martes, 1 de febrero de 2022

Ciencia y religión

Raíces Gnoseológicas de la Religión

A. D. Sujov

EN EL CAPÍTULO ANTERIOR hemos analizado las raíces sociales de la religión. Pero las causas que motivaron su existencia tienen otra faceta, la gnoseológica. Las raíces sociales y gnoseológicas de la religión constituyen una unidad. Las segundas no existen independientemente de las primeras, pudiéndose decir que ambas se hallan “entrelazadas”. Ello quiere decir que en determinadas circunstancias y bajo la influencia de ciertos factores sociales, unos u otros de los elementos que integran la conciencia son a veces la fuente de la religión.

        Por consiguiente, las causas que motivan la existencia de la religión tienen un aspecto no sólo social sino también gnoseológico. En la actividad de la conciencia humana, bajo la acción de las condiciones materiales de vida, la realidad se puede ver reflejada erróneamente, de forma tergiversada.

        Eso no significa, naturalmente, que haya dos tipos de pensamiento: el acertado y lógico y el equivocado o prelógico. Semejante división la mantenía, por ejemplo, el sociólogo burgués francés L. Lévy-Bruhl, el cual consideraba que la mentalidad primitiva era mística y prelógica, mientras que la del hombre civilizado contemporáneo es lógica. Lévy-Bruhl opinaba que entre el pensamiento del hombre primitivo, de cuyo estudio se ocupa la etnografía, y el del hombre civilizado existe una diferencia esencial, de carácter cualitativo. Al plantear su doctrina sobre los dos tipos de pensamiento, escribía refiriéndose al “pensamiento primitivo”: “Está orientado de forma totalmente distinta. Sus procesos se desarrollaron siguiendo un camino completamente diferente.”1

        En realidad, no hay ni puede haber dos tipos distintos de pensamiento humano ni dos tipos de leyes del mismo. La conciencia es una de las propiedades de la materia en movimiento. Al ser secundaria con respecto a la materia, tiene que reflejar la realidad que existe objetivamente. La conciencia humana está llamada a proporcionar datos veraces acerca del mundo que nos rodea, a conocer las leyes del mundo objetivo, con el fin de que el individuo pueda después utilizar estos conocimientos en beneficio de sus intereses prácticos. ¿Qué otro papel, más que de carácter negativo, podría haber jugado en la vida del hombre el llamado pensamiento prelógico? Sólo habría servido para desorientarle en su actividad práctica, para desarmarle en su vida práctica. No hubo ni pudo haber jamás hombres con semejante forma de pensar. Lévy-Bruhl considera que el aspecto prelógico del pensamiento determina enteramente el carácter místico de las ideas y los conceptos de la sociedad primitiva. En páginas sucesivas mostraremos lo lejos que semejante punto de vista se halla de la realidad.

        Lo material constituye la base de lo ideal, es lo primario con respecto a lo ideal; sería, pues, equivocado oponer de forma incondicional y exagerada lo ideal a lo material. Si se opone absolutamente la conciencia a la existencia, entonces -dice Engels- “hay que asombrarse por fuerza de que conciencia y naturaleza, pensamiento y ser, leyes del pensamiento y leyes de la naturaleza coincidan hasta tal punto”.2 El pensamiento se subordina a las mismas leyes generales que la propia realidad objetiva. La originalidad del pensamiento con respecto a ella consiste en que la refleja. Por eso, el pensamiento se rige no sólo por leyes comunes a la realidad objetiva, sino por otras propias, específicas, en virtud de las cuales la realidad se refleja en la conciencia. Las leyes del pensamiento son las leyes que reflejan la realidad objetiva en la conciencia del hombre.

        La deformación de la realidad objetiva por parte de la religión no explica la existencia de un pensamiento prelógico especial, con su particularidad específica de reflejar equivocadamente la realidad objetiva, sino que la actividad mental se realiza en determinadas condiciones.

        Las condiciones de la vida material determinan el carácter de su reflejo. Podrán hacer que éste sea deformado, pero nunca pueden dar lugar a la creación de un tipo especial de pensamiento, cuya naturaleza no permita reflejar adecuadamente la realidad. No conducen a la creación de “diferentes estructuras mentales”,3 llamadas a reflejar la realidad en sentidos diametralmente opuestos.

        La religión es un producto de la actividad del pensamiento, pero no lo es de la actividad de cierto “tipo de pensamiento” especial o de una “estructura mental” sui géneris, con unas leyes especiales que reflejan la realidad de una forma inadecuada. Las raíces gnoseológicas de la religión tienen por base el conocimiento humano, vivo, poderoso y omnipotente, que se realiza según leyes determinadas.

        No se puede decir que a lo largo del proceso de desarrollo histórico el pensamiento no haya sufrido ningún cambio. Pero no ha habido diferentes tipos de pensamiento, a pesar de que en el desarrollo de la actividad laboral y de la práctica el pensamiento no ha permanecido en el mismo lugar, habiéndose transformado. “Como el propio proceso discursivo dimana de determinadas condiciones -escribía Marx a L. Kugelmann el 11 de julio de 1868-, como es un proceso natural, el pensamiento que concibe realmente puede ser sólo uni, distinguiéndose únicamente en cuanto a su grado, en cuanto a la madurez de su desarrollo y, consiguientemente, en cuanto al grado de desarrollo del propio órgano pensante. Todo lo demás es puro devaneo.”4

        Tampoco admitía diferentes tipos de pensamiento el gran naturalista y pensador ruso I. M. Séchenov, como lo reflejan las siguientes palabras suyas: “Los rasgos fundamentales de la actividad mental del hombre y su capacidad de sentir, permanecen invariables en las diferentes épocas de su existencia histórica, siendo independientes a la vez de la raza, la situación geográfica y el grado de cultura.”5

        La doctrina que enfrenta el pensamiento del hombre primitivo al del contemporáneo, es decir, la que proclama dos tipos de pensamiento, conduce indefectiblemente a conclusiones racistas en cuanto a la inferioridad mental de los pueblos atrasados en su desarrollo histórico.

        La solución del problema nacional en la U.R.S.S., como resultado de los cual grupos étnicos que anteriormente se hallaban muy retrasados pudieron superar en corto plazo su atraso económico y cultural, rebate por completo la “doctrina” de la existencia de diferentes tipos de pensamiento.

        El hecho de que el hombre primitivo fuera capaz de construir instrumentos de trabajo pone de manifiesto que poseía una mente lógica, aunque el grado de desarrollo de su pensamiento no fuera muy elevado. Desde los primeros momentos la actividad mental se manifestó como un pensamiento lógico, que reflejaba la realidad. “Suponer -escribe tan relevante investigador de la cultura primitiva como lo es el etnógrafo inglés E. Taylor- que las leyes de desarrollo intelectual fueron distintas en Australia e Inglaterra, para los hombres de las cavernas y para los constructores de edificios de acero y concreto no tiene en absoluto mayor fundamento que considerar que las leyes de las combinaciones químicas fueron diferentes durante el periodo de formación de la hulla y en nuestro tiempo.”6

        La religión es el resultado del pensamiento lógico y no de la actividad mental prelógica, ya que nunca ha existido semejante forma de pensar. El pensamiento lógico de la sociedad capitalista contemporánea no sólo acepta la religión, sino que vuelve a crearla en las formas más refinadas. Por consiguiente, el supuesto carácter prelógico de la actividad no guarda relación alguna con la creación de representaciones, ideas y conceptos religiosos. Al contrario, la creación de la religión presupone precisamente la labor del pensamiento lógico, de su actividad, su facultad de operar con conceptos abstractos y la participación de la imaginación y las emociones, cuya función está íntimamente ligada a dicha forma de pensar.

        Por consiguiente, es la actividad del pensamiento lógico, y no del prelógico, lo que da lugar a la religión.

        Es más, la aparición de la religión presupone un grado relativamente elevado de la mente humana, de su actividad, de su facultad de abstracción, del desarrollo de la imaginación, etcétera.

        Más adelante nos detendremos en las funciones que realizan diferentes facetas del pensamiento humano, que en su conjunto y bajo determinadas condiciones dan lugar, en última instancia, a la religión.

 

1. La actividad de la conciencia y la religión

 

Un rasgo específico de la conciencia humana lo constituye su actividad, la cual se halla condicionada por el carácter activo de la influencia material que el individuo ejerce sobre la realidad circundante. La actividad de la conciencia se manifiesta en el carácter perfectamente orientado y consciente del reflejo de la realidad y en la elaboración por la mente humana del material sensorial que percibe de la realidad circundante a través de los sentidos.

        El reconocimiento de los ideales como algo que existe y se desarrolla independientemente y a pesar del hombre y de la humanidad, es el idealismo objetivo. El materialismo dialéctico, en total acuerdo con las ciencias naturales, ha demostrado que lo ideal es producto de la materia altamente organizada, el cerebro humano. Al refutar el idealismo, el marxismo rebate también el materialismo vulgar, que constituye una deformada reacción en contra suya. Si el idealismo transforma lo ideal en algo que no depende de lo material y precede al fundamento material de la realidad, el materialismo vulgar reduce lo ideal a lo material, los identifica y no ve el carácter específico de lo ideal.

        Lenin, al criticar los errores materialistas vulgares del materialista alemán J. Dietzgen, escribía: “Que el pensamiento y la materia son «reales», es decir, existen, es verdad. Pero llamar material al pensamiento significa dar un paso equivocado hacia la confusión del materialismo y el idealismo”.7 La conciencia no sólo no es la existencia, sino que ni siquiera es un simple espejo suyo, que la refleja de forma pasiva. Como señala Marx “lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre”.8

        La actividad de la conciencia permite al hombre explicar acertadamente el mundo que le rodea y prever los procedimientos para transformarlo.

        Pero gracias al carácter activo de la conciencia humana, el pensamiento puede separarse de la realidad, separación que, en determinadas condiciones sociales, puede constituir la fuente gnoseológica de la religión.

        El reflejo de la realidad comienza con la contemplación activa (fase sensorial de la cognición), cuyas formas son las sensaciones, las percepciones y las representaciones. La contemplación activa pone al hombre en contacto directo con la realidad. Pero el proceso de reflexión de ésta no se reduce a la contemplación activa: a partir de ella continúa desarrollándose hacia el pensamiento abstracto (fase racional de la cognición). En el proceso cognoscitivo se produce un salto.

        En la fase sensorial de la cognición es donde se efectúa el reflejo de los objetos y fenómenos singulares de la realidad. Pero lo general se refleja tan solo en la medida en que es propio de tales objetos y fenómenos individuales. En la fase racional se separa lo general de lo singular, se pone de relieve lo que tienen de general esos objetos y fenómenos individuales. Si la contemplación directa descubre los fenómenos, el pensamiento abstracto pone al desnudo la esencia de los objetos y fenómenos de la realidad.

        Pero las fases sensorial y racional del conocimiento no pueden considerarse como independientes y aisladas una de otra. El proceso cognoscitivo constituye la unidad de la contemplación directa y el pensamiento abstracto.

        La actividad del proceso cognoscitivo se pone de manifiesto en la fase de la contemplación directa. La realidad se refleja ya activamente en las sensaciones, lo que se revela en que no se traduce en un proceso de la contemplación pasiva, sino en el de influencia activa sobre el mundo, sobre la práctica. El proceso de percepción de la realidad solamente puede ser comprendido acertadamente si se parte de la unidad entre las fases sensorial y racional de la cognición, de la unidad entre la contemplación y el pensamiento, cuya base fisiológica la constituye la unidad, descubierta por I. P. Pávlov, entre el primero y segundo sistema de señales de la realidad. El primer sistema de señales corre a cargo de la actividad nerviosa superior, tanto del hombre como de los animales. En este caso las señales parten directamente de la realidad, en forma de sonidos, olores, etc. El segundo sistema de señales de la realidad se halla ligado únicamente a la psique del hombre: en este caso la palabra es la que sirve de señal. Si la contemplación viva está ligada al primer sistema de señales, el pensamiento abstracto lo está al segundo, el cual desempeña el papel rector en la interacción de ambos sistemas. El segundo sistema de señales, propio tan solo del hombre, es el elemento principal de toda su actividad nerviosa superior. La base fisiológica de su unidad entre las dos fases de conocimiento de la realidad la constituye también la actividad de los analizadores (órganos de los sentidos), los cuales, como indicó Pávlov, son complejos mecanismos nerviosos, que comienzan en el aparato receptor externo y terminan en el cerebro.9

        El proceso de toma de conciencia de la realidad comienza por la fase sensorial, que es la que refleja directamente la realidad. La religión tampoco surge “de la nada”: aunque constituye una toma de conciencia tergiversada de la realidad, parte, sin embargo, del material sensitivo obtenido por el hombre de la percepción de la misma; material que luego sufre una deformación a lo largo de la actividad ulterior de la conciencia humana.

        Algunos pensadores de la Antigüedad señalaban ya que los dioses de las distintas religiones se asemejaban a los representantes de los pueblos que los adoraban. El griego Jenofonte decía que los etíopes consideraban a sus dioses chatos y negros, mientras que para los tracios eran ojizarcos y pelirrojos. En los cuadernos filosóficos cita Lenin el siguiente razonamiento de Jenofonte: “Si los toros y los leones tuvieran manos que les permitieran crear, como los hombres, obras de arte, también se habrían dedicado a representar a los dioses y darles a sus cuerpos las mismas formas que poseen ellos.”10 Acerca de este pensamiento de Jenofonte observa Lenin: “Dioses a imagen del hombre.”

        Semejantes demostraciones del origen terrenal de la religión podemos encontrarlas también en los materialistas de la Edad Moderna. R. Engersoll escribía, refiriéndose a esta cuestión: “Los negros se figuran a su dios con la piel negra y el pelo rizado; para los mongoles es de color amarillento y sus ojos oscuros y ovalados. Si a los hebreos les estuviera permitido representar a Dios, veríamos a Jahvé con una espesa barba, faz ovalada y nariz aguileña. Zeus era un verdadero griego y Júpiter tenía el aspecto de un senador romano.”11

        Los diferentes conceptos, y opiniones surgen sobre la base del material sensorial que se ha ido acumulando en el proceso de la contemplación directa. Pero después de haber surgido influyen en él en el sentido contrario.

        Por eso, la propia percepción de la realidad puede ser errónea. Las personas que dependen en su actividad práctica de las fuerzas de la naturaleza y la sociedad y son impotentes ante ellas, al ver que les aplastan, perciben muy deformada la realidad. Veamos un ejemplo: “Cuando el mago, deseoso de deshacerse de un enemigo, le amenaza con transformarse en tigre y despedazar a todos los miembros de su tribu, sólo empieza a rugir cuando se halla a cierta distancia de sus vecinos, aunque lo suficientemente cerca para que estos puedan oír su falso rugido. «Mirad -vociferan éstos- como empieza a cubrirse de manchas su cuerpo». «¡Ved cómo le crecen las uñas!» -exclaman aterrorizadas las mujeres, aunque ni siquiera pueden ver al tramposo, que se ha ocultado en su cabaña: el miedo hace aparecer ante su confusa mirada fenómenos que no existen en la realidad.”12

        Las ideas religiosas influyen de manera activa en la percepción de la realidad, dificultando seriamente su interpretación acertada. El creyente ve el mundo de un modo especial, tratando de hallar por doquier confirmación a su concepción religiosa. Sobre esta base surgen también las visiones de los llamados bienaventurados, de los santos, etc., a excepción de aquellas “visiones” fruto de engaños conscientes. Las visiones estaban muy difundidas entre los pueblos atrasados, que se hallaban en el estadio de la sociedad primitiva, cosa que señalan numerosos etnógrafos. He aquí, por ejemplo, lo que cuenta el etnógrafo soviético L. I. Shternberg: “¿Es que no ves -decía una vez al autor de estas líneas un guiliak,13 señalando a la luna llena-, pero es que no ves en ella a un guiliak, con el rostro cubierto de canosa barba?” … “Otro guiliak que estaba presente me señaló a una muchacha que se dirigía con unos cubos a sacar agua del pozo. Y los dos se extrañaron de que yo, a pesar de esforzarme, no lograra ver nada… De igual forma, durante el crepúsculo o durante la aurora boreal, ven los chukchis a un miembro de su tribu, cubierto de resplandecientes vestidos y conduciendo un enorme rebaño de dorados renos, a quien consideraban el dueño del sol…”14 En la Europa medieval, durante el desenfrenado periodo de los procesos de brujería, no sólo los jueces sino con frecuencia los propios acusados estaban convencidos de que al hombre le era posible entrar en contacto con el “demonio”.

        Por consiguiente, la percepción equivocada de la realidad constituye una de las premisas gnoseológicas de su reflejo equivocado en la conciencia. Por su parte, la toma de conciencia equivocada ayuda a la percepción errónea.

        Una manifestación de la actividad de la mente humana es la imaginación (fantasía). Sobre la base de las percepciones precedentes y de las imágenes e ideas creadas con anterioridad, surgen nuevas imágenes e ideas. Al apreciar el papel de la imaginación en el proceso cognoscitivo, Lenin señalaba que “también en la generalización más simple, en la idea general más elemental… existe cierto fragmento de fantasía”.15 La fantasía es una propiedad inalienable de la mente humana.

        La imaginación ayuda al hombre a prever el futuro, a anticipar mentalmente los resultados de su actividad práctica, a plantearse determinados objetivos y tratar de realizarlos. Como señalaba Marx, el peor maestro de obras aventaja a la mejor abeja en que prevé con antelación en su cerebro los resultados de su trabajo.16 Para transformar en la práctica la realidad hay que hacerlo en la conciencia. Esa función de transformar mentalmente la realidad corre a cargo, precisamente, de la imaginación.

        Pero la imaginación se puede poner de manifiesto en otro sentido. Con su ayuda, la conciencia no sólo puede adelantarse a la realidad, sino desviarse de ella. El pensamiento puede deformarla de forma fantástica y tergiversarla. En la realidad existen, por ejemplo, hombres y toros, leones y águilas. Sin embargo, gracias a la imaginación puede surgir la idea del minotauro, monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, y de los grifos, animales fabulosos con cuerpo de león y cabeza y alas de águila. La imaginación es capaz de separar la propia actividad mental del hombre de su base material, haciéndola aparecer como inteligencia divina.

        Gracias a la imaginación, lo subjetivo puede entrar en conflicto con lo objetivo. En este caso, lo ideal se manifiesta como algo material, trasplantado a la cabeza humana y deformado por ella.

        Si en un caso la imaginación es un estímulo de la actividad práctica, capaz de mover al hombre a transformar prácticamente la realidad en beneficio propio, en el otro, por el contrario, le distrae de la lucha por superar en la práctica a la realidad, alejándole de ella, condenándole a una huera fantasía y presentando la realidad distinta de como es en efecto. “En enfoque por parte de la inteligencia (del hombre) de una cosa aislada, la obtención de un molde (concepto) de ella no constituye un acto simple, directo, un reflejo muerto, sino un acto complejo, bilateral y zigzagueante, que implica la posibilidad de que la fantasía se despegue de la vida; más aún: hace posible la transformación (imperceptible para el hombre, y de la cual no se da éste cuenta) del concepto abstracto, de la idea en fantasía (in letzter Instanz* = Dios).”17

        Semejante alejamiento de la vida por parte de la fantasía, que conduce a la religión, es tan sólo posible en determinada situación social. Únicamente se manifiesta en una situación de impotencia del hombre ante la realidad, cuando éste se ve asfixiado por las fuerzas externas que se le oponen. Precisamente en semejantes condiciones se le ofrece al hombre un amplio campo a la deformación fantástica de la realidad. La separación entre la fantasía y la vida se convierte en fuente gnoseológica de las imágenes, concepciones e ideas religiosas.

        Sin embargo, no se puede considerar que en determinadas circunstancias el reflejo de la realidad se limite a deformarla. Carecen de consistencia las afirmaciones de L. Lévy-Bruhl, quien, partiendo de su teoría sobre el pensamiento prelógico, consideraba la mentalidad del hombre primitivo íntegramente mística. Hay que reconocer que las ideas religiosas desempeñaban un gran papel en la vida de la sociedad primitiva, pero el pensamiento del hombre primitivo no se limitaba a crear imágenes y conceptos religiosos. Toda su vida se basaba en concepciones acertadas de la realidad. Sus ideas acerca del descubrimiento y perfeccionamiento de los instrumentos de trabajo y del mejoramiento de las condiciones de vida, eran totalmente racionales. El hombre primitivo explicaba de un modo completamente acertado una serie de fenómenos de la naturaleza. Poseía grandes conocimientos acerca de los animales que cazaba o que criaba, así como de las plantas que recogía o cultivaba. Estos conocimientos acerca de los animales y las plantas le permitían elegir para su reproducción los mejores ejemplares, realizando con ello un proceso al que Darwin denominó selección inconsciente. El pensamiento del hombre primitivo deformaba en cierta medida el mundo que le rodeaba, pero su actividad mental no se limitó nunca en su conquista a semejante deformación.

        “El conocimiento -escribía Lenin- puede ser útil biológicamente, útil en la práctica del hombre, en la conservación de la vida y en la conservación de la especie sólo si refleja una verdad objetiva, independiente del hombre.”18

        Si el pensamiento del hombre primitivo hubiera sido totalmente místico, éste no habría sido capaz de desarrollar sus fuerzas productivas y nunca hubiera salido del primitivismo. Por consiguiente, si partiésemos de la doctrina de Lévy-Bruhl tendríamos que llegar a la conclusión de que el hombre primitivo se halla separado por una muralla infranqueable del “civilizado”.

        El hombre con un tipo de actividad mental como la que le atribuye Lévy-Bruhl no habría sido capaz ni siquiera de orientarse en el ambiente que le rodeaba, es decir, que no habría podido existir biológicamente. En sus trabajos, el propio Lévy-Bruhl muestra, en contra de su concepción fundamental, que en toda una serie de casos el pensamiento del hombre primitivo reflejaba acertadamente la realidad circundante.

        De hecho, el hombre jamás dependió íntegramente de la realidad circundante, y no se sintió completamente impotente ante dicha realidad ni totalmente aplastado por ella. En cualquiera de los periodos históricos se daba cuenta en cierta medida de las leyes de la naturaleza y la sociedad, y las utilizaba en beneficio propio. Por eso, la deformación fantástica de la naturaleza siempre se manifestó en él dentro de una esfera delimitada. A lo largo de la historia, el hombre ha ido dominando más y más las leyes de la realidad, imperando con más fuerza sobre ellas y poniéndolas cada vez más a su servicio.

        Y paralelamente al desarrollo de este proceso histórico, se ha ido reduciendo la esfera de la deformación fantástica de la realidad. En la formación comunista, el hombre domina no sólo las leyes de la naturaleza, sino también las de la vida social, conociéndolas y utilizándolas en su beneficio. Se superan las condiciones lugares que dan lugar a que las personas se sientan dominadas por las fuerzas de la realidad circundante y, junto con ello, desaparece la posibilidad de su reflejo fantástico, en forma de religión.

        La actividad de la conciencia depende también de la percepción emotiva de la realidad. Al reflejar la actitud del hombre hacia los objetos y los fenómenos, las emociones constituyen un proceso de vivencia por parte suya de sus relaciones con el ambiente que le rodea. Y como este ambiente lo constituye, en cuanto al hombre se refiere, el medio social, las emociones humanas son un producto de la historia de la sociedad. Las emociones constituyen un estímulo en la actividad humana. En Ludwig Feuerbach escribía Engels que “no se puede en modo alguno evitar que todo cuanto mueve al hombre tenga que pasar necesariamente por la cabeza; hasta el comer y el beber, procesos que comienzan con la sensación de hambre y sed y terminan con la sensación de satisfacción, reflejadas todas ellas en el cerebro. Las impresiones que el mundo exterior produce sobre el hombre se expresan en su cabeza, se reflejan en ella bajo la forma de sentimientos, de pensamientos, de impulsos, de actos de voluntad: en una palabra, de «corrientes ideales», convirtiéndose en «factores ideales» bajo esta forma”19 “En la historia de la sociedad -dice más adelante-, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines.”20

        Las sensaciones emotivas de los individuos, que surgen sobre la base de la actividad material, de la práctica, se convierten a su vez, en cierto grado, en estímulos y móvil de la actividad práctica.

        El papel de las emociones en la actividad práctica determina también su papel en el proceso cognoscitivo, ya que se transforman en un estímulo, un impulso y un móvil suyo, que sirve a la práctica, aunque no se limitan a eso, pues su misión consiste también en acompañar todo el proceso de reflexión de la realidad en la cabeza humana. La cognición siempre se halla envuelta en emociones, ya que la efectúa el hombre, que vive de una forma determinada en interrelación con el medio que ha de reflejar en su conciencia. Las emociones orientan en un sentido determinado el proceso cognoscitivo, influyendo en la labor imaginativa en calidad de estímulo.

        Las emociones no sólo son importantes en el proceso cognoscitivo, en la creación de tales o cuales representaciones, conceptos e ideas, sino que constituyen también una de las condiciones para conservarlos.

        Por consiguiente, las emociones son el concomitante obligatorio de la actividad práctica y del proceso cognoscitivo que la acompaña.

        Pero en determinadas condiciones de la realidad social, las emociones pueden facilitar la deformación fantástica de dicha realidad, lo que en fin de cuentas puede conducir a la religión. De todas las emociones, la que desempeña mayor papel en este sentido es el temor. El temor es una de las premisas más importantes que determinan la aparición y existencia de la religión. En este sentido, son de gran interés los datos que ofrece el explorador polar y etnógrafo danés Knud Rasmussen. Debido a su origen medio esquimal y a que dominaba su idioma, gozaba de extraordinaria confianza entre ellos. En una conversación que mantuvo con el chamán Aua, le dijo éste: “¡Tenemos miedo! Tememos al mal tiempo, con el que hemos de luchar para arrancarles nuestros alimentos a la tierra y al mar. Tememos a las privaciones y al hambre en nuestras frías chozas de nieve. Tememos a las enfermedades, que vemos diariamente junto a nosotros. No es la muerte lo que tememos, sino los sufrimientos. Sentimos miedo de las personas muertas y de los espíritus de las fieras que matamos en nuestras cacerías. Tememos a los espíritus de la tierra y el aire… Sentimos miedo de lo que vemos a nuestro alrededor y de lo que nos cuentan las tradiciones y las leyendas.”21

        El papel del temor en el proceso de la creación de las religiones primitivas lo ilustra muy bien uno de los informes presentados en el siglo XVIII por los misioneros de las Islas de la Sociedad (Polinesia) en el cual podemos leer: “… Ni siquiera al más celoso ministro de cualquier divinidad se le podía ocurrir que el objeto de su adoración y sumisión pudiera darle pruebas de cariño y benevolencia; incluso a él mismo, con todo su celo y devoción, le era ajeno todo sentimiento que pudiera pasar por cariño. El terror era la causa secreta del enorme poderío de los dioses. El terror era el motivo principal, y a veces único, que determinaba los actos de los ministros más tenaces de aquellos dioses.”22

        Debido al nivel tan bajo de las fuerzas productivas, el hombre de la comunidad primitiva experimentaba con frecuencia la sensación de su impotencia en la lucha con la naturaleza. El terror ante las temibles fuerzas de la naturaleza era lo que daba lugar a las ideas de seres sobrenaturales y omnipotentes. En este sentido hay que comprender la conocida frase que cita Lenin: “El temor creó a los dioses.”23

        En el temor se basa no solamente la religión del régimen de la comunidad primitiva, sino también las de todas las demás formaciones sociales, incluso las llamadas grandes religiones mundiales. “La explicación del origen de la religión a partir del temor -escribe L. Feuerbach- la confirma el hecho de que incluso los cristianos, que, por lo menos en teoría, atribuyen a la religión origen y carácter totalmente suprasensible y divino, se predisponen hacia ella fundamentalmente en aquellos casos y aquellos momentos de la vida en que en el individuo se despierta el «miedo».”24 El miedo no sólo da origen a la religión, sino que la conserva, constituyendo en todo momento un sostén suyo.

        En la sociedad antagónica clasista, el temor no se basa exclusivamente en la opresión que experimenta el hombre bajo el peso de las fuerzas de la naturaleza, sino también a consecuencia de las fuerzas sociales. Tanto las segundas como las primeras se enfrentan al individuo como fuerzas exteriores a él, que le dominan.

        En la sociedad capitalista actual, el temor continúa siendo una de las fuentes emotivas de la religión. Dentro del marco del capitalismo, las leyes de desarrollo de la sociedad no pueden ser utilizadas conscientemente en beneficio suyo. El temor es la manifestación del sentimiento de dependencia ante las fuerzas de la sociedad capitalista, cuya acción no pueden prever las amplias masas.

        Entre las clases dominantes de la sociedad capitalista, es también el temor quien mantiene la religión. Es el miedo a la posible ruina en las condiciones de la encarnizada competencia capitalista y el miedo a la crisis, cada vez mayor y más profunda, de la sociedad capitalista.

        Es sabido que durante la guerra se observó en la Unión Soviética un recrudecimiento de actividad religiosa, lo cual estaba ligado al temor de algunos ciudadanos, los menos estables, ante la posibilidad de la ocupación alemana y de perder su hogar, sus familiares, etcétera.

        Aparte del miedo, el papel de otras emociones es menos trascendental para la religión. En particular, la alegría, etc., intervienen en su creación y conservación fundamentalmente en relación con el temor. El hombre, al sentirse oprimido por la realidad que le rodea, se alegra de que las fuerzas externas, a las cuales teme, no le hayan aplastado ni castigado. En contra de las doctrinas teológicas contemporáneas, que tratan de hacer creer que la base de la religión es el amor a Dios, los hechos evidencian de modo irrefutable que de todas las emociones el temor es el factor principal que mantiene la concepción religiosa.

        Por consiguiente, las emociones influyen en el proceso cognoscitivo. Pero también las ideas y las opiniones, que surgen como resultado de la toma de conciencia de la realidad, condicionan el estado emocional del individuo, su actitud hacia dicha realidad y las sensaciones que ésta le produce. Bajo la influencia de las diferentes ideas y opiniones, de tal o cual concepción del mundo, los objetos y fenómenos de la realidad dan lugar en el hombre a diferentes estados emocionales.

        La concepción religiosa del mundo, originada por el temor y la fragilidad que el hombre experimenta ante las fuerzas de la realidad, que se le oponen, al semblar la realidad que le rodea de fuerza sobrenaturales, amenazadoras y potente, intensifican aún más el miedo que ésta le inspira.

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(1) L. Lévy-Bruhl, La mentalidad primitiva.
(2) F. Engels, Anti-Dühring, Editorial Grijalbo, S. A., México, 1968, pág. 22.
(3) L. Lévy-Bruhl, La mentalidad primitiva.
(4) C. Marx y F. Engels, Obras escogidas.
(5) I. M. Séchenov, Obras escogidas.
(6) E. Taylor, La cultura primitiva.
(7) V. I. Lenin, Obras.
(8) C. Marx, El Capital.
(9) I. P. Pávlov, Obras completas.
(10) V. I. Lenin, Obras.
(11) Cita tomada del libro Anuario del Museo de historia de la religión y del ateísmo.
(12) E. Taylor, La cultura primitiva.
(13) Los guiliaki (nivji) son un grupo étnico, que vive en la desembocadura del río Amur y en la isla de Sajalín. Los órochi constituyen un reducido grupo étnico que habita la parte meridional de la región de Jabárovsk, en la R.S.F.S.R.
(14) L. Y. Shternberg, La religión primitiva a la luz de la etnografía.
(15) V. I. Lenin, Obras.
(16) C. Marx, El Capital.
(*) En última instancia.
(17) V. I. Lenin, Obras.
(18) V. I. Lenin, Obras.
(19) C. Marx, Obras escogidas.
(20) Ibídem, pág. 364.
(21) K. Rasmussen, El gran camino de trineos.
(22) Cita tomada del libro: L. Lévy-Bruhl, Lo sobrenatural en la mentalidad primitiva.
(23) V. I. Lenin, Obras.
(24) L. Feuerbach, Obras filosóficas escogidas.


Rasgos Generales de la Ciencia 

M. B. Kedrov

A. Spirkin

EL CONCEPTO DE CIENCIA SE APLICA tanto para denominar el proceso de elaboración de los conocimientos científicos como todo el sistema de conocimientos, comprobados por la práctica, que constituyen una verdad objetiva, y también para señalar distintas esferas de conocimientos científicos, diferentes ciencias. La ciencia moderna es un conjunto extraordinariamente subdividido de ramas científicas diversas.

        Con ayuda de la ciencia, la humanidad ejerce su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, desarrolla la producción de bienes materiales y transforma las relaciones sociales. La ciencia coadyuva a la elaboración del concepto materialista dialéctico del mundo, libera al hombre de prejuicios y supersticiones y perfecciona sus facultades mentales y convicciones morales.

        El vocablo “ciencia” equivale literalmente a conocimiento. Los conocimientos significan la posesión de datos confirmados acerca de los fenómenos materiales y espirituales y su acertada reflexión en la conciencia humana. El saber es contrario a la ignorancia, es decir, a la falta de una información comprobada acerca de algo. La cognición, como señala Lenin, y por consiguiente el saber, es el proceso de sumersión de la inteligencia en la realidad, con el fin de subordinarla al poder del hombre. Nuestra razón se mueve del desconocimiento al saber, del conocimiento superficial al conocimiento profundo y multilateral. Los conocimientos pueden ser de diferentes clases: cotidianos, precientíficos y científicos, empíricos y teóricos.

        Los conocimientos elementales son propios de los animales, que poseen una información cierta sobre determinadas propiedades de las cosas y sobre sus relaciones más simples, lo cual constituye la condición necesaria para que se orienten adecuadamente en el mundo que les rodea. Conocimientos elementales y cotidianos los poseen los niños en su tierna infancia. Cada individuo adquiere en el transcurso de su vida numerosos datos empíricos sobre el mundo exterior y sobre sí mismo. Los hombres primitivos poseían ya no pocos conocimientos en forma de datos útiles, costumbres, experiencias empíricas, recetas de fabricación, etc., que se transmitían de generación en generación; sabían hacer muchas cosas, y su habilidad estaba basada en los conocimientos que poseían. Los conocimientos tanto cotidianos como precientíficos y científicos se apoyan en la práctica. Todas las clases de conocimientos son el reflejo de las cosas. Pero, sin embargo, los conocimientos científicos se diferencian notablemente de los cotidianos y precientíficos. Los conocimientos cotidianos, empíricos, se limitan, por regla general, a la constancia de los hechos y a su descripción. Por ejemplo, los marinos sabían perfectamente cómo usar las palancas, y los mismo les sucedía a los comerciantes con las balanzas, mucho antes de que Arquímedes descubriera la ley de la palanca. Pero esta ley hizo posible el invento de nuevos mecanismos, lo a ningún práctico le hubiera venido a la imaginación. Los conocimientos científicos presuponen no sólo la constancia y descripción de los hechos, sin su explicación e interpretación dentro del conjunto del sistema general de conceptos de determinada ciencia. El conocimiento cotidiano se limita a hacer constar, y eso sólo superficialmente, cómo se desarrolla tal o cual acontecimiento. El conocimiento científico, en cambio, no responde únicamente a la pregunta de cómo, sino también de por qué se realiza precisamente de ese modo. La esencia del conocimiento científico consiste en la auténtica generalización de los hechos, en que tras lo casual descubre lo necesario, lo que se halla respaldado por leyes; tras lo singular, lo general, y sobre esta base se lleva a cabo la previsión de diferentes fenómenos, objetos y acontecimientos; “… la coronación de la labor científica es la predicción, que nos descubre los horizontes de los fenómenos o acontecimientos históricos futuros, es el signo revelador de que el pensamiento científico supedita las fuerzas de la naturaleza y las que mueven la vida social a la realización de las tareas que la humanidad se plantea”.1 Todo el progreso del conocimiento científico está relacionado con el crecimiento de las fuerzas y del horizonte de la predicción científica. Por su parte, la predicción permite controlar y dirigir los procesos. El conocimiento científico ofrece la perspectiva no sólo de prever el futuro, sino de formarlo conscientemente. El sentido vital de cualquier ciencia puede caracterizarse de la siguiente forma: saber para prever, prever para actuar.

Un rasgo esencial de la cognición científica es su sistema, es decir, la agrupación de los conocimientos, ordenada según determinados principios teóricos. Un conjunto de conocimientos dispersos, que no se hallen unidos según un sistema que guarde conexión, no llegará a constituir una ciencia. El fundamento de los conocimientos científicos radica en una serie de premisas iniciales, en unas leyes determinadas que permiten agrupar los correspondientes conocimientos en un sistema único. Los conocimientos se transforman en científicos cuando la acumulación de hechos, realizada de acuerdo con una orientación determinada, y su descripción alcanzan tal nivel, que pueden ser incluidos en un sistema de conceptos y formar parte de una teoría. Ya en la Antigüedad, la filosofía y la lógica alcanzaron carácter científico. Los pueblos remotos habían logrado acumular no pocos conocimientos sobre las relaciones cuantitativas de las cosas. Basándose en ellos construyeron grandes obras: palacios, pirámides, etc. Pero estos conocimientos matemáticos elementales no tuvieron durante largo tiempo más que un carácter precientífico: no habían llegado a formar un sistema conexionado sobre la base de principios y leyes generales. Fue en los trabajos de Euclides donde los conocimientos matemáticos comenzaron a adquirir por vez primera una forma científica. Euclides les dio carácter sistemático y demostrativo. Prácticamente, la química es tan antigua como la humanidad. Pero los datos elementales de carácter práctico acerca de los procesos químicos aún no constituían una ciencia. Solamente en el siglo XVII, a partir de los trabajos de Boyle, la química comenzó a transformarse en ciencia.

Cada ciencia tiene su etapa de formación. Pero el criterio que rige la creación de cualquier ciencia es común: determinar la materia a investigar, elaborar los conceptos correspondientes a la materia en cuestión, establecer la ley fundamental inherente a dicha materia y descubrir el principio o crear las teorías que permitan explicar gran número de casos. Por ejemplo, la mecánica constituyó una ciencia cuando se establecieron las leyes de la inercia y de la conservación de la cantidad de movimiento y se elaboraron los correspondientes conceptos (Galileo, Descartes, Newton). La creación de la economía política se remonta a los fisiócratas. Adam Smith, David Ricardo y otros descubrieron las primeras leyes económicas, pero sólo Marx transformó la economía política en verdadera ciencia. Los conocimientos sociológicos se convirtieron en ciencia cuando Marx y Engels descubrieron las fuerzas motrices del proceso histórico y las leyes objetivas de desarrollo de la sociedad, que hicieron posible prever el comunismo.

En la historia de su desarrollo, el conocimiento alcanzó carácter científico a medida que fue descubriendo leyes y adquiriendo fuerza previsora.

Los conocimientos científicos se diferencias radicalmente de la fe, es decir, de la ciega creencia en la veracidad de lo que en principio no se puede comprobar en la práctica ni demostrar lógicamente. Sin embargo, hay que diferenciar la fe de la convicción basada en conocimientos, sobre todo científicos, por ejemplo, la convicción del pueblo soviético en el triunfo del comunismo. La convicción puede estar fundamentada científicamente; en cambio, la fe ciega, religiosa, la fe en Dios, en los milagros y en lo sobrenatural, la fe como prejuicio, como creencia en los signos favorables o desfavorables y en los sueños, no admite demostración alguna; solamente puede ser inculcada. Si la ciencia hace al hombre potente ante las fuerzas de la naturaleza y ante la vida social, la religión y la fe, en cambio, le desorientan, crean en él un sentimiento de predestinación y adormecen su conciencia de clase. En oposición a la fe, los conocimientos científicos son un reflejo veraz de la realidad, capaz de ser fundamentado a través de la práctica, y lógicamente demostrado. La conexión lógica en el sistema de los conocimientos científicos se adopta como condición necesaria, que se desprende de los hechos o de unas verdades previamente establecidas. Por eso, el resultado argumentado de la cognición científica se manifiesta como algo de carácter general y adquiere fuerza convincente para las personas que poseen la necesaria cultura mental.

El conocimiento científico del mundo se diferencia esencialmente de la conciencia estética. Aunque la ciencia y el arte reflejan la realidad, en la primera, el reflejo tiene lugar en forma de conceptos y categorías, mientras que en el arte se lleva a cabo a través de la imagen artística. Tanto el concepto científico como la imagen artística constituyen una reproducción generalizada de la realidad. Pero debido al carácter conceptual del pensamiento científico, la dialéctica de lo general, lo específico y lo singular se manifiesta en el conocimiento científico de diferente modo que en el arte. En la ciencia, la unidad dialéctica de lo general, lo específico y lo singular aparece en forma general, en forma de concepto, de categoría, mientras que en el arte esa misma unidad dialéctica se revela como una imagen, que conserva la visualidad del fenómeno singular de la vida. El conocimiento científico persigue la máxima exactitud, excluyendo todo lo individual, todo lo que el investigador haya podido aportar por cuenta propia: la ciencia es una forma social, de carácter general, de desarrollo del saber. Toda la historia de la ciencia confirma el hecho de que cualquier subjetivismo ha sido eliminado siempre, del modo más implacable, de la senda de los conocimientos científicos, conservando únicamente lo supraindividual, lo objetivo. Las obras artísticas son únicas en su género, mientras que los resultados de las investigaciones científicas son generales. La ciencia es un producto del “desarrollo histórico general en su resumen abstracto”.2 En cambio, el arte admite la invención, la introducción por el propio artista de algo que en esa forma precisa no existe, no existió y probablemente no existirá en la realidad. Pero la ficción artística es únicamente admisible en lo que se refiere a la forma singular de expresar lo general, y no en lo que respecta a su contenido: la verdad artística no admite la menor arbitrariedad y subjetivismo. Si el artista, al reflejar lo general, no mantiene la unidad orgánica con lo específico (típico) y singular, el resultado no será una obra artística, sino simple esquematismo y sociología desnuda. Si, por el contrario, reduce todo en su obra a lo singular, copiando ciegamente los fenómenos que observa y separando lo singular de lo general y de lo específico, obtendrá una copia naturalista, en lugar de una obra artística. En la ciencia, por el contrario, lo fundamental consiste en eliminar todo lo singular e individual, todo lo que no se puede repetir, y conservar lo general en forma de conceptos y categorías. En el mundo, la forma de lo general es la ley. Por eso, el conocimiento científico es el conocimiento de las leyes del mundo.

Los agnósticos y muchos idealistas metafísicos niegan que el objetivo principal de la ciencia sea conocer las leyes de la naturaleza. Algunos idealistas agnósticos reducen la ciencia a la descripción de los fenómenos de la misma. Contra semejantes planteamientos agnósticos se han manifestado no sólo los clásicos del marxismo-leninismo, sino también los más importantes investigadores del campo de las ciencias naturales.

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(*) M. B. Kedrov y A Spirkin, La ciencia. Concepto de ciencia. 1. Editorial Grijalbo, México, 1968.
(1) Umov, N. A., Obras, t. 3, Moscú, 1916, pág. 251.
(2) Archivo de C. Mar y F. Engels, t. 2 (7), 1933, pág. 161.

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