viernes, 1 de septiembre de 2017

Filosofía

Las Bases de los Juicios Morales

(Séptima y Última Parte)

Howard Selsam



YA HEMOS REVISADO los tres principales tipos históricos de la teoría ética. Ninguno de ellos sirve para guiar o dirigir a los pueblos en su lucha contra la agresión fascista; ninguno hace luz al tratarse de los problemas del hombre cada vez que se trata de buscar los medios para terminar de una vez con la guerra. Ninguno da orientación a la demanda de las clases trabajadoras y de los pueblos coloniales en el sentido de una reforma mundial que destruya la opresión y provea todos los artículos necesarios para una vida decente. Las diferentes formas de ética espiritualista, que por un lado enaltecen los más nobles ideales morales, no son lo bastante definidas y concretas como para dar una regla clara para el progreso social. Los sistemas hedonista y espiritualista son demasiado individualistas para ofrecer una orientación genuina al resolver los problemas institucionales del mundo contemporáneo. Por último, el resorte de la “fuerza” no viene más que a proporcionar justificación a las fuerzas del fascismo y de la regresión. Estas teorías no son adecuadas, principalmente a causa de las condiciones cambiantes que obran actualmente en el sistema capitalista.

        Entre estas condiciones se encuentra, en primer lugar, el hecho de que, por primera vez en la historia de la humanidad, existen facilidades para producir artículos materiales suficientes para dar vida decente a todos los hombres. De esta manera, la responsabilidad de la pobreza y de la explotación existentes tienen que ser las relaciones económicas y productivas del hombre. Pero estas relaciones económicas, al estar fundadas sobre la propiedad privada del maquinismo económico o de los instrumentos de producción, implican la división de la sociedad en clases económicas opuestas. Entre estos grupos, los capitalistas por un lado, y por otro las masas del pueblo, cuya dirección se encuentra ejercida por los trabajadores industriales en primer lugar, hay entablada una lucha natural por el poder. Esta lucha, que empieza por una pugna al tratarse de ciertas condiciones concretas, tales como los salarios, la jornada de trabajo, el mejoramiento del nivel de vida, lleva constantemente hacia el dominio del poder político, que, por un lado, es la expresión del poder económico y, por otro, su precondición.

        La historia de esta lucha por el poder y por el manejo de las fuerzas de producción en la sociedad moderna ha sido ya relatada en diferentes ocasiones. Nuestro propósito no consiste en repetirla aquí. Todos los escritos de Marx, Engels y Lenin, todas las resoluciones de la Unión Soviética y del movimiento socialista internacional tratan de este punto. Nuestra tarea consiste simplemente en presentar y analizar la teoría ética, las bases de los juicios morales que han surgido de esta lucha y que sirven de orientación a la clase trabajadora. Ya hemos esbozado anteriormente los antecedentes teóricos de esta ética. Los capítulos siguientes tratarán de los aspectos particulares de esta teoría y de sus aplicaciones a ciertas formas de la conducta humana. El problema actual consiste en indicar las bases generales de los juicios éticos del socialismo científico marxista y examinar los méritos que le dan derecho a la superioridad sobre todas las teorías éticas tradicionales.

        En primer lugar, hay que tener siempre en cuenta que Marx y Engels niegan que los ideales morales y las consideraciones del mismo género pueden ser básicos en la vida humana y en la evolución social. Las teorías e ideales morales surgen de las necesidades individuales y de los procesos sociales; siempre pueden seguir reaccionando contra ellos mismos: permanecen subordinados a estas necesidades y procesos que tienen sus propias leyes específicas de funcionamiento. De esta manera, se satisface una necesidad o se lleva a cabo un progreso social, no simplemente porque ello es justo, sino porque la necesidad exigía su satisfacción y el progreso sigue las leyes del proceso económico y social. De aquí se deduce que Marx y Engels creían que el socialismo vencería al capitalismo, no solo porque es un sistema mejor o más justo, desde un punto de vista ético, sino porque la economía capitalista, al crear contradicciones y antagonismos, se verá finalmente vencida y cuando el pueblo la venza pasará a resolver sus propios problemas y necesidades para establecer el socialismo.

        En segundo lugar, puesto que no hay principios morales que estén fuera de las necesidades y deseos del hombre, y puesto que estas necesidades y deseos se ven sometidos a las condiciones actuales de la división social de clases, quedan solo dos actitudes que pueden ser base de los juicios morales. Estas actitudes están determinadas por los intereses y necesidades de la burguesía por un lado, y del proletariado, por el otro. Para expresarnos en diferente forma: si solamente las necesidades de los hombres hacen que una cosa sea buena (como insistía en sostenerlo Spinoza) y si ellos están divididos en clases antagónicas irreconciliables, entonces no cabe otra alternativa que aceptar el antagonismo e identificarse, según los intereses y deseos de uno mismo, con una de las dos clases en conflicto. Es posible que un gran número de personas no tengan que hacer esta elección, por lo menos conscientemente, porque su posición en la sociedad tiende a lanzarlas a uno de los dos campos. El apremio social las maneja mucho mejor que toda consideración teórica. Pero, en el caso de otras personas, como los intelectuales y los profesionales, se hace necesario una decisión de deliberada. De esta manera, la cuestión consiste en saber si hay consideraciones morales que determinen la decisión para ir a uno u otro partido en lucha. Esta cuestión, obsérvese bien, es diferente de aquella otra, idealista y liberal, que consiste en saber si hay o no valores morales que están por encima de la lucha de clases, y podría enunciarse así: ¿Hay valores morales inherentes a la lucha de clases y según los cuales uno puede tomar una decisión para alinearse en uno u otro partido?

        Sin embargo, el conflicto de clases no quiere que la cooperación sea imposible. En realidad, en ciertos periodos históricos el interés de ambas clases impone tal cooperación. La Revolución de Estados Unidos y la Guerra Civil llegaron a obtener el triunfo solo gracias a las alianzas de varias clases sociales y económicas y a su devoción común por una misma finalidad. De la misma manera, la guerra de las Naciones Unidas contra las potencias del Eje podrá obtener la victoria solo en el caso de que se pospongan momentáneamente ciertos intereses y la trascendencia de las diferencias entre el capital y el trabajo; no en consideración a un interés común abstracto, sino en consideración de intereses particulares de clase, que, en las condiciones actuales, imponen la cooperación. O, para expresarlo más claramente: el capital americano, si quiere salvarse como clase capitalista americana, tiene que conseguir el apoyo de los trabajadores. Asimismo, las clases trabajadoras saben perfectamente que la salvación de América y la de ellas mismas requiere abstenerse de ahondar las diferencias y provocar conflictos con el capitalismo y en seguir a éste al tratarse del conflicto actual. La historia reciente de Francia, y de su apaciguamiento general, nos hace ver que los trabajadores son los más resueltos elementos en esta alianza. Y esto ocurre, no porque los trabajadores tengan mayor solvencia moral, sino porque, como lo hace ver el marxismo, las necesidades y los intereses de los trabajadores los determinan, en forma más decisiva, a oponerse al fascismo, para conservar la independencia nacional y luchar al lado de la libertad y del progreso, siempre que las necesidades e intereses del capitalismo le dicten una política clara y una línea firme.

        En tercer lugar, la conclusión, en este caso, es que el análisis marxista de la forma de producción capitalista revela su incompetencia para proveer los artículos materiales que necesitan las masas del pueblo. En otras palabras, los mismos medios de producción que el capitalismo ha desarrollado hasta un nivel tan alto, han superado las relaciones de producción capitalista, esto es, han tornado anticuada la propiedad la propiedad privada de estas fuerza productivas. Una de las expresiones de estas contradicciones viene a ser la serie de crisis, con su paradoja de miseria y desocupación, precisamente a causa de que hay demasiados productos manufacturados, o más corrientemente, porque el descenso de las cifras de ganancia trae consigo el retiro de capitales de la producción. Otra expresión es la guerra imperialista, que se produce cada vez que los grupos capitalistas rivales tratan de encontrar nuevos campos de inversión de capitales, fuentes de materias primas más baratas y nuevos mercados para vender los excedentes de sus mercancías. Una expresión más, es el fascismo, o sea el hecho de que el gobierno del Estado pase a poder de una pandilla bien organizada de monopolistas rapaces, ayudada por la demagogia y el gansterismo, con el fin de ejercer un dominio económico absoluto en el propio país y asaltar y esclavizar en el extranjero. Su primera aparición inocente se hace en forma de un capitalismo “planificado, racionalizado y dirigido”. Pero, desde el momento en que el planeamiento social en interés de una minoría requiere un grupo cada vez más reducido de gobernantes –en la misma forma que el planeamiento social en interés de las masas requiere una ampliación constante de la base– esta forma capitalista recurre, cada vez con más urgencia, al dominio brutal de una banda de monopolistas capitalistas.

        El análisis marxista revela posteriormente que solo la socialización de los medios de producción puede hacerlos funcionar en beneficio de las masas del pueblo y llevarlos a un desarrollo mayor de las fuerzas productivas. La única fuerza social que anhela la socialización, es decir, el paso adelante en el desarrollo de la economía humana, y que es capaz de realizarlo, es la clase trabajadora con sus aliados, los intelectuales, los campesinos y los pueblos coloniales. Sus intereses así lo requieren, pues se trata de abolir la forma capitalista de producción, es decir, tanto la clase burguesa como la clase proletaria, para realizar una unidad social. La clase trabajadora puede liberarse, así, solamente por el camino de la liberación de toda la sociedad, destruyendo el yugo y las limitaciones de la economía capitalista. La conclusión marxista sostiene, pues, que la clase trabajadora, gracias a la posición que ocupa en el sistema productivo, se ve impulsada a luchar en interés de la inmensa mayoría de la humanidad. De esta manera, sus necesidades crean para ello una moral, que es al mismo tiempo una ética de clase y una ética humana,, abarcando actualmente o potencialmente a todos los hombres.

        Aquí se nos presenta una aparente anomalía, que resulta incomprensible para ciertos intelectuales de mentalidad mecanizada, pero que la clase consciente de trabajadores y todas aquellas personas que han aprendido a pensar como es debido pueden comprender fácilmente. La tentativa para resolver los problemas actuales recurriendo a las llamadas verdades morales universales y eternas, l “bien común” de la humanidad en abstracto, corre el grave riesgo de ser simplemente un gesto vano y hasta de obstaculizar las soluciones posibles. Por otra parte, apelando a la clase trabajadora y accionando en beneficio de ella misma, esta ética, obrando como si se preocupara solo de una parte de la humanidad, se hace realmente el único verdadero humanismo. Esta es la paradoja del marxismo, de su ética, creada por las condiciones del mundo moderno y no por el pensamiento de Marx. La elaboración de los detalles económicos y políticos de esta concepción se encuentran en las obras de los grandes marxistas y no hace falta repetirlos aquí. Y hay que tener siempre presente que Marx, Engels, Lenin, Stalin y otros marxistas no hablaron, por lo general, de los valores morales, de la humanidad y de otras cosas parecidas; pero su acción estuvo siempre inspirada por el ideal de lo racional, de la sociedad humana sin clases, en la cual el bien de cada uno es el bien de todos. Ellos se abstenían de hablar al respecto –como lo señala Engels en la cita que hemos hecho en el capítulo anterior– porque no querían que se confundiera su análisis científico del proceso económico y social con la utopía socialista moralizante, y porque veían justamente que la burguesía había monopolizado los términos y expresiones, como “justicia”, “derecho universal”, la “mayor felicidad para el mayor número posible”, hecho que les hacía temer que sus propios ideales morales fueran confundidos con los de la clase enemiga.

        Para resumir, la ética marxista, basándose en las actuales necesidades, deseos y aspiraciones del hombre contemporáneo, encuentra, dentro de las contradicciones y antagonismos del mundo capitalista, que las necesidades e ideales de la clase trabajadora coinciden completamente con los de la humanidad. De esta manera, los marxistas creen que la clase trabajadora tiene todos los derechos del mundo en su lucha por la derrota del fascismo y en su esfuerzo a fin de crear las condiciones necesarias para su propia emancipación –su justicia es tal, en la práctica, que sus actos no pueden ser juzgados con un criterio que esté encuadrado en la ética de la clase capitalista– Y esto ocurre, no porque las finalidades de la clase trabajadora sean buenas en sí mismas y por sí mismas, sino más bien porque constituyen los únicos medios para llevar a cabo el progreso general de la humanidad, proporcionando a cada hombre lo máximo de lo que necesita. Por eso los marxistas no examinan particularmente una huelga, una rebelión de los trabajadores de la ciudad y del campo, o una revolución colonial para ver si en cada caso se observan los cánones de la ética de la burguesía; lo único que hacen es examinarlos para ver si contribuyen o no al progreso y triunfo de la causa proletaria y de los pueblos oprimidos. En este terreno es donde precisamente los marxistas y los reformistas se encuentran lado a lado, pues aquí radica la médula de la ética marxista, en su forma perfectamente diferenciada de todas las demás formas de pensamiento ético. Y esto ocurre, no porque los marxistas carezcan de una ética, sino porque tienen una ética, tan profundamente enraizada en todo el proceso histórico y social, que se niega a adoptar como definitivo el punto de vista de la clase dominante. Se niega también a juzgar el conflicto de clases actual solamente según los cánones que el mismo capitalismo creó para su propia justificación y perpetuación, sin que por eso deje de tomar lo mejor de este punto de vista para defenderlo de los contrarrevolucionarios fascistas.

        Un socialista americano, Morris Hillquit, durante los primeros años de su actividad directora, dio expresión sucinta a esta concepción marxista de la clase trabajadora, que desarrolló, por las necesidades e intereses de su propia lucha, su moralidad especial, que es al mismo tiempo la más alta moralidad de nuestro tiempo. Hillquit escribía en 1909:

        “La moderna clase trabajadora se encuentra emancipándose gradual, pero rápidamente de la moral particular de la clase dominante… Y, a medida que la lucha de su clase contra el dominio capitalista se hace más general y concreta, más consciente y efectivamente crece en los proletarios un sentimiento de lealtad clasista, de solidaridad clasista y de consciencia clasista, que constituyen la base de un nuevo código de la ética. El moderno movimiento obrero está elaborando su propio código de ética, sus propias formas de derecho y de conducta, sus propios ideales morales. Conducta buena, o mala, significa ya para ellos conducta que conduce o desvía del movimiento encaminado a la emancipación de su clase. Ellos admiran al verdadero, aguerrido militante que los dirige, al héroe de sus luchas contra la clase explotadora. En cambio, detestan al farsante y al desertor de las filas de combate”.

        “Se puede decir que los principales preceptos de la nueva moral de la clase trabajadora son las consignas históricas que Marx y Engels dieron al movimiento socialista moderno y que dicen así: ‘La emancipación de los trabajadores solo pueden llevarse a cabo por los trabajadores mismos’ y ‘¡Trabajadores de todos los países, uníos! En vuestra lucha actual, no tenéis nada que perder, sino vuestras cadenas; en cambio, tenéis todo un mundo que ganar!”

        “Esta nueva moral no es, de ninguna manera, una moral social ideal; es simplemente una ética de lucha, una ética de clase aún. Pero, justamente porque es la ética de una clase subyugada, que lucha por su emancipación, resulta enormemente superior a la ética vigente de una clase que quiere mantener a toda costa sus privilegios adquiridos. Los trabajadores no pueden abolir el dominio de la clase capitalista; ni pueden emanciparse ellos mismos sin emancipar a toda la humanidad. Detrás de la teoría socialista de la actual lucha de clases se encuentra la concepción de una armoniosa sociedad sin clases; detrás de la concepción de la solidaridad internacional de la clase trabajadora se encuentra el ideal de una amplia solidaridad de toda la raza humana. Los ideales de los socialistas modernos y de los obreros avanzados coinciden generalmente con la concepción científica de la moral absoluta.”30

Vladimir I. Lenin en una comunicación histórica dirigida al tercer congreso de la Liga de la Juventud Comunista, en 1920 (congreso celebrado en la Unión Soviética), creyó conveniente decir algo respecto a la moralidad comunista.

        Lenin dijo entonces a la juventud rusa:

        “Todo el objeto de la preparación, la educación y la enseñanza de la juventud consiste actualmente en inculcarle una nueva ética comunista.

        Pero, ¿hay ya una ética comunista? ¿Hay una moralidad comunista? Claro está que la hay. Por lo general, se dice que nosotros no tenemos ninguna moral, y los burgueses acusan siempre a los comunistas de repudiar toda clase de ética; pero éste no es más que un método conocido de sembrar confusión, de echar tierra a los ojos de los obreros y campesinos.

        ¿Cuándo tenemos que repudiar la ética y la moralidad?

        Cuando las oigamos predicadas por una burguesía que deduce sus formas éticas de los Mandamientos de Dios… Pero realmente, en vez de deducir su ética de los mandamientos de la moralidad, de los Mandamientos de Dios, esta burguesía los deduce de frases idealistas o semi-idealistas que siempre equivalen a algo similar a los Mandamientos de Dios.

        Nosotros repudiamos toda moralidad que no se derive estrictamente de lo humano y del concepto clasista. Nosotros decimos que cualquier otra forma de moral es un engaño, un fraude, un narcótico para la mente de los trabajadores y campesinos en interés de los terratenientes y de los capitalistas.

        Decimos que nuestra moralidad está enteramente subordinada a los intereses de la lucha de clases y al triunfo del proletariado. Nuestra moralidad se deriva de los intereses del proletariado en la lucha de clases”31.

        Lenin continúa describiendo la naturaleza de la vieja sociedad y dice que ésta “está basada en el principio de robar o dejarse robar, trabajar para otros o hacer que otros trabajen para uno, ser un dueño de esclavos o ser un esclavo” y agrega que los campesinos y obreros crearon una nueva sociedad con una nueva educación dirigida contra la psicología del egoísmo sórdido, que solo piensa en satisfacer sus apetitos sin preocuparse de que se hunda el resto de la humanidad. Y finalmente, en una sentencia, Lenin expresa la esencia de la concepción marxista de la ética en la siguiente forma: “La moral sirve para ayudar a la humanidad a levantarse a un nivel más alto y terminar con la explotación de los trabajadores”32.

        En una palabra, la ética es buena solo en el caso de que una cosa sea buena, según lo que puede realizar en bien de los hombres. Para resumir, la moralidad consiste en un código de principios que pueden guiar a los hombres y valorizar sus actos según que favorezcan o perjudiquen la satisfacción de sus necesidades y deseos materiales y espirituales. Y, puesto que cada ganancia en el nivel de vida de las masas del pueblo es un paso en esta dirección, los marxistas la juzgan buena y moral. Y puesto que solamente la socialización de los medios de producción puede establecer sólidamente tales ganancias del pueblo y colocar los fundamentos de un ilimitado desarrollo material y cultural humano, tal socialización es el más alto bien, es decir, el punto de vista moral para juzgar todos los actos –naturalmente hasta el momento en que ella se lleve a efecto– Después, cuando la explotación del hombre por el hombre haya sido abolida y cuando toda la humanidad unida trabaje armoniosamente por el interés común de cada uno como base del más grande interés de todos, la ética existente será transformada para ser algo que se encuentre más allá de toda posibilidad de simple especulación mental. Esta es la razón por la cual los grandes marxistas han tratado siempre de no hablar del futuro del socialismo –que actualmente no es ya una remota posibilidad sino una realidad para cerca de doscientos millones de hombres– sino que, después de esbozar ciertos delineamientos básicos, se contentaron con afirmar que el socialismo evolucionará al comunismo, o sea, a una sociedad que se regirá por el principio: “De cada uno según sus posibilidades; a cada uno según sus necesidades”.

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(30) Morris Hillquit. “Socialismo Teórico y Práctico”.
(31) V. I. Lenin. “La Joven Generación”.

(32) V. I. Lenin. “La Joven Generación”.

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