martes, 1 de noviembre de 2016

Literatura

Más del Escribidor: Tema del Autor y el Narrador


Julio Carmona

HAY QUE DESLINDAR UN HECHO PUNTUAL: que si los yerros acusados no pertenecieran al «narrador serio» (como evidentemente lo son) sino a un “narrador loco” o a los personajes, entonces se podría admitir su validez o verosimilitud. Tal es el caso de las escenas “elaboradas” por Pedro Camacho, el escribidor de La tía Julia... En el Capítulo X de esta novela (no olvidemos que los capítulos pares corresponden a las historias de Pedro Camacho que van paralelas a los capítulos impares del «narrador serio») se dice de uno de los personajes de Camacho:

En un grifo próximo llenó el tanque de gasolina, el radiador de agua, y partió (...) conducía despacio y con cuidado, pensando, no en la integridad de los peatones, sino en su amarillo Volkswagen. (A-2002: 172.)

Es evidente el «yerro»: no se puede llenar de agua el radiador del Volkswagen, simplemente porque este tipo de autos no tiene radiador. Pero en este caso no es un error achacable al «narrador serio» de quien el autor es el alterego, porque, supuestamente, quien escribe es el «narrador loco», el escribidor, y lo que se busca es hacer que éste diga torpezas. Pero cuando, como en los casos expuestos en el parágrafo anterior, es el «narrador serio» el que los comete, entonces, quien se convierte en escribidor es el autor.1 O sea, que el mismo MV lo entiende así, aunque parcialmente, cuando dice que «El narrador es por supuesto un narrador creado a partir de un personaje real que es el propio autor»; pero decimos que es un ‘entendimiento parcial’, porque la conclusión a la que llega se bifurca de ese punto de partida, realista, objetivo, incontestable, para fugar a la irrealidad, pues dice:

en fin, sabemos que el autor y el narrador no son nunca la misma persona, aun cuando el narrador usurpe el nombre, el apellido y las experiencias del autor. En este caso, usurpa buen número de experiencias del autor, pero, evidentemente, es un personaje también creado... (C-2004: 155.) 

Y esta ‘opinión absolutista’ sobre el narrador autónomo es irreal, se basa en una ilusión, porque, si el narrador es un ‘personaje creado’ no tiene autonomía para usurpar nada; es el ‘creador’ el que le transfiere ese buen número de experiencias” suyas. Y, por lo tanto, es éste el responsable del «buen» o «mal» uso que haga de tales experiencias. Y en el caso de los errores de construcción o de convicción es al autor a quien se le tienen que imputar, pues es él quien escribe, es él quien «sabe» lo que se dice y es en ese sentido que crea a los personajes que lo «dicen». Y éste es el caso del que estamos llamando «narrador serio»: es creado por el autor para que diga lo dicho de manera coherente, o en caso contrario se puede inventar también otro personaje de hablar incoherente («narrador loco») que resulta ser inimputable. Pero no es lícito que el autor quiera investirse de esa irresponsabilidad del personaje. Por ejemplo, en la elección de ciertas palabras con connotaciones muy marcadas el autor es necesariamente responsable, aunque sean dichas por el «narrador loco». Pongamos por caso la siguiente proposición:

La barriada, en efecto, era en ese entonces una universidad del delito, en sus especialidades más proletarias: robo por efracción o escalamiento, prostitución, chavetería, estafa al menudeo, tráfico de pichicata y cafichazgo. (A-2002: 244.)

Obviamente la aversión que siente MV por el socialismo se trasluce en esa devaluación del adjetivo ‘proletarias’ aplicándolo a acciones delincuenciales. O sea, que el autor es responsable de la elección que hace de todos los elementos con que construye la novela. Y puntualizamos esto porque, en el caso de MV, ya vimos que —teóricamente— pretende exonerar al autor de cualquier responsabilidad.2 Y esa pretensión se vuelve más imperiosa al momento de iniciarse los cambios señalados por Balmiro Omaña cuando —dice este autor— MV empieza a desarrollar «una literatura mimética que trata de copiar la realidad y que sigue los patrones que rigen esa realidad real.» (D-2001-a: 37-46.) Testimonio de ello es la siguiente opinión vertida en El pez en el agua:

Fue una disputa que tuvimos [MV y su padre] sin vernos y sin cambiar palabra [una disputa muy suigeneris, dígase de paso], a miles de kilómetros, con motivo de La tía Julia y el escribidor, novela en la que hay episodios autobiográficos en los que aparece el padre del narrador actuando de manera parecida a como él lo hizo, cuando me casé con Julia. (C-1993: 340.)

Y, a pesar de que, algunas páginas más adelante del mismo texto, relativiza esa separación absoluta de sus «dos mundos» (el real y el ficticio), pues dice que:

He aprovechado muchos de mis recuerdos de Radio Panamericana en mi novela La tía Julia y el escribidor, donde ellos se entreveran con otras memorias y fantasías, y tengo ahora dudas sobre lo que separa a unas y a otras, y es posible que se cuelen, entre las verdades, algunas ficciones, pero supongo que eso también puede llamarse autobiográfico. (Ibíd.: 396.)

A pesar de esa duda respecto de su primigenia actitud absolutista, seis años después, en un nuevo prólogo a dicha novela vuelve a plantear el postulado de autonomía absoluta del narrador respecto del autor, indicando que el empeño de recurrir a sus experiencias reales «para que la novela no resultara demasiado artificial»

Me sirvió para comprobar que el género novelesco no ha nacido para contar verdades, que éstas, al pasar a la ficción, se vuelven siempre mentiras (es decir, unas verdades dudosas e inverificables.) (A-2002: 3.)

Y aunque, por otro lado, en ese mismo prólogo confirma que es él quien da forma a aquellos episodios que «sin serlo, parecieran los guiones de Pedro Camacho», MV dice que ha buscado evitar «que se volvieran caricatura.» (Ibídem.) Pero a nosotros nos da la impresión de que no logró ese objetivo. Porque no sólo los episodios resultan caricaturescos, sino los personajes mismos, especialmente el del propio escribidor, Pedro Camacho:

... yo quedé todavía más sorprendido que los churrasqueros.3 Que esa personita mínima, de físico de niño de cuarto de primaria, prometiera una paliza a dos sansones de cien kilos era delirante, además de suicida. Pero ya el churrasquero gordo reaccionaba, cogía del cuello al escriba, y, entre las risas de la gente que se había aglomerado alrededor, lo levantaba como una pluma (...) El churrasquero menor me lanzó, sin preámbulos, un puñetazo que me sentó en el suelo. Desde allí (...) vi que el churrasquero mayor descargaba una verdadera lluvia de bofetadas (había preferido las bofetadas a los puñetes, piadosamente, dada la osatura liliputiense del adversario) sobre el artista. (A-2002: 200-201.)

La misma descripción caricaturesca utilizada con Pedro Camacho la vemos también usada con el «periodista miope» de La guerra del fin del mundo. En realidad, el «periodista miope» es Euclides Da Cunha, a quien dedica la novela (como hace con Julia Urquidi en la novela del escribidor), pretendiendo, tal vez, saldar una deuda: en el caso de la Urquidi, por haberlo ayudado a salir adelante con su vocación de novelista,4 al extremo que (luego de culminada su relación conyugal) le transfirió los derechos de autor de la Ciudad y los perros, los mismos que —por propia confesión de la afectada— le fueron suprimidos cuando ella no acató su pedido de que no publicara Lo que Varguitas no dijo (libro en el que ella pone los puntos sobre las íes). En el caso de Euclides Da Cunha, ¿quién no sabe que es el autor que le proporcionó gran parte del material con el que lograría ambientar su novela? Y esto lo ha reconocido MV en varias ocasiones. Os sertoes, la obra de Da Cunha (una mezcla de tratado sociológico, de crónica periodística y texto narrativo) fue una de las canteras que MV supo usar para su novela, como lo han determinado varios estudiosos (y lo reconoce él mismo.)

Pero en ambos casos, la dedicatoria «saldadora» de deudas se ve traicionada por el tratamiento ominoso que de ellos hace como personajes de ficción. En el caso de Julia Urquidi, es obvio que no es nada edificante se cuenten las intimidades de un momento —fugaz— de su vida, y menos que lo haga quien la traicionó con la sobrina de ella y prima hermana de él.5 De Euclides Da Cunha dice:

ese periodista joven, flaco, desgarbado, cuyos espesos anteojos de miope, sus frecuentes estornudos y su manía de escribir con una pluma de ganso en vez de hacerlo con una de metal son motivo de bromas entre la gente del oficio. Inclinado sobre su pupitre, la desagraciada cabeza inmersa en el halo de la lamparilla, en una postura que lo ajoroba y lo mantiene al sesgo del tablero, escribe deprisa, deteniéndose sólo para mojar la pluma en el tintero o consultar una libretita de apuntes, que acerca a los anteojos casi hasta tocarlos. (A-1981: 129.)

La caricatura ha sido siempre un recurso estilístico que, en la historia de la literatura, ha servido para establecer un paralelo que releva la imagen de uno de los comparados y, por supuesto, devalúa la del otro. Es famosa la que hace Homero, en la Ilíada, con Tersites, el soldado que osa contradecir la voluntad de los reyes, y que, hablando en nombre de la tropa (o pueblo) plantea el retorno al hogar. Pero es presentado por el narrador con rasgos esperpénticos: “bizco, cojo, corcovado, calvo”, de tal manera que cuando Odiseo (la perfección hecha hombre) se le opone, el pobre Tersites se desvanece. Y Euclides Da Cunha, como el «periodista miope», es un personaje importante de la novela, pero como autor de Os sertoes es la sombra que  MV considera urgente devaluar.

Hasta aquí hemos visto dos casos meramente literarios de relación personal con el autor. Y es ésta una relación que se generaliza en toda la novelística de MV (convirtiéndose en un tema digno de ser comentado) aunque adoptando varias manifestaciones que implican la devaluación subliminal de ciertos personajes (reales o ficticios), como es el caso de la caricatura (ya tratado) o haciéndolos incurrir en acciones que la sociedad sanciona como negativas: la violación o la homosexualidad. Y en tanto estos recursos depresivos son utilizados por MV en, por ejemplo, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, La fiesta del Chivo, y El Paraíso en la otra esquina, vamos a tratarlos en esta oportunidad.
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(1) «Toda la literatura narrativa es autobiográfica y el escritor solamente puede crear a partir de experiencias personales de la realidad. No creo que exista nada que se parezca a la invención químicamente pura.» Entrevista con Eduardo González Viaña, «Una máquina de narrar.» (D-2004: 82.)
(2) «El narrador de una novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use su biografía.» (B-2004: 47.) Esta cita también la hacemos en el Cap. 2, parágrafo 2.2.
(3) El tratamiento despectivo a los argentinos es una propensión recurrente en MV.  Por ejemplo, la siguiente expresión: «la maciza pedantería rioplatense de Homais.» (B-1975: 17, cursiva nuestra.)
(4) En la novela La tía Julia... dice: «Hablamos [con la tía Julia] de lo que haríamos cuando volviéramos a reunirnos, cómo ella me ayudaría en mi trabajo y cómo, de una manera u otra, tarde o temprano, llegaríamos un día a París a vivir en esa buhardilla donde yo me volvería, por fin, un escritor.» (A-2002: 343.)

(5) Y, más aún, que en una entrevista —estimulado por el rencor que le produce una situación generada por él mismo— diga: «Me casé con esa señora, la primera vez...», y que, además, sugiera que ella publicó su libro no por dignidad sino por lucro, pues dice que él se propuso «no decir nada más, porque no quería contribuir a la campaña publicitaria para el lanzamiento de Lo que Varguitas no dijo en España.» Entrevista con Sonia Goldenberg, «Los apachurrantes años cincuenta», en: D-2004: 174-175.




Alonso Quijano, el Legado de un Quijote en América

Roque Ramírez Cueva

DE ESPAÑA ME ESCRIBEN mediante una bitácora electrónica, un medio útil cierto, sin embargo demasiado cortés, protocolar diría, y allí sin conocerme un poco me piden escribir acerca del cuarto hijo de Rodrigo, hijo a su vez de don Juan un hijodalgo que cabalgó entre la ventura y la desventura, más amigo de esta última, quien por lo mismo abandonó los estudios de leyes para ganarse la vida haciéndole de  barbero y médico sangrador; ellos forman una familia nobiliaria sin suerte que cinco siglos después la fama les ha crecido al infinito, casi, ellos son los Cervantes (1).

Entonces la mera cortesía se troca por la calidez, porque ¿quién de los amantes de los libros, en particular de los fundadores de códices de caballería, puede conservarse impávido ante el llamado de la memoria sobre aquél cuarto hijo de don Rodrigo que nació en el día del santo Miguel? En dicha bitácora digital hay una exigencia, escribir acerca de las venturas que hayas tenido vos -o tu nación- con éste don Miguel, el de la  justa fama allá por las comarcas de La Mancha.

Hablar de uno mismo conllevaría al egoísmo si es que no a la inmodestia, luego no queda más que hablar de los lazos urdidos con la nación. Para ello elijo, sin mengua al cariño por la mía, entablar memorias con la Patria Grande. Bien, ¿qué lazos, cariños, herencias o buenas venturas se han generado de nuestra convivencia con el conocimiento de la obra de Cervantes?  Por cierto, tan gran lector que había sido, acabo de saberlo, que decirle empedernido es poco. Dicen los hacedores de su historia que, por afirmación de sí mismo, desde niño él acogía y frotaba ante sus ojos cuanto papel escrito o garabateado hallaba.

Y recién caigo en algo sabido y poco observado, él, recaudador de nobles y letradas causas, nos lo anunció clarito en las primeras páginas de su hidalgo Caballero, lo hizo al momento de narrar la afición hiperbólica y afiebrada que tenía Don Alonso Quijano por los códices de caballería. Todos sus lectores sospechamos, si no lo confirmamos, este dicho Alonso Quijano es el “alter ego” de Don Miguel de Cervantes:

“los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer;” (2)

Y, bueno, empezamos con esta relación intertextual observando al amante inagotable de los libros. Cervantes confirma en este inicio de su novela una de las cualidades vitales a la formación de todo escritor, un ejercicio apasionado por la lectura. Y ese es un legado para todo mundo, incluido la América del otrora nuevo mundo.

Ahora, volvamos atrás, con los ancestros del aún no nacido Miguel. El abuelo Juan Cervantes entre sus venturas, se acogió por los 1530 a 1540 bajo la protección del Duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza miembro del poderoso y noble linaje de la Casa de los Mendoza, Condes de Viscaya, quien resultó ser pariente del I Marqués de Cañete del mismo nombre, padre del III Virrey del Perú Andrés Hurtado de Mendoza (3) Marqués de Cañete (Cuenca, España). Los Hurtado de Mendoza pertenecieron a una nobleza culta cercanos a la corte de Carlos V y Felipe II; uno de ellos, Diego Hurtado de Mendoza y Pacheco fue poeta reconocido en su época además de cronista; por ello fueron protectores de las artes y literatura; el ya mencionado Mendoza que fue Virrey del Perú viajó a América para asumir el cargo de gobierno, acompañado, en la misma Nao, del poeta Alonso de Ercilla. Este lazo del abuelo Juan con el mencionado Duque Hurtado de Mendoza, originó que por amancebamiento su hija María, tía de Miguel herede el codiciado apellido de los Mendoza, además de una sustanciosa dote que el abuelo dilapidaría. (4)

El amancebamiento de cierta nobleza española con familias del llano vino acompañado de una doble moral que nos trajeron los invasores y que se la inocularon a las élites limeñas nobles y a las no nobiliarias, cuyas familias adquirieron ascendencia arrimándose a panakas cusqueñas a inicios del estado colonial, y luego noble s criollos arruinados salvando su alcurnia a costas de la honra de las hijas. Costumbre de aquellos tiempos cervantinos que se mantuvo acá en Perú hasta los años sesenta del reciente siglo XX pasado en que los terratenientes en ruina unieron la sangre de sus hijas a técnicos y operarios europeos para adquirir un apellido que los volviera gringos y aproxime con mejor apariencia en sus relaciones con los yunaites –USA- y las europas, para así mantener prosapia entre las élites del país. Un militar cholo, el piurano don Juan Velasco Alvarado convirtió aquel sueño colonial y oligarca en una pesadilla, derrumbando un arcaico latifundismo semi feudal predominante hasta 1970, al implantar una Reforma Agraria que les arrebató las tierras a dicha casta.

En otras palabras, nos heredaron perfiles psico sociales de la apariencia para disfrazar oscuras intenciones de honras malhadadas, sin duda nos reinventaron la alienación social disfrazada de huachafería, y desde allí se asentó lo huachafo en la gentita del poder y sus imitadores arribistas. También transfirieron su actitud segregacionista y machista. El machismo en el Quijote es encajado a quienes se encargaban de ofrecer protección, a los ricos, a los nobles que culpan –tal como hoy en día- a la mujer de su modo de concebirla bella, dócil, sino, es una perturbadora y castigadora de los “pobres hombres”:

“Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que por si ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atraen los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y así no saben qué decirle sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan; y si aquí estuviéredes, señores, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen.” (5) p. 57.

Y respecto a los segregacionismos, las inclinaciones del Ingenioso Hidalgo son definidas. Se siente atraído a los castillos por un lado pero también presto a hincarse ante la nobleza palaciega, postergando sus vindicaciones. Arremete su lanza contra villanos moriscos o gentiles hombres, y principalmente asimila, con su personaje Sancho Panza, los prejuicios racistas y colonialistas que asomaban con fuerza en el naciente capitalismo que se estaba incubando.

“Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen habían de ser todos negros; a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio, y díjose a sí mismo: «¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título, o algún oficio, con que vivir descansado todos los días de mi vida?” (p. 216, I)

Sin embargo mayores son sus compromisos con los reparos sociales. El Quijote significa para bastante gente de buen leer y entender un enorme suceso de hurgar en los asuntos de la política y sus disfraces, en las triquiñuelas de una justicia para nada ciega, en los asuntos de enderezarlas con la espada; es decir, en el interés de paladines justicieros. Si desde el gobierno de los reinados se afirma que la ley tiene rutas a seguir y cumplir, desde la óptica de quienes las sufren se le replica que las acciones justicieras se hacen necesarias, por tanto imprescindibles, su justificación le es dada por el desatino de la política y la justicia dominantes:

“no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día […], se armó de todas sus armas,” (6)

Este ideal quijotesco –el cual abundaremos en adelante- es la principal dote que Miguel de Cervantes Saavedra y su obra, con gran generosidad, han concedido a nuestra América Latina y al mundo. Los héroes insurgentes no son pocos desde Túpac Amaru hasta Ernesto Guevara, el Che, en otras perspectivas y perfiles ideológicos, pero siempre en el propósito de “entuertos que enderezar y abusos que mejorar”. Sin olvidarnos claro de nuestros poetas entrañables que golpearon el cielo con su pluma y espada, hablo de Mariano Melgar y Javier Heraud en representación de más de un centenar de escribidores, aportantes de lo suyo en este cupo de dote justiciera que la conciencia exigió y exigirá a los quijotescos hijos de pueblo. Cierto que, los trabajadores  e intelectuales nacidos en el capitalismo, hubieron de asumir mayores ideologías definidas de vanguardia o revolucionarias donde la lucha se planteaba desde la perspectiva del antagonismo de las clases. Porque allí se encuentra el origen de justicias e injusticias, de avaricias y solidaridades, de arbitrariedades y derechos, de pirámides con estratos sociales, unos dominantes y los más dominados. Esto lo sospecha Cervantes, por lo mismo algo de ello se asoma en sus páginas, pero eran tiempos de una ciencia -poco desarrollada- y un pensamiento dialéctico incipiente que imposibilitaban entender de mejor manera, con claridad, los líos sociales y políticos del siglo XVI.

En otro asunto, no de poco interés, el más afamado de los Cervantes nos trae a memoria de refresco una cuestión molesta, agraviante a los creadores, triste y una afrenta a la sociedad. Nos recuerda ya en su época medieval se mostraba desinterés por la cultura y se menospreciaba el trabajo de escritores, artistas y poetas, la misma actitud asumida en estas últimas décadas del flamante siglo donde cánones capitalistas no valoran tampoco la labor de los dichos cultores del arte y las letras. El narrador Oswaldo Reynoso y el poeta Rodolfo Hinostroza han protestado que tanto empresas como universidades se negaron y niegan a remunerar su labor. Es decir, se considera que la tarea de crear y producir arte y literatura no merece recibir nada de peculio porque, en el fondo se piensa, no es trabajo que demande esfuerzo, es una actividad surgida del ocio y la locura, y los libros lanzados a la candela por traer ideas cuestionadoras del sistema:

“Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza. Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien, quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión de delante.”

Y concluyendo esta primera parte, don Miguel de Cervantes en su obra magna nos recuerda nítido que, mientras allá en España y con seguridad también en Europa se conducían orientados por la superstición para producir, acá teníamos sabios que conocían de astronomía, de solsticios, de tecnologías hidráulicas y agrarias para lo mismo. En suma, la civilización europea no fue tan superior como nos lo hicieron saber e imponer.(7)

“asimesmo adivinaba cuando había de ser el año abundante o estil. Estéril queréis decir, amigo, dijo Don Quijote. Estéril, o estil, respondió Pedro, todo se sale allá. Y digo que, con esto que decía, se hicieron su padre y sus amigos que le daban crédito muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se llama Astrología, dijo Don Quijote”  (p. 55)

Bueno, y otro asunto a destacar de estos lazos de Cervantes con la Patria Grande, desde su región más conservadora, el Perú, sería el hecho que nos impusieron una clase dominante de la peor ralea, inculta. La misma que se interesó sólo en el oro y las riquezas metálicas. Por ello los recuerdos que conservan los invasores es haber llegado a nuestras tierras en plan de tesoros:

“Mi hermano…  escogió el honroso y digno ejercicio de la guerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro padre nos propuso, según os dijo vuestra camarada en la conseja que, a vuestro parecer, le oísteis. Yo seguí el de las letras, en las cuales Dios y mi diligencia me han puesto en el grado que me veis. Mi menor hermano está en el Pirú, tan rico, que con lo que ha enviado a mi padre y a mi ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural;” (8)
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Notas

(1)     Trapiello, Andrés. Miguel de Cervantes, las vidas de Miguel de Cervantes. Volumen 14. Madrid. Biblioteca Protagonistas de la Historia (Diario ABC). Ediciones Folio, S.A.  2004. PP. 21 a 31.
(2)          http://www.educa.jcyl.es/educacyl/cm/gallery/Recursos%20Infinity/tematicas/webquijote/pdf/DONQUIJOTE_PARTE1.pdf   Edición digital: Junta de Castilla y León. P.2
(3)          http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=hurtado-de-mendoza-andres
(4)          Trapiello, Andrés. Ibidem, P. 29.  
(5)        Ibid. PDF/DON QUIJOTE de La Mancha. PARTE1. Edic, digital: Junta de Castilla y León. P.57.  
(6)          Ibid.  PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.6
(7)          Ibid.  PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.55.

(8)          Ibid.  PDF/DON QUIJOTE PARTE1,  P.363.




Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?*


Julio Carmona

EN SU LIBRO DE ENSAYOS La invención novelesca, Miguel Gutiérrez escribió lo siguiente: «En general, los amigos —me refiero a los amigos del gremio— no se sienten felices cuando tú publicas. Cuando publiqué Hombres de caminos me sentí como ante un Tribunal. Con el dedo acusador uno de los amigos me dijo: “¡Has imitado a Faulkner!”. Otro: “Lástima. El tema del bandolerismo daba para una novela mayor”. Un tercero: “¡Qué descuidado eres con el lenguaje, Miguel!”.» (B-2008-a: 159).1

Y nos atrevemos a decir que a Miguel Gutiérrez (MG) las opiniones de sus amigos ‘le llegan (para usar un eufemismo) a la punta del pájaro’, pues quien lo entrevista —ficticiamente— pregunta:

—Y tú, ¿cómo te sentiste?
—¿Quieres que te sea franco?
—Sabes que puedes confiar en mí.
—Sentí una erección formidable. (Ibíd.)

Pero, después de leída la novela que aquí nos ocupa, Confesiones de Tamara Fiol (CTF, B-2009-a), creemos que MG debería deponer ese prejuicio que tiene respecto de «los amigos del gremio», cuyas opiniones no necesariamente han de responder a oscuros resquemores o aviesas envidias, porque hasta dos de esas ‘opiniones de sus amigos’ a las que alude le son aplicables a CTF: ‘las limitaciones de la novela’ y ‘el descuido del lenguaje’.

Por lo que respecta al tema de ‘las limitaciones de la novela’, lo trataremos en el primer capítulo (en relación con los personajes). Y, a propósito de este tema, aquí adelantamos que MG debería reconocer que es derecho de cualquier lector crítico opinar que ‘pudo dar para una novela mayor’. Pero, si ante este tipo de opiniones el autor se la va a pasar despotricando en ensayos posteriores, lo que se ha de entender de ello es que hay una cierta intolerancia a la crítica adversa y que, en todo caso, se quiere solo una crítica complaciente, o que se está ninguneando a los opinantes o, por  último, que todo ello responde a una «piconada» monda y lironda. Hasta aquí hemos dicho que esa reacción de MG es detectable en algunos de sus ensayos; pero con la publicación de su novela Una pasión latina (B-2011-a) esa ojeriza la ha trasladado también a la ficción, atribuyéndola a un personaje que viene a ser su alter ego: Artimidoro Correa [no se pierda de vista que este es el apellido materno de MG], y dice de él que:

… se hizo de muchos adversarios y enemigos no sólo entre los sectores intelectuales del establishment, sino también entre los sectores de izquierda que juzgaban sus posiciones, aparte de irreverentes, demasiado heterodoxas y radicales2. (…) Por su parte, los críticos de izquierda se sumaron al ataque, aunque se centraron en demostrar las contradicciones ideológicas en que incurría Correa, señalando su caída libre hacia el lodazal de la peor novela burguesa.

Esas críticas negativas le parecieron previsibles, razonables incluso, pero consideró el ensañamiento como una manifestación de la perfidia humana (p. 36).

Con esa manera de juzgar —sesgadamente— las críticas severas que se le hacen («como una manifestación de la perfidia humana») o como las califica respecto de Mario Vargas Llosa, cuando dice que hubo «intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La Guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic) de la mezquindad y la envidia»3, MG está recurriendo a la falacia ad hominen que no absuelve las críticas sino que las pretende desautorizar atacando a quienes las plantean: ‘mediocres, oportunistas, mezquinos, envidiosos, pérfidos’. Y bien se sabe que en la concurrencia social nadie está libre de crítica. Si hasta autores de la talla de Shakespeare no escapan de ella.4 De esa manera MG no hace sino contradecir lo que él mismo hizo respecto de Mario Vargas Llosa, cuando censuró el fin que da a uno de los personajes (Galileo Gall) de La guerra del fin del mundo, y dijo: «Con eso, me parece a mí, Vargas Llosa cerró la posibilidad de un desarrollo mayor de esa novela, como reflexión histórica» (C-1992: 106).5 O sea que sí se puede decir de una novela que «pudo dar para mayor» (aunque el autor considere que a él no le dio la gana de hacerlo).6

Y el hecho de que nosotros aquí creamos que el tema de CTF ‘daba para más’ explica el título de esta introducción: «Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?» Aunque —es necesario aclararlo— la frase del interrogante la hemos tomado de la propia novela; en la p. 209, el narrador, Morgan Batres (MB), es recriminado por un interlocutor, de la siguiente manera: «Vamos, Morgan, déjate de cabronadas novelísticas. Lo tuyo es la crónica periodística. Convéncete. Y por lo que me cuentas de esa mina vas a terminar escribiendo un novelón indigesto

En el segundo capítulo continuamos develando las limitaciones de la novela en estudio, pero esta vez en relación con el tema de la política que es —dígase de paso— uno de los más relevantes de la novela. En ese sentido, pensamos que es complementario del precedente (personajes), de manera especial en relación con los siguientes sub-temas: las mujeres de Sendero Luminoso, y los específicos del marxismo, el anarquismo, el aprismo y dos figuras relevantes de la izquierda internacional: Stalin y Trotski.

En el tercer capítulo nos proponemos analizar la concepción ideológico-político/poética de MG, que se encuentra sugerida en algunos pasajes de CTF, y que también vamos a rastrear en sus ensayos (inclusive en sus declaraciones periodísticas); porque creemos que ha habido un cambio en su postura teórica o ideológica en esa dimensión trascendental de su producción literaria. Es más, creemos que ese cambio es el que explica las defecciones que hemos detectado en la novela aquí estudiada.

Las observaciones sobre el ‘descuido del lenguaje’ las haremos en el cuarto y último capítulo, tratando no solo los «errores» conceptuales, sino también las «erratas», aparte de otras fallas de construcción (y todos difícilmente pueden anularse con el expediente de la «erección formidable», ni con echarle la culpa al encargado de la corrección, Jorge Coaguila, quien figura como tal en los créditos editoriales, pues él —en todo caso— es corrector y no productor de errores); sin embargo, y finalmente, para evitar la repetición de citas, algunas observaciones las haremos —en lo posible— solo al momento que aparezcan en cada capítulo.

Por otro lado —aunque siempre sobre el poco cuidado que MG le asigna a la corrección gramatical—, es justo decir que él mismo es consciente de ello; en el prólogo a la primera edición de su ensayo La generación del 50, anotó lo siguiente: «No puedo omitir mi reconocimiento y gratitud a Vilma, compañera de toda la vida, quien (…) controló mis irreverencias con la gramática» (B-1988: p. 17). Esta atingencia, con todo, no lo exonera de responsabilidad, del mismo modo como ‘la ignorancia de la ley no absuelve de su cumplimiento’ o como ‘la ignorancia social no significa inocencia’. Sin exagerar, podemos decir que son raras las páginas de CTF en las que no haya algún «descuido»; los márgenes del ejemplar que hemos manejado están saturados de notas y observaciones. Veamos aquí ciertos errores que ilustran el caso. En la página de la dedicatoria se lee: «También para Mendis, mi flaquita». Y hay falta de claridad en la construcción (lo que puede ser considerado como un error), pues es posible encontrarle dos sentidos: a) que una obra anterior le ha sido dedicada a Mendis, y esta también… o b) que el libro está dedicado a otras personas —que son omitidas— y ‘también a Mendis’.

Pero, a propósito de omisiones, llama poderosamente la atención que en la solapa del libro, en la que se incluyen los datos del autor, cuando se habla del grupo Narración se omita el nombre de Oswaldo Reynoso, lo cual colinda con lo inverosímil, si se sabe que fue por iniciativa de Reynoso que se fundó la revista del grupo Narración, dato que es proporcionado por el mismo MG; en La invención novelesca dice: «… por iniciativa de Oswaldo Reynoso, fundamos la revista Narración, cuyo primer número se publicó en 1966» (2008-a, p. 89).7 Por otro lado, cabe precisar que en eso de las dedicatorias, MG se ha manejado con cierta dosis de misterio o maleabilidad; por ejemplo, en la primera edición de Hombres de caminos, hay esta dedicatoria. «Para D., este avance», y sobre el particular recordamos haberle consultado, personalmente, creyendo que esa «D» hacía referencia al nombre de su hijo, Dimitri (Gutiérrez Aguilar); pero lo negó, sin precisarnos el dato. Entonces optamos por atribuirlo a Deyanira que es el personaje a quien —en ausencia— Martín Villar le refiere la historia de la novela (y que podía ser alguna persona real a quien MG prefería mantener en el anonimato).8 Asimismo, se debe precisar que esta dedicatoria desaparece en la segunda edición. Igual desaparición ocurrirá en La generación del cincuenta, 2a edición, con otra dedicatoria de la primera:

A Carlos Eduardo Ayala Aguilar, mi hijo, desaparecido durante el genocidio de los combatientes sociales presos en la isla El Frontón, Callao, Perú, los días 18 y 19 de junio de 1986, con estas palabras de Balzac: «De todas las semillas confiadas a la tierra, la que da más rápida cosecha es la sangre vertida por los mártires».

En la segunda edición de dicho libro esa dedicatoria se modifica así: «A la memoria de Carlos Eduardo Ayala Aguilar, a quien crié (sic: no debe llevar tilde) desde muy niño como mi hijo», y agrega nuevos datos a la noticia de su muerte, pero elimina la cita de Balzac. Igual eliminación de cita se hace en la segunda edición de Hombres de caminos, pues en la primera edición había la siguiente de Miguel Ángel Asturias:

«Uno cree que inventa muchas veces lo que otros han olvidado. Cuando uno cuenta lo que ya no se cuenta, dice uno, yo lo inventé, es mío. Pero lo que uno efectivamente está haciendo es recordar» (B-2009).9

Cita esta que coincide con el significado de la teoría del reflejo marxista.10 Pero —se puede adelantar aquí— esa omisión está coincidiendo con la nueva teoría de la literatura asumida por MG y que sostiene en su libro —de título por demás significativo— La invención novelesca, título que expresamente contradice la cita de Asturias y desecha la teoría del reflejo marxista, propugnando en su lugar la teoría formalista, burguesa, de que la literatura o la novela es una «invención», es decir, un artificio que deviene «ente autónomo».

Como se sabe, el novelista tiene libertades y licencias que le permiten transgredir el orden —y hasta la lógica— de la realidad. Aunque esa libertad —también es preciso puntualizarlo—, como toda libertad, tiene sus límites, pues de lo contrario el escritor se convertiría en un iconoclasta antojadizo o un autócrata irredento. Y si él mismo no administra esos límites, para eso está la crítica (no solo la crítica profesional). Pero, por lo común, los escritores suelen tenerle aversión a la crítica, y, si no lo manifiestan cuando ellos mismos son criticados (acción de muy mal gusto, dígase de paso), lo hacen como «escuderos» de otros (obviamente, sin que estos otros hayan solicitado su defensa). Por ejemplo, en el libro Lexicografía, de Marco Aurelio Denegri, se refiere que Ernesto Sabato, en algún momento, salió en defensa de Dostoievsky, de Stendahl y de Cervantes, y lo hizo de la siguiente manera:

un crítico ruso, menos memorable que su disparate, afirmó que Dostoievsky no sabía escribir; un cierto profesor francés de preceptiva señaló las torpezas literarias de Stendahl; y, entre nosotros, Paul Groussac decidió que Cervantes escribía una prosa de sobremesa. Como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar (DENEGRI, A-2011: 95).

De esa cita se desprende que Sabato —sin quererlo, seguramente— estaba haciendo la función de crítico (estaba criticando al crítico), pero al hacerlo no se curó de la ligereza que acusaba, pues ningunea a los criticados —al extremo de omitir sus nombres, en el primer y segundo casos— y, en el tercero, no refuta la opinión que cita; con el agravante de comparar literatura con filosofía, pues llega a la conclusión de que si se dice que Dostoievsky, Stendahl y Cervantes no sabían escribir es como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar. Y, en realidad, no hay equivalencia en los casos comparados. Asumimos que a los escritores mencionados se les está censurando algún error de construcción o alguna falla gramatical, lo cual es distinto al pensar de los filósofos, y no es que los escritores no sepan pensar; pero por su parte los filósofos, seguramente, también incurrían en errores de escritura: nadie está libre. Y decimos esto último porque ni el mismo Sabato se ve exonerado. Pruebas al canto. Veamos solo una falla escritural suya, dice:

… si es posible contar con indiferencia o prescindencia la historia para un programa de TV de un contrabandista o de un espía en Hong Kong, es radicalmente imposible esa objetividad para un escritor que angustiosamente expresa el drama del hombre contemporáneo (SABATO, A-2006: 26).

¿O sea que para Sabato la existencia de los contrabandistas y de los espías no es parte del drama humano? Y no se comprende tampoco por qué esa objetividad (usada al tratar las historias del contrabandista o del espía) es imposible de ser usada por un escritor que ‘angustiosamente expresa el drama del hombre contemporáneo’; preguntamos, primero: ¿de quién es la angustia: del escritor o del hombre contemporáneo? Y, segundo, ¿de dónde surge la angustia del hombre?, ¿no es de los hechos reales, que constituyen la objetividad per se? Todo esto relacionado con el fondo de la cita. Por otro lado, destaquemos una deficiencia de construcción escritural: al decir «contar la historia para un programa de TV de un contrabandista o de un espía de Hong Kong», se entiende que el programa de TV es de (pertenece a) un contrabandista o un espía, cuando —para evitar la anfibología— ha podido decir: ‘contar la historia de un contrabandista o de un espía de Hong Kong para un programa de TV’. Hasta aquí la incisión a nuestro ejemplo. Volvamos a la cita de Sabato que critica Denegri. Dice:

No le gusta a Sábato lo que él llama ‘variaciones palabreras sobre palabras’, y sin duda por eso respeta unas veces la concordancia y otras no. En efecto, dos líneas antes de escribir eso de las ‘variaciones’, se refiere al concepto de realidad que caracteriza a ciertos autores, y en lugar de decir que los caracteriza, comete la inconcordancia de decir que ‘lo’ caracteriza. Y después agrega lo siguiente, y esto sí es de antología: ‘En épocas de agotamiento y refinamiento (y los dos adverbios casi siempre califican juntos una realidad social) […].’ ¿Pero quién le ha dicho a Sábato que agotamiento y refinamiento son adverbios? Hasta un chico de primaria sabe que son substantivos; y sabe también que el adverbio no califica, sino modifica; es elemental. Y no se me diga que se trata de erratas; no, son errores del tamaño de un puño. Entonces, ¿qué autoridad tiene Sábato para desestimar las observaciones gramaticales? (op. cit. p. 96. En todos los casos, la cursiva es de Denegri).11

Lo interesante es que, después de esta reconvención a Sabato, nuestro autor —Denegri— se ocupa de MG, en los siguientes términos: «Hombres de Caminos12, de Miguel Gutiérrez, es libro que yo no había leído. Hace unos días lo leí, por recomendación de un amigo, aunque sin imaginarme que en esta novela iba a tropezar con errores de a folio cuya comisión es, si no inexplicable, sorprendente, en autor tan encomiado.» Y, a párrafo seguido, continúa Denegri:

Amén de los errores, hay también erratas, y como diría Jacinto Benavente, «con profusión democrática»; sin embargo, no me ocuparé de éstas, sólo de los errores, y únicamente de los principales, pero que bastan y sobran para afear y desmerecer una obra que habría sido más aceptable sin ellos. Con ellos, cojea demasiado. Si no están bien escritas, entonces hoy llega a ser mayor, en mi sentir, la extemporaneidad de las novelas de la ruralia. Mal escritas, se olvidan pronto. En este mundo digital y globalizado, las novelas de la ruralia carecen de porvenir. Ello no obstante, de mí sé decir que en lo presente leería complacido una obra impecablemente escrita de tema rural, con gamonales, bandoleros, cholada y todo lo demás; pero mi complacencia se debería a la forma bella, no al fondo.

Y sobre este tópico es pertinente hacer la siguiente reconvención: Es obvio que con el término ruralia, Denegri está clasificando —sin decirlo explícitamente— a la novela aludida de MG dentro de lo que —con terminología más difundida— se llama nativismo, indigenismo, ruralismo y hasta costumbrismo. Y, de paso, nos está diciendo que, en esa clasificación, la novela de MG resulta ser extemporánea e irredimible por los errores que él denuncia. Y, realmente, es una exageración. La novela de MG —con todos sus dislates gramaticales— trasciende no solo el ámbito del indigenismo (o ruralia, para Denegri), para insertarse en la dimensión del nuevo realismo latinoamericano, inserción que, lamentablemente, con la novela aquí comentada (CTF), ha abandonado, lo cual —con cierto regocijo teórico— es reivindicado en sus últimos ensayos. (Reitero: este es un tema que trataremos en el tercer capítulo de este trabajo). Sin embargo —y hay que decirlo con todas sus letras— Marco Aurelio Denegri no ha sabido aplicarse su propia medicina expuesta en el siguiente párrafo del texto citado:

Si la observación gramatical, o como dicen los impugnados, la gramatiquería, no sólo intenta señalar un yerro sintáctico, o un dislate ortográfico, o una metáfora inaceptable, sino que pretende, al indicar esos defectos, desmerecer toda la obra, que naturalmente puede tener otros valores, entonces no es atendible la observación (Ibíd.)

Y Denegri concluye su introducción diciendo:

expondré enseguida las incorrecciones gramaticales que se aprecian en la novela Hombres de Caminos. Creo que Miguel Gutiérrez sabrá aprovechar mis censuras y reparos. Las objeciones fundadas son preferibles siempre a los ditirambos que prodigan los amigos y a las inepcias y mentiras de la crítica especializada (op. cit.: 97-98).13

Aunque también, al parecer, Denegri exagera en su acuciosidad, pues tratándose de una obra narrativa ha de tenerse en cuenta que el autor puede ser consciente de los errores, pero admitirlos (en interés del relato) por ser atribuibles al narrador o a un personaje.14 Y es el caso del siguiente supuesto error detectado por Denegri:

Si quiero formar el nombre abstracto del adjetivo delgado, entonces usaré el sufijo –ez y diré delgadez; y de ácido, acidez; y de mulato, mulatez; pero de ninguna manera ‘mulatés’, como cree Gutiérrez, que estampa este dislate en la p. 37 y lo repite en la 65.

Y resulta que, en ambos casos, quien usa el término mulatés es el personaje Sansón Carrasco; es más, se puede advertir que en la p. 37 lo hace encerrándolo entre comillas, connotando, así, que lo usa tal como se lo endosan a él mismo los gamonales. Por lo demás, la crítica lexicográfica y gramatical de Denegri es atendible, pero —repetimos— fue desatendida en la tercera (y suponemos que lo mismo ocurrió con la segunda) edición de Hombres de caminos15 por su autor, MG, quien sus razones tendría. Obviamente, sería soberbio de nuestra parte pretender lograr lo que no pudo el eminente lexicógrafo. Por eso es preciso aclarar que no es ese el objetivo de este trabajo. El que realizamos aquí es un ejercicio que aprovecharemos nosotros mismos, sin ser por eso este un objetivo crucial —por demás hedonista y egolátrico—. Pero, del mismo modo como hemos degustado, con provecho, el trabajo ejemplar de Marco Aurelio Denegri, asimismo, esperamos que este trabajo encuentre un oído receptor para sus incisiones, y que logren estas su aceptación —que es lo deseable— aunque también, si es pertinente, su acerva crítica y hasta rechazo, para que de esa manera se siga engarzando la cadena de esta labor crítica tan ingrata para unos y alegre para otros (como dice el valse de «El Cholo» Berrocal).

Por último, no nos queda sino expresar nuestra gratitud a las personas que, ya sea con su apoyo moral o con la oportuna lectura de este trabajo (que, en algunos casos, motivó sugerencias o propició la recomendación bibliográfica pertinente y hasta cesión de la misma) permitieron que pudiera cumplir con el objetivo de aportar —en el plano de la investigación literaria— con elementos que esperamos sean significativos para una mejor comprensión de lo que es o debe ser la literatura desde la perspectiva del marxismo. Entre las personas aludidas podemos mencionar a Manuel Pásara, Roquelín Ramírez, Eduardo Ibarra, Adolfo Venegas, Héctor Castro, Ena Acosta, Lucy Monzón, Ruth Santiváñez, Micaela Pérez, Aurelia Zavala. Y, de manera especial, a Teresa Yenque, mi esposa por su apoyo incondicional.

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Notas
(*) Carmona, Julio. POÉTICA Y POLÍTICA. Análisis a CONFESIONES DE TAMARA FIOL. PIURA-PERÚ. Windmills International Editions, Inc. California - USA – 2016.
(1) El punto que va después de la comilla y del signo de admiración es erróneo y corresponde al original. Cada vez que esto ocurra lo indicaremos solo con el signo «sic». Las comillas latinas o españolas (« ») las usamos para diferenciarlas de las inglesas (“ ”). Asimismo, aquí debemos precisar que la bibliografía la dividimos en tres apartados: A. General, B. Del autor, y C. Hemerografía, según eso, las referencias bibliográficas irán precedidas de las letras correspondientes, el año de la edición y el número de página.
(2) Calificar a las posiciones políticas de «heterodoxas y radicales» es contradictorio. La heterodoxia nunca se ha caracterizado por el radicalismo, este es propio de la ortodoxia. Al heterodoxo no se le puede juzgar de radical sino, más bien, de moderado o reblandecido (que es, en la práctica, la actitud asumida por MG).
(3) A esta cita se le pueden hacer las siguientes atingencias: a) la coartada que se encontraría no es la de «ocultar» sino lo contrario de «develar», «exteriorizar» esas pasiones; b) en segundo lugar, la crítica de los errores no necesariamente ha de tener como motivación la envidia; y, por último c), el signo «sic» indica que: si se está refiriendo a «las pasiones», ha debido decir: ‘como las’, y no «como los».
(4) En Internet hemos hallado esta crítica de Charles Bukowski a William Shakespeare: «Shakespeare es ilegible y está sobrevalorado. Pero la gente no quiere escuchar esto. Uno no puede atacar templos. Ha sido fijado a lo largo de los siglos. Uno puede decir que tal es un pésimo actor, pero no puede decir que Shakespeare es mierda. Cuando algo dura mucho tiempo, los snobs empiezan a aferrarse a él, como ventosas. Cuando los snobs sienten que algo es seguro, se aferran. Pero si les decís la verdad, se ponen salvajes. No pueden soportarlo. Es atacar su propio proceso de pensamiento. Me desagradan» (Charles Bukowski, entrevistado por Seann Penn en 1987 para la revista Interview, Página-12, Buenos Aires, 27 de junio de 2004).
(5) Cursiva nuestra. Y siempre será así. Cuando corresponda a los textos citados, así se hará constar.
(6) En el libro Los Andes en la novela peruana actual, MG escribió: «Luis Nieto Degregori ha logrado escribir un buen relato (…), aunque el texto puede ser considerado más bien como el boceto de una obra mayor» (B-1999: 17). Es más, en otro ensayo admite que un estudioso de la literatura (Silva Tuesta) diga eso aplicado a otro autor (MVLl): «Paradójicamente, el personaje más humano y desgarrado y casi trágico creado por nuestro autor es el protagonista de esa novela tendenciosa (…) titulada Historia de Mayta, que con justicia se merecía una novela mayor (Silva Tuesta), menos repulsiva (MG)» (La generación del 50, B-1988: 156-157. Los paréntesis son del autor). Vale hacer aquí la siguiente salvedad: Es más duro decir de una novela que es repulsiva a decir que es indigesta.
(7) En el libro de ensayos La cabeza y los pies de la dialéctica, también dice: «La iniciativa de editar una revista dedicada de manera exclusiva a la narrativa y al debate ideológico correspondió al narrador Oswaldo Reynoso» (B-2011: p. 379).
(8) En la última novela publicada por MG, Una pasión latina, este personaje, Deyanira Urribarri, vuelve a ser mencionado y mantenido en el misterio. (B-2011-a: 204).
(9) Idea similar se encuentra en una cita de Maeterlinck que hace Robert Musil, dice: «Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente. Creemos que nos hemos sumergido en las profundidades de los abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua que pende de la pálida punta de nuestros dedos ya no se parece al mar de que procede. Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosa tesoros y cuando volvemos a la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro» (Las tribulaciones del estudiante Törless, Colombia, Editorial Oveja Negra, 1984).
(10) Y no solo marxista; alguien que no lo es dice: «Lo que piensa en el hombre no es él mismo sino su comunidad social» (L. Gumplowicz, citado por Ernst Wallner, «Prejuicio y sociedad». En: C-Universitas, p. 170). Gabriel García Márquez, dice, por su parte: «Ninguna ficción es totalmente inventada, siempre son elaboraciones de experiencias» (en una entrevista de Internet). Por último tenemos la opinión de José Saramago, quien dijo: «Yo no invento, sólo miro por detrás de lo que ya existe.» Decir lo contrario es asumir la posición del idealismo formalista y maniqueo que solo admite como bueno lo que se aleja más de la realidad, y le niega existencia a aquello que pregona su deuda con ella.
(11) El lector puede observar, en el libro citado, que Denegri le pone tilde al apellido «Sábato», y no hemos visto ningún libro de este autor que avale esa decisión: en todos —al menos los por nosotros consultados— aparece sin tilde.
(12) Es pertinente hacer aquí otra observación a nuestro autor, pues omite consignar la referencia bibliográfica de este libro de MG, no obstante que va a hacer profusas citas de él, indicando los números de página; pero sin remitir al lector ya sea a su primera, a su segunda o a su tercera ediciones aparecidas en 1988, 1998 y 2009, respectivamente, y el libro de Denegri es de 2011. Las ediciones manejadas por nosotros son la primera y tercera.
(13) Por nuestra parte decimos que no es el caso transcribir aquí dichas objeciones. Cabe, sí, hacer la siguiente acotación: que MG no tomó en cuenta las censuras y reparos de Denegri, porque este, como hemos comprobado por las páginas que cita, hizo sus observaciones al texto de la primera edición, y, pues, el de la tercera (manejado por nosotros), de diferente paginación, permanece inalterable, al menos en lo que a los reparos de Denegri se refiere.
(14) No se puede criticar al personaje lírico de César Vallejo que escribiera: «Viban los compañeros, Pedro Rojas», «error» que no es achacable al autor, y responde al interés del texto.

(15) Obsérvese que cuando citamos a Denegri respetamos el uso que él hace del título Hombres de Caminos: con mayúsculas las palabras principales, conforme a la técnica anglosajona, mientras que nosotros lo hacemos de acuerdo con la técnica latina o románica: solo la primera palabra con mayúscula. (Cf. Umberto Eco, Cómo se hace la tesis. A-1977).




Del Campo (Amazónico) a la Ciudad
Literatura amazónica y crisis del canon dominante

Jorge Luis Roncal
Gremio de Escritores del Perú / Colectivo Arteidea



 
“La primera década del siglo XXI será recordada como de la inclusión definitiva de la amazonía en las letras peruanas. Un nuevo espacio que inevitablemente cuestiona el canon centralista…”. Con estas palabras, el maestro sanmarquino Gonzalo Espino Relucé inicia el colofón al libro Letras indígenas en la amazonía peruana, de Ricardo Vírhuez Villafane. Y es que el vértigo incontenible de producción y difusión de la literatura amazónica, que se desborda desde la década del 90 y que hoy alcanza un punto nodal, se hermana con el desarrollo de otros tantos espacios que desde dentro y sobre todo desde fuera de la academia han jaqueado y puesto en evidencia las otrora verdades inconmovibles del canon hegemónico.

El canon, como sintetiza el maestro Feliciano Padilla en “Necesidad de espacios dialógicos en la literatura peruana” (El otro margen I. La literatura peruana. Una visión desde dentro, 2008) es un “discurso hegemónico sobre la literatura en una determinada formación económico-social”, que se sostiene en “1. Catálogo de obras y autores determinado por los críticos literarios y reseñadores de la región dominante para ser leídos como auténticamente literarios (…) 2. Modelo o tipo ideal. Las selecciones de obras y autores catalogados como canónicos ‘ilustran’ determinadas categorías literarias y constituyen modelos de imitación que cumplen una función de imposición en todo el país. 3. Precepto, basado en presupuestos epistemológicos…”

En lo que se refiere a lo que de manera documentada va galvanizando el canon hegemónico, es bueno atender a la plataforma de instrumentos que lo legitiman: en el plano académico el diseño de los programas de estudio universitario, el peso de las investigaciones, el mapa temático de las tesis así como revistas y diversas publicaciones, coloquios o encuentros promovidos por la institucionalidad universitaria, y en lo extraacadémico, la producción editorial que procede principalmente de los consorcios transnacionales y de entidades privadas, además de las antologías, panoramas, encuestas y el inefable “periodismo cultural”.

Aunque estos apuntes están referidos básicamente a la literatura escrita, es oportuno recordar que el efecto del imperio canónico resulta mucho más pernicioso en lo que concierne a las literaturas orales o de tradición oral, pues este discurso, como señala Espino Relucé en La literatura oral o la literatura de la tradición oral, pág. 13, “acepta los discursos nativos en tanto prehistoria, no como una manifestación cultural viva sino como un proceso clausurado;…”, y que en el caso de las literaturas indígenas amazónicas, recopiladas gracias a la acción de curas y antropólogos, han sido confinadas al estadio estático del mito, lo que dilucida de manera certera Ricardo Vírhuez en el libro citado al inicio de esta lectura.

Siendo antiguo el canon hegemónico, anotemos algunas muestras algo cercanas en el tiempo, en relación al tema de esta ponencia. Por ejemplo, en la Antología de poesía peruana, debida a José Bonilla Amado, publicada en 1991 y que reúne en un rastro cronológico a 75 poetas, desde Amarilis hasta José Antonio  Mazotti,  el único seleccionado procedente de la amazonía es César Calvo.

Veamos lo que sucede en las 1500 páginas, en dos tomos, de la antología preparada por Ricardo González Vigil, Poesía Peruana Siglo XX, referencia obligada en las visiones y estudios de la lírica nacional. En el I Tomo de Poesía Peruana Siglo XX. Del modernismo a los años 50, de los 81 autores seleccionados, no hay uno solo procedente del mundo amazónico. Tal situación se modifica, aunque no se remedia, en el T. II Calvo, Morales, Nájar, Cerna, César Reyes y Ana Varela, estos dos últimos ganadores del Premio Copé de Poesía 1986 y 1991, respectivamente. Es decir, 6 de 120.

No está demás observar, a propósito de esta antología, la ausencia de voces fundamentales, más allá de su procedencia, como Adela Montesinos, Jorge Bacacorzo, Guillermo Chirinos Cúneo, Rogelio Gallardo, Dante Nava, Efraín Miranda, Rosa del Carpio, Julio Nelson, Julio Carmona, Gloria Mendoza, Ana Bertha Vizcarra, Juan Cristóbal, Germán Lequerica, Rubén Urbizagástegui, entre otras.

En el caso de la narración, tomemos, del mismo autor, la monumental antología en 7 volúmenes El cuento peruano. Selección, prólogo y notas de Ricardo González Vigil, que abarca un corpus que va desde las primeras narraciones breves hasta 1989. En el conjunto de los tomos sólo encontramos a los autores de procedencia amazónica Humberto del Águila, Arturo Hernández, Fernando Romero, Ernesto Jenaro Herrera, Francisco Izquierdo Ríos, Irene Izquierdo Ríos, José Luis Jordana Laguna, Antún Kuji, Arnaldo Panaifo, Juan Ramírez Ríos, Roger Rumrill, Anmón Samaniego, Ernesto Taqui Lucinda, Julián Orrego Yampouchi y César Huamán Ramírez. Además, están presentes autores nacidos en otras regiones con relatos que recrean el mundo amazónico en la ficción narrativa, como Ventura García Calderón, Armando Robles Godoy, Carlos Thorne y Danilo Sánchez.

En suma, de 228 autores incluidos en los 7 tomos, sólo 15 autores son de procedencia amazónica, más 5 cuentos de tema amazónico correspondientes a escritores procedentes del mundo andino o urbano. Más aún, en el 7mo. tomo, según el propio antologador, quedan fuera varios autores de talento indudable, 44 en total, de los cuales sólo uno procede de la amazonía.

Otro caso más: la selección Cuentos peruanos. Generación del 80, que publicara el escritor Oscar Araujo en el 2004, de 13 autores antologados, ninguno procede del mundo amazónico.

Veamos las encuestas. Ya hace algo más de 30 años la revista Hueso Húmero se propuso la indagación de “los autores preferidos hoy de toda la literatura peruana en castellano”, a través de una encuesta de “Preferencias literarias I Poetas”. Los 64 consultados –de un total de 90 seleccionados- por sus poetas “preferidos” sancionaron que Vallejo, Adán, Eguren, Oquendo, Eielson, Cisneros, Romualdo, Westphalen, Moro, Belli, Sologuren y Delgado ocuparon los 12 primeros lugares. Más allá de lo discutible del procedimiento, el resultado ilustra claramente el peso canónico y su tendencia excluyente de otras voces que disienten del registro poético asumido y levantado como único válido; “voces sumergidas”, les llamó el poeta Leoncio Bueno en una nota crítica a los resultados de la encuesta (Marka. Actualidad y análisis, Lima, 21 de enero de 1980, pág. 41).

Quince años después, en 1995, un par de jóvenes e inquietos escritores y periodistas, Jorge Coaguila y Alonso Rabí Do Carmo, desarrollaron una encuesta sobre las diez mejores novelas peruanas. Los encuestados, “los más representativos de nuestra literatura”, según los organizadores, fueron 93, entre escritores, editores, críticos, periodistas, etc., no pocos de ellos intelectuales de reconocido compromiso con la cultura nacional, como Francisco Carrillo, Antonio Cornejo Polar, Washington Delgado, Alejandro Romualdo (ya desaparecidos). También, un considerable grupo de jóvenes escritores, como Javier Arévalo, Carlos Batalla, Tatiana Berger, Arturo Delgado y Xavier Echarri.

Más allá de las perlas anecdóticas de rigor (Coaguila y Rabí explicaron su ausencia de la lista de encuestados con el argumento del “respeto a las otras respuestas y para evitar opiniones maliciosas”, asumiendo que ellos son –o eran- parte de lo más “representativo de nuestra literatura”, o en otro caso, un par de los interrogados señalaron sin rubor a uno de sus libros entre las mejores novelas), la encuesta ilustra de manera cabal la hegemonía no sólo centralista sino abiertamente conservadora y elitista del canon dominante.

Para el caso que nos ocupa, resulta particularmente expresivo que de 107 novelas mencionadas, solo figuren tres cuyo tema es el mundo amazónico: Sangama –con tres menciones- del narrador loretano Arturo Hernández, y El hablador y La casa verde, del arequipeño Mario Vargas Llosa, y que sea el primero, Hernández, el único autor procedente de la amazonía. Otros dos casos de flagrante demostración del poder canónico –poder para invisibilizar- son las fundamentales El pez de oro, de Gamaliel Churata, mencionado solo dos veces, y Los hijos del orden, de Luis Urteaga Cabrera, propuesta tres veces.

LA CONTIENDA

Aun cuando el peso del canon hegemónico comienza a ser objeto de un progresivo cuestionamiento ya desde la década del 30 con –por ejemplo- la emergencia de la vanguardia en diversas provincias del interior del país así como publicaciones de similar índole, esta huella se fortalece a partir de los 50 debido al afán de núcleos de escritores o al esfuerzo de investigadores –no olvidemos el trabajo de recopilación de Francisco Izquierdo Ríos o Arturo Jiménez Borja, en el caso de la tradición oral amazónica, o a trabajos de sistematización y selección como el de Alejandro Romualdo, o el importante rol de revistas como Letras peruanas o Idea. Artes y letras-, y cobra rasgos de tendencia con el impulso –desde el ámbito académico- de maestros como Antonio Cornejo Polar, Tomás Escajadillo y Washington Delgado y la publicación de diversas revistas, particularmente la Revista de crítica literaria latinoamericana, dirigida por Cornejo Polar, autodefinida como espacio de construcción de una teoría literaria que corresponda a la peculiaridad del ser latinoamericano.

En el caso de la Revista de crítica literaria latinoamericana, el maestro Luis Fernando Vidal, sostiene (Nro. 4, 2do. semestre de 1976, págs.. 182-183), a propósito de la aparición de Poesía proletaria del Perú. Estudio y antología, de Víctor Mazzi, que “De un tiempo, frente a la hegemonía secular de una crítica de clave, preciosísticamente sectaria, producto de un malentendimiento del academicismo universitario y/o de la arrogancia de la institucionalidad literaria, vienen observándose actitudes menos convencionales, cuya acción enriquece y amplía el espectro de la literatura en el Perú, airando el panteón de las formas y las figuras consagradas (…) Lo saludable es que se trata de revisar seria y coherentemente los parámetros que subyacen al aparato crítico de nuestros historiógrafos y censores estéticos, rescatando lo rescatable, rechazando esquemas y prejuicios, levantando procedimientos de análisis objetivo y confiable”.

Y en “La nueva narrativa y los problemas de la crítica hispanoamericana actual”, (Nro. 5, 1er. semestre de 1977). págs. 7-26, desde una perspectiva latinoamericana el crítico chileno Nelson Osorio señala que “las historias literarias de este género han privilegiado las formas prestigiadas en otras culturas”, que “los intentos de estudio y valoración retrospectiva se han realizado fundamentalmente a partir de un catálogo de obras y autores elaborado por la tradición crítica y heredado del gusto y la sensibilidad históricamente dominantes”. Y que tal catálogo, “no es un producto objetivo sino que expresa un sistema de valoración subjetiva (…) por eso es que en su configuración se revela no solo un sistema de preferencias sino también un sistema de exclusiones…” Osorio concluye en que “una revisión crítica del corpus heredado se hace necesaria para reconstruir la verdadera imagen de nuestra tradición literaria”. Por tanto, no se trata de “una renovación  de los métodos y conceptos instrumentales”, no una “readecuación o reajuste táctico manteniéndose dentro de la misma programación estratégica”· Por eso, “una reflexión rigurosa sobre los problemas actuales de nuestra crítica lleva necesariamente a plantearse la exigencia de una definición, de una toma de posiciones con respecto a la concepción del mundo, a los fundamentos ideológicos dominantes que le han servido hasta aquí de sustento”.

Hemos tomado sólo 2 casos que ilustran la voluntad de la revista de desplegar una propuesta que colisiona de manera frontal con el canon hegemónico apuntando a sus bases. Sin embargo, resulta paradójico que en los números revisados y en otros tomados al azar, los nros. 1, 2, el nro. doble 7-8, y los nros. 13, 16 y 18, el universo amazónico como tema literario o el autor procedente de la amazonía son inexistentes. Por ello, el filo crítico que plantea Osorio y la voluntad señalada estaban distantes aún de un correlato que marcara el paso en el sentido práctico, es decir, un enérgico proceso de relectura democrática de la producción literaria y de edificación de las bases de un nuevo canon democrático y nacional: el peso del mapa bibliográfico y de representación que se hereda, es enorme.

La construcción del canon democrático se sostiene en la percepción de nuestra sociedad como multicultural y plurilingüe, en el impulso incontenible del proceso social, principalmente a partir de la década del 60, que socava las bases de la lectura e interpretación de los procesos, y se configura en el desarrollo -desde dentro y fuera de la academia- de un cuestionamiento al canon hegemónico y en el atisbo de un rumbo distinto, en el marco de un creciente registro de publicación de estudios críticos, espacios de debate, aparición de proyectos editoriales, multiplicación de revistas culturales y literarias que indagan en este mismo sentido.

Signos de esta contienda, desde el ámbito académico, los hay, de múltiples y diversos registros, aun cuando hasta hace relativamente poco, un par de décadas, las miradas críticas se remitían básicamente al mundo andino, y en algún caso, al mundo afroperuano, en el cual, como sostiene Carlos Orihuela en “Dos aproximaciones a la poesía de Nicomedes Santa Cruz”, en Abordajes y aproximaciones. Estudios sobre la literatura peruana del siglo XX, Lima, 2009, pág. 15: “Nicomedes Santa Cruz –Lima, 1925 - Madrid, 1992- representa un primer caso de desafío exitoso al canon literario hegemónico peruano realizado desde la perspectiva de la negritud”. Y añade: “La lucha por la constitución de un canon literario conformado por las diversas literaturas peruanas vendría a ser una tarea que se daría todavía en las siguientes décadas y se extendería aun hasta nuestros días”, pág. 16.

Pues, a pesar del notable aporte de los estudiosos académicos que encararon este desafío con la formulación de planteamientos teóricos fundamentales como el de la “heterogeneidad” de nuestra literatura, así como el rol jugado por revistas y espacios de reflexión y debate, el mundo amazónico constituía todavía una realidad poco menos que ignorada, excepción hecha de la obra de quienes asumieron una travesía física y humana que los llevó a enclavarse en el eje del mundo urbano, Lima, como hace no pocas décadas Francisco Izquierdo, César Calvo, y a partir de los 70, por notables poetas como Morales, Nájar y Cerna Bazán.

En lo relativo a la currícula, recordemos que recién a finales de la década del 70 en San Marcos se incorpora como curso, en el Plan de estudios, “Literaturas orales del Perú”, bajo el impulso de los maestros Hildebrando Pérez Grande y Santiago López Maguiña. Este paso adelante, en verdad, resultaría a la larga decisivo en la configuración –desde la academia- de una propuesta de relectura democrática de las literaturas en el Perú, que hoy impulsan un conjunto de docentes sanmarquinos encabezados por el maestro Gonzalo Espino, en una práctica que sintoniza y tiende a articularse con el conjunto de expresiones y espacios no académicos, como los Encuentros Nacionales de Escritores “Manuel Jesús Baquerizo” en los cuales la presencia de representantes de la literatura amazónica ha ido año a año en ascenso, los Encuentros y Ferias de Libros regionales y locales, los coloquios y festivales, etc.

Por fortuna, la tendencia de cuestionamiento del canon al interior de la academia no camina solamente por el patio de letras sanmarquino: no pocos docentes de diversas universidades del país están involucrados en un impulso que tiene su eje en la edificación de una propuesta teórica y metodológica que asume la relectura democrática de la literatura y de la construcción de un nuevo canon democrático y nacional, como etapas de un solo proceso.

Así, en lo relativo a la construcción del nuevo canon democrático y nacional, la contradicción con el canon hegemónico es de carácter primario, como sostiene Osorio en el trabajo ya citado, “ya que se trata del cuestionamiento del sistema mismo, y la renovación busca proyectar en la actividad crítica las premisas de una nueva concepción del mundo que se afirma en la transformación de la realidad histórica”. Por ello, el mayor esfuerzo de “rescate” de las manifestaciones literarias invisibilizadas por el canon hegemónico, que no cuestione sus bases ideológicas y las relaciones de poder que le son consustanciales, finalmente será un esfuerzo que se realiza “al interior del mismo sistema ideológico”.

En otras palabras, como sostenemos en el artículo “Para vivir mañana. Producción, imagen y representación cultural”, Arteidea. Revista de cultura, Nro. 3, julio 2000, pág. 3, “una lectura complaciente de la producción cultural que no ponga en cuestión, en esencia, la legitimidad de la imagen que de ella se vende cotidianamente, y por tanto de quienes aparecen como sus representantes, sería, en último término, independientemente de sus rasgos contestatarios, una cuña que apuntala la configuración del orden existente”.

No podemos dejar de mencionar la contienda que se libra en el plano de las publicaciones: el carácter excluyente, elitista, de defensa a ultranza del canon hegemónico que caracteriza a los espacios culturales en los principales diarios de circulación nacional, particularmente El Comercio y La República, ha devenido en no pocos casos en ejercicio mercantil de parte de sus escribidores, poco menos que relacionistas públicos de las transnacionales del libro y prestos a la corruptela y el innoble comercio de la promoción literaria: en este marco, en el cual los escritores en su gran mayoría son excluidos del mínimo espacio de difusión que reclaman para su producción, pretender encontrar algún eco sincero y desinteresado del curso que sigue la literatura amazónica es, francamente ingenuidad o tozudez.

A contrapelo, un sinnúmero de publicaciones en diversos lugares del país, ahora tanto físicas como virtuales, ejercen su derecho a la información, a la opinión, a la crítica, y dentro de ellas, algunas de cierta periodicidad que buscan tomar el pulso a la producción literaria desde el escenario vital de los escritores y al mismo tiempo se proponen aportar en la construcción del canon democrático. La huella de las publicaciones que desde dentro y fuera de la academia han abonado y abonan la demanda e impulso por un nuevo canon literario es cada vez más nítida: al rol jugado por la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana y el tránsito breve pero aleccionador de Garabato. Teoría y crítica del relato, que apareció sólo en dos números dirigida por Luis Fernando Vidal y que en el primero de ellos publicó “Literatura de los pueblos amazónicos”, recopilación de María Clotilde Echevarría, hay que añadir, aunque fuera a título de ejemplos, al conjunto de revistas que promoviera el maestro Manuel Jesús Baquerizo primero desde Ayacucho y luego en Huancayo, Apumarka en Puno, Sieteculebras en Cusco, Umbral en Chiclayo, Arteidea y la Revista Peruana de Literatura, desde Lima, entre otras.

En el plano editorial y los espacios de divulgación del libro sucede otro tanto: frente al insultante predominio de las transnacionales –sintaxis del apetito y voracidad por el dinero con la oferta de lectura anclada en la truculencia, la banalidad y el individualismo- y su espacio centralizado natural, la Cámara “Peruana” del Libro y sus Ferias, surgen un conjunto de casas editoriales motorizadas por la voluntad de expresar a nivel editorial la riqueza, diversidad y vitalidad de la literatura peruana y sus correspondientes espacios naturales de divulgación: local, regional, comunal, educativo, sea en la forma de ferias, festivales, encuentros, conversatorios, etc., entre ellas de manera particular las editoriales Arteidea, Pasacalle, Papel de Viento, Ornitorrico. Naturalmente que en este universo hay no pocos matices que expresan el carácter heterogéneo de las propuestas editoriales surgidas en la última década.

Y en el plano de las visiones panorámicas, hoy ya se abre paso una mirada igualmente distinta. Para nuestro tema, citemos como ejemplo la publicación de Perú. Mural de Palabras, Fondo Editorial Educap, en dos volúmenes. En el nro. I, que considera 66 cuentos y 4 relatos de tradición oral, entre los autores de los primeros contamos a 9 procedentes de la amazonía –Francisco Izquierdo, Julio Nelson, Orlando Casanova, Darío Vásquez Saldaña, Rolando Mandujano, Gustavo Rojas Vela, Arnaldo Panaifo y Róger García Clavo, y tres que sin proceder del mundo amazónico lo recrean en la ficción narrativa como Ciro Alegría, Luis Urteaga Cabrera y  Luis Hernán Mozombite. Entre los segundos, están seleccionados 2 relatos correspondientes a la tradición oral amazónica: “Awju: la mujer de la luna”, mito popular aguaruna, y “El árbol encantado”, mito shipibo-conibo en adaptación literaria de Luis Urteaga.

En el Vol. II, que reúne 37 cuentos, encontramos 4 autores de origen amazónico: Arturo Hernández, Germán Lequerica, Gustavo Rojas y Eleazar Huansi, y 3 que sin tener tal origen llevan a la ficción narrativa la riqueza de la amazonía: Fernando Romero, Luis Loayza y Fernando Carrasco. Del mismo Fondo Editorial Educap, en Retablo de fantasía, conjunto de 12 cuentos dirigidos a estudiantes de primaria, encontramos 3 autores de origen amazónico: Francisco Izquierdo Ríos, Víctor Morey y Gustavo Rojas, y uno de procedencia no amazónica, Luis Urteaga Cabrera, de quien se selecciona, de sus Fábulas amazónicas, “La tortuga y el zorro”.

Planteada así la cuestión, categorías como renovación y rescate -de las literaturas excluidas por el canon hegemónico, se entiende- entran en crisis porque se procesan en el interior de este sin ambición por subvertirlo, y otras como revisión y relectura, más bien asumen un rol instrumental en la estrategia de construcción del canon democrático y nacional. Con todo, la tendencia al encuentro de todas las vertientes que expresan “las voces sumergidas” de la literatura, si bien tiene un espléndido horizonte, es todavía débil: se precisa expandir lo que Feliciano Padilla llama “espacios dialógicos” en los que al margen de jerarquías las literaturas de diversos registros, tantos como fluyan del carácter multicultural y plurilingüe de nuestra sociedad, se reencuentren en la dimensión superior que su naturaleza les propicia: expresar de manera elevada, sin concesiones al facilismo, el perfil de lo históricamente trascendente: la travesía del ser nacional en busca de la felicidad colectiva.

EL RUMOR DE LA VIDA

Como las aguas de un caudaloso río, las letras amazónicas se desplazan agitadas, sortean mil obstáculos, se reinventan luego de cada temporal, acarician el viento de la superficie y vuelven a su centro, besan la ribera e invaden el país con  su frescura, humor y rebeldía. Por encima de la interesada miopía del modelo hegemónico que desdeña todo aquello que traiga otra melodía, y asentada sobre una poderosa tradición literaria en la que descuellan Arturo Hernández y Francisco izquierdo Ríos, la literatura amazónica ha suscitado, con derecho propio, la atención de los lectores no amazónicos y avanza a proyectar su envergadura al espacio cultural nacional.

Nombres como Jaime Vásquez Izquierdo, Germán Lequerica, Arnaldo Panaifo y Antonio Andaluz, de las promociones anteriores, o más recientes como Welmer Cárdenas, Abraham Huamán y Miuler Vásquez, por citar algunos entre muchos, expresan con su creación literaria que el mundo amazónico no es sólo “El bagrecico”, ese formidable relato de Pancho Izquierdo, sino una vertiente diversa, de inmenso talento, riquísima en sus apuestas y estilos, y que hoy con su creciente divulgación en todo el país ha hecho más evidente la crisis del canon literario fabricado entre los sectores conservadores de la academia y los circuitos mafiosos del poder educativo y cultural (incluidos sus componentes editoriales y de información).

Un hito fundamental en este desborde, que tiñe el escenario cultural desde hace dos décadas, es la publicación de De shamiros decidores. Proceso de la literatura amazónica peruana. De 1542 al 2009, monumental trabajo de investigación del maestro Manuel Marticorena Quintanilla, publicado hace tres años: en él tenemos un marco de referencia indispensable para el estudio, investigación y divulgación de la literatura amazónica. Con una extraordinaria dosis de amor al mundo amazónico y al mismo tiempo con un rigor y solvencia estimables en el estudio y valoración, el maestro Marticorena ha compuesto en este volumen, más que un alegato o denuncia, un fresco histórico cultural de la amazonía realmente ejemplar.

Hay que añadir el movimiento editorial que se desarrolla desde hace algunas décadas en Iquitos (por ejemplo, las ediciones del Bufeo colorado), y Pucallpa (ediciones Maldita Boa), el surgimiento de núcleos como el que se agrupa en torno a la revista de literatura e investigación científica Kolpa, en Pucallpa, y el Centro Cultural Rezistencia, en San Martín, dos casos entre tantos, o en San Martín, el Proyecto Cultural del Gobierno Regional, que ha iniciado la publicación de los clásicos de la literatura sanmartinense.

Este curso de la producción editorial camina simultáneamente con el desarrollo de la reflexión teórica y crítica que han animado desde hace décadas escritores afincados en Iquitos como Manuel Marticorena y Ricardo Vírhuez, y que hoy se renueva con los estudios de, por citar un par de casos, Abraham Huamán y Héctor Gómez Landeo, desde Pucallpa.

Sin ningún ánimo de inventariar la producción última, sólo a título de algunas señales recientes de la creación literaria amazónica, debemos citar la confirmación de las calidades de la narrativa de Jorge Nájar, más conocido como poeta, la incursión auspiciosa en la narrativa de Gloria Dávila Espinoza, de Tingo María, la revelación de un gran poeta nacido en Puerto Maldonado y residente en España como Alfredo Pérez Alencar, la presencia entre sombras de autores valiosos como José del Giúdice (su único libro conocido, La iniciación y otros cuentos data de hace 20 años), el excepcional trabajo de recopilación y recreación Educación Ambiental e Interculturalidad. Dos experiencias andino-amazónicas, de Luis Urteaga Cabrera (autor del extraordinario libro de cuentos El arco y la flecha), que vio la luz en 2006, los Relatos históricos de Lamas, del profesor Waldemar Soria Rodríguez, la persistencia en el estudio y valoración de la literatura yanesha por parte de los escritores Rolando Mandujano, Helmer Tutos y Gilbert Ortega, la reciente publicación de El poder de mi lengua. Relatos orales ashaninka&nomatsiguenga, publicación coordinada por el poeta Willy Gómez Migliaro y auspiciada por la Asociación de Maestros Bilingues Intercultural de la Selva Central, AMABISEC, la reciente publicación de El socio de Dios, del cineasta y escritor Federico García, la versatilidad del escritor Antonio Andaluz, nacido en Villa Rica y residente en Bolivia, autor del magnífico poemario Como perro que ladra a la luna y que hace poco ha sorprendido con la novela Balada para una varona, el empeño por depurar el ejercicio narrativo de Hernán Fonseca, nacido en San Martín, quien ha publicado sucesivamente las novelas El gallo carioco y el gendarme Shapiama y Una lágrima discreta, y la reciente aparición de las novelas La selva privada y La tía abuela y la casa de los espíritu, de Arturo Ruiz, limeño que vivió muchos años en Iquitos y hoy radica en Estados Unidos, y el rol de difusión y promoción que realiza desde España la escritora peruana nacida en Huancayo Isabel Córdova Rosas, quien además ha publicado recientemente Urpy y la piedra mágica del Amazonas y Tinko y Gaby en el Amazonas.

No hay que olvidar los certámenes literarios y culturales en no pocas ciudades del oriente, como el “Encuentro del escritor con sus lectores”, en La Merced, que este año ha llegado a su quinta edición, organizado por la Asociación de Escritores y Artistas “Juan Santos Atahualpa”,  la Feria del Libro que realiza en Villa Rica el Grupo Café Amargo, o el reciente “II Encuentro de Mateo Paiva con su pueblo”, organizado en Saposoa, San Martín, por EDUCAP. Y como un homenaje a la amorosa tarea de difusión de la literatura nacional desde la Selva Central, debemos mencionar al quincenario Selvandina, que dirige el escritor Gotardo Cervantes Mendívil, ayacuchano radicado hace décadas en La Merced.


Este es el jalón de vitalidad democratizante que desde hace un par de décadas ha irrumpido desde el propio mundo amazónico, en un proceso envolvente, en todos los registros de la contienda literaria y cultural, y que se expande de manera progresiva en la arena nacional. En suma, una vigorosa corriente de creación y reflexión, que refresca con su humor y rebeldía, y cuya historia y presente constituyen parte fundamental del esfuerzo multitudinario por darle un curso de liberación y justicia al proceso social en el país.

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