Aportes de Marx a la insurgencia global del siglo XXI
(Segunda Parte)
(Segunda Parte)
Jorge Beinstein
Decadencias civilizacionales.
Marx desde el siglo XIX se introduce en el siglo XXI aunque
también es posible
ir hacia atrás, hacia los milenios anteriores y de ese modo intentar
la construcción de una visión histórica abarcando las
trayectorias del conjunto de civilizaciones.
Arnold Toynbee propuso
la contemporaneidad de todas las civilizaciones si lo medimos dentro de la trayectoria total
del ser humano sobre el planeta. Toynbee nos
informaba que las primeras
sociedades primitivas aparecieron hace unos 300 mil años mientras que las civilizaciones hace solo unos 6 mil años, es decir apenas el 2 % del total, incluso si nos extendemos a formas anunciadoras de la nueva etapa, a protocivilizaciones en ciertos
casos muy elementales llegaríamos tal vez al 3 %, no mucho más, es decir a un recorrido temporal relativamente muy corto
cuando lo comparamos de esa manera.(13)
En cuanto a la civilización burguesa
podemos rastrear sus orígenes muy modestos en Europa occidental en la Baja Edad
Media o en su primera expansión exitosa desde
finales del siglo XV estableciendo así un período de unos 500 años: el
0,16 % del tiempo desde la aparición de las sociedades primitivas o el 8,3 % de los 6 mil años de civilizaciones
conocidas... aunque si agregamos a las protocivilizaciones estaríamos en el 5
%. Y muchísimo menos aún si pensamos en su implantación realmente mundial-hegemónica
limitándonos a los últimos 200 o un poco más.
Precisamente
este carácter planetario, su gigantismo demográfico y productivo (pero también destructivo) señalan diferencias decisivas respecto de toda la historia anterior. Las viejas civilizaciones abarcaban en regiones limitadas a unos
pocos millones o decenas de millones
de habitantes, gigantescas cuando las comparamos con las pequeñas sociedades primitivas pero muy pequeñas
si las contraponemos a los 7700
millones de habitantes del planeta
burgués actual o incluso a los 1650 millones del año
1900 o a los 1800 millones del año 1800.
Salvo
impactos exógenos destructivos (como ocurrió con nuestra civilización andina) nos encontramos con que la excesiva
dimensión relativa del parasitismo y sobre todo el desastre ecológico marcan a una buena parte de las decadencias.
Como lo explica Donald Hughes respecto de la antigua Grecia sus habitantes “ alteraron severamente el ecosistema en el
cual vivieron, agotando importantes recursos naturales y contribuyendo en alguna
forma a su propia decadencia”(14), talas y quemas
de bosques, sobrepesca y sobrepastoreo y explotación
minera devastadora, resultado del empleo
intensivo de las técnicas disponibles, contribuyeron en un primer período
a la expansión vigorosa de esa civilización para luego empujarla
hacia su declive.
El
imperio romano terminó quedando prisionero de su centro parasitario cuya
dinámica de crecimiento lo condujo
hasta el límite de su expansión territorial y entonces a la superexplotación de los recursos naturales
a su alcance y de los pueblos
sometidos. El estancamiento y luego la decadencia
productiva empujaba a las poblaciones rurales
hacia las urbes parasitarias, sobre todo Roma, y obligaba al polo
imperial a expandir su aparato
administrativo-militar haciendo cada vez más pesado y complejo su sistema de control y ecológicamente más devastador su modelo
civilizacional (el caso de la decadencia
romana constituye una buena contribución a la teoría del colapso
de las sociedades complejas desarrollada por Tainter(15)). Numerosos
estudios asocian la decadencia romana, por ejemplo, a la declinación de la agricultura
sobre explotada de Italia y también la ruina
de lo que quedaba de la civilización egipcia colonizada por Roma debido
al ascendente saqueo imperial.
Respecto
de la decadencia de la civilización maya numerosos autores demuestran que su éxito
inicial, gracias al empleo de un abanico
de innovaciones técnicas
productivas y organizacionales en general sumado a la cohesión social (encuadramiento ideológico- religioso mediante), logro un crecimiento exponencial de la población desde el siglo III hasta alcanzar su máximo nivel hacia el siglo VIII. Evaluaciones puntuales fácilmente extrapolables como la mostrada por Jared Diamond
sobre la zona de Copán (en la actual
Honduras) demuestran que ese auge poblacional sumado a las exigencias
parasitarias de la élite dominante
llevaron a la sobreexplotación de las tierras agrícolas, a la deforestación y a otras depredaciones, y
de allí al declive poblacional y civilizacional en general(16).
Podemos
cerrar estas referencias con el caso de Babilonia haciendo una larga cita de la obra de Ritchie Calder sobre la
historia de las técnicas:
“El Eufrates a fuerza de ser manipulado terminó por vengarse. Un buen
día convirtió los alrededores de Babilonia en un pantano
donde proliferaron los mosquitos de la malaria, propagando
la enfermedad y la muerte y debilitando a la población a tal punto que esta no fue capaz de mantener en buen estado
los canales o de cultivar los campos con lo que se aceleró la debacle.
Es posible afirmar con razón que fue el mosquito
y no los mongoles los que
produjeron la ruina de Babilonia. Mucho antes de que las hordas asiáticas aparezcan como la marea de destrucción pagana que destruyó
a Babilonia siguiendo
lo anunciado por la profecía de Isaias, los mosquitos habían desempeñado
el rol de Comandos del Señor de los
Ejércitos. El invencible Alejandro Magno conquistó Babilonia, invadió
Persia e India para convertirse en amo de civilizaciones más antiguas que la suya. Luego
a la cabeza de sus ejércitos regresó a las tierras de Babilonia y ya una vez
allí se enfermó y murió. “Aquí ha
muerto Alejandro Magno” - me decía un técnico iraquí que me acompañaba en medio de los pantanos de Babilonia - “murió de
malaria, el mosquito era el verdadero rey de Babilonia. Recuerde usted que el
poderoso dios de Babilonia: Nergal, era representado bajo el aspecto de un insecto”(17).
La reflexión de Marx acerca de los
supuestos progresos derivados de la agricultura
capitalista parece apuntar
no solo hacia
lo que él constataba en el siglo
XIX y lo que comprobamos
nosotros ahora en el siglo XXI, sino también hacia el pasado precapitalista cuyas “proezas” suelen ser
ensalzadas por los manuales de historia.
“Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo
un progreso en el arte de esquilmar
al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar
el suelo; todo avance en el
acrecentamiento de la fertilidad de éste durante
un lapso dado, es un avance en el
agotamiento de las fuentes duraderas
de esa fertilidad... La producción capitalista, por
consiguiente desarrolla la técnica... socavando, al mismo tiempo, los dos
manantiales de toda riqueza: la
tierra y el trabajador”.(18)
En
cada caso de decadencia precapitalista aparece el interrogante acerca de la rigidez
técnica no superada que llevó a la catástrofe, ¿porque no fueron practicadas innovaciones capaces de superar la trampa
aumentando la productividad, incorporando nuevas
materias primas y/o mejorando productivamente el empleo de las ya utilizadas y
así dañar menos al contexto
ecológico? La realidad demuestra que por lo menos en algunos casos descubiertos por los historiadores
aparecieron esas mejoras incluso cambios de
orientación en el desarrollo social, logrando atajos comerciales como en el caso ateniense o incrementando al máximo las
técnicas de la comunicación y el transporte como en el del imperio romano. Pero siempre finalmente aparecía un techo técnico generado por el tipo específico de reproducción
civilizacional determinado por intereses dominantes, limitaciones geográficas y tramas culturales
que incluían barreras, sendas, patrimonios de
conocimientos cuyo (teóricamente) posible ritmo de superación de acuerdo a las condiciones históricas concretas era
en el mejor de los casos siempre menor que el de la marcha depredadora del sistema. Aunque en determinadas
situaciones es realmente absurdo
plantear vías superadoras.
Las civilizaciones regionales se agotaban
pero en otros espacios y tiempos del planeta
emergían y decaían otras civilizaciones, la limitación geográfica dejaba oportunidades
para que otros pueblos avanzaran
generando un proceso
complejo, zigzagueante que luego
la filosofía de la historia
moderna denominó marcha ascendente, multiforme de la Civilización cuya C mayúscula
convertía a todas ellas en etapas preparatorias de la civilización universal presente (la mundialización burguesa).
Lo que ahora constatamos es que por fin todo el planeta
ha sido ocupado por una única
civilización que va tocando su techo tecnológico y que en consecuencia para reproducirse exacerba su agresividad sobre su espacio
humano (empezando por los más débiles) y sobre su contexto ambiental. Dejemos la
hipótesis de la posible alternativa de expansión
hacia otros planetas o de la aparición
de tecnologías milagrosas para algún historiador imaginativo de los próximos
milenios elucubrando acerca de como habría podido
prolongar su existencia la civilización burguesa. Y por ahora quedémonos con
Marx y su constatación de que las
innovaciones tecnológicas forman parte del proceso histórico de reproducción social.
La
figura 2 muestra el espacio de expansión ecológica temporal posible de una civilización determinada representada
por los círculos blancos cuyo rimo de ampliación resulta inferior al ritmo de expansión civilizacional. Los círculos
grises muestran donde primero de
manera parcial y más adelante en forma generalizada se produce el choque catastrófico entre civilización y entorno
ecológico marcando el tiempo de la decadencia.
La
Figura 3 esquematiza como desde diferentes tiempos históricos las civilizaciones precapitalistas (no
destruidas por factores externos como invasiones o desastres naturales) al ingresar en la etapa de ingresos
tributarios relativamente decrecientes, con
relación a las exigencias de la élite dominante, produce la fractura del metabolismo sociedad-naturaleza e inicia
su decadencia. Y como la civilización burguesa también entra en decadencia produciendo la fractura metabólica pero esta vez a escala planetaria. En ambos
casos el aparato de dominación se hace cada vez más pesado y complejo acelerando la declinación del sistema.
El
sujeto de la emancipación universal. Marx y el
concepto de proletariado
Frente a la decadencia del
capitalismo y sus posibles derivaciones catastróficas aparece el tema de la identificación de su posible
superador, del sujeto del proceso
de abolición del sistema.
Podría
servir como disparador el descubrimiento que el joven filósofo Marx le
transmite a su amigo Arnold Ruge en una carta de Mayo de 1843. Dicho descubrimiento parece resolver el problema del sujeto
superador revolucionario del sistema aunque no se refiere a un sujeto
sino a dos cuya presencia simultánea le abre la puerta
al mundo nuevo:
la existencia de “la
humanidad sufriente que piensa” y de “la humanidad pensante oprimida” se convertirá, según Marx,
en un hecho necesariamente inasimilable para el mundo embrutecido de los opresores, que aparecían en Alemania como una combinación de burgueses y aristócratas(19).
La “humanidad pensante oprimida” se refiere a los intelectuales críticos potencialmente
revolucionarios y la “humanidad sufriente que piensa” alude a la plebe que bien podría incluir a las clases bajas urbanas
y rurales, universo sufriente desde donde comenzaban a destacarse las luchas del naciente proletariado industrial.
La delimitación sociológica del
sujeto plebeyo no es precisa sino tan amplia como la miseria popular de la época.
Pero poco tiempo después Marx se traslada
a Francia y como bien lo señala Rubel es
allí “donde descubre a la clase obrera y
su movimiento de autoemancipación. El contacto
con la realidad obrera francesa
se lleva a cabo no solo a nivel del conocimiento teórico, sino también
y sobre todo en el plano de la experiencia vivida. Fue en el París
de las tradiciones revolucionarias que la idea de proletariado se le hizo presente al exilado
alemán… y es en París donde escribe
para los “Anales
franco-alemanes”, un primer manifiesto del que se ha dicho que
es el germen del Manifiesto Comunista: “Introducción
de la crítica de la filosofía del derecho de Hegel” (1844) donde habla por
primera vez del proletariado como
“clase” y de su “formación” histórica concreta, conceptos que ya habían sido asociados en un documento publicado
en París cuatro meses antes en La Unión
Ouvrière de Flora Tristán”(20)
En “La Sagrada Familia”, publicada en
1845 Marx y Engels señalan que: “en las condiciones de vida del proletariado se
encuentran condensadas todas las condiciones
de vida de la sociedad actual en lo que estas tienen de inhumano. En el proletariado el hombre se pierde a si mismo aunque
adquiere al mismo tiempo la conciencia de dicha
pérdida, además la miseria que no puede evitar ni demorar, la miseria que le es impuesta de manera inevitable, lo empuja
directamente a rebelarse contra semejante inhumanidad, por consiguiente el proletariado puede y
debe necesariamente liberarse a si mismo. Pero no
puede autoemanciparse sin abolir sus propias condiciones de vida y no puede
abolir dichas condiciones de vida sin abolir todas
las condiciones de vida inhumanas de la sociedad actual”(21).
Eran los tiempos del primer y prolongado crecimiento urbano industrial europeo
del que Inglaterra era el
puesto más avanzado, caracterizado por la creciente y explosiva proletarización y pauperización de grandes masas
sociales. Los pobres de esa
modernidad inhumana iban dejando atrás su perfil plebeyo precapitalista o semicapitalista de la época de los sans-coulottes que a fines del siglo XVIII habían
puesto el cuerpo en la Revolución
Francesa y comenzaban a emerger como asalariados, sobre todo industriales, que se expandían al ritmo de la reproducción
ampliada del capitalismo y en consecuencia
de la miseria obrera, en 1845 Engels publicaba “La situación
de la clase obrera en Inglaterra” donde describía la tragedia(22).
Auguste
Blanqui, el líder revolucionario francés, expresaba en esa época cabalmente esa transición hacia la conformación del
proletariado pauperizado y rebelde visible a
mediados del siglo XIX. Heredaba las tradiciones más radicalizadas de la
Revolución Francesa, de la “conspiración de los iguales”
de Gracus Babeuf y la insertaba
en el nuevo universo de los proletarios modernos. Marx,
admirador de Blanqui transitó rápidamente de
la democracia revolucionaria al comunismo proletario.
Lo
que Marx y Engels describían en “La Sagrada Familia” era una dialéctica de la miseria ascendente, resultado del ascenso
del capitalismo, que lógicamente debía llevar a la
rebelión de los explotados que según ellos “pueden y deben necesariamente” autoemanciparse. Seguían
así la ruta trazada por los textos
de Marx de 1843-44 “La cuestión judía” y “Crítica a la filosofía del derecho de Hegel”(23) donde aparece
la rebelión de los oprimidos
como una exigencia ética, imperativo categórico kantiano, más que como un fenómeno inexorable dictado por
una supuesta irresistible marcha objetiva de
la historia. El traslado de la razón al plano social y su transformación
en un imperativo ético empuja a Marx
a abrazar la causa del proletariado, de la humanidad sufriente engendrada por el capitalismo, apartándose así de un cierto “historicismo” que en el siglo XX, y en nombre
del “marxismo”, reinará
en los manuales soviéticos para condenar a la rebelión ética como “moralismo liberal
burgués” y que reivindicando las “leyes objetivas de la historia” legitimará los caprichos de la “razón de estado” y
del aparatismo en general. Por
ejemplo el Diccionario (soviético) de “filosofía marxista” de tiempos de Stalin
alertaba que “el imperativo categórico fue la base para muchas
teorías liberal-burguesas sobre moral…
que se infiltró a fines del siglo XIX en los círculos de la socialdemocracia” (24) … con lo que la desviación moralista neokantiana
pasaba formar parte del paquete de ideologías
enemigas del marxismo-leninismo. Los autores
del Manual no advertían que tal vez ese
veneno liberal-burgués se había infiltrado mucho antes gracias
a un agente inesperado
llamado Carlos Marx.
Franz Jakubowski señaló acertadamente que el concepto
de proletariado en Marx más allá
de su delimitación sociológica irrumpe
(es identificable) en tanto potencial
negador absoluto del universo burgués, como “totalidad negativa” en
expansión gracias a la propia
dinámica del capitalismo y que en última instancia, en algún momento puede y debe pasar a la ofensiva
“como una suerte de sociedad exterior
a la sociedad burguesa” (aunque físicamente desde el interior de
la misma)… cuya emancipación solo es posible
aboliendo al sistema que lo oprime”(25).
Tres conceptos asociados: el de totalidad negativa
(visualizada como masa social en expansión), el de negación absoluta del sistema (que afirma lo anterior de manera intransigente, rechazando toda
forma de negociación, de reformismo conciliador) y finalmente el de la misión histórica irrenunciable del
proletariado presentada como abolición de la civilización burguesa,
conforman el núcleo duro del punto de vista de
Marx. Es necesario aclarar que
la idea de abolición, heredada de la
conceptualización hegeliana fue asumida
por Marx de manera radical,
revolucionaria, no como aniquilación total
sino como operativo de destrucción que rescata del pasado todas aquellas
componentes útiles para la nueva
etapa dotándolas de nueva vida.
Imperialismo,
proletariado y periferia
Pero la dialéctica de miseria proletaria y acumulación de riquezas por parte de la élite burguesa en Europa formaba parte de
una dinámica superior, imperialista, global
que explica su recorrido irregular. El primer
saqueo exitoso de la periferia realizado desde fines del siglo XV y durante todo
el siglo XVI(26)
permitió a Occidente una descomunal
acumulación de riquezas que desordenó sus estructuras tradicionales y posibilitó, atravesando la que ha sido denominada larga crisis
del siglo XVII, la emergencia de la
sociedad burguesa europea.
El siglo XIX fue escenario de una segunda
oleada imperialista que no solo sometió casi completamente al planeta sino que
permitió a las clases capitalistas occidentales ampliar sus mercados internos
integrando gradualmente a las clases
bajas, en consecuencia el proletariado rebelde europeo se fue aburguesando poco a poco,
primero generando una incipiente “aristocracia obrera” y después de la Segunda
Guerra Mundial incluyendo al grueso de las clases trabajadoras, un fenómeno similar
ocurrió en los Estados Unidos desde los años 1940. Como señala Fieldhouse refiriéndose al período 1800-1914: “la proporción de la
superficie terrestre ocupada de hecho por europeos o bajo control europeo o como antiguas colonias
de Europa era del 35 % en 1800, del 67 % en en
1878 y del 84,4 % en 1914. Entre 1800 y 1878 la media de la expansión
imperialista fue de 560 mil km² al año”(27).
No
se trató de una expansión imperialista continua a través de los siglos sino de oleadas que combinaron procesos
políticos-militares y económicos seguidas por
períodos intermedios de retrocesos, estancamientos o crecimientos
lentos. Visto desde el largo plazo
histórico, como lo señala Wallerstein, se destaca una tendencia general sobredeterminante de concentración
de riquezas en el centro occidental atravesando
todas las etapas(28).
El siglo
XIX se caracterizó por la presencia simultánea de dos tendencias: una hacia la expansión en Europa de la masa proletaria moderna
producto del desarrollo capitalista, cada vez más numerosa, miserable y rebelde,
y otra global, resultado de la expansión imperialista de Occidente que acumuló suficientes riquezas en su territorio como para
finalmente domesticar rebeldías, integrar a los pobres a su cultura moderna
convirtiéndolos
en consumidores conformistas. Al mismo tiempo empobrecía a sus periferias, destruía sus culturas, las
subdesarrollaba configurando así un universo
crecientemente “proletarizado”, si lo conceptualizamos de manera amplia dejando
de lado reduccionismos
eurocéntricos. De eso modo es posible constatar que desde el subsuelo sometido del mundo empezaba
a emerger una totalidad negativa, potencial negadora absoluta de la civilización burguesa. Se
trataba de una masa heterogénea culturalmente
compleja calificada de “atrasada” por el progresismo occidental
pero que guardaba en su seno componentes culturales cuyo posible desarrollo
podía llegar a producir experiencias
sociales superadoras del capitalism(29).
En
los últimos años de su vida Marx prestó especial atención a dicho fenómeno focalizando su estudio en la periferia rusa, próxima a Occidente. Hacia 1870, el año
anterior al fracaso de la Comuna de París, última rebelión anticapitalista en Europa occidental, se dedicaba con especial ahínco
al estudio de la lengua
rusa, su esposa escribía preocupada a Engels
contándole que Marx “ha empezado a estudiar ruso como si fuera un asunto de vida o muerte” pidiéndole que intervenga para que su marido
modere su obsesión. Engels accedió al pedido y le escribió a su amigo de manera diplomática solicitándole moderar
su comportamiento “con
el solo interés (de
que siga trabajando) en el segundo volumen (de El Capital) necesita cambiar su modo de vida”(30). La gestión no tuvo resultado positivo.
Marx con similar entusiasmo al que había
demostrado en su carta a Ruge en 1843
cuando explicaba el descubrimiento del superador del capitalismo (convergencia de proletarios conscientes e
intelectuales radicalizados) probablemente algo más de un cuarto de siglo después empezaba a descubrir a un extraño y
prometedor sujeto potencialmente revolucionario no-occidental. Algunos autores
señalan a los años 1870- 1871 como los del inicio de la
etapa del Marx periférico(31).
En
su intercambio epistolar de 1881 con la marxista rusa Vera Zasulich en torno del futuro
de la comuna rural en Rusia, Marx defiende no solo la viabilidad histórica
de esa tipo de organización
colectiva sino que la presenta como un pilar esencial en la construcción del comunismo. De ese modo se opone
a la opinión de buena
parte de los marxistas rusos entre los que se encontraba Zasulich
junto a sus compañeros de exilio Axelrod y Plejanov
quienes consideraban a la comuna campesina como un resto del pasado precapitalista
condenado a desparecer(32).
En el primer borrador de su carta afirma
de manera contundente que “la comuna (campesina rusa) es
un elemento de regeneración de la sociedad rusa y de superioridad sobre los países esclavizados por el régimen
capitalista”, cita luego al historiador
estadounidense Lewis Morgan quien señala que la victoria de ese modelo comunitario
considerado atrasado “será el renacimiento en una forma superior, de un tipo social
arcaico” agregando Marx: “no deberíamos pues asustarnos demasiado
ante la palabra arcaico”(33). Y en la respuesta definitiva a Zasulich
es aún mas contundente cuando
se expresa sobre la comuna campesina rusa: “el estudio especial que he hecho sobre ella… me ha convencido de que la comuna es
el punto de apoyo para la regeneración social
de Rusia”(34).
No se refería a pequeñas experiencias o restos precapitalistas marginales sino a la forma de producción de casi tres quintos de la tierras cultivables de la Rusia europea,
comuna
expoliada según Marx por el Estado zarista y los “intrusos capitalistas”(35). Como es sabido esa carta de Marx “desapareció” durante treinta años y cuando
David Ryazanov su descubridor en 1911 toma contacto con los receptores de
la carta (Zasulich, Axelrod y
Plejanov) estos niegan o no recuerdan su existencia. La carta y los borradores
de la misma recién fueron publicados
en 1924(36).
En 1882 Marx y Engels reiteraban ese
punto de vista en la introducción a la edición
rusa del Manifiesto Comunista señalando a la comuna rural rusa como “punto de partida a una evolución comunista”(37).
Nos encontramos entonces ante un sujeto
campesino, con sólidas raíces precapitalistas
apareciendo, en la visión de Marx, no como un resto del pasado destinado
a ser barrido por la modernidad burguesa sino como portador de futuro
postcapitalista dando lecciones de comunismo a Occidente. Reaparece
de ese modo el sujeto
emancipador, superador del
capitalismo no desde las entrañas de la modernidad, en el centro del mundo, no como masa de asalariados, principalmente industriales, sino desde
la periferia, como masa
proletaria. De ese modo Marx ampliaba, redescubría el concepto de proletariado universal negador-superador del sistema,
no porque el pasado precapitalista “puede y
debe” imponerse al presente
capitalista sino porque ese presente
se expresa como desarrollo
(imperialista) y subdesarrollo (periférico) ambos productos simultáneos, interdependientes, de la reproducción global
de la civilización burguesa.
La
esperanza de Marx en la potencialidad revolucionaria de los campesinos de la periferia rusa se confirmó y extendió en el siglo
XX alentada por las revoluciones rusa, china, vietnamita,
cubana, etc. La idea de la emancipación socialista propagándose desde el
centro hacia la periferia fue gradualmente reemplazada por una visión opuesta donde el
postcapitalismo avanzaba desde la periferia, desde las sociedades campesinas o semiindustriales hacia los países ricos, industrializados.
A
partir de 1917 durante los primeros años de la Rusia soviética aparecieron tendencias como la animada por Sultan Galiev, dirigente
bolchevique de alto rango que oponía a la
expectativa de la revolución en Europa como tabla de salvación de la revolución
rusa la de la revolución en Oriente, donde los pueblos
oprimidos, calificados como “naciones proletarias” eran presentados como la verdadera
vanguardia de la emancipación
universal(38).
Galiev
propugnaba el desarrollo de un “comunismo
musulmán”
como componente significativa de un
proceso liberador planetario abarcando a otras culturas periféricas. El galievismo, proscripto en la URSS (Galiev fue fusilado en Moscú en 1940) tuvo una
influencia a veces clandestina o discreta como en el caso del PC chino
y en otros de manera explícita como en la revolución argelina(39). Todavía en 1978 el marxista egipcio Anuar Abdel Malek dedicaba a
Sultan Galiev su paper sobre “El islam político”(40).
Y
en los años 1960 en plena euforia maoista militantes e intelectuales de América Latina, Asia
y Africa consideraban que la revolución avanzaba desde el centro hacia la
periferia y desde el campo hacia las ciudades.
Pero
esas ilusiones del siglo XX se esfumaron, sobre todo desde los años 1990. Mientras tanto dos pronósticos de Marx acerca de la dinámica del capitalismo, entendido como fenómeno universal se fueron confirmando. La tasa de
ganancia siguió declinando, como lo señalé
en el tema anterior de este texto,
y la población global se siguió polarizando entre una masa creciente de
miles de millones de pobres cada vez más miserables y una élite cada vez más reducida de privilegiados, ricos y súper ricos.
La
pauperización ya no es solo un fenómeno periférico, también en las economías centrales avanza la miseria,
la concentración de ingresos se incrementa, abundan
las estadísticas que prueban esa afirmación(41). En América Latina, por
ejemplo, la aplicación de políticas
neoliberales dictadas por el proceso global de financierización, ha producido en los últimos años fuertes concentraciones de ingresos y crecimientos de la masa de
pobres e indigentes. Procesos parecidos ocurren Estados Unidos, allí según estimaciones del Banco Mundial el coeficiente Gini pasó de 34,6 en 1979 a 41,5 en 2016(42), por otra
parte el número de personas
que recibían bonos alimentarios pasó de un promedio de anual de aproximadamente 2,8 millones
en 1969, a 20 millones en 1990 a 33 millones
en 2010 llegando a 42 millones en 2017(43). Frente a estas degradaciones
aparece el argumento del éxito chino
con sus fabulosas tasas de crecimiento económico, actualmente
desacelerándose, y sus 250 millones
de obreros industriales, sin embargo cuando observamos el proceso de concentración de ingresos constatamos el enorme salto
producido a partir de los años 1980 solo muy suavemente revertido (según las cifras oficiales) en la década actual y sobre el cual apunta
la espada de Damocles de la crisis global para una economía altamente
dependiente de sus exportaciones baratas.
Nos
encontramos ahora ante una masa proletaria
global heterogénea mayoritariamente
extendida en la periferia, compuesta por una amplia diversidad de categorías sociales cada día más sumergidas en la pobreza
y la indigencia. Esa mancha
de miseria se va
expandiendo al ritmo de la reproducción global (financierizada) del sistema y va penetrando en el centro imperialista
del mundo.
El
Marx ruso, apuntando su esperanza hacia Eurasia, rompiendo con el reduccionismo libresco de muchos de sus propios seguidores, reaparece
en el siglo XXI como un Marx global señalando a un inmenso
proletariado de configuración sociológica variable al que la dinámica del sistema decadente le
plantea la necesidad de su insurgencia.
Notas:
(13)
Arnold Toynbee, “Estudio de la Historia”, tomo I, páginas
45-46. Editorial Planeta-De Agostini, Barcelona, 1985.
(14) J. Donald Hughes, “La ecología de las civilizaciones antiguas”, página 109, Fondo de Cultura
Económica, México 1981.
(15) Joseph A. Tainter,
“The Collapse of Comples Societies”, Páginas 11 y 49, Cambridge University Press, 1988.
(16) Jared Diamond,
“Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen", páginas
132-145, Random House Mondadon,
Barcelona 2006
(18)
Carlos Marx, “El Capital, Crítica
de la Economía Política”, Tomo I, Volumen
II, Siglo XXI Editores, México, 1982, pág. 613.
(19) Marx à Ruge, Colonia
Mayo de 1843 en Karl Marx, “Textes (1842-1847) – Letres à Ruge”, página
42, Les Cahiers Spartacus, París
Avril-Mai 1970.
(20) Maximilien Rubel,
Karl Marx, ensayo
de biografía intelectual”, página 77, Paidos,
Buenos Aires 1970.
(21) K. Marx – F. Engels
: “La Sainte Famille ou Critique de la critique
critique contre Bruno
Bauer et consorts”, página 24, Éditions Sociales,
París 1969.
(22) F. Engels, “La situación de la clase obrera
en Inglaterra”, http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/engelsf/engelsde00008.pdf
(23)
Carlos Marx -Federico Engels, “La Sagrada Familia
y otros escritos”, Marx: “En torno
de la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”,
páginas 1- 15 y Carlos Marx “La cuestión judía”, páginas 16-44. Editorial Grijalbo, México D.F. 1960.
(24) M.
Rosental y P. Iudin, “Diccionario
filosófico marxista”, páginas 154-155, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo 1946.
(25)
Franz Jakubowski, “Les superestructures ideologiques dans la conception
materialiste de l’histoire”, páginas
168 y 183, EDI - Etudes et Documentation Internationales, Paris 1976.
(26) Aunque debemos tomar en
consideración la primera expansión imperialista de Occidente (las Cruzadas) hacia el Medio Oriente
contra los pueblos
islámicos y hacia el Este contra los pueblos eslavos,
desde finales del siglo XI y hasta finales del siglo XIII, que marcan
los primeros pasos, embrionarios del poder
occidental y de los incipientes balbuceos de la civilización burguesa. Esa
ofensiva finalmente fracasó en su
proyecto colonizador aunque trazó la ruta futura del monstruo y terminó
engendrando una profunda crisis al interior de Occidente que le dejo la vía
libre a la modernidad desde el siglo XV.
(27) David K. Fieldhouse, “Economía
e imperio. La expansión de Europa 1830-1914”, página 7, Siglo XXI editores
1990.
(28) Immanuel Wallerstein, “Marx et l’histoire: la polarisation” en Étienne Balibar
& Immanuel Wallerstein, op. cit., páginas 169-181.
(29) La experiencia del siglo XX mostró que esa rebeldía
periférica generó gigantescas tentativas anticapitalistas insuficientemente negativas respecto
de la hegemonía civilizacional de Occidente que no pudieron superar. Así fue como la Unión Soviética se
derrumbó y fue instaurado una suerte de
capitalismo de estado
eurasianista, las repúblicas socialistas de Europa
del este se reconvirtieron al capitalismo y en algunos casos adoptaron
regímenes neofascistas como Polonia, Ucrania o Letonia y
China preservó su fachada socialista girando hacia un neocapitalismo estatista
autocalificado “socialismo de mercado”.
(30) Maximilien
Rubel and Margaret Manale, “Marx Without Myth. A chronological study of his
life and work”, página 275, Basil Blackwell Oxford 1975, https://libcom.org/files/marx-without-myth-1975-rubel.pdf
(31) Teodor Shanin, “El Marx tardío
y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo”, Editorial Revolución, Madrid 1990.
(34) T. Shanin, op.cit., página162.
(37) Prefacio a la edición
rusa del Manifiesto Comunista (1882), http://archivo.juventudes.org/prefacios-de-
marx-y-engels-distintas-ediciones#PREFACIO_A_LA_EDICION_RUSA_DE_18826
(38) Alexandre Bennigsen et Chantal Lemercier-Quelquejay, "Sultan Galiev, le père de la révolution tiers- mondiste", Fayard, Paris 1986. Bennigsen, Alexandre
A. & Wimbush, S. Enders, "Muslim National
Communism in the Soviet Union:
A Revolutionary Strategy
for the Colonial
World". The University of Chicago Press 1979.
(39) Testimonio
de Ahmed Ben
Bella recogido por el autor durante el Foro Social Mundial celebrado en Porto Alegre, Brasil, en Enero de 2001. Ben Bella relató en esa ocasión
que en una conversación con Chou
Enlai este le señaló que su generación (incluyendo a Mao entre otros) fue muy
influida por las teorías de Sultan Galiev que les sirvieron para superar la polémica entre trotskistas y stalinistas a propósito de la
revolución en China durante los años 1920.
(40) Anouar Abdel Malek, “Political Islam”, Round Table ‘78-”Socialism and the Developing Countries”, International
Conference “Socialism in the World”, 25-29 1978, Cavtat, Yugoslavia.
(41) Informe OXFAM 2018, https://oxfamintermon.s3.amazonaws.com/sites/default/files/documentos/files/ premiar-trabajo-no-riqueza.pdf
(42) GINI index (World Bank estimate), https://data.worldbank.org/indicator/SI.POV.GINI?
end=2016&locations=US-FR&start=1979&view=chart
(43) SNAP, Supplemental Nutrition Assistance Program, Participation and Cost, November
9, 2018, https://www.fns.usda.gov/pd/supplemental-nutrition-assistance-program-snap
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