viernes, 1 de abril de 2022

Política

Lineamientos programáticos

 

 

La Supresión de la Contradicción entre la Ciudad y el Campo en el Programa General del Partido

 

Eduardo Ibarra

 

LA INDUSTRIALIZACIÓN SOCIALISTA no se limita ni puede limitarse al espacio urbano, pues uno de los objetivos del socialismo es suprimir progresivamente la secular contradicción entre la ciudad (industria) y el campo (agricultura).

 

Marx señaló que la oposición entre la ciudad y el campo constituye una de las bases materiales de una serie de contradicciones propias de las sociedades clasistas. Por eso la supresión progresiva de dicha oposición es una cuestión fundamental en la construcción de la civilización comunista.

 

Históricamente, la ciudad industrial es un producto del capitalismo. La ciudad antigua, la ciudad medieval, fueron ciudades que, de algún modo y en alguna medida, aparecían como una extensión del campo. En cambio, la ciudad industrial se reveló tempranamente como la negación de la vida rural, como el espacio al que arribaban masivamente los campesinos despojados de sus medios de vida.

 

Para suprimir el antagonismo entre la ciudad y el campo, el socialismo tiene que impulsar, entre otras cosas, un nuevo reparto espacial de las fuerzas productivas, lo que significa el desarrollo industrial de las regiones rurales, así como mantener un desarrollo industrial en los espacios urbanos que no lleve a un acrecentamiento de la población.

 

Como es obvio, el nuevo reparto espacial de las fuerzas productivas implica un nuevo reparto espacial de la fuerza de trabajo, y esta es la base para el necesario reordenamiento demográfico.

 

De lo que se trata, pues, es de crear la «agricultura urbana» y la industria rural, «desurbanizar» lo necesario la ciudad y «urbanizar» lo necesario el campo, desconcentrar lo preciso la población de la ciudad y concentrar lo preciso la población del campo, de establecer un intercambio económico racional entre la urbe y el mundo rural.

 

Pero todos estos procesos no se llevan adelante en el socialismo por razones puramente económicas, sino también por razones ideológicas y políticas que permitan activar en el seno del campesinado la lucha por la construcción del socialismo y la realización del comunismo.

 

Mariátegui señaló con acierto:

 

… el espíritu revolucionario reside siempre en la ciudad. Y este hecho tiene claros motivos históricos. Es en la ciudad donde el capitalismo ha llegado a su plenitud y donde se libra la batalla actual entre el orden individualista y la idea socialista. (El alma matinal).

 

Esto escribía Mariátegui en octubre de 1924, cuando Europa era el teatro principal de la lucha de clase del proletariado, aunque la revolución democrática contra la opresión imperialista empezaba a desplegarse en China y otros países de Oriente.

 

Sin embargo, puede decirse, de todos modos, que el marxismo es un producto urbano, y este concepto tiene una evidente estabilidad. Las razones de esto son obvias y, por eso, no es necesario extendernos aquí sobre el tema.

 

Pero sí es menester señalar la consecuencia de ello. La revolución rusa mostró que, en 1917, el partido bolchevique no había alcanzado asentarse en el campo, lo que trajo aparejado serias dificultades a la revolución. En la revolución china no sucedió lo mismo, porque el PCCh se construyó y ejerció la dirección de la revolución teniendo como base social sobre todo el campesinado.

 

        Pero no solo cuestiones ideológicas y políticas diferencian a la ciudad y el campo. También existen diferencias de ambiente, de mentalidad y de psicología entre el habitante citadino y el habitante rural. Mariátegui escribió al respecto:

 

Lo que distingue y separa a la ciudad del campo no es… ni la revolución ni la reacción. Es, sobre todo, una diferencia de mentalidad y de espíritu que emana de una diferencia de función. En el panorama de una sociedad, la ciudad es la cima y el campo es la llanura. La ciudad es la cede de la civilización. A medida que la civilización se perfecciona, se acentúan las distancias espirituales y psicológicas entre el hombre de la urbe y el hombre del agro. El hombre de la urbe vive aprisa. (La velocidad es una invención urbana, una cosa moderna). El campesino vive monótona y lentamente. Su trabajo y su producción están gobernados por las estaciones. Arada por el buey o la máquina, la tierra da en el mismo tiempo y en la misma estación sus espigas. La urbe y la campiña producen dos distintas psicologías, dos ánimas diversas. (Ob. cit.)

 

Precisamente la industrialización y la urbanización del campo son factores decisivos para la penetración de la concepción marxista del mundo entre los campesinos, pues constituyen la base para que, en el proceso de la lucha de clases, los mismos se allanen conscientemente a las relaciones socialistas de producción y, por lo tanto, a la transformación de sus vidas con arreglo a la lucha por la realización del comunismo.

 

Así, pues, se entiende que la supresión progresiva del antagonismo entre la ciudad y el campo es, en su base, una cuestión económica, pero que de hecho es una cuestión política: solo la dictadura revolucionaria del proletariado puede impulsar y llevar hasta el fin dicha supresión.

 

En el Perú, si la revolución se produce antes de la desaparición de la comunidad campesina, su transformación en cooperativa podrá significar que cumpla el papel de factor nuclear en la lucha por la construcción del socialismo en el campo. Mariátegui señaló a propósito:

 

… es el Perú uno de los países de la América Latina donde la cooperación encuentra elementos más espontáneos y peculiares de arraigo. Las comunidades indígenas reúnen la mayor cantidad posible de aptitudes morales y materiales para transformarse en cooperativas de producción y de consumo. Castro Pozo, ha estudiado con acierto, esta capacidad de las “comunidades”, en las cuales reside, indudablemente, contra el interesado escepticismo de algunos, un elemento activo y vital de realizaciones socialistas. (Ideología y política)

 

A casi cien años de escrita, esta cita ha perdido algo de su rigor. La comunidad campesina se encuentra hoy en un punto avanzado de desintegración, y los comuneros no son los mismos que aquellos de los tiempos de Mariátegui: la masiva parcelación de la tierra en las comunidades no solo ha significado la erosión de la propiedad colectiva, sino asimismo la penetración de valores capitalistas en la vida de los comuneros. Pero aun así, diversas formas de trabajo solidario superviven y, por lo tanto, si la revolución no se atrasa, pueden servir de base a la cooperativización socialista de la economía comunal.

 

El socialismo no es solamente, como creen algunos, el desarrollo de las fuerzas productivas materiales. El socialismo es también –y de manera determinante– el progresivo dominio de los trabajadores sobre las condiciones de su producción, la progresiva absorción por las clases trabajadoras de las funciones estatales, la progresiva realización de las bases de la realización del comunismo.

 

En este cuadro se entiende la necesidad ineludible de suprimir progresivamente el antagonismo entre la ciudad y el campo. Huelga decir que, como en muchas otras cosas, esta supresión no puede ser sino un proceso planificado cuyas fases y procedimientos, normas y demás cuestiones prácticas, tendrán que ser determinados y llevados adelante por las generaciones que afronten concretamente la tarea.

 

Por lo expuesto, se entiende que una cuestión tan importante como la que hemos examinado aquí brevemente, tiene que ocupar un lugar en el Programa General del Partido.

 

17.08.2019.


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