martes, 2 de diciembre de 2014

Páginas del Marxismo Latinoamericano


La Herencia Cultural

(Primera Parte) 
 

Aníbal Ponce


En uno de sus libros más vivaces, ¿Qué Hacer? sostenía Lenin, que para elevar el grado de conciencia de la clase obrera es "necesario que los obreros no se encierren en el marco artificialmente restringido de la llamada literatura para obreros, sino que aprendan a dominar cada vez más la litera­tura general. Sería más justo decir, en vez de "no se encie­rren", no "sean encerrados", pues los obreros también leen y quieren leer todo lo que se escribe para los intelectuales; sólo que algunos de éstos —los malos— piensan que los obreros ya tienen bastante con que se les hable de las cosas de la fábrica y se les rumie lo viejo y resabido". (1).

Ocho años después, al día siguiente de la muerte de Tolstoi, Lenin se asociaba al duelo nacional de esta manera: "Tolstoi ha muerto; la Rusia anterior a la revolución, cuya debilidad e impotencia se han expresado en la filosofía y han sido pintadas en las obras de este artista genial, se ha hun­dido en el pasado. Sin embargo, la herencia de Tolstoi con­tiene elementos que, lejos de pertenecer al pasado, correspon­den al porvenir. De esa herencia, el proletariado ruso toma posesión y se consagra a ella. El explicará a la masa de los trabajadores y explotados el sentido de la crítica tolstoiana del Estado, de la Iglesia, de la propiedad territorial privada, no para que las masas se limiten a su "auto perfeccionamiento interior" y a lamentaciones a propósito de una vida justa, sino para que levanten y descarguen un nuevo golpe a la monarquía zarista y a los terratenientes que en 1905 no han sido más que ligeramente alcanzados y que es necesario ani­quilar". (2).

¿Qué tiene de extraño, pues, que apenas llegaron los bol­cheviques al poder, Lenin encargara a las imprentas del Es­tado la tarea de poner al alcance de todos, reediciones de los clásicos? (3) ¿Y qué tiene de extraño que poco tiempo más tarde en su discurso magistral en el Tercer Congreso Pan- ruso de la Unión de las Juventudes Comunistas, asegurase que no es posible construir el comunismo sino a partir de la suma de conocimientos, organizaciones e instituciones, así como de las fuerzas humanas y medios que se reciben de la vieja sociedad? Es imposible ser comunista —añadía— "sin haberse asimilado el tesoro de conocimientos acumulados por la humanidad. . . Si no nos damos cuenta que para crear la cultura proletaria es necesario conocer y utilizar, retocándolos, todos los elementos de la cultura resultante de la evolución anterior de la humanidad, no llegaremos jamás a nada. La cultura no se da toda hecha, no brota del cerebro de no sé qué especialistas en cultura proletaria. Sería una tontería creer tal cosa. La cultura proletaria debe aparecer como la resultante natural de los conocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo capitalista y bajo el yugo feudal". (4).

Con perfecta claridad, Lenin planteaba de tal modo el problema de la herencia cultural que las masas obreras debían conquistar y elaborar. Después de cinco siglos, el proleta­riado victorioso se encontraba en una situación que recordaba —no obstante las enormes diferencias— la actitud de la bur­guesía durante el Renacimiento. Al pasar de una clase a otra, la cultura una vez más, debía de ser asimilada y repen­sada. Lo que hasta ayer llevaba como marca propia el sello del feudalismo, reapareció superado en la cultura burguesa. Recoger una herencia y recrearla significa, pues, algo más que un legado pasivo: una radical transfiguración; pues al mostrarse ante los ojos de una nueva clase social se incorpora de hecho a otras formas de vida, renace de veras con una frescura de amanecer. Lo que la burguesía inició en su Re­nacimiento, (5) el proletariado lo está realizando ahora, según acabamos de escuchárselo a Lenin, con respecto a "los co­nocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo ca­pitalista y bajo el yugo feudal".

La empresa no era fácil y chocaba con obstáculos muy serios. (6) Uno ante todo que a muchos llevó al error; el pro­letariado difiere de la burguesía infinitamente más que la burguesía del feudalismo. Entre la burguesía y el feudalismo, en efecto, la oposición radica en modos distintos de explota­ción; por eso a pesar de sus intereses bien diversos, no tienen ningún inconveniente en marchar hombro con hombro cuantas veces la rebelión de las masas les hace ver el enemigo común. (7) El proletariado, en cambio, no sólo no tiene ninguna comu­nidad de intereses con las otras clases, sino que, siendo por exigencia de siglos la clase eternamente explotada, es la única precisamente que no podrá liberarse a sí misma sino termi­nando para siempre con la sociedad de clases. Se concibe, por eso, que en la continua batalla, en la sostenida polémica, muchos sectores del proletariado —o de las otras clases ex­plotadas que reconocen en él su conductor— no hayan dis­tinguido a veces con suficiente justeza cómo y hasta dónde se debía negar antes de elaborar la propia y auténtica cul­tura. Ocurrió, por ejemplo, que si parecía evidente que el proletariado debía apoderarse de todos los adelantos técnicos burgueses para alcanzar, primero, y superar después al capi­talismo, y no parecía a todos suficientemente claro que en condiciones parecidas —aunque no idénticas— se encontra­ban también las masas obreras frente al legado cultural que del pasado habían recogido.

Es ilustrativo en este sentido lo que ocurrió con Mayakovski. El ilustre poeta se había pasado a la revolución desde el campo pequeño burgués del futurismo. Como tantos otros compañeros de lucha y de arte —desde los "imaginistas y los "luministas" hasta los "biocosmistas" y los "formolibre- tistas"— (8), esta intelectualidad pequeño burguesa, con el ím­petu anarquista que va implícito, se movía con más soltura en la destrucción del pasado que en la construcción del por­venir. Mientras el poder obrero, con Lenin a la cabeza, se esforzaba en asimilar críticamente la cultura universal y en incorporarla a la actividad cultural de las masas obreras y campesinas, los grupos inquietos de la pequeña burguesía pensaban que servían mejor a la revolución no preocupándose tanto de forjar un arte nuevo, como de arrasar, prácticamente, con el arte. Bajo el antifaz de la revolución, Arlequín irrum­pía con su nihilismo bohemio, su declamación de café, sus fanfarronadas de media noche; e irrumpía proclamándose la vanguardia estética del proletariado y exigiendo nada menos que la dictadura revolucionaria sobre el frente cultural. En el número segundo de la revista “El Arte de la Comuna”, Mayakovsky había publicado un editorial en verso, titulado “Todavía es pronto para alegrarse”., y en el cual entre otras cosas podía leerse lo siguiente: “Si encontráis a un guardia blanco lo fusiláis. Pero ¿habéis olvidado a Rafael?… Es hora de disparar contra los muros de los museos ¡Abrid el fuego de los cañones contra lo viejo! Sembrad la muerte en el campo enemigo. No os pongáis a tiro, servidores del capital… ¿Pero, ¿por qué no se ha atacado a Puschkin y demás generales clásicos?” (9). Lenin, que no ocultaba su ninguna simpatía por futuristas y cubistas, (10) esta vez no tuvo más remedio que fruncir el ceño. Y en un artículo que Lunatcharski redactó, el Comité Central del Partido Comunista puso los puntos sobre las íes. Ese artículo, primero; diversas resoluciones después, culminaron en la declaración del 1º de julio de 1924 que marca una fecha en la historia de la cultura. El Partido Comunista comprendía que para crear una literatura artística destinada a las grandes masas debía romper con las tradiciones aristocráticas que hacen del arte una voluptuosidad  reservada a muy pocos elegidos; pero, al mismo tiempo que aseguraba a los escritores soviéticos el apoyo más decidido, les anunciaba que el Partido lucharía por todos los medios “contra la actitud ligera y despectiva frente a la vieja herencia cultural y a los especialistas de la palabra artística” (11). La última parte de la resolución –la relativa a los “especialistas de la palabra artística”– mostraba que la juvenil cultura del proletariado tenía que luchar sobre dos frentes: no sólo contra los energúmenos más o menos pintorescos de la pequeña burguesía que rechazaban en bloque la tradición artística, sino también contra los otros sectarios surgidos en gran parte del mismo proletariado, y para quienes el arte destinada a las grandes masas nada tenía que ver con las rudas disciplinas del estilo. Para los primeros “resucitar” la literatura clásica en época revolucionaria equivalía a una tradición; para los segundos, el arte proletario no se distinguía gran cosa de un “afiche”, cargado como éste de intención transparente, y tanto mejor cuanto con más nitidez expresara esa intención. Nada, pues, con los clásicos; nada tampoco con la búsqueda de medios de expresión calificados.

La actitud negadora se afirmaba no sólo en los artistas, venía muchas veces desde los propios directores de los museos, desde los mismos encargados de la conservación. Tal es el caso de T. Schmit, profesor en la Universidad de Leningrado, para quien o sólo era innecesaria, sino nociva la influencia de las grandes obras del pasado. (12)

Notas

[1] LENIN, ¿Qué hacer?, pág.46, nota 1, traducción Waismann, editorial “Claridad”, Buenos Aires, 1933.

[2] LENIN, Tolstoi, en “Commune”, enero 1935, págs. 442-443, París.

[3] KROUPSKAIA, Souvenirs sur Lenine, pág49, “Bureau d’Editions”, París, 1930.

[4] LENIN, Discurso en el Tercer Congreso de las Juventudes Comunistas, el 4 de Octubre de 1920. En Lenin y la juventud, edición del Secretariado Sudamericano de la Internacional Juvenil Comunista, págs. 5 y 6.

[5] O en sus “renacimientos”, para ser más exactos, si consideramos como tales al tímido del siglo XII, al más brillante del siglo XVI y al francamente revolucionario del siglo XVIII.

[6] “El deseo de conocer el pasado está limitado entre nosotros, en cierta medida y todavía, por el hecho de que en la cultura legada por la burguesía, la miel y el veneno se entremezclan y porque las ‘verdades’ de la ciencia burguesa sobre el pasado histórico de la humanidad son como las viejas cortesanas experimentadas que quieren hacerse pasar por jovencitas inocentes”. GORKI, A propos de la culture, en “Litterature Internationale”, Nº8, 1935, Moscú.

[7] POKROVSKY, Teoría de la revolución proletaria, págs.. 37 y sig., editor Aguilar, Madrid, 1933.

[8] Ver en POLONSKI, La literatura rusa de la época revolucionaria, pág. 62, traducción Nin, Editorial Espasa, Madrid, 1932.

[9] POLONSKI, IDEM, PÁGS. 48, 173 Y 279.

[10] CLARA ZETKIN, Recuerdos sobre Lenin, pág. 18, editorial “Cenit”, Madrid, 1934.

[11] POLONSKI, obr. cit., pág 274.

[12] LEGRAN, La reconstruction socialiste de l’Ermitage, pág.26, traducción de Meloup y Nortgaft, Leningrado, 1934.

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