Necropsia
de la Vanguardia
Julio
Carmona
TODOS LOS MOVIMIENTOS DE RUPTURA, en la historia del arte y la literatura1, anteriores al de la vanguardia del siglo XX, tuvieron el sello de su lugar de origen y —asimismo— la influencia de las clases en ascenso, en lucha contra la clase dominante, en el panorama socio-político-económico-cultural.2
Al
producirse la caída del imperio romano, en la Europa del siglo V de la Edad
Antigua, se instauró la Edad Media y se inauguró el feudalismo, con sus
primeros cinco siglos (del V al X) denominados como «la noche del intelecto»,
debido a que ese cambio de edades trajo como consecuencia la desaparición de la
tendencia clásica en el arte y la
literatura de la antigüedad. Es pertinente, aquí, aclarar las denominaciones de
tendencia y movimiento (hasta aquí aludidos) y de escuela (que veremos
después), denominaciones relacionadas, todas, con el arte y la literatura.
La tendencia es una línea de fuerza que
rige la acción de los artistas, desde tiempos inmemoriales, y refleja su modo
de ver el mundo al producir sus obras, ya sea acercándose a la realidad
(dándole importancia a lo que se dice)
o, en caso contrario, alejándose de ella (por darle más importancia a la forma cómo se dice). En el primer caso, se ha
dado en llamarla tendencia realista,
y, en el segundo, tendencia formalista.
En el devenir histórico las tendencias van adoptando otros nombres, pero sin
cambiar esa visión genérica del mundo que las caracteriza. Además, todos los
poetas o artistas, quieran o no, lo sepan o no, inscriben su trabajo poético o
artístico en una de esas tendencias.
El movimiento es una derivación de la
tendencia en un momento histórico definido y que no solo compromete al arte y
la literatura, sino que se suele manifestar también en otros órdenes de la
realidad como la filosofía, la economía, la política, etc. Con el devenir histórico,
igualmente, el movimiento puede asumir el nombre de la tendencia que le da
origen o cambiarlo por otro específico, sin modificar la característica
esencial de la tendencia.
La escuela es una derivación dentro del
movimiento y, por lo tanto, conserva su característica esencial, solo que
manifestando cierta discrepancia en la manera de asumir dicha característica,
y, generalmente, lo hace bajo la dirección de una personalidad descollante.
Retomando
el recuento histórico, iniciado en el primer párrafo, corresponde decir que, a
partir del siglo XI (dentro de la Edad Media feudal) recién se tendrá noticias
de una reaparición de la actividad literaria, que coincide con el surgimiento
de una nueva clase: la burguesía, en lucha contra la clase aristocrática feudal
(heredera, esta, de la aristocracia esclavista de la antigüedad). El
historiador Jacques Le Goff, haciendo referencia a la literatura de esta época,
dice:
«El amor al detalle realista y familiar aportado
por una clase aficionada al decorado material de la vida y sensible a las
apariencias, el amor a lo cómico, a la ironía algo pesada e inclusive a lo
burlesco; y la farsa medieval que, más que popular, es quizás burguesa con su
burla de las condiciones sociales y su crítica a menudo poco caritativa del
prójimo. Una literatura de gentes que viven pared de por medio, que se
observan, se espían y se denigran como competidores».3
Se ha establecido que el
primer documento literario (que se conserva) de este siglo es La canción de Rolando, en Francia. Es
una literatura que tiene la característica de la aventura, los artistas y literatos de entonces no tenían referentes
artísticos para realizar sus obras. Y tuvieron que partir de cero. Hacer sus
pininos literarios como ensayos de escritura. Lo mismo se dice del poema de Mío Cid en España, el cual pertenece al
siglo XII. Y otro documento similar (de aventura) es la Canción de los nibelungos,
en Alemania (siglo XIII).
A
partir del siglo XIV la burguesía va adquiriendo más presencia, especialmente,
en el campo económico, lo cual le permite influir en los nuevos artistas y
literatos. Y es entonces que la península itálica, por su ubicación estratégica
en el mediterráneo, se convierte en el centro comercial más importante de
Europa. Desde ahí se va a impulsar en el siglo XIV el descubrimiento de la
cultura, arte y literatura clásicos (de Grecia y Roma), y surgirá el humanismo que sentará las bases del
Renacimiento, en el siglo XV, y ambos movimientos tienen la aspiración de hacer
un retorno al arte, la literatura y —en una palabra— la cultura clásica, y
buscan hacerla renacer, porque tiene
la característica del orden o de acercamiento a la realidad, es decir, un
retorno a la tendencia del realismo milenario que tiene sus más remotos
antecedentes en las cuevas de los hombres primitivos de la Edad de Piedra. Como
asegura el historiador Arnold Hauser, su existencia se constata en las edades
más remotas en que el hombre dejó testimonios de sus actividades artísticas.
Dice Hauser:
“La
pertenencia a uno u otro de estos dos campos divididos por su visión del mundo
se manifiesta por todas partes en el pensamiento arqueológico de los diversos
investigadores (…) Y cuando admiten la prioridad del naturalismo [realismo],
procuran limitar la importancia de esta concesión intentando mostrar que los
más importantes rasgos estilísticos del arte llamado “arcaico” (frontalidad,
falta de perspectiva y de espacialidad, renuncia a la formación de grupos y a
la integración de los elementos figurativos) se encuentra también en los
monumentos del naturalismo [realismo] primitivo».4
El Renacimiento (ya en la
Edad Moderna) tendrá una existencia de dos siglos (XV, XVI). Esta fue la
primera ruptura de un arte formalmente ordenado frente al arte espontáneo y de
búsqueda empírica (aventura) de la cultura medieval; aunque, en realidad,
motivado por los imperativos socio-político-económicos de la realidad humana.
Sin embargo, el arte renacentista se hallaba sometido a un canon impositivo,
basado en los planteamientos estéticos heredados de Aristóteles, que se creían
inamovibles. Y los artistas de las dos tendencias, siempre, frente a las
imposiciones normativas, han reclamado libertad para dar vuelo a la imaginación
y la fantasía. Y es así que, en el siglo XVII aparecerá en España (país que ha
empezado a desplazar al poderío económico italiano) el movimiento Barroco
(aunque según los entendidos aparece en Alemania en el ámbito de las artes
plásticas), y este ya se presenta como un fenómeno netamente artístico y no
como desarrollo de acontecimientos histórico-económico-socio-políticos como
fueron el paso de la edad antigua a la edad media y de ahí a la edad moderna
(inaugurada esta con la revolución renacentista).
El
Barroco, pues, reclamaba libertad formal. Porque sus planteamientos temáticos
seguían siendo los mismos de la cultura renacentista, en tanto respondían a la
visión del mundo de la burguesía emergente, en lucha contra la aristocracia
feudal. Y esta clase que se había identificado con el arte renacentista,
consideró al arte barroco como una degeneración. Y es así que en el siglo XVIII
llegará a imponer un retorno al arte clásico, por disposición expresa del rey
Luis XIV de Francia, país este que ha ido desplazando a España en la hegemonía
(económico-político-cultural) europea, recibiendo allí el nombre de clasicismo francés. Y al influir en
Europa se manifestará con la denominación de neoclasicismo. Y es tanto el poder del mencionado monarca y de sus
pares europeos que el barroco se vio condenado a la desaparición de hasta por
tres siglos: recién en el siglo XX los integrantes de la Generación del 27 de
la literatura española proclamarán la reivindicación de Luis de Góngora, pues
en ese año se conmemoraba el tercer centenario de la muerte de ese padre del
barroco español (1627).
Pero,
antes de esta efemérides (ya en los comienzos de la Edad contemporánea,
iniciada con la Revolución Francesa, en 1789), y al comenzar el siglo XIX,
apareció un movimiento de la misma estirpe del barroco, el Romanticismo
(ligados ambos a la tendencia formalista) que se opone al neoclasicismo y como
un reclamo de libertad artística (otra vez, como el barroco), pero también de
rechazo a la explotación laboral ejercida por la burguesía contra los obreros
fabriles del capitalismo ya instaurado en la mayor parte de países europeos.
Aunque, es preciso decirlo, el romanticismo tendrá una doble fisonomía, es
decir que se bifurcará en dos escuelas: una de filiación popular y otra de
arraigo aristocrático. Como dice Jean Jaurés:
«No ignoréis que en su origen el romanticismo tenía
tendencias reaccionarias, feudales, monárquicas y, como dicen algunos,
medievales. Sabéis que Víctor Hugo empezó por cantar a las vírgenes de Verdun,
a la antigua monarquía, los dogmas y el culto, el altar y el trono. Sabéis
también que estuvo a punto de disipar su genio en vagos sentimentalismos
retrógrados… Pues bien; intervienen Fourier y Saint-Simon, y el primero dice a
los románticos: No llevéis vuestro pensamiento a disolverlo en el vacío y en el
fantasma de las regiones lunares (…) Y de esta manera, bajo la influencia de la
concepción saintsimoniana difundida en todas partes… el romanticismo
cambia de rumbo y se dirige hacia el porvenir. Víctor Hugo no se encierra en el
culto de los ídolos caídos; siente la grandeza de su época, y escribe La
leyenda de los siglos.5
Pero, ya que la mayoría de
los artistas del romanticismo son de extracción pequeñoburguesa, desviarán sus
arrestos populares hacia la evasión de mundos ideales, especialmente el
amoroso. En contra de esta involución ideológica, se dará otro movimiento de ruptura
que retomará el predominio de la realidad en el arte (como en gran medida lo
hizo el movimiento renacentista), de ahí que asumiera la denominación de realismo pero rechazando su
anquilosamiento canónico de reglas preestablecidas con que el clasicismo lastró
a la tendencia; sin embargo, y dentro de la realidad, dando más importancia a
lo social, lo cual habría de constituir con el tiempo una limitación, porque la
realidad no puede constreñirse a una sola de sus aristas.
Con
todo lo antedicho, además de la influencia ideológica de la burguesía, se
generará otra reacción de ruptura en contra del realismo, con el movimiento
parnasiano, el mismo que tiene nexos de ascendencia con los movimientos
previos: barroco y romanticismo. Pero el parnasianismo, contradictoriamente, no
obstante proclamar su rechazo al realismo, por su misma denominación, se
identifica con el arte clásico (el Parnaso es parte de la mitología
greco-romana), sin embargo rechaza, como ya se dijo, la vinculación con los
hechos del acontecer social, y, por otro lado, al mismo tiempo que toma del
romanticismo su idealización del arte (el Parnaso es la torre de marfil de los
románticos), rechaza de este su exacerbación del yo y sus intimidades.
Obsérvese que, en el fondo, la reacción parnasiana buscaba conciliar los dos
movimientos contrarios (del orden y la aventura: realismo y romanticismo)
morigerando las que consideraba sus exageraciones; pero, al mismo tiempo,
rescatando el orden clásico, y la aventura barroca del idealismo formal.
Hay
que destacar el hecho de que, tanto el siglo XIX en el tiempo, como Francia en
el espacio, constituyen el telón de fondo en que se fueron manifestando los
últimos movimientos expuestos hasta aquí. Y habría que agregar que el
romanticismo consideraba al sentimiento (o espejo del alma) como elemento
principal de su propuesta artística, y, por su parte, el realismo se asentaba
en la razón (o espejo de la sociedad), mientras que el parnasianismo
consideraba a ambos como productos de la subjetividad, y lo que proponía era la
objetividad del poema: que este sea como una pintura o una escultura: que
presentaran sus creaciones poéticas con frialdad, sin la intervención de la
subjetividad del creador.
Y en
contra de esta mixtura parnasiana es que reacciona la ruptura del movimiento
simbolista, ligado a la tendencia formalista, proponiendo que el poema se
pareciese a la música, que explotase solo el sonido de la palabra,
transfiriendo su significado a algo que no sea, precisamente, la cosa
enunciada, que esta sea evocada y no manifestada. Es el caso del poema de José
María Eguren, La niña de la lámpara azul,
que presenta a la niña sin aludir a
una de carne y hueso, sino como símbolo
de un ser femenino que representa a la poesía.
Conforme
a lo expuesto, queda establecido que las acciones de ruptura en el arte y la
literatura constituyen una constante en el devenir histórico de la cultura
occidental. Y queda, asimismo, establecida la relación de ascendencia que van
engarzando entre unos y otros movimientos en contienda. Y es así que se pueden
verificar las dos grandes tendencias del realismo y del formalismo (milenarios
ambos). Y, entonces, en la tendencia del
realismo se inscriben: a) el clasicismo
de la edad antigua, b) el realismo
medieval que, al unísono de acercarse a la realidad pulsaba sus escarceos
por superar sus formas incipientes, c) el realismo
clásico del renacimiento, d) el realismo
—burgués o pequeñoburgués— del siglo
XIX, y e) el nuevo realismo del siglo
XX (del cual trataremos en otra oportunidad). Y, por otro lado, tenemos a
la tendencia formalista que se
manifiesta con a) el barroco del
siglo XVII, b) el romanticismo, c) el parnasianismo y d) el simbolismo, todos estos del siglo
XIX, y e) el vanguardismo del siglo
XX.
Es
pertinente haber hecho la extensa aclaración precedente, debido a que da la
impresión de que quienes tratan del vanguardismo lo presentan como el único
movimiento de ruptura en la historia del arte, como si antes de él todo hubiera
sido unitario, y como si se le diera la propiedad de esa patente rupturista, de tal suerte que no solo los escritores
contemporáneos del vanguardismo (de las dos primeras décadas del siglo XX),
como es el caso de César Vallejo, sino de todos los que después de ellos
alentaron o alientan ese mismo afán de ruptura, debieran ser deudores o
continuadores de esa actitud de ruptura y experimentación formalista del
vanguardismo.
Si
bien es cierto los más destacados escritores vanguardistas (así como vimos que
ocurrió con los románticos del siglo XIX) se identificaron con la protesta de
las clases trabajadoras en contra de la explotación capitalista de la clase
burguesa, esos mismos escritores, como exponentes de la ideología
pequeñoburguesa devinieron impulsores de un arte y una poesía reducida al
experimentalismo formal. Es una propensión pequeñoburguesa el exacerbar su
concepción ideológica de manera privativa. Como dice Lawrence Carrasco:
«… en el plano estético es donde se vivencia con
más intensidad que en otros ese desgarramiento que produce la conciencia
histórica del tiempo, pues la experiencia estética es por sobre todo siempre
subjetiva [y Carrasco respalda su opinión con la siguiente cita de Jürgen
Habermas]: “En la experiencia fundamental de la modernidad estética se agudiza el
problema de la autofundamentación porque aquí el horizonte de la experiencia
del tiempo se contrae a una subjetividad descentrada, liberada de las
convenciones de la vida cotidiana”.»6
E, igualmente, como ocurrió
con la aristocracia feudal y la burguesía rica de entonces que asimilaron el
arte clásico renacentista, y convirtieron en sus «asalariados» a los artistas y
literatos renacentistas7, la burguesía del siglo veinte hizo lo
mismo con los artistas y literatos vanguardistas (con muy honrosas excepciones),
y estos creyeron estar elaborando toda una teorización estética del arte
«moderno» o post-moderno, para toda la posteridad, per omnia saecula saeculorum, de tal suerte que cualquier otra
manifestación artística que no se ajuste a ese su canon o es un arte desfasado,
mediocre o, simplemente, no es arte.
La
vanguardia, entonces, resulta ser un movimiento más (como el barroco, el
romanticismo, el parnasianismo y el simbolismo) que debe ubicarse dentro de la
tendencia formalista que se opone, desde tiempos inmemoriales, a la tendencia
realista (derivada esta de la tendencia clásica). Y dentro de la vanguardia se
ubican varias escuelas: dadaísmo, futurismo, surrealismo, etc.; del mismo modo
como hubo las escuelas del culteranismo y el conceptismo, dentro del barroco, y
dos escuelas románticas: la del romanticismo popular y la del romanticismo
aristocrático. Obsérvese que siempre hubo manifestaciones artístico-literarias
en pugna, ya sea de concepciones externas totalmente opuestas
(realismo/formalismo, renacimiento/barroco, etc.), o dentro de una misma
concepción. Por ello, es conveniente establecer los límites y denominaciones de
cada acontecimiento. Y lo mismo se ha de hacer con sus ubicaciones
tempo-espaciales, ya que todos —de una u otra manera— se encuentran ligados con
los cambios en la política, la economía, la sociedad y la cultura, y su
repercusión global por la influencia de los países hegemónicos en sus zonas de influencia.
Visto
así el movimiento vanguardista, se debe apreciar que este asumió los cambios
científico-tecnológicos del capitalismo en auge y sus efectos en la mente
social: angustia, pesimismo, desesperación, conflictos existenciales, demencia,
depresión, estrés, etc. Y como sus impulsores fueron conscientes de que la
causa era el sistema capitalista imperante, se manifestaron en su contra, pero,
en lugar de atacar a la causa (de la que —algunos, no todos— políticamente se
proclamaban contrarios), asumieron su privacidad artística y arremetieron no
contra esa causa sino contra el arte y la literatura que el sistema había hecho
suyos, y esos artistas concentraron su crítica y beligerancia contra su aparato
estético, teórico-práctico, por considerarlo un sostén que avalaba (y avala) al
sistema socio-económico-político-cultural decadente, y que busca presentar a
este como algo normal e inocuo. Como dice Renato Poggioli:
«… esta alianza de radicalismo político y
radicalismo artístico, este paralelismo de las dos vanguardias, sobrevivió en
Francia hasta la aparición de la primera pequeña revista del movimiento
literario moderno, significativamente titulada La Revue Indépendante,
que, fundada por el 80, fue tal vez el último órgano que recogiese
fraternalmente bajo la misma bandera, a los rebeldes de la política y del arte…
Inmediatamente después ocurrió lo que se puede llamar el divorcio de los
significados, que corresponde al divorcio de las dos vanguardias» (Citado por
L. Carrasco, op. cit.: 21).
Es decir que, después de la
efervescencia inicial del vanguardismo, el mismo sistema vilipendiado por sus
propulsores los fagocitó y neutralizó, asimilándolos como parte de la ideología
burguesa.
La
idea de ruptura con visos de revolución, no es, pues, como se
pretende hogaño, después de pasados cien años de haberse dado el movimiento de
vanguardia, que este siga siendo su único punto de referencia. Lo que perdura
de él es su relación con la tendencia formalista. La idea de ruptura con el stablishment (orden establecido)
responde a un «estado de ánimo social» que se generaliza en la sociedad. Lo
mismo ocurrió con el Renacimiento, el Romanticismo, el Modernismo cultural
europeo y con el modernismo literario americano. Si se ve así el panorama, el
vanguardismo no ha de considerarse como un prospecto que deba ser observado
permanentemente, máxime si no todas las obras de sus escuelas siguen teniendo
influencia mundial.8 Y las que sí lo hacen (como es el caso del
surrealismo o el expresionismo) es porque algunas de sus propuestas de técnica
formal han sido asimiladas por el imaginario estético de los usuarios; lo que
va aparejado con la intención ideológica de la tendencia formalista que forma
parte de la ideología general burguesa, y es promovida por los intereses del
sistema capitalista y su proyección imperialista. Resulta, pues, que esos
intereses son los que han convertido al vanguardismo en un modelo de facto, y con él han usurpado ese «estado de ánimo social
secular», cuando bien se sabe que todos los vanguardistas (‘salvando siempre lo
que se salva solo’, como decía don Antonio Machado) depusieron sus arrestos
políticos revolucionarios, y adhirieron solo a la experimentación formalista
como exclusiva fórmula estética.
Por
otro lado, no se olvide que esa fórmula estética formalista no es privativa del
vanguardismo sino de todos sus antecesores también seculares (barroco,
romanticismo, parnasianismo, simbolismo) relacionados todos con la cultura
occidental. De tal suerte que no se corresponde de manera mimética con las
propuestas estéticas de otros continentes (aunque el imperialismo occidental
haya pretendido subsumirlos en su «globalización» ideológica). Este es el caso
del continente americano. Y es algo que se ha podido constatar en los últimos
tiempos en que las naciones americanas se han manifestado en contra de ese
seguidismo, considerando que su propia historia e idiosincrasia les da el
respaldo para la elaboración de sus particulares visiones del mundo; lo cual no
significa que se esté rechazando la recurrencia a las propuestas formales que
occidente ha elaborado en su devenir histórico, como este tampoco fue anulado
por la insurgencia vanguardista (aunque esa fuera su intención primigenia y su
prédica aun vigente, con un movimiento cuya denominación lo delata: neobarroco).
Por
eso, cuando se dice que ‘las naciones americanas se han manifestado en contra
de ese seguidismo’ al canon de la antigua tendencia formalista y de la, también
centenaria, vanguardia, no es que estén rechazando algunos de sus logros
formales que ya han pasado a integrar el acervo cultural artístico-literario de
la humanidad.9 Acervo este que tampoco es unitario. En él siguen
contendiendo las dos tendencias ya aludidas: del realismo y el formalismo, cada
quien con sus exclusivos y excluyentes derechos. Y no es, como pretenden
algunos sedicentes10 vanguardistas, que todos tengan que sentirse
deudores de su supuesto exclusivismo.
El
vanguardismo ha muerto. Viva el vanguardismo.
______________
NOTAS
(1) Por limitaciones de
espacio vamos a incidir más que nada en lo relacionado con la actividad
literaria, la misma que —en términos generales o estéticos— comparte
lineamientos con las otras artes.
(2) Por la naturaleza del
arte impuesto a los pueblos aborígenes del continente americano por el
colonialismo europeo, es preciso remitirse, en particular, al panorama de ese
arte impuesto.
(3) Jacques Le Goff (1966).
Mercaderes y banqueros de la Edad Media. Buenos Aires: Eudeba, p. 132.
(4) Arnold Hauser (1964).
Historia social de la literatura y el arte. Madrid: Ediciones Guadarrama, p.
18-19. (Hauser llama «naturalismo” a la tendencia del realismo, y «geometrismo»
a la del formalismo).
(5) Jean Jaurés (1961).
Socialismo y libertad. Buenos Aires. Editorial Dédalo, pp. 120-121.
(6) Lawrence Carrasco, 2005,
Las ideas estéticas de César Vallejo, Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San
Marcos, p. 24.
(7) Dice Le Goff: «… solo
excepcionalmente los ricos mercaderes dispensaban cierta consideración a los
artistas que empleaban (…). La mayoría de las veces, los mercaderes los
consideraban como criados, a lo más como artesanos a quienes compraban las
obras como compraban otras mercaderías (…) Desde el siglo XII, los juglares al
servicio de la burguesía rica tenían amargo sentido de su dependencia, y el
autor de un poema en honor de los mercaderes confiesa humil-demente que hace un
elogio obligado y forzado, porque sin el mercader el juglar moriría de hambre»
(op. cit.: 121-122).
(8) Como decía Hugo Ball
(fundador del dadaísmo): «No sé si, pese a todos nuestros esfuerzos, podremos
llegar más allá de Wilde y de Baudelaire, o si solo continuaremos siendo
románticos» (Cit. por Paul Auster, 2013. Ensayos
completos. Barcelona: 441).
(9) Que se atribuye a sí
mismo un nombre, un título o un tratamiento del que carece en realidad.
(10) «Ahora mismo, que estoy discutiendo con estos colonizadores, ¿de qué otra manera puedo hacerlo, sino en una de sus lenguas, que es ya también nuestra lengua, y con tantos de sus instrumentos conceptuales, que también son ya nuestros instrumentos conceptuales? No es otro el grito extraordinario que leímos en una obra del que acaso sea el más extraordinario escritor de ficción que haya existido. En La tempestad, la obra última (en su integridad) de William Shakespeare, el deforme Calibán, a quien Próspero robara su isla, esclavizara y enseñara el lenguaje, lo increpa: “Me enseñaron su lengua, y de ello obtuve / El saber maldecir. ¡La roja plaga / Caiga en ustedes, por esa enseñanza! (La tempestad, Acto I, escena 2)”.» Roberto Fernández Retamar (2021). Calibán. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas, p. 24).
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