Las Bases de los Juicios Morales
(Séptima y Última Parte)
Howard Selsam
YA HEMOS REVISADO los tres principales
tipos históricos de la teoría ética. Ninguno de ellos sirve para guiar o
dirigir a los pueblos en su lucha contra la agresión fascista; ninguno hace luz
al tratarse de los problemas del hombre cada vez que se trata de buscar los
medios para terminar de una vez con la guerra. Ninguno da orientación a la
demanda de las clases trabajadoras y de los pueblos coloniales en el sentido de
una reforma mundial que destruya la opresión y provea todos los artículos
necesarios para una vida decente. Las diferentes formas de ética
espiritualista, que por un lado enaltecen los más nobles ideales morales, no
son lo bastante definidas y concretas como para dar una regla clara para el
progreso social. Los sistemas hedonista y espiritualista son demasiado
individualistas para ofrecer una orientación genuina al resolver los problemas
institucionales del mundo contemporáneo. Por último, el resorte de la “fuerza”
no viene más que a proporcionar justificación a las fuerzas del fascismo y de
la regresión. Estas teorías no son adecuadas, principalmente a causa de las
condiciones cambiantes que obran actualmente en el sistema capitalista.
Entre
estas condiciones se encuentra, en primer lugar, el hecho de que, por primera
vez en la historia de la humanidad, existen facilidades para producir artículos
materiales suficientes para dar vida decente a todos los hombres. De esta
manera, la responsabilidad de la pobreza y de la explotación existentes tienen
que ser las relaciones económicas y productivas del hombre. Pero estas
relaciones económicas, al estar fundadas sobre la propiedad privada del
maquinismo económico o de los instrumentos de producción, implican la división de
la sociedad en clases económicas opuestas. Entre estos grupos, los capitalistas
por un lado, y por otro las masas del pueblo, cuya dirección se encuentra
ejercida por los trabajadores industriales en primer lugar, hay entablada una
lucha natural por el poder. Esta lucha, que empieza por una pugna al tratarse
de ciertas condiciones concretas, tales como los salarios, la jornada de
trabajo, el mejoramiento del nivel de vida, lleva constantemente hacia el
dominio del poder político, que, por un lado, es la expresión del poder
económico y, por otro, su precondición.
La
historia de esta lucha por el poder y por el manejo de las fuerzas de
producción en la sociedad moderna ha sido ya relatada en diferentes ocasiones.
Nuestro propósito no consiste en repetirla aquí. Todos los escritos de Marx,
Engels y Lenin, todas las resoluciones de la Unión Soviética y del movimiento
socialista internacional tratan de este punto. Nuestra tarea consiste
simplemente en presentar y analizar la teoría ética, las bases de los juicios
morales que han surgido de esta lucha y que sirven de orientación a la clase
trabajadora. Ya hemos esbozado anteriormente los antecedentes teóricos de esta
ética. Los capítulos siguientes tratarán de los aspectos particulares de esta
teoría y de sus aplicaciones a ciertas formas de la conducta humana. El
problema actual consiste en indicar las bases generales de los juicios éticos
del socialismo científico marxista y examinar los méritos que le dan derecho a
la superioridad sobre todas las teorías éticas tradicionales.
En
primer lugar, hay que tener siempre en cuenta que Marx y Engels niegan que los
ideales morales y las consideraciones del mismo género pueden ser básicos en la
vida humana y en la evolución social. Las teorías e ideales morales surgen de
las necesidades individuales y de los procesos sociales; siempre pueden seguir
reaccionando contra ellos mismos: permanecen subordinados a estas necesidades y
procesos que tienen sus propias leyes específicas de funcionamiento. De esta
manera, se satisface una necesidad o se lleva a cabo un progreso social, no
simplemente porque ello es justo, sino porque la necesidad exigía su
satisfacción y el progreso sigue las leyes del proceso económico y social. De
aquí se deduce que Marx y Engels creían que el socialismo vencería al
capitalismo, no solo porque es un sistema mejor o más justo, desde un punto de
vista ético, sino porque la economía capitalista, al crear contradicciones y
antagonismos, se verá finalmente vencida y cuando el pueblo la venza pasará a
resolver sus propios problemas y necesidades para establecer el socialismo.
En
segundo lugar, puesto que no hay principios morales que estén fuera de las
necesidades y deseos del hombre, y puesto que estas necesidades y deseos se ven
sometidos a las condiciones actuales de la división social de clases, quedan
solo dos actitudes que pueden ser base de los juicios morales. Estas actitudes
están determinadas por los intereses y necesidades de la burguesía por un lado,
y del proletariado, por el otro. Para expresarnos en diferente forma: si
solamente las necesidades de los hombres hacen que una cosa sea buena (como
insistía en sostenerlo Spinoza) y si ellos están divididos en clases
antagónicas irreconciliables, entonces no cabe otra alternativa que aceptar el
antagonismo e identificarse, según los intereses y deseos de uno mismo, con una
de las dos clases en conflicto. Es posible que un gran número de personas no
tengan que hacer esta elección, por lo menos conscientemente, porque su
posición en la sociedad tiende a lanzarlas a uno de los dos campos. El apremio
social las maneja mucho mejor que toda consideración teórica. Pero, en el caso
de otras personas, como los intelectuales y los profesionales, se hace
necesario una decisión de deliberada. De esta manera, la cuestión consiste en
saber si hay consideraciones morales que determinen la decisión para ir a uno u
otro partido en lucha. Esta cuestión, obsérvese bien, es diferente de aquella
otra, idealista y liberal, que consiste en saber si hay o no valores morales
que están por encima de la lucha de clases, y podría enunciarse así: ¿Hay
valores morales inherentes a la lucha de clases y según los cuales uno puede
tomar una decisión para alinearse en uno u otro partido?
Sin
embargo, el conflicto de clases no quiere que la cooperación sea imposible. En
realidad, en ciertos periodos históricos el interés de ambas clases impone tal
cooperación. La Revolución de Estados Unidos y la Guerra Civil llegaron a
obtener el triunfo solo gracias a las alianzas de varias clases sociales y
económicas y a su devoción común por una misma finalidad. De la misma manera,
la guerra de las Naciones Unidas contra las potencias del Eje podrá obtener la
victoria solo en el caso de que se pospongan momentáneamente ciertos intereses
y la trascendencia de las diferencias entre el capital y el trabajo; no en
consideración a un interés común abstracto, sino en consideración de intereses
particulares de clase, que, en las condiciones actuales, imponen la
cooperación. O, para expresarlo más claramente: el capital americano, si quiere
salvarse como clase capitalista americana, tiene que conseguir el apoyo de los
trabajadores. Asimismo, las clases trabajadoras saben perfectamente que la
salvación de América y la de ellas mismas requiere abstenerse de ahondar las
diferencias y provocar conflictos con el capitalismo y en seguir a éste al
tratarse del conflicto actual. La historia reciente de Francia, y de su
apaciguamiento general, nos hace ver que los trabajadores son los más resueltos
elementos en esta alianza. Y esto ocurre, no porque los trabajadores tengan
mayor solvencia moral, sino porque, como lo hace ver el marxismo, las
necesidades y los intereses de los trabajadores los determinan, en forma más
decisiva, a oponerse al fascismo, para conservar la independencia nacional y
luchar al lado de la libertad y del progreso, siempre que las necesidades e
intereses del capitalismo le dicten una política clara y una línea firme.
En
tercer lugar, la conclusión, en este caso, es que el análisis marxista de la
forma de producción capitalista revela su incompetencia para proveer los
artículos materiales que necesitan las masas del pueblo. En otras palabras, los
mismos medios de producción que el capitalismo ha desarrollado hasta un nivel
tan alto, han superado las relaciones de producción capitalista, esto es, han
tornado anticuada la propiedad la propiedad privada de estas fuerza
productivas. Una de las expresiones de estas contradicciones viene a ser la
serie de crisis, con su paradoja de miseria y desocupación, precisamente a
causa de que hay demasiados productos manufacturados, o más corrientemente,
porque el descenso de las cifras de ganancia trae consigo el retiro de
capitales de la producción. Otra expresión es la guerra imperialista, que se
produce cada vez que los grupos capitalistas rivales tratan de encontrar nuevos
campos de inversión de capitales, fuentes de materias primas más baratas y
nuevos mercados para vender los excedentes de sus mercancías. Una expresión
más, es el fascismo, o sea el hecho de que el gobierno del Estado pase a poder
de una pandilla bien organizada de monopolistas rapaces, ayudada por la
demagogia y el gansterismo, con el
fin de ejercer un dominio económico absoluto en el propio país y asaltar y
esclavizar en el extranjero. Su primera aparición inocente se hace en forma de
un capitalismo “planificado, racionalizado y dirigido”. Pero, desde el momento
en que el planeamiento social en interés de una minoría requiere un grupo cada
vez más reducido de gobernantes –en la misma forma que el planeamiento social
en interés de las masas requiere una ampliación constante de la base– esta
forma capitalista recurre, cada vez con más urgencia, al dominio brutal de una
banda de monopolistas capitalistas.
El
análisis marxista revela posteriormente que solo la socialización de los medios
de producción puede hacerlos funcionar en beneficio de las masas del pueblo y
llevarlos a un desarrollo mayor de las fuerzas productivas. La única fuerza
social que anhela la socialización, es decir, el paso adelante en el desarrollo
de la economía humana, y que es capaz de realizarlo, es la clase trabajadora
con sus aliados, los intelectuales, los campesinos y los pueblos coloniales.
Sus intereses así lo requieren, pues se trata de abolir la forma capitalista de
producción, es decir, tanto la clase burguesa como la clase proletaria, para
realizar una unidad social. La clase trabajadora puede liberarse, así,
solamente por el camino de la liberación de toda la sociedad, destruyendo el
yugo y las limitaciones de la economía capitalista. La conclusión marxista
sostiene, pues, que la clase trabajadora, gracias a la posición que ocupa en el
sistema productivo, se ve impulsada a luchar en interés de la inmensa mayoría
de la humanidad. De esta manera, sus necesidades crean para ello una moral, que
es al mismo tiempo una ética de clase y una ética humana,, abarcando
actualmente o potencialmente a todos los hombres.
Aquí
se nos presenta una aparente anomalía, que resulta incomprensible para ciertos
intelectuales de mentalidad mecanizada, pero que la clase consciente de
trabajadores y todas aquellas personas que han aprendido a pensar como es
debido pueden comprender fácilmente. La tentativa para resolver los problemas
actuales recurriendo a las llamadas verdades morales universales y eternas, l
“bien común” de la humanidad en abstracto, corre el grave riesgo de ser
simplemente un gesto vano y hasta de obstaculizar las soluciones posibles. Por
otra parte, apelando a la clase trabajadora y accionando en beneficio de ella
misma, esta ética, obrando como si se preocupara solo de una parte de la
humanidad, se hace realmente el único verdadero humanismo. Esta es la paradoja
del marxismo, de su ética, creada por las condiciones del mundo moderno y no
por el pensamiento de Marx. La elaboración de los detalles económicos y
políticos de esta concepción se encuentran en las obras de los grandes
marxistas y no hace falta repetirlos aquí. Y hay que tener siempre presente que
Marx, Engels, Lenin, Stalin y otros marxistas no hablaron, por lo general, de
los valores morales, de la humanidad y de otras cosas parecidas; pero su acción
estuvo siempre inspirada por el ideal de lo racional, de la sociedad humana sin
clases, en la cual el bien de cada uno es el bien de todos. Ellos se abstenían
de hablar al respecto –como lo señala Engels en la cita que hemos hecho en el
capítulo anterior– porque no querían que se confundiera su análisis científico
del proceso económico y social con la utopía socialista moralizante, y porque
veían justamente que la burguesía había monopolizado los términos y
expresiones, como “justicia”, “derecho universal”, la “mayor felicidad para el
mayor número posible”, hecho que les hacía temer que sus propios ideales
morales fueran confundidos con los de la clase enemiga.
Para
resumir, la ética marxista, basándose en las actuales necesidades, deseos y
aspiraciones del hombre contemporáneo, encuentra, dentro de las contradicciones
y antagonismos del mundo capitalista, que las necesidades e ideales de la clase
trabajadora coinciden completamente con los de la humanidad. De esta manera,
los marxistas creen que la clase trabajadora tiene todos los derechos del mundo
en su lucha por la derrota del fascismo y en su esfuerzo a fin de crear las
condiciones necesarias para su propia emancipación –su justicia es tal, en la
práctica, que sus actos no pueden ser juzgados con un criterio que esté
encuadrado en la ética de la clase capitalista– Y esto ocurre, no porque las
finalidades de la clase trabajadora sean buenas en sí mismas y por sí mismas,
sino más bien porque constituyen los únicos medios para llevar a cabo el
progreso general de la humanidad, proporcionando a cada hombre lo máximo de lo
que necesita. Por eso los marxistas no examinan particularmente una huelga, una
rebelión de los trabajadores de la ciudad y del campo, o una revolución
colonial para ver si en cada caso se observan los cánones de la ética de la
burguesía; lo único que hacen es examinarlos para ver si contribuyen o no al
progreso y triunfo de la causa proletaria y de los pueblos oprimidos. En este
terreno es donde precisamente los marxistas y los reformistas se encuentran
lado a lado, pues aquí radica la médula de la ética marxista, en su forma
perfectamente diferenciada de todas las demás formas de pensamiento ético. Y
esto ocurre, no porque los marxistas carezcan de una ética, sino porque tienen
una ética, tan profundamente enraizada en todo el proceso histórico y social,
que se niega a adoptar como definitivo el punto de vista de la clase dominante.
Se niega también a juzgar el conflicto de clases actual solamente según los
cánones que el mismo capitalismo creó para su propia justificación y
perpetuación, sin que por eso deje de tomar lo mejor de este punto de vista
para defenderlo de los contrarrevolucionarios fascistas.
Un
socialista americano, Morris Hillquit, durante los primeros años de su
actividad directora, dio expresión sucinta a esta concepción marxista de la
clase trabajadora, que desarrolló, por las necesidades e intereses de su propia
lucha, su moralidad especial, que es al mismo tiempo la más alta moralidad de
nuestro tiempo. Hillquit escribía en 1909:
“La
moderna clase trabajadora se encuentra emancipándose gradual, pero rápidamente
de la moral particular de la clase dominante… Y, a medida que la lucha de su
clase contra el dominio capitalista se hace más general y concreta, más
consciente y efectivamente crece en los proletarios un sentimiento de lealtad
clasista, de solidaridad clasista y de consciencia clasista, que constituyen la
base de un nuevo código de la ética. El moderno movimiento obrero está
elaborando su propio código de ética, sus propias formas de derecho y de
conducta, sus propios ideales morales. Conducta buena, o mala, significa ya
para ellos conducta que conduce o desvía del movimiento encaminado a la
emancipación de su clase. Ellos admiran al verdadero, aguerrido militante que
los dirige, al héroe de sus luchas contra la clase explotadora. En cambio,
detestan al farsante y al desertor de las filas de combate”.
“Se puede
decir que los principales preceptos de la nueva moral de la clase trabajadora
son las consignas históricas que Marx y Engels dieron al movimiento socialista
moderno y que dicen así: ‘La emancipación de los trabajadores solo pueden
llevarse a cabo por los trabajadores mismos’ y ‘¡Trabajadores de todos los
países, uníos! En vuestra lucha actual, no tenéis nada que perder, sino
vuestras cadenas; en cambio, tenéis todo un mundo que ganar!”
“Esta
nueva moral no es, de ninguna manera, una moral social ideal; es simplemente
una ética de lucha, una ética de clase aún. Pero, justamente porque es la ética
de una clase subyugada, que lucha por su emancipación, resulta enormemente
superior a la ética vigente de una clase que quiere mantener a toda costa sus
privilegios adquiridos. Los trabajadores no pueden abolir el dominio de la
clase capitalista; ni pueden emanciparse ellos mismos sin emancipar a toda la
humanidad. Detrás de la teoría socialista de la actual lucha de clases se
encuentra la concepción de una armoniosa sociedad sin clases; detrás de la
concepción de la solidaridad internacional de la clase trabajadora se encuentra
el ideal de una amplia solidaridad de toda la raza humana. Los ideales de los
socialistas modernos y de los obreros avanzados coinciden generalmente con la
concepción científica de la moral absoluta.”30
Vladimir I. Lenin en una comunicación
histórica dirigida al tercer congreso de la Liga de la Juventud Comunista, en
1920 (congreso celebrado en la Unión Soviética), creyó conveniente decir algo
respecto a la moralidad comunista.
Lenin
dijo entonces a la juventud rusa:
“Todo el
objeto de la preparación, la educación y la enseñanza de la juventud consiste
actualmente en inculcarle una nueva ética comunista.
Pero, ¿hay
ya una ética comunista? ¿Hay una moralidad comunista? Claro está que la hay.
Por lo general, se dice que nosotros no tenemos ninguna moral, y los burgueses
acusan siempre a los comunistas de repudiar toda clase de ética; pero éste no
es más que un método conocido de sembrar confusión, de echar tierra a los ojos
de los obreros y campesinos.
¿Cuándo
tenemos que repudiar la ética y la moralidad?
Cuando las
oigamos predicadas por una burguesía que deduce sus formas éticas de los
Mandamientos de Dios… Pero realmente, en vez de deducir su ética de los
mandamientos de la moralidad, de los Mandamientos de Dios, esta burguesía los
deduce de frases idealistas o semi-idealistas que siempre equivalen a algo
similar a los Mandamientos de Dios.
Nosotros
repudiamos toda moralidad que no se derive estrictamente de lo humano y del
concepto clasista. Nosotros decimos que cualquier otra forma de moral es un
engaño, un fraude, un narcótico para la mente de los trabajadores y campesinos
en interés de los terratenientes y de los capitalistas.
Decimos
que nuestra moralidad está enteramente subordinada a los intereses de la lucha
de clases y al triunfo del proletariado. Nuestra moralidad se deriva de los
intereses del proletariado en la lucha de clases”31.
Lenin
continúa describiendo la naturaleza de la vieja sociedad y dice que ésta “está
basada en el principio de robar o dejarse robar, trabajar para otros o hacer
que otros trabajen para uno, ser un dueño de esclavos o ser un esclavo” y
agrega que los campesinos y obreros crearon una nueva sociedad con una nueva
educación dirigida contra la psicología del egoísmo sórdido, que solo piensa en
satisfacer sus apetitos sin preocuparse de que se hunda el resto de la
humanidad. Y finalmente, en una sentencia, Lenin expresa la esencia de la
concepción marxista de la ética en la siguiente forma: “La moral sirve para
ayudar a la humanidad a levantarse a un nivel más alto y terminar con la
explotación de los trabajadores”32.
En
una palabra, la ética es buena solo en el caso de que una cosa sea buena, según
lo que puede realizar en bien de los hombres. Para resumir, la moralidad
consiste en un código de principios que pueden guiar a los hombres y valorizar
sus actos según que favorezcan o perjudiquen la satisfacción de sus necesidades
y deseos materiales y espirituales. Y, puesto que cada ganancia en el nivel de
vida de las masas del pueblo es un paso en esta dirección, los marxistas la
juzgan buena y moral. Y puesto que solamente la socialización de los medios de
producción puede establecer sólidamente tales ganancias del pueblo y colocar
los fundamentos de un ilimitado desarrollo material y cultural humano, tal
socialización es el más alto bien, es decir, el punto de vista moral para
juzgar todos los actos –naturalmente hasta el momento en que ella se lleve a
efecto– Después, cuando la explotación del hombre por el hombre haya sido
abolida y cuando toda la humanidad unida trabaje armoniosamente por el interés
común de cada uno como base del más grande interés de todos, la ética existente
será transformada para ser algo que se encuentre más allá de toda posibilidad
de simple especulación mental. Esta es la razón por la cual los grandes
marxistas han tratado siempre de no hablar del futuro del socialismo –que
actualmente no es ya una remota posibilidad sino una realidad para cerca de
doscientos millones de hombres– sino que, después de esbozar ciertos
delineamientos básicos, se contentaron con afirmar que el socialismo
evolucionará al comunismo, o sea, a una sociedad que se regirá por el
principio: “De cada uno según sus posibilidades; a cada uno según sus necesidades”.
____________
(30) Morris Hillquit. “Socialismo
Teórico y Práctico”.
(31) V. I. Lenin. “La Joven
Generación”.
(32) V. I. Lenin. “La Joven
Generación”.
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