Crítica de
Jazz e Ideología
LeRoi Jones*
LA
MAYORÍA DE LOS CRÍTICOS de jazz han sido norteamericanos blancos, pero no así
los músicos de jazz más importantes. Esto puede parecer una realidad bastante
simple para mucha gente, o, al menos, una realidad que puede explicarse
fácilmente en términos de la historia cultural y social de la sociedad
norteamericana. Y es obvio el por qué se pueden contar con los dedos de la mano
los críticos negros, o escritores sobre jazz, que valgan la pena, digamos, si
se considera que hasta hace poco tiempo, relativamente, esos negros que podían
llegar a ser críticos, en su mayoría productos de la clase media negra,
simplemente no estaban interesados en esa música. Además, el jazz, para la
clase media negra, sólo recientemente ha perdido algo de su estigma (aunque en
modo alguno es tan popular entre ellos como cualquier producto musical
insípido sancionado por el gusto de la mayoría blanca). El jazz estaba encerrado
junto con los numerosos esqueletos que el negro de la clase media escondió en
un rincón de su siquis, junto con sandías y ginebra, y cuyo traqueteo le
provocaba un sinfín de miserias y autodesprecio. Un profesor de filosofía de la
Universidad de Haward me dijo durante mi último año allí: «¡Es fantástico ver
cuánto mal gusto contienen los blues!». Pero es justamente este «mal gusto»
(según ese tío Tom) el único factor que ha evitado que lo mejor de la música
negra cayera estérilmente en las cámaras de eco de la mediocre cultura
norteamericana «promedio». Y en gran medida semejante «mal gusto» se mantuvo
vivo en la música, blue o jazz, porque los negros responsables de lo mejor de
nuestra música siempre reconocieron su propia identidad de negros
norteamericanos; y ellos mismos, en realidad, no deseaban convertirse en
norteamericanos inciertos y sin rostro, como casi siempre ocurre con la clase
media negra. Esto, desde luego, no quiere decir que no hayan existido músicos
negros de gran importancia salidos de la clase media. A partir de la época de
Henderson, su número ha aumentado enormemente en el jazz, como intento
explicarlo en un libro, publicado recientemente, «Blues People: Negro Music in
White America».
La clase media negra
Los
negros tocaban jazz, como antes habían cantado blues o aún antes gritado y
gemido en esos campos anónimos, porque era una de las pocas formas de
expresión humana que podían utilizar. Los negros que sintieron el impulso de
los blues, y más tarde del jazz como un medio específico de expresión se
incorporaron naturalmente a la propia música. Había menos consideraciones
sociales o extraexpresivas que pudieran descalificar a cualquier posible músico
negro de jazz, por ejemplo, que las que existían digamos, para un negro que
contemplaba llegar a ser escritor (o para el caso, incluso de un ascensorista).
Y como he dicho, cualquier negro que tenía alguna ambición literaria a
principios de siglo, generalmente desarrollaba una lealtad tan poderosa hacia
los sacramentos de la cultura norteamericana de la clase media que se horrorizaría
ante la idea de escribir sobre jazz.
Hasta
los años treinta había sólo unos pocos «críticos de jazz» en Estados Unidos y
en su mayoría estaban influidos por lo que Richard Dadlock ha llamado «la
actitud de caramba-qué-es-esto cuidadosamente documentada» de los primeros
críticos serios de jazz europeos, también estaban, de paso, influidos más
profundamente por las costumbres culturales y sociales de su propia sociedad.
Y era natural que su crítica, no importa su intención, fuese un producto de esa
sociedad o al menos reflejara algunas de las actitudes e ideas de esa
sociedad, aunque no estuviera directamente relacionada con el tema que estaban
tratando: la música negra.
El
jazz, como una música negra y hasta la época de las grandes orquestas, existió
al mismo nivel cultural de la subcultura que lo había producido. Esta música y
sus fuentes eran cosas «ocultas» para el resto del país, poco más o menos lo
mismo que la vida real del hombre negro en Estados Unidos permanecía oculta
para los norteamericanos blancos. Los primeros críticos blancos eran hombres
que intentaban, conscientemente o no, entender este secreto del mismo modo que
los primeros músicos blancos y serios de jazz (Original Dixieland Jazz Band,
Bix, etc.) intentaban no sólo entender el fenómeno de la música negra sino
apropiársela también como medio de expresión. El éxito de esta «apropiación»
señaló la existencia de una música norteamericana, donde antes había sólo una
música negra. Pero el músico blanco de jazz tenía con frecuencia una ventaja
sobre el crítico blanco. La entrega del músico blanco al jazz como preocupación
fundamental, planteaba que las actitudes subculturales que producían esta
música como una expresión profunda de sentimientos humanos deberían aprenderse
y no transmitirse como un secreto rito de sangre. Y la música negra es
esencialmente la expresión de una actitud o una serie de actitudes frente al
mundo y sólo secundariamente una forma de elaborar música. El músico blanco de
jazz llegó a entender esta actitud como una manera de hacer música; la
intensidad de esta comprensión produjo los grandes músicos blancos de jazz y
los sigue produciendo aún hoy.
La
dedicación del crítico, por lo general, era primero a su apreciación de la
música más bien que en su comprensión de la actitud que la generaba. Esta
diferencia significaba que el crítico del jazz sólo tenía que apreciar la
música o lo que él creía que era la música y que no necesitaba entender ni
preocuparse por las actitudes que la producían, salvo quizás como una
consideración puramente sociológica. Esta última idea es, sin duda, lo que
produjo el paternalismo que se conoce con el nombre de Jim Crow1.
Este cliché detractor, «toda su gente tiene ritmo», no deja de ser por eso un
cliché, simplemente porque está propuesto como un rasgo positivo. Pero esta
actitud de Jim Crow no ha sido una falla tan amenazadora o tan evidente en la
crítica de jazz como el fracaso del crítico blanco para concentrarse en el
espíritu de los blues y del jazz antes que en su apreciación condicionada de la
música. La falla principal en este enfoque de la música negra es que despoja a
la música, con demasiada ingenuidad de su función social y cultural. Intenta
definir el jazz como una manifestación artística (o un arte folklórico) que no
ha salido de ningún conjunto inteligente de filosofía sociocultural. Damos por
conocido el medio social y cultural y la filosofía que produjo a Mozart. Como
occidentales, el pensamiento sociocultural de la Europa del siglo XVIII nos
llega como un legado histórico que es parte continua y orgánica del siglo XX.
La filosofía sociocultural del negro en Estados Unidos (como un ininterrumpido
fenómeno histórico) no es menos específica ni menos importante para cualquier
especulación crítica inteligente sobre la música que la hizo posible. De nuevo,
no proponemos un estrecho análisis sociológico del jazz sino más bien
insistimos que esta música no puede entenderse adecuadamente (en términos de
crítica) sin prestar cierta atención a las actitudes que la produjo. La
filosofía de la música negra es la más importante, y esta filosofía es sólo
parcialmente el resultado de la predisposición sociológica de los negros
norteamericanos. Es, por supuesto, mucho más que todo eso.
La futilidad de la
musicología formal
El
análisis musicológico estricto del jazz, en gran auge recientemente, es también
tan limitado en cuanto a crítica de jazz como un acercamiento sociológico
estricto. El copista de cualquier blues o sólo de jazz no tiene posibilidad de
captar los elementos verdaderamente importantes de la música. (La mayoría de
las transcripciones de la letra de los blues es igual de frustrante.) Una
partitura de un solo de Armstrong o de Thelonius Monk no dice casi nada, salvo
la futilidad de la musicología formal ante el jazz. No sólo son casi
imposibles de transcribir los distintos efectos de jazz, es que cada nota significa algo
bastante unido a la notación musical. Las notas de un solo de jazz existen en
una notación por razones estrictamente musicales. Las notas de un solo de
jazz, a medida que van apareciendo, existen por razones que son sólo
concomitantemente musicales. Los gritos de Coltrane no son «musicales», pero
son música y una música bastante conmovedora. Los chillidos y las protestas de
Ornette Coleman sólo son musicales cuando uno entienda la música que su actitud
emocional intenta crear. Esta actitud es real y tal vez el aspecto más
singularmente importante de su música. Mississippi Joe Williams, Snooks Eaglin,
Lightnin'Hopkins tienen diferentes actitudes emocionales a las de Ornette
Coleman, pero todas estas actitudes son parte integral de la biografía
histórica y cultural del negro, tal como ha existido y se ha desarrollado desde
que apareció en Estados Unidos; una música con la que podía identificarse y que
no existía en ninguna otra parte del mundo. Las notas significan algo; y ese
algo es, fuera de consideraciones estilísticas, parte de la siquis negra
dictando las diferentes formas de su cultura.
Otra
falla irremediable en casi todo lo escrito sobre jazz a través de los años es
que, en la mayoría de los casos, los escritores, los críticos de jazz, han sido
todo menos intelectuales (en el más amplio sentido). En gran medida, la
crítica de jazz comenzó como un hobby o una osadía juvenil entre algunos
miembros de la pequeña burguesía norteamericana, cuya única comprensión de la
música consistía en afirmar que era diferente; de lo contrario hubieran sido lo
bastante valientes para lanzarse al barrio bajo negro para escuchar cómo su
instrumentista favorito difamaba la tradición musical de Occidente. Los
críticos de jazz en su mayoría eran (y son) no sólo blancos de clase media,
sino también mediocres. Aquí la ironía es que como tantos críticos de jazz son
blancos mediocres, gran parte de la crítica de jazz tiende a imponer valores
típicos del mundo blanco para juzgar una música que es completamente antitética
a tales patrones en sus más profundas manifestaciones; con bastante frecuencia
es, de hecho, una reacción directa contra esos valores. (Supongamos,
invirtiendo las cosas, que la gran mayoría de los críticos de la clásica
música occidental fueran negros pobres, sin ninguna educación.) Un hombre puede
hablar de la «herejía de be-bop», por ejemplo, sólo si ignora completamente los
catalizadores sicológicos que hacen que esa música sea el registro exacto del
pensamiento social y cultural de toda una generación de negros norteamericanos.
La estética de los blues y del jazz, para entenderla debidamente, debe analizarse
lo más cerca posible de su contenido humano total. La gente creó el be-bop; la
pregunta que debe plantear primeramente el crítico es: ¿por qué? Y precisamente
este porqué de la música negra ha sido consistentemente ignorado o se ha
entendido mal la necesidad de plantearlo. El jazz contemporáneo, durante estos
últimos años, ha reformado en parte la anarquía y la excitación de los años del
be-bop.
Los
movimientos cobardes del bop cool
y hard parecen,
desde los años cuarenta, lastimosamente dóciles, incluso decadentes comparados
con la música de hombres como Ornette Coleman, Sonny Rollins, John Coltrane,
Cecil Taylor y algunos otros que han estado tocando recientemente. Y de los
pioneros del bop sólo Thelonius Monk se las ha ingeniado para mantener, sin
lugar a dudas, la viciosa capacidad creadora con la que se inició en el jazz,
allá por los años cuarenta. La música ha vuelto a cambiar por muchas de las
mismas razones básicas que cambió hace veinte años. El bop era, en cierto
nivel, una reacción de los músicos jóvenes contra la esterilidad y la
formalidad del swing, según éste iba integrándose al cauce central de la
cultura norteamericana. The
New Thing, como se ha llamado al último jazz, es, en grado sumo,
una reacción contra el estilo hard
boop - funds - groove - soul, el cual pareció ser una protesta contra la asfixia de muchos elementos blues en el jazz
cool
y progressive.
Este tipo de jazz luego llegó ser tan formal y estereotipado como el cool o el swing; la posibilidad de
una expresión imaginativa dentro de esa forma ha quedado reducida prácticamente
a nada.
La
crítica debe aislar y entender la actitud y la filosofía emocional contenidas
en «la nueva música» antes de poder introducir cualquier «valoración» legítima.
Más adelante, sin duda, se hace relativamente fácil caracterizar las tendencias
emocionales que informaban con anterioridad las manifestaciones estéticas.
Después del hecho concreto, resulta mucho más fácil trabajar y pensar. Un
escritor que redactó las notas para un reciente disco de John Coltrane, por ejemplo,
mencionó lo difícil que le había sido valorar al principio a Coltrane, del
mismo modo que le había resultado difícil valorar a Charlie Parker cuando éste
hizo su primera aparición. Para dictar: «Me gustaría ser uno de esos sabios que
pueden exclamar: 'Hombre, yo entendí a Bird la primera vez que lo escuché'.
Pues yo no: la primera vez que escuché a Charlie Parker pensé que aquello era
ridículo...». Bueno, esa es una confesión noble y todo, pero la responsabilidad
es todavía sólo del escritor y no implica en modo alguno Charlie Parker o a lo
que trataba de hacer. Cuando ese escritor escuchó a Parker por vez primera
simplemente no entendió por qué Bird tocaba de la manera que lo hacía, como
tampoco pudo haberle parecido muy importante. Pero ahora, sin duda, deviene
casi una forma de snobismo a la inversa decir que uno no creyó que la música de
Parker era gran cosa cuando la escuchó por vez primera, etc., etc. La cuestión
es, a mi entender, que si la música tiene ahora algún valor debió haberlo
tenido también entonces. Se supone que los críticos son individuos en condiciones
para señalar lo que vale y lo que no vale y, sobre todo, en el momento en que
hace su primera aparición. Si ellos consistentemente se equivocan, ¿de qué
sirven?
La
crítica de jazz, evidentemente, tal como ha existido en Estados Unidos, ha
servido en muchísimos casos simplemente para ofuscar lo que ha estado
realmente sucediendo con la propia música. Las lamentables arengas que agitaron
durante la década del cuarenta a dos «escuelas» de críticos, sobre cuál era «el
verdadero jazz», el nuevo o el tradicional, fue uno de los más feos ejemplos.
Un crítico que elogia la música de Bunk Johnson a costa de Dizzy Gillespie no
vale como crítico; pero tampoco es un hombre el que invierte la cosa y golpea a
Bunk para inflar a Dizzy.
Hasta
el presente sólo dos dramaturgos norteamericanos, Eugene O'Neill y Tennessee
Williams, han logrado la profundidad o la importancia dentro de la historia de
las ideas que tienen Louis Armstrong, Bessie Smith, Duke Ellington, Charlie
Parker u Ornette Coleman; hay, sin embargo, un cuerpo más serio y consistente
de crítica teatral que de crítica sobre la música negra. Y esto es simplemente,
porque existe una tradición inteligente y un conjunto de crítica teatral,
aunque en su mayoría provenga de Europa, a la que cualquier inteligente crítico
del teatro norteamericano puede recurrir. De nada nos puede servir en la
crítica de jazz la tradición de la crítica europea. La música negra, como el
propio negro, es estrictamente un fenómeno norteamericano. Tenemos que
establecer valores y juicios estéticos que dependan de nuestro conocimiento y
de nuestra comprensión como nativos de la filosofía subyacente y de las
referencias culturales locales que produjeron los blues y el jazz, a fin de
analizar el fenómeno con lucidez y permanencia. Puede ser que aún estemos a
tiempo para empezar.
_____________
Notas
*Poeta,
novelista, ensayista, dramaturgo, activista político, fue fundador y director
de la revista de poesía Jugen y de la
editorial Totem Pres, en la que fueron publicados por primera vez textos de
Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Publicó numerosos trabajos sobre colonialismo,
opresión nacional, racismo y música afroamericana, entre los que se destaca Blues People. Música Negra en América
Latina. (Nota de la Redacción).
(1) JimCrow: Personaje de una vieja canción sureña. Se
ha convertido en el símbolo de la discriminación basada en leyes y costumbres
para mantener separados a los negros en las escuelas, el transporte, la
vivienda...
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