Diálogo
para un Recuerdo
Julio
Carmona
EL 07 DE MARZO DE 2018, la
«Casa de la Literatura Peruana» publicó el siguiente post en su página de
Facebook:
ANÉCDOTAS
ALECCIONADORAS
«Un
27 de octubre de 1948, a puertas del golpe de Estado del general Manuel A.
Odría contra el presidente José Luis Bustamante y Rivero, un grupo
de conocidos encontró al poeta Martín Adán bebiendo en el bar Zela. El
autor de La casa de cartón bebía con
ansiedad. Como estos amigos sabían que el vate era amigo de Bustamante, le
informaron de la rebelión de este militar y que el golpe era inminente. Adán,
ebrio, pero con gran lucidez, respondió: “Por fin el Perú ha vuelto a la
normalidad”.»
Este
post fue difundido, a su vez, por el poeta Roger Santiváñez (RS, en adelante),
cuya página de Facebook tiene contacto con la mía. Y ahí lo leí (cuando ya
había un primer comentario, que es el siguiente de Víctor Ruiz Velasco: «Años
antes, mientras Martín Adán vivía en Arequipa, donde se hizo amigo de
Bustamante y Rivero, el poeta tuvo un vaticinio excepcionalmente certero: «En
diez años usted será presidente, José Luis». Ojalá entonces hubiera visto cuál
iba a ser el «final» de su mandato. Dato curioso: a Billinghurst, amigo de
Abraham Valdelomar, también lo derrocaron. Entonces Valdelomar era cónsul en
Roma.»
Luego
RS respondió a este comentario de la siguiente manera: «Y cuando gobernaba
Bustamante, amigos mutuos le pidieron a Martín Adán —tras hablar con el
presidente— que fuera a verlo a Palacio sobre el tema de una chamba para el
poeta. Adán concurrió a la cita que era a las 11 am. Pero Bustamante estaba
ocupado por unas cosas urgentes y le pidió a su secretaria le dijera a Adán que
esperara unos minutos. A las 11.30 Martín Adán se acercó a la secretaria y le confió:
«Dígale a José Luis que debo irme: a las 12 sirven el almuerzo en el Hospital»
(se refería al Larco Herrera) y desapareció volando.»
El
segundo comentario a la anécdota de Martín Adán la hice yo, y suscitó un
diálogo que registro a continuación:
Julio
Carmona: Lo dicho por Martín Adán “Por fin el Perú ha vuelto a la
normalidad”, ¿No es lo mismo que dijo Borges cuando dieron sus respectivos
cuartelazos Videla y Pinochet?
Y
Roger Santiváñez respondió: Buen dato querido Julio Carmona, no sabía eso,
amigo mío.
Julio
Carmona: Mi querido Roger Santiváñez a los poetas de la derecha se
les respeta sus opiniones sobre poesía (porque toda visión de ella es
respetable venga de donde venga), pero cuando opinan sobre política siempre se
les sale el facho.
Roger
Santiváñez: De acuerdo pero en el caso de Adán su frase es irónica, burlona
y tiene un sesgo crítico, mi estimado.
Julio
Carmona: Así es, estimado poeta. Cuestión de interpretación. Pero de
alguien que nunca se preocupó porque haya continuidad de gobiernos democráticos
pues nunca protestó por las continuas dictaduras castrenses, también se puede
interpretar su ironía como una ‘normalidad aceptada’. ¿Qué crédito de sesgo
crítico queda para darle a alguien que si no protesta contra la esclavitud,
está apoyando a los esclavistas? Respetable el poeta, pero —al menos para mí—
no su sesgo crítico.
Roger
Santiváñez: Esa es tu opinión como bien lo dices, mi querido Julio. No es
la mía: para mí a un poeta lo que debe exigírsele es que escriba bien. Lo demás
es política y no poesía amigo mío. Tú tienes la libertad de criticarlo desde tu
punto de vista político, pero eso no tiene nada que ver con la poesía de Martin
Adán, que es extraordinaria.
Julio
Carmona: Eso mismo que dices tú lo he reiterado en mis comentarios
anteriores. Para nada he criticado negativamente la poesía de MA. He criticado
su opinión política. En otro contexto de análisis crítico literario sí doy mi
opinión respecto de eso que tú llamas ‘extraordinaria poesía’, y que sin
menospreciarla solo trato de ubicarla en su verdadera dimensión clasista.
Roger
Santiváñez: Ok, Julio, tanto tú como yo ya expresamos nuestros puntos de
vista. Te mando un abrazo en poesía
siempre.
Julio
Carmona: Siempre, en poesías...
(sigue)
A
propósito de ese diálogo interesante y fructífero, aunque reiterativo de dos
posiciones discrepantes respecto de lo que las personas consideran qué es
aquello que se denomina «poesía», en singular —como lo hace Roger, cuando dice:
«… un abrazo en poesía siempre», o
como retruco yo, al retornar ese abrazo: «Siempre, en poesías…». A propósito de las anécdotas, recuerdo una escena a
la que asistí, a fines de los años setenta del siglo pasado, y se dio en la
casa de Miguel Gutiérrez, en un momento previo a la sesión del grupo Narración,
en el que yo tenía la condición de colaborador. Alguien —no recuerdo
exactamente quién de los reunidos— planteó el tema de si se podía exonerar a la
poesía de Martín Adán de un análisis clasista, es decir, si se debía determinar
o no su carácter de clase. Recuerdo, sí, que quien opinó en sentido negativo fue
Gregorio Martínez, aduciendo más o menos el mismo criterio de Roger Santiváñez:
que la poesía de MA es extraordinaria y que sus ideas políticas no la
enturbian. El diálogo era alturado. Y aunque otras voces fueron discrepantes de
esa posición, no hubo ninguna exacerbación de los ánimos. Y recuerdo que con
ese mismo criterio de respeto a las opiniones contrarias, aunque sin pretender
inclinar el fiel de la balanza, Miguel Gutiérrez, hizo el siguiente
planteamiento: ‘Lo preocupante es que a fines de los años 30 y hasta mediados
de los 40 [es decir en el lapso de dos acontecimientos cruciales para la
humanidad y que conmovían a los espíritus más nobles de la intelectualidad
mundial: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial] Martín Adán no
hizo ningún pronunciamiento, a pesar de que las noticias reportaban el
derramamiento de sangre de miles de españoles y de millones de europeos,
respectivamente. Y, más bien, prefirió preparar su enjundioso estudio académico
De lo barroco en el Perú.’ Ese fue el
comentario de MG —palabras más, palabras menos. Y, luego, como la hora
avanzaba, y ya estábamos los miembros del grupo y yo, se dio por zanjado el
episodio. Pero obsérvese que MG no cuestionó la posición «apolítica» de MA en
relación con su poesía, sino con un trabajo de prosa reflexiva. Ahora, ya
pasados los años, y después de haber analizado yo, no solo la prosa reflexiva
de MG sino también su prosa narrativa posterior a su novela La violencia del tiempo, ahora puedo
constatar que, en el fondo, MG cuestionaba al MA ciudadano, pero no al poeta.
Por supuesto, no se trata de «condenar» a un poeta por el hecho de que en su
poesía estén ausentes las vicisitudes que acucian a las preocupaciones de la
humanidad. Pero tampoco esa no intrusión en su «libertad creadora» impide o
desautoriza a que se pueda buscar un esclarecimiento a esa abstención. Y,
precisamente, sin descalificar su trabajo poético (excelente, admirable y hasta
extraordinario, si se quiere) uno puede preguntarse, ¿por qué el poeta asumió
esa actitud indiferente ante al sufrimiento de miles y de hasta millones de
seres humanos? Y se puede responder con la misma frase con que el poeta MA
reaccionó cuando le comunicaron que se había producido la destitución del Presidente
Bustamante (amigo suyo) por la acción de un golpe de Estado militar: porque con
esos genocidios el mundo volvió «a la normalidad». Pero, ¿qué es la normalidad?
No solo son los hechos evidentes y catastróficos (que caracterizan al sistema
socio-político imperante). La normalidad también es el statu quo, es decir, la conformidad con el hecho de dejar las cosas
tal como están para que no suceda algo fuera de la «normalidad» (o, mejor
dicho, anormalidad). Y cabe
preguntar: ¿por qué alguien puede estar de acuerdo con la normalidad, con el statu quo? Porque el hecho de no estarlo
puede conducir al riesgo de perder determinados privilegios que lo establecido
le otorga. Y en este punto hay que reconocer que así como no existe una sola
humanidad, tampoco existe una sola realidad social, política, económica y
cultural y poética. Todo depende del color del cristal con que se mira. MA
miraba esa realidad con los lentes de su clase social, aristocrático-burguesa,
o sea que la miraba desde «una posición ligeramente oblicua en relación al
universo» (E.M. Forster, cit. por MG, La
generación del cincuenta, 1988: 82). Y por eso su poesía era el reflejo de
esa parte de la humanidad, y mientras los acontecimientos del mundo no
colisionasen con ella, lo que ocurriera con la otra parte de la humanidad que
mira a esa realidad con anteojos de conciencia diferentes y hasta opuestos e
irreconciliables, lo mantenían sin cuidado. Y a MA le era más apremiante afinar
su técnica poética (la misma que se suele calificar de excelente, admirable y
extraordinaria) para mejor expresar la visión ideológica de su humanidad1 (no de toda la
humanidad). Y en esto yo encuentro una cierta contradicción en quienes asumen
esa calificación hiperbólica de la poesía de MA, pues son conscientes de que
sus desplantes anecdóticos resuman cierto tono ‘irónico, burlón y tienen un
sesgo crítico’—como destaca RS—, porque en su «destino interviene el azar de la
insularidad personal con la necesidad histórica de la declinación de un
determinado orden social» —como asimismo refiere MG, Ibíd.) Es decir, que MA se
siente «ajeno» a la debacle de su mundo, y por eso no es su «fiador» ni su
«notario», pero tampoco es su censor. Y esa posición «neutral» (aunque irónica
y burlona) resulta ser condescendiente y, trágicamente, dulcificada.
Lo
excelente, admirable y extraordinario de esa poesía no exonera a su productor
de ser procesado (dándole a este término el sentido «judicial» que J.C.
Mariátegui le da en su «Proceso de la literatura peruana»), porque la
ignorancia de las leyes o de las exigencias humanas no exime a nadie de
responsabilidad ni le da carta blanca para su incumplimiento.
___________
Nota
1.
Precisamente, en el libro citado, MG dice: «Adán enseña a trabajar la cláusula,
utilizando de manera insólita los signos de puntuación, la enumeración caótica,
la adjetivación profusa pero escogida y formas de relieve como la reiteración
de una misma palabra, de un mismo adjetivo; enseña, asimismo, a registrar las
sensaciones —olores, sabores, excrecencias— y a valerse de imágenes y metáforas
para condensar el paisaje urbano» (p. 89). Pero falta decir ¿a quién le enseña todo
eso? O, mejor, preguntar: ¿quién se declara alumno de todo eso?
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