domingo, 1 de septiembre de 2024

Stalin

Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra

(7)

Domenico Losurdo

El culto a la personalidad en Rusia; de Kerensky a Stalin

La denuncia del culto a la personalidad es el argumento principal de Kruschov. En su Informe sin embargo no aparece una pregunta que parecería obligatoria: ¿tiene que ver con la vanidad y el narcisismo de un único líder político, o con un fenómeno de carácter más general que hunde sus raíces en un contexto objetivo determinado? Puede ser interesante leer las observaciones realizadas por Bujarin mientras en EEUU se ultiman los preparativos para la intervención en la Primera guerra mundial:

Puesto que la máquina estatal está más preparada para las tareas militares, se transforma por sí misma en una organización militar, al mando de la cual hay un dictador. Este dictador es el presidente Wilson. Se le han concedido poderes excepcionales. Tiene un poder casi absoluto. Y se intenta instalar en el pueblo sentimientos serviles hacia el "gran presidente", como en la antigua Bizancio, donde divinizaron al propio monarca112.

En situaciones de crisis aguda la personalización del poder tiende a entrelazarse con la transfiguración del líder que lo detenta. Cuando llega a Francia en diciembre de 1918, el presidente americano victorioso es aclamado como el salvador y sus catorce puntos son comparados con el Sermón de la montaña113. Sobre todo, dan que pensar los procesos políticos que se producen en Estados Unidos, en el período que va desde la Gran crisis a la Segunda guerra mundial. Elegido presidente con la promesa de poner remedio a una situación social y económica bastante preocupante, F. D. Roosevelt ostentará el cargo durante cuatro mandatos consecutivos aunque muere al comienzo del cuarto: un caso único en la historia de su país. Más allá de la larga duración de esta presidencia, fuera de lo común son también las previsiones y esperanzas que lo rodean. Destacadas personalidades hablan de «dictador nacional» e invitan al nuevo presidente a dar muestra de toda su energía: «Se convierte en un tirano, un déspota, un auténtico monarca. Durante la guerra mundial tomamos nuestra Constitución, la apartamos a un rincón hasta que no hubo acabado la guerra». La permanencia del Estado de excepción exige no dejarse atrapar en excesivos escrúpulos legalistas. El nuevo líder de la nación está llamado a ser y es ya definido como «una persona providencial», esto es, en palabras del cardenal O'Connell: «un hombre enviado por Dios». La gente de la calle escribe y se dirige a F. D. Roosevelt en términos aún más enfáticos, mirándolo «casi como se mira a Dios» y esperando poder colocarle algún día «en el Panteón de los inmortales, al lado de Jesús»114. Invitado a comportarse como un dictador y hombre de la Providencia, el nuevo presidente hace un amplísimo uso de su poder ejecutivo ya desde el primer día u horas de su mandato. En su mensaje inaugural exige «un amplio poder del Ejecutivo [...] tan grande como sería el que se me concedería si fuésemos invadidos por un enemigo extranjero»115. Con el estallido de las hostilidades en Europa, antes aún de Pearl Harbor, F. D. Roosevelt comienza por iniciativa propia a arrastrar al país a la guerra, al lado de Inglaterra; a continuación, con una orden ejecutiva emitida de manera soberana, impone la reclusión en campos de concentración de todos los ciudadanos americanos de origen japonés, incluidos mujeres y niños. Es una presidencia que, si por un lado goza de una gran devoción popular, por otro lado hace saltar las alarmas por el peligro «totalitario» (totalitarian): ello ocurre en ocasión de la Gran crisis cuando el que pronuncia la acusación es concretamente el ex presidente Hoover y sobre todo en los meses que preceden a la intervención en el segundo conflicto mundial en cuya ocasión es el senador Burton K. Wheeler el que acusa a Roosevelt de ejercer un «poder dictatorial» y de promover una «forma totalitaria de gobierno»116. Al menos desde el punto de vista de los adversarios del presidente, el totalitarismo y el culto a la personalidad habían atravesado el Atlántico.

Desde luego, el fenómeno que aquí estamos investigando la personalización del poder y el culto de la personalidad vinculado con ésta en la República norteamericana se presenta solamente en forma embrionaria, protegida por el océano de cualquier intento de invasión, y llevando a sus espaldas una tradición política bien diferente de la de Rusia. Es en este país en el que se debe concentrar la atención. Veamos lo que ocurre entre febrero y octubre de 1917, antes por lo tanto de la llegada al poder de los bolcheviques. Empujado por su vanidad personal, pero también por el deseo de estabilizar la situación, nos encontramos a Kerensky «adoptando la forma de Napoleón»: pasa lista a las tropas «con el brazo metido en la chaquetilla»; por otro lado «en el escritorio de su despacho en el ministerio de la guerra resplandecía un busto del emperador de los franceses». Los resultados de esta puesta en escena no tardan en manifestarse: florecen las poesías que homenajean a Kerensky como a un nuevo Napoleón117. En la vigilia de la ofensiva de verano, que cambiaría definitivamente la suerte del ejército ruso, el culto reservado para Kerensky en ciertos círculos restringidos alcanza su paroxismo:

En todas partes era aclamado como un héroe, los soldados lo alzaban a hombros, le arrojaban flores, se tiraban a sus pies. Una enfermera inglesa pudo presenciar anonadada cómo hombres de la tropa le besaban, besaban su coche y la tierra sobre la que ponía los pies. Muchos caían de rodillas y rezaban, otros lloraban.118

Como puede verse no tiene mucho sentido explicar, como hizo Kruschov, la forma exaltada que alcanza a partir de cierto momento el culto a la personalidad en la URSS, a través del narcisismo de Stalin. En realidad, cuando Kaganovich le propone sustituir la expresión de marxismo-leninismo por la de marxismo-leninismo-estalinismo, el líder al que está destinado tal homenaje responde:

«Quieres comparar la polla con la torre de bomberos»119. Al menos, en comparación con Kerensky, Stalin parece acaso más modesto. Lo confirma la actitud que asume al concluir una guerra ya ganada, no imaginariamente, como en el caso del dirigente menchevique amante de las poses napoleónicas. Inmediatamente después del desfile de la victoria, un grupo de mariscales contactan con Molotov y Malenkov: proponen solemnizar el triunfo alcanzado durante la Gran guerra patriótica, otorgando el título de «héroe de la Unión Soviética» a Stalin, quien sin embargo declina la oferta120. El líder soviético rehúye la exageración retórica también en ocasión de la Conferencia de Potsdam: «Tanto Churchill como Traman se tomaron tiempo para pasear entre las ruinas de Berlín; Stalin no mostró tal interés. Sin hacer ruido, llegó con el tren, ordenando incluso a Zhukov que cancelara cualquier ceremonia de bienvenida con una banda militar y una guardia de honor»121. Cuatro años después, en la víspera de su septuagésimo aniversario, se desarrolla en el Kremlin una conversación que vale la pena citar:

[Stalin] convoca a Malenkov y le advierte: «Que no se le pase por la cabeza honrarme de nuevo con una "estrella"». «Pero camarada Stalin, ¡un aniversario así! El pueblo no lo entendería.»

«No se remita al pueblo. No quiero discutir. ¡Ninguna iniciativa personal! ¿Me han entendido?»

Desde luego, camarada Stalin, pero los miembros del politburó opinan...»

Stalin interrumpe a Malenkov y declara cerrada la cuestión.

Naturalmente, puede decirse que en las circunstancias aquí referidas juega un papel más o menos importante el cálculo político y sería muy extraño que no lo jugase; es un hecho, sin embargo, que la vanidad personal no toma las riendas. Y mucho menos en la medida en que están en juego decisiones vitales de carácter político o militar: en el transcurso de la segunda guerra mundial Stalin invita a sus interlocutores a expresarse sin rodeos, discute animadamente e incluso se pelea con Molotov, que a su vez, pese a cuidarse bien de poner en duda la jerarquía, continúa defendiendo su opinión. A juzgar por el testimonio del almirante Nikolai Kuznetsov, el líder supremo «apreciaba especialmente a aquellos compañeros que pensaban por su cuenta y no dudaban en expresar su punto de vista sin ambages»122. Interesado en señalar a Stalin como el único responsable de todas las catástrofes acaecidas a la URSS, lejos de liquidar el culto a la personalidad, Kruschov se limita a transformarlo en un culto negativo. Queda clara la imagen en base a la cuál in principio era ¡Stalin! También al afrontar el capítulo más trágico de la historia de la Unión Soviética el terror y las sangrientas purgas, que se propagaron a gran escala sin hacer excepción con el propio partido comunista, el Informe secreto no tiene dudas: es un horror del que se debe culpar exclusivamente a un individuo sediento de poder y poseído por una paranoia sangrienta.

____________

(112) Bujarin 1984), p. 73.

(113) En Hoopes, Brinkley 1997), p. 2.

(114) Schlesinger jr. 1959-65), vol. 2, pp. 3-15.

(115) Nevins, Commager 1960), p. 455.

(116) En Hofstadter 1982), vol. 3, pp. 392-3.

(117) Figes 2000), pp. 499-500.

(118) Ibid, pp. 503-4.

(119) En Marcucci 1997), pp. 156-7.

(120) Wolkogonow 1989), p. 707.

(121) Roberts 2006), p. 272.

(122) Wolkogonow 1989), p. 707 para la conversación entre Stalin y Malenkov); Montefiore 2007), pp. 498-9.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

CREACIÓN HEROICA