Necesidad
de una Preparación Ideológica de la Masa
Antonio
Gramsci
DESDE HACE CASI CINCUENTA AÑOS,
el movimiento obrero revolucionario italiano ha caído en una situación de
ilegalidad o de semilegalidad. La libertad de prensa, el derecho de reunión, de
asociación, de propaganda, han sido prácticamente suprimidos. La formación de
los cuadros dirigentes del proletariado no puede realizarse, pues, por la vía y
con los métodos que eran tradicionales en Italia hasta 1921. Los elementos
obreros más activos son perseguidos, son controlados en todos sus movimientos,
en todas sus lecturas; las bibliotecas obreras han sido incendiadas o
eliminadas de otra manera; las grandes organizaciones y las grandes acciones de
masa ya no existen o no pueden organizarse. Los militantes no participan
plenamente o sólo en medida muy limitada en las discusiones y en el contraste
de ideas; la vida aislada o las reuniones irregulares de pequeños grupos
clandestinos, el hábito que puede crearse en una vida política que en otros
tiempos parecía excepción, suscitan sentimientos, estados de ánimo, puntos de
vista que son con frecuencia erróneos e incluso a veces morbosos.
Los
nuevos miembros que el Partido gana en tal situación, evidentemente hombres
sinceros y de vigorosa fe revolucionaria, no pueden ser educados en nuestros
métodos de amplia actividad, de amplias discusiones, del control recíproco que
es propio de los periodos de democracia y de legalidad. Se anuncia así un
periodo muy grave: la masa del Partido habituándose, en la ilegalidad, a no
pensar en otra cosa que en los medios necesarios para escapar al enemigo,
habituándose a ver posible y organizable inmediatamente sólo acciones de
pequeños grupos, viendo cómo los dominadores aparentemente habían vencido y
conservan el poder con el empleo de minorías armadas y encuadradas
militarmente, se aleja insensiblemente de la concepción marxista de la
actividad revolucionaria del proletariado, y mientras parece radicalizarse por
el hecho de que a menudo se anuncian propósitos extremistas y frases
sanguinolentas, en realidad se hace incapaz de vencer al enemigo. La historia
de la clase obrera, especialmente en la época que atravesamos, muestra cómo
este peligro no es imaginario. La recuperación de los partidos revolucionarios,
tras un periodo de ilegalidad, se caracteriza con frecuencia por un
irrefrenable impulso a la acción, por la ausencia de toda consideración de las
relaciones reales de las fuerzas sociales, por el estado de ánimo de las
grandes masas obreras y campesinas, por las condiciones del armamento, etc.
Así, a menudo ha ocurrido que el Partido revolucionario se ha hecho destrozar
por la reacción aún no disgregada y cuyas reservas no habían sido debidamente
justipreciadas, entre la indiferencia y la pasividad de las amplias masas, que,
después de todo periodo reaccionario, se vuelven muy prudentes y son fácilmente
presa del pánico cada vez que se amenaza con la vuelta a la situación de la que
acaban de salir.
Es
difícil, en líneas generales, que tales errores no se cometan; por eso, el
Partido tiene que preocuparse de ello y desarrollar una determinada actividad
que especialmente tienda a mejorar su organización, a elevar el nivel
intelectual de los miembros que se encuentren en sus filas en el periodo del
terror blanco y que están destinados a convertirse en el núcleo central y más
resistente a toda prueba y a todo sacrificio del Partido, que guiará la
revolución y administrará al Estado proletario.
El
problema aparece así más amplio y complejo. La recuperación del movimiento
revolucionario y especialmente su victoria, lanzan hacia el Partido una gran
masa de nuevos elementos. Estos no pueden ser rechazados, especialmente si son
de origen proletario, ya que precisamente su adhesión es uno de los signos más
reveladores de la revolución que se está realizando; pero el problema que se
plantea es el de impedir que el núcleo central del Partido sea sumergido y
disgregado por la nueva arrolladora ola. Todos recordamos lo que ha ocurrido en
Italia, después de la guerra, en el Partido Socialista. El núcleo central,
constituido por camaradas fieles a la causa durante el cataclismo, se restringe
hasta reducirse a unos 16.000. En el Congreso de Liorna estaban representados
220.000 miembros, es decir, que existían en el Partido 200.000 adherentes
después de la guerra, sin preparación política, ayunos o casi de toda noción de
doctrina marxista, fácil presa de los pequeños burgueses declamadores y
fanfarrones que constituyeron en los años 1919-1920 el fenómeno del
maximalismo. No carece de significado que el actual jefe del Partido Socialista
y director de Avanti sea el propio Pietro Nenni, entrado en el Partido
Socialista después de Liorna, pero que resume y sintetiza en sí mismo toda la
debilidad ideológica y el carácter distintivo del maximalismo de la posguerra.
Sería realmente delictivo que en el Partido Comunista se verificase con
respecto al periodo fascista lo que ha ocurrido en el Partido Socialista
respecto al periodo de la guerra; pero esto sería inevitable, si nuestro
Partido no tuviera una línea a seguir también en este terreno, si no procurase
a tiempo reforzar ideológica y políticamente sus actuales cuadros y sus
actuales miembros, para hacerlos capaces de contener y encuadrar masas aún más
amplias sin que la organización sufra demasiadas sacudidas y sin que la figura
del Partido sea cambiada.
Hemos
planteado el problema en sus términos prácticos más inmediatos. Pero tiene una
base que es superior a toda contingencia inmediata.
Nosotros
sabemos que la lucha del proletariado contra el capitalismo se desenvuelve en
tres frentes: el económico, el político y el ideológico. La lucha económica
tiene tres fases: de resistencia contra el capitalismo, esto es, la fase
sindical elemental; de ofensiva contra el capitalismo para el control obrero de
la producción; de lucha para la eliminación del capitalismo a través de la
socialización. También la lucha política tiene tres fases principales: lucha
para contener el poder de la burguesía en el Estado parlamentario, es decir,
para mantener o crear una situación democrática de equilibrio entre las clases
que permita al proletariado organizarse y desarrollarse; lucha por la conquista
del poder y por la creación del Estado obrero, es decir, una acción política
compleja a través de la cual el proletariado moviliza en torno a sí todas las
fuerzas sociales anticapitalistas (en primer lugar la clase campesina), y las
conduce a la victoria; fase de la dictadura del proletariado organizado en
clase dominante para eliminar todos los obstáculos técnicos y sociales, que se
interpongan a la realización del comunismo.
La
lucha económica no puede separarse de la lucha política, y ni la una ni la otra
pueden ser separadas de la lucha ideológica.
En
su primera fase sindical, la lucha económica es espontánea, es decir, nace
ineluctablemente de la misma situación en la que el proletariado se encuentra
en el régimen burgués, pero no es por sí misma revolucionaria, es decir, no
lleva necesariamente al derrocamiento del capitalismo, como han sostenido y
continúan sosteniendo con menor éxito los sindicalistas. Tanto es verdad, que
los reformistas y hasta los fascistas admiten la lucha sindical elemental, y
más bien sostienen que el proletariado como clase no debiera realizar otra
lucha que la sindical. Los reformistas se diferencian de los fascistas
solamente en cuanto sostienen que si no el proletariado como clase, al menos los
proletarios como individuos, ciudadanos, deben luchar también por la democracia
burguesa; en otras palabras, luchar sólo para mantener o crear las condiciones
políticas de la pura lucha de resistencia sindical.
Puesto
que la lucha sindical se vuelve un factor revolucionario, es menester que el
proletariado la acompañe con la lucha política, es decir, que el proletariado
tenga conciencia de ser el protagonista de una lucha general que envuelve todas
las cuestiones más vitales de la organización social, es decir, que tenga
conciencia de luchar por el socialismo. El elemento "espontaneidad"
no es suficiente para la lucha revolucionaria, pues nunca lleva a la clase
obrera más allá de los límites de la democracia burguesa existente. Es
necesario el elemento conciencia, el elemento "ideológico", es decir,
la comprensión de las condiciones en que se lucha, de las relaciones sociales
en que vive el obrero, de las tendencias fundamentales que operan en el sistema
de estas relaciones, del proceso de desarrollo que sufre la sociedad por la
existencia en su seno de antagonismos irreductibles, etcétera.
Los
tres frentes de la lucha proletaria se reducen a uno sólo, para el Partido de
la clase obrera, que lo es precisamente porque asume y representa todas las
exigencias de la lucha general. Ciertamente, no se puede pedir a todo obrero de
la masa tener una completa conciencia de toda la compleja función que su clase
está resuelta a desarrollar en el proceso de desarrollo de la humanidad, pues
eso hay que pedírselo a los miembros del Partido. No se puede proponer, antes
de la conquista del Estado, modificar completamente la conciencia de toda la
clase obrera; sería utópico, porque la conciencia de la clase como tal se
modifica solamente cuando ha sido modificado el modo de vivir de la propia
clase, esto es, cuando el proletariado se convierta en clase dominante, tenga a
su disposición el aparato de producción y de cambio y el poder estatal. Pero el
Partido puede y debe en su conjunto representar esta conciencia superior; de otro
modo, aquel no estaría a la cabeza, sino a la cola de las masas, no las
guiaría, sino que sería arrastrado. Por ello, el Partido debe asimilar el
marxismo y debe asimilarlo en su forma actual, como leninismo.
La
actividad teórica, la lucha en el frente ideológico, se ha descuidado siempre
en el movimiento obrero italiano. En Italia, el marxismo (por influjo de
Antonio Labriola) ha sido más estudiado por los intelectuales burgueses para
desnaturalizarlo y adecuarlo al uso de la política burguesa, que por los
revolucionarios. Así hemos visto en el Partido Socialista Italiano convivir
juntas pacíficamente las tendencias más dispares, hemos visto como opiniones
oficiales del Partido las concepciones más contradictorias. Nunca imaginó la
dirección del Partido que para luchar contra la ideología burguesa, para
liberar a las masas de la influencia del capitalismo, fuera menester ante todo
difundir en el Partido mismo la doctrina marxista y defenderla de toda
contrafracción. Esta tradición por lo menos no ha sido interrumpida de modo
sistemático y con una notable actividad continuada.
Se
dice, sin embargo, que el marxismo ha tenido mucha suerte en Italia y en cierto
sentido esto es cierto. Pero también es cierto que tal fortuna no ha ayudado al
proletariado, no ha servido para crear nuevos medios de lucha, no ha sido un
fenómeno revolucionario. El marxismo, o algunas afirmaciones separadas de los
escritos de Marx, ha servido a la burguesía italiana para demostrar que por la
necesidad de su desarrollo era necesario prescindir de la democracia, era
necesario pisotear las leyes, era necesario reírse de la libertad y de la
justicia; es decir, se ha llamado marxismo, por los filósofos de la burguesía
italiana, la comprobación que Marx ha hecho de los sistemas que la burguesía
empleará, sin necesidad de recurrir a justificaciones... marxistas, en su lucha
contra los trabajadores. Y los reformistas, para corregir esta interpretación
fraudulenta, se han hecho democráticos, se han convertido en los turiferarios
de todos los santos consagrados del capitalismo. Los teóricos de la burguesía
italiana han tenido la habilidad de crear el concepto de la "nación
proletaria" y que la concepción de Marx debía aplicarse a la lucha de
Italia contra los otros Estados capitalistas, no a la lucha del proletariado
italiano contra el capitalismo italiano; los "marxistas" del Partido
Socialista han dejado pasar sin lucha estas aberraciones, que fueron aceptadas
por uno, Enrico Ferri, que pasaba por un gran teórico del socialismo. Esta fue
la fortuna del marxismo en Italia: que sirvió de perejil para todas las
indigestas salsas que los más imprudentes aventureros de la pluma han querido
poner en venta. Marxistas de esta guisa han sido Enrico Ferri, Guillermo
Ferrero, Achille Loria, Paolo Orano, Benito Mussolini...
Para
luchar contra la confusión que se ha creado de esta manera, es necesario que el
Partido intensifique y haga sistemática su actividad en el campo ideológico,
que se imponga como un deber de los militantes el conocimiento de la doctrina del
marxismo-leninismo, al menos en sus términos más generales.
Nuestro Partido no es un partido democrático, al menos en el sentido vulgar que comúnmente se da a esta palabra. Es un Partido centralizado nacional e internacionalmente. En el campo internacional, nuestro Partido es una simple sección de un partido más grande, de un partido mundial. ¿Qué repercusiones puede tener y ya ha tenido este tipo de organización, que también es una necesidad de la revolución? La propia Italia se da una respuesta a esta pregunta. Por reacción a la costumbre establecida por el Partido Socialista, en el que se discutía mucho y se resolvía poco, cuya unidad por el choque continuo de las fracciones, de las tendencias y con frecuencia de las camarillas personales se rompía en una infinidad de fragmentos desunidos, en nuestro Partido se había terminado con no discutir ya nada. La centralización, la unidad de dirección y unidad de concepción se había convertido en un estancamiento intelectual. A ello contribuyó la necesidad de la lucha incesante contra el fascismo, que verdaderamente desde la fundación de nuestro Partido había ya pasado a su fase activa y ofensiva, pero contribuyeron también las erróneas concepciones del Partido, tal como son expuestas en las "Tesis sobre la táctica" presentadas al Congreso de Roma. La centralización y la unidad se concebían de modo demasiado mecánico: El Comité Central, y más bien el Comité Ejecutivo era todo el Partido, en lugar de representarlo y dirigirlo. Si esta concepción fuera permanentemente aplicada, el Partido perdería su carácter distintivo político y se convertiría, en el mejor de los casos, en un ejército (y un ejército de tipo burgués); perdería lo que es su fuerza de atracción, se separaría de las masas. Para que el Partido viva y esté en contacto con las masas, es menester que todo miembro del Partido sea un elemento político activo, sea un dirigente. Precisamente para que el Partido sea fuertemente centralizado, se exige un gran trabajo de propaganda y de agitación en sus filas, es necesario que el Partido, de manera organizada, eduque a sus militantes y eleve su nivel ideológico. Centralización quiere decir especialmente que en cualquier situación, incluso en estado de sitio reforzado, incluso cuando los comités dirigentes no pueden funcionar por un determinado periodo o fueran puestos en condiciones de no estar relacionados con toda la periferia, todos los miembros del Partido, cada uno en su ambiente, se hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para establecer una orientación, a fin de que la clase obrera no se desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede aún luchar. La preparación ideológica de la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha revolucionaria, es una de las condiciones indispensables para la victoria.
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