La Vida Sexual en China Comunista
de
Georges Valensin*
María
Benel
LA LECTURA QUE NOS CONVOCA en esta
ocasión es uno de los numerosos libros que sobre la sexualidad ha escrito el
doctor francés Georges Valensin, autoridad en el tema con títulos que muestran
la amplitud de sus intereses dentro del universo de la sexualidad: La femme révelée, Les Juifs et le sexe,
Dictionnaire de la sexualité, Science de l’amour, Santé sexuelle,, Adolescence
et sexualité, Éducation sexuelle des français, Vie sexuelle de la jeune fille,
La fécondation artificielle et naturelle de la femme, entre otros.
De inicio,
el doctor Valensin nos previene: su obra es producto no tanto de la experiencia
directa en China (donde estuvo veinte días –entre abril y mayo de 1976- con
motivo de un viaje profesional) como sí de la rigurosa y profusa revisión
documental que realizó, así como de las entrevistas con colegas y paisanos que
residieron en China durante varios años.
Con estilo
didáctico, el autor divide su obra en tres grandes partes: “El sexo antes de
Mao”, “El sexo en China comunista” y “El sexo después de Mao”. Y, a su vez,
cada parte se divide en títulos y subtítulos muy detallados.
La primera
impresión que resulta de la lectura de La
vida sexual en China comunista es el gran “asalto al cielo” que significó
la Revolución China, incluido el corto periodo de la Revolución Cultural. Un
esfuerzo aún más meritorio porque se realizó en un país inmenso en superficie y
población, cargado de una tradición milenaria conservadora fuertemente
enraizada en la conciencia de sus habitantes.
Y,
justamente, fueron las instituciones visibles de esa tradición las que en
primer lugar atacó y desmontó la Revolución China dirigida por el Partido
Comunista Chino (PCCh) y Mao Tse Tung: el matrimonio, la familia, la
prostitución, la postergación de la mujer, el machismo.
En la
China anterior a la revolución, el matrimonio era completamente arreglado y
privilegio de las familias que podían otorgar una dote y concubinas al futuro
esposo, es decir, las clases media y alta. En esencia, era un arreglo económico
por el cual cada familia se esforzaba por beneficiarse lo más posible: en el
caso de la mujer, su objetivo era lograr casarse y no quedarse soltera; en el
caso del varón, acceder a una mujer honorable y mejorar su estatus; en el caso
de los suegros, contar con “… una descendencia cuyo fin era amparar su vejez y
mantener el culto familiar” (p. 12). El amor, tal como se entiende en
Occidente, estaba fuera de todos estos cálculos, más aún si los novios no se
conocían sino hasta la primera noche de bodas.
El
matrimonio estaba al servicio del varón: de su goce y predominio. Los tres
primeros meses constituían el periodo de prueba de la recién casada, que podía
ser devuelta a sus padres si no era del agrado del esposo, quien podía
conseguir fácilmente el divorcio hasta por las causas más triviales.
Muchas
familias, para prevenir el desagrado del marido, ofrecían concubinas bellas y
agradables, así el desilusionado no buscaría consuelo fuera de los límites del
seno familiar1. Por lo general, las concubinas eran púberes o
jovencitas pobres que habían sido recogidas o compradas, y que se
caracterizaban por su belleza física. Una vez dentro de su nueva familia, se
esforzaban por desarrollar sus talentos, a fin de mantener contento a su señor.
Sin embargo, por muy preferida que hubiera sido, una concubina siempre era
social y jurídicamente inferior a la esposa legal. Solo podía cambiar su
situación en caso procreara un hijo varón antes que la esposa principal.
La vida de
las esposas chinas era, en su mayoría, un calvario: encerradas, tuteladas
férreamente por las suegras, golpeadas por el esposo, impedidas de mostrar
agrado por la relación sexual –lo que hubiera significado su descrédito, por no
seguir las enseñanzas de Confucio-, amenazadas por la competencia de las
concubinas, no era raro que se suicidaran. El temor al gasto que significaban
los funerales era uno de los frenos más eficaces para los abusos que
perpetraban suegra y esposo.
En suma,
dentro del matrimonio, la mujer china cumplía el rol de reproductora y su valor
aumentaba en función de su posibilidad de concebir hijos varones para la
familia. Y es que, de acuerdo con las enseñanzas de Confucio y de su gran
discípulo Leu, el culto a la familia debía prevalecer sobre las necesidades
individuales. Ese culto implicaba el establecimiento de una familia extendida
que moraba toda junta bajo un mismo techo, y la devoción por los padres y demás
antepasados. Dentro de una familia con
dichas características, el niño
… era
educado en forma colectiva; no sólo estaban a su cargo sus progenitores, sino
también sus sustitutos: tías, abuelos, sirvientas y otros personajes del
entorno. Todas estas personas sentían como un deber ocuparse de la criatura,
que daba la impresión de pertenecer a todos por igual. Pronto adquiría la
costumbre de no estar nunca solo y de complacerse en la vida comunitaria. (p.
27).
Fue esta tendencia hacia lo
colectivo una gran aliada para que la población china asumiera con más
facilidad las radicales medidas del PCCh. Una de ellas, implementada en la
primera república popular de Jiang Xi, proclamada en 1931, fue la
simplificación del matrimonio.
Los
resultados fueron fulminantes; por ejemplo, la mitad de los obreros agrícolas,
cuyo 99% no llegaba a casarse en otras épocas, contrajeron matrimonio legal en
el término de dos meses. Más tarde, Mao recordó esta posibilidad de casarse
para los desheredados como uno de los logros de la revolución comunista. (p.
73)
A partir de 1949 se normó el procedimiento
del matrimonio: se estableció –según la ley matrimonial promulgada el 1° de
mayo de 1950- que las edades mínimas para contraer matrimonio eran 18 años para
la mujer y 22 para el varón. Y a partir de 1962, las edades recomendadas
–aunque no estipuladas por ley- eran de 24 y 26, respectivamente.
El Estado
desarrolló una intensa campaña para difundir entre la población la idea del
matrimonio tardío. Más que para limitar los nacimientos, las razones eran de
orden económico-social. El PCCh fue el primero en poner en práctica la
planificación socialista en todos los aspectos de la sociedad y no solo en la
economía. Asimismo, fue el primero que se propuso desterrar el individualismo
hasta en sus manifestaciones aparentemente más inocuas, para poner toda la
actividad y el trabajo en función de la construcción colectiva de la sociedad
comunista. Por ello no es de extrañar que las parejas que decidían casarse,
previamente debían contar con la autorización de las organizaciones del partido
a las que pertenecían. Para esta decisión, además, los contrayentes debían
haber conocido lo suficiente a su pareja como para estar seguros de la
comunidad de ideas políticas y de su grado de compromiso con la revolución2.
En conclusión,
lo que se quería era que se unan las parejas para que brinden lo mejor a la
sociedad, que se priorice el bienestar colectivo por encima de cualquier
interés individual. Y se entiende,así, que el partido –guiado por esa idea-
haya intervenido, en muchas ocasiones hasta de manera abrupta, en desanimar y
separar a las parejas que mostraban criterios poco colectivos para contraer
matrimonio.
El doctor
Valensin resalta, admirado, la eficacia de la propaganda a favor del matrimonio
tardío. Y es que no solo se argumentaba que, en primer lugar, traería
beneficios a la sociedad porque las fuerzas de los jóvenes se consagrarían a la
revolución, sino que era polivalente: permitía la igualdad de la mujer con el
varón, era un factor preventivo del cáncer de cuello uterino y permitía que los
embarazos se diesen en plena madurez sexual, por lo que los hijos nacían más
sanos y vivaces.
Para
reforzar sus argumentos, los periódicos del partido publicaban encuestas
realizadas a los jóvenes acerca del matrimonio tardío y además se difundían
testimonios favorables de los ciudadanos. Ante tal contundencia, casi nadie
podía resistirse.
Otro
ámbito donde la planificación socialista se desarrolló hasta niveles increíbles
para Occidente, fue en la cantidad de nacimientos. En 1952, a pocos años de la
toma del poder por parte del PCCh, se realizó el 1° censo poblacional de la
nueva república. Sus resultados desencadenaron las alarmas: 682 millones de
habitantes.
… con una
natalidad galopante, todos los beneficios económicos y sociales de la
revolución corrían el riesgo de desaparecer. Entonces se proclamó el derecho al
control de la natalidad –en 1957-, pero los chinos no parecieron muy contentos
con la medida, sobre todo los hombres; fue necesaria una intensa campaña de
propaganda para imponerla. (p. 91)
La campaña de propaganda se
desarrolló, además de por los medios de comunicación disponibles para esa época
y de los llamamientos públicos de Mao Tse Tung, sobre todo por la indesmayable
labor de convencimiento realizada por los llamados “médicos descalzos” y por los
comités de barrios y fábricas.
Con
prácticas que en Occidente nos parecerían atentatorias de la “libertad”, en
poco tiempo China logró disminuir
… la tasa
de natalidad de cuarenta y cinco por mil en 1957 (…) a diez mil en 1971 y se
estima que entre 1971 y 1974 debió reducirse a siete u ocho por mil. Ningún
gran país obtuvo semejante descenso en la tasa. (p. 103)
Estas prácticas3 sirven
para entender que la planificación socialista lo que busca es poner los
intereses colectivos por encima de los individuales, a fin de que en un futuro
próximo todos adquieran mayores beneficios y mayor grado de libertad. No se
concibe que por los caprichos, antojos o gustos de una minoría se ponga en
riesgo un sistema que dará verdadera libertad a toda la población. En función
de esto, se entiende que la infidelidad, la violación y las llamadas
“desviaciones sexuales” estuvieran desterradas de la sociedad cina, pues
atentan abiertamente contra “el orden social”. Vale señalar que la violación sí
estaba penada con la muerte, mientras que las otras dos estaban, sobre todo,
sujetas a la crítica social, aspecto al que el chino es muy sensible.
Ya en
1928, Mao Tse Tung había expresado preocupación por la injusta situación de las
prostitutas y proyectó liberarlas del sistema capitalista que las reducía al
nivel de esclavas y las trataba como mercancía.
En 1949,
con el triunfo comunista comenzó a ponerse fuera de la ley (…); en 1950,
desapareció por completo. Ochocientas casas de tolerancia y ochenta mil
prostitutas sólo en Shanghai tuvieron que cesar su comercio culpable. Fueron
cerradas cerca de otras trescientas casas en Pekín y cuarenta mil en el resto
de China. (pp. 130-131)
La recuperación de las prostitutas
fue obra del nuevo orden social, donde pasaron a ser ciudadanas al igual que el
resto de mujeres, recibieron educación y la oportunidad de un trabajo que fuera
verdaderamente productivo a la sociedad. Varias exprostitutas se convirtieron
en miembros destacados de la sociedad china, ya sea porque se afiliaron al
partido y desarrollaron una carrera política importante, o bien porque lograron
ser exitosas actrices de teatro.
Del total
de prostitutas, solo el 10% se resistió a abandonar su antiguo oficio, por lo
cual recibieron un tratamiento especial: se trabajó bastante su conciencia de
lo vulnerables que eran en la nueva sociedad, ya sea por las enfermedades
contraídas o porque el control de los comités barriales era tan estricto que
sus actividades serían fácilmente identificadas y denunciadas. Como ha
observado el doctor Valensin, el chino es muy sensible a la crítica social, de
tal manera que los mecanismos utilizados con las prostitutas renuentes
finalmente tuvieron éxito y colocaron a China Popular como el único Estado que
había erradicado completamente la prostitución.
Si bien la
planificación socialista ejercida por el PCCh en algunos aspectos relacionados
con la sexualidad sorprende al doctor Valensin, hay otro aspecto más profundo
que ya no solo lo sorprende, sino que genera su rechazo y revela su
cuestionamiento –velado e irónico- a lo conseguido por la Revolución China al
respecto. Veamos.
Fue el
doctor Sun Yat-sen quien propuso la igualdad de los sexos en el mundo chino; la
Revolución China liderada por el PCCh recogió la propuesta y la hizo realidad a
través de mecanismos simples pero eficaces. Uno de ellos fue la uniformidad en
el vestir: mujeres y varones dejaron –de pronto- de usar las vestimentas
típicas chinas –vistosas, sugerentes y seductoras- para vestir el uniforme de
la revolución: la famosa túnica Mao que, en realidad, fue introducida por el
doctor Sun, una túnica muy elegante y funcional, sin exhibicionismos ni
provocaciones.
… los
chinos de ambos sexos llevan las mismas blusas y pantalones de color azul
oscuro, aunque también pueden ser grises o negros…
La manera
que las chinas tienen de ubicar el cierre de su pantalón –lateralmente-
testimonia también el mismo pudor persistentes. Mientras que los hombres se
abotonan por delante, las mujeres cierran su pantalón de costado, como hace
unos años lo hacían las europeas para no atraer la mirada hacia una zona tabú.
(p. 181)
Estos fragmentos son una muestra de
las varias páginas donde el doctor Valensin describe al detalle cómo se logró
“uniformizar” la vestimenta durante la Revolución China (gorras y zapatos
incluidos), con su respectiva consecuencia: la supresión de estímulos eróticos
que exacerbaran los instintos más básicos del ser humano. Y no fue solo la
vestimenta, se deserotizó la sociedad en su conjunto: los avisos en las calles,
los medios de comunicación escritos y los programas de radio y TV suprimieron
drásticamente todo lo que tuviera que ver con el erotismo y con la pornografía,
y dieron paso a propaganda que ensalzara los ideales y logros de la revolución,
y fortaleciera la concepción materialista de la historia en sus ciudadanos.
El doctor
Valensin reconoce que, en poco tiempo, los hospitales psiquiátricos se vaciaron
de pacientes y la menarquia de las púberes chinas retrocedió en uno a dos años
en comparación con Occidente, aunque le resta importancia al impacto ejercido
por el nuevo orden social y más bien sugiere que este retardo podría estar
relacionado con lo que él llama la “mediocridad del estado genital” en China,
porque varones y mujeres chinos, en ninguna etapa de su historia, han mostrado
un dimorfismo sexual marcado, como sí ocurre en Occidente.
Más allá
de la posible influencia del dimorfismo sexual en este caso4, lo que
resalta es la voluntad del PCCh de sustraer al varón y a la mujer de distraerse
y perder el tiempo en actividades que poco o nada contribuyen a forjar la nueva
sociedad comunista. La coquetería y la vanidad mostradas en el comportamiento,
la vestimenta, joyas y afeites, como bien lo advirtió el PCCh, son alimento del
individualismo y de instintos básicos que no deberían tener el control en un
ser que, en algún momento de la historia de la humanidad, se asumió como un ser
racional dispuesto a transformar la sociedad en la que se encontraba.
Así, con
sus medidas drásticas, el PCCh asestó un duro golpe a los que son, hoy en día,
dos de los mecanismos por los cuales el capitalismo manipula conciencias,
socava voluntades y gana dinero a manos llenas: el instinto sexual y el afán de
reconocimiento.
El doctor
Valensin muestra una actitud ambivalente hacia lo conseguido por la Revolución
China en el ámbito sexual. Si bien la felicita por el logro de la
deserotización de la sociedad (“China da la impresión de complacerse en el
puritanismo más estricto del mundo para contrarrestar la lubricidad del mundo
capitalista”, p. 175); por otro lado, se lamenta de que durante la Revolución China
la mujer, si bien se libró de la dominación del varón
… no se
benefició con ninguna medida positiva en el aspecto sexual: derecho al placer,
información erótica o relaciones pre y extraconyugales. Desde el punto de vista
de la sensualidad, debe seguir siendo tan indiferente como frustrada. De la
servidumbre del hombre ha pasado a la del trabajo estatal, y no por ello sus
cadenas son menos pesadas. (p. 275).
Ante esto, cabe preguntarse: ¿es un verdadero
beneficio para la mujer tener relaciones extraconyugales a pesar de estar
casada? ¿será necesario para una adecuada sexualidad contar con información
erótica? ¿un matrimonio o “emparejamiento” basado en la comunidad de ideas
quita el “derecho al placer”? Esta lectura no es lugar para responder a dichas interrogantes,
pero vale señalar que, en la cita mencionada, el doctor Valensin muestra lo que
es la esencia del pensamiento burgués: el individuo y sus deseos por encima de
lo colectivo; la satisfacción de instintos y caprichos como supuesta expresión
de la “libertad”, aunque haga daño a otros y a sí mismo.
Como parte
final del libro, el doctor Valensin hace un ejercicio de predicción: ¿cómo se
desarrollará la sexualidad en China después de la muerte de Mao Tse Tung? Y
responde, en líneas generales, que será muy parecida a lo que se ve en Japón,
pero siempre matizada por la tradición china del pudor y la contención. No se
equivocó. A partir de la década de los 80 del siglo pasado, bajo la dirección
de Deng Xiao-ping, China inició su viraje hacia el capitalismo. Un capitalismo
de Estado, controlado por el PCCh, pero capitalismo al fin, y que ha generado
en China todas las manifestaciones propias de un país capitalista en materia
sexual: prostitución (a pesar de que la prostitución en China sigue siendo una
actividad ilegal, en mayo del 2017 se calculó alrededor de 10 millones de
prostitutas, clasificadas en siete niveles5, de acuerdo con el
estatus que ocupan en la sociedad), pornografía (de manera clandestina, debido
a la censura que ejerce el partido, especialmente en la Internet y las redes
sociales), concubinato (principalmente entre los funcionarios, más proclives a
la corrupción del poder y del dinero6),
infidelidades (sobre todo en las clases media y alta), agresiones sexuales hacia
mujer, erotización de la sociedad, etc.
Como
afirmamos al inicio, la Revolución China, incluido el corto periodo de la
Revolución Cultural, significó un gran “asalto al cielo”, uno que pretendió y
logró –aunque sea por corto tiempo- hacer más humano al ser humano, sustraerlo
de sus pulsiones más básicas y manipulables para, más bien, extraer de él todas
sus potencialidades –anuladas en el sistema capitalista- y ponerlas en función de alcanzar un mundo
justo y sin explotación.
Esta
primera batalla se perdió, no porque la concepción materialista de la historia
haya fallado, sino por la acción negativa de pequeñoburgueses disfrazados de
comunistas, enquistados en los diferentes niveles del poder. La tarea pendiente
es hoy más difícil: las nuevas generaciones, menos conscientes y más
manipulables que antes, son presa fácil de los mecanismos de la burguesía: si
no es el sexo, es la vanidad, o los dos juntos. No hay nada de secreto en estos
procedimientos, son patentes y conocidos. Ya queda en manos de la izquierda
mundial actuar como corresponde.
__________
(*)Valensin, G. (1979). La vida sexual en China Comunista.
Barcelona: Grijalbo. Salvo que se indique lo contrario, todas las citas
corresponden a esta edición.
(1) Este “consuelo” hace clara
referencia a las prostitutas. En un país donde había cerca de 24 millones más
varones que mujeres, donde el matrimonio dependía de la riqueza material y la
poligamia estaba institucionalizada, era una realidad que no pocos varones (solteros
y casados) recurrían a las prostitutas para resolver sus carencias sexuales y
de afecto, a falta de mujeres honorables disponibles. Y, a diferencia de
Occidente, donde es frecuente abusar de la confianza de familiares y amigos, en
China, el carácter casi sagrado de la amistad y de los vínculos de sangre,
hacía imposible la satisfacción de dichas necesidades con la mujer del amigo o
del familiar.
(2) Según lo refiere el doctor
Valensin, en China comunista la comunidad de ideas políticas era considerada
“la base del amor”. A diferencia de lo
que por lo general ocurre en Occidente, ni el interés económico ni el capricho
ni la atracción física por sí sola eran tomados en cuenta como criterios
válidos para contraer matrimonio.
(3) Hace referencia al control
público de los periodos menstruales de las obreras en varias fábricas chinas, a
fin de detectar más rápidamente cualquier retraso. También a la planificación
conjunta en los comités barriales de cuántos nuevos nacimientos se podría
permitir en el año y cuáles serían las parejas autorizadas para procrear, de
acuerdo con criterios de número de hijos hasta el momento, posibilidades en
función al tiempo que pasaban juntos los esposos, edad, etc. Finalmente, está
la tarea de los “médicos descalzos”, que llevaban la cuenta de los periodos
menstruales de las mujeres en la zona que tenían a cargo y se encargaban de
repartirles diariamente, y en sus propias casas, las pastillas anticonceptivas,
con lo cual prácticamente se reducía a cero la posibilidad de salir embarazada
por algún olvido.
(4) El polígrafo peruano Marco
Aurelio Denegri ha estudiado con bastante detalle la decreciente presencia del
dimorfismo sexual en la sociedad occidental contemporánea y ha encontrado
efectos distintos a los mostrados durante la Revolución China, lo que
cuestionaría la hipótesis del doctor Valensin.
(5) El País (2017, 12 de mayo). “La
profesión más antigua en la China más moderna”. Recuperado de
https://internacional.elpais.com/internacional/2017/05/11/actualidad/1494518807_994425.html
(6) El País (2014, 24 de
abril). “Las concubinas del siglo XXI son la perdición de los corruptos en
China”. Recuperado de
https://elpais.com/elpais/2014/04/17/gente/1397767729_947633.html
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