Negación, Eliminación y Exacerbación de las Diferencias. Derecho a la
Diferencia, Derecho a la Semejanza
Santiago Ibarra
Preliminares
LA DIVERSIDAD ES UNA CARACTERÍSTICA DE LAS sociedades humanas desde su
misma aparición. De norte a sur y de este a oeste las primeras formaciones
comunitarias se distinguieron unas a otras en sus formas de organización
económica y social tanto como en sus expresiones culturales. En gran medida
estas diferencias se explican por los distintos ambientes geográficos y
climáticos en que a esas sociedades les tocó desenvolverse. A la vez, esas
sociedades compartieron rasgos comunes: tenencia colectiva de la tierra,
distribución equitativa del producto, inexistencia de clases sociales y de
estado en el sentido estricto de los términos, etc. Con esta constatación
histórica queremos llamar la atención sobre el hecho de que la diversidad nos
acompaña a los seres humanos desde hace varios milenios y que a la vez esas
mismas sociedades compartieron problemas y necesidades comunes (escasez,
sequías, desastres naturales diversos, necesidad de incrementar la
productividad del trabajo, etc.) Hoy, al igual que milenios atrás, la
diversidad viene cruzada por problemas y necesidades comunes, sólo que ahora se
impone la necesidad de acordar acciones a nivel regional y planetario para
afrontarlas.
La expansión mundial del
capitalismo: negación, eliminación y exacerbación de las diferencias
La expansión mundial del capitalismo desde fines
del siglo XV trajo consigo, vía la más descarnada violencia, la desaparición de
numerosos grupos étnicos en América, Asia y África, expropiándoseles sus
tierras y los recursos naturales que ellas contenían. Víctimas del
colonialismo, en América Latina veinte millones de indígenas perecieron entre
1500 y 1800. Los colonizadores y sus intelectuales afirmaron que su misión era
civilizatoria, tanto como hoy lo hace Estados Unidos y Europa occidental en
Medio Oriente y el resto del mundo. De hecho, se consideraba a los indígenas
seres inferiores a quienes había que transmitir la cultura y los valores del
capitalismo (sed de ganancia) y de occidente (cristianismo, aunque los orígenes
de esta religión no se ubiquen precisamente en occidente). Por eso, no sólo el
fusil, sino también la iglesia católica fueron los dos elementos esenciales
mediante los cuales se llevó a cabo esta asimilación y la negación del otro,
del indígena y del negro, sin que, finalmente, pudieran cumplir en términos
absolutos este proyecto. En todos los casos, el colonialismo implicó e implica todavía
hoy la negación y la conculcación de la dignidad e integridad moral del
indígena, del negro, del asiático.
Como resultado y
relacionado con el colonialismo (y del capitalismo), todavía hoy tenemos los
más variados casos de traumatismos y despersonalización: autonegación,
discriminación del semejante con un color de piel distinto, discriminación del
extranjero, violencia al interior y entre comunidades, violencia intrafamiliar,
violencia social callejera, drogadicción y alcoholismo. El colonialismo no es
un asunto del pasado, sino también del presente. No es posible concebir el
capitalismo al margen del colonialismo, como algunos errónea e
ingenuamente creen, y muestran no haber
comprendido las enseñanzas de Lenin al respecto.
Ahora bien,
frente a la ofensiva del colonialismo, del imperialismo y del capitalismo los
pueblos del mundo ofrecieron sacrificada resistencia, armadas unas veces, pero
además hay que considerar la resistencia cultural que pervive hasta la
actualidad. Así, los indígenas han debido defender sus territorios –los
ambientes que les garantizaban la reproducción de sus sociedades- en distintos
momentos de la historia. En lo que se refiere a su resistencia cultural ha
cristalizado mediante la idealización de su pasado, que hacen contrastar con
las desigualdades sociales, la lógica mercantil del capitalismo, el consumismo
y sus guerras permanentes –lo que, en lo que se refiere a las desigualdades y
las guerras, obviamente, pertenece más al imaginario que a la realidad
histórica- y estructuras discursivas que reivindican la solidaridad, la ayuda
mutua, la reciprocidad, en contraste con la competencia inmisericorde propia
del capitalismo y la pérdida masiva de valores en que nos debatimos en el
capitalismo contemporáneo. Estos marcos discursivos reciben nombres diferentes
según se trate de las nacionalidades y grupos étnicos: Sumaj Qamaña entre los
aymaras, Suma Kawsay entre los quechuas, Ñandoreko entre los guaraníes de
Bolivia, entre otros. Considero aquí pertinente preguntarse: estos discursos,
¿son realmente una recuperación fidedigna, sin distorsión alguna de la cultura
andina ancestral?, ¿no se trata más bien de una reinvención contemporánea
efectuada por intelectuales indígenas tomando elementos del mundo andino… y del
mundo occidental?
De otro lado,
debemos considerar que las realidades nacionales de los Estados Unidos y de los
países de Europa occidental se han modificado bastante a raíz de los enormes
flujos migratorios desde las periferias a esos países. Para los partidarios del
estado nacional monoétnico esta situación constituye sin duda un problema. En
estos países millones de negros, árabes, africanos y latinos sufren una mayor
explotación de su fuerza de trabajo, así como las más variadas formas de discriminación y la segregación
incluso territorial al interior de los Estados Unidos y de Europa occidental,
en suma, la negación y la denigración de su dignidad. Esos inmigrantes sufren
en carne propia esa opresión, como traumatismos, como despersonalización, como
melancolía, como acumulación de frustraciones, e incluso como odio y
desconfianza profunda hacia el europeo, sentimientos y vivencias que están
detrás de las rebeliones de estos inmigrantes en Estados Unidos y Europa
occidental.
En Europa
occidental, la exacerbación de los nacionalismos, el surgimiento de los
chovinismos, a la vez que traducía poderosos intereses económicos en cada una
de las naciones europeas y camina sobre una dinámica y lógica propias, conducía
a la eliminación física de hombres de nacionalidades distintas. Así, durante la
primera guerra mundial (1914-1918) fueron asesinados diez millones de personas, y durante la segunda guerra mundial
(1939-1945) fueron asesinados cincuenta millones de personas. Solamente los
nazis, cuya ideología apelaba a la idea de la superioridad racial aria, a la
sangre, a la comunidad, asesinaron a seis millones de judíos y amenazaban con
conquistar el mundo. Y habrá que recordar que fue el ejército rojo y el pueblo
ruso –no los Estados Unidos- los que derrotaron a los nazis. Veintiséis
millones de rusos murieron en esta gesta heroica.
Luego de la
segunda guerra mundial se consolidaría en Europa occidental el Estado de
bienestar, y el capitalismo alcanzaría importantes tasas de crecimiento
económico a nivel planetario. Para
explicarse la consolidación del Estado de bienestar en Europa occidental es
absolutamente superfluo recurrir al modelo de un “capitalismo bueno”. Como lo
ha dicho en numerosas oportunidades el teórico marxista Samir Amin, aquél
surgió para impedir la expansión del socialismo en esa región. Fue el miedo al
comunismo que finalmente hizo posible la instauración del Estado de bienestar
en esta región del mundo. Pero la bella época duró poco tiempo, y desde fines
de la década de 1970 el Estado de bienestar iba a ser desmantelado poco a poco
hasta que este hecho en los últimos años es reconocido por economistas
burgueses como Paul Krugman como expresión de una profunda crisis de la
economía capitalista.
Las crisis son
consustanciales al capitalismo. El equilibrio es entonces temporal. (Esto
deberían entenderlo en el Perú de una vez por todas aquellos que ven en su
actual crecimiento económico una tendencia sin fin en el tiempo). Así, pues, la
crisis estructural del capitalismo que se inicia en los primeros años de la
década de 1970 se perpetúa en las décadas de 1990 y en la del 2000.
Remitiéndonos a la última, a la de 2008, con epicentro en los Estados Unidos,
producto de la hiperfinanciarización de su economía y de la de Europa,
estrangula las economías ya no sólo de los países de las periferias, sino la de
los propios países del centro, y deja tras de sí millones de desempleados y
millones de personas sin ingresos o con sus ingresos fuertemente reducidos. La
precarización de la fuerza de trabajo termina de hacerse realidad en Europa
occidental.
La crisis es
propicia para una nueva exacerbación de los nacionalismos, de la xenofobia, del
racismo, de las diferencias en general. Se busca nuevamente el chivo expiatorio
para responsabilizarlo de la crisis. ¡No es el gran capital financiero, sino el
inmigrante, el negro, el latino, los responsables de la crisis!
Es objeto de
justificada preocupación que en las últimas elecciones europeas la extrema
derecha haya alcanzado altos porcentajes de votación en distintos países de
Europa. Esta derecha, como acabamos de decir, responsabiliza a los inmigrantes,
árabes, africanos y latinos de la crisis económica y la inseguridad ciudadana.
Sus rasgos comunes son su chovinismo, su xenofobia, su racismo, su
anticomunismo rabioso e incluso su homofobia. En la mayoría de países la
extrema derecha ha obtenido entre el 10% y el 20% de los votos, y en tres
países, Francia, Inglaterra y Dinamarca, entre el 25% y el 30% de los mismos
(1).
Está claro que
esta clase de discursos exacerban las diferencias. No existe la especie humana,
única, sino razas y naciones superiores y razas y naciones inferiores, seres
normales y seres anormales. De ahí al genocidio, a la masacre, a la matanza
indiscriminada, al asesinato del niño, hombre o mujer de un color distinto de
piel, hay un solo paso.
No deja de
sorprender la aceptación que entre la ciudadanía tiene hoy por hoy esa clase de
discursos. Buscar afirmar su pertenencia a un grupo social, nacional, étnico o
religioso determinado, desconociendo al prójimo, excluirlo de derechos,
torturarlo y asesinarlo sin ninguna clase de remordimientos. Y luego sentirse
satisfechos, omnipotentes, y ver y sentir después que sus grupos de pertenencia
se consolidan.
En las últimas
semanas el mundo ha sido testigo de una catástrofe humana, de un genocidio en
el pleno sentido del término: dos mil doscientos palestinos han sido asesinados
y diez mil quinientos han sido heridos. Más de cuatrocientos mil palestinos
desplazados y centenares de miles de niños y adultos están traumatizados. Los
agresores: el estado terrorista de Israel -con el respaldo de los Estados
Unidos y de la Unión Europea, por los intereses que se juegan en esa región del
mundo- que desde su ideología sionista, que apela al mito de la tierra prometida,
expropia de sus tierras a los palestinos, los asesina y masacra, y se niegan a
reconocerle su derecho a conformarse como un estado independiente.
Asimismo, es
necesario recordar que los odios raciales contra los negros en los Estados
Unidos son plenamente actuales, como lo muestra el miserable y cobarde
asesinato del joven negro Michael Brown a manos de un policía blanco en la
ciudad de Ferguson, estado de Missouri. Según fuentes del propio FBI, en los
últimos siete años dos personas negras son asesinadas semanalmente por policías
blancos. La gran mayoría de estos asesinatos quedan en la más absoluta
impunidad.
En América
Latina no está ausente ni mucho menos la exclusión y la violencia en razón de
la nacionalidad y en razón de la raza (2). A veces ambas se confunden, como en
Argentina, con la exclusión y discriminación de los bolivianos; en Chile, con
la discriminación de bolivianos y peruanos. En el Perú la xenofobia se efectúa
contra los ecuatorianos, y el racismo es el pan de cada día contra los
connacionales indígenas. En Bolivia la xenofobia tiene lugar contra los
peruanos. En todos los casos está presente el chovinismo, el nacionalismo
exaltado, la exacerbación de las diferencias, y en todos los casos también, el
sentimiento de incertidumbre y el miedo al desempleo, así como el miedo a la
pérdida de la identidad. Es innegable que esta situación confabula contra la
necesaria integración latinoamericana.
Derecho a la diferencia, derecho a la semejanza
Es necesario anotar que desde que el capitalismo
surgió se inicia la historia universal, como anotaron Marx y Engels en La
ideología Alemana (1845) y El Manifiesto Comunista (1848) No obstante esta
universalización, esta conformación de una economía mundial única, y al lado del
universalismo burgués, los particularismos, lejos de amenguarse y finalmente
disolverse, se han robustecido e incluso proliferado, con consecuencias
calamitosas para la vida de los seres humanos. Recordemos un solo hecho
histórico adicional a los anotados: el genocidio en Ruanda (1994), donde en
tres meses fueron asesinadas un millón de personas, que debiera llamar a la
reflexión profunda y a la toma de políticas públicas que enfrenten el desafío.
El discurso de
la diferencia ha sido y es usado por los movimientos indígenas en defensa de
sus culturas y de sus hábitats. Esta reivindicación es completamente justa.
Demandan el reconocimiento de sus culturas. Pero, al respecto, es necesario
preguntarse si los particularismos están ausentes en los discursos de esos
movimientos.
A la vez, hay
que ser conscientes de que el discurso de la diferencia es usado por la derecha
para justificar las diferencias de clase, la existencia de ricos y pobres, del
imperialismo y de las naciones oprimidas, del capital y del trabajo, del terrateniente
y del campesino. La finalidad de este discurso es justificar el statu quo
establecido.
En el marco del proyecto emancipatorio, dentro del cual entra
naturalmente la cuestión indígena, la cuestión de la diferencia adquiere un sentido distinto. De entrada, el reconocimiento
del otro implica la negación de las diferencias de clase. No puede haber
verdaderamente respeto por el otro en condiciones de desigualdad. Porque, por
ejemplo, el capital explota la fuerza de trabajo y es bastante común que liquide
los derechos laborales de los trabajadores. Y la burguesía financiera despoja
de sus riquezas a los pueblos del Tercer Mundo mediante el endeudamiento. Desde
luego, tampoco puede haber respeto por el otro en el seno de relaciones
laborales feudales o semifeudales, esclavistas o semiesclavistas. También
implica, desde luego, la negación de discursos y prácticas que denigran, por
ejemplo, a la mujer y la reducen a un mero objeto al que incluso se le puede
azotar, apedrear, violar, asesinar.
De ahí que solamente
puede haber un verdadero respeto por el otro en un nuevo orden civilizatorio.
Para ello es crucial conquistar una igualdad sustantiva que reemplace y supere
a la igualdad formal existente hoy en día.
Contrariamente,
la exacerbación de las diferencias opone los unos a los otros y precipita los
genocidios, las masacres, los asesinatos, el apartheid, la exclusión. Impide la
unificación de esfuerzos para hacer frente juntos los grandes problemas de la
clase y de la humanidad.
Samir Amin
plantea en un breve y sugerente ensayo, Diversidad
heredada y diversidad en la invención del futuro, que el derecho a la
diferencia debe entrelazarse con “su opuesto complementario y de la misma
categoría”, “el derecho a la semejanza”, porque la acentuación y la exacerbación
del derecho a la diferencia niega, por ejemplo, “el derecho individual
inalienable de no aceptar que a uno se lo defina por su pertenencia a una
comunidad heredada” (3). Justamente las concepciones que incluso al interior de
las clases populares apelan a los identitarismos, a la definición de la
identidad del individuo por su pertenencia a la comunidad heredada, alienta la
exacerbación de las diferencias, cortocircuitando de esta manera la unidad al
interior de las clases populares.
Y continúa Samir
Amin: se trata de que “las políticas del Estado establezcan las condiciones de
igualdad a pesar de la diversidad; por ejemplo, creando escuelas en las
diversas lenguas practicadas. ‘A pesar’ significa aquí solamente que no se
intente fijar la diversidad en cuestión, que se permita que la historia haga su
trabajo y que tal vez conduzca a una asimilación que, por lo tanto, ya no será
forzada. Se trata de que la diversidad no se resuelva en la yuxtaposición de
comunidades cerradas y que, por eso mismo, terminen siendo hostiles entre sí”
(4).
Ni negación de
las diferencias, ni su exacerbación. Afirmación del derecho a la diferencia, a
la vez que afirmación del derecho a la semejanza. Hemos querido llamar la
atención acerca del hecho de que si bien por un lado el imperialismo y el
colonialismo negaron al diferente (al indígena, al negro) con fines de dominio,
también es corriente que aprovechen esas diferencias, las acentúen, las
exacerben, para enfrentar a sectores del pueblo entre sí, también, obviamente,
con fines de dominio sobre los trabajadores y de control sobre los recursos
naturales. Y esta es una trampa que no siempre es enfrentada con la lucidez
necesaria.
Es complejo el camino
que deben seguir los proyectos emancipatorios. Unificación de los esfuerzos y
de las fuerzas anti-imperialistas y anti-capitalistas; enfrentamiento de los
problemas comunes por fuerzas distintas. A la vez, el desafío es construir una
cultura universal que afirme simultáneamente los valores de la igualdad y la
libertad.
Notas:
(1)
Michael Löwy, “Diez tesis sobre la extrema derecha”
en: Rebelión, 10 de junio de 2014.
(2)
Martín Hopenhayn y Alvaro Bello, Discriminación étnico-racial y xenofobia en América Latina y el Caribe. Santiago
de Chile, CEPAL- Serie Políticas Sociales 47, mayo de 2001.
(3)
Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no
norteamericano. Buenos Aires: Paidós, 2005, p. 291.
(4)
Ibid., pp. 291-292.
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