La Herencia Cultural
(Primera
Parte)
Aníbal
Ponce
En
uno de sus libros más vivaces, ¿Qué Hacer? sostenía Lenin, que para elevar el grado
de conciencia de la clase obrera es "necesario que los obreros no se
encierren en el marco artificialmente restringido de la llamada literatura para obreros, sino
que aprendan a dominar cada vez más la literatura general. Sería más justo decir, en vez de
"no se encierren", no "sean encerrados", pues los obreros
también leen y quieren leer todo lo que se escribe para los intelectuales; sólo
que algunos de éstos —los malos— piensan que los obreros ya tienen bastante con
que se les hable de las cosas de la fábrica y se les rumie lo viejo y
resabido". (1).
Ocho años después, al día siguiente de la
muerte de Tolstoi, Lenin se asociaba al duelo nacional de esta manera:
"Tolstoi ha muerto; la Rusia anterior a la revolución, cuya debilidad e
impotencia se han expresado en la filosofía y han sido pintadas en las obras de
este artista genial, se ha hundido en el pasado. Sin embargo, la herencia de Tolstoi contiene elementos
que, lejos de pertenecer al pasado, corresponden al porvenir. De esa
herencia, el proletariado ruso toma posesión y se consagra a ella. El explicará
a la masa de los trabajadores y explotados el sentido de la crítica tolstoiana
del Estado, de la Iglesia, de la propiedad territorial privada, no para que las
masas se limiten a su "auto perfeccionamiento interior" y a
lamentaciones a propósito de una vida justa, sino para que levanten y
descarguen un nuevo golpe a la monarquía zarista y a los terratenientes que en
1905 no han sido más que ligeramente alcanzados y que es necesario aniquilar".
(2).
¿Qué tiene de extraño, pues, que apenas
llegaron los bolcheviques al poder, Lenin encargara a las imprentas del Estado
la tarea de poner al alcance de todos, reediciones de los clásicos? (3) ¿Y qué
tiene de extraño que poco tiempo más tarde en su discurso magistral en el
Tercer Congreso Pan- ruso de la Unión de las Juventudes Comunistas, asegurase
que no es posible
construir el comunismo sino a partir de la suma de conocimientos,
organizaciones e instituciones, así como de las fuerzas humanas y medios que se
reciben de la vieja sociedad? Es imposible ser comunista —añadía— "sin
haberse
asimilado el tesoro de conocimientos acumulados por la
humanidad. . . Si no nos damos cuenta que para crear la cultura proletaria es
necesario conocer y utilizar, retocándolos, todos los elementos de la cultura
resultante de la evolución anterior de la humanidad, no llegaremos jamás a
nada. La cultura no se da toda hecha, no brota del cerebro de no sé qué
especialistas en cultura proletaria. Sería una tontería creer tal cosa. La
cultura proletaria debe aparecer como la resultante natural de los
conocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo capitalista y bajo el
yugo feudal". (4).
Con perfecta claridad, Lenin planteaba de
tal modo el problema de la herencia cultural que las masas obreras debían conquistar y elaborar. Después de cinco
siglos, el proletariado victorioso se encontraba en una situación que
recordaba —no obstante las enormes diferencias— la actitud de la burguesía
durante el Renacimiento. Al pasar de una clase a otra, la cultura una vez más,
debía de ser
asimilada y repensada. Lo que hasta ayer llevaba como marca
propia el sello del feudalismo, reapareció superado en la cultura burguesa.
Recoger una herencia y recrearla significa, pues, algo más que un legado
pasivo: una radical transfiguración; pues al mostrarse ante los ojos de una
nueva clase social se incorpora de hecho a otras formas de vida, renace de
veras con una
frescura de amanecer. Lo que la burguesía inició en su Renacimiento,
(5) el proletariado lo está realizando ahora, según acabamos de escuchárselo a
Lenin, con respecto a "los conocimientos conquistados por la humanidad
bajo el yugo capitalista y bajo el yugo feudal".
La empresa no era fácil y chocaba con
obstáculos muy serios. (6) Uno ante todo que a muchos llevó al error; el proletariado
difiere de la burguesía infinitamente más que la burguesía del feudalismo.
Entre la burguesía y el feudalismo, en efecto, la oposición radica en modos distintos de explotación; por eso
a pesar de sus intereses bien diversos, no tienen ningún inconveniente en
marchar hombro con hombro cuantas veces la rebelión de las masas les hace ver el
enemigo común. (7) El proletariado, en cambio, no sólo no tiene ninguna comunidad
de intereses con las otras clases, sino que, siendo por exigencia de siglos la
clase eternamente explotada, es la única precisamente que no podrá liberarse a
sí misma sino terminando para siempre con la sociedad de clases. Se concibe, por
eso, que en la continua batalla, en la sostenida polémica, muchos sectores del
proletariado —o de las otras clases explotadas que reconocen en él su
conductor— no hayan distinguido a veces con suficiente justeza cómo y hasta
dónde se debía negar antes de elaborar la propia y auténtica cultura. Ocurrió,
por ejemplo, que si parecía evidente que el proletariado debía apoderarse de
todos los adelantos técnicos burgueses para alcanzar, primero, y superar
después al capitalismo, y no parecía a todos suficientemente claro que en
condiciones parecidas —aunque no idénticas— se encontraban también las masas
obreras frente al legado cultural que del pasado habían recogido.
Es ilustrativo en este sentido lo que
ocurrió con Mayakovski. El ilustre poeta se había pasado a la revolución desde
el campo pequeño burgués del futurismo. Como tantos otros compañeros de lucha y
de arte —desde los "imaginistas y los "luministas" hasta los
"biocosmistas" y los "formolibre- tistas"— (8), esta
intelectualidad pequeño burguesa, con el ímpetu anarquista que va implícito,
se movía con más soltura en la destrucción del pasado que en la construcción
del porvenir. Mientras el poder obrero, con Lenin a la cabeza, se esforzaba en asimilar críticamente la cultura universal y en
incorporarla a la actividad cultural de las masas obreras y campesinas, los
grupos inquietos de la pequeña burguesía pensaban que servían mejor a la
revolución no preocupándose tanto de forjar un arte nuevo, como de arrasar,
prácticamente, con el arte. Bajo el antifaz de la revolución, Arlequín irrumpía
con su nihilismo bohemio, su declamación de café, sus fanfarronadas de media
noche; e irrumpía proclamándose la vanguardia estética del proletariado y
exigiendo nada menos que la dictadura revolucionaria sobre el frente cultural.
En el número segundo de la revista “El Arte de la Comuna”, Mayakovsky había
publicado un editorial en verso, titulado “Todavía es pronto para alegrarse”.,
y en el cual entre otras cosas podía leerse lo siguiente: “Si encontráis a un
guardia blanco lo fusiláis. Pero ¿habéis olvidado a Rafael?… Es hora de
disparar contra los muros de los museos ¡Abrid el fuego de los cañones contra
lo viejo! Sembrad la muerte en el campo enemigo. No os pongáis a tiro,
servidores del capital… ¿Pero, ¿por qué no se ha atacado a Puschkin y demás
generales clásicos?” (9). Lenin, que no ocultaba su ninguna simpatía por
futuristas y cubistas, (10) esta vez no tuvo más remedio que fruncir el ceño. Y
en un artículo que Lunatcharski redactó, el Comité Central del Partido
Comunista puso los puntos sobre las íes. Ese artículo, primero; diversas
resoluciones después, culminaron en la declaración del 1º de julio de 1924 que
marca una fecha en la historia de la cultura. El Partido Comunista comprendía
que para crear una literatura artística
destinada a las grandes masas debía romper con las tradiciones aristocráticas
que hacen del arte una voluptuosidad
reservada a muy pocos elegidos; pero, al mismo tiempo que aseguraba a
los escritores soviéticos el apoyo más decidido, les anunciaba que el Partido
lucharía por todos los medios “contra la actitud ligera y despectiva frente a
la vieja herencia cultural y a los especialistas de la palabra artística” (11).
La última parte de la resolución –la relativa a los “especialistas de la
palabra artística”– mostraba que la juvenil cultura del proletariado tenía que
luchar sobre dos frentes: no sólo contra los energúmenos más o menos
pintorescos de la pequeña burguesía que rechazaban en bloque la tradición
artística, sino también contra los otros sectarios surgidos en gran parte del
mismo proletariado, y para quienes el arte destinada a las grandes masas nada
tenía que ver con las rudas disciplinas del estilo. Para los primeros
“resucitar” la literatura clásica en época revolucionaria equivalía a una
tradición; para los segundos, el arte proletario no se distinguía gran cosa de
un “afiche”, cargado como éste de intención transparente, y tanto mejor cuanto
con más nitidez expresara esa intención. Nada, pues, con los clásicos; nada
tampoco con la búsqueda de medios de expresión calificados.
La actitud negadora se afirmaba no sólo en
los artistas, venía muchas veces desde los propios directores de los museos,
desde los mismos encargados de la conservación. Tal es el caso de T. Schmit,
profesor en la Universidad de Leningrado, para quien o sólo era innecesaria,
sino nociva la influencia de las grandes obras del pasado. (12)
Notas
[1] LENIN, ¿Qué hacer?, pág.46, nota 1, traducción Waismann, editorial “Claridad”,
Buenos Aires, 1933.
[2] LENIN, Tolstoi, en “Commune”, enero
1935, págs. 442-443, París.
[3] KROUPSKAIA, Souvenirs sur Lenine, pág49, “Bureau d’Editions”, París, 1930.
[4] LENIN, Discurso en el Tercer Congreso de las Juventudes Comunistas,
el 4 de Octubre de 1920. En Lenin y la
juventud, edición del Secretariado Sudamericano de la Internacional Juvenil
Comunista, págs. 5 y 6.
[5] O en sus “renacimientos”, para ser más
exactos, si consideramos como tales al tímido del siglo XII, al más brillante
del siglo XVI y al francamente revolucionario del siglo XVIII.
[6] “El deseo de conocer el pasado está
limitado entre nosotros, en cierta medida y todavía, por el hecho de que en la
cultura legada por la burguesía, la miel y el veneno se entremezclan y porque
las ‘verdades’ de la ciencia burguesa sobre el pasado histórico de la humanidad
son como las viejas cortesanas experimentadas que quieren hacerse pasar por
jovencitas inocentes”. GORKI, A propos de
la culture, en “Litterature
Internationale”, Nº8, 1935, Moscú.
[7] POKROVSKY, Teoría de la revolución proletaria, págs.. 37 y sig., editor
Aguilar, Madrid, 1933.
[8] Ver en POLONSKI, La literatura rusa de la época
revolucionaria, pág. 62, traducción Nin, Editorial Espasa,
Madrid, 1932.
[9] POLONSKI, IDEM, PÁGS. 48, 173 Y 279.
[10] CLARA ZETKIN, Recuerdos sobre Lenin, pág. 18, editorial “Cenit”, Madrid, 1934.
[11] POLONSKI, obr. cit., pág 274.
[12] LEGRAN, La reconstruction socialiste de l’Ermitage, pág.26, traducción de
Meloup y Nortgaft, Leningrado, 1934.
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