El “encanto” y el Carácter Normativo de un Arte Determinado
Cuyas Bases Económicas Han Sido Superadas Desde Hace ya Mucho Tiempo *
Max Raphael
EL TERCER
PROBLEMA especial se le presentó a Marx porque su teoría de las condiciones
históricas y económicas, a las cuales se someten, según él, todas las
ideologías, parece haber entrado en conflicto con el valor permanente del arte
griego. “La dificultad no consiste en comprender que el arte griego y la
epopeya griega estén subordinados a ciertas formas del desenvolvimiento
histórico. La dificultad aparece ante el hecho de que el arte y la epopeya
griegos todavía hoy nos producen un goce artístico, y de que, bajo ciertas
relaciones, aún se los considere como a una norma y como a un modelo imposibles
de superar.” En este ejemplo, bien concreto, el factor relativo del
historicismo y del materialismo entra en colisión con el factor absoluto y
general de la dialéctica y de la lógica. Precisamente aquí reside la gran
importancia axiomática de este problema. Sin embargo, la significación completa
de la verdad, a la vez relativa y absoluta, es decir la significación del valor
necesario para la solución de este problema, no se nos revelará hasta que no
cambiemos su concepción especial por su concepción más general: hasta que no
cambiemos el “encanto eterno” del arte griego (ni más ni menos) por su
traducción en una norma permanente, válida para algunas obras de arte en la
totalidad de la historia.
Antes
de tratar por separado estos dos problemas convendrá indicar, en pocas
palabras, por qué razones Marx no utilizó, para eludirlos, ninguno de los
medios auxiliares que la historia ponía a su disposición. Habría podido
atribuir al arte, de una manera general (como lo hizo Kant) un valor
exclusivamente subjetivo, en oposición a la razón y a la ética. En una palabra:
habría podido tratar al arte como a una simple cuestión de gusto. Para hacer
esto le era necesario introducir una distinción apriorística de los valores
entre las diferentes ideologías, actitud que, para él, era absolutamente
inaceptable. También pudo -como hicieron los románticos- atribuir un valor
relativo al arte griego, vinculándolo al arte cristiano, o, como hiciera
Herder, vinculándolo al arte mundial, concibiendo así al arte griego como un
simple fenómeno histórico entre los demás. Pero le vedaba tal procedimiento la
influencia que en él ejercían su educación clásica, la tradición de la
literatura clásica alemán y aun Hegel.
Mas
la misma teoría de Hegel tropezaba con una dificultad que provocaría la crítica
de Marx; pues, si es identificada la evolución de la historia con la de la
lógica, ha de resultar que el arte griego, tanto como la filosofía griega, solo
es un factor en la evolución de las categorías del “Logos” universal, no
pudiendo, por consiguiente, pretender un lugar de especial preeminencia. Y, en
efecto, Hegel se vio obligado a agregar una hipótesis complementaria, que
presentaba ciertos peligros en cuanto a la concepción fundamental de su
filosofía, hipótesis vinculada a su división tripartita de la historia del arte
en simbolismo, clasicismo y romanticismo; y, además, también relacionada con su
definición de lo bello como “apariencia de la idea” o como “idea de la
percepción”. “La aparente belleza de la forma” para Hegel constituye un término
medio; el término medio entre el objeto sensible y la noción abstracta, “entre
empirismo desprovisto de razón y razón enteramente desprovista de empirismo”.
Mas el espíritu, en su evolución como espíritu universal solo una vez halló a
la belleza en este “término medio”: en los griegos. El griego es el pueblo del
“medio”, del “medio” entre la naturaleza y el espíritu, entre la inconsciencia
y la reflexión, entre la necesidad y la libertad, entre la tremenda majestad de
Dios y la humanidad sacrificada de Dios, entre la substancialidad oriental y la
subjetividad moderna. Fue el único pueblo que, en ese momento único de la
historia, logró crear la forma perfecta: la imagen plástica de los dioses. “No
podían tener nada más bello” (Kuhn: Archiv fuer Geschichte der Philosophie”,
tomo XI, páginas 90 y siguientes: La estética de Hegel como sistema del
clasicismo).
1
bis) No es necesario decir que Marx no podía utilizar esa
explicación. ¿Por cuál la reemplazó? “Un hombre no puede volver a ser niño sin
volverse infantil. Pero ¿la ingenuidad, la sencillez del niño, no le alegra y
no debe él mismo, en grado superior, intentar reproducir la verdad? ¿Cada época
no ve revivir en la naturaleza del niño su propio carácter, en su forma
verdadera y natural? ¿Por qué la infancia social de la humanidad, allí donde
encontró su más bello desarrollo, no puede ejercer un encanto eterno, si
representa un estado al que ya jamás será posible volver? Existen niños mal
criados y niños precoces. Una multitud de pueblos antiguos pertenece a esa
categoría. Los griegos fueron los niños normales. El encanto de su arte para
nosotros no está en contradicción con el grado social poco desarrollado en el
cual se formó. Por el contrario, tal encanto es el resultado de eso;
inseparablemente está unido a la débil madurez de las condiciones sociales
dentro de las cuales este arte nació, únicas condiciones en las cuales podía
nacer y que no se repetirá jamás”.
Es
evidente que esta explicación no corresponde a la esencia del materialismo
histórico; y, en efecto, ya algunos años más tarde, Jacobo Burckhardt, el
historiador burgués, resolvió el mismo problema de manera muy similar, alegando
que los griegos habían sido adolescentes eternos. Sin embargo, es posible dudar
que los griegos verdaderamente hayan representado, desde la perspectiva de la
historia universal, a la infancia de la sociedad humana. Ellos adoptaron y
absorbieron muy antiguas culturas: las de Egipto y Asia Menor, por ejemplo. En
la escultura de su época preclásica (estatuas de ruinas persas) se observa un
refinamiento tal que los arqueólogos han podido hablar, con mucha razón, de
rococó. Las antiguas epopeyas, la Ilíada y la Odisea, manifiestan,
ellas también, elementos de una cultura muy vieja, muy avanzada y muy compleja.
Acentuando el segundo término de la explicación, es decir, que el arte griego
obra como norma porque él es la expresión de los niños “normales”, no se habrá
adelantado nada ante esta pregunta decisiva: ¿qué es una expresión normal? Aquí
el aspecto especial del problema salta sobre su aspecto general; pero Marx no
da ninguna explicación en el pasaje precitado.
La
solución que Marx intentó dar a este problema resulta insostenible por ser
demasiado general. Presentemos concretamente el problema: ¿por qué el arte
griego varias veces pudo representar una significación normativa para
determinadas épocas del arte cristiano? Queremos ponderar aquí aquello que nos
parece caracteriza a todos los renacimientos espontáneos de la antigüedad. En
primer lugar: las razones que para esos renacimientos existen en la esencia
misma del arte europeo y en los grados de su evolución, y, en seguida, las
razones que existen en la esencia misma del arte griego.
Los
artistas cristianos parecen haberse servido de la mitología griega, y, en
consecuencia, del contenido del arte griego, cada vez que la cultura total
-desde la economía hasta la mitología cristiana- entraba en crisis.
Estas
crisis con causadas por un ensanchamiento de los hechos económicos y sociales,
que descompone y perturba al espacio vital acostumbrado. La absorción de los
nuevos objetos desconocidos se torna, por lo tanto, necesaria; es decir, que es
preciso luchar más esforzadamente contra un mundo corporal al que todavía no se
ha dominado. Se acentúa así la orientación hacia lo terrestre, en reemplazo de
aquello que conduce hacia lo celestial; de esta manera comienza a establecerse
una ideología de carácter realista. Por eso hallamos que la expresión de casi
todos los renacimientos de la antigüedad clásica posee un estilo corporal y
realista. La mitología cristiana que, por su misma esencia, hallábase
desprovista de toda forma, excluyendo toda sensualidad y sobrepasando toda
perceptibilidad, durante esas épocas debía librar al artista a sí mismo en el
instante en que éste se enfrentaba con un mundo material desconocido, solo
conquistable tras un combate encarnizado.
El
artista, en ese momento, necesitaba una ayuda plástica que le permitiera
salvaguardar el carácter sensorial y formal del arte. Y a esta ayuda el arte
griego, por su propia esencia, podía proporcionársela mejor que cualquier otro.
Todas las otras artes que hasta ahora hemos conocido (excepción hecha, quizás,
y por una parte, del arte chino) siempre han expresado una metafísica
exclusiva; son dogmáticas, cualquiera sea el límite al cual pueda llevar la
representación de sus temas. El arte griego, en cambio, es el único
antidogmático en un sentido absolutamente radical; hasta podemos decir que es
dialéctico. Cada contenido expresado por él es acompañado, inmediatamente, por
su opuesto. En resumen: dando una expresión artística al contenido de un mito
determinado, el arte griego transforma ese contenido de tal manera que en
cualquier momento puede introducirse en él un tema opuesto. La imagen de la
balanza, cuyos platillos se equilibran, imagen que los griegos tan a menudo describieron
desde la Ilíada, pasando por la Orestíada hasta el escepticismo de Pirrón,
expresa de manera parabólica aquello que constituye la esencia de su fantasía:
equilibrar la enunciación y la contradicción, dándoles una unidad en la forma
artística. En una palabra: expresa la tendencia dialéctica de su fantasía.
(Esta interpretación no está muy lejos de la de Hegel, que acabamos de citar:
con la diferencia de que debemos entenderla como factor estructural y de ningún
modo como factor vinculado al valor).
Merced
a este carácter especial del arte griego, el artista cristiano puede hacer
abstracción del tema dado y apropiarse del fin de la creación artística: es
decir, puede dar una expresión fija, limitada y plástica a un contenido fluido
y privado de toda forma.
Nuevamente
podemos comprobar, y esta vez desde el punto de vista formal, que todo renacer
de la antigüedad parece poseer un carácter sociológico ambiguo, como ya lo
hemos dicho. El artista, al no poder desprenderse de una manera puramente
abstracta de su propio tema de su propio tema mitológico y del estilo de su
expresión, simultáneamente aceptará al uno y al otro. Por lo tanto, ya no
desenvuelve su estilo de acuerdo con el nuevo mundo objetivo, al que le otorga,
como máscara, un estilo inadecuado. La lucha contra los hechos se transforma en
una evasión fuera de la realidad. Es así, precisamente, cómo los primeros que
“hacen de lo antiguo” lo extremo, se convierten en creadores de ciertas formas
de las cuales se servirá la nueva época cristiana del arte. El camino que
recorrió Miguel Ángel, desde el “Baco ebrio” y el “David” hasta su capitulación
ante el crucifijo, tiene, en este sentido, una significación característica.
Si
el carácter normativo del arte griego, su valor como norma, resulta ser
un hecho histórico al que es posible explicar, en general, ya sea por la
esencia del arte cristiano y la historia económica de los pueblos cristianos, o
ya sea por la esencia del arte griego, deberemos entonces determinar, más allá
de esta comprobación y mediante un análisis detallado, cuáles fueron las
condiciones especiales que condujeron hacia cada renacimiento y cuáles fueron,
en consecuencia, los factores especiales de la historia del arte griego, al que
estos renacimientos aceptaron como modelo. Porque la totalidad del arte griego
jamás tuvo un carácter normativo. Los renacimientos, como hechos históricos,
poseen su propia historia. Y sería inexacto afirmar que esta historia representa
una progresión continua hacia una mejor comprensión de la antigüedad.
El
clasicismo alemán -y el francés- hacia 1800, tuvo una comprensión mucho más
superficial del arte antiguo, aunque haya comprendido de él rasgos
esencialmente diferentes, que el Renacimiento italiano alrededor de los siglos
XV y XVI, y éste, a su vez, está muy alejado de lo que el arte gótico, aunque
también arte cristiano, pudo extraer del arte griego en el siglo XIII. Cada
aceptación “normativa” del arte de la antigüedad depende de la época en que tal
aceptación se ha realizado. Solo un análisis histórico podrá indicar la época
en la que se originó la noción abstracta de una “norma”, única y absoluta, dada
por la antigüedad. Es muy probable que el siglo XIII, que alcanzó la
comprensión más profunda y la asimilación más intensa del arte griego (por
ejemplo en la “Sinagoga”, en la portada sur de la Catedral de Strasburgo), no
haya conocido esta noción. Tal noción fue creada por el Renacimiento, o sea por
el capitalismo primitivo; y, en seguida, fue aceptada por el clasicismo, que,
por su lado, comenzó a asignarle un lugar entre los encadenamientos históricos.
En este sentido, Marx no pudo progresar en la plena medida de las posibilidades
del materialismo histórico. Para llegar a esto será preciso comparar los
renacimientos de la antigüedad en Europa con los renacimientos en las
diferentes artes (arte bizantino, japonés, primitivo, etc.), o con la absorción
de la antigüedad en otros pueblos, en la India, por ejemplo; así se podrán
obtener leyes empíricas y generales referentes a la significación sociológica y
al curso histórico de estos renacimientos.
2
bis) Hasta ahora hemos tratado la pregunta siguiente,
puramente histórica: ¿por qué el arte griego, en su totalidad o en lo que
presentaba de común en todas sus épocas, fue admitido y considerado por la
ideología como “norma” y como “encanto eterno”? El tema cambiará en cuanto
presentemos al problema de una manera más general. Desde cierto punto de vista
el tema quedará reducido; solo se referirá a un número restringido de obras del
arte griego; por otra parte se ampliará, puesto que será referido a la totalidad
del dominio del arte mundial y a ciertas obras de este dominio. A esta nueva
concepción del problema la determina una multitud de condiciones: el
capitalismo imperialista que ha facilitado el acceso y aumentado la
penetrabilidad de países hasta entonces poco conocidos; la absorción de
culturas que aun no habían sido propagadas por la tradición, siendo imposible
que las comprendieran las ciencias históricas, por falta de documentación; la
concepción histórica y “relativisante” del mismo pasado cristiano. En una
palabra, la concepción del problema es determinada por un ensanchamiento del
espacio y del tiempo.
Sin
embargo, la necesaria modificación del método es más importante que este cambio
de los hechos. ¿Por qué, precisamente, estas obras determinadas, y no otras,
entre todas las épocas y entre todos los pueblos, han recibido un valor
normativo, sobrepasando al espacio y a la época, limitados, de su base
material? ¿Por qué hay, en suma, un factor absoluto, en la creación artística?
¿Y en qué consiste tal factor? Todas estas preguntas además de constituir un
problema histórico también constituyen un problema de la teoría del arte y del
conocimiento creador.
Las
consideraciones siguientes hacen posible demostrar que se trata de un
importante problema del materialismo dialéctico, problema que solo éste podría
resolver. La teoría marxista del conocimiento ha establecido, a la vez, una
verdad absoluta y otra relativa. “Absoluto” no significa solamente la acción de
un hecho inalterable, repetido sobre el proceso histórico; también indica el
desenvolvimiento progresivo hacia un fin que siempre se aproxima más a la
realidad, fin que, si pudiera ser alcanzado, equivaldría a una congruencia
total entre la realidad y la conciencia. La dialéctica materialista, por
consiguiente, encierra, en lo que concierne a la evolución total del
pensamiento humano en la historia, ciertos grados de aproximación hacia un
valor final “absoluto”. Ya en estos límites se podría hablar de una jerarquía
de valores. Mas de toda teoría del arte que implique una crítica científica, se
exigirá lo siguiente:
I) Que
lo que se ha afirmado a propósito de la verdad también valga para el arte.
II) Que
lo que se ha dicho a propósito de la totalidad de la evolución histórica
también valga para los actos individuales de creación.
III)
Que el grado individual más elevado de una época
inferior de la evolución histórica pueda sobrepasar los grados individuales
inferiores de una época superior de la evolución histórica.
Que lo que se
ha afirmado a propósito de la verdad también valga para el arte.
Este postulado no presenta obstáculos al materialismo dialéctico, pues cada una
de las diferentes ideologías no les reconoce valores apriorísticos de
naturaleza formal o material; todas las ideologías están sometidas al mismo
método dialéctico; todas son actos dialécticos, que solo difieren entre sí
según sus objetos, sus medios de expresión, su base psicológica -de una manera
puramente empírica- y no según su “valor” sistemático y apriorístico
(idealista).
Que
lo que se ha dicho a propósito de la totalidad de la evolución histórica
también valga para los actos individuales de creación. Para
el cumplimiento de este postulado se podrán invocar hechos empíricamente
definibles. En primer lugar se comprobará que el proceso de la creación
artística individual no solo deja aparecer una modificación estructural cuando
se lo sigue desde la juventud hasta la vejez de un artista determinado, sino
que, además, todavía sufrirá una modificación de naturaleza absolutamente distinta
en el curso del trabajo, temporariamente limitado, sobre un tema determinado;
la forma perceptible o material se aproximará de más en más al contenido
substancial del tema, que admite, a pesar de su carácter concreto, una serie
coherente de distintas significaciones. La causa de esta progresiva
modificación del “valor” durante la ejecución de una obra artística, desde el
primer boceto hasta la obra completamente terminada, reside en que la creación
artística es un juego dialéctico entre las acciones determinantes de la
realidad y las reacciones de la conciencia individual tendientes a liberarse de
es misma realidad, de modo tal que crecen tanto el conocimiento del artista
como sus facultades para realizar formas artísticas. En una palabra: el
hombre es un ser relativamente libre y la intensidad de esta libertad aumenta
con la importancia de las condiciones por él discernidas y expresadas. De
ahí resulta que las diversas obras de un mismo artista y, a su vez, las obras
de diferentes artistas, se encuentran en un distinto nivel. La exactitud de
esta conclusión puede ser demostrada empíricamente por la diferente función
sociológica ejercida por artistas cuyas obras tienen valores muy distintos.
Esta diferencia se revela, no tanto porque pertenezcan a clases diferentes sino
que, ante todo, por la completa diferencia en la personal supeditación en que
cada uno de ellos se halla respecto a las condiciones económicas y en sus
reacciones personales sobre éstas, dentro de la acción recíproca existente
entre las distintas ideologías. Durero, por ejemplo, en su obra artística
abraza un conjunto muy vasto de capas sociales; está menos atado a las oscilaciones
particulares de las fuerzas de la época, que se encuentran en estado de crisis;
atrae hacia sí y bajo su dominio a un número grande de artistas; su influencia,
como parte viviente del arte alemán, es más durable y más profunda, incluso más
allá de su época, que la influencia de Cranach o de Hans Baldung Grien.
Tales
comprobaciones empíricas encuentran fundamento teórico en la tesis de Lenin -la
que constituye una transformación de la doctrina de Hegel- según la cual las
mismas leyes deben presentarse en el acto individual de la conciencia y en los
hechos de la historia en general.
Si
el estudio empírico de los hechos demuestra que con mucha frecuencia los grados
subsiguientes no son grados superiores a los que les anteceden, esta
demostración en principio solo afirma la certeza de que para toda concepción
dialéctica el desenvolvimiento histórico de ningún modo se desarrolla en línea
recta.
Que
el grado individual más elevado de una época inferior de la evolución pueda
sobrepasar los grados individuales inferiores de una época superior de la
evolución histórica. En cuanto a este postulado, encuentra su
cumplimiento en la desproporción que en este estadio se presenta no solo en la
forma de relaciones dialécticas entre la producción económica e ideológica en
el curso de la historia, sino, también, bajo la forma de relaciones dialécticas
entre las condiciones económicas y la reacción de la conciencia sobre la
realidad. Esta libertad solamente puede descansar sobre elementos que no estén
sometidos a cada variación del medio y a cada desenvolvimiento de la producción
material y que, por esta misma razón, puedan dar a la conciencia una forma
relativamente constante a través de las épocas y de los espacios más extensos.
Son
estos factores relativamente constantes los que hacen de nuestra conciencia un
todo relativamente complejo. El materialismo dialéctico reconoce que la
conciencia humana posee facultades corporales, sensoriales, abstractas y
racionales. Cada una de estas facultades concibe al objeto bajo una perspectiva
distinta, le aísla o encadena de diferente manera, y cada una de ellas, a su
vez, está en situación de aproximarse desde los hechos hasta los diferentes
grados de evolución. Por eso la más completa interpretación de las diversas
facultades que tienden hacia la unidad, la más vasta extensión de lo que es
tomado del mundo material, así como la aproximación más íntima hacia ese mismo
mundo, permiten la creación de obras que se elevan a un nivel que ni aun las
generaciones posteriores pueden heredar simplemente como a un hecho histórico,
pues no es el nivel de la facultad creadora el que pretende ser históricamente
transmitido; únicamente se hereda la suma del saber logrado; por ende, solo la
materia de los conocimientos y no el “valor” del acto creador. Al
contrario, cuanto más grande es la masa del tema conocido, heredado, tanto más
grande debe ser la facultad creadora exigida para alcanzar el nivel precedente.
O, en otras palabras: las relaciones entre el desenvolvimiento histórico y la
facultad creadora, en vez de proporcionales son desproporcionales; por
consiguiente, son dialécticas.
Acabamos
de indicar brevemente cómo es posible resolver el problema general del nivel
artístico, del “valor”, sobre la base del materialismo dialéctico y siempre
bajo la condición de que una verdad, a la vez absoluta y relativa, está
exactamente fundada. Y aun hemos indicado que una relación entre la parte
relativa y la parte absoluta puede ser establecida de tal manera que sea
posible llegar, mediante un método empírico, a una “jerarquía” de los valores
limitada por el grado más bajo de lo relativo y el grado más alto de lo
“absoluto”. Inversamente, la ciencia de la crítica artística prueba la
exactitud del materialismo histórico y dialéctico. Se objetará, sin duda, que
una crítica semejante del arte ha sido basada sobre un círculo vicioso, puesto
que ya deberíamos saber qué es lo “absoluto” cuando queremos separar, en un
caso concreto, la parte absoluta de la parte relativa; y que esto sería posible
sobre la base de una doctrina objetiva de las ideas o de la realidad (cuyo
clima necesariamente estaría constituido por la existencia de un ser supremo).
Esta
objeción es injustificada, pues el análisis del proceso de la acción recíproca
entre la realidad y la conciencia nos facilita todos los criterios que
pudiéramos necesitar.
Resumiendo
nuestras consideraciones sobre la cuestión más general llegaremos a esta
conclusión: que la teoría marxista del arte no podrá ser ni una teoría pura
del tema, ni una teoría pura de la forma. Por el contrario, se ha
demostrado cómo un proceso dialéctico complicado logra crear, merced a
necesidades e intereses materiales, la expresión artística; transformando, al
mismo tiempo, los temas dados por la historia en contenidos artísticos. La
dialéctica materialista puede explicar las etapas del proceso creador como a
una acción recíproca entre la materia y el espíritu, acción que gradualmente se
transporta a un nivel siempre más elevado. También este método revela la
evolución histórica de tales procesos, en la totalidad de las relaciones entre
los diferentes dominios culturales y a través de la infinita sucesión de las
generaciones.
__________
(*) Max
Raphael, Marx y Picasso. Primera parte, La teoría marxista del arte, capítulo
cuarto. Ediciones Archipiélago, Buenos Aires, 1946.
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