Más del Escribidor: Tema del Autor y el Narrador
Julio Carmona
HAY QUE DESLINDAR
UN HECHO PUNTUAL: que si los yerros acusados no pertenecieran al «narrador
serio» (como evidentemente lo son) sino a un “narrador loco” o a los
personajes, entonces se podría admitir su validez o verosimilitud. Tal es el
caso de las escenas “elaboradas” por Pedro Camacho, el escribidor de La tía
Julia... En el Capítulo X de esta novela (no olvidemos que los capítulos
pares corresponden a las historias de Pedro Camacho que van paralelas a los
capítulos impares del «narrador serio») se dice de uno de los personajes de
Camacho:
En un grifo próximo llenó el tanque
de gasolina, el radiador de agua, y partió (...) conducía despacio y con
cuidado, pensando, no en la integridad de los peatones, sino en su amarillo
Volkswagen. (A-2002: 172.)
Es evidente el
«yerro»: no se puede llenar de agua el radiador del Volkswagen, simplemente
porque este tipo de autos no tiene radiador. Pero en este caso no es un error
achacable al «narrador serio» de quien el autor es el alterego, porque,
supuestamente, quien escribe es el «narrador loco», el escribidor, y lo
que se busca es hacer que éste diga torpezas. Pero cuando, como en los casos
expuestos en el parágrafo anterior, es el «narrador serio» el que los comete,
entonces, quien se convierte en escribidor es el autor.1 O
sea, que el mismo MV lo entiende así, aunque parcialmente, cuando dice que «El
narrador es por supuesto un narrador creado a partir de un personaje real que
es el propio autor»; pero decimos que es un ‘entendimiento parcial’, porque la
conclusión a la que llega se bifurca de ese punto de partida, realista,
objetivo, incontestable, para fugar a la irrealidad, pues dice:
en fin, sabemos que el autor y el
narrador no son nunca la misma persona, aun cuando el narrador usurpe el
nombre, el apellido y las experiencias del autor. En este caso, usurpa buen
número de experiencias del autor, pero, evidentemente, es un personaje también
creado... (C-2004: 155.)
Y esta ‘opinión
absolutista’ sobre el narrador autónomo es irreal, se basa en una ilusión,
porque, si el narrador es un ‘personaje creado’ no tiene autonomía para usurpar
nada; es el ‘creador’ el que le transfiere ese buen número de experiencias”
suyas. Y, por lo tanto, es éste el responsable del «buen» o «mal» uso que haga
de tales experiencias. Y en el caso de los errores de construcción o de
convicción es al autor a quien se le tienen que imputar, pues es él quien
escribe, es él quien «sabe» lo que se dice y es en ese sentido que crea a los
personajes que lo «dicen». Y éste es el caso del que estamos llamando «narrador
serio»: es creado por el autor para que diga lo dicho de manera coherente, o en
caso contrario se puede inventar también otro personaje de hablar incoherente
(«narrador loco») que resulta ser inimputable. Pero no es lícito que el autor
quiera investirse de esa irresponsabilidad del personaje. Por ejemplo, en la
elección de ciertas palabras con connotaciones muy marcadas el autor es
necesariamente responsable, aunque sean dichas por el «narrador loco». Pongamos
por caso la siguiente proposición:
La barriada, en efecto, era en ese
entonces una universidad del delito, en sus especialidades más proletarias:
robo por efracción o escalamiento, prostitución, chavetería, estafa al menudeo,
tráfico de pichicata y cafichazgo. (A-2002: 244.)
Obviamente la
aversión que siente MV por el socialismo se trasluce en esa devaluación del
adjetivo ‘proletarias’ aplicándolo a acciones delincuenciales. O sea, que el
autor es responsable de la elección que hace de todos los elementos con que
construye la novela. Y puntualizamos esto porque, en el caso de MV, ya vimos
que —teóricamente— pretende exonerar al autor de cualquier responsabilidad.2
Y esa pretensión se vuelve más imperiosa al momento de iniciarse los cambios
señalados por Balmiro Omaña cuando —dice este autor— MV empieza a desarrollar «una literatura mimética que trata de copiar la
realidad y que sigue los patrones que rigen esa realidad real.» (D-2001-a: 37-46.)
Testimonio de ello es la siguiente opinión vertida en El pez en el agua:
Fue una disputa que tuvimos [MV y su
padre] sin vernos y sin cambiar palabra [una disputa muy suigeneris,
dígase de paso], a miles de kilómetros, con motivo de La tía Julia y el
escribidor, novela en la que hay episodios autobiográficos en los que
aparece el padre del narrador actuando de manera parecida a como él lo hizo,
cuando me casé con Julia. (C-1993: 340.)
Y, a pesar de que,
algunas páginas más adelante del mismo texto, relativiza esa separación
absoluta de sus «dos mundos» (el real y el ficticio), pues dice que:
He aprovechado muchos de mis
recuerdos de Radio Panamericana en mi novela La tía Julia y el escribidor,
donde ellos se entreveran con otras memorias y fantasías, y tengo ahora dudas
sobre lo que separa a unas y a otras, y es posible que se cuelen, entre las
verdades, algunas ficciones, pero supongo que eso también puede llamarse
autobiográfico. (Ibíd.: 396.)
A pesar de esa duda
respecto de su primigenia actitud absolutista, seis años después, en un nuevo
prólogo a dicha novela vuelve a plantear el postulado de autonomía absoluta del
narrador respecto del autor, indicando que el empeño de recurrir a sus experiencias
reales «para que la novela no resultara demasiado artificial»
Me sirvió para comprobar que el
género novelesco no ha nacido para contar verdades, que éstas, al pasar a la
ficción, se vuelven siempre mentiras (es decir, unas verdades dudosas e inverificables.)
(A-2002: 3.)
Y aunque, por otro
lado, en ese mismo prólogo confirma que es él quien da forma a aquellos
episodios que «sin serlo, parecieran los guiones de Pedro Camacho», MV
dice que ha buscado evitar «que se volvieran caricatura.» (Ibídem.) Pero a
nosotros nos da la impresión de que no logró ese objetivo. Porque no sólo los
episodios resultan caricaturescos, sino los personajes mismos, especialmente el
del propio escribidor, Pedro Camacho:
... yo quedé todavía más sorprendido
que los churrasqueros.3 Que esa personita mínima, de físico de niño
de cuarto de primaria, prometiera una paliza a dos sansones de cien kilos era
delirante, además de suicida. Pero ya el churrasquero gordo reaccionaba, cogía
del cuello al escriba, y, entre las risas de la gente que se había aglomerado
alrededor, lo levantaba como una pluma (...) El churrasquero menor me lanzó,
sin preámbulos, un puñetazo que me sentó en el suelo. Desde allí (...) vi que
el churrasquero mayor descargaba una verdadera lluvia de bofetadas (había
preferido las bofetadas a los puñetes, piadosamente, dada la osatura
liliputiense del adversario) sobre el artista. (A-2002: 200-201.)
La misma
descripción caricaturesca utilizada con Pedro Camacho la vemos también usada
con el «periodista miope» de La guerra del fin del mundo. En realidad,
el «periodista miope» es Euclides Da Cunha, a quien dedica la novela (como hace
con Julia Urquidi en la novela del escribidor), pretendiendo, tal vez, saldar
una deuda: en el caso de la Urquidi, por haberlo ayudado a salir adelante con
su vocación de novelista,4 al extremo que (luego de culminada su
relación conyugal) le transfirió los derechos de autor de la Ciudad y los perros, los mismos que —por
propia confesión de la afectada— le fueron suprimidos cuando ella no acató su
pedido de que no publicara Lo que Varguitas no dijo (libro en el que
ella pone los puntos sobre las íes). En el caso de Euclides Da Cunha, ¿quién no
sabe que es el autor que le proporcionó gran parte del material con el que
lograría ambientar su novela? Y esto lo ha reconocido MV en varias ocasiones. Os sertoes, la obra de Da Cunha (una
mezcla de tratado sociológico, de crónica periodística y texto narrativo) fue
una de las canteras que MV supo usar para su novela, como lo han determinado varios
estudiosos (y lo reconoce él mismo.)
Pero en ambos
casos, la dedicatoria «saldadora» de deudas se ve traicionada por el
tratamiento ominoso que de ellos hace como personajes de ficción. En el caso de
Julia Urquidi, es obvio que no es nada edificante se cuenten las intimidades de
un momento —fugaz— de su vida, y menos que lo haga quien la traicionó con la
sobrina de ella y prima hermana de él.5 De Euclides Da Cunha dice:
ese periodista joven, flaco,
desgarbado, cuyos espesos anteojos de miope, sus frecuentes estornudos y su
manía de escribir con una pluma de ganso en vez de hacerlo con una de metal son
motivo de bromas entre la gente del oficio. Inclinado sobre su pupitre, la
desagraciada cabeza inmersa en el halo de la lamparilla, en una postura que lo
ajoroba y lo mantiene al sesgo del tablero, escribe deprisa, deteniéndose sólo
para mojar la pluma en el tintero o consultar una libretita de apuntes, que
acerca a los anteojos casi hasta tocarlos. (A-1981: 129.)
La caricatura ha
sido siempre un recurso estilístico que, en la historia de la literatura, ha
servido para establecer un paralelo que releva la imagen de uno de los
comparados y, por supuesto, devalúa la del otro. Es famosa la que hace Homero,
en la Ilíada, con Tersites, el soldado que osa contradecir la voluntad de los
reyes, y que, hablando en nombre de la tropa (o pueblo) plantea el retorno al
hogar. Pero es presentado por el narrador con rasgos esperpénticos: “bizco,
cojo, corcovado, calvo”, de tal manera que cuando Odiseo (la perfección hecha
hombre) se le opone, el pobre Tersites se desvanece. Y Euclides Da Cunha, como
el «periodista miope», es un personaje importante de la novela, pero como autor
de Os sertoes es la sombra que MV considera urgente devaluar.
Hasta aquí hemos
visto dos casos meramente literarios de relación personal con el autor. Y es
ésta una relación que se generaliza en toda la novelística
de MV (convirtiéndose en un tema digno de ser comentado) aunque adoptando
varias manifestaciones que implican la devaluación subliminal de ciertos
personajes (reales o ficticios), como es el caso de la caricatura (ya tratado)
o haciéndolos incurrir en acciones que la sociedad sanciona como negativas: la
violación o la homosexualidad. Y en tanto estos recursos depresivos son
utilizados por MV en, por ejemplo, La guerra del fin del mundo, Historia
de Mayta, La fiesta del Chivo, y El Paraíso en la otra esquina,
vamos a tratarlos en esta oportunidad.
_____________
(1) «Toda
la literatura narrativa es autobiográfica y el escritor solamente puede crear a
partir de experiencias personales de la realidad. No creo que exista nada que
se parezca a la invención químicamente pura.» Entrevista con Eduardo González
Viaña, «Una máquina de narrar.» (D-2004: 82.)
(2) «El
narrador de una novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use
su biografía.» (B-2004: 47.) Esta cita también la hacemos en el Cap. 2,
parágrafo 2.2.
(3) El
tratamiento despectivo a los argentinos es una propensión recurrente en
MV. Por ejemplo, la siguiente expresión:
«la maciza pedantería rioplatense de Homais.» (B-1975: 17, cursiva
nuestra.)
(4) En
la novela La tía Julia... dice: «Hablamos [con la tía Julia] de lo que
haríamos cuando volviéramos a reunirnos, cómo ella me ayudaría en mi trabajo y
cómo, de una manera u otra, tarde o temprano, llegaríamos un día a París a
vivir en esa buhardilla donde yo me volvería, por fin, un escritor.» (A-2002:
343.)
(5) Y,
más aún, que en una entrevista —estimulado por el rencor que le produce una
situación generada por él mismo— diga: «Me casé con esa señora, la primera
vez...», y que, además, sugiera que ella publicó su libro no por dignidad sino
por lucro, pues dice que él se propuso «no decir nada más, porque no quería
contribuir a la campaña publicitaria para el lanzamiento de Lo que Varguitas
no dijo en España.» Entrevista con Sonia Goldenberg, «Los apachurrantes
años cincuenta», en: D-2004: 174-175.
Alonso
Quijano, el Legado de un Quijote en América
Roque Ramírez Cueva
DE ESPAÑA ME ESCRIBEN mediante una bitácora electrónica, un medio útil cierto, sin embargo demasiado cortés, protocolar diría, y allí sin conocerme un poco me piden escribir acerca del cuarto hijo de Rodrigo, hijo a su vez de don Juan un hijodalgo que cabalgó entre la ventura y la desventura, más amigo de esta última, quien por lo mismo abandonó los estudios de leyes para ganarse la vida haciéndole de barbero y médico sangrador; ellos forman una familia nobiliaria sin suerte que cinco siglos después la fama les ha crecido al infinito, casi, ellos son los Cervantes (1).
Entonces la mera cortesía se troca por la calidez, porque ¿quién de los amantes de los libros, en particular de los fundadores de códices de caballería, puede conservarse impávido ante el llamado de la memoria sobre aquél cuarto hijo de don Rodrigo que nació en el día del santo Miguel? En dicha bitácora digital hay una exigencia, escribir acerca de las venturas que hayas tenido vos -o tu nación- con éste don Miguel, el de la justa fama allá por las comarcas de La Mancha.
Hablar de uno mismo conllevaría al egoísmo si es que no a la inmodestia, luego no queda más que hablar de los lazos urdidos con la nación. Para ello elijo, sin mengua al cariño por la mía, entablar memorias con la Patria Grande. Bien, ¿qué lazos, cariños, herencias o buenas venturas se han generado de nuestra convivencia con el conocimiento de la obra de Cervantes? Por cierto, tan gran lector que había sido, acabo de saberlo, que decirle empedernido es poco. Dicen los hacedores de su historia que, por afirmación de sí mismo, desde niño él acogía y frotaba ante sus ojos cuanto papel escrito o garabateado hallaba.
Y recién caigo en algo sabido y poco observado, él, recaudador de nobles y letradas causas, nos lo anunció clarito en las primeras páginas de su hidalgo Caballero, lo hizo al momento de narrar la afición hiperbólica y afiebrada que tenía Don Alonso Quijano por los códices de caballería. Todos sus lectores sospechamos, si no lo confirmamos, este dicho Alonso Quijano es el “alter ego” de Don Miguel de Cervantes:
“los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer;” (2)
Y, bueno, empezamos con esta relación intertextual observando al amante inagotable de los libros. Cervantes confirma en este inicio de su novela una de las cualidades vitales a la formación de todo escritor, un ejercicio apasionado por la lectura. Y ese es un legado para todo mundo, incluido la América del otrora nuevo mundo.
Ahora, volvamos atrás, con los ancestros del aún no nacido Miguel. El abuelo Juan Cervantes entre sus venturas, se acogió por los 1530 a 1540 bajo la protección del Duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza miembro del poderoso y noble linaje de la Casa de los Mendoza, Condes de Viscaya, quien resultó ser pariente del I Marqués de Cañete del mismo nombre, padre del III Virrey del Perú Andrés Hurtado de Mendoza (3) Marqués de Cañete (Cuenca, España). Los Hurtado de Mendoza pertenecieron a una nobleza culta cercanos a la corte de Carlos V y Felipe II; uno de ellos, Diego Hurtado de Mendoza y Pacheco fue poeta reconocido en su época además de cronista; por ello fueron protectores de las artes y literatura; el ya mencionado Mendoza que fue Virrey del Perú viajó a América para asumir el cargo de gobierno, acompañado, en la misma Nao, del poeta Alonso de Ercilla. Este lazo del abuelo Juan con el mencionado Duque Hurtado de Mendoza, originó que por amancebamiento su hija María, tía de Miguel herede el codiciado apellido de los Mendoza, además de una sustanciosa dote que el abuelo dilapidaría. (4)
El amancebamiento de cierta nobleza española con familias del llano vino acompañado de una doble moral que nos trajeron los invasores y que se la inocularon a las élites limeñas nobles y a las no nobiliarias, cuyas familias adquirieron ascendencia arrimándose a panakas cusqueñas a inicios del estado colonial, y luego noble s criollos arruinados salvando su alcurnia a costas de la honra de las hijas. Costumbre de aquellos tiempos cervantinos que se mantuvo acá en Perú hasta los años sesenta del reciente siglo XX pasado en que los terratenientes en ruina unieron la sangre de sus hijas a técnicos y operarios europeos para adquirir un apellido que los volviera gringos y aproxime con mejor apariencia en sus relaciones con los yunaites –USA- y las europas, para así mantener prosapia entre las élites del país. Un militar cholo, el piurano don Juan Velasco Alvarado convirtió aquel sueño colonial y oligarca en una pesadilla, derrumbando un arcaico latifundismo semi feudal predominante hasta 1970, al implantar una Reforma Agraria que les arrebató las tierras a dicha casta.
En otras palabras, nos heredaron perfiles psico sociales de la apariencia para disfrazar oscuras intenciones de honras malhadadas, sin duda nos reinventaron la alienación social disfrazada de huachafería, y desde allí se asentó lo huachafo en la gentita del poder y sus imitadores arribistas. También transfirieron su actitud segregacionista y machista. El machismo en el Quijote es encajado a quienes se encargaban de ofrecer protección, a los ricos, a los nobles que culpan –tal como hoy en día- a la mujer de su modo de concebirla bella, dócil, sino, es una perturbadora y castigadora de los “pobres hombres”:
“Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que por si ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atraen los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y así no saben qué decirle sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan; y si aquí estuviéredes, señores, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen.” (5) p. 57.
Y respecto a los segregacionismos, las inclinaciones del Ingenioso
Hidalgo son definidas. Se siente atraído a los castillos por un lado pero
también presto a hincarse ante la nobleza palaciega, postergando sus
vindicaciones. Arremete su lanza contra villanos moriscos o gentiles hombres, y
principalmente asimila, con su personaje Sancho Panza, los prejuicios racistas
y colonialistas que asomaban con fuerza en el naciente capitalismo que se
estaba incubando.
“Sólo le daba
pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente
que por sus vasallos le diesen habían de ser todos negros; a lo cual hizo luego
en su imaginación un buen remedio, y díjose a sí mismo: «¿Qué se me da a mí que
mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España,
donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero
podré comprar algún título, o algún oficio, con que vivir descansado todos los
días de mi vida?” (p. 216, I)
Sin embargo mayores son
sus compromisos con los reparos sociales. El Quijote significa para bastante
gente de buen leer y entender un enorme suceso de hurgar en los asuntos de la
política y sus disfraces, en las triquiñuelas de una justicia para nada ciega,
en los asuntos de enderezarlas con la espada; es decir, en el interés de
paladines justicieros. Si desde el gobierno de los reinados se afirma que la
ley tiene rutas a seguir y cumplir, desde la óptica de quienes las sufren se le
replica que las acciones justicieras se hacen necesarias, por tanto
imprescindibles, su justificación le es dada por el desatino de la política y
la justicia dominantes:
“no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día […], se armó de todas sus armas,” (6)
Este ideal quijotesco –el cual
abundaremos en adelante- es la principal dote que Miguel de Cervantes Saavedra
y su obra, con gran generosidad, han concedido a nuestra América Latina y al
mundo. Los héroes insurgentes no son pocos desde Túpac Amaru hasta Ernesto
Guevara, el Che, en otras perspectivas y perfiles ideológicos, pero siempre en
el propósito de “entuertos que enderezar y abusos que mejorar”. Sin olvidarnos claro
de nuestros poetas entrañables que golpearon el cielo con su pluma y espada, hablo
de Mariano Melgar y Javier Heraud en representación de más de un centenar de escribidores,
aportantes de lo suyo en este cupo de dote justiciera que la conciencia exigió
y exigirá a los quijotescos hijos de pueblo. Cierto que, los trabajadores e intelectuales nacidos en el capitalismo,
hubieron de asumir mayores ideologías definidas de vanguardia o revolucionarias
donde la lucha se planteaba desde la perspectiva del antagonismo de las clases.
Porque allí se encuentra el origen de justicias e injusticias, de avaricias y
solidaridades, de arbitrariedades y derechos, de pirámides con estratos
sociales, unos dominantes y los más dominados. Esto lo sospecha Cervantes, por
lo mismo algo de ello se asoma en sus páginas, pero eran tiempos de una ciencia
-poco desarrollada- y un pensamiento dialéctico incipiente que imposibilitaban
entender de mejor manera, con claridad, los líos sociales y políticos del siglo
XVI.
En otro asunto, no de poco interés, el más afamado de los Cervantes nos trae a memoria de refresco una cuestión molesta, agraviante a los creadores, triste y una afrenta a la sociedad. Nos recuerda ya en su época medieval se mostraba desinterés por la cultura y se menospreciaba el trabajo de escritores, artistas y poetas, la misma actitud asumida en estas últimas décadas del flamante siglo donde cánones capitalistas no valoran tampoco la labor de los dichos cultores del arte y las letras. El narrador Oswaldo Reynoso y el poeta Rodolfo Hinostroza han protestado que tanto empresas como universidades se negaron y niegan a remunerar su labor. Es decir, se considera que la tarea de crear y producir arte y literatura no merece recibir nada de peculio porque, en el fondo se piensa, no es trabajo que demande esfuerzo, es una actividad surgida del ocio y la locura, y los libros lanzados a la candela por traer ideas cuestionadoras del sistema:
“Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza. Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien, quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión de delante.”
Y concluyendo esta primera
parte, don Miguel de Cervantes en su obra magna nos recuerda nítido que,
mientras allá en España y con seguridad también en Europa se conducían
orientados por la superstición para producir, acá teníamos sabios que conocían
de astronomía, de solsticios, de tecnologías hidráulicas y agrarias para lo
mismo. En suma, la civilización europea no fue tan superior como nos lo
hicieron saber e imponer.(7)
“asimesmo adivinaba cuando había de ser el año abundante o estil. Estéril queréis decir, amigo, dijo Don Quijote. Estéril, o estil, respondió Pedro, todo se sale allá. Y digo que, con esto que decía, se hicieron su padre y sus amigos que le daban crédito muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se llama Astrología, dijo Don Quijote” (p. 55)
Bueno, y otro asunto a destacar de estos lazos de Cervantes con la
Patria Grande, desde su región más conservadora, el Perú, sería el hecho que
nos impusieron una clase dominante de la peor ralea, inculta. La misma que se
interesó sólo en el oro y las riquezas metálicas. Por ello los recuerdos que
conservan los invasores es haber llegado a nuestras tierras en plan de tesoros:
“Mi hermano… escogió el honroso y digno ejercicio de la
guerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro padre nos propuso, según os
dijo vuestra camarada en la conseja que, a vuestro parecer, le oísteis. Yo
seguí el de las letras, en las cuales Dios y mi diligencia me han puesto en el
grado que me veis. Mi menor hermano está en el Pirú, tan rico, que con lo que
ha enviado a mi padre y a mi ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun
dado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural;” (8)
_________
Notas
(1) Trapiello, Andrés. Miguel de Cervantes, las vidas de Miguel de Cervantes. Volumen 14. Madrid. Biblioteca Protagonistas de la Historia (Diario ABC). Ediciones Folio, S.A. 2004. PP. 21 a 31.
(2) http://www.educa.jcyl.es/educacyl/cm/gallery/Recursos%20Infinity/tematicas/webquijote/pdf/DONQUIJOTE_PARTE1.pdf Edición digital: Junta de Castilla y León. P.2
(3) http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=hurtado-de-mendoza-andres
(4) Trapiello, Andrés. Ibidem, P. 29.
(5) Ibid. PDF/DON QUIJOTE de La Mancha. PARTE1. Edic, digital: Junta de Castilla y León. P.57.
(6) Ibid. PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.6
(7) Ibid. PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.55.
(8) Ibid. PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.363.
(1) Trapiello, Andrés. Miguel de Cervantes, las vidas de Miguel de Cervantes. Volumen 14. Madrid. Biblioteca Protagonistas de la Historia (Diario ABC). Ediciones Folio, S.A. 2004. PP. 21 a 31.
(2) http://www.educa.jcyl.es/educacyl/cm/gallery/Recursos%20Infinity/tematicas/webquijote/pdf/DONQUIJOTE_PARTE1.pdf Edición digital: Junta de Castilla y León. P.2
(3) http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=hurtado-de-mendoza-andres
(4) Trapiello, Andrés. Ibidem, P. 29.
(5) Ibid. PDF/DON QUIJOTE de La Mancha. PARTE1. Edic, digital: Junta de Castilla y León. P.57.
(6) Ibid. PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.6
(7) Ibid. PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.55.
(8) Ibid. PDF/DON QUIJOTE PARTE1, P.363.
Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?*
EN SU LIBRO DE ENSAYOS La invención novelesca, Miguel Gutiérrez
escribió lo siguiente: «En general, los amigos —me refiero a los amigos del
gremio— no se sienten felices cuando tú publicas. Cuando publiqué Hombres de caminos me sentí como ante un
Tribunal. Con el dedo acusador uno de los amigos me dijo: “¡Has imitado a
Faulkner!”. Otro: “Lástima. El tema del bandolerismo daba para una novela
mayor”. Un tercero: “¡Qué descuidado eres con el lenguaje, Miguel!”.»
(B-2008-a: 159).1
Y nos atrevemos a
decir que a Miguel Gutiérrez (MG) las opiniones de sus amigos ‘le llegan (para
usar un eufemismo) a la punta del pájaro’, pues quien lo entrevista
—ficticiamente— pregunta:
—Y
tú, ¿cómo te sentiste?
—¿Quieres
que te sea franco?
—Sabes
que puedes confiar en mí.
—Sentí
una erección formidable. (Ibíd.)
Pero, después de
leída la novela que aquí nos ocupa, Confesiones
de Tamara Fiol (CTF, B-2009-a),
creemos que MG debería deponer ese prejuicio que tiene respecto de «los amigos
del gremio», cuyas opiniones no necesariamente han de responder a oscuros
resquemores o aviesas envidias, porque hasta dos de esas ‘opiniones de sus
amigos’ a las que alude le son aplicables a CTF:
‘las limitaciones de la novela’ y ‘el descuido del lenguaje’.
Por lo que respecta
al tema de ‘las limitaciones de la novela’, lo trataremos en el primer capítulo
(en relación con los personajes). Y, a propósito de este tema, aquí adelantamos
que MG debería reconocer que es derecho de cualquier lector crítico opinar que
‘pudo dar para una novela mayor’. Pero, si ante este tipo de opiniones el autor
se la va a pasar despotricando en ensayos posteriores, lo que se ha de entender
de ello es que hay una cierta intolerancia a la crítica adversa y que, en todo
caso, se quiere solo una crítica complaciente, o que se está ninguneando a los
opinantes o, por último, que todo ello
responde a una «piconada» monda y lironda. Hasta aquí hemos dicho que esa
reacción de MG es detectable en algunos de sus ensayos; pero con la publicación
de su novela Una pasión latina
(B-2011-a) esa ojeriza la ha trasladado también a la ficción, atribuyéndola a
un personaje que viene a ser su alter ego:
Artimidoro Correa [no se pierda de vista que este es el apellido materno de
MG], y dice de él que:
… se hizo de muchos adversarios y
enemigos no sólo entre los sectores intelectuales del establishment, sino también entre los sectores de izquierda que
juzgaban sus posiciones, aparte de irreverentes, demasiado heterodoxas y
radicales2. (…) Por su parte, los críticos de izquierda se sumaron
al ataque, aunque se centraron en demostrar las contradicciones ideológicas en
que incurría Correa, señalando su caída libre hacia el lodazal de la peor
novela burguesa.
Esas críticas negativas le
parecieron previsibles, razonables incluso, pero consideró el ensañamiento como
una manifestación de la perfidia humana (p. 36).
Con esa manera de
juzgar —sesgadamente— las críticas severas que se le hacen («como una
manifestación de la perfidia humana») o como las califica respecto de Mario
Vargas Llosa, cuando dice que hubo «intelectuales mediocres y sobre todo
oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La Guerra del fin del mundo, la coartada
perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic) de la mezquindad y la
envidia»3, MG está recurriendo a la falacia ad hominen que no absuelve las críticas sino que las pretende
desautorizar atacando a quienes las plantean: ‘mediocres, oportunistas,
mezquinos, envidiosos, pérfidos’. Y bien se sabe que en la concurrencia social
nadie está libre de crítica. Si hasta autores de la talla de Shakespeare no
escapan de ella.4 De esa manera MG no hace sino contradecir lo que
él mismo hizo respecto de Mario Vargas Llosa, cuando censuró el fin que da a
uno de los personajes (Galileo Gall) de La
guerra del fin del mundo, y dijo: «Con eso, me parece a mí, Vargas Llosa
cerró la posibilidad de un desarrollo
mayor de esa novela, como reflexión histórica» (C-1992: 106).5 O
sea que sí se puede decir de una novela que «pudo dar para mayor» (aunque el
autor considere que a él no le dio la gana de hacerlo).6
Y el hecho de que
nosotros aquí creamos que el tema de CTF
‘daba para más’ explica el título de esta introducción: «Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?» Aunque —es
necesario aclararlo— la frase del interrogante la hemos tomado de la propia
novela; en la p. 209, el narrador, Morgan Batres (MB), es recriminado por un
interlocutor, de la siguiente manera: «Vamos, Morgan, déjate de cabronadas
novelísticas. Lo tuyo es la crónica periodística. Convéncete. Y por lo que me
cuentas de esa mina vas a terminar escribiendo un novelón indigesto.»
En el segundo
capítulo continuamos develando las limitaciones de la novela en estudio, pero
esta vez en relación con el tema de la política que es —dígase de paso— uno de
los más relevantes de la novela. En ese sentido, pensamos que es complementario
del precedente (personajes), de manera especial en relación con los siguientes
sub-temas: las mujeres de Sendero Luminoso, y los específicos del marxismo, el
anarquismo, el aprismo y dos figuras relevantes de la izquierda internacional:
Stalin y Trotski.
En el tercer
capítulo nos proponemos analizar la concepción ideológico-político/poética de
MG, que se encuentra sugerida en algunos pasajes de CTF, y que también vamos a rastrear en sus ensayos (inclusive en
sus declaraciones periodísticas); porque creemos que ha habido un cambio en su
postura teórica o ideológica en esa dimensión trascendental de su producción
literaria. Es más, creemos que ese cambio es el que explica las defecciones que
hemos detectado en la novela aquí estudiada.
Las observaciones
sobre el ‘descuido del lenguaje’ las haremos en el cuarto y último capítulo,
tratando no solo los «errores» conceptuales, sino también las «erratas», aparte
de otras fallas de construcción (y todos difícilmente pueden anularse con el
expediente de la «erección formidable», ni con echarle la culpa al encargado de
la corrección, Jorge Coaguila, quien figura como tal en los créditos
editoriales, pues él —en todo caso— es corrector y no productor de errores);
sin embargo, y finalmente, para evitar la repetición de citas, algunas
observaciones las haremos —en lo posible— solo al momento que aparezcan en cada
capítulo.
Por otro lado
—aunque siempre sobre el poco cuidado que MG le asigna a la corrección
gramatical—, es justo decir que él mismo es consciente de ello; en el prólogo a
la primera edición de su ensayo La
generación del 50, anotó lo siguiente: «No puedo omitir mi reconocimiento y
gratitud a Vilma, compañera de toda la vida, quien (…) controló mis
irreverencias con la gramática» (B-1988: p. 17). Esta atingencia, con todo, no
lo exonera de responsabilidad, del mismo modo como ‘la ignorancia de la ley no
absuelve de su cumplimiento’ o como ‘la ignorancia social no significa
inocencia’. Sin exagerar, podemos decir que son raras las páginas de CTF en las que no haya algún «descuido»;
los márgenes del ejemplar que hemos manejado están saturados de notas y
observaciones. Veamos aquí ciertos errores que ilustran el caso. En la página
de la dedicatoria se lee: «También para Mendis, mi flaquita». Y hay falta de
claridad en la construcción (lo que puede ser considerado como un error), pues
es posible encontrarle dos sentidos: a) que una obra anterior le ha sido
dedicada a Mendis, y esta también… o b) que el libro está dedicado a otras
personas —que son omitidas— y ‘también a Mendis’.
Pero, a propósito
de omisiones, llama poderosamente la atención que en la solapa del libro, en la
que se incluyen los datos del autor, cuando se habla del grupo Narración se omita el nombre de Oswaldo
Reynoso, lo cual colinda con lo inverosímil, si se sabe que fue por iniciativa
de Reynoso que se fundó la revista del grupo Narración, dato que es proporcionado por el mismo MG; en La invención novelesca dice: «… por
iniciativa de Oswaldo Reynoso, fundamos la revista Narración, cuyo primer número se publicó en 1966» (2008-a, p. 89).7
Por otro lado, cabe precisar que en eso de las dedicatorias, MG se ha manejado
con cierta dosis de misterio o maleabilidad; por ejemplo, en la primera edición
de Hombres de caminos, hay esta
dedicatoria. «Para D., este avance», y sobre el particular recordamos haberle consultado,
personalmente, creyendo que esa «D» hacía referencia al nombre de su hijo,
Dimitri (Gutiérrez Aguilar); pero lo negó, sin precisarnos el dato. Entonces
optamos por atribuirlo a Deyanira que es el personaje a quien —en ausencia—
Martín Villar le refiere la historia de la novela (y que podía ser alguna
persona real a quien MG prefería mantener en el anonimato).8
Asimismo, se debe precisar que esta dedicatoria desaparece en la segunda
edición. Igual desaparición ocurrirá en La
generación del cincuenta, 2a edición, con otra dedicatoria de la primera:
A Carlos Eduardo Ayala Aguilar, mi hijo, desaparecido durante el
genocidio de los combatientes sociales presos en la isla El Frontón, Callao,
Perú, los días 18 y 19 de junio de 1986, con estas palabras de Balzac: «De
todas las semillas confiadas a la tierra, la que da más rápida cosecha es la
sangre vertida por los mártires».
En la segunda
edición de dicho libro esa dedicatoria se modifica así: «A la memoria de Carlos
Eduardo Ayala Aguilar, a quien crié (sic: no debe llevar tilde) desde muy niño como mi hijo», y agrega nuevos datos a
la noticia de su muerte, pero elimina la cita de Balzac. Igual eliminación de
cita se hace en la segunda edición de Hombres de caminos, pues en la primera
edición había la siguiente de Miguel Ángel Asturias:
«Uno cree que inventa muchas veces
lo que otros han olvidado. Cuando uno cuenta lo que ya no se cuenta, dice uno,
yo lo inventé, es mío. Pero lo que uno efectivamente está haciendo es recordar»
(B-2009).9
Cita esta que
coincide con el significado de la teoría del reflejo marxista.10
Pero —se puede adelantar aquí— esa omisión está coincidiendo con la nueva
teoría de la literatura asumida por MG y que sostiene en su libro —de título por
demás significativo— La invención
novelesca, título que expresamente contradice la cita de Asturias y desecha
la teoría del reflejo marxista, propugnando en su lugar la teoría formalista,
burguesa, de que la literatura o la novela es una «invención», es decir, un
artificio que deviene «ente autónomo».
Como se sabe, el
novelista tiene libertades y licencias que le permiten transgredir el orden —y
hasta la lógica— de la realidad. Aunque esa libertad —también es preciso
puntualizarlo—, como toda libertad, tiene sus límites, pues de lo contrario el
escritor se convertiría en un iconoclasta antojadizo o un autócrata irredento.
Y si él mismo no administra esos límites, para eso está la crítica (no solo la
crítica profesional). Pero, por lo común, los escritores suelen tenerle
aversión a la crítica, y, si no lo manifiestan cuando ellos mismos son
criticados (acción de muy mal gusto, dígase de paso), lo hacen como «escuderos»
de otros (obviamente, sin que estos otros hayan solicitado su defensa). Por
ejemplo, en el libro Lexicografía, de
Marco Aurelio Denegri, se refiere que Ernesto Sabato, en algún momento, salió
en defensa de Dostoievsky, de Stendahl y de Cervantes, y lo hizo de la
siguiente manera:
un crítico ruso, menos memorable que
su disparate, afirmó que Dostoievsky no sabía escribir; un cierto profesor
francés de preceptiva señaló las torpezas literarias de Stendahl; y, entre
nosotros, Paul Groussac decidió que Cervantes escribía una prosa de sobremesa.
Como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar (DENEGRI,
A-2011: 95).
De esa cita se
desprende que Sabato —sin quererlo, seguramente— estaba haciendo la función de
crítico (estaba criticando al crítico), pero al hacerlo no se curó de la
ligereza que acusaba, pues ningunea a los criticados —al extremo de omitir sus
nombres, en el primer y segundo casos— y, en el tercero, no refuta la opinión
que cita; con el agravante de comparar literatura con filosofía, pues llega a
la conclusión de que si se dice que Dostoievsky, Stendahl y Cervantes no sabían
escribir es como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar.
Y, en realidad, no hay equivalencia en los casos comparados. Asumimos que a los
escritores mencionados se les está censurando algún error de construcción o
alguna falla gramatical, lo cual es distinto al pensar de los filósofos, y no
es que los escritores no sepan pensar; pero por su parte los filósofos,
seguramente, también incurrían en errores de escritura: nadie está libre. Y
decimos esto último porque ni el mismo Sabato se ve exonerado. Pruebas al
canto. Veamos solo una falla escritural suya, dice:
… si es posible contar con
indiferencia o prescindencia la historia para un programa de TV de un
contrabandista o de un espía en Hong Kong, es radicalmente imposible esa objetividad
para un escritor que angustiosamente expresa el drama del hombre contemporáneo
(SABATO, A-2006: 26).
¿O sea que para
Sabato la existencia de los contrabandistas y de los espías no es parte del
drama humano? Y no se comprende tampoco por qué esa objetividad (usada al
tratar las historias del contrabandista o del espía) es imposible de ser usada
por un escritor que ‘angustiosamente expresa el drama del hombre
contemporáneo’; preguntamos, primero: ¿de quién es la angustia: del escritor o
del hombre contemporáneo? Y, segundo, ¿de dónde surge la angustia del hombre?,
¿no es de los hechos reales, que constituyen la objetividad per se? Todo esto relacionado con el
fondo de la cita. Por otro lado, destaquemos una deficiencia de construcción
escritural: al decir «contar la historia para un programa de TV de un
contrabandista o de un espía de Hong Kong», se entiende que el programa de TV es de (pertenece a) un contrabandista o
un espía, cuando —para evitar la anfibología— ha podido decir: ‘contar la
historia de un contrabandista o de un espía de Hong Kong para un programa de
TV’. Hasta aquí la incisión a nuestro ejemplo. Volvamos a la cita de Sabato que
critica Denegri. Dice:
No le gusta a Sábato lo que él llama
‘variaciones palabreras sobre palabras’,
y sin duda por eso respeta unas veces la concordancia y otras no. En efecto,
dos líneas antes de escribir eso de las ‘variaciones’, se refiere al concepto
de realidad que caracteriza a ciertos autores, y en lugar de decir que los
caracteriza, comete la inconcordancia de decir que ‘lo’ caracteriza. Y después agrega lo siguiente, y esto sí es de
antología: ‘En épocas de agotamiento y
refinamiento (y los dos adverbios casi siempre califican juntos una realidad
social) […].’ ¿Pero quién le ha dicho a Sábato que agotamiento y refinamiento
son adverbios? Hasta un chico de primaria sabe que son substantivos; y sabe
también que el adverbio no califica, sino modifica; es elemental. Y no se me
diga que se trata de erratas; no, son errores del tamaño de un puño. Entonces,
¿qué autoridad tiene Sábato para desestimar las observaciones gramaticales?
(op. cit. p. 96. En todos los casos, la cursiva es de Denegri).11
Lo interesante es
que, después de esta reconvención a Sabato, nuestro autor —Denegri— se ocupa de
MG, en los siguientes términos: «Hombres
de Caminos12, de Miguel Gutiérrez, es libro que yo no había
leído. Hace unos días lo leí, por recomendación de un amigo, aunque sin
imaginarme que en esta novela iba a tropezar con errores de a folio cuya
comisión es, si no inexplicable, sorprendente, en autor tan encomiado.» Y, a
párrafo seguido, continúa Denegri:
Amén de los errores, hay también
erratas, y como diría Jacinto Benavente, «con
profusión democrática»; sin embargo, no me ocuparé de éstas, sólo de los
errores, y únicamente de los principales, pero que bastan y sobran para afear y
desmerecer una obra que habría sido más aceptable sin ellos. Con ellos, cojea
demasiado. Si no están bien escritas, entonces hoy llega a ser mayor, en mi
sentir, la extemporaneidad de las novelas de la ruralia. Mal escritas, se
olvidan pronto. En este mundo digital y globalizado, las novelas de la ruralia
carecen de porvenir. Ello no obstante, de mí sé decir que en lo presente leería
complacido una obra impecablemente escrita de tema rural, con gamonales,
bandoleros, cholada y todo lo demás; pero mi complacencia se debería a la forma
bella, no al fondo.
Y sobre este tópico
es pertinente hacer la siguiente reconvención: Es obvio que con el término ruralia, Denegri está clasificando —sin
decirlo explícitamente— a la novela aludida de MG dentro de lo que —con
terminología más difundida— se llama nativismo, indigenismo, ruralismo y hasta
costumbrismo. Y, de paso, nos está diciendo que, en esa clasificación, la novela
de MG resulta ser extemporánea e irredimible por los errores que él denuncia.
Y, realmente, es una exageración. La novela de MG —con todos sus dislates
gramaticales— trasciende no solo el ámbito del indigenismo (o ruralia, para
Denegri), para insertarse en la dimensión del nuevo realismo latinoamericano, inserción que, lamentablemente, con
la novela aquí comentada (CTF), ha
abandonado, lo cual —con cierto regocijo teórico— es reivindicado en sus
últimos ensayos. (Reitero: este es un tema que trataremos en el tercer capítulo
de este trabajo). Sin embargo —y hay que decirlo con todas sus letras— Marco
Aurelio Denegri no ha sabido aplicarse su propia medicina expuesta en el
siguiente párrafo del texto citado:
Si la observación gramatical, o como
dicen los impugnados, la gramatiquería, no sólo intenta señalar un yerro
sintáctico, o un dislate ortográfico, o una metáfora inaceptable, sino que
pretende, al indicar esos defectos, desmerecer toda la obra, que naturalmente
puede tener otros valores, entonces no es atendible la observación (Ibíd.)
Y Denegri concluye
su introducción diciendo:
expondré enseguida las
incorrecciones gramaticales que se aprecian en la novela Hombres de Caminos. Creo que Miguel Gutiérrez sabrá aprovechar mis
censuras y reparos. Las objeciones fundadas son preferibles siempre a los
ditirambos que prodigan los amigos y a las inepcias y mentiras de la crítica
especializada (op. cit.: 97-98).13
Aunque también, al
parecer, Denegri exagera en su acuciosidad, pues tratándose de una obra
narrativa ha de tenerse en cuenta que el autor puede ser consciente de los
errores, pero admitirlos (en interés del relato) por ser atribuibles al
narrador o a un personaje.14 Y es el caso del siguiente supuesto
error detectado por Denegri:
Si quiero formar el nombre abstracto
del adjetivo delgado, entonces usaré
el sufijo –ez y diré delgadez; y de ácido, acidez; y de mulato, mulatez; pero de ninguna manera ‘mulatés’, como cree Gutiérrez, que
estampa este dislate en la p. 37 y lo repite en la 65.
Y resulta que, en
ambos casos, quien usa el término mulatés es el personaje Sansón Carrasco; es
más, se puede advertir que en la p. 37 lo hace encerrándolo entre comillas,
connotando, así, que lo usa tal como se lo endosan a él mismo los gamonales.
Por lo demás, la crítica lexicográfica y gramatical de Denegri es atendible,
pero —repetimos— fue desatendida en la tercera (y suponemos que lo mismo
ocurrió con la segunda) edición de Hombres
de caminos15 por su autor, MG, quien sus razones tendría.
Obviamente, sería soberbio de nuestra parte pretender lograr lo que no pudo el
eminente lexicógrafo. Por eso es preciso aclarar que no es ese el objetivo de
este trabajo. El que realizamos aquí es un ejercicio que aprovecharemos
nosotros mismos, sin ser por eso este un objetivo crucial —por demás hedonista
y egolátrico—. Pero, del mismo modo como hemos degustado, con provecho, el
trabajo ejemplar de Marco Aurelio Denegri, asimismo, esperamos que este trabajo
encuentre un oído receptor para sus incisiones, y que logren estas su
aceptación —que es lo deseable— aunque también, si es pertinente, su acerva
crítica y hasta rechazo, para que de esa manera se siga engarzando la cadena de
esta labor crítica tan ingrata para unos y alegre para otros (como dice el
valse de «El Cholo» Berrocal).
Por último, no nos
queda sino expresar nuestra gratitud a las personas que, ya sea con su apoyo
moral o con la oportuna lectura de este trabajo (que, en algunos casos, motivó
sugerencias o propició la recomendación bibliográfica pertinente y hasta cesión
de la misma) permitieron que pudiera cumplir con el objetivo de aportar —en el
plano de la investigación literaria— con elementos que esperamos sean
significativos para una mejor comprensión de lo que es o debe ser la literatura
desde la perspectiva del marxismo. Entre las personas aludidas podemos
mencionar a Manuel Pásara, Roquelín Ramírez, Eduardo Ibarra, Adolfo Venegas,
Héctor Castro, Ena Acosta, Lucy Monzón, Ruth Santiváñez, Micaela Pérez, Aurelia
Zavala. Y, de manera especial, a Teresa Yenque, mi esposa por su apoyo
incondicional.
____________
Notas
(*) Carmona,
Julio. POÉTICA Y POLÍTICA. Análisis a
CONFESIONES DE TAMARA FIOL. PIURA-PERÚ. Windmills International Editions,
Inc. California - USA – 2016.
(1) El punto que va después de la
comilla y del signo de admiración es erróneo y corresponde al original. Cada
vez que esto ocurra lo indicaremos solo con el signo «sic». Las comillas
latinas o españolas (« ») las usamos para diferenciarlas de las inglesas (“ ”).
Asimismo, aquí debemos precisar que la bibliografía la dividimos en tres
apartados: A. General, B. Del autor, y C. Hemerografía, según eso, las
referencias bibliográficas irán precedidas de las letras correspondientes, el
año de la edición y el número de página.
(2) Calificar a las posiciones
políticas de «heterodoxas y radicales» es contradictorio. La heterodoxia nunca
se ha caracterizado por el radicalismo, este es propio de la ortodoxia. Al
heterodoxo no se le puede juzgar de radical sino, más bien, de moderado o
reblandecido (que es, en la práctica, la actitud asumida por MG).
(3) A esta cita se le pueden hacer las
siguientes atingencias: a) la coartada que se encontraría no es la de «ocultar»
sino lo contrario de «develar», «exteriorizar» esas pasiones; b) en segundo
lugar, la crítica de los errores no necesariamente ha de tener como motivación
la envidia; y, por último c), el signo «sic» indica que: si se está refiriendo
a «las pasiones», ha debido decir: ‘como las’, y no «como los».
(4) En Internet hemos hallado esta
crítica de Charles Bukowski a William Shakespeare: «Shakespeare es ilegible y
está sobrevalorado. Pero la gente no quiere escuchar esto. Uno no puede atacar
templos. Ha sido fijado a lo largo de los siglos. Uno puede decir que tal es un
pésimo actor, pero no puede decir que Shakespeare es mierda. Cuando algo dura
mucho tiempo, los snobs empiezan a aferrarse a él, como ventosas. Cuando los
snobs sienten que algo es seguro, se aferran. Pero si les decís la verdad, se
ponen salvajes. No pueden soportarlo. Es atacar su propio proceso de
pensamiento. Me desagradan» (Charles Bukowski, entrevistado por Seann Penn en
1987 para la revista Interview, Página-12,
Buenos Aires, 27 de junio de 2004).
(5) Cursiva nuestra. Y siempre será
así. Cuando corresponda a los textos citados, así se hará constar.
(6) En el libro Los Andes en la novela peruana actual, MG escribió: «Luis Nieto
Degregori ha logrado escribir un buen relato (…), aunque el texto puede ser
considerado más bien como el boceto de una
obra mayor» (B-1999: 17). Es más, en otro ensayo admite que un estudioso de
la literatura (Silva Tuesta) diga eso aplicado a otro autor (MVLl):
«Paradójicamente, el personaje más humano y desgarrado y casi trágico creado
por nuestro autor es el protagonista de esa novela tendenciosa (…) titulada Historia de Mayta, que con justicia se
merecía una novela mayor (Silva
Tuesta), menos repulsiva (MG)» (La
generación del 50, B-1988: 156-157. Los paréntesis son del autor). Vale
hacer aquí la siguiente salvedad: Es más duro decir de una novela que es repulsiva a decir que es indigesta.
(7) En el libro de ensayos La cabeza y los pies de la dialéctica,
también dice: «La iniciativa de editar una revista dedicada de manera exclusiva
a la narrativa y al debate ideológico correspondió al narrador Oswaldo Reynoso»
(B-2011: p. 379).
(8) En la última novela publicada por
MG, Una pasión latina, este
personaje, Deyanira Urribarri, vuelve a ser mencionado y mantenido en el
misterio. (B-2011-a: 204).
(9) Idea similar se encuentra en una
cita de Maeterlinck que hace Robert Musil, dice: «Apenas expresamos algo lo
empobrecemos singularmente. Creemos que nos hemos sumergido en las
profundidades de los abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua
que pende de la pálida punta de nuestros dedos ya no se parece al mar de que
procede. Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosa tesoros y
cuando volvemos a la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y
trozos de vidrio; y sin embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el
tesoro» (Las tribulaciones del estudiante
Törless, Colombia, Editorial Oveja Negra, 1984).
(10) Y no solo marxista; alguien que
no lo es dice: «Lo que piensa en el hombre no es él mismo sino su comunidad
social» (L. Gumplowicz, citado por Ernst Wallner, «Prejuicio y sociedad». En:
C-Universitas, p. 170). Gabriel
García Márquez, dice, por su parte: «Ninguna ficción es totalmente inventada,
siempre son elaboraciones de experiencias» (en una entrevista de Internet). Por
último tenemos la opinión de José Saramago, quien dijo: «Yo no invento, sólo
miro por detrás de lo que ya existe.» Decir lo contrario es asumir la posición
del idealismo formalista y maniqueo que solo admite como bueno lo que se aleja
más de la realidad, y le niega existencia a aquello que pregona su deuda con
ella.
(11) El lector puede observar, en el
libro citado, que Denegri le pone tilde al apellido «Sábato», y no hemos visto
ningún libro de este autor que avale esa decisión: en todos —al menos los por
nosotros consultados— aparece sin tilde.
(12) Es pertinente hacer aquí otra
observación a nuestro autor, pues omite consignar la referencia bibliográfica
de este libro de MG, no obstante que va a hacer profusas citas de él, indicando
los números de página; pero sin remitir al lector ya sea a su primera, a su
segunda o a su tercera ediciones aparecidas en 1988, 1998 y 2009, respectivamente,
y el libro de Denegri es de 2011. Las ediciones manejadas por nosotros son la
primera y tercera.
(13) Por nuestra parte decimos que no
es el caso transcribir aquí dichas objeciones. Cabe, sí, hacer la siguiente
acotación: que MG no tomó en cuenta las censuras y reparos de Denegri, porque
este, como hemos comprobado por las páginas que cita, hizo sus observaciones al
texto de la primera edición, y, pues, el de la tercera (manejado por nosotros),
de diferente paginación, permanece inalterable, al menos en lo que a los
reparos de Denegri se refiere.
(14) No se puede criticar al personaje
lírico de César Vallejo que escribiera: «Viban los compañeros, Pedro Rojas»,
«error» que no es achacable al autor, y responde al interés del texto.
(15) Obsérvese que cuando citamos a
Denegri respetamos el uso que él hace del título Hombres de Caminos: con mayúsculas las palabras principales,
conforme a la técnica anglosajona, mientras que nosotros lo hacemos de acuerdo
con la técnica latina o románica: solo la primera palabra con mayúscula. (Cf.
Umberto Eco, Cómo se hace la tesis.
A-1977).
Del Campo (Amazónico) a la Ciudad
Literatura
amazónica y crisis del canon dominante
Jorge
Luis Roncal
Gremio de
Escritores del Perú / Colectivo Arteidea
“La
primera década del siglo XXI será recordada como de la inclusión definitiva de
la amazonía en las letras peruanas. Un nuevo espacio que inevitablemente
cuestiona el canon centralista…”. Con estas palabras, el maestro sanmarquino
Gonzalo Espino Relucé inicia el colofón al libro Letras indígenas en la amazonía peruana, de Ricardo Vírhuez
Villafane. Y es que el vértigo incontenible de producción y difusión de la
literatura amazónica, que se desborda desde la década del 90 y que hoy alcanza
un punto nodal, se hermana con el desarrollo de otros tantos espacios que desde
dentro y sobre todo desde fuera de la academia han jaqueado y puesto en
evidencia las otrora verdades inconmovibles del canon hegemónico.
El canon, como sintetiza el maestro Feliciano
Padilla en “Necesidad de espacios dialógicos en la literatura peruana” (El otro margen I. La literatura peruana. Una
visión desde dentro, 2008) es un “discurso hegemónico sobre la literatura
en una determinada formación económico-social”, que se sostiene en “1. Catálogo
de obras y autores determinado por los críticos literarios y reseñadores de la
región dominante para ser leídos como auténticamente literarios (…) 2. Modelo o
tipo ideal. Las selecciones de obras y autores catalogados como canónicos
‘ilustran’ determinadas categorías literarias y constituyen modelos de
imitación que cumplen una función de imposición en todo el país. 3. Precepto,
basado en presupuestos epistemológicos…”
En lo que se refiere a lo que de manera
documentada va galvanizando el canon hegemónico, es bueno atender a la
plataforma de instrumentos que lo legitiman: en el plano académico el diseño de
los programas de estudio universitario, el peso de las investigaciones, el mapa
temático de las tesis así como revistas y diversas publicaciones, coloquios o
encuentros promovidos por la institucionalidad universitaria, y en lo
extraacadémico, la producción editorial que procede principalmente de los
consorcios transnacionales y de entidades privadas, además de las antologías,
panoramas, encuestas y el inefable “periodismo cultural”.
Aunque estos apuntes están referidos
básicamente a la literatura escrita, es oportuno recordar que el efecto del
imperio canónico resulta mucho más pernicioso en lo que concierne a las
literaturas orales o de tradición oral, pues este discurso, como señala Espino
Relucé en La literatura oral o la
literatura de la tradición oral, pág. 13, “acepta los discursos nativos en
tanto prehistoria, no como una manifestación cultural viva sino como un proceso
clausurado;…”, y que en el caso de las literaturas indígenas amazónicas,
recopiladas gracias a la acción de curas y antropólogos, han sido confinadas al
estadio estático del mito, lo que dilucida de manera certera Ricardo Vírhuez en
el libro citado al inicio de esta lectura.
Siendo antiguo el canon hegemónico,
anotemos algunas muestras algo cercanas en el tiempo, en relación al tema de
esta ponencia. Por ejemplo, en la Antología
de poesía peruana, debida a José Bonilla Amado, publicada en 1991 y que
reúne en un rastro cronológico a 75 poetas, desde Amarilis hasta José
Antonio Mazotti, el único seleccionado procedente de la amazonía
es César Calvo.
Veamos lo que sucede en las 1500 páginas,
en dos tomos, de la antología preparada por Ricardo González Vigil, Poesía Peruana Siglo XX, referencia
obligada en las visiones y estudios de la lírica nacional. En el I Tomo de Poesía Peruana Siglo XX. Del
modernismo a los años 50, de los 81 autores seleccionados, no hay uno solo
procedente del mundo amazónico. Tal situación se modifica, aunque no se
remedia, en el T. II Calvo, Morales, Nájar, Cerna, César Reyes y Ana Varela,
estos dos últimos ganadores del Premio Copé de Poesía 1986 y 1991,
respectivamente. Es decir, 6 de 120.
No está demás observar, a propósito de esta
antología, la ausencia de voces fundamentales, más allá de su procedencia, como
Adela Montesinos, Jorge Bacacorzo, Guillermo Chirinos Cúneo, Rogelio Gallardo,
Dante Nava, Efraín Miranda, Rosa del Carpio, Julio Nelson, Julio Carmona,
Gloria Mendoza, Ana Bertha Vizcarra, Juan Cristóbal, Germán Lequerica, Rubén
Urbizagástegui, entre otras.
En el caso de la narración, tomemos, del
mismo autor, la monumental antología en 7 volúmenes El cuento peruano. Selección, prólogo y notas de Ricardo González
Vigil, que abarca un corpus que va desde las primeras narraciones breves hasta
1989. En el conjunto de los tomos sólo encontramos a los autores de procedencia
amazónica Humberto del Águila, Arturo Hernández, Fernando Romero, Ernesto
Jenaro Herrera, Francisco Izquierdo Ríos, Irene Izquierdo Ríos, José Luis
Jordana Laguna, Antún Kuji, Arnaldo Panaifo, Juan Ramírez Ríos, Roger Rumrill,
Anmón Samaniego, Ernesto Taqui Lucinda, Julián Orrego Yampouchi y César Huamán
Ramírez. Además, están presentes autores nacidos en otras regiones con relatos
que recrean el mundo amazónico en la ficción narrativa, como Ventura García
Calderón, Armando Robles Godoy, Carlos Thorne y Danilo Sánchez.
En suma, de 228 autores incluidos en los 7
tomos, sólo 15 autores son de procedencia amazónica, más 5 cuentos de tema
amazónico correspondientes a escritores procedentes del mundo andino o urbano.
Más aún, en el 7mo. tomo, según el propio antologador, quedan fuera varios
autores de talento indudable, 44 en total, de los cuales sólo uno procede de la
amazonía.
Otro caso más: la selección Cuentos peruanos. Generación del 80, que
publicara el escritor Oscar Araujo en el 2004, de 13 autores antologados,
ninguno procede del mundo amazónico.
Veamos las encuestas. Ya hace algo más de
30 años la revista Hueso Húmero se
propuso la indagación de “los autores preferidos hoy de toda la literatura
peruana en castellano”, a través de una encuesta de “Preferencias literarias I
Poetas”. Los 64 consultados –de un total de 90 seleccionados- por sus poetas
“preferidos” sancionaron que Vallejo, Adán, Eguren, Oquendo, Eielson, Cisneros,
Romualdo, Westphalen, Moro, Belli, Sologuren y Delgado ocuparon los 12 primeros
lugares. Más allá de lo discutible del procedimiento, el resultado ilustra
claramente el peso canónico y su tendencia excluyente de otras voces que
disienten del registro poético asumido y levantado como único válido; “voces
sumergidas”, les llamó el poeta Leoncio Bueno en una nota crítica a los
resultados de la encuesta (Marka.
Actualidad y análisis, Lima, 21 de enero de 1980, pág. 41).
Quince años después, en 1995, un par de
jóvenes e inquietos escritores y periodistas, Jorge Coaguila y Alonso Rabí Do
Carmo, desarrollaron una encuesta sobre las diez mejores novelas peruanas. Los
encuestados, “los más representativos
de nuestra literatura”, según los organizadores, fueron 93, entre escritores,
editores, críticos, periodistas, etc., no pocos de ellos intelectuales de
reconocido compromiso con la cultura nacional, como Francisco Carrillo, Antonio
Cornejo Polar, Washington Delgado, Alejandro Romualdo (ya desaparecidos). También,
un considerable grupo de jóvenes escritores, como Javier Arévalo, Carlos
Batalla, Tatiana Berger, Arturo Delgado y Xavier Echarri.
Más allá de las perlas anecdóticas de rigor
(Coaguila y Rabí explicaron su ausencia de la lista de encuestados con el
argumento del “respeto a las otras respuestas y para evitar opiniones
maliciosas”, asumiendo que ellos son –o eran- parte de lo más “representativo
de nuestra literatura”, o en otro caso, un par de los interrogados señalaron
sin rubor a uno de sus libros entre las mejores novelas), la encuesta ilustra
de manera cabal la hegemonía no sólo centralista sino abiertamente conservadora
y elitista del canon dominante.
Para el caso que nos ocupa, resulta
particularmente expresivo que de 107 novelas mencionadas, solo figuren tres
cuyo tema es el mundo amazónico: Sangama
–con tres menciones- del narrador loretano Arturo Hernández, y El hablador y La casa verde, del arequipeño
Mario Vargas Llosa, y que sea el primero, Hernández, el único autor procedente
de la amazonía. Otros dos casos de flagrante demostración del poder canónico –poder
para invisibilizar- son las fundamentales El
pez de oro, de Gamaliel Churata, mencionado solo dos veces, y Los hijos del orden, de Luis Urteaga
Cabrera, propuesta tres veces.
LA CONTIENDA
Aun
cuando el peso del canon hegemónico comienza a ser objeto de un progresivo
cuestionamiento ya desde la década del 30 con –por ejemplo- la emergencia de la
vanguardia en diversas provincias del interior del país así como publicaciones
de similar índole, esta huella se fortalece a partir de los 50 debido al afán
de núcleos de escritores o al esfuerzo de investigadores –no olvidemos el
trabajo de recopilación de Francisco Izquierdo Ríos o Arturo Jiménez Borja, en
el caso de la tradición oral amazónica, o a trabajos de sistematización y
selección como el de Alejandro Romualdo, o el importante rol de revistas como Letras peruanas o Idea. Artes y letras-, y cobra rasgos de tendencia con el impulso
–desde el ámbito académico- de maestros como Antonio Cornejo Polar, Tomás
Escajadillo y Washington Delgado y la publicación de diversas revistas,
particularmente la Revista de crítica
literaria latinoamericana, dirigida por Cornejo Polar, autodefinida como
espacio de construcción de una teoría literaria que corresponda a la
peculiaridad del ser latinoamericano.
En el caso de la Revista de crítica literaria latinoamericana, el maestro Luis
Fernando Vidal, sostiene (Nro. 4, 2do. semestre de 1976, págs.. 182-183), a
propósito de la aparición de Poesía
proletaria del Perú. Estudio y antología, de Víctor Mazzi, que “De un
tiempo, frente a la hegemonía secular de una crítica de clave,
preciosísticamente sectaria, producto de un malentendimiento del academicismo
universitario y/o de la arrogancia de la institucionalidad literaria, vienen
observándose actitudes menos convencionales, cuya acción enriquece y amplía el
espectro de la literatura en el Perú, airando el panteón de las formas y las
figuras consagradas (…) Lo saludable es que se trata de revisar seria y
coherentemente los parámetros que subyacen al aparato crítico de nuestros historiógrafos
y censores estéticos, rescatando lo rescatable, rechazando esquemas y prejuicios,
levantando procedimientos de análisis objetivo y confiable”.
Y en “La nueva narrativa y los problemas de
la crítica hispanoamericana actual”, (Nro. 5, 1er. semestre de 1977). págs.
7-26, desde una perspectiva latinoamericana el crítico chileno Nelson Osorio
señala que “las historias literarias de este género han privilegiado las formas
prestigiadas en otras culturas”, que “los intentos de estudio y valoración retrospectiva
se han realizado fundamentalmente a partir de un catálogo de obras y autores
elaborado por la tradición crítica y heredado del gusto y la sensibilidad
históricamente dominantes”. Y que tal catálogo, “no es un producto objetivo
sino que expresa un sistema de valoración subjetiva (…) por eso es que en su
configuración se revela no solo un sistema de preferencias sino también un
sistema de exclusiones…” Osorio concluye en que “una revisión crítica del
corpus heredado se hace necesaria para reconstruir la verdadera imagen de
nuestra tradición literaria”. Por tanto, no se trata de “una renovación de los métodos y conceptos instrumentales”,
no una “readecuación o reajuste táctico manteniéndose dentro de la misma
programación estratégica”· Por eso, “una reflexión rigurosa sobre los problemas
actuales de nuestra crítica lleva necesariamente a plantearse la exigencia de
una definición, de una toma de posiciones con respecto a la concepción del
mundo, a los fundamentos ideológicos dominantes que le han servido hasta aquí
de sustento”.
Hemos tomado sólo 2 casos que ilustran la
voluntad de la revista de desplegar una propuesta que colisiona de manera
frontal con el canon hegemónico apuntando a sus bases. Sin embargo, resulta
paradójico que en los números revisados y en otros tomados al azar, los nros.
1, 2, el nro. doble 7-8, y los nros. 13, 16 y 18, el universo amazónico como
tema literario o el autor procedente de la amazonía son inexistentes. Por ello,
el filo crítico que plantea Osorio y la voluntad señalada estaban distantes aún
de un correlato que marcara el paso en el sentido práctico, es decir, un
enérgico proceso de relectura democrática de la producción literaria y de
edificación de las bases de un nuevo canon democrático y nacional: el peso del
mapa bibliográfico y de representación que se hereda, es enorme.
La construcción del canon democrático se
sostiene en la percepción de nuestra sociedad como multicultural y plurilingüe,
en el impulso incontenible del proceso social, principalmente a partir de la
década del 60, que socava las bases de la lectura e interpretación de los
procesos, y se configura en el desarrollo -desde dentro y fuera de la academia-
de un cuestionamiento al canon hegemónico y en el atisbo de un rumbo distinto,
en el marco de un creciente registro de publicación de estudios críticos,
espacios de debate, aparición de proyectos editoriales, multiplicación de
revistas culturales y literarias que indagan en este mismo sentido.
Signos de esta contienda, desde el ámbito
académico, los hay, de múltiples y diversos registros, aun cuando hasta hace
relativamente poco, un par de décadas, las miradas críticas se remitían
básicamente al mundo andino, y en algún caso, al mundo afroperuano, en el cual,
como sostiene Carlos Orihuela en “Dos aproximaciones a la poesía de Nicomedes Santa
Cruz”, en Abordajes y aproximaciones.
Estudios sobre la literatura peruana del siglo XX, Lima, 2009, pág. 15:
“Nicomedes Santa Cruz –Lima, 1925 - Madrid, 1992- representa un primer caso de
desafío exitoso al canon literario hegemónico peruano realizado desde la
perspectiva de la negritud”. Y añade: “La lucha por la constitución de un canon
literario conformado por las diversas literaturas peruanas vendría a ser una
tarea que se daría todavía en las siguientes décadas y se extendería aun hasta
nuestros días”, pág. 16.
Pues, a pesar del notable aporte de los
estudiosos académicos que encararon este desafío con la formulación de
planteamientos teóricos fundamentales como el de la “heterogeneidad” de nuestra
literatura, así como el rol jugado por revistas y espacios de reflexión y
debate, el mundo amazónico constituía todavía una realidad poco menos que
ignorada, excepción hecha de la obra de quienes asumieron una travesía física y
humana que los llevó a enclavarse en el eje del mundo urbano, Lima, como hace
no pocas décadas Francisco Izquierdo, César Calvo, y a partir de los 70, por
notables poetas como Morales, Nájar y Cerna Bazán.
En lo relativo a la currícula, recordemos
que recién a finales de la década del 70 en San Marcos se incorpora como curso,
en el Plan de estudios, “Literaturas orales del Perú”, bajo el impulso de los
maestros Hildebrando Pérez Grande y Santiago López Maguiña. Este paso adelante,
en verdad, resultaría a la larga decisivo en la configuración –desde la
academia- de una propuesta de relectura democrática de las literaturas en el
Perú, que hoy impulsan un conjunto de docentes sanmarquinos encabezados por el
maestro Gonzalo Espino, en una práctica que sintoniza y tiende a articularse
con el conjunto de expresiones y espacios no académicos, como los Encuentros
Nacionales de Escritores “Manuel Jesús Baquerizo” en los cuales la presencia de
representantes de la literatura amazónica ha ido año a año en ascenso, los
Encuentros y Ferias de Libros regionales y locales, los coloquios y festivales,
etc.
Por fortuna, la tendencia de
cuestionamiento del canon al interior de la academia no camina solamente por el
patio de letras sanmarquino: no pocos docentes de diversas universidades del
país están involucrados en un impulso que tiene su eje en la edificación de una
propuesta teórica y metodológica que asume la relectura democrática de la
literatura y de la construcción de un nuevo canon democrático y nacional, como
etapas de un solo proceso.
Así, en lo relativo a la construcción del
nuevo canon democrático y nacional, la contradicción con el canon hegemónico es
de carácter primario, como sostiene Osorio en el trabajo ya citado, “ya que se
trata del cuestionamiento del sistema mismo, y la renovación busca proyectar en
la actividad crítica las premisas de una nueva concepción del mundo que se
afirma en la transformación de la realidad histórica”. Por ello, el mayor
esfuerzo de “rescate” de las manifestaciones literarias invisibilizadas por el
canon hegemónico, que no cuestione sus bases ideológicas y las relaciones de
poder que le son consustanciales, finalmente será un esfuerzo que se realiza
“al interior del mismo sistema ideológico”.
En otras palabras, como sostenemos en el
artículo “Para vivir mañana. Producción, imagen y representación cultural”, Arteidea. Revista de cultura, Nro. 3,
julio 2000, pág. 3, “una lectura complaciente de la producción cultural que no
ponga en cuestión, en esencia, la legitimidad de la imagen que de ella se vende
cotidianamente, y por tanto de quienes aparecen como sus representantes, sería,
en último término, independientemente de sus rasgos contestatarios, una cuña
que apuntala la configuración del orden existente”.
No podemos dejar de mencionar la contienda
que se libra en el plano de las publicaciones: el carácter excluyente,
elitista, de defensa a ultranza del canon hegemónico que caracteriza a los
espacios culturales en los principales diarios de circulación nacional,
particularmente El Comercio y La República, ha devenido en no pocos casos
en ejercicio mercantil de parte de sus escribidores, poco menos que
relacionistas públicos de las transnacionales del libro y prestos a la
corruptela y el innoble comercio de la promoción literaria: en este marco, en
el cual los escritores en su gran mayoría son excluidos del mínimo espacio de
difusión que reclaman para su producción, pretender encontrar algún eco sincero
y desinteresado del curso que sigue la literatura amazónica es, francamente
ingenuidad o tozudez.
A contrapelo, un sinnúmero de publicaciones
en diversos lugares del país, ahora tanto físicas como virtuales, ejercen su
derecho a la información, a la opinión, a la crítica, y dentro de ellas,
algunas de cierta periodicidad que buscan tomar el pulso a la producción
literaria desde el escenario vital de los escritores y al mismo tiempo se
proponen aportar en la construcción del canon democrático. La huella de las
publicaciones que desde dentro y fuera de la academia han abonado y abonan la
demanda e impulso por un nuevo canon literario es cada vez más nítida: al rol
jugado por la Revista de Crítica
Literaria Latinoamericana y el tránsito breve pero aleccionador de Garabato. Teoría y crítica del relato,
que apareció sólo en dos números dirigida por Luis Fernando Vidal y que en el
primero de ellos publicó “Literatura de los pueblos amazónicos”, recopilación
de María Clotilde Echevarría, hay que añadir, aunque fuera a título de
ejemplos, al conjunto de revistas que promoviera el maestro Manuel Jesús
Baquerizo primero desde Ayacucho y luego en Huancayo, Apumarka en Puno, Sieteculebras
en Cusco, Umbral en Chiclayo, Arteidea y la Revista Peruana de Literatura, desde Lima, entre otras.
En el plano editorial y los espacios de
divulgación del libro sucede otro tanto: frente al insultante predominio de las
transnacionales –sintaxis del apetito y voracidad por el dinero con la oferta
de lectura anclada en la truculencia, la banalidad y el individualismo- y su
espacio centralizado natural, la Cámara “Peruana” del Libro y sus Ferias,
surgen un conjunto de casas editoriales motorizadas por la voluntad de expresar
a nivel editorial la riqueza, diversidad y vitalidad de la literatura peruana y
sus correspondientes espacios naturales de divulgación: local, regional,
comunal, educativo, sea en la forma de ferias, festivales, encuentros,
conversatorios, etc., entre ellas de manera particular las editoriales Arteidea, Pasacalle, Papel de Viento, Ornitorrico. Naturalmente que en este
universo hay no pocos matices que expresan el carácter heterogéneo de las
propuestas editoriales surgidas en la última década.
Y en el plano de las visiones panorámicas,
hoy ya se abre paso una mirada igualmente distinta. Para nuestro tema, citemos
como ejemplo la publicación de Perú.
Mural de Palabras, Fondo Editorial Educap, en dos volúmenes. En el nro. I,
que considera 66 cuentos y 4 relatos de tradición oral, entre los autores de
los primeros contamos a 9 procedentes de la amazonía –Francisco Izquierdo,
Julio Nelson, Orlando Casanova, Darío Vásquez Saldaña, Rolando Mandujano,
Gustavo Rojas Vela, Arnaldo Panaifo y Róger García Clavo, y tres que sin
proceder del mundo amazónico lo recrean en la ficción narrativa como Ciro
Alegría, Luis Urteaga Cabrera y Luis
Hernán Mozombite. Entre los segundos, están seleccionados 2 relatos correspondientes
a la tradición oral amazónica: “Awju: la mujer de la luna”, mito popular
aguaruna, y “El árbol encantado”, mito shipibo-conibo en adaptación literaria
de Luis Urteaga.
En el Vol. II, que reúne 37 cuentos,
encontramos 4 autores de origen amazónico: Arturo Hernández, Germán Lequerica,
Gustavo Rojas y Eleazar Huansi, y 3 que sin tener tal origen llevan a la
ficción narrativa la riqueza de la amazonía: Fernando Romero, Luis Loayza y
Fernando Carrasco. Del mismo Fondo Editorial Educap, en Retablo de fantasía, conjunto de 12 cuentos dirigidos a estudiantes
de primaria, encontramos 3 autores de origen amazónico: Francisco Izquierdo
Ríos, Víctor Morey y Gustavo Rojas, y uno de procedencia no amazónica, Luis
Urteaga Cabrera, de quien se selecciona, de sus Fábulas amazónicas, “La tortuga y el zorro”.
Planteada así la cuestión, categorías como
renovación y rescate -de las literaturas excluidas por el canon hegemónico, se
entiende- entran en crisis porque se procesan en el interior de este sin
ambición por subvertirlo, y otras como revisión y relectura, más bien asumen un
rol instrumental en la estrategia de construcción del canon democrático y
nacional. Con todo, la tendencia al encuentro de todas las vertientes que
expresan “las voces sumergidas” de la literatura, si bien tiene un espléndido
horizonte, es todavía débil: se precisa expandir lo que Feliciano Padilla llama
“espacios dialógicos” en los que al margen de jerarquías las literaturas de
diversos registros, tantos como fluyan del carácter multicultural y plurilingüe
de nuestra sociedad, se reencuentren en la dimensión superior que su naturaleza
les propicia: expresar de manera elevada, sin concesiones al facilismo, el
perfil de lo históricamente trascendente: la travesía del ser nacional en busca
de la felicidad colectiva.
EL RUMOR DE LA VIDA
Como
las aguas de un caudaloso río, las letras amazónicas se desplazan agitadas,
sortean mil obstáculos, se reinventan luego de cada temporal, acarician el
viento de la superficie y vuelven a su centro, besan la ribera e invaden el
país con su frescura, humor y rebeldía.
Por encima de la interesada miopía del modelo hegemónico que desdeña todo
aquello que traiga otra melodía, y asentada sobre una poderosa tradición
literaria en la que descuellan Arturo Hernández y Francisco izquierdo Ríos, la
literatura amazónica ha suscitado, con derecho propio, la atención de los
lectores no amazónicos y avanza a proyectar su envergadura al espacio cultural
nacional.
Nombres como Jaime Vásquez Izquierdo,
Germán Lequerica, Arnaldo Panaifo y Antonio Andaluz, de las promociones
anteriores, o más recientes como Welmer Cárdenas, Abraham Huamán y Miuler
Vásquez, por citar algunos entre muchos, expresan con su creación literaria que
el mundo amazónico no es sólo “El bagrecico”, ese formidable relato de Pancho
Izquierdo, sino una vertiente diversa, de inmenso talento, riquísima en sus
apuestas y estilos, y que hoy con su creciente divulgación en todo el país ha
hecho más evidente la crisis del canon literario fabricado entre los sectores
conservadores de la academia y los circuitos mafiosos del poder educativo y
cultural (incluidos sus componentes editoriales y de información).
Un hito fundamental en este desborde, que
tiñe el escenario cultural desde hace dos décadas, es la publicación de De shamiros decidores. Proceso de la
literatura amazónica peruana. De 1542 al 2009, monumental trabajo de
investigación del maestro Manuel Marticorena Quintanilla, publicado hace tres
años: en él tenemos un marco de referencia indispensable para el estudio, investigación
y divulgación de la literatura amazónica. Con una extraordinaria dosis de amor
al mundo amazónico y al mismo tiempo con un rigor y solvencia estimables en el
estudio y valoración, el maestro Marticorena ha compuesto en este volumen, más
que un alegato o denuncia, un fresco histórico cultural de la amazonía
realmente ejemplar.
Hay que añadir el movimiento editorial que
se desarrolla desde hace algunas décadas en Iquitos (por ejemplo, las ediciones
del Bufeo colorado), y Pucallpa (ediciones Maldita Boa), el surgimiento de
núcleos como el que se agrupa en torno a la revista de literatura e
investigación científica Kolpa, en
Pucallpa, y el Centro Cultural Rezistencia, en San Martín, dos casos entre
tantos, o en San Martín, el Proyecto Cultural del Gobierno Regional, que ha
iniciado la publicación de los clásicos de la literatura sanmartinense.
Este curso de la producción editorial
camina simultáneamente con el desarrollo de la reflexión teórica y crítica que
han animado desde hace décadas escritores afincados en Iquitos como Manuel
Marticorena y Ricardo Vírhuez, y que hoy se renueva con los estudios de, por
citar un par de casos, Abraham Huamán y Héctor Gómez Landeo, desde Pucallpa.
Sin ningún ánimo de inventariar la
producción última, sólo a título de algunas señales recientes de la creación
literaria amazónica, debemos citar la confirmación de las calidades de la
narrativa de Jorge Nájar, más conocido como poeta, la incursión auspiciosa en
la narrativa de Gloria Dávila Espinoza, de Tingo María, la revelación de un
gran poeta nacido en Puerto Maldonado y residente en España como Alfredo Pérez
Alencar, la presencia entre sombras de autores valiosos como José del Giúdice
(su único libro conocido, La iniciación y
otros cuentos data de hace 20 años), el excepcional trabajo de recopilación
y recreación Educación Ambiental e
Interculturalidad. Dos experiencias andino-amazónicas, de Luis Urteaga
Cabrera (autor del extraordinario libro de cuentos El arco y la flecha), que vio la luz en 2006, los Relatos históricos de Lamas, del
profesor Waldemar Soria Rodríguez, la persistencia en el estudio y valoración
de la literatura yanesha por parte de los escritores Rolando Mandujano, Helmer
Tutos y Gilbert Ortega, la reciente publicación de El poder de mi lengua. Relatos orales ashaninka&nomatsiguenga,
publicación coordinada por el poeta Willy Gómez Migliaro y auspiciada por la
Asociación de Maestros Bilingues Intercultural de la Selva Central, AMABISEC,
la reciente publicación de El socio de
Dios, del cineasta y escritor Federico García, la versatilidad del escritor
Antonio Andaluz, nacido en Villa Rica y residente en Bolivia, autor del
magnífico poemario Como perro que ladra a
la luna y que hace poco ha sorprendido con la novela Balada para una varona, el empeño por depurar el ejercicio
narrativo de Hernán Fonseca, nacido en San Martín, quien ha publicado
sucesivamente las novelas El gallo
carioco y el gendarme Shapiama y Una
lágrima discreta, y la reciente aparición de las novelas La selva privada y La tía abuela y la casa de los espíritu, de Arturo Ruiz, limeño que
vivió muchos años en Iquitos y hoy radica en Estados Unidos, y el rol de
difusión y promoción que realiza desde España la escritora peruana nacida en
Huancayo Isabel Córdova Rosas, quien además ha publicado recientemente Urpy y la piedra mágica del Amazonas y Tinko y Gaby en el Amazonas.
No hay que olvidar los certámenes
literarios y culturales en no pocas ciudades del oriente, como el “Encuentro
del escritor con sus lectores”, en La Merced, que este año ha llegado a su
quinta edición, organizado por la Asociación de Escritores y Artistas “Juan
Santos Atahualpa”, la Feria del Libro
que realiza en Villa Rica el Grupo Café Amargo, o el reciente “II Encuentro de
Mateo Paiva con su pueblo”, organizado en Saposoa, San Martín, por EDUCAP. Y
como un homenaje a la amorosa tarea de difusión de la literatura nacional desde
la Selva Central, debemos mencionar al quincenario Selvandina, que dirige el escritor Gotardo Cervantes Mendívil,
ayacuchano radicado hace décadas en La Merced.
Este es el jalón de vitalidad democratizante
que desde hace un par de décadas ha irrumpido desde el propio mundo amazónico,
en un proceso envolvente, en todos los registros de la contienda literaria y
cultural, y que se expande de manera progresiva en la arena nacional. En suma,
una vigorosa corriente de creación y reflexión, que refresca con su humor y
rebeldía, y cuya historia y presente constituyen parte fundamental del esfuerzo
multitudinario por darle un curso de liberación y justicia al proceso social en
el país.
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