Vallejo Para no Iniciados XIII. El «realismo barroco»
de César Vallejo
Julio Carmona
EL GRAN POETA y asimismo excelente
estudioso de la literatura, Pablo Guevara, también vincula a CV con Don
Francisco de Quevedo, y dice que los de su poesía son tonos
«que no se encuentran por lo común en el siglo XX; es
decir, no se encuentran aparentemente en la primera mitad del siglo XX,
hundidos bajo los pesos abusivos del cartesianismo francés renacentista por un
Surrealismo literario que es en realidad un barroco francés entre rococó y
manierista con psicoanálisis —cuyo contrapeso y equivalente genial fue el
expresionismo alemán medieval que viene del XVII, XVIII y llega al XIX y XX (…)
cuyas formas medievales antes que renacentistas fueron en muchas ocasiones tanto
o más lejos que cierta literatura propagandizada por la afrancesada y
literaturizada generación del 27 español
(más forma que fondo: la mejor prueba es que el mayor poeta de su mayor drama
social en estos primeros cincuenta años no fue Alberti o Salinas o Cernuda sino
Vallejo). (Varios, 1993: 127).
Esta cita sirve para reafirmar una de
las tesis del nuevo realismo en la teoría (J.C. Mariátegui) y en la práctica
(CV): la relacionada con la conjunción dialéctica de las tendencias: realista y
formalista, las que —aun cuando en el fondo y por principio son antagónicas—
pueden intercambiar sus mutuas divergencias. Y, al mismo tiempo, corrobora el
otro elemento de la tesis que sostengo aquí: que los críticos formalistas
aíslan los nexos de la experimentación formal llevada a cabo por CV para
considerar que por ellos él no puede ser ubicado en otra línea poética que no
sea la formalista, la misma que —como precisa Pablo Guevara— tiene su
antecedente más epónimo en el barroco (y no precisamente el quevediano sino el
gongorino) pasando por el expresionismo y, luego, el simbolismo, hasta llegar
al vanguardismo. Pero esos críticos —para usar una expresión cara a don Antonio
Machado— se saltan a la torera «el conceptismo vallejiano»1, el que
supera en mucho la nuda intención puramente técnica de todos los vanguardismos
(incluidos los neobarrocos).2
Como dice Machín: «En su etapa europea la poesía de Vallejo aumenta el
espesor conceptual, aunque este ya está presente en Trilce cuando Vallejo acude
al uso sistemático de los contrarios (cuyo antecedente es el conceptismo de
Quevedo)» (Machín, 1996: 511).
La
intención subyacente de aquel sesgado enfoque es «rescatar a CV» de su
filiación realista, lo que se nota en la crítica o censura que hacen a su prosa
reflexiva, teatral y narrativa, sin penetrar para nada en lo esencial de su
nuevo realismo. Volviendo a lo expresado por Pablo Guevara, el barroco de CV va
más allá de la forma de la expresión, para incidir en la forma del contenido:
«Un barroco en búsqueda desesperada
de democratización de los lenguajes, algo en lo que Vallejo fue creador eximio
y casi único autor en este siglo para tratar de insuflar madurez y lucidez en
las costumbres para poder salir un día del fondo del pozo de confusión
nacional, algo tan estimulado (la confusión) por los criollos del Perú. Y un
autor del siglo XX que vivió entre contradicciones aparentemente insuperables
con las contradicciones que también vivieron Cervantes y Quevedo, Lope y
Calderón y tantos más cuando el barroco español del s. XVI-XVII: la
hiperinflación económica, las ciudades atestadas de migrantes y de pícaros, los
trasiegos interminables de valores y el no saber a veces quién es quién en
medio de las marejadas sociales etc. Por todo esto y mucho más, Vallejo se
convirtió ya desde los mismos momentos de su escritura como proceso en uno de
los mayores clásicos del Perú y América Latina de este siglo» (Varios, op.
cit., 1993: 132).
Y todavía agrega Guevara: «… Vallejo
es uno de los más originales y extraordinarios representantes de lo que se
puede llamar de ahora en adelante la lengua social del Barroco de Indias» (op.
cit.: 114). Como ya he dicho, por más que el barroco es la primera
manifestación —históricamente hablando— de la literatura formalista, ha de
vérsele también con sentido dialéctico para precisar —como lo hace Pablo
Guevara— que se puede hablar de una variante social del barroco de manera
especial en nuestra América, y que tiene su paterfamilias en don Francisco de
Quevedo («ese abuelo instantáneo de los dinamiteros», como lo llama CV), aunque
aquí —en nuestra América— no deje de haber la otra variante, típicamente
formalista, culterana o gongorina. Esa contrapartida barroca, es caracterizada
por Pablo Guevara como la «otredad», y dice:
«Sobre esta otredad o de esta
otredad habla José A. Mazzotti en su excelente trabajo “Se busca sujeto
neocolonial”» y lo cita: “Como diría cualquier manual de bachillerato, la lucha
de clases en la “literatura” se da principal y genuinamente en el plano de la
materia verbal más que en el de la simple confrontación ideológica, y de esto
pueden dar buena cuenta los textos fundacionales de una aun vagorosa (sic)3 “nacionalidad” literaria (pienso en J.M.
Arguedas, por ejemplo, o en Vallejo)”» (Ibid.)
Y, sí, estoy de acuerdo con Mazzotti
que ‘la lucha de clases se da en el plano de la materia verbal’, pero no creo
que quepa el agregado «más que en el de la simple confrontación ideológica»;
porque la misma proposición puesta en reversa también se podría hacer: que ‘la
lucha de clases se da en el plano de la confrontación ideológica más que en el
plano de la simple materia verbal’. Y, precisamente, de lo que se trata es que
las acciones críticas o teóricas no se reduzcan al simple aislacionismo de sus
urgencias, sino que —dialécticamente— interaccionen sus resultados positivos,
reales, serios, históricos. Porque ni una ni otra de esas acciones críticas
(formalista y realista) son «simples». Cada cual tiene sus propias
complejidades. Relevar solo la materia verbal es también una opción simple
porque pretende desconocer el propio nivel ideológico que la lengua en uso lo
tiene, como es simple hacer lo mismo con la incisión ideológica que pretendiera
actuar al margen del soporte verbal.
Asimismo
dice Pablo Guevara que «También hay expresionismo, del mejor, y no solo
quevediano en Vallejo, parangonable con Kafka en el afán de construir una saga
del Hombre Civil Contemporáneo, con El Proceso y también con El Castillo etc.
cuestionando todas las instituciones de la modernidad que le permite presentar
una ciudad sofisticadamente industrial lo mismo que una comunidad rural moderna
paradigmáticamente reconocibles como parte de la Ciudad Inhumana que viene
arrastrando desde el XVII (y desde antes) que ha llevado a los hombres al
agotamiento físico y mental en nombre del Capital y el Trabajo y las leyes del
Mercado libre lejos de toda justicia y solidaridad terrenales» (Varios, op.
cit., 1993: 127-128).
He
citado antes a Xavier Abril por la relación que establece de la poesía de CV
con el conceptismo de Quevedo. Sin embargo, hay que precisar que este autor
destaca, de ese vínculo, solo la factura idiomática, y así dice: «En mi primer
ensayo acerca de Vallejo (1958) estudié (‘de Trilce, especialmente’…) el
influjo idiomático quevediano»; pero, a continuación agrega: «y el [influjo]
estético propio de Mallarmé» (1980: 7). O sea que XA viene a decir que CV, en
la práctica formal, era quevediano, pero que en la concepción poética (en su
visión ideológica o teórica) era mallarmeano. Y esa es la argucia, el contrabando
crítico, de separar a CV de la tendencia del nuevo realismo, para llevarlo a la
del formalismo. Guillermo de Torre, con un criterio más ecuánime, percibe esta
orientación y la denuncia así:
«Encarada así la poesía Vallejiana,
¿dónde quedan, a dónde van a parar ciertas especulaciones que se han aventurado
no ya sobre sus consecuencias sino sobre sus precedencias? Aludo a quienes le
adjudican un linaje mallarmeano, olvidando o poniendo en segundo término sus
verdaderos cimientos: el heredado temblor andino, la profunda conmoción
telúrica de su raíz nativa y, finalmente, su abolengo barroco (…) Estas y no
otras, a mi parecer, constituyen su más veraz “background”, nos dan al trasluz
la imagen auténtica de su americanismo raigal y su barroquismo subconsciente»
(1960: 58).
Esta visión de un «barroquismo
subconsciente» en CV —sugerido por Guillermo de Torre— tiene relación con la
tesis que sostiene Ángel Rama respecto de que el barroco tuvo su origen en las
tierras de América enajenadas por los españoles, en las que no trasplantaron el
clasicismo renacentista sino su contraparte. Dice Rama:
«Cada vez más, historiadores,
economistas, filósofos, reconocen la capital incidencia que el descubrimiento y
colonización de América tuvo en el desarrollo, no solo socio-económico sino
cultural, de Europa, en la formulación de su nueva cultura barroca. Podría
decirse que el vasto Imperio fue el campo de experimentación de esa forma
cultural. La primera aplicación sistemática del saber barroco, instrumentado
por la monarquía absoluta se hizo en el continente americano, ejercitando sus
rígidos principios: abstracción, racionalización, sistematización, oponiéndose
a particularidad, imaginación, invención local»4 (1998: 24).
___________
(1) Según Xavier Abril: «El rastro más
saliente de Quevedo en Vallejo es el carácter conceptista».
(2) Contra este barroquismo, de
vitrina de lujo, se pronuncia CV: «La poesía “nueva” a base de palabras nuevas
o de metáforas nuevas, se distingue por su pedantería de novedad y por su
complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al
contrario, simple y humana y, a primera vista, se la tomaría por antigua o no
atrae la atención sobre si es o no es moderna» (1973: 101).
(3) Guiándome por lo dispuesto en el
diccionario de la RAE: que la palabra correcta es «vagarosa» y no «vagorosa»,
supuse que en este caso era un error de imprenta, y para evitar el abuso del
signo «sic», lo consulté con el autor, José Antonio Mazzotti, vía Internet:
«José Antonio, he visto que la palabra que tú escribes como “vagorosa” la RAE
la consigna como “vagarosa”. Si tú me permites la transcribo con esa
corrección.» Y la respuesta que recibí fue la siguiente: «Vagoroso se usa como
neologismo. No me resulta tan raro. Recuerda que la RAE demora muchos años en
recoger términos al uso.» Y volví a insistir: «Ocurre que lo he encontrado
escrito de las dos maneras en textos de Vallejo. Y si se remonta “vagoroso”
hasta esa época, ya no es tan neologismo que digamos. Pero, si tú lo admites
así, ni modo, lo transcribo tal como está.» Y la última respuesta de Mazzotti
fue la siguiente: «En todo caso, es neologismo para la siempre atrasada
academia». Lo interesante es que la misma «atrasada academia» precisa 1° que es
un adjetivo que se usa mucho en lengua poética, y, como tal, significa: «Que
vaga, o que fácilmente y de continuo se mueve de una a otra parte.» Y 2° dice
que es un adjetivo en desuso y, así, significa: «tardo, perezoso o pausado» (y
en cualquiera de las dos acepciones calza el sentido que le da Mazzotti).
Concluyo: si la palabra «vagorosa» tiene el mismo significado que «vagarosa», y
esta es más antigua que aquella, no me parece que por el cambio de una letra
(la «a» por la «o») se convierta en neologismo: ¿cuál sería su novedad? Trilce es, por ejemplo, un neologismo;
porque no tiene equivalente que lo preceda, por eso se dice que «es el primer
neologismo del libro» («La palabra Trilce: origen, descripción e hipótesis de
lectura» Federico Bravo Université de Bordeaux. Fuente:
http://revistas.colmex.mx/revistas/9/art_9_702_3923). Similar situación he
notado en un artículo de Carlos Germán Belli, «En torno a Vallejo», publicado
inicialmente en Revista Iberoamericana
N° 71, abril-junio de 1970, Pensilvania: Universidad de Pittsburgh. (pp. 159),
y reeditado en Varios, 2009. Y en ambas ediciones veo escrita la palabra
«gonfalero» que no existe en el diccionario y que, en el contexto, se refiere a
gonfalonero, equivalente a
«portaestandarte». Y, realmente, no creo que Belli lo considere como
«neologismo». Por otro lado, según Neale-Silva, el sustantivo «alfiles» del
poema XXV de Trilce «es el resultado
de un juego eufónico con el verbo “alfar”: alfan alfiles. Resulta así un neologismo, que bien pudo ser sugerido por el nombre
de una maleza de la especie de las geranáceas, llamada “alfileres”, o
“alfilerillos”, cuyas semillas también saltan como las de los cadillos (…), del
verso» («Poesía y sociología en un poema de Trilce»,
en: Revista Iberoamericana N° 71,
abril-junio de 1970, Pensilvania: Universidad de Pittsburgh. pp. 207-208). En
este caso cabe la calificación de neologismo por el cambio de significado que
el intérprete hace, dado que se trata de la lectura de un texto poético; pero
resulta exagerado —por decir lo menos— hacerlo en un texto informativo en el
que el significado no ha variado y el significante solo varía en una letra. En
otro momento, el mismo Neale-Silva dice: «El verbo ameracanizar es una
invención vallejiana que alude a una sustancia típicamente americana, el caucho,
o, como dice a menudo el poeta, el jebe. Introduciendo el adjetivo “mera” en el
verbo “americanizar” obtuvo Vallejo un vocablo mixto, con una a donde se
esperaba una i. Por la violencia que se hace a la ortografía, este neologismo
no es realmente afortunado, ni en contenido, ni en valor expresivo» (op. cit.:
p. 210). Y aun agrega, a pie de p.: «Es muy posible, como sugiere el Sr. Coyné,
que el “neologismo” sea un error de imprenta».
(4) Así como varios siglos después el
imperialismo contemporáneo haría su experimento del neoliberalismo en el Chile
de Pinochet.
Referencias bibliográficas
ABRIL, Xavier (1980). Exégesis trílcica. Lima: Labor.
MACHÍN, Horacio (1996). «El
individualismo colectivo en César Vallejo», en: Revista Iberoamericana, Vol. LXII, Num. 175, Abril-Junio.
Pennsylvania: Universidad de Pittsburgh.
RAMA, Ángel (1998). La ciudad letrada. Montevideo: Arca.
TORRE, Guillermo de (1960).
«Reconocimiento crítico de César Vallejo», en: Revista Iberoamericana, Vol. XXV, Núm. 49, Enero-Junio. Pennsylvania:
Universidad de Pittsburgh.
VALLEJO, César (1973). El arte y la revolución. Lima: Mosca
Azul Editores.
VARIOS (1993). Encuentro con Vallejo. Lima: Universidad Nacional Mayor de San
Marcos.
VARIOS (2009). Poner de pie al 1. Folletos en torno a Vallejo. Lima: Universidad
de Ciencias y Humanidades.
Una Saga de Historias en Morropón: Antolin Castillo
Roque
Ramírez Cueva
EN
ANTERIOR PONENCIA, “Ámbitos, personajes negros y mestizos en narrativa regional
de Piura” (1) dimos opinión crítica
de un escritor que da buen trato objetivo a estos personajes y describe con la
legitimidad de un experto explorador, los ámbitos del Morropón andino; hablamos
del autor de la narración Repican las
campanas, interesante relato publicado el 2012, por Antolín Castillo
Castillo. Quien osa escribir en la
ficción un tema desafío, en tanto similares hechos fueron relatados por
anteriores escritores, entre los más importantes tenemos a Francisco Vegas
Seminario, a Víctor Borrero y Miguel Gutiérrez, todos de la región Piura.
En dicha narración Antolín Castillo nos
narra un hecho importante como si se tratara de un asunto común, sin
deslumbramientos, tal vez se deba a que esa historia oral la escuchaba desde su
nacimiento, y sin duda percibió que el relato prometía por su interés en la
historia regional. Así nos relata de una insurrección campesina contra, no los
barones sino los baroncitos de la tierra y los invasores del ejército sureño.
La peculiaridad, decía, en la narración de Antolín es que su historia la leemos
legítima y original, sus protagonistas y
ámbitos los percibimos genuinos y solidarios por su naturaleza de ser parte de
una comunidad en la que crecimos.
Y hablando de elementos y herramientas
narrativas, el autor apela a narradores testigos, narradores diegéticos,
quienes se valen de tramas o acciones paralelas para relatar dos sucesos donde
participan los mismos protagonistas y diferentes antagonistas. Tales sucesos
son la resistencia al invasor ejército chileno, y la toma de la ciudad de Piura
por parte de los Comuneros Chalacos. El
nexo de unidad en la narración Repican
las Campanas, lo establece la presencia de los mismos protagonistas en
ambos hechos bélicos, empleando un mismo lenguaje en formalidad y giros
idiomáticos, con un punto de vista común.
El asunto literario, ya sugerido atrás,
trata de un acto de resistencia contra un fuerte invasor militar –ejército de
Chile- que había hollado y desolado nuestro territorio; y luego, en la misma temporalidad, se relata
el conflicto insurreccional que la Comunidad de Chalaco mantiene contra
latifundistas piuranos que quieren usurpar sus tierras. Antolín nos advierte
que dichas acciones no fueron de corte anárquico sino que se percibe un
accionar organizado en el desarrollo de las mismas; la presencia de un
communard francés (que participó en los sucesos de la Comuna de París, primer
gobierno obrero en el mundo) y de Juan Seminario un citadino hijo de gamonales,
nos sugiere tal proposición.
Esta narración de Antolín Castillo nos
hace notar un aporte suyo, como creador, a la tradición narrativa del Norte, y
de Piura en especial. Dijimos en dicha ponencia, “En el relato hay una
excepcional transcripción del lirismo oral con el cual los campesinos evocan y
describen sus ámbitos andinos”. Esa musicalidad y habla peculiar de los
campesinos es incorporada y aportada sólo por Antolín Castillo, en lo que
conocemos del proceso literario de Piura. En el panorama nacional, ese lenguaje
ya es una tradición en la narrativa del Centro y Sur del país. Y a partir de
este hablar lírico se enmarca la descripción y narración de la epopeya bélica de
los Comuneros Chalacos.
En otra de sus narraciones Ya vienen los montoneros, se continúa
la saga que relata otras historias de conflictos y asonadas originados en el
Morropón andino cuyos más notorios sucesos se sucedieron en las faldas y
pliegues de su ande, Chalaco, Frías, Santo Domingo, Yamango, Santa Catalina de
Moza y Pacaipampa. Tales conflictos, ya dijimos, se originan por la presencia
de invasores locales, los baroncitos de la tierra; y por las disputas internas
entre caudillos nacionales y regionales que aspiran a consolidar su poder
político; o dicho de otro modo, por la ambición de latifundistas y campesinos
ricos. Actos que obtienen respuestas de resistencia a la usurpación de tierras
de parte de los comuneros nuestros, en su propósito de recuperarlas o impedir
el arrebato de las mismas. Como leen, este asunto literario es similar al de Repican las campanas.
El argumento de estas historias se resume
así, el conflicto por la disputa de tierras entre hacendados y campesinos
ricos, o sólo entre campesinos ricos, se realiza al amparo de la confrontación
política entre Cáceres y Piérola; los pertrechos y avíos militares son
proveídos de las despensas de estos dos caudillos. Cuando no usaban las armas
las huestes de ambos, los caudillos regionales o locales las empleaban para
dirimir sus rencillas y ambiciones. Pero, advierte el narrador, a veces las románticas
intenciones políticas que alguna vez tuvieron los montoneros, en condición de
personaje antagonista, se derivan en actitudes lumpenescas, al cometer
deleznables delitos.
A propósito, la narración desde su
función compositiva está signada por la
construcción optimista de sus historias.
Principalmente, en el diseño de los personajes protagonistas, quienes son
hombres de coraje, a la vez que caballeros, respetan al otro. Pueden ser
bravos, fuertes, y no obstante ser amables, ser galantes. Ya sean campesinos
pobres o ricos, asumen la vida con el optimismo quijotesco de enderezar
entuertos ante la injusticia, la expoliación de los poderosos. Tal optimismo es
opción predominante en la narrativa de Castillo Castillo que consta de cuatro
títulos por el momento. En su obra no hay personajes marginales, ni degradados
socialmente ni envueltos en situaciones escatológicas, configuración que no
permite ningún atisbo denigrante sobre
nuestra clase campesina.
Antolín Castillo muestra la diversidad
de los comuneros andinos en perspectiva de una colectividad tendiente a crecer
en su condición humana. Son personajes que conocen sus identidades y expresiones
culturales, su convivencia entre cultos ancestrales y diversas tradiciones. Y
ello se nota al crear personajes femeninos de coraje y temple, a la par de los
masculinos. Las mujeres son de armas tomar, en los conflictos dan la cara, ello
se nota en Repican las campanas,
engañando y obteniendo información del enemigo. En Ya vienen los montoneros, hay un personaje femenino que acompaña
con lealtad y solidaridad a su compañero. La esposa y dueña de una casa que es
atacada a balazos, no se cruza de brazos, toma un rifle y repele el ataque, un
tirador con buena puntería resultó siendo la dócil ama de casa. Si bien este
diseño de personajes femeninos no es una constante en Castillo Castillo, con
los pocos que construye en estas características, se aproxima al legado dejado
por Manuel Scorza, Miguel Gutiérrez y Julio Carmona; este último en una novela
inédita.
En el lenguaje, los narradores emplean
formalidades en su descripción escrita y en la expresión oral. Ese uso formal
es empleado por los distintos personajes, si se diferencian no es desde luego
por su manera de hablar sino por la descripción de sus apariencias, con la
excepción de los soldados chilenos que hablan con sus típicos sufijos, “pó”.
Rara vez suenan giros idiomáticos del habla local, como un ñija, un miamo,
juido, soberao, redumbo, jondazos, chúcaro, sol de venado, oscurana. Y también
se percibe un leve eco arguediano al mostrar palabras que provienen del quechua
o raíces de un idioma que allí en los andes norteños se extinguió, tales como:
chacayo, quinchayo, achachay, güicapa, anchalay, quichuar, guashando,
quichuando, yinqui, añalque, huala, sanguache, pajul, shitingul, etc. Usa los
adjetivos necesarios, no hay saturación de ellos, el verbo y sustantivaciones
son la norma en las narraciones comentadas.
Presenta un narrador testimonial,
comprometido con el desenvolvimiento de los personajes en la historia, conoce
al dedillo los ámbitos donde se sucede el relato, hasta el más mínimo detalle
como el enviar a un explorador para hacer huir las culebras del camino y así no
se espanten los caballos cuando avance el grueso de los jinetes, lo cual nos
indica que la descripción narrativa es verosímil, entre otros detalles a lo
largo de sus narraciones. Se diría que en el aspecto de las descripciones es un
narrador extra-diegético por la objetividad de las mismas. Mas, desde el punto
de vista de los protagonistas y antagonistas se involucra en la diégesis y su
función. Esto es evidente y una constante en las narraciones de Antolín
Castillo.
Bueno, la estructura narrativa, en
relación a su composición literaria, la arma apelando a una larga tradición
narrativa que la iniciaron los griegos con Homero, la continuaron los
trovadores medievales con el Decamerón de Bocaccio; los modernos con el Quijote
de Cervantes, y los contemporáneos con Conrad, el Franquenstein de Mary
Shelley, García Márquez en la saga de Macondo; hablamos de la narración
enmarcada o técnica de narrar una historia menor en un historia mayor.
Antolín Castillo nos cuenta historias
orales tradicionales dentro de una historia escrita mayor; es decir, emplea dos
líneas argumentales, en la cual la general incluye una particular, una historia
incluida en la otra, pero cada una con su planteamiento, desarrollo y
resolución; en las cuales comparten personajes. La historia del “entierro” de
oro en los peroles, y la intención de extraer dicho tesoro por parte de uno de
los jefes de los montoneros, es esa narración enmarcada de la que hablamos.
La lectura de su obra, nos amerita una
conclusión sin titubeos en su propuesta cierta: Por lo percibido y leído acerca
de tres de los libros de narraciones de nuestro autor comentado, no hay duda en
afirmar que Antolín Castillo es un narrador importante e innegable en el ya
forjado panorama del proceso de nuestra narrativa piurana. Dicho de manera más
sencilla, su obra, incluso en la brevedad de cada libro, es parte de esa
tradición narrativa que se viene construyendo en las tierras del Alto, Medio y
Bajo Piura.
Nota bibliográfica:
(1) Ver
blog Creación Heroica, del mes de enero, 2013. Sección Literatura.
Literatura
Andina
Juan Alberto Osorio
DESDE LA DÉCADA
DEL OCHENTA se produjeron algunas confrontaciones entre escritores llamados
criollos y andinos. Muchos intervinieron en ese debate que duró hasta muy
entrado el año 2000. El debate tiene dos etapas, primero es la confrontación, y
luego algunos escritores, asumen la denominación de andinos, y buscan precisar
los rasgos distintivos de esta literatura. Participé en ese propósito, con
trabajos publicados en revistas, como Apumarca
de Puno y Umbral de Chiclayo, y Sieteculebras de Cusco. También lo
hicieron otros escritores e incluso propusieron nuevas periodizaciones y una
nueva historia de la literatura peruana, desde la perspectiva andina, como
Jorge Flórez Áybar. Han transcurrido más de treinta años de esa efervescencia y
de ese encono.
Fueron los escritores limeños los que
usaron la denominación de literatura andina, de modo profuso, desde la década
del ochenta. Les servía para nombrar a toda la producción literaria de la
sierra peruana, y la entendían como subalterna, periférica, y de escasa calidad
e importancia. De este modo, se proponían ellos como centro, como literatura hegemónica, representantes de lo nacional, e imponían su
canon.
Entonces los llamados criollos, a fines
del siglo xx, concebían la literatura peruana como expresión simbólica de dos
grandes segmentos socioculturales o semiosferas: la occidental y la andina.
Ellos producirían una literatura
occidental, y la imponían como nacional. La literatura andina sería la producida
en la sierra, expresión de una cultura andina.
La cultura andina es la que encuentran
los españoles cuando llegan, en 1532. Se produce, entonces, una confrontación,
un genocidio cultural y étnico. La nueva cultura hegemónica se impuso con
violencia, provocando un repliegue de la cultura andina. Pero antes, fijémonos como
fue la cultura occidental que trajeron los españoles, y cómo fue la cultura
andina que encontraron. Lo occidental y lo andino los estamos usando en términos generales, porque ninguna
es homogénea. La occidental fue una cultura heterogénea y diversa, y de la
misma manera, la andina. No hay cultura homogénea.
La cultura que traen los españoles está
impregnada de elementos culturales judíos y árabes. Los judíos estaban en
España desde hace mil años, y los árabes, desde ochocientos años. Estas
culturas llegan a España, cuando esta no existía como Estado, y ese territorio
estaba integrado por varios reinos, con sus respectivas culturas y lenguas,
como León, Galicia, Castilla, Asturias, Cataluña, los Vascos y otros. El
denominador común fue la religión católica. Varios escritores españoles son
judíos o de ancestro judío. Había judíos en las mismas Cortes de la
aristocracia española. El caso de los
árabes es de mayor presencia cultural y racial, porque era una población masiva
que ocupaba parte importante del territorio español. Aquí el mestizaje es
mayor, y la literatura da cuenta de ello.
Los españoles que vienen a las Indias,
lo hacen porque huyen de algo (de la pobreza, de la justicia, de su pasado
judío o árabe). No tenían nada que perder. La Santa Inquisición los persigue,
porque no pueden probar su limpieza de sangre. Se desplazan de una región a
otra en la propia España. Fuera de
España, fingen ser cristianos antiguos, pertenecer a familias de cierta
importancia cuando en realidad eran labriegos sin tierras, artesanos
empobrecidos, vagabundos o delincuentes. Muchos españoles llegan al Perú con
apellidos cambiados. Los adquirían en Ciudad de Dios. El escritor español Mateo
Rosas de Oquendo, en Sátira a las cosas
que pasan en el Perú (1598), se burla de ellos, de sus apellidos falsos, de
sus fingimientos de alcurnia, de sus vestimentas y modales. De muchos de los llegados al Perú, se
sospechaba de tener orígenes judíos o árabes, y algunos de los cuales fueron
descubiertos y enjuiciados. No olvidemos que a Diego de Almagro, padre, sus
enemigos le apodaban el Moro. Rodrigo de Triana, el que da el anunciado de
tierra, era judío. Pero también en España estaban los negros, aunque en escaso
número, se supone que desde el siglo XVI. Junto a los españoles llegan a
América algunos negros, son negros españoles, que hablan castellano. En El Lazarillo de Tormes (1554), primera
novela picaresca, existe una muestra del mestizaje entre un negro y una
española. También desde estos tiempos están en España los gitanos.
A propósito, como estudiantes
antonianos, nos agradaba conversar con jóvenes extranjeros que llegaban al Cusco.
En una ocasión, unas muchachas, no recuerdo bien si danesas o suecas, se
sorprendieron porque nosotros nombramos a los blancos españoles. Una de ellas
reaccionó, los españoles no son blancos, afirmó, mezclados como están con
negros, judíos y árabes. Los blancos somos nosotros, los nórdicos, dijeron.
Comprendimos que también entre europeos se discriminaban. Posteriormente, nos
topamos con algunas novelas españolas y francesas, en las que se desatan
algunas discusiones entre madres e hijas, cuando estas hacen las tareas
domésticas con desgano. Las madres les dicen si se creían hijas de alemanes. En
la novela La modificación de Michael
Butor, una persona ingresa al vagón de un tren en el que viaja el narrador,
quien al verlo, dice debe ser inglés.
Ese era el panorama de España en aquel
momento. Es decir, los españoles eran los menos occidentales de los
occidentales. Además, los españoles llegan al Perú, después de estar en
Centroamérica cuarenta años. Al mestizaje de los españoles con las culturas
judía y árabe, se añade entonces la
cultura centroamericana, además de un mestizaje étnico. Por ejemplo, en ese
tiempo en Centroamérica, el maíz se había convertido en el alimento básico de
los españoles, a menudo hay riñas entre ellos por este producto. En
Centroamérica y en el Perú aparecen españoles que no conocen España, tenemos el
caso de Diego de Almagro, hijo.
Por otro, se dice que la fase imperial
del incanato era reciente, que al momento de llegada de los españoles, la
nación inca estaba empezando su formación y fue obliterada. En su interior
había varias culturas y lenguas. En los pueblos recientemente conquistados
existía un resentimiento que se incrementa con la presencia de los españoles.
Existían también descontentos y pugnas entre los diversos estratos de la
nobleza incaica. La muerte de los Incas conmociona las poblaciones, pero al mismo tiempo,
alienta a los pueblos conquistados por los Incas, a recuperar su autonomía. Ven
en los españoles sus salvadores y les ayudan a destruir el imperio de los
Incas. Esos pueblos pensaban que los españoles se irían pronto. La cultura
andina al momento de la llegada de los españoles fue una cultura también
mestiza, en la que interactuaban varias culturas y lenguas, entre las cuales se
establecía una relación de armonía y conflicto.
Entonces, en 1532, se produce el
encuentro de dos culturas heterogéneas, híbridas, mestizas. El imperio de los
incas era un espacio multicultural, donde la diversidad era evidente. De igual
manera los españoles son portadores de una cultura occidental atravesada por la diversidad, además de las
diferencias, según las regiones de España. Esto va en contra de las posturas
homogenizadoras en la cultura que traen los españoles, como en la cultura andina
que encuentran aquí. La relación intercultural, incrementa la estructura
heterogénea de ambas. El intercambio de elementos culturales genera una
hibridez, que desemboca progresivamente en un mestizaje. Los españoles se van
tornando mestizos, y de igual modo, los quechuas y aymaras; un mestizaje
cultural y étnico se extendió con rapidez.
Al entrar en contacto y conflicto estas
culturas, andina y occidental, fueron creando un espacio intersticial en la
negociación de bienes culturales, que algunos llaman religación, en la que una
cultura toma elementos de otra, en un
proceso de hibridación, pero luego cada cultura se repliega. Cuando la mezcla
se incrementa con el tiempo y la intensidad de la relación, se produce un
mestizaje generalizado. En esos momentos fundacionales, liminales, existen
entonces dos grandes formaciones socioculturales o semiosferas enfrentadas, la
occidental y la andina.
Cuando decimos cultura andina nos
referimos a la presencia actual de las culturas quechua y aymara, y otras, una
cultura andina mestiza, occidentalizada. Y paralelamente, cuando decimos
cultura occidental nos referimos a la traída por los españoles, y que quedó
atravesada por las culturas andinas. Ambas, andina y occidental, en estado de
mestizaje.
Por aquella época, aparecen los llamados
criollos, es decir, mestizos en su primera acepción, hijos de españoles nacidos
en América, conocedores y participantes de su cultura. El mestizo cultural y
étnico aparece por todos lados, en oposición de las concepciones esencialistas,
que imaginaban la pureza de la cultura española en estas tierras. Se crea un
espacio híbrido desde 1532. Estos dos mestizajes que en un primer momento se
dan por separado, como expresión de dos segmentos socioculturales, de dos
semiosferas, se van integrando, hasta constituir una, que es el existente en la
actualidad. Los reductos han sido abandonados, se aproximan y mezclan,
abandonando repliegues identitarios. Ambas se imaginaron homogéneas.
Pero después asoma otro componente
cultural, el africano, con su secuela esclavista. No es el negro español, sino
otro, posterior, producto de la comercialización de esclavos. El componente
africano cobra importancia en la colonia y mucho más en la república. Si
volvemos a una situación inicial, fundacional, tenemos dos culturas (española y
andina), Semejan dos círculos, dos esferas, que se aproximan y colisionan, pero
luego la interacción intercultural, agresiva de una parte, y pasiva, de otra,
hace que estas esferas se atraviesen hasta crear un espacio común, pequeñísimo
al comienzo. Es un intersticio entre ambas culturas, que con el tiempo, se va
ampliando. Este espacio intersticial híbrido, que acoge elementos de ambas
culturas, se va ampliando, en un
mestizaje creciente. Dos o tres años después de la llegada de los españoles, en
muchos lugares del Perú, sobre todo en el Cusco, se veían muchos niños
mestizos, vestidos a la usanza española. Y el primer conato de rebelión contra
los españoles fue promovido por jóvenes mestizos, en 1567. Afirmaban que como
mestizos los corresponde el gobierno.
Contrariamente, nosotros proponemos que
en la actualidad, y desde hace varios siglos, en el Perú existen dos
formaciones socioculturales, una que se imagina a sí misma como occidental pura
y otra occidental mestiza, porque asimila elementos culturales andinos, y sus
expresiones literarias se diferencian de las expresiones puramente occidentales
porque puede admitir elementos culturales andinos. No toda la literatura que se produce en la
sierra debe denominarse andina, término discriminatorio e impropio. Esta
literatura occidental con elementos
andinos, es la literatura que prevalece en el Perú de hoy, y no se considera
periférica, y rechaza toda relación de subalternidad.
Pero hay una literatura que se llamó
andina. Había en ella una remisión al mundo rural, a ciudades de la sierra, con una profusión de deícticos que identificaban
ese espacio, y con presencia de elementos culturales andinos. Se insertaban en
esos discursos, narrativos o poéticos, relatos orales tradicionales de origen
quechua o aymara, discursos míticos que remitan a situaciones utópicas. Es
decir, hipotextos existentes en la tradición escrita u oral. Expresaban,
además, formas de reflexión y sentimientos andinos, una epistemología propia
distinta de la occidental. En diverso grado, hubo todo esto en la literatura
que los “criollos” llamaron literatura andina, además del manejo de una lengua
interferida en el habla de los personajes. La lectura extendía sobre ella una
mirada arqueológica, como productos de
una literatura anclada en el pasado, y fundada en concepciones arcaicas.
La literatura que se hace hoy, y viene
de fines del pasado siglo, es –dijimos– una literatura occidental, se
diferencia de la occidental limeña por la posibilidad de admitir elementos de
la cultura andina, reflexiones y sentimientos andinos, allí el carácter de su
mestizaje. Como lugar de enunciación no están solo las ciudades de la sierra,
pues la cultura andina se ha desterritorializado en buena parte, y se
reterritorializa en otros espacios.
Una obra debe ser considerada como
andina cuando es una expresión simbólica de la cultura andina. Cuando se hablaba
de literatura andina se volvía a
situaciones iniciales: cultura occidental frente a una cultura andina, pensada
como estancos cerrados, como reservaciones. La situación de entonces ya era de
un mestizaje generalizado, mestizaje que además empezó con la llegada misma de
los españoles.
Desde estos puntos de vista no sé si sea
pertinente hablar de una cultura o nación quechua, y de una cultura o nación
aymara. La primera nos parece más difusa e imprecisa. La segunda parecería
tener más concreción, con una población más compacta, con una territorialización
bastante más precisa. Aceptar esta situación sería suscribir criterios
coloniales, porque esas culturas son también
mestizas. Pero existe hoy
literatura de ficción que defiende la existencia de una nación aymara, por ejemplo.
Hasta hace poco, ciertos sectores
literarios, se llamaban a sí mismos criollos, no en el sentido de mestizos que
tuvo inicialmente este término, sino de occidental, de descendiente de
españoles o europeos. Presentaron la literatura como expresión de dos formaciones
socioculturales, dos semiosferas enfrentadas. Según ellos por un lado, una cultura criolla, calificada como occidental,
y por otro, la cultura andina. La literatura que se produce en el Perú, sería
expresión de estas dos formaciones culturales. Los llamados criollos se
calificaron como escritores occidentales, sin asomo de elementos culturales
andinos, cultura que rechazaban y rechazan. Los escritores que producen en el
interior del país, en ciudades de la
sierra, consideran sus obras como expresiones simbólicas de una cultura
occidental, que admite componentes culturales andinos. La diferencia está en
que una rechaza la cultura andina, y la otra, la acepta, la reconoce también
como suya.
En el pasado estuvo la intención de
presentar a la llamada literatura criolla como regida por una nacionalidad
científica, y la literatura andina, como dominada por una racionalidad mítica.
Eso resultó un absurdo. Desde sus inicios, cuando se produce el encuentro de
estas dos culturas, los españoles son portadores de una racionalidad científica
y de una racionalidad mítica, y la cultura andina es también usuaria de ambas
racionalidades, la científica y la mítica. Lo contrario es suscribir un
pensamiento colonial y nada científico. En los últimos tiempos se está abandonando
las denominaciones de criollos y andinos, pero el fundamento ideológico sigue
vigente.
En oposición, se plantea la existencia,
en el Perú de hoy, de dos formaciones socioculturales, dos semiosferas: la
cultura occidental mestiza y la cultura occidental, supuestamente pura. La
literatura que se produce en el Perú es expresión simbólica de estas dos
culturas, de estas dos semiosferas, una grande, que compromete a más del
ochenta por ciento de la población nacional, que es la cultura occidental mestiza,
y la otra semiosfera, pequeña, que se califica a sí misma como occidental, que
no admite componentes andinos. La literatura nacional es una literatura
occidental con la presencia de elementos culturales andinos, en diverso grado,
frente a otra, literatura occidental, que no admite componentes andinos. Esa es
la diferencia. Nuestra cultura es occidental desde el hogar, la formación
educativa y la presencia permanente de ella, en nuestras vidas. La cultura
andina aparece junto a estas vivencias, como herencia social.
La literatura que proponemos es una
literatura nacional, una literatura peruana, de elaboración occidental, pero
con presencia de elementos culturales andinos. Una literatura propiamente andina
existe y es aquella, también mestiza, pero con predominio de elementos de la
cultura andina. Una literatura oral o escrita, en castellano, quechua y aymara,
próxima a la calificación de etnoliteratura, con presencia de una reflexión
mítica y abundancia descriptiva con elementos deícticos.
En el Perú de hoy existe una fuerte
influencia de elementos culturales y étnicos de origen africano, como que
tenemos negros campesinos y un mestizaje con miembros de comunidades de la
sierra. Existe literatura que ficciona ese universo negro. Así podemos hablar de
negros en diversos lugares del territorio nacional. Posteriormente tendremos la presencia de
chinos y japoneses que desarrollan otros mestizajes en la sociedad peruana, en
todo el país. También están las culturas que traen los inmigrantes europeos del
siglo XX: italianos, los de la antigua Yugoslavia, y de otros lugares. Por esa
época también llegan al Perú, inmigrantes árabes, especialmente palestinos.
Todos ellos se establecen en distintos lugares del interior del país.
Últimamente es fuerte la influencia norteamericana, que modela drásticamente,
sobre todo a la juventud de nuestro tiempo. Con la llamada globalización, la
presencia de la cultura occidental es avasallante, aunque avivó sentimientos
nacionalistas, provocando guerras interculturales, choques de civilizaciones, culturas
occidentales frente a la cultura oriental. Occidente se considera propietario
del mundo, en una etapa posterior al colonialismo occidental que concluyó a
mediados del siglo XX. Esto recuerda en nosotros nuestras etapas colonial y
postcolonial, y la subsistencia de situaciones coloniales en plena modernidad.
Hemos pasado de un colonialismo español
a un colonialismo interno. Nuestra etapa postcolonial no fue de
descolonización como correspondía. Y la estructura colonial del estado sigue presente,
así como el pensamiento colonial. Esto se debe a que el Estado no fue fundado
por los colonizados (indios, mestizos, negros, mulatos y criollos pobres) sino
por una parte de los colonizadores, las llamadas élites criollas, y casi todo
siguió igual.
Por qué pueblos indígenas, lenguas
indígenas, día de la mujer indígena. Porqué esa etiqueta de indígena. Suena a
discriminación, hacer un aparte, una reservación; señalar algo distinto, marcar
una diferencia con los otros. Por qué no pueblos peruanos, lenguas peruanas,
mujeres peruanas, Casi quinientos años después, se trata de poblaciones
mestizas. El mestizaje es un proceso en el que existe un centro y dos externos.
Uno, con predominio occidental y algunos componentes andinos; el otro, a la
inversa, con predominio andino y algunos elementos occidentales. Los pueblos, las
lenguas y las mujeres indígenas, serían en realidad mestizos peruanos. Los
españoles antes de llegar a estas tierras, desde 1514 o 1515, los llamaron
peruanos. Los cronistas en la colonia hablaban de Reino del Perú o Pirú. Perú
fue el nombre popular aunque otro fuese el oficial, en todo el periodo colonial
y así se mantuvo en la República. Por qué excluir de esa república peruana a
esos habitantes, que son los auténticos peruanos, con casi mil años de
peruanidad.
Desde esta perspectiva sería
improcedente hablar de literaturas indígenas, estaríamos antes literaturas
mestizas que se expresan en quechua, aymara o castellano. La escritura en
quechua, sobre todo en poesía, es de antigua data, y hecha por élites criollas
y mestizas, intelectuales, académicos. Los relatos son escasos, excepto los
orales que recaen en el ámbito de una etnoliteratura. Esta literatura en la
práctica carecía de lectores, como carece hoy. Si los hay, son unos cuantos
intelectuales que se esfuerzan para estas lecturas, si las hacen. Aquí se
produce un desfase. No sabemos si estos autores escriben en quechua directamente
o lo hacen en castellano y lo traslucen después al quechua. Me inclino a creer
que la segunda posibilidad sea la más socorrida, sobre todo tratándose de
textos de mayor extensión. Los hablantes de estas lenguas, quechua y aymara, no
leen esta literatura, porque no tienen la práctica escritural y menos la de
lectura.
En el momento, haciendo una abstracción
dentro de la heterogeneidad, podemos proponer la existencia de tres literaturas
peruanas. Una que es expresión simbólica de una cultura occidental mestiza, que
se produce en todo el territorio nacional. Esta literatura admite la
posibilidad de incorporar en los textos elemento culturales andinos, quechuas o
aymaras, explícitos, implícitos o sustratales. La otra literatura es expresión
simbólica, según declaraciones de sus propios autores, de una cultura
estrictamente occidental, minoritaria, que no admite componente culturales
andinos, y más bien los rechaza. Una tercera literatura sería la andina, expresión
de esta cultura, también mestiza, donde el componente andino prevalece. Esta
literatura, oral o escrita, en quechua o aymara, es próxima a la etnoliteratura, y se caracteriza además
por la escasa presencia de códigos y exigencias de la literatura occidental.
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