El Humanismo Marxista como Ciencia de la Emancipación
del Hombre*
V. Keshelava
EL ANÁLISIS del trabajo enajenado efectuado por Marx,
desempeñó un enorme papel en la elaboración de la concepción materialista de la
historia. A pesar de todo su carácter abstracto (al principio inevitable), la
teoría de la enajenación fue la primera aproximación de la solución del
problema. A. Kurella, marxista alemán, señala en este sentido: “El concepto de
enajenación resultó extraordinariamente fructífero para arrancar la primera
cubierta al misterio de la nueva sociedad capitalista. Pero es insuficiente
para entender cabalmente toda la verdad, para comprender realmente todos los
fenómenos de la vida de modo que se los pueda transformar” (22; 39). Toda
contraposición de la teoría de la enajenación a la comprensión materialista de
la historia es inadecuada; en manos de los “marxólogos” conduce, como ya se ha
dicho, a la falsificación del marxismo y a sustituir la citada comprensión
materialista por la antropología idealista subjetiva.
El
menosprecio de la evolución de la categoría de enajenación, que eliminó su
universalidad, no solo dificulta la definición de su contenido objetivo, sino
que también despeja el camino para abusar del concepto “enajenación” y para diluir
el análisis concreto de las contradicciones sociales de la actualidad y
alcanzar la “lógica específica del objeto específico” en frases sobre la
tragedia de la personalidad, el creciente peligro de despersonalización, etc.
Al mismo
tiempo, la crítica de la absolutización del concepto de enajenación y de su
examen extrahistórico no constituye, en modo alguno, la negación de su
importancia en el aparato categorial de la ciencia marxista ni de su papel
cognoscitivo. En el curso de las investigaciones relativas al análisis del
trabajo enajenado, Marx arribó de lleno a la idea de las relaciones de
producción y abarcó con precisión por primera vez el proceso social mundial en
su integridad, definió en el aspecto más general la inevitabilidad,
historicidad y carácter transitorio de las formas antagónicas de desarrollo de
la sociedad. Es importante remarcar que, para Marx, el concepto de enajenación
constituye el medio de revelar las contradicciones reales arraigadas, no en la
invariable naturaleza humana, sino en la estructura social de la sociedad, y
que halla su culminación en el capitalismo. Esto le permitió, asimismo, indicar
las vías de supresión de la enajenación y el antagonismo social.
LA CIENCIA CONTRA LA ESCATOLOGÍA
Por importantes que sean las cuestiones concernientes
al lugar que la categoría de la enajenación ocupa en la estructura del
pensamiento marxista, su volumen, contenido, etc., el centro de la discusión
del citado problema no está en el significado metodológico de esta categoría,
se halla en la cuestión del destino de la enajenación: se conservará o no,
estará el hombre subordinado siempre al poder titánico de sus propias obras o
encontrará en él fuerzas para refrenarlo.
Para
Popitza, Calvez y otros predicadores de la enajenación, ésta es insuperable por
naturaleza y ninguna transformación radical de la sociedad puede liquidarla.
Las diversas concepciones tecnocráticas y la teoría de la “sociedad industrial”
que fetichizan el papel de la técnica también contemplan la enajenación bajo el
signo de la eternidad. Aproximadamente igual razonan los representantes de la
ideología del antitecnicismo, los existencialistas que consideran invencible el
antagonismo entre sociedad e individuo. De este modo, la enajenación aparece
como un fenómeno desvinculado de la transformación de las relaciones
capitalistas en socialistas y de la revolución socialista.
En este
sentido es elocuente el libro escrito por A. Künzli, donde expone una
“biografía intelectual” profreudista (“psicográfica”) de Marx. Dice que el
interés de Marx hacia la problemática de la enajenación se debía exclusivamente
a motivos irracionales desconocidos por el propio Marx. Considera que el
pensamiento de Marx se hallaba muy distante de ser inductivo. Es más, pone en
tela de juicio el carácter científico de todo el modo de pensar de Marx. Estima
que no era un científico investigador en el sentido directo de esta palabra,
que hallara las soluciones a los problemas mediante un análisis escrupuloso y
metódico. Califica su método de apriorístico e irracionalista, opinando que con
su ayuda se construye la necesaria respuesta ya dada de antemano en forma de
premisa silenciosa, a la que solo hay que justificar de alguna manera, dándole
forma de fundamentación. A. Künzli opina que la característica negativa de la
realidad capitalista se formó en la conciencia de Marx mucho antes de que
emprendiese el estudio inmediato de sus procesos sociales y económicos (74;
284). Restaba solo confirmarla. Escribe que Marx, trasladando inconscientemente
sus emociones a la sociedad moderna descubrió en la clase obrera al “hebreo
social”, al grupo de hombres cuya existencia oficial es precisamente la vida
enajenada. De aquí que la teoría de la enajenación deba interpretarse -según
Künzli- como la “proyección de la leyenda bíblica sobre la verdadera historia
humana” y, el pensamiento de Marx, como moviéndose en “las tradiciones de la
Apocalipsis y el Talmud” (74; 601).
Fromm no
puede compararse, por supuesto, con Künzli, aunque comparte también la opinión
de que los puntos de vista de Marx sobre la enajenación y su solución tiene su
“prototipo en el sistema de ideas del Antiguo Testamento”. Partiendo de aquí,
repite con otros autores las tesis expuestas en tiempos por N. Berdiáev acerca
del carácter profundamente religioso, según ellos, del programa comunista de
Marx con su fe, claramente expuesta, en la posibilidad de emanciparse del yugo
social y con otros rasgos propios del quiliasmo. En definitiva, la teoría de la
transformación revolucionaria del mundo se convierte en una variedad de la
doctrina sobre el ideal de la justicia, entendido de forma mística.
G.
Sotelo, autor de un libro acerca de Sartre, escribe que la “reducción del
trabajo enajenado a las condiciones sociales del sistema económico erigido
sobre la propiedad privada parece ahora poco consistente”, por cuanto, “la
mezcla de explotación y enajenación obliga a tomar la supresión de la propiedad
privada por superación de la autoenajenación humana”. Y le parece que esto
contradice los hechos de la realidad actual. En general está seguro de que el
análisis económico de la explotación capitalista “sirvió de base a la
profetización utopista” de la superación de la enajenación en el socialismo,
“utopista” porque el nuevo orden de vida no disminuye un ápice la enajenación,
limitándose a transformarla (98; 143-145).
Ya hemos
hecho referencia a las manifestaciones de Fischer acerca de las raíces de la
autoenajenación del hombre. Aunque en parte la explica por el desarrollo de la
revolución industrial, considera que la causa principal radica en la
imperfección del ser humano, que desde siempre contiene elementos de lo trágico
y lo absurdo, no condicionados por ninguna estructura social y, por ello,
imposibles de suprimir mediante cambios sociales por radicales que sean. En
cuanto a la organización social considera que ella misma, cualquiera que sean
sus formas históricas concretas, entraña el peligro de la enajenación del
hombre. La diferencia solo estriba en las fuentes de dicho peligro. En el
capitalismo, la enajenación proviene de la economía; en el socialismo,
esencialmente de la política. La necesidad de un aparato estatal llamado a
dirigir centralizadamente la producción social y regular los procesos sociales
a escala de toda la sociedad determina que los individuos actúen, no como
personalidades, sino como funcionarios que encarnan una fuerza de poder mayor o
menor, según la posición que ocupan en el escalafón.
Según
Fischer, todas las formas de organizaciones políticas, profesionales y demás
organizaciones de masas son la realización de la enajenación mediante formas y
medios con los que el hombre pierde parte considerable de su Yo, enajenándolo,
y, mediante los cuales, se subordina al poderío de las instituciones sociales.
Fischer
no comparte el optimismo de quienes consideran que precisamente en la esfera de
la producción material es donde el hombre se realiza a sí mismo como
personalidad creadora, y estima ingenuo error esperar la perfección del hombre
por la perfección de la técnica. Por supuesto que el proceso de formación del
hombre íntegro no puede hacerse depender solo del progreso de la técnica, los
métodos de trabajo y la ciencia, por cuanto la actual revolución
científico-técnica en las condiciones del capitalismo lleva a consecuencias
sociales totalmente distintas de las que se dan en los países socialistas. Así
pues, el quid está, no solo en el progreso técnico, sino en las estructuras
sociales en que se despliegue. Pero Fischer tiene en cuenta otra cosa. Está
convencido de que la producción material en general fragmenta al hombre, lo
deprecia, lo parcializa, es decir, lo enajena de su propia esencia. Al
identificar la enajenación con la objetivación. Fischer deduce que la
producción material que requiere especialización y cierta uniformidad y repetición
de operaciones, despersonaliza ineludiblemente al hombre y, por tanto, engendra
la enajenación. Fischer, cuando expresa estas opiniones, toma como aliado a
Marx, aunque, como sabemos, éste subraya siempre la diferencia entre la
objetivación y la enajenación del trabajo; por este motivo, para Marx la
enajenación estaba lejos de equipararse a la producción material. “Marx y,
sobre todo, Engels -leemos en un libro de Fischer- pensaron primero que el
hombre íntegro brota dentro de la producción material socialmente necesaria,
gracias al dominio de las máquinas y al constante cambio del carácter de su
trabajo; Marx se apartó de esta idea” (48, 24). Y sigue: “La esperanza de que
los ‘momentos objetivos de la producción’ resolvieran esta forma de enajenación,
cede su puesto en el tercer tomo de El Capital a la idea de que solo al
otro lado de esta esfera el hombre puede devenir íntegro y, por consiguiente,
convertir a sí mismo y a sus semejantes en hombres no enajenados” (48; 47). “El
reino de la libertad” al otro lado de la producción propiamente dicha, como
auténtico reino del hombre, y su desarrollo en el arte y en la ciencia, en la
amistad y el amor, en comunidad y como individuo -esta gran utopía-, fue
esbozado en las obras del Marx joven y conservado en las del Marx maduro. Para
Marx, la esencia del humanismo positivo no era el trabajo “abstracto” y
monótono que transforma al hombre en un despojo de sí mismo, sino el trabajo
creador que tiene como objetivo propio el despliegue de la fuerza humana” (100;
26).
Hemos
visto, pues, que Fischer desconfía de la posibilidad de la autorrealización del
hombre en el proceso de la producción material, calificando esto casi de
idealización del trabajo manual. Parece como si la actual producción, altamente
desarrollada en el espacio técnico, no cambiara de forma esencial el carácter
del trabajo, como si la necesidad objetiva de un nuevo obrero no brotara del
cambio cualitativo de la base técnica de la producción material. Más aún, el
trabajo productivo resulta en general sinónimo del trabajo mecánico y no
creador. Fischer estima que el trabajo puede ser creación solo al otro lado de
la producción, y que ésta se caracteriza por una “imagen no realizada del
hombre”. De esta manera, mediante la nueva terminología se afianza en esencia
la contraposición entre el trabajo físico e intelectual. Por último, Fischer no
se representa el marxismo como análisis científico de la historia, cuyo fruto
natural es la inevitabilidad del paso de la etapa de la sociedad de clases
antagónicas a la sociedad sin clases, al comunismo, sino como una brillante
“utopía acerca del hombre integral”. Supone que “la ilusión sobre el hombre
íntegro" es precisamente el resorte oculto que definía toda la obra de
Marx. “El hombre íntegro y total, la realidad del hombre y el humanismo
positivo son el objetivo de sus pensamientos y de su obra” (48; 17). Resulta
que Marx contempla la historia con la óptica de su ideal acerca del hombre y
enjuiciaba la misma únicamente por la medida en que este ideal se realizaba.
Pero, en
efecto, como ya se ha señalado, el método de pensamiento de Marx era
diametralmente opuesto al que se le atribuye aquí, por cuanto el ideal de
“hombre íntegro, total, no deformado”, no subordinado a la división del
trabajo, actuaba como fundamento de la construcción especulativa de la
historia, de la que se ocupaba la filosofía premarxista y criticada en las
obras de los fundadores del marxismo. En cambio, Fischer modifica el sentido de
la enajenación, reduciéndolo a la ausencia de integridad y, sobre esta base,
proclama que aquélla es eterna y la ilusión sobre el hombre íntegro, una utopía.
Llama la
atención el hecho de que el término “utopía” lo usan muchos revisionistas
filosóficos cuando caracterizan la previsión marxista del futuro; generalmente
no lo emplean en forma reprobatoria, aunque se le imparten el mismo sentido
general. Aquí se evidencia la actitud negativa hacia el marxismo como teoría
científica. Cuando la “ilusión acerca del hombre íntegro” es llamada “utopía”
por Fischer, la palabra es usada en sentido literal: aspiración hacia un ideal
irrealizable, hacia un objetivo inaccesible. Y debemos concordar con que el
marxismo sometido a este tratamiento contiene una fuerte dosis de utopía.1
Como
hemos visto, también los impugnadores burgueses del marxismo intentan
presentarlo como concepción filosófica de la esencia no histórica del hombre.
La literatura “marxológica” se caracteriza por hacer hincapié en distintos
enunciados de Marx sustraídos del contexto y sin tomar toda la concepción en su
conjunto, todo el curso de su pensamiento. Por ejemplo, de El Capital,
obra que revela el dinamismo social inherente a toda la sociedad capitalista y
la necesidad histórico-natural de su sustitución por una nueva formación
socioeconómica, toman solo las referencias a la “naturaleza humana” y, apoyándose
en ellas, afirman que Marx considera condenado el capitalismo porque no asegura
la autorrealización del hombre o la dejaba incompleta, mientras que el paso a
la nueva etapa (comunista) de desarrollo está condicionado por el hecho de que
la esencia del hombre deberá, por fin, realizarse, o sea, “coincidir” con su
existencia en las condiciones “más dignas… de la naturaleza humana y adecuadas
a ella”. Además, habitualmente se hacen referencias a los Manuscritos
económicos y filosóficos de 1844, donde el comunismo se define como “auténtica
solución de la contradicción entre el hombre y la naturaleza, el hombre y el
hombre; verdadera solución de la disputa entre existencia y esencia, la
objetivación y la autoconfirmación, la libertad y la necesidad, el individuo y
el género” (1; 588). El asunto se presenta de forma como si Marx, cuando
predijo la aparición de las condiciones sociales “adecuadas a la naturaleza
humana” hubiese partido de la naturaleza universal del hombre y las necesidades
invariables. Desde aquí basta un paso para aproximar entre sí la teoría
histórica y la doctrina del comunismo de Marx, conteniendo los argumentos que
razonan la inevitabilidad del fin de la civilización burguesa, a los distintos
tipos de doctrinas religiosas, y atribuir a Marx un modo de pensamiento
profético fatídico.
Jaspers
expone esta idea. Afirma que las obras especiales de Marx fueron escritas para
fundamentar una visión total, elaborada de antemano, de la historia, y no son
investigaciones científicas en el sentido directo y riguroso de esta palabra
(67; 142). Popper estima por su parte que la teoría marxista de la historia es
acientífica e incluso metafísica, pues representa la historia como un
movimiento indeclinable hacia un final predeterminado. Considera totalmente
inconsistente y desacertado el intento de Marx de aplicar el método racional a
los problemas de la vida social. A partir de esta tesis, Popper arriba a la
conclusión de que la teoría de Marx sobre la futura sociedad socialista está
desprovista de fundamento científico y, por ello, sus pronósticos solo tienen
significación profética.
Debe
preguntarse -plantea Popper- si el método de Marx es fructífero o no, es decir,
si sirve o no para resolver problemas científicos (87; 106). No, no sirve,
contesta. Esta respuesta es habitual para los positivistas, y Popper insiste en
que los fenómenos sociales no pueden generalizarse, por lo que la previsión del
curso de la historia por métodos científicos es asunto perdido.
Cornforth,
destacado filósofo inglés, ofrece en una de sus obras una crítica
circunstanciada de la variante popperiana de refutación del marxismo. Al
defender el carácter científico de éste contra los positivistas que le acusan
de “metafísico”, y revelar la verdadera correlación entre las profecías
utópicas y la previsión social científica, Cornforth demuestra que la
dialéctica materialista es un método científico. Entre otras cosas, escribe:
“El rasgo característico del marxismo n consiste en que inventa y aplica un
método propio, de última moda, totalmente distinto del elaborado, aplicado y
aprobado por otras ciencias, sino en que desarrolla y emplea el método
científico de forma universal y extrae conclusiones acerca del hombre, la
sociedad humana y sus problemas”. Y continúa: “El marxismo procura extender el
método científico a la intelección de todo lo que entra en el círculo de
conocimientos del hombre, incluida la humanidad misma” (21; 61).
La
crítica hecha por Cornforth desborda el marco de la polémica con Popper y está
enfilada contra las interpretaciones anticientíficas del marxismo en su
conjunto. Los representantes de la línea religiosa de la actual filosofía
burguesa (Wetter, Calvez y otros) van más lejos que Jaspers y Popper. Por
ejemplo, Calvez, en una obra bastante voluminosa titulada El pensamiento de
Carlos Marx, dedica un capítulo especial a la doctrina del comunismo, con
el significativo título de La escatología marxista. Según testimonio de
otro filósofo católico, Chambre, crítico del citado libro, Calvez logró
descubrir en la escatología el resorte secreto del pensamiento de Marx,
comprender su estructura y, gracias a ello, criticarla “desde dentro” (95: 290).
Calvez considera que las relaciones fundamentales de la realidad pueden llegar
a ser conocidas solo en parte, y todo intento de penetrar en el sentido interno
de la historia afectada por la metástasis de la enajenación está de antemano
condenada al fracaso, por cuento los métodos empleados por el investigador son
fruto de una conciencia transformada y trastornada, son un reflejo de la
enajenación. Esto crea la impresión de que Marx no pudo hallar respuesta a las
causas que propiciaron la enajenación, cayendo en el utopismo al pronosticar su
desaparición en el futuro y, por lo tanto, su pensamiento es hondamente
escatológico. Por oposición a las conclusiones que dimanan del análisis que
Marx hace del capitalismo, Calvez afirma que la enajenación no desaparece junto
con la supresión de la propiedad privada, sino que toma nuevas formas. Por eso
estima imaginaria la división de la historia en prehistoria, donde domina el
fenómeno de la enajenación, y la historia auténtica, que comienza a partir del
comunismo. Supone que no puede existir otra solución en el marco de la teoría
dialéctica que, partiendo de lo infinito del desarrollo, tiene que admitir como
irresolubles dichas contradicciones. En cambio, los marxistas según opinión de
Calvez- están en contradicción con esta teoría, pues consideran el comunismo
como una sociedad que desconoce las contradicciones y que, por ello, cae en el
inmovilismo histórico. Calvez arriba a la siguiente conclusión: el pensamiento
de Marx, al parecer, no pudo resolver la alternativa entre reconocer que el
comunismo está orgánicamente incluido en la historia y, entonces, pierde su
singularidad y exclusividad cualitativas, desaparece la ruptura en el curso
general del movimiento histórico y no puede afirmarse que se ha desentrañado el
misterio de la historia general, aceptar la hipótesis de que el comunismo es el
fin de la historia, y entonces hay que renunciar al materialismo histórico, es
decir, a la forma histórica de la dialéctica objetiva.
Sin
embargo, la premisa fundamental de la que deduce esta conclusión es incorrecta,
puesto que el comunismo no significa en modo alguno cese de la lucha de los
contrarios ni, por consiguiente, cese del movimiento de avance. Por supuesto,
la naturaleza de las contradicciones en la sociedad socialista y comunista no es
la misma que en el capitalismo. Pierden el carácter antagónico que les era
inherente. V. I. Lenin señalaba: “Antagonismo y contradicción están lejos de
ser lo mismo. El primero desaparece, la segunda continúa en el socialismo” (4;
357). En cambio, Calvez, razonando de un modo antihistórico, no puede entender
estos cambios cualitativos y absolutiza una sola forma de desarrollo, la
antagónica, aunque “… la dialéctica de la sociedad burguesa… es solamente un
caso particular de la dialéctica” (3; 29, 318). Cuando Marx decía que la
prehistoria de la humanidad termina junto con la muerte del régimen
capitalista, significaba que a partir del comunismo se abre un tipo
cualitativamente nuevo de desarrollo de la civilización humana libre de
antagonismos, y no que culmina el movimiento de avance histórico.
La
supresión de la forma antagónica en que los productores directos contemplaban
su trabajo como impuesto desde fuera y obligado por una necesidad externa, la
transformación del trabajo en iniciativa personal, “… lo que corresponde al
desarrollo de los individuos como individuos totales y a la superación de
cuanto en ellos de espontáneo…” (2; 3, 68), todo esto significa que la
producción obtiene infinitos horizontes para el desarrollo. En todo caso, los
límites condicionados por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de
la sociedad y las formas de organización social del trabajo no se perciben como
algo no transitorio ni el atentado contra las mismas como atentado a los
privilegios de tal o cual grupo social.
Cuando Marx caracterizaba estas peculiaridades del desarrollo de la
producción en el comunismo escribía de éste como de la encarnación de un nuevo
modo de producción “basado en el desarrollo de la fuerzas productivas, no para
la reproducción de cierta fortuna o su ampliación, en el mejor de los casos,
sino de un modo de producción en el que el desarrollo libre, no restringido por
nada, progresivo y universal, de las fuerzas productivas constituye él mismo la
premisa de la sociedad y, por tanto, de su reproducción, un modo de producción
cuya única premisa es la salida fuera de las fronteras del punto de partida”
(2; 46, II, 33).
A veces
se pregunta: si el comunismo no es el estado final de la historia ¿qué debe
esperarse tras él? ¿Qué formación socioeconómica le sucederá?
Nos
parece que este modo de plantear la pregunta se debe, en cierto grado, al
esquema de división de la historia en formaciones, usado por nosotros, y de lo
que ya hemos tratado.
Es
indiscutible la importancia que la teoría de las formaciones socioeconómicas
tiene en la investigación de la historia; sin embargo, no agota el análisis
teórico del proceso histórico, cualquiera que sea el nivel a que se haga. Las
obras de Marx, incluidos los Manuscritos económicos y filosóficos de
1857-1859 nos convencen de que no abordaba en absoluto de forma
simplificada el movimiento de la historia.
Marx
presenta distintas divisiones del proceso histórico, dependientes del plano en
que se efectúa la investigación y de las tareas concretas que persigue. Entre
dichas divisiones puede contarse la siguiente: “formación primaria” o sociedad
preclasista, “formación secundaria” o sociedad de clases antagónicas, que
incluye las etapas precapitalista y capitalista y, la última formación, el
comunismo o sociedad si clases. Aquí, la homogeneidad de la sociedad clasista
como etapa determinada del desarrollo social está captada en mayor grado que
cuando la historia se representa en forma de movimiento de la comunidad
primitiva al régimen de servidumbre, de éste al feudal, luego al capitalismo,
etc. Además, cuando el comunismo se ubica en la serie de formaciones que se
suceden, aparece como equivalente a ellas. De aquí precisamente brota la
pregunta: ¿Qué sucederá al comunismo? Pregunta que se basa en una especie de
idéntica sucesión escalonada de la formación comunista con las precedentes.
Precisamente esta conjunción de las escalas y mezcla de las unidades de medida
de las fases del proceso histórico es la que puede originar la opinión de que
con el comunismo finaliza, al parecer, el progreso social y se interrumpe la
historia en el sentido directo de la palabra. Así es como los enemigos del
marxismo procuran desvirtuar la doctrina marxista, al proclamar una supuesta
“traición de la dialéctica”, un cierto sentido escatológico irresistible del
pensamiento de Marx, etc.
Anteriormente
hemos expuesto las manifestaciones de Marx acerca del comunismo como sociedad
que garantiza infinitos horizontes al desarrollo de la producción. Pero existe
otra faceta vinculada a la señalada, el desarrollo sin trabas del hombre como
fundamental riqueza de la sociedad y la creación de condiciones para el
despliegue de las capacidades del individuo. “La base como posibilidad de
desarrollo universal del individuo y el auténtico desarrollo de las
individualidades en esta base como liquidación constante de la barrera a
este desarrollo, la cual se entiende precisamente como tal, y no como
determinada frontera sagrada. La universalidad del individuo, no en
calidad de universalidad imaginable o figurada, sino de sus relaciones reales e
ideales… El propio proceso de desarrollo está situado y comprendido como
premisa del individuo. Mas para ello es necesario, ante todo, que el pleno
desarrollo de las fuerzas productivas se convierta en condición de la
producción, que las determinadas condiciones de la producción no sean un límite
para el desarrollo de las fuerzas productivas” (2; 46, II, 35).
_________
(*) V. Keshelava, Humanismo real y humanismo
ficticio, Capítulo IV: El problema de la enajenación y el humanismo,
apartado 3: El humanismo marxista como ciencia de la emancipación del hombre.
Editorial Progreso, Moscú, 1977.
(1) El marxista alemán A. Kosing ha dedicado un libro
al análisis crítico de la concepción de Fischer (72).
[1] Marx C. y Engels F.: De las obras tempranas,
M., 1956.
[2] Marx C. y Engels F.: Obras, 2a ed.
tomos 1-46.
[3] Lenin V. I.: Obras Completas.
[4] Compilación leninista, t. XI, M.-L., 1929.
[21] Cornforth, M.: La filosofía abierta y la
sociedad abierta, M., 1972.
[22] Kurella, A.: Lo propio y lo ajeno. Lo nuevo en
el problema del humanismo socialista, M., 1970.
[48] Fischer, E.: Was Marx wirklch sagte,Wien-München-Zürich,
1968.
[67] Jaspers, K.: Marx und Freud.- Der Monat,
1950, Hft. 26.
[74] Künzli, A.: Karl Marx. Seine Psychographie,
Mainz-Frankfurt—Zürich, 1966.
[87] Popper, K.: Die offene Gesellschaft und ihre
Feinde, Bd. II, Bern, 1958.
[95] Chambre, H.: Das marxsche Denksystem.-
Dokumente, 1957, Hf. 3.
[98] Sotelo, G.: Das Problem der dialektischen Vernunft
bei Jean-Paul Sartre, Köln, 1965.
[100] Wossner, J.: Sozialnatur und
Socialstruktur.-Studien über die Entfremdung des Menschen, Berlín, 1965.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.