César
Vallejo: ¿de enemigo de la vanguardia a sucesor de ella?
Julio Carmona
ES
FAMOSO EL VERSO de T. S. Eliot en el que se refiere al mes de abril, como «el
más cruel», expresión que puede relacionarse con el hecho de que muchos
escritores —desde varios siglos atrás— han fallecido en ese mes. Y,
lamentablemente, nuestro más alto poeta peruano también engrosó esa lista un 15
de abril de 1938. En este mes de abril de 2025, se cumplen, pues, 87 años de su
sensible fallecimiento. Yo hago propicio el hecho para reivindicar sus
convicciones poéticas (indesligables de su filiación política), tocando el tema
de la vanguardia en el que, a todas luces, nuestro poeta adoptó una posición de
rechazo contra ella.
En tal sentido, preciso que, revisando
cierta bibliografía que trata sobre la obra de César Vallejo, se puede
constatar la tendencia a relacionar su poesía (tanto en su práctica como en su
teoría) con la práctica y la teoría de la vanguardia. Como dice Marta Ortiz en
la introducción a un libro antológico de los poetas peruanos que publicaron en
las dos primeras décadas del siglo XX: «Es un fallo común de la crítica
englobar dentro de la categoría vanguardista
a muchos de los autores que publicaban en esta época y que sin embargo
permanecían en una estética conservadora» (2013). No obstante, también se debe
reconocer que otros autores morigeran esa propensión relacional. Es el caso de
Julio Ortega quien dice que la «ruptura verbal, que Vallejo inicia en nuestro
idioma, coincide con similares experiencias poéticas contemporáneas: con la
estructuración abstracta de lo cotidiano, que Eliot efectúa el mismo año 1922
en Tierra baldía, y también con la
exploración de la realidad física como materia orgánica, que Artaud realiza»
(1970). Y, a continuación, agrega: «La vinculación, pues, de Trilce con los movimientos poéticos de
la vanguardia europea son complejos y coincidentes: la exploración de Vallejo
está conectada a la liberación formal de esos movimientos, pero no es posible
deducirla de ellos». O sea que, afirmar que Trilce
y vanguardia sean «coincidentes»,
equivale a decir que son coetáneos o simultáneos, pero no iguales o
interdependientes; para decirlo con expresión popular: «juntos, pero no
revueltos».
Pregunto: ¿Por qué no se dice que son
vanguardistas los siguientes autores, coetáneos de CV y también grandes
experimentalistas de la forma poética: Eliot (1888), Pound (1886), Joyce
(1882)? Y la respuesta es clara: porque a ellos ya se los tiene ubicados dentro
de la tendencia formalista, y porque, además, no se les tiene que mermar su
espíritu revolucionario político, pues no lo tenían. Mientras que a CV, cuya
notoria tendencia es el nuevo realismo poético, sí es necesario alejarlo de
esta posición, a la que da su aval y proyección, pero, además se trata de
mellar su espíritu revolucionario político.
Apreciando lo dicho por JO entiendo
que él se cuida de establecer una relación osmótica entre la poesía de CV y la
de la vanguardia. Por eso anota, a pie de página:
«La imagen del hombre que
puede deducirse de la poesía de Vallejo podría ser conectada a las imágenes
propuestas por la vanguardia europea, a partir de un reconocimiento común: la
defectividad humana. Sólo que en Vallejo no aparece una respuesta similar a la
de esos movimientos, que en el surrealismo formularon su rebelión y respuesta;
más bien, esa imagen en Vallejo aparece permanentemente problematizada, cruzada
por interrogaciones profundas, y el hombre pobre que emerge de sus textos
revela siempre en su despojamiento, en su orfandad, una carencia fundamental
como inherente a la condición humana. Sólo en España esa imagen accederá
a una proposición: pero en un plano mítico, en la utopía trágica de la
identidad de vida y muerte».
Y
bien se sabe que CV no solo discrepó con la actitud asumida por el surrealismo,
sino que hizo un deslinde categórico, inconfundible, drástico y fulminante.
Pero, asimismo, volviendo a la ya citada Marta Ortiz, ella dice que su libro
«no quiere ser una antología vanguardista,
sino que pretende presentar la poesía peruana de los años veinte como un campo
cultural complejo donde coexistían estilos muy diversos». Y, a continuación,
agrega: «La intención última es trazar una suerte de atlas de la década, no estableciendo
un canon, sino precisamente ofreciendo el panorama que no responde al canon»
(op. cit.: 8-9). Y si, como se sabe, lo característico de la vanguardia consistió
en editar revistas en las que se difundieran sus proclamas o manifiestos, ¿cómo
cohesionar a la poesía de César Vallejo (de 1918 y 1922) con la vanguardia
europea si ni siquiera acá existía oficialmente una vanguardia peruana? Y si
en esa época apareció una revista, Flechas-1924
(cuando ya CV estaba en Europa), que puede catalogarse como «vanguardista»
(Ortiz, Ibíd.), no se sabe que en ella aparecieran ‘proclamas o manifiestos’
relacionados con su pretendido vanguardismo. Entonces, el único argumento que
se pretende pasar como «prueba» del vanguardismo
trílcico (y que se quiere hacer extensivo a todo CV) no es otra cosa que la
coincidencia de la experimentación formal, y que no puede ser tomado como
perteneciente a esa época, porque ya venía del siglo pasado con el modernismo,
como así lo enfatizan varios estudiosos, como es el caso de Miguel Ángel Feria
(2017), quien da incluso la denominación de «vanguardia» a los impulsores del
modernismo, y —refiriéndose a Rubén Darío— dice:
«Aclamado por La Prensa
y La Nación y por los jóvenes a la vanguardia de la literatura
argentina agrupados en torno a La Nueva Revista (1893-1894),
agasajado en el Ateneo con un deslumbrante banquete de recepción, Rubén Darío
fue saludado en Buenos Aires como una suerte de profeta de la naciente estética
modernista.»
Es
interesante transcribir aquí la nota a pie de página, de Feria, dice: «Dirigida
por José Ceppi, La Nueva Revista
supuso un anticipo del modernismo beligerante que en seguida encarnarían
distintas publicaciones de breve, pero intenso recorrido. Allí colaboraron,
entre otros, las jóvenes promesas de la poesía en Argentina como Ricardo Jaimes
Freyre o Leopoldo Díaz. La venida del poeta nicaragüense fue celebrada en su
seno de esta guisa: “Romántico, parnasiano, decadente… llamadlo como queráis;
lo cierto es que él ha hecho de la férrea lengua española, un idioma exquisito.
Azul… es una revolución”. Junto a La Nueva Revista, una de las primeras
publicaciones argentinas que presentó a Rubén Darío fue Artes y Letras (1892-1893), semanario que a pesar de su tendencia
católica y conservadora cedió su espacio a la renovadora lírica del
nicaragüense y de otros poetas como L. Díaz o el malagueño Salvador Rueda, al
tiempo que presentó alguna traducción de Heredia. Caben ser destacadas en estos
años otras revistas como El Búcaro
Americano (1896-1909), de tendencia feminista, donde colaboraron tanto
Darío como el resto de modernistas de postín y se tradujo a Ibsen o a
Baudelaire, o La Revista Moderna
(1897), que además de publicar a Darío o a Azorín, contó en sus páginas con
traducciones de autores tan modernos como Maeterlinck o Mallarmé».
Es decir, pues, que el término
«vanguardia» pertenece a todas las épocas para referirse a los poetas que se
sitúan a la cabeza de una acción renovadora de las formas. Vanguardista fue,
entonces, Anacreonte frente a los homéridas, Garcilaso frente a la tradición
española; Góngora y Quevedo, igual, como líderes del barroco, frente a la
poesía renacentista; Víctor Hugo como líder del romanticismo francés, frente al
neoclasicismo y, así, etc. etc. En tal sentido, pues, vale seguir consignando
el criterio que maneja Marta Ortiz cuando dice que:
«… un índice de los
colaboradores de Amauta podría equivaler al índice general de todos los
autores que desarrollaron la poesía nueva en el Perú, ya sea la revolucionaria
como la de Portal, Delmar o Petrovick, ya indigenista, como la de Peralta,
Chabes, Mercado o Varallanos, ya pura o deliberadamente vanguardista, como
Oquendo de Amat, Abril o Adán (Monguió: 85). En ese índice de la poesía nueva,
¿dónde quedarían autores como Luis F. Xammar, Daniel Ruzo o Alcides Spelucín?,
¿cómo podríamos conectarlos si no los presentamos juntos en un mismo panorama,
¿sería justa una antología que incluyera lo nuevo y excluyera lo conservador,
como si la década se definiera solo por los puntos cumbre de la
experimentación?» (op. cit: 11).
En
otro momento, la autora precisa que «Junto a los movimientos de vanguardia e
indigenismo los autores siguen acudiendo a figuras poéticas tradicionales» (p.
18). Asimismo, ella hace referencia al siguiente concepto de Mirko Lauer, a
quien parafrasea:
«que la vanguardia peruana fue
más un lugar de transición para los autores, y es cierto que, al contrario que
en otros países de América Latina, en el Perú no existen manifiestos vanguardistas
en sentido estricto. Sin embargo, la carencia de manifiestos oficiales no
elimina la voluntad expresa de ciertos autores por incluirse en una modernidad
y crear sus propios fundamentos vanguardistas» (p. 17).
Aunque
habría que complementar lo dicho señalando que en CV no existe ‘la expresa
voluntad de incluirse dentro del vanguardismo’. Se entiende que la acción
poética desarrollada en una nación no parte de cero (esto ya lo precisó
Francisco de Sanctis —citado por J.C. Mariátegui en su séptimo ensayo—: «… una
literatura del todo nacional es una quimera. Tendría ella por condición un
pueblo perfectamente aislado como se dice que es la China (aunque también en la
China han penetrado hoy los ingleses)» (1980: 235-236). Y, en efecto, las
filtraciones de una u otra forma de escribir siempre estarán presentes. Por eso
no extraña que también algunos autores establezcan nexos de parentesco entre la
poesía de CV con el barroco del siglo de oro de la literatura española. Por su
parte, José Antonio Mazotti dice que la poesía de CV «se va armando de nuevos
elementos expresivos, sin duda elaborados a partir de sus lecturas del Siglo de
Oro y de otras vanguardias, aunque no sin distancias» (Varios, 2017: 64).
Precisamente, porque hay distancias entre unos y otros movimientos literarios
del pasado signados por la experimentación, no se debería englobarlos a todos
bajo la «franquicia» de vanguardia.
La vanguardia es parte de la hegemonía cultural del capitalismo. Incluir a CV
en esa «argolla» es traicionar su pensamiento anticapitalista. Por eso, es
preciso advertir que, pasar de ese vínculo histórico a calificar al mismo CV
como barroco, hay una gran distancia. Pongo un caso de esta visión relacional.
El gran poeta peruano y asimismo excelente estudioso de la literatura, Pablo
Guevara, es uno de los que vincula a CV con Francisco de Quevedo, y dice que
los tonos de su poesía
«no se encuentran por lo común
en el siglo XX; es decir, no se encuentran aparentemente en la primera mitad
del siglo XX, hundidos bajo los pesos abusivos del cartesianismo francés
renacentista por un Surrealismo literario que es en realidad un barroco francés
entre rococó y manierista con psicoanálisis —cuyo contrapeso y equivalente
genial fue el expresionismo alemán medieval que viene del XVII, XVIII y llega
al XIX y XX (…) cuyas formas medievales antes que renacentistas fueron en
muchas ocasiones tanto o más lejos que cierta literatura propagandizada por la
afrancesada y literaturizada generación
del 27 español (más forma que fondo: la mejor prueba es que el mayor poeta de
su mayor drama social en estos primeros cincuenta años no fue Alberti o Salinas
o Cernuda sino Vallejo)» (Varios, 1993: 127).
Esta
cita sirve para reafirmar una de las tesis del nuevo realismo (con J.C.
Mariátegui en la teoría y CV en la práctica): la relacionada con la conjunción
dialéctica de las tendencias: realista y formalista, las que —aun cuando en el
fondo y por principio son antagónicas— pueden intercambiar sus mutuas
divergencias. Esta especie de simbiosis poética es admitida por Mirko Lauer y
Abelardo Oquendo en el prólogo que hacen a su antología de la poesía formalista
peruana (1970); ahí dicen:
Los poetas reunidos aquí son,
sin duda, hitos significativos a lo largo de una de las líneas de fuerza que,
con igual importancia que las otras, mantiene unida a esa gran pieza de
textilería del lenguaje que es nuestra poesía, y todos en conjunto representan
una tendencia adicta —no importan desde qué diversas escuelas— a lo que suele
llamarse la «pureza», a una línea que hoy tiende a fundirse con otra —la social
para producir el tono característico de las últimas promociones de poetas (p.
7).
Lo interesante de esta antología es
que está constituida por poetas de la tendencia formalista y —esto es lo
resaltante— en ella no figura la poesía de César Vallejo. Tal vez, porque se
apoyan en la tesis de que CV es el iniciador de la llamada poesía social. No obstante, dejan abierto el postigo por el que se
filtre la idea de que en él se da esa simbiosis de vanguardia y realismo. Y, lo
más indignante es que quieren creer y hacer creer que la poesía peruana es —con
esa fisonomía— una sola: «esa gran pieza de textilería del lenguaje que es
nuestra poesía». Esa actitud conciliadora de estos autores, es excepcional
entre los críticos formalistas, pues estos al pretender «estudiar» la poesía de
CV aíslan los nexos de la
experimentación formal llevada a cabo por CV para considerar que por ellos él
no puede ser ubicado en otra línea poética que no sea la formalista, la misma
que —como precisa Pablo Guevara— tiene su antecedente más epónimo en el barroco
(y no precisamente el quevediano sino el gongorino, como dice Machín: «En su
etapa europea la poesía de Vallejo aumenta el espesor conceptual, aunque este
ya está presente en Trilce cuando
Vallejo acude al uso sistemático de los contrarios, cuyo antecedente es el
conceptismo de Quevedo» (1996: 511), y de ese antecedente barroco pasan por el
expresionismo y, luego, el simbolismo, hasta llegar al vanguardismo. Pero esos
críticos —para usar una expresión cara a don Antonio Machado— se saltan a la torera «el conceptismo
vallejiano» (según Según Xavier Abril: «El rastro más saliente de Quevedo en
Vallejo es el carácter conceptista», el mismo que supera en mucho la nuda
intención puramente técnica de todos los vanguardismos, incluidos los neobarrocos. A propósito del término
«neobarroco», es interesante la siguiente reflexión de William Rowe:
Creo que el neobarroco tuvo
vigencia, quizá, en las décadas del setenta u ochenta del siglo pasado. Fue un
proceso de crear lenguaje de desplazamientos, rico en sentidos múltiples, que
enriquecieran la poesía, que rompieran el estatuto ideológico y mercadológico
del lenguaje y liberara la palabra al desquiciar su relación con el referente,
que buscara el lado oscuro del lenguaje. Eso estaba en Severo Sarduy, en
Lezama, en Perlongher, pero no sé si pueda tener una vigencia hoy. Quizá
depende del proceso preciso del lenguaje poético en cada país. Puede que en el
Ecuador esa fase poética sea vital actualmente porque no hay una especie de temporalidad
única y homogénea en la poesía. Puede que haya una necesidad actual, pero probablemente
será de duración limitada, llegará a la saturación y luego habrá que dar otro
paso. (Ver Bibliografía).
Quien
hace la entrevista a W. Rowe le plantea la siguiente cuestión: «Para el caso de
Ecuador, esa ruptura parece más tardía. Últimamente, la intención de que el
discurso neobarroco domine el panorama poético se instala como opción de
cambio. Es como pasar al otro extremo. ¿Cómo explicarse esto?» Y yo pienso que
lo mismo se puede decir que ocurre en Perú donde ha vuelto a hablarse de
neobarroco. Uno de sus propulsores es el poeta Roger Santiváñez. De su obra
dice Carla Vanessa: «En la parte neobarroca,
percibimos ya el giro estético de la poesía de Roger en que la sonoridad cobra
absoluto protagonismo. Estos poemas, agrupados mayoritariamente en estrofas de
tres versos, poseen otros elementos más audaces: palabras que se parten entre
la primera estrofa y la segunda, el uso de símbolos como la “&” o la barra
oblicua (/), neologismos y términos pertenecientes a otros idiomas.» Contra
este barroquismo, de vitrina de lujo, se pronuncia CV:
«La poesía “nueva” a base de
palabras nuevas o de metáforas nuevas, se distingue por su pedantería de
novedad y por su complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de
sensibilidad nueva es, al contrario, simple y humana y, a primera vista, se la
tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no es moderna» (1973:
101).
Bibliografía
Feria,
M.A. (2017). «La trayectoria poética de Rubén Darío a la luz del parnasianismo.
II: de París a Nicaragua», en Anales de Literatura Hispanoamericana N° 46, pp.
159-181.
Guevara,
Pablo (1993). En: Varios, Encuentro con
Vallejo. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Lauer,
Mirko y Abelardo Oquendo (1970). Vuelta a
la otra margen. Lima: Casa de la Cultura.
Machín,
Horacio (1996). «El individualismo colectivo en César Vallejo», en: Revista Iberoamericana, Vol. LXII, Num.
175, Abril-Junio. Pennsylvania: Universidad de Pittsburgh.
Mariátegui,
José Carlos (1980). 7 Ensayos de
interpretación de la realidad peruana. Lima: Amauta.
Mazzotti,
José Antonio (2017). En: Migración y
frontera. Experiencias culturales en la literatura peruana del siglo XX.
Madrid: Iberoamericana.
Ortega,
Julio (1970). «Lectura de Trilce», en: Revista
Iberoamericana N° 71, abril-junio de 1970, Pensilvania: Universidad de
Pittbusrgh, p. 167.
Ortiz
Canseco, Marta (2013). Poesía peruana
1921-1931. Lima: Librería Sur.
Rowe,
William. Entrevista en: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton/1/william-rowe-no-se-debe-tomar-por-sincera-la-sinceridad-del-poeta. <www.eltelegrafo.com.ec>
Vallejo,
César (1973). El arte y la revolución.
Lima: Mosca Azul.
Carla
Vanessa (2018). «La sagrada ofrenda de Roger Santiváñez. Sobre “Ofertorio”» en:
http://www.vallejoandcompany.com/?p=17257.
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