sábado, 3 de diciembre de 2022

Filosofía

Formas Principales de las Relaciones Causales*

S. Meliujin

PARA COMPRENDER el proceso del desarrollo en la naturaleza tiene gran importancia poner de manifiesto el vínculo que une los estados anteriores de los sistemas con sus estados posteriores. ¿Cabe decir que los estados anteriores y las leyes que regulan el desarrollo del sistema determinan por entero sus estados y leyes del desarrollo en el futuro? ¿Podemos decir que el estado futuro está implícito en el presente y el presente en el futuro? Dicho de otro modo, hemos de ver si existe alguna relación causal equivalente entre cualquier estado dado del sistema y sus estados posteriores y si pueden determinarse, en principio, a base de todas las relaciones que se conozcan en el presente los posibles efectos para un futuro todo lo alejado que se quiera.

        Todas estas preguntas y otras análogas han surgido ya en el marco de la filosofía antigua y se siguen discutiendo constantemente desde entonces. Su comprensión racional exige, ante todo, que se conozcan las interrelaciones entre la causa y el efecto, la causalidad y la necesidad, la posibilidad y la realidad en el desarrollo. Examinemos, primeramente, la correlación entre la causa y el efecto.

        En el mundo existe una concatenación universal entre los objetos y los fenómenos, su universal interacción recíproca. Pero para investigar los fenómenos en sus detalles, los debemos estudiar por separado, en su continuidad espacial y temporal. En este caso, los fenómenos se manifiestan unos con relación a otros como causa y efecto. Los conceptos de causa y efecto surgen, de este modo, sobre la base de la práctica.

        La división de los fenómenos en causas y efectos es relativa y se determina enteramente por el carácter de las conexiones de los objetos materiales. Esto significa que un fenómeno determinado se manifiesta, bien sólo como causa, bien sólo como efecto en las relaciones dadas, pero nunca en general. Si el fenómeno dado se examina desde el punto de vista de sus vínculos universales, se manifestará simultáneamente como causa y como efecto, pero en distintas relaciones. Será efecto con respecto a los fenómenos que lo han antecedido y lo han producido, y causa con relación a los fenómenos por él suscitados. En el marco de un mismo sistema de interrelaciones entre la causa y el efecto son plenamente equivalentes: la causa siempre antecede al efecto.

        El vínculo causal presupone la interdependencia orgánica de los fenómenos. No basta en este caso la simple sucesión en el tiempo. Eso quiere decir que si un fenómeno acontece después de otro, no es obligatorio que sea un efecto. Puede serlo, pero también puede no serlo. El juicio según el cual “después de eso significa a consecuencia de eso” no constituye una regla ineludible. Puede ser correcto, y también puede ser erróneo. Si un fenómeno se produce como efecto de otro, es evidente de todo punto que sucede después de él. Pero la simple sucesión en el tiempo no presupone de por sí una conexión causal, ya que ésta constituye una forma de interdependencia de los fenómenos en la cual la aparición de unos fenómenos depende orgánicamente de la realización de otros y es imposible por principio sin ellos.

        Las relaciones recíprocas entre causa y efecto se expresan en el principio de causalidad. Este último afirma que no hay efecto sin causa y que si en diversas regiones del espacio y en momentos distintos de tiempo se han creado dos sistemas materiales en iguales condiciones primarias y con las mismas fuerzas motrices, el curso de esos procesos conducirá a los mismos resultados. El principio de la causalidad puede expresarse con mayor detalle y exactitud en las cuatro tesis siguientes:

        1. No hay efecto sin causa ni causa sin efecto.

       2. Todo fenómeno puede ser efecto de toda la cantidad de causas que se quieran y causa de toda la cantidad de efectos que se quieran, por grandes que sean.

      3. Muchas causas iguales (semejantes), que representan las conexiones internas y externas de los sistemas, la estructura del espacio y el tiempo, las leyes vigentes, originan en su desarrollo multitud de efectos iguales (semejantes).

       4. Durante el desarrollo no sólo se realizan o desenvuelven los vínculos causales implícitos en los estados anteriores del sistema, sino que se crean vínculos causales nuevos por principio, no implícitos en los remotos estados anteriores, sino originados como una tendencia de estados nuevos.

        La tesis 1 viene a ser una deducción natural del principio de conservación de la materia y de sus propiedades fundamentales, pues afirma que cualquier fenómeno, por insignificante que sea, no puede originarse de la nada, sino que tiene necesariamente su causa. Tampoco puede desaparecer sin dejar huella, convertirse en nada, sino que provocará el efecto que le corresponde.

        La tesis 2 se desprende del principio de inagotabilidad de la materia. Si nos planteamos como objetivo estudiar todas las causas de algún fenómeno, tendremos que descomponerlo en sus partes integrantes elementales, es decir, investigar las causas del movimiento de cada molécula, átomo, partícula elemental que forma parte del sistema examinado. En este caso, el número de esas causas seré infinitamente grande, por muy insignificante que sea el propio fenómeno. Del mismo modo cualquier fenómeno provocará una infinita multitud de efectos que caracterizan las conexiones internas y externas de los objetos materiales. Dicha ley puede expresarse gráficamente en forma de una infinita multitud de líneas, que se cruzan en un punto. El punto en cuestión será el fenómeno; las líneas que penetran en él, las causas, y las que salen de él, los efectos. La infinita multitud de líneas está determinada por la inagotabilidad cuantitativa y cualitativa de la materia.

        La tesis 3 viene a ser una conclusión natural del principio de la unidad del mundo, que afirma que en la naturaleza, pese a la diversidad cualitativa de las leyes del movimiento de la materia, existen leyes únicas de valor universal. Dicha tesis constituye la base del método de la analogía y la modelación que se utiliza ampliamente en diversas esferas de la ciencia y la técnica. Y, finalmente, la tesis 4 se deduce del principio del desarrollo de la materia. Caracteriza la reciprocidad de relaciones entre la causa y el efecto y entre la posibilidad y la realidad en el desarrollo.

        Examinemos ahora las formas más importantes de los nexos causales. Hemos de señalar, ante todo, que los vínculos causales pueden ser físicos y no físicos. Incluimos entre los físicos todos los casos de interacciones de los objetos materiales a través de campos de fuerza o por medio del contacto directo. Los nexos causales no físicos son las diversas relaciones biológicas y sociales, por ejemplo, de producción, interestatales, nacionales, etc. El límite entre esos dos tipos de vinculación es relativo y no puede considerarse como absoluto. Las acciones no físicas pueden ser la causa de los cambios en el estado físico del sistema.

        Sin embargo, los estímulos no físicos sólo provocan cambios en el estado físico de aquellos objetos que son capaces de percibirlos. En cambio, los estímulos físicos pueden provocar el cambio en el estado de todos los sistemas materiales.

        Los nexos causales pueden ser internos y externos. Los internos comprenden todos los tipos de conexiones entre los elementos componentes de un sistema material concreto, mientras que los exteriores son los nexos que existen entre el sistema dado y los sistemas circundantes. Esta división de los nexos en internos y externos es relativa, pues está determinada por el carácter de los sistemas: los nexos internos para un sistema dado pueden ser externos para los subsistemas que lo constituyen, y viceversa. No obstante, se trata de una división objetiva, lo mismo que es objetiva la formación de sistemas de diverso orden.

        Finalmente, los nexos causales pueden ser esenciales e inesenciales, causales y necesarios.

        Son esenciales los que determinan de un modo radical las propiedades y leyes fundamentales de un sistema material, mientras que los inesenciales no poseen semejante particularidad. Los nexos esenciales son, por regla general, necesarios, y los inesenciales, casuales, aunque esto no siempre es así. La división de los vínculos en dos grupos no debe elevarse al plano de lo absoluto, ya que los nexos que en un sistema son casuales e inesenciales pueden ser esenciales y necesarios en otro. Esta tesis tiene tanta importancia que hemos de detenernos en ella con mayor detalle.

        Suele ocurrir que los sucesos necesarios y los casuales se delimitan rigurosamente y se anteponen unos a otros. Se considera que un hecho puede ser o bien casual o bien necesario, pero no lo uno y lo otro simultáneamente. Semejante oposición de la causalidad y la necesidad ha conducido siempre, en la historia, a dos concepciones fundamentalmente erróneas: bien se consideraba absoluta la casualidad, bien la necesidad. Los partidarios del primer punto de vista lo argumentaban con los siguientes razonamientos. Si tomamos algún fenómeno y nos planteamos como objetivo estudiar todas sus causas, tendremos que descomponerlo en sus partes elementales componentes, cuyo número puede ser todo lo grande que se quiera. En los fenómenos de la naturaleza tendremos que analizar la historia del movimiento de cada molécula del cuerpo, de cada átomo, etc., y en los fenómenos sociales, la multitud de causas que han impulsado a los hombres a tomar una u otra decisión.

        Pero en este caso cualquier fenómeno estaría condicionado por una inmensa cantidad de casualidades y se manifestaría en forma de su resultante. Todos los fenómenos, grandes o pequeños, estarán basados en la casualidad. Ningún suceso concreto puede considerarse como totalmente necesario, ya que si consiguiéramos conocer todas sus causas casuales, tendríamos que reconocer que su realización depende de un cierto grado de probabilidad, que varía a tenor de las circunstancias. Es cierto que en el caso de acontecimientos grandes y fidedignos esa probabilidad puede aproximarse a uno, pero jamás será igual a uno, ya que siempre pueden surgir factores exteriores imprevistos que impidan la realización de los sucesos dados. Así, todo depende de la casualidad, y la historia se asemeja a una gigantesca lotería donde cada acontecimiento es individual y único.

        Los autores que sustentan un punto de vista opuesto consideran que en el mundo todo es necesario. Sus razonamientos se basan en las siguientes consideraciones. Si un fenómeno ha tenido lugar y pasó a ser patrimonio de la historia, el propio hecho de su realización demuestra el condicionamiento causal y con ello su necesidad, ya que si no fuese necesario no habría sucedido. Lo que llamamos casualidad es, en realidad, la necesidad no conocida. El conocimiento de las causas de esa casualidad revela su dependencia de otros fenómenos y con lo mismo la hace necesaria. Objetivamente ha sido necesidad aun antes de que se conociesen sus causas. De este modo, la necesidad se identificaba con el condicionamiento causal.

        Las dos concepciones citadas reflejaban correctamente algunos aspectos de la casualidad y la necesidad, pero las consideraban absolutas, debido a lo cual llegaban a consecuencias erróneas. El considerar como absolutas las casualidades conducía a la negación de las leyes objetivas de la naturaleza. Toda ley expresa el vínculo estable, necesario y esencial entre los fenómenos, y si objetivamente no hay necesidad, no puede haber tampoco ninguna ley de la naturaleza. Pero esta tesis está en contradicción con toda la práctica social e histórica de la Humanidad y por ello debe ser rechazada.

        Por otra parte, el considerar como absoluta la necesidad conduce al fatalismo, a la idea de la predeterminación eterna de todo lo existente. Toda clase de sucesos, por insignificantes que sean, son, según ese punto de vista, totalmente inevitables, con la particularidad de que la necesidad de su realización estaba implícita en los remotos estados anteriores, todo lo lejanos que se quieran, y su realización ha de ser así, precisamente, y no de otro modo. Semejante concepción se distingue muy poco de la idea de la predeterminación divina, aunque desde el punto de vista formal puede estar exenta de tesis religiosas. Además, si consideramos que toda clase de sucesos, incluso los más insignificantes, son tan necesarios como los de escala grandiosa, no elevamos la casualidad al nivel de la necesidad, sino, por el contrario, rebajamos la necesidad al nivel de la escueta casualidad.

        El error fundamental de estos dos puntos de vista radica en la injustificada anteposición de la casualidad y la necesidad. Ambas categorías están, sin embargo, indisolublemente ligadas entre sí, ya que un mismo fenómeno puede ser casual o necesario, pero en diversos vínculos y relaciones.

        En efecto, la casualidad es un suceso que expresa los nexos temporales, inestables e inesenciales de los cuerpos; un suceso que en las condiciones dadas puede ocurrir o no, y que depende de las cambiantes condiciones causales del sistema. La necesidad, por el contrario, es un suceso o varios sucesos que representan los vínculos constantes, estables y esenciales de los cuerpos y deben realizarse obligatoriamente en las condiciones dadas. Ahora bien, la división de los nexos en esenciales e inesenciales es relativa: los nexos que son inesenciales para un sistema grande, pueden ser esenciales para un sistema de orden menor que integra el primero en calidad de elemento componente. Por ello también un acontecimiento casual en el marco de un sistema grande puede ser necesario en los límites de un sistema menor. Por ejemplo, si poseemos un trozo de sustancia radiactiva, en el cual se desintegra cada segundo un millón de átomos, la desintegración de uno u otro átomo será un hecho casual en el ámbito de ese sistema macroscópico concreto, pues podría haber sido no ese átomo, sino otro cualquiera. Por dentro de un sistema de orden menor -un núcleo-, la desintegración no será un suceso casual, sino necesario, y un suceso así podría predecirse, en principio, si se conociese la estructura de cada núcleo y se tuviese exactamente en cuenta el carácter de las conexiones entre los protones y los neutrones.

        Por otra parte, puede ocurrir también que un suceso casual en un sistema menor sea necesario en un sistema de orden mayor. Por ejemplo, la incidencia del electrón sobre un determinado sector de la pantalla después de su dispersión a través de la red de difracción es un suceso casual. Pero una multitud de electrones, al pasar por la reja de difracción, producen en la pantalla un cuadro de interferencia sujeto totalmente a leyes; así, pues, el suceso casual que habíamos señalado antes viene a ser la forma en que se manifiesta y complementa la necesidad, relacionada con un sistema de orden mayor: la multitud de electrones.

        Podemos citar, asimismo, ejemplos de la vida social. El nacimiento en el seno de cualquier familia de un niño, precisamente, y no de una niña representa un hecho casual. Pero en la escala de un sistema más general, de una gran ciudad o de un país, viene a ser una manifestación de la necesidad, que consiste en que el promedio de la natalidad es de 49 por 100 niñas y 51 por 100 niños. Por ello, la natalidad preeminente de niños de un sexo en una familia se compensa por la correspondiente natalidad de niños de sexo contrario en otras familias.

        Generalizando los ejemplos dados, cabe deducir que un acontecimiento casual en el sistema M será necesario bien en un sistema menos general (M – k), bien en un sistema más general (M + k). De ese modo, la división de los nexos en casuales y necesarios se determina por el carácter de los sistemas. Si hacemos abstracción del concepto del sistema y consideramos la materia como sustancia, veremos que esa división resulta inaplicable. En este caso sería más correcto hablar de la dependencia causal de los fenómenos, de su subordinación a las leyes correspondientes de la interacción de los cuerpos. Por lo que se refiere a los conceptos de casual y necesario, su empleo resulta adecuado cuando el suceso en cuestión se examina en sus diversos aspectos con relación a los distintos sistemas. Con la particularidad de que la división de sucesos en casuales y necesarios será tan objetiva como lo es la división de la materia en sistemas de diverso orden. En virtud de ello, el conocimiento de las causas de la casualidad no la convierte, ni mucho menos, en necesidad, sino que sigue siendo casualidad en el marco del sistema dado.

        La objetividad de la causalidad se debe a que siempre se manifiesta como un punto de intersección de muchas (por lo menos dos) series de sucesos necesarios. Para cada una de esas series, la aparición del suceso casual es exterior, es decir, no se deduce de las leyes internas de su desarrollo. Sin embargo, durante la intersección de las series el suceso se origina, y como el punto de intersección constituye una realidad objetiva, es también objetiva la casualidad. De aquí, sin embargo, no debe sacarse la conclusión inversa de que todo punto de intersección de series necesarias ha de ser forzosamente una casualidad. También puede ser un suceso necesario. Por ejemplo, la constante intersección de las órbitas de los planetas, que se mueven de acuerdo a una ley estrictamente determinada, no constituye un suceso casual, sino necesario, por ser reiterado y estable.

        Durante el desarrollo de los fenómenos, la casualidad puede transformarse en necesidad si resulta íntimamente ligada a las condiciones que se originan en el sistema y se deduce de las leyes del desarrollo del sistema dado. Por otra parte, la necesidad puede convertirse en casualidad si desaparecen las causas constantes y esenciales que la producen.

        Todo proceso de desarrollo en la naturaleza y en la sociedad se determina, ante todo, por los vínculos causales esenciales y necesarios, que son los que deben estudiarse en primer lugar. Sin embargo, en circunstancias especiales también las casualidades pueden desempeñar un gran papel y producir efectos de gran importancia. Esto se manifiesta con particular frecuencia en la esfera de los fenómenos sociales, donde el desenlace de muchos acontecimientos depende, en medida considerable, del factor subjetivo. Una causa pequeña puede provocar grandes efectos, no por sí misma, sino a través de otras muchas causas más potentes, a cuya aparición contribuye. Una causa pequeña conduce a grandes efectos sólo si provoca una peculiar reacción en cadena de vínculos causales, durante las cuales unas causas originan otras, cada vez más potentes, hasta que, por fin, no se produce el cambio esencial de todo el sistema. Pero si esa reacción en cadena no se produce, la causa pequeña culmina con un efecto igual de pequeño.

        Así, pues, de los múltiples nexos causales que existen en el mundo material los fundamentales son los físicos y los no físicos, los internos y los externos, los esenciales y los inesenciales, los casuales y los necesarios. Cada una de las formas de vínculo dado puede tener el más diverso contenido concreto, en dependencia de las particularidades internas de los fenómenos y de las condiciones exteriores de su curso. Pero, de una u otra forma, están presentes en todos los fenómenos y determinan su desarrollo. Por ello, el conocimiento de sus interrelaciones tiene primordial importancia.

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(*) S. Meliujin, Dialéctica del desarrollo en la naturaleza inorgánica, capítulo V, Relación causal entre los fenómenos en el desarrollo. 1. Formas principales de las relaciones causales. Editorial Grijalbo, Ciencias económicas y sociales, México, 1963.

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