propia naturaleza. Esta reproducción, sin embargo, no es una simple repetición de los cuerpos de la naturaleza, sino la creación y la autoafirmación del hombre en la naturaleza. Los pensamientos expuestos por Marx en sus Manuscritos filosóficos-económicos del año 1844, en particular los que citamos a continuación, tienen suma importancia para comprender las peculiaridades de la relación práctica del hombre con el mundo: “La creación práctica del mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica equivalen a la autoafirmación del hombre como ser genérico consciente... Es cierto que el animal también produce… Mas el animal sólo produce aquello que necesitan directamente él mismo o sus crías; produce de un modo unilateral, mientras que el hombre lo hace de un modo universal; produce bajo el imperio de una inmediata necesidad física, mientras que el ser humano lo hace incluso cuando no siente esa necesidad física, y en el verdadero sentido de la palabra, sólo cuando está libre de ella; el animal se produce a sí mismo únicamente, el hombre, en cambio, reproduce toda la naturaleza, el producto del animal está directamente unido a su organismo físico, mientras que el hombre se opone libremente a su producto. El animal forma la materia en consonancia con la medida y las necesidades de la especie a que pertenece; el hombre, en cambio sabe crear de acuerdo con toda clase de medidas y siempre sabe aplicar al objeto la medida correspondiente. En virtud de ello el hombre, al formar la materia se atiene también a las leyes de la estética.”15

Esta universal actividad productora del hombre, su capacidad de formar la materia de acuerdo con toda clase de medidas tiene, en calidad de premisa indispensable, la creación de ideas como formas ideales del mundo objetivo, que le sirven de cierta medida en la formación de la materia. Además, cuando la materia, debido a la actividad práctica, aparece formada de acuerdo con una u otra idea, esta última, una vez encarnada en formas objetivas, pierde su calidad de idea. En ninguna clase de cosas (ni en las de la naturaleza, ni en las humanizadas) hay ideas; la idea no es más que un eslabón intermediario en el proceso de creación de formas por medio de la actividad práctica. Por su forma, como forma del pensamiento humano es siempre subjetiva. La concepción idealista del mundo se caracteriza por excluir las ideas del ámbito de la conciencia humana y situarlas en el mundo objetivo. Hegel, según expresión de Marx, representaba las ideas humanas en forma de espíritus estancados que moraban fuera de la naturaleza y fuera del hombre. “Hegel —escribía Marx— reunió y encerró en su Lógica todos estos espíritus petrificados.”16

Las ideas son las formas de aprehensión humana de las leyes que rigen el movimiento del mundo objetivo; como tales son inherentes a la conciencia humana únicamente. La manzana obtenida por un michurinista, lo mismo que la manzana producida por la naturaleza, no contiene ninguna idea.

La función social de las ideas se desprende del papel que desempeñan en el proceso de formación. La aparición y el desarrollo de las ideas científicas han servido siempre de premisa para el progreso social. La sociología idealista hipertrofió el papel de las ideas en la vida social, considerándolas como la principal fuerza motriz en el devenir de la sociedad. Las ideas, además, eran divorciadas de la actividad práctica material de los hombres.

El marxismo-leninismo determinó el papel verdaderamente transformador y activo de las ideas en el desarrollo social, en el cambio de las formas de la vida social. El papel de las ideas en el desarrollo progresivo se ilustra fácilmente con el ejemplo de las ideas marxistas-leninistas. En las últimas décadas, la vida social se ha desarrollado bajo la directa influencia de las ideas del marxismo-leninismo que se han “... convertido en una poderosa arma ideológica de la transformación revolucionaria de la sociedad. En cada etapa histórica, el Partido, guiado por la doctrina de Marx, Engels y Lenin, ha resuelto los problemas formulados científicamente en sus Programas”.17

El hecho de que en las condiciones modernas una tercera parte de la humanidad edifique una vida nueva bajo la bandera del comunismo, de que el contenido fundamental de nuestra época sea la transición** del capitalismo al socialismo, de que el socialismo y el comunismo han triunfado en escala internacional, demuestra, con toda claridad, el ingente papel de las ideas del marxismo-leninismo, que han dado a conocer las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad, indicando, el camino de su transformación en bien de la humanidad trabajadora.

El Partido Comunista de la Unión Soviética,*** que en la edificación de la sociedad comunista concede enorme importancia a las avanzadas ideas comunistas, “... se plantea la tarea de educar a toda la población en el espíritu del comunismo científico, con el propósito de que los trabajadores comprendan en toda su profundidad el curso y las perspectivas del desarrollo mundial, se orienten correctamente en los acontecimientos internos del país y en la esfera internacional y construyan conscientemente la vida al modo comunista. En la conducta de cada individuo, en el funcionamiento de toda colectividad y de cada organización las ideas comunistas han de combinarse orgánicamente con las obras comunistas”.18

La educación del individuo según las ideas marxistas-leninistas constituye una de las tareas primordiales en la edificación de la sociedad comunista. Las ideas se convierten en una poderosa fuerza de desarrollo social cuando se transforman en patrimonio de las masas y actúan prácticamente, modificando la realidad en consonancia con esas ideas.

Como se sabe, las ideas anticientíficas (religiosas, idealistas, filosóficas, etc.) frenan el desarrollo progresista de la sociedad, dificultan la consecución por el hombre de una libertad plena, la supremacía sobre las fuerzas espontáneas de la naturaleza y la sociedad. Debido a ello adquiere enorme importancia la lucha contra la supervivencia de ideas viejas y caducas. El Partido se plantea la tarea de utilizar todos los medios de acción ideológica para crear una concepción científica sobre el mundo. “Para conseguirlo —se dice en el Programa del P. C. de la U. S.— es preciso apoyarse en las realizaciones de la ciencia moderna, que va descubriendo cada vez mejor, más plenamente, el panorama del mundo, aumentando el poder del hombre sobre la naturaleza y no dejando lugar a los fantásticos infundios de la religión sobre las fuerzas sobrenaturales.”19

El estudio del papel de las ideas en el desarrollo social, de las interrelaciones de la conciencia social y el ser social, en toda su complejidad, constituye un objeto de investigación sociológica y no gnoseológica. La premisa gnoseológica de la investigación sociológica es el esclarecimiento de la dialéctica del sujeto y del objeto en el proceso de su interacción práctica.

 

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Se han examinado ciertos aspectos de la gnoseología y de la lógica de las ideas. Algunos problemas no sólo no han sido resueltos, sino ni siquiera planteados. En el futuro habrá de realizarse una gran labor de estudio de la esencia de la idea como forma del pensamiento y de su papel en el proceso de conocer. Tiene peculiar importancia el conocimiento de las leyes que regulan la formación y el desarrollo de las ideas científicas partiendo del análisis de las teorías y de su renovación en el desarrollo científico. Desde este punto de vista resulta interesante el estudio de la historia del conocimiento de un objeto determinado en alguna ciencia teórica.

La gnoseología y la lógica han investigado con bastante detalle la estructura y la esencia del concepto, el juicio y el razonamiento. El estudio de estas formas cuenta con una gran tradición. Sin embargo, la teoría, como forma de conocimiento en la que se plasma verdaderamente el proceso dinámico del pensar, ha quedado fuera del campo visual tanto de la gnoseología como de la lógica. El análisis de la estructura y del desarrollo de la teoría tiene una significación doble. Primero, constituye una premisa para comprender las leyes de la dinámica de todo el conocimiento, ya que en la teoría, como forma discursiva, se realiza la síntesis del saber; en la teoría científica se expresan, de una u otra manera, todos los elementos y factores del saber científico, se sintetizan todas las formas del pensamiento. Segundo, la determinación de la esencia gnoseológica y la función de la teoría son imprescindibles para comprender otras formas de pensar (concepto, juicio, raciocinio), para las cuales la teoría viene a ser la meta de su trayectoria. La estructura del concepto, del juicio y del raciocinio, en cierta medida, puede estudiarse, naturalmente, al margen de la teoría científica, pero el estudio de la gnoseología del concepto, del juicio y del razonamiento presupone el establecimiento de su lugar en la estructura y el desarrollo de la teoría científica.

La idea es la clave para el entendimiento de la teoría científica, de su formación y desarrollo. En relación con ello, el estudio ulterior de los problemas de la gnoseología y la lógica de las ideas se convierte en un problema muy actual de la lógica dialéctica.

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(*) La preposición “de” no se encuentra en el libro de Kopnin, Lógica dialéctica, de donde hemos tomado los presentes apartados, pero sí se encuentra en los Cuadernos filosóficos de Lenin, de donde corresponde la cita, en la Sección segunda: La objetividad, página 178 de la editorial Akal editor, ediciones de cultura popular, tomo XLII, de las obras completas de Lenin.

(**) En el original la palabra es “transacción”, que es evidentemente un error, por lo cual hemos procedido a reemplazarla por la palabra “transición”.

(***) A pesar de que el periodo en el que se publica la obra, de la cual hemos tomado los presentes apartados, corresponde al dominio del revisionismo y de la construcción del capitalismo monopolista burocrático de Estado, es decir, del socialimperialismo, hemos considerado pertinente su publicación.

(1) V. I. Lenin, Obras, t. 38, pág. 255.

(2) C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, t. II, Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, pág. 376.

(3) C. Marx y F. Engels, Obras de juventud, pág. 627, ed. rusa.

(4) V. I. Lenin, Obras, t. 38, pág. 204.

(5) V. I. Lenin, Obras, t. 38, pág. 204.

(6) Ibidem, pág. 205.

(7) V. I. Lenin, Obras, t. 38, pág. 180.

(8) C. Marx y F. Engels, Obras de juventud, pág. 630.

(9) C. Marx y F. Engels, Obras de juventud, pág. 640.

(10) Ibidem, pág. 632.

(11) C. Marx y F. Engels, Obras de juventud, pág. 593.

(12) Y. A. Zhdánov, Sobre tas dos formas de realidad objetiva. Conferencia de catedráticos de ciencias sociales de los centros de enseñanza superior de la RSSFR. Materiales para la discusión. Ed. de la Universidad de Moscú, Moscú, 1960, pág. 106.

(13) V. I. Lenin, Obras, t. 38, págs. 178-179.

(14) Y. Zhdánov, Sobre las dos formas de realidad objetiva, pág. 109.

(15) C. Marx y F. Engels, Obras de juventud, pág. 566.

(16) Ibidem, pág. 640.

(17) Programa del Partido Comunista de la Unión Soviética, Materiales del XXII Congreso del P.C. de la U.S., Gospolitizdat, Moscú, 1961, pág. 321.

(18) Ibidem, pág. 409.

(19) Programa del P.C. de la U.S., Materiales del XXII Congreso, pág. 409.


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