Raíces Gnoseológicas de la Religión
A. D. Sujov
EN EL CAPÍTULO ANTERIOR hemos analizado las raíces sociales de la religión. Pero las causas que motivaron su existencia tienen otra faceta, la gnoseológica. Las raíces sociales y gnoseológicas de la religión constituyen una unidad. Las segundas no existen independientemente de las primeras, pudiéndose decir que ambas se hallan “entrelazadas”. Ello quiere decir que en determinadas circunstancias y bajo la influencia de ciertos factores sociales, unos u otros de los elementos que integran la conciencia son a veces la fuente de la religión.
Por
consiguiente, las causas que motivan la existencia de la religión tienen un
aspecto no sólo social sino también gnoseológico. En la actividad de la
conciencia humana, bajo la acción de las condiciones materiales de vida, la
realidad se puede ver reflejada erróneamente, de forma tergiversada.
Eso no
significa, naturalmente, que haya dos tipos de pensamiento: el acertado y
lógico y el equivocado o prelógico. Semejante división la mantenía, por
ejemplo, el sociólogo burgués francés L. Lévy-Bruhl, el cual consideraba que la
mentalidad primitiva era mística y prelógica, mientras que la del hombre
civilizado contemporáneo es lógica. Lévy-Bruhl opinaba que entre el pensamiento
del hombre primitivo, de cuyo estudio se ocupa la etnografía, y el del hombre
civilizado existe una diferencia esencial, de carácter cualitativo. Al plantear
su doctrina sobre los dos tipos de pensamiento, escribía refiriéndose al
“pensamiento primitivo”: “Está orientado de forma totalmente distinta. Sus
procesos se desarrollaron siguiendo un camino completamente diferente.”1
En realidad,
no hay ni puede haber dos tipos distintos de pensamiento humano ni dos tipos de
leyes del mismo. La conciencia es una de las propiedades de la materia en
movimiento. Al ser secundaria con respecto a la materia, tiene que reflejar la
realidad que existe objetivamente. La conciencia humana está llamada a
proporcionar datos veraces acerca del mundo que nos rodea, a conocer las leyes
del mundo objetivo, con el fin de que el individuo pueda después utilizar estos
conocimientos en beneficio de sus intereses prácticos. ¿Qué otro papel, más que
de carácter negativo, podría haber jugado en la vida del hombre el llamado
pensamiento prelógico? Sólo habría servido para desorientarle en su actividad
práctica, para desarmarle en su vida práctica. No hubo ni pudo haber jamás
hombres con semejante forma de pensar. Lévy-Bruhl considera que el aspecto
prelógico del pensamiento determina enteramente el carácter místico de las
ideas y los conceptos de la sociedad primitiva. En páginas sucesivas
mostraremos lo lejos que semejante punto de vista se halla de la realidad.
Lo
material constituye la base de lo ideal, es lo primario con respecto a lo
ideal; sería, pues, equivocado oponer de forma incondicional y exagerada lo
ideal a lo material. Si se opone absolutamente la conciencia a la existencia,
entonces -dice Engels- “hay que asombrarse por fuerza de que conciencia y
naturaleza, pensamiento y ser, leyes del pensamiento y leyes de la naturaleza
coincidan hasta tal punto”.2 El pensamiento se subordina a las
mismas leyes generales que la propia realidad objetiva. La originalidad del
pensamiento con respecto a ella consiste en que la refleja. Por eso, el
pensamiento se rige no sólo por leyes comunes a la realidad objetiva, sino por
otras propias, específicas, en virtud de las cuales la realidad se refleja en
la conciencia. Las leyes del pensamiento son las leyes que reflejan la realidad
objetiva en la conciencia del hombre.
La
deformación de la realidad objetiva por parte de la religión no explica la
existencia de un pensamiento prelógico especial, con su particularidad
específica de reflejar equivocadamente la realidad objetiva, sino que la
actividad mental se realiza en determinadas condiciones.
Las
condiciones de la vida material determinan el carácter de su reflejo. Podrán
hacer que éste sea deformado, pero nunca pueden dar lugar a la creación de un
tipo especial de pensamiento, cuya naturaleza no permita reflejar adecuadamente
la realidad. No conducen a la creación de “diferentes estructuras mentales”,3
llamadas a reflejar la realidad en sentidos diametralmente opuestos.
La
religión es un producto de la actividad del pensamiento, pero no lo es de la
actividad de cierto “tipo de pensamiento” especial o de una “estructura mental”
sui géneris, con unas leyes especiales que reflejan la realidad de una forma
inadecuada. Las raíces gnoseológicas de la religión tienen por base el
conocimiento humano, vivo, poderoso y omnipotente, que se realiza según leyes
determinadas.
No se
puede decir que a lo largo del proceso de desarrollo histórico el pensamiento
no haya sufrido ningún cambio. Pero no ha habido diferentes tipos de
pensamiento, a pesar de que en el desarrollo de la actividad laboral y de la
práctica el pensamiento no ha permanecido en el mismo lugar, habiéndose
transformado. “Como el propio proceso discursivo dimana de determinadas
condiciones -escribía Marx a L. Kugelmann el 11 de julio de 1868-, como es un
proceso natural, el pensamiento que concibe realmente puede ser sólo uni,
distinguiéndose únicamente en cuanto a su grado, en cuanto a la madurez de su
desarrollo y, consiguientemente, en cuanto al grado de desarrollo del propio
órgano pensante. Todo lo demás es puro devaneo.”4
Tampoco
admitía diferentes tipos de pensamiento el gran naturalista y pensador ruso I.
M. Séchenov, como lo reflejan las siguientes palabras suyas: “Los rasgos
fundamentales de la actividad mental del hombre y su capacidad de sentir,
permanecen invariables en las diferentes épocas de su existencia histórica,
siendo independientes a la vez de la raza, la situación geográfica y el grado
de cultura.”5
La
doctrina que enfrenta el pensamiento del hombre primitivo al del contemporáneo,
es decir, la que proclama dos tipos de pensamiento, conduce indefectiblemente a
conclusiones racistas en cuanto a la inferioridad mental de los pueblos
atrasados en su desarrollo histórico.
La
solución del problema nacional en la U.R.S.S., como resultado de los cual
grupos étnicos que anteriormente se hallaban muy retrasados pudieron superar en
corto plazo su atraso económico y cultural, rebate por completo la “doctrina”
de la existencia de diferentes tipos de pensamiento.
El hecho
de que el hombre primitivo fuera capaz de construir instrumentos de trabajo
pone de manifiesto que poseía una mente lógica, aunque el grado de desarrollo
de su pensamiento no fuera muy elevado. Desde los primeros momentos la
actividad mental se manifestó como un pensamiento lógico, que reflejaba la
realidad. “Suponer -escribe tan relevante investigador de la cultura primitiva
como lo es el etnógrafo inglés E. Taylor- que las leyes de desarrollo
intelectual fueron distintas en Australia e Inglaterra, para los hombres de las
cavernas y para los constructores de edificios de acero y concreto no tiene en
absoluto mayor fundamento que considerar que las leyes de las combinaciones
químicas fueron diferentes durante el periodo de formación de la hulla y en
nuestro tiempo.”6
La
religión es el resultado del pensamiento lógico y no de la actividad mental
prelógica, ya que nunca ha existido semejante forma de pensar. El pensamiento
lógico de la sociedad capitalista contemporánea no sólo acepta la religión,
sino que vuelve a crearla en las formas más refinadas. Por consiguiente, el
supuesto carácter prelógico de la actividad no guarda relación alguna con la
creación de representaciones, ideas y conceptos religiosos. Al contrario, la
creación de la religión presupone precisamente la labor del pensamiento lógico,
de su actividad, su facultad de operar con conceptos abstractos y la participación
de la imaginación y las emociones, cuya función está íntimamente ligada a dicha
forma de pensar.
Por
consiguiente, es la actividad del pensamiento lógico, y no del prelógico, lo
que da lugar a la religión.
Es más,
la aparición de la religión presupone un grado relativamente elevado de la
mente humana, de su actividad, de su facultad de abstracción, del desarrollo de
la imaginación, etcétera.
Más
adelante nos detendremos en las funciones que realizan diferentes facetas del
pensamiento humano, que en su conjunto y bajo determinadas condiciones dan
lugar, en última instancia, a la religión.
1. La actividad de la conciencia y la religión
Un rasgo específico de la conciencia humana lo
constituye su actividad, la cual se halla condicionada por el carácter activo
de la influencia material que el individuo ejerce sobre la realidad
circundante. La actividad de la conciencia se manifiesta en el carácter
perfectamente orientado y consciente del reflejo de la realidad y en la
elaboración por la mente humana del material sensorial que percibe de la
realidad circundante a través de los sentidos.
El
reconocimiento de los ideales como algo que existe y se desarrolla
independientemente y a pesar del hombre y de la humanidad, es el idealismo
objetivo. El materialismo dialéctico, en total acuerdo con las ciencias
naturales, ha demostrado que lo ideal es producto de la materia altamente
organizada, el cerebro humano. Al refutar el idealismo, el marxismo rebate
también el materialismo vulgar, que constituye una deformada reacción en contra
suya. Si el idealismo transforma lo ideal en algo que no depende de lo material
y precede al fundamento material de la realidad, el materialismo vulgar reduce
lo ideal a lo material, los identifica y no ve el carácter específico de lo
ideal.
Lenin, al
criticar los errores materialistas vulgares del materialista alemán J.
Dietzgen, escribía: “Que el pensamiento y la materia son «reales», es decir,
existen, es verdad. Pero llamar material al pensamiento significa dar un paso
equivocado hacia la confusión del materialismo y el idealismo”.7 La
conciencia no sólo no es la existencia, sino que ni siquiera es un simple
espejo suyo, que la refleja de forma pasiva. Como señala Marx “lo ideal no es,
por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del
hombre”.8
La
actividad de la conciencia permite al hombre explicar acertadamente el mundo
que le rodea y prever los procedimientos para transformarlo.
Pero
gracias al carácter activo de la conciencia humana, el pensamiento puede
separarse de la realidad, separación que, en determinadas condiciones sociales,
puede constituir la fuente gnoseológica de la religión.
El
reflejo de la realidad comienza con la contemplación activa (fase sensorial de
la cognición), cuyas formas son las sensaciones, las percepciones y las
representaciones. La contemplación activa pone al hombre en contacto directo
con la realidad. Pero el proceso de reflexión de ésta no se reduce a la
contemplación activa: a partir de ella continúa desarrollándose hacia el
pensamiento abstracto (fase racional de la cognición). En el proceso
cognoscitivo se produce un salto.
En la
fase sensorial de la cognición es donde se efectúa el reflejo de los objetos y
fenómenos singulares de la realidad. Pero lo general se refleja tan solo en la
medida en que es propio de tales objetos y fenómenos individuales. En la fase
racional se separa lo general de lo singular, se pone de relieve lo que tienen
de general esos objetos y fenómenos individuales. Si la contemplación directa
descubre los fenómenos, el pensamiento abstracto pone al desnudo la esencia de
los objetos y fenómenos de la realidad.
Pero las
fases sensorial y racional del conocimiento no pueden considerarse como
independientes y aisladas una de otra. El proceso cognoscitivo constituye la
unidad de la contemplación directa y el pensamiento abstracto.
La
actividad del proceso cognoscitivo se pone de manifiesto en la fase de la
contemplación directa. La realidad se refleja ya activamente en las
sensaciones, lo que se revela en que no se traduce en un proceso de la
contemplación pasiva, sino en el de influencia activa sobre el mundo, sobre la
práctica. El proceso de percepción de la realidad solamente puede ser
comprendido acertadamente si se parte de la unidad entre las fases sensorial y
racional de la cognición, de la unidad entre la contemplación y el pensamiento,
cuya base fisiológica la constituye la unidad, descubierta por I. P. Pávlov,
entre el primero y segundo sistema de señales de la realidad. El primer sistema
de señales corre a cargo de la actividad nerviosa superior, tanto del hombre
como de los animales. En este caso las señales parten directamente de la
realidad, en forma de sonidos, olores, etc. El segundo sistema de señales de la
realidad se halla ligado únicamente a la psique del hombre: en este caso la
palabra es la que sirve de señal. Si la contemplación viva está ligada al primer
sistema de señales, el pensamiento abstracto lo está al segundo, el cual
desempeña el papel rector en la interacción de ambos sistemas. El segundo
sistema de señales, propio tan solo del hombre, es el elemento principal de
toda su actividad nerviosa superior. La base fisiológica de su unidad entre las
dos fases de conocimiento de la realidad la constituye también la actividad de
los analizadores (órganos de los sentidos), los cuales, como indicó Pávlov, son
complejos mecanismos nerviosos, que comienzan en el aparato receptor externo y
terminan en el cerebro.9
El
proceso de toma de conciencia de la realidad comienza por la fase sensorial,
que es la que refleja directamente la realidad. La religión tampoco surge “de
la nada”: aunque constituye una toma de conciencia tergiversada de la realidad,
parte, sin embargo, del material sensitivo obtenido por el hombre de la
percepción de la misma; material que luego sufre una deformación a lo largo de
la actividad ulterior de la conciencia humana.
Algunos
pensadores de la Antigüedad señalaban ya que los dioses de las distintas
religiones se asemejaban a los representantes de los pueblos que los adoraban.
El griego Jenofonte decía que los etíopes consideraban a sus dioses chatos y
negros, mientras que para los tracios eran ojizarcos y pelirrojos. En los cuadernos
filosóficos cita Lenin el siguiente razonamiento de Jenofonte: “Si los
toros y los leones tuvieran manos que les permitieran crear, como los hombres,
obras de arte, también se habrían dedicado a representar a los dioses y darles
a sus cuerpos las mismas formas que poseen ellos.”10 Acerca de este
pensamiento de Jenofonte observa Lenin: “Dioses a imagen del hombre.”
Semejantes
demostraciones del origen terrenal de la religión podemos encontrarlas también
en los materialistas de la Edad Moderna. R. Engersoll escribía, refiriéndose a
esta cuestión: “Los negros se figuran a su dios con la piel negra y el pelo
rizado; para los mongoles es de color amarillento y sus ojos oscuros y
ovalados. Si a los hebreos les estuviera permitido representar a Dios, veríamos
a Jahvé con una espesa barba, faz ovalada y nariz aguileña. Zeus era un
verdadero griego y Júpiter tenía el aspecto de un senador romano.”11
Los
diferentes conceptos, y opiniones surgen sobre la base del material sensorial
que se ha ido acumulando en el proceso de la contemplación directa. Pero
después de haber surgido influyen en él en el sentido contrario.
Por eso,
la propia percepción de la realidad puede ser errónea. Las personas que
dependen en su actividad práctica de las fuerzas de la naturaleza y la sociedad
y son impotentes ante ellas, al ver que les aplastan, perciben muy deformada la
realidad. Veamos un ejemplo: “Cuando el mago, deseoso de deshacerse de un
enemigo, le amenaza con transformarse en tigre y despedazar a todos los
miembros de su tribu, sólo empieza a rugir cuando se halla a cierta distancia
de sus vecinos, aunque lo suficientemente cerca para que estos puedan oír su
falso rugido. «Mirad -vociferan éstos- como empieza a cubrirse de manchas su
cuerpo». «¡Ved cómo le crecen las uñas!» -exclaman aterrorizadas las mujeres,
aunque ni siquiera pueden ver al tramposo, que se ha ocultado en su cabaña: el
miedo hace aparecer ante su confusa mirada fenómenos que no existen en la
realidad.”12
Las ideas
religiosas influyen de manera activa en la percepción de la realidad,
dificultando seriamente su interpretación acertada. El creyente ve el mundo de
un modo especial, tratando de hallar por doquier confirmación a su concepción
religiosa. Sobre esta base surgen también las visiones de los llamados
bienaventurados, de los santos, etc., a excepción de aquellas “visiones” fruto
de engaños conscientes. Las visiones estaban muy difundidas entre los pueblos
atrasados, que se hallaban en el estadio de la sociedad primitiva, cosa que
señalan numerosos etnógrafos. He aquí, por ejemplo, lo que cuenta el etnógrafo
soviético L. I. Shternberg: “¿Es que no ves -decía una vez al autor de estas
líneas un guiliak,13 señalando a la luna llena-, pero es que no ves
en ella a un guiliak, con el rostro cubierto de canosa barba?” … “Otro guiliak
que estaba presente me señaló a una muchacha que se dirigía con unos cubos a
sacar agua del pozo. Y los dos se extrañaron de que yo, a pesar de esforzarme,
no lograra ver nada… De igual forma, durante el crepúsculo o durante la aurora
boreal, ven los chukchis a un miembro de su tribu, cubierto de resplandecientes
vestidos y conduciendo un enorme rebaño de dorados renos, a quien consideraban
el dueño del sol…”14 En la Europa medieval, durante el desenfrenado
periodo de los procesos de brujería, no sólo los jueces sino con frecuencia los
propios acusados estaban convencidos de que al hombre le era posible entrar en
contacto con el “demonio”.
Por
consiguiente, la percepción equivocada de la realidad constituye una de las
premisas gnoseológicas de su reflejo equivocado en la conciencia. Por su parte,
la toma de conciencia equivocada ayuda a la percepción errónea.
Una
manifestación de la actividad de la mente humana es la imaginación (fantasía).
Sobre la base de las percepciones precedentes y de las imágenes e ideas creadas
con anterioridad, surgen nuevas imágenes e ideas. Al apreciar el papel de la
imaginación en el proceso cognoscitivo, Lenin señalaba que “también en la
generalización más simple, en la idea general más elemental… existe cierto
fragmento de fantasía”.15 La fantasía es una propiedad inalienable
de la mente humana.
La
imaginación ayuda al hombre a prever el futuro, a anticipar mentalmente los
resultados de su actividad práctica, a plantearse determinados objetivos y
tratar de realizarlos. Como señalaba Marx, el peor maestro de obras aventaja a
la mejor abeja en que prevé con antelación en su cerebro los resultados de su
trabajo.16 Para transformar en la práctica la realidad hay que hacerlo en la
conciencia. Esa función de transformar mentalmente la realidad corre a cargo,
precisamente, de la imaginación.
Pero la
imaginación se puede poner de manifiesto en otro sentido. Con su ayuda, la
conciencia no sólo puede adelantarse a la realidad, sino desviarse de ella. El
pensamiento puede deformarla de forma fantástica y tergiversarla. En la
realidad existen, por ejemplo, hombres y toros, leones y águilas. Sin embargo,
gracias a la imaginación puede surgir la idea del minotauro, monstruo con
cuerpo de hombre y cabeza de toro, y de los grifos, animales fabulosos con
cuerpo de león y cabeza y alas de águila. La imaginación es capaz de separar la
propia actividad mental del hombre de su base material, haciéndola aparecer
como inteligencia divina.
Gracias a
la imaginación, lo subjetivo puede entrar en conflicto con lo objetivo. En este
caso, lo ideal se manifiesta como algo material, trasplantado a la cabeza
humana y deformado por ella.
Si en un
caso la imaginación es un estímulo de la actividad práctica, capaz de mover al
hombre a transformar prácticamente la realidad en beneficio propio, en el otro,
por el contrario, le distrae de la lucha por superar en la práctica a la
realidad, alejándole de ella, condenándole a una huera fantasía y presentando
la realidad distinta de como es en efecto. “En enfoque por parte de la
inteligencia (del hombre) de una cosa aislada, la obtención de un molde
(concepto) de ella no constituye un acto simple, directo, un reflejo
muerto, sino un acto complejo, bilateral y zigzagueante, que implica la
posibilidad de que la fantasía se despegue de la vida; más aún: hace posible la
transformación (imperceptible para el hombre, y de la cual no se da éste
cuenta) del concepto abstracto, de la idea en fantasía (in letzter
Instanz* = Dios).”17
Semejante
alejamiento de la vida por parte de la fantasía, que conduce a la religión, es
tan sólo posible en determinada situación social. Únicamente se manifiesta en
una situación de impotencia del hombre ante la realidad, cuando éste se ve
asfixiado por las fuerzas externas que se le oponen. Precisamente en semejantes
condiciones se le ofrece al hombre un amplio campo a la deformación fantástica
de la realidad. La separación entre la fantasía y la vida se convierte en
fuente gnoseológica de las imágenes, concepciones e ideas religiosas.
Sin
embargo, no se puede considerar que en determinadas circunstancias el reflejo
de la realidad se limite a deformarla. Carecen de consistencia las afirmaciones
de L. Lévy-Bruhl, quien, partiendo de su teoría sobre el pensamiento prelógico,
consideraba la mentalidad del hombre primitivo íntegramente mística. Hay que
reconocer que las ideas religiosas desempeñaban un gran papel en la vida de la
sociedad primitiva, pero el pensamiento del hombre primitivo no se limitaba a
crear imágenes y conceptos religiosos. Toda su vida se basaba en concepciones
acertadas de la realidad. Sus ideas acerca del descubrimiento y
perfeccionamiento de los instrumentos de trabajo y del mejoramiento de las
condiciones de vida, eran totalmente racionales. El hombre primitivo explicaba
de un modo completamente acertado una serie de fenómenos de la naturaleza.
Poseía grandes conocimientos acerca de los animales que cazaba o que criaba,
así como de las plantas que recogía o cultivaba. Estos conocimientos acerca de
los animales y las plantas le permitían elegir para su reproducción los mejores
ejemplares, realizando con ello un proceso al que Darwin denominó selección
inconsciente. El pensamiento del hombre primitivo deformaba en cierta medida el
mundo que le rodeaba, pero su actividad mental no se limitó nunca en su
conquista a semejante deformación.
“El
conocimiento -escribía Lenin- puede ser útil biológicamente, útil en la
práctica del hombre, en la conservación de la vida y en la conservación de la
especie sólo si refleja una verdad objetiva, independiente del hombre.”18
Si el
pensamiento del hombre primitivo hubiera sido totalmente místico, éste no
habría sido capaz de desarrollar sus fuerzas productivas y nunca hubiera salido
del primitivismo. Por consiguiente, si partiésemos de la doctrina de Lévy-Bruhl
tendríamos que llegar a la conclusión de que el hombre primitivo se halla
separado por una muralla infranqueable del “civilizado”.
El hombre
con un tipo de actividad mental como la que le atribuye Lévy-Bruhl no habría
sido capaz ni siquiera de orientarse en el ambiente que le rodeaba, es decir,
que no habría podido existir biológicamente. En sus trabajos, el propio Lévy-Bruhl
muestra, en contra de su concepción fundamental, que en toda una serie de casos
el pensamiento del hombre primitivo reflejaba acertadamente la realidad
circundante.
De hecho,
el hombre jamás dependió íntegramente de la realidad circundante, y no se
sintió completamente impotente ante dicha realidad ni totalmente aplastado por
ella. En cualquiera de los periodos históricos se daba cuenta en cierta medida
de las leyes de la naturaleza y la sociedad, y las utilizaba en beneficio
propio. Por eso, la deformación fantástica de la naturaleza siempre se
manifestó en él dentro de una esfera delimitada. A lo largo de la historia, el
hombre ha ido dominando más y más las leyes de la realidad, imperando con más
fuerza sobre ellas y poniéndolas cada vez más a su servicio.
Y
paralelamente al desarrollo de este proceso histórico, se ha ido reduciendo la
esfera de la deformación fantástica de la realidad. En la formación comunista,
el hombre domina no sólo las leyes de la naturaleza, sino también las de la
vida social, conociéndolas y utilizándolas en su beneficio. Se superan las
condiciones lugares que dan lugar a que las personas se sientan dominadas por
las fuerzas de la realidad circundante y, junto con ello, desaparece la
posibilidad de su reflejo fantástico, en forma de religión.
La
actividad de la conciencia depende también de la percepción emotiva de la
realidad. Al reflejar la actitud del hombre hacia los objetos y los fenómenos,
las emociones constituyen un proceso de vivencia por parte suya de sus
relaciones con el ambiente que le rodea. Y como este ambiente lo constituye, en
cuanto al hombre se refiere, el medio social, las emociones humanas son un
producto de la historia de la sociedad. Las emociones constituyen un estímulo
en la actividad humana. En Ludwig Feuerbach escribía Engels que “no se
puede en modo alguno evitar que todo cuanto mueve al hombre tenga que pasar
necesariamente por la cabeza; hasta el comer y el beber, procesos que comienzan
con la sensación de hambre y sed y terminan con la sensación de satisfacción,
reflejadas todas ellas en el cerebro. Las impresiones que el mundo exterior
produce sobre el hombre se expresan en su cabeza, se reflejan en ella bajo la
forma de sentimientos, de pensamientos, de impulsos, de actos de voluntad: en
una palabra, de «corrientes ideales», convirtiéndose en «factores ideales» bajo
esta forma”19 “En la historia de la sociedad -dice más adelante-,
los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la
reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines.”20
Las
sensaciones emotivas de los individuos, que surgen sobre la base de la
actividad material, de la práctica, se convierten a su vez, en cierto grado, en
estímulos y móvil de la actividad práctica.
El papel
de las emociones en la actividad práctica determina también su papel en el
proceso cognoscitivo, ya que se transforman en un estímulo, un impulso y un
móvil suyo, que sirve a la práctica, aunque no se limitan a eso, pues su misión
consiste también en acompañar todo el proceso de reflexión de la realidad en la
cabeza humana. La cognición siempre se halla envuelta en emociones, ya que la
efectúa el hombre, que vive de una forma determinada en interrelación con el
medio que ha de reflejar en su conciencia. Las emociones orientan en un sentido
determinado el proceso cognoscitivo, influyendo en la labor imaginativa en
calidad de estímulo.
Las
emociones no sólo son importantes en el proceso cognoscitivo, en la creación de
tales o cuales representaciones, conceptos e ideas, sino que constituyen
también una de las condiciones para conservarlos.
Por
consiguiente, las emociones son el concomitante obligatorio de la actividad
práctica y del proceso cognoscitivo que la acompaña.
Pero en
determinadas condiciones de la realidad social, las emociones pueden facilitar
la deformación fantástica de dicha realidad, lo que en fin de cuentas puede
conducir a la religión. De todas las emociones, la que desempeña mayor papel en
este sentido es el temor. El temor es una de las premisas más importantes que
determinan la aparición y existencia de la religión. En este sentido, son de
gran interés los datos que ofrece el explorador polar y etnógrafo danés Knud
Rasmussen. Debido a su origen medio esquimal y a que dominaba su idioma, gozaba
de extraordinaria confianza entre ellos. En una conversación que mantuvo con el
chamán Aua, le dijo éste: “¡Tenemos miedo! Tememos al mal tiempo, con el
que hemos de luchar para arrancarles nuestros alimentos a la tierra y al mar.
Tememos a las privaciones y al hambre en nuestras frías chozas de nieve.
Tememos a las enfermedades, que vemos diariamente junto a nosotros. No es la
muerte lo que tememos, sino los sufrimientos. Sentimos miedo de las personas
muertas y de los espíritus de las fieras que matamos en nuestras cacerías.
Tememos a los espíritus de la tierra y el aire… Sentimos miedo de lo que vemos
a nuestro alrededor y de lo que nos cuentan las tradiciones y las leyendas.”21
El papel
del temor en el proceso de la creación de las religiones primitivas lo ilustra
muy bien uno de los informes presentados en el siglo XVIII por los misioneros
de las Islas de la Sociedad (Polinesia) en el cual podemos leer: “… Ni siquiera
al más celoso ministro de cualquier divinidad se le podía ocurrir que el objeto
de su adoración y sumisión pudiera darle pruebas de cariño y benevolencia;
incluso a él mismo, con todo su celo y devoción, le era ajeno todo sentimiento
que pudiera pasar por cariño. El terror era la causa secreta del enorme poderío
de los dioses. El terror era el motivo principal, y a veces único, que
determinaba los actos de los ministros más tenaces de aquellos dioses.”22
Debido al
nivel tan bajo de las fuerzas productivas, el hombre de la comunidad primitiva
experimentaba con frecuencia la sensación de su impotencia en la lucha con la
naturaleza. El terror ante las temibles fuerzas de la naturaleza era lo que
daba lugar a las ideas de seres sobrenaturales y omnipotentes. En este sentido
hay que comprender la conocida frase que cita Lenin: “El temor creó a los
dioses.”23
En el
temor se basa no solamente la religión del régimen de la comunidad primitiva,
sino también las de todas las demás formaciones sociales, incluso las llamadas
grandes religiones mundiales. “La explicación del origen de la religión a
partir del temor -escribe L. Feuerbach- la confirma el hecho de que incluso los
cristianos, que, por lo menos en teoría, atribuyen a la religión origen y
carácter totalmente suprasensible y divino, se predisponen hacia ella
fundamentalmente en aquellos casos y aquellos momentos de la vida en que en el
individuo se despierta el «miedo».”24 El miedo no sólo da origen a
la religión, sino que la conserva, constituyendo en todo momento un sostén
suyo.
En la
sociedad antagónica clasista, el temor no se basa exclusivamente en la opresión
que experimenta el hombre bajo el peso de las fuerzas de la naturaleza, sino
también a consecuencia de las fuerzas sociales. Tanto las segundas como las
primeras se enfrentan al individuo como fuerzas exteriores a él, que le
dominan.
En la
sociedad capitalista actual, el temor continúa siendo una de las fuentes
emotivas de la religión. Dentro del marco del capitalismo, las leyes de
desarrollo de la sociedad no pueden ser utilizadas conscientemente en beneficio
suyo. El temor es la manifestación del sentimiento de dependencia ante las
fuerzas de la sociedad capitalista, cuya acción no pueden prever las amplias
masas.
Entre las
clases dominantes de la sociedad capitalista, es también el temor quien mantiene
la religión. Es el miedo a la posible ruina en las condiciones de la
encarnizada competencia capitalista y el miedo a la crisis, cada vez mayor y
más profunda, de la sociedad capitalista.
Es sabido
que durante la guerra se observó en la Unión Soviética un recrudecimiento de
actividad religiosa, lo cual estaba ligado al temor de algunos ciudadanos, los
menos estables, ante la posibilidad de la ocupación alemana y de perder su
hogar, sus familiares, etcétera.
Aparte
del miedo, el papel de otras emociones es menos trascendental para la religión.
En particular, la alegría, etc., intervienen en su creación y conservación
fundamentalmente en relación con el temor. El hombre, al sentirse oprimido por
la realidad que le rodea, se alegra de que las fuerzas externas, a las cuales
teme, no le hayan aplastado ni castigado. En contra de las doctrinas teológicas
contemporáneas, que tratan de hacer creer que la base de la religión es el amor
a Dios, los hechos evidencian de modo irrefutable que de todas las emociones el
temor es el factor principal que mantiene la concepción religiosa.
Por
consiguiente, las emociones influyen en el proceso cognoscitivo. Pero también
las ideas y las opiniones, que surgen como resultado de la toma de conciencia
de la realidad, condicionan el estado emocional del individuo, su actitud hacia
dicha realidad y las sensaciones que ésta le produce. Bajo la influencia de las
diferentes ideas y opiniones, de tal o cual concepción del mundo, los objetos y
fenómenos de la realidad dan lugar en el hombre a diferentes estados
emocionales.
La
concepción religiosa del mundo, originada por el temor y la fragilidad que el
hombre experimenta ante las fuerzas de la realidad, que se le oponen, al
semblar la realidad que le rodea de fuerza sobrenaturales, amenazadoras y
potente, intensifican aún más el miedo que ésta le inspira.
____________
(2) F. Engels, Anti-Dühring, Editorial Grijalbo, S. A., México, 1968, pág. 22.
(3) L. Lévy-Bruhl, La mentalidad primitiva.
(4) C. Marx y F. Engels, Obras escogidas.
(5) I. M. Séchenov, Obras escogidas.
(6) E. Taylor, La cultura primitiva.
(7) V. I. Lenin, Obras.
(8) C. Marx, El Capital.
(9) I. P. Pávlov, Obras completas.
(10) V. I. Lenin, Obras.
(11) Cita tomada del libro Anuario del Museo de historia de la religión y del ateísmo.
(12) E. Taylor, La cultura primitiva.
(13) Los guiliaki (nivji) son un grupo étnico, que vive en la desembocadura del río Amur y en la isla de Sajalín. Los órochi constituyen un reducido grupo étnico que habita la parte meridional de la región de Jabárovsk, en la R.S.F.S.R.
(14) L. Y. Shternberg, La religión primitiva a la luz de la etnografía.
(15) V. I. Lenin, Obras.
(16) C. Marx, El Capital.
(*) En última instancia.
(17) V. I. Lenin, Obras.
(18) V. I. Lenin, Obras.
(19) C. Marx, Obras escogidas.
(20) Ibídem, pág. 364.
(21) K. Rasmussen, El gran camino de trineos.
(22) Cita tomada del libro: L. Lévy-Bruhl, Lo sobrenatural en la mentalidad primitiva.
(23) V. I. Lenin, Obras.
(24) L. Feuerbach, Obras filosóficas escogidas.
Rasgos Generales de la Ciencia
M. B. Kedrov
A. Spirkin
EL CONCEPTO DE CIENCIA SE APLICA tanto para denominar el proceso de elaboración de los conocimientos científicos como todo el sistema de conocimientos, comprobados por la práctica, que constituyen una verdad objetiva, y también para señalar distintas esferas de conocimientos científicos, diferentes ciencias. La ciencia moderna es un conjunto extraordinariamente subdividido de ramas científicas diversas.
Con ayuda
de la ciencia, la humanidad ejerce su dominio sobre las fuerzas de la
naturaleza, desarrolla la producción de bienes materiales y transforma las
relaciones sociales. La ciencia coadyuva a la elaboración del concepto
materialista dialéctico del mundo, libera al hombre de prejuicios y
supersticiones y perfecciona sus facultades mentales y convicciones morales.
El
vocablo “ciencia” equivale literalmente a conocimiento. Los conocimientos
significan la posesión de datos confirmados acerca de los fenómenos materiales
y espirituales y su acertada reflexión en la conciencia humana. El saber es
contrario a la ignorancia, es decir, a la falta de una información comprobada
acerca de algo. La cognición, como señala Lenin, y por consiguiente el saber,
es el proceso de sumersión de la inteligencia en la realidad, con el fin de
subordinarla al poder del hombre. Nuestra razón se mueve del desconocimiento al
saber, del conocimiento superficial al conocimiento profundo y multilateral.
Los conocimientos pueden ser de diferentes clases: cotidianos, precientíficos y
científicos, empíricos y teóricos.
Los
conocimientos elementales son propios de los animales, que poseen una
información cierta sobre determinadas propiedades de las cosas y sobre sus
relaciones más simples, lo cual constituye la condición necesaria para que se
orienten adecuadamente en el mundo que les rodea. Conocimientos elementales y
cotidianos los poseen los niños en su tierna infancia. Cada individuo adquiere
en el transcurso de su vida numerosos datos empíricos sobre el mundo exterior y
sobre sí mismo. Los hombres primitivos poseían ya no pocos conocimientos en forma
de datos útiles, costumbres, experiencias empíricas, recetas de fabricación,
etc., que se transmitían de generación en generación; sabían hacer muchas
cosas, y su habilidad estaba basada en los conocimientos que poseían. Los
conocimientos tanto cotidianos como precientíficos y científicos se apoyan en
la práctica. Todas las clases de conocimientos son el reflejo de las cosas.
Pero, sin embargo, los conocimientos científicos se diferencian notablemente de
los cotidianos y precientíficos. Los conocimientos cotidianos, empíricos, se
limitan, por regla general, a la constancia de los hechos y a su descripción.
Por ejemplo, los marinos sabían perfectamente cómo usar las palancas, y los
mismo les sucedía a los comerciantes con las balanzas, mucho antes de que Arquímedes
descubriera la ley de la palanca. Pero esta ley hizo posible el invento de
nuevos mecanismos, lo a ningún práctico le hubiera venido a la imaginación. Los
conocimientos científicos presuponen no sólo la constancia y descripción de los
hechos, sin su explicación e interpretación dentro del conjunto del sistema
general de conceptos de determinada ciencia. El conocimiento cotidiano se
limita a hacer constar, y eso sólo superficialmente, cómo se desarrolla
tal o cual acontecimiento. El conocimiento científico, en cambio, no responde
únicamente a la pregunta de cómo, sino también de por qué se realiza
precisamente de ese modo. La esencia del conocimiento científico consiste en la
auténtica generalización de los hechos, en que tras lo casual descubre lo necesario,
lo que se halla respaldado por leyes; tras lo singular, lo general,
y sobre esta base se lleva a cabo la previsión de diferentes fenómenos,
objetos y acontecimientos; “… la coronación de la labor científica es la
predicción, que nos descubre los horizontes de los fenómenos o acontecimientos
históricos futuros, es el signo revelador de que el pensamiento científico supedita
las fuerzas de la naturaleza y las que mueven la vida social a la realización
de las tareas que la humanidad se plantea”.1 Todo el progreso del
conocimiento científico está relacionado con el crecimiento de las fuerzas y
del horizonte de la predicción científica. Por su parte, la predicción permite controlar
y dirigir los procesos. El conocimiento científico ofrece la perspectiva no
sólo de prever el futuro, sino de formarlo conscientemente. El sentido vital de
cualquier ciencia puede caracterizarse de la siguiente forma: saber para
prever, prever para actuar.
Un rasgo esencial de la cognición
científica es su sistema, es decir, la agrupación de los conocimientos,
ordenada según determinados principios teóricos. Un conjunto de conocimientos
dispersos, que no se hallen unidos según un sistema que guarde conexión, no
llegará a constituir una ciencia. El fundamento de los conocimientos
científicos radica en una serie de premisas iniciales, en unas leyes
determinadas que permiten agrupar los correspondientes conocimientos en un
sistema único. Los conocimientos se transforman en científicos cuando la
acumulación de hechos, realizada de acuerdo con una orientación determinada, y
su descripción alcanzan tal nivel, que pueden ser incluidos en un sistema de
conceptos y formar parte de una teoría. Ya en la Antigüedad, la filosofía y la
lógica alcanzaron carácter científico. Los pueblos remotos habían logrado
acumular no pocos conocimientos sobre las relaciones cuantitativas de las
cosas. Basándose en ellos construyeron grandes obras: palacios, pirámides, etc.
Pero estos conocimientos matemáticos elementales no tuvieron durante largo
tiempo más que un carácter precientífico: no habían llegado a formar un sistema
conexionado sobre la base de principios y leyes generales. Fue en los trabajos
de Euclides donde los conocimientos matemáticos comenzaron a adquirir por vez
primera una forma científica. Euclides les dio carácter sistemático y
demostrativo. Prácticamente, la química es tan antigua como la humanidad. Pero los
datos elementales de carácter práctico acerca de los procesos químicos aún no
constituían una ciencia. Solamente en el siglo XVII, a partir de los trabajos
de Boyle, la química comenzó a transformarse en ciencia.
Cada ciencia tiene su etapa de
formación. Pero el criterio que rige la creación de cualquier ciencia es común:
determinar la materia a investigar, elaborar los conceptos correspondientes a
la materia en cuestión, establecer la ley fundamental inherente a dicha materia
y descubrir el principio o crear las teorías que permitan explicar gran número
de casos. Por ejemplo, la mecánica constituyó una ciencia cuando se
establecieron las leyes de la inercia y de la conservación de la cantidad de
movimiento y se elaboraron los correspondientes conceptos (Galileo, Descartes,
Newton). La creación de la economía política se remonta a los fisiócratas. Adam
Smith, David Ricardo y otros descubrieron las primeras leyes económicas, pero
sólo Marx transformó la economía política en verdadera ciencia. Los conocimientos
sociológicos se convirtieron en ciencia cuando Marx y Engels descubrieron las
fuerzas motrices del proceso histórico y las leyes objetivas de desarrollo de
la sociedad, que hicieron posible prever el comunismo.
En la historia de su desarrollo,
el conocimiento alcanzó carácter científico a medida que fue descubriendo leyes
y adquiriendo fuerza previsora.
Los conocimientos científicos se
diferencias radicalmente de la fe, es decir, de la ciega creencia en la
veracidad de lo que en principio no se puede comprobar en la práctica ni
demostrar lógicamente. Sin embargo, hay que diferenciar la fe de la convicción
basada en conocimientos, sobre todo científicos, por ejemplo, la convicción del
pueblo soviético en el triunfo del comunismo. La convicción puede estar
fundamentada científicamente; en cambio, la fe ciega, religiosa, la fe en Dios,
en los milagros y en lo sobrenatural, la fe como prejuicio, como creencia en
los signos favorables o desfavorables y en los sueños, no admite demostración
alguna; solamente puede ser inculcada. Si la ciencia hace al hombre potente
ante las fuerzas de la naturaleza y ante la vida social, la religión y la fe,
en cambio, le desorientan, crean en él un sentimiento de predestinación y
adormecen su conciencia de clase. En oposición a la fe, los conocimientos
científicos son un reflejo veraz de la realidad, capaz de ser fundamentado a
través de la práctica, y lógicamente demostrado. La conexión lógica en el
sistema de los conocimientos científicos se adopta como condición necesaria, que
se desprende de los hechos o de unas verdades previamente establecidas. Por
eso, el resultado argumentado de la cognición científica se manifiesta como
algo de carácter general y adquiere fuerza convincente para las personas que
poseen la necesaria cultura mental.
El conocimiento científico del
mundo se diferencia esencialmente de la conciencia estética. Aunque la ciencia
y el arte reflejan la realidad, en la primera, el reflejo tiene lugar en forma
de conceptos y categorías, mientras que en el arte se lleva a cabo a través de
la imagen artística. Tanto el concepto científico como la imagen artística
constituyen una reproducción generalizada de la realidad. Pero debido al
carácter conceptual del pensamiento científico, la dialéctica de lo general, lo
específico y lo singular se manifiesta en el conocimiento científico de
diferente modo que en el arte. En la ciencia, la unidad dialéctica de lo
general, lo específico y lo singular aparece en forma general, en forma
de concepto, de categoría, mientras que en el arte esa misma unidad dialéctica
se revela como una imagen, que conserva la visualidad del fenómeno singular
de la vida. El conocimiento científico persigue la máxima exactitud, excluyendo
todo lo individual, todo lo que el investigador haya podido aportar por cuenta
propia: la ciencia es una forma social, de carácter general, de desarrollo del
saber. Toda la historia de la ciencia confirma el hecho de que cualquier
subjetivismo ha sido eliminado siempre, del modo más implacable, de la senda de
los conocimientos científicos, conservando únicamente lo supraindividual, lo
objetivo. Las obras artísticas son únicas en su género, mientras que los
resultados de las investigaciones científicas son generales. La ciencia es un
producto del “desarrollo histórico general en su resumen abstracto”.2
En cambio, el arte admite la invención, la introducción por el propio artista
de algo que en esa forma precisa no existe, no existió y probablemente no
existirá en la realidad. Pero la ficción artística es únicamente admisible en
lo que se refiere a la forma singular de expresar lo general, y no en lo
que respecta a su contenido: la verdad artística no admite la menor
arbitrariedad y subjetivismo. Si el artista, al reflejar lo general, no mantiene
la unidad orgánica con lo específico (típico) y singular, el resultado no será
una obra artística, sino simple esquematismo y sociología desnuda. Si, por el
contrario, reduce todo en su obra a lo singular, copiando ciegamente los
fenómenos que observa y separando lo singular de lo general y de lo específico,
obtendrá una copia naturalista, en lugar de una obra artística. En la ciencia,
por el contrario, lo fundamental consiste en eliminar todo lo singular e
individual, todo lo que no se puede repetir, y conservar lo general en forma de
conceptos y categorías. En el mundo, la forma de lo general es la ley. Por eso,
el conocimiento científico es el conocimiento de las leyes del mundo.
Los agnósticos y muchos
idealistas metafísicos niegan que el objetivo principal de la ciencia sea
conocer las leyes de la naturaleza. Algunos idealistas agnósticos reducen la
ciencia a la descripción de los fenómenos de la misma. Contra semejantes
planteamientos agnósticos se han manifestado no sólo los clásicos del marxismo-leninismo,
sino también los más importantes investigadores del campo de las ciencias
naturales.
____________
(1) Umov, N. A., Obras, t. 3, Moscú, 1916, pág. 251.
(2) Archivo de C. Mar y F. Engels, t. 2 (7), 1933, pág. 161.
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