José Carlos Mariátegui
EL RECIENTE LIBRO DE Max Eastman, La Ciencia de la Revolución,
coincide con el de Henri de Man en la tendencia a estudiar el marxismo con los
datos de la nueva Psicología. Pero Eastman, que resentido con los bolcheviques,
no está exento de móviles revisionistas, parte de puntos de vista distintos de
los del escritor belga y, bajo varios aspectos, aporta a la crítica del marxismo
una contribución más original. Henri de Man es un hereje del reformismo o la
social-democracia; Max Eastman es un hereje de la Revolución. Su criticismo de
intelectual super-trotskysta, lo divorció de los Soviets a cuyo jefes, en
especial Stalin, atacó violentamente en su libro Depuis la Morte de Lenin.
Max
Eastman está lejos de creer que la psicología contemporánea en general, y la
psicología freudiana en particular, disminuyan la validez del marxismo como
ciencia práctica de la revolución. Todo lo contrario: afirma que la refuerzan y
señala interesantes afinidades entre el carácter de los descubrimientos
esenciales de Marx y el de los descubrimientos de Freud, así como de las reacciones
provocadas en la ciencia oficial por uno y otro. Marx demostró que las clases
idealizaban o enmascaraban sus móviles y que, detrás de sus ideologías, esto
es, de sus principios políticos, filosóficos o religiosos, actuaban sus intereses
y necesidades económicas. Esta aserción, formulada con el rigor y el
absolutismo que en su origen tiene siempre toda teoría revolucionaria, y que se
acentúa por razones polémicas en el debate con sus contradictores, hería
profundamente el idealismo de los intelectuales, reacios hasta hoy a admitir
cualquier noción científica que implique una negación o una reducción de la
autonomía y majestad del pensamiento, o, más exactamente, de los profesionales
o funcionarios del pensamiento.
Freudismo
y marxismo, aunque los discípulos de Freud y de Marx no sean todavía los más
propensos a entenderlo y advertirlo, se emparentan, en sus distintos dominios,
no sólo por lo que en sus teorías había de "humillación", como dice
Freud, para las concepciones idealistas de la humanidad, sino por su método
frente a los problemas que abordan. "Para curar los trastornos
individuales —observa Max Eastman— el psicoanalista presta una atención
particular a las deformaciones de la conciencia producidas por los móviles
sexuales comprimidos. El marxista, que trata de curar los trastornos de la
sociedad, presta una atención particular a las deformaciones engendradas por el
hambre y el egoísmo". El vocablo "ideología" de Marx es simplemente
un nombre que sirve para designar las deformaciones del pensamiento social y
político producidas por los móviles comprimidos. Este vocablo traduce la idea
de los freudianos, cuando hablan de racionalización, de substitución, de
traspaso, de desplazamiento, de sublimación. La interpretación económica de la
historia no es más que un psicoanálisis generalizado del espíritu social y
político. De ello tenemos una prueba en la resistencia espasmódica e irrazonada
que opone el paciente. La diagnosis marxista es considerada como un ultraje,
más bien que como una constatación científica. En vez de ser acogida con
espíritu crítico verdaderamente comprensivo, tropieza con racionalizaciones y
"reacciones de defensa" del carácter más violento e infantil".
Freud,
examinando las resistencias al Psicoanálisis, ha descrito ya estas reacciones,
que ni en los médicos ni en los filósofos han obedecido a razones propiamente
científicas ni filosóficas.
El
Psicoanálisis era objetado, ante todo, porque contrariaba y soliviantaba una
espesa capa de sentimientos y supersticiones. Sus afirmaciones sobre la
subconsciencia, y en especial sobre la libido, infligían a los hombres una
humillación tan grave como la experimentada con la teoría de Darwin y con el
descubrimiento de Copérnico. A la humillación biológica y a la humillación
cosmológica, Freud podría haber agregado un tercer precedente: el de la
humillación ideológica, causada por el materialismo económico, en pleno auge de
la filosofía idealista.
La
acusación de pan-sexualismo que encuentra la teoría de Freud, tiene un exacto
equivalente en la acusación de pan-economicismo que halla todavía la doctrina
de Marx. Aparte de que el concepto de economía en Marx es tan amplio y profundo
como en Freud el de libido, el principio dialéctico en que se basa toda la
concepción marxista excluía la reducción del proceso histórico a una pura
mecánica económica. Y los marxistas pueden refutar y destruir la acusación de
pan-economicismo, con la misma lógica con que Freud defendiendo el Psicoanálisis
dice que "se le reprochó su pan-sexualismo, aunque el estudio
psicoanalítico de los instintos hubiese sido siempre rigurosamente dualista y
no hubiese jamás dejado de reconocer, al lado de los apetitos sexuales, otros
móviles bastante potentes para producir el rechazo del instinto sexual".
Asimismo, en los ataques al Psicoanálisis no ha influido más que en las
resistencias al marxismo el sentimiento anti-semita. Y muchas de las ironías y
reservas con que en Francia se acoge al Psicoanálisis, por proceder de un
germano, cuya nebulosidad se aviene poco con la claridad y la mesura latinas y
francesas, se parecen sorprendentemente a las que ha encontrado siempre el
marxismo, y no sólo entre los anti-socialistas, en ese país, donde un
subconsciente nacionalismo ha inclinado habitualmente a las gentes a ver en el
pensamiento de Marx el de un boche* oscuro y metafísico. Los italianos no le
han ahorrado, por su parte, los mismos epítetos ni han sido menos extremistas y
celosos en oponer, según los casos, el idealismo o el positivismo latinos al
materialismo o la abstracción germanas de Marx.
A
los móviles de clase y de educación intelectual que rigen la resistencia al
método marxista, no consiguen sustraerse, entre los hombres de ciencia, como lo
observa Max Eastman, los propios discípulos de Freud, proclives a considerar la
actitud revolucionaria como una simple neurosis. El instinto de clase determina
este juicio de fondo reaccionario.
El
valor científico, lógico, del libro de Max Eastman —y esta es la curiosa
conclusión a la que se arriba al final de su lectura, recordando los
antecedentes de su Depuis la Morte de Lenin y de su ruidosa excomunión por los
comunistas rusos— resulta muy relativo, a poco que se investigue en los sentimientos
que inevitablemente lo inspiran. El Psicoanálisis, desde este punto puede ser
perjudicial a Max Eastman como elemento de crítica marxista. El autor de La
Ciencia de la Revolución le sería imposible probar que en sus razonamientos neo-revisionistas,
en su posición herética y, sobre todo, en sus conceptos sobre el bolchevismo,
no influyen mínimamente sus resentimientos personales. El sentimiento se impone
con demasiada frecuencia al razonamiento de este escritor, que tan
apasionadamente pretende situarse en un terreno objetivo y científico.
*Se dice, despectivamente, de los
alemanes.
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