Octavio
Paz:
“El
Laberinto de la Soledad”
(Primera
Parte)
Julio Roldán
En
este libro el escritor y poeta mexicano Octavio Paz hace un diagnóstico
histórico, político y social como base, para luego comprender mejor el problema
psicológico y de identidad de la sociedad mexicana y por extensión, diríamos
nosotros, de América Latina como totalidad.
El tema central es
la conquista, la colonia y sus consecuencias; de estas ideas-base se irán
desprendiendo unas detrás de otras, como el fenómeno del pachuco y el
sentimiento de soledad, el machismo, la Fiesta, la idea de la muerte, la figura
de la Madre chingada y la traición de Malinche, el rol de la religión católica,
la división del imperio azteca y el abandono de los dioses a la llegada de los
españoles.
La independencia y el papel de los
criollos, los caudillos, el positivismo, la democracia y la libertad, la
revolución agrarista y el zapatismo, continúan con el sector pensante y
nuestros días y se remata con el Apéndice,
volviendo al punto inicial con la Dialéctica
de la soledad. Hecho que tiene que ver más con el sentimiento de soledad
que con el sentimiento de inferioridad.
En el primer
capítulo desarrolla tres ideas, las mismas se irán repitiendo en unos casos y
desarrollando en otros, a lo largo del libro. Comienza con la problemática de
un sector de adolescentes mexicanos que viven en EE.UU., continúa con el ser
del mexicano y termina haciendo una comparación entre los mexicanos y los
norteamericanos.
Este primer capítulo, que es
titulado El pachuco y otros extremos,
describe a los mencionados adolescentes en estos términos: "Como es
sabido, los `pachucos´ son bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano,
que viven en las ciudades del Sur y se singularizan tanto por su vestimenta
como por su conducta y lenguaje (...) Pero los `pachucos´ no reivindican su
raza ni la nacionalidad de sus antepasados. A pesar de que su actitud revela
una obstinada y casi fanática voluntad de ser, no afirma
nada concreto (...) El `pachuco´ no quiere volver a su origen mexicano; tampoco
-al menos en apariencia- desea fundirse a la vida norteamericana. Todo en él es
impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primer
enigma es su nombre mismo: `pachuco´, vocablo de incierta filiación, que dice
nada y que dice todo (...) Queramos o no, estos seres son mexicanos, uno de los
extremos al que puede llegar el mexicano."
Ahondando más en el
mundo espiritual de estos adolescentes, que él observó a fines de la década del
40 del siglo XX en EE.UU., sostiene: "El pachuco ha perdido toda su
herencia: lengua, religión, costumbres y creencias. Sólo le queda un cuerpo y
un alma a la intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege
y, al mismo tiempo, lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe."
La otra parte de este ser quebrado,
dual o híbrido se expresa de esta manera: "... el pachuco es un clown
impasible y siniestro, que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar.
Esta actitud sádica se alía a un intento de auto-humillación, que me parece
construir el fondo mismo de su carácter: sabe que sobresalir es peligroso y que
su conducta irrita a la sociedad; no importa, busca, atrae la persecución y el
escándalo. Sólo así podrá establecer una relación más viva con la sociedad que
provoca: víctima, podrá ocupar un puesto en ese mundo que hasta hace poco lo
ignoraba; delincuente, será uno de sus héroes malditos."
Y Paz termina con este tipo de
personaje diciendo: "... el pachuco no afirma nada, no defiende nada,
excepto su exasperada voluntad de no-ser. No es una intimidad que vierte, sino
una llaga que se muestra, una herida que se exhibe. Una herida que también es
un adorno bárbaro, caprichoso y grotesco; una herida que se ríe de sí misma y
que se engalana para ir de cacería. El pachuco es la presa que se adorna para
llamar la atención de los cazadores. La persecución lo redime y rompe su
soledad: su salvación depende del acceso a esa misma soledad que aparenta
negar. Soledad y pecado, comunión y salud, se convierten en términos
equivalentes."
En la segunda parte del capítulo,
combinando conceptos del existencialismo y del psicoanálisis, hace la diferencia entre el sentimiento de
inferioridad y el sentimiento de soledad, para sostener que en el ser del mexicano subyace con más
fuerza el sentimiento de soledad
antes que el sentimiento de inferioridad,
leamos: "La existencia de un sentimiento real o supuesta inferioridad
frente al mundo podría explicar, parcialmente al menos, la reserva con que el
mexicano se presenta ante los demás y la violencia inesperada con que las
fuerzas reprimidas rompen esa máscara imposible. Pero más vasta y profunda que
el sentimiento de inferioridad, yace la soledad. Es imposible identificar ambas
actitudes: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento
de soledad, por otra parte, no es una ilusión -como a veces lo es el de
inferioridad- sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos.
Y, de verdad, estamos solos."
En otro párrafo, luego de decir que:
"En todos lados el hombre está solo" y así justificar la soledad
humana al mejor estilo existencialista, termina con el ser del mexicano
diciendo: "Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento
religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados
del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por
restablecer los lazos que nos unían a la creación."
Finalmente, en la tercera parte del
capítulo, para comprender la diferencia entre los mexicanos y los norteamericanos,
comienza deslindando con el mecanicismo-economicista, diciendo: "Algunos
pretenden que todas las diferencias entre los norteamericanos y nosotros son
económicas, esto es, que ellos son ricos y nosotros pobres, que ellos nacieron
en la Democracia, el Capitalismo y la Revolución industrial y nosotros en la
Contrarreforma, el Monopolio y el Feudalismo. Por más profunda y determinante
que sea la influencia del sistema de producción en la creación de la cultura,
me rehúso a creer que bastará que poseamos una industria pesada y vivamos
libres de todo imperialismo económico para que desaparezcan nuestras
diferencias."
Además de mencionar algunas otras
diferencias, centra en las siguientes: "Ellos son crédulos, nosotros
creyentes; aman los cuentos de hadas y las historias policíacas, nosotros los
mitos y las leyendas. Los mexicanos mienten por fantasía, por desesperación o
para superar su vida sórdida; ellos no mienten, pero sustituyen la verdad
verdadera, que es siempre desagradable, por una verdad social. Nos
emborrachamos para confesarnos; ellos para olvidarse. Son optimistas; nosotros
nihilistas -sólo que nuestro nihilismo no es intelectual, sino una reacción
instintiva: por tanto es irrefutable-. Los mexicanos son desconfiados; ellos
abiertos. Nosotros somos tristes y sarcásticos; ellos alegres y humorísticos.
Los norteamericanos quieren emprender; nosotros contemplar. Son activos;
nosotros quietistas; disfrutamos de nuestras llagas como ellos de sus inventos.
Creen en la higiene, en la salud, en el trabajo, en la felicidad; pero tal vez
no conocen la verdadera alegría, que es una embriaguez y un torbellino."
A continuación se pregunta: "¿Y
cuál es la raíz de tan contrarias actitudes? Me parece que para los
norteamericanos el mundo es algo que se puede perfeccionar; para nosotros, algo
que se puede redimir. Ellos son modernos. Nosotros, como sus antepasados,
puritanos, creemos que el pecado y la muerte constituyen el fondo último de la
naturaleza humana. Sólo que el puritano identifica la pureza con la salud. De
ahí el ascetismo que purifica, y sus consecuencias: el culto al trabajo por el
trabajo, la vida sobria -a pan y agua-, la inexistencia del cuerpo en tanto que
posibilidad de perderse -o encontrarse-
en otro cuerpo. Todo contacto contamina. Razas, ideas, costumbres, cuerpos
extraños llevan en sí gérmenes de perdición e impureza. La higiene social
completa la del alma y la del cuerpo. En cambio los mexicanos, antiguos o
modernos, creen en la comunión y en la fiesta; no hay salud sin contacto."
Y Paz, a pesar del
sentimiento de soledad que cubre y tiñe al mexicano o quizás por ello, termina
el capítulo con una confesión de parte, siendo algo optimista: "Quien ha
visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos
los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso
entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente,
de volver a ser, otro hombre."
En el segundo capítulo desarrolla
con cierto detenimiento la personalidad de los mexicanos. Él afirma que ésta es
una sociedad cerrada, desconfiada, miedosa y que busca, por todos los
medios, conservar su intimidad; pero a
la vez es formalista y de gran simulación. Expresión de este mundo cerrado; de
este no "rajarse" es el machismo o la hombría del mexicano, que dicho
sea de paso es un fin en sí mismo y es presentado de la siguiente forma:
"El `macho´ es un ser hermético, encerrado en sí mismo, capaz de guardarse
y guardar lo que se le confía. La
hombría se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los
impactos del mundo exterior. El estoicismo es la más alta de nuestras virtudes
guerreras y políticas. Nuestra historia está llena de frases y episodios que
revelan la indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro."
Conviviendo, coludida, integrada o
mejor dicho como trama del gran tejido de la personalidad del mexicano está la
mujer. Ella es un ser abierto por naturaleza, es un ser "rajado"
histórica y socialmente. Ese ser en quien se combina la virgen y la prostituta,
entre la abnegada madre o señora y la mujer mala. (12) Es por ello que a la
mujer se la acaricia y se la maltrata, se la santifica o se la viola, se le
canta y se le despotrica, se la maldice y se la admira.
A esta mujer a quien se debe
"someter con el palo y conducir con el freno de la religión", Paz la
presenta así: "Como en todos los pueblos, los mexicanos consideran a la
mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le
asignan la ley, la sociedad o la moral. (...) Prostituta, diosa, gran señora,
amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores o las energías
que le confía la naturaleza o la sociedad. Es un mundo hecho a la imagen de los
hombres, la mujer sólo es un reflejo de la voluntad y querer masculinos.
Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y
antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función,
medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría."
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