¿Poética
de la Mercancía o Mercancía de la Poética?
Julio
Carmona
COMO PARTE DEL TRABAJO de
investigación literaria, uno se va encontrando con textos que, en apariencia,
son convincentes; pero que, en esencia, nos sorprenden por su vacua locuacidad.
Pongo un ejemplo:
«Voy a hablar de la mercancía y la relación de la
poesía con ella, aunque lo que voy a decir constituye también una
reivindicación de las vanguardias de la primera parte del siglo XX y de su
importancia, en cuanto proyecto inacabado, para nuestra actualidad [a]. A pesar
de lo complejo del tema, se lo puede resumir en términos sencillos: la
mercancía es una relación social entre las cosas [b2]; la poesía es
una relación entre las palabras –o la materia gráfica o sonora– [b1],
capaz, en los mejores casos, de poner en tela de juicio la totalidad de la vida»
[c].
a)
Obviamente, este autor acepta su filiación ideológico-literaria con el
formalismo, al pretender «una reivindicación de las vanguardias de la primera
parte del siglo XX y de su importancia, en cuanto proyecto inacabado, para
nuestra actualidad», con lo que no hace otra cosa que sugerir su resucitación,
porque, según él, el proyecto vanguardista quedó inacabado, y lo que falta
—como tarea de los formalistas— es retomarlo para continuarlo y ver cómo
acabará, en la actualidad (una actualidad que no tiene cuándo acabar, pues lo
mismo vengo escuchando desde hace ya más de cincuenta años, y el vanguardismo
ya va por más de cien).
b)
Y, en efecto, su filiación formalista explícita la presenta al final de la cita
al dar su definición de poesía como «una relación entre las palabras —o la
materia gráfica o sonora—». Y entonces uno se pregunta: ¿y la relación de la
poesía con la vida dónde queda? Pero la lectura de la cita —antes de responder
la pregunta— nos exige ver una premisa previa de su meditación, que dice: «la
mercancía es una relación social entre las cosas»:
[b2]
como si las cosas tuvieran una autonomía absoluta, y no fueran medios para las
relaciones humanas. Carlos Marx contradice esta proposición de Rowe, en El Capital, de la siguiente manera: «…
de cualquier modo que se juzguen las máscaras que llevan los hombres en esta
sociedad, las relaciones sociales de las personas en sus trabajos respectivos
se revelan claramente como sus propias relaciones personales, en vez de disfrazarse de relaciones sociales
de las cosas, de los productos del trabajo» (1972: 80). Y si, como se
desprende de lo dicho por Rowe, dentro de las «cosas» deberemos incluir a la
poesía, y asimismo considerarla como mercancía, resulta, según Rowe, que la
relación de la poesía es con las cosas, mas no con la vida ni con los seres
humanos. Pero advertido Rowe de que se pudo hacer esta lectura sin cuidarse de
ver si esa situación de la mercancía tiene relación con su siguiente silogismo,
responde de inmediato:
c) ‘esa
relación entre las palabras debe ser capaz’ «en los mejores casos, de poner en
tela de juicio la totalidad de la vida». Es decir, que si un poema ‘no pone en
tela de juicio la totalidad de la vida’ no es «un caso mejor»; sin embargo,
bien se sabe que lo que debe ponerse en tela de juicio es la sociedad tal como
está organizada desde hace más de dos mil años. Y de este desquiciamiento la
vida no tiene la culpa. Quien la tiene es la organización de unos cuantos
hombres que ejercen dominio sobre una inmensa mayoría que lucha para salvar a
la vida de esa opresión.
Sin embargo, el autor
citado, en otro momento de su artículo, todavía pregunta: «¿Existe alguna,
entre las necesidades humanas, que no se haya convertido en mercancía global?»
Y, claro, nos obliga a retrucarle, que, del mismo modo como no creemos que ‘la
mercancía sea una relación entre las cosas’, tampoco nos parece apropiado decir
que ‘las necesidades humanas sean mercancías’ o que puedan convertirse en eso,
sino al revés, que son las mercancías las que satisfacen o cubren las
necesidades humanas. Ya, en las primeras páginas de su libro capital, dice
Marx:
«… la mercancía es un objeto externo, una cosa
que, en virtud de sus propiedades, satisface necesidades humanas de
cualquier clase» (op. cit.: 39).
Y con el mismo ejemplo que
pone Rowe se despeja la duda, porque él dice que «la excepción sería el aire»,
convirtiendo así al aire en necesidad humana, cuando es al contrario —como ya
dije— que, en todo caso, el aire es un medio para cubrir una necesidad, pero él
en sí no es una necesidad, ni tampoco una
mercancía, a pesar de que el autor así lo considera, y dice: «… habría que
decir que en el tiempo del gobierno de Margaret Thatcher corría el rumor de que
el aire mismo iba a venderse enlatado». Es totalmente desfasado considerar al
aire como mercancía, Marx, refiriéndose a: «el aire, los prados naturales, el
suelo virgen, etc.» dice que: «Un objeto puede ser útil sin ser mercancía» (op.
cit.: 44). Y, más aun, Marx agrega:
«El que con aquello que produce satisface sus
propias necesidades, no crea más que un valor de uso personal. Para producir
mercancías debe producir no solo valores de uso, sino también valores de uso
para otros, valores de uso sociales. (Y no solo para otros. El campesinado de
la Edad Media producía el trigo del tributo para el señor feudal y el trigo del
diezmo para el clero. Pero ni el trigo del tributo ni el trigo del diezmo eran
mercancías por el hecho de haber sido producidos para otros. Para ser mercancía
el producto debe ser entregado al otro, al que lo consume, mediante un cambio)»
(Ibíd.: 45).
En nota a pie de página F.
Engels dice ser quien ha «intercalado este párrafo entre paréntesis porque su
omisión ha dado frecuentemente motivo a que los lectores se equivocasen
creyendo que Marx considera mercancía cualquier producto consumido por otro que
no sea su productor». Y este parece ser el caso de W. Rowe. Y, bueno, siempre
convirtiendo los casos particulares en generalidades, para Rowe resulta que una
acción frustrada del gobierno británico, confirma su aserto de que el aire (de
haberse llegado a vender en lata) hubiera sido una necesidad humana convertida en mercancía.
Y lo
mismo se puede decir de todo el artículo, que no busca explicar cómo el poema
deriva en mercancía, sino cómo en algunos casos los poemas explican la
transformación del objeto real actuante en el poema, en objeto «fetiche», y,
así, dice, por ejemplo: «la relación del texto de Stein con la mercancía reside
en la relación de los sentidos con el espacio y no en la ausencia del campesino
que cuidó a la vaca, del carnicero que produce la carne, de la señora que
limpia la habitación». Y es, en ese sentido, que Rowe concluye de la siguiente
manera: «El trabajo enajenado, el trabajo abstracto no es simplemente algo que
el progreso rescatará. Lo que ha de cambiarse es la totalidad del sistema que
convierte la vida de una persona en mercancía o, en el caso de nosotros que
trabajamos en la universidad, del sistema que convierte el conocimiento en
mercancía». Aquí creo pertinente hacer la siguiente observación: no es el
«conocimiento» del profesor universitario el que se convierte en mercancía. Es
su trabajo en sí el que se está considerando como mercancía. El conocimiento es
igual que «el aire, los prados naturales, el suelo virgen, etc.», cuya utilidad
no lo convierte en mercancía.
Por
lo demás, luego de leído el texto queda la sensación de que ha habido un abuso
conceptual, en tanto el título mismo, «Poética de la mercancía», lleva a pensar
en una absurda pretensión de los poetas de explicar con la poesía el proceso de
producción de todas las mercancías que tengan cabida, nominalmente, en sus
poemas; con lo cual el poema mismo se estaría convirtiendo en mercancía de la poética, casi como
decir: poética de la silla, poética del zapato, poética del lápiz, etc. Y todo
eso hace recordar al título de Proudohn, Filosofía
de la miseria, que Marx transformó en Miseria
de la filosofía.
Referencias
bibliográficas
William Rowe, «Poética de la
mercancía», en: Revista Vallejo y Co.
Tomado de: www.revistadossier.cl
Carlos Marx, 1972, El Capital. Madrid: EDAF. tomo 1.
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