viernes, 1 de noviembre de 2019

Filosofía


Posibilidad y Realidad*

Definición de la Posibilidad y la Realidad

M.M. Rosental y G.M. Straks

LA REALIDAD, en el sentido más amplio de la palabra, es el mundo objetivo que nos rodea y existe infinitamente en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, la realidad solamente existe en sus manifestaciones finitas y concretas –cuerpos, fenómenos, objetos–, ninguna de las cuales está dotada de una existencia eterna. Todas ellas se hallan sujetas a un proceso de cambio, de aparición y desaparición. Engels, en su Dialéctica de la naturaleza, habla del mundo como de un proceso “… en el que cada forma finita de existencia de la materia –lo mismo si es un sol que una nebulosa, un individuo animal o una especie de animales, la combinación química o la disociación– es igualmente pasajera y en el que no hay nada eterno, a no ser la materia en eterno movimiento y transformación y las leyes según las cuales se mueve y transforma”.1

        En este eterno proceso de movimiento, de aparición y desaparición de los fenómenos del universo se efectúa constantemente la transformación de ciertas posibilidades en realidad. Pero, en este caso, ya no empleamos el concepto de realidad en el amplio sentido que le hemos dado antes. Por contraposición al mundo, concebido como un todo, infinito en el espacio y en el tiempo, cada una de sus manifestaciones concretas no existe eternamente ni se da siempre en la realidad. En el proceso de movimiento y desarrollo, unos fenómenos dejan paso a otros, bien entendido que los nuevos fenómenos no caen por así decir del cielo, sino que surgen cuando se dan ciertas premisas.

        Antes de los fenómenos se conviertan en una realidad, deben existir primeramente, y existen, como mera posibilidad de aparición, posibilidad creado por determinados fenómenos anteriores, que encierran dicha posibilidad en forma de condiciones.

        Así, puesto que todo movimiento, cambio y desarrollo implica siempre la aparición de algo nuevo, es decir, el nacimiento de nuevos fenómenos, representa, por lo tanto, un proceso de transformación de la posibilidad de esos nuevos fenómenos en una realidad, que encierra, a su vez, nuevas posibilidades de cambios futuros, de un desarrollo ulterior.2

        La posibilidad y la realidad son, por tanto, dos aspectos interdependientes del movimiento y del desarrollo de los fenómenos del mundo objetivo y, por consiguiente, del proceso mismo de su conocimiento.

        Las condiciones existentes en la realidad objetiva, es decir, los fenómenos que se dan en ella, crean las posibilidades. Por esta razón, para descubrir la esencia de las categorías que estamos examinando, hay que responder a la siguiente cuestión: ¿por qué un fenómeno lleva en su seno precisamente tales o cuales posibilidades?

        La práctica viva nos demuestra con absoluta evidencia que ciertas condiciones engendran determinadas posibilidades. Nadie espera, por ejemplo, que llueva cuando el cielo está sereno y sin nubes, ni que crezca un pino de la semilla de un abedul, etc. Ya el poeta y filósofo Lucrecio Caro escribía en la antigüedad: “… las cosas solamente puede crecer, siempre naciendo, de ciertas semillas y también de una madre…” Y, al explicar las causas de por qué ocurrían las cosas de este modo, señalaba: “Es claro que debe suceder así en virtud de ciertas leyes”.3

        La dependencia en que se encuentran las posibilidades respecto de unas condiciones dadas nos sugiere la idea que esa dependencia se debe al hecho de que el mundo se halla sujeto a leyes objetivas. Por tanto, para descubrir la esencia de la posibilidad, hay que esclarecer los nexos que mantiene con la ley, con la sujeción a leyes.

        Ahora bien, ¿cómo resuelven las ciencias naturales este problema de los nexos?

        La biología considera la base hereditaria del organismo, es decir, su tipo genético, como la expresión de su adaptabilidad a determinadas condiciones de su medio exterior y como resultado de su capacidad para formar su propio cuerpo, del modo correspondiente, a partir de esas condiciones. Esa adaptabilidad se lleva a cabo con las diferentes propiedades y los distintos caracteres de la estructura del organismo, bien entendido que el genotipo, o lo que es lo mismo la base hereditaria del organismo, encierra como posibilidad toda la gama de adaptaciones al medio ambiente, que fueron elaboradas en el curso de toda la historia filogenética de sus ascendientes, especialmente de los más próximos. Por esta razón, las posibilidades del desarrollo del organismo y de que aparezcan unos rasgos o unas propiedades concretos, son sumamente variadas.4

        Al mismo tiempo, estas posibilidades, pese a su diversidad, se hallan rigurosamente definidas, ya que de la base hereditaria no puede desarrollarse cualquier forma orgánica, dotada de no importa qué naturaleza o caracteres. Una de las tesis más importantes de la biología es la de que todo ser viviente se desarrolla y crea sus órganos partiendo de las condiciones del medio exterior y con arreglo a su propia herencia. Así, pues, el fondo hereditario, precisamente en virtud de la ley biológica de la herencia, representa la suma de posibilidades de que surjan determinados caracteres y cualidades del organismo; es decir, expresa un conjunto de determinadas posibilidades.

        Pero el fondo hereditario no es más que la posibilidad de que surjan ciertas formas o determinados caracteres del organismo. Ahora bien, para que esa posibilidad se realice es indispensable que se den las condiciones exteriores adecuadas, como puede verse, con particular evidencia, en el fenómeno de la dominancia.

        El fondo hereditario que resulta, por ejemplo, de la unión, en uno u otro grado, de diferentes progenitores –el padre y la madre– implica la posibilidad de que en el organismo aparezcan propiedades y caracteres que poseían sus ascendientes tanto por la línea materna como por la paterna. Pero si se tienen en cuenta los caracteres que se excluyen los unos a los otros, el hecho de que surja determinado carácter en el proceso de desarrollo del organismo no dependerá forzosamente del fondo hereditario, sino de las condiciones del medio ambiente en que vive el organismo. Por tanto, se desarrollarán y dominarán los caracteres que encuentren las condiciones adecuadas de existencia y se adapten mejor a las condiciones del medio ambiente.

        Así, pues, el fondo hereditario que se ha ido formando con arreglo a ciertas leyes biológicas brinda la posibilidad de que se manifiesten estos o aquellos caracteres y cualidades. Pero se trata sólo de la posibilidad de que surjan determinados caracteres, que sólo se manifiestan necesariamente cuando se dan las condiciones del medio ambiente, necesarias para ello, y, por tanto, más o menos fortuitas.

        Conclusiones análogas pueden obtenerse de otras ciencias. Así, por ejemplo, la teoría de la estructura química de la sustancia, debida al gran científico ruso A. M. Butlerov y que ha sido objeto de un profundo desarrollo en la química avanzada actual, sostiene que las propiedades químicas, la capacidad de reaccionar de las sustancias se hallan determinadas por su estructura química. A. M. Butlerov formuló las leyes que rigen la dependencia de las propiedades químicas de los cuerpos respecto de su estructura química, y esta tesis suya constituye una de las piedras angulares de su teoría de la estructura química. En virtud de que las propiedades químicas dependen, con fuerza de ley, de la estructura química de una determinada sustancia, surgen posibilidades de que se operen ciertas reacciones químicas. Por lo que se refiere a la cual de cuál sea precisamente la posibilidad que se realice, ello dependerá del medio químico con el que entra en una relación mutua la sustancia dada.

        La teoría matemática de las probabilidades nos dice cuál es la probabilidad o, dicho en otros términos, el grado de posibilidad de que ocurra determinado suceso. Disponiendo del valor numérico de la probabilidad de este suceso, se puede calcular hasta qué punto es probable o posible que ocurra dentro de un conjunto dado de condiciones. Los valores numéricos de la probabilidad dependen de un conjunto de condiciones necesarias y no son casuales en modo alguno, ya que de otra manera no podrían predecirse de antemano. La probabilidad, sus valores numéricos, se hallan determinados por propiedades objetivas y por las leyes que rigen en los fenómenos correspondientes. Pero estas leyes admiten una gran diversidad de fenómenos individuales distintos. El que en un caso concreto ocurra realmente determinado suceso (por ejemplo, la venta de la mercancía a cierto precio en el mercado) dependerá de un gran número de causas, que a veces no derivan en absoluto las unas de las otras y que, frecuentemente, carecen de importancia por su carácter, pero que influyen, sin embargo, en la aparición del fenómeno dado, que es, por todas estas causas, un fenómeno casual.

        Los hechos considerados corroboran la tesis de que la dependencia de las posibilidades respecto de sus propias condiciones y la creación de ciertas posibilidades por determinadas condiciones se efectúan con sujeción a las leyes objetivas que rigen en el mundo. La dependencia de la posibilidad respecto de sus propias condiciones refleja el nexo existente, con fuerza de ley, entre las condiciones y los fenómenos posibles en virtud de esas condiciones. En efecto, ¿qué nos dice el hecho de que en el fondo hereditario del manzano se dé la posibilidad de que sus frutos tengan una forma redonda y un sabor peculiar? Nos dice que existe un nexo, con fuerza de ley, entre el fondo hereditario y la aparición de determinados caracteres en el árbol en el curso de su desarrollo.

        En el mundo se dan determinadas posibilidades de cambio y desarrollo porque el mundo es el movimiento mismo de la materia, sujeto a leyes. Si el mundo fuera el reino del caos y de la casualidad, si estuviera desprovisto de leyes objetivas, todo sería igualmente posible e imposible. El reconocimiento de la existencia de leyes objetivas es una de las condiciones fundamentales para admitir la existencia de la posibilidad objetiva. E, inversamente, la negación de la existencia de las leyes objetivas conduce, en forma inevitable, a negar que exista la posibilidad objetiva. Así, el filósofo Avenarius, que rechaza la existencia de la necesidad objetiva, sostiene que la necesidad es sólo un grado de la probabilidad de que se produzca el efecto que se espera. Y, en esta afirmación, se implican directamente la negación de la necesidad, la negación de la sujeción a leyes y la posibilidad objetiva. Es evidente que, de acuerdo con las ideas de Avenarius, no queda lugar para esta última.

        Desde el punto de vista del filósofo citado, la posibilidad es lo mismo que la probabilidad concebida de un modo subjetivo; es solamente la probabilidad que se espera, no la posibilidad que surge, con fuerza de ley, de la situación objetiva de las cosas, de las condiciones objetivas existentes.

        Lo mismo podemos ver en el ejemplo de la tergiversación idealista de la teoría de las probabilidades. La negación de las leyes objetivas conduce en esta teoría a que la probabilidad, en tanto que grado de la posibilidad, pierda su carácter objetivo al ser considerada subjetivamente. R. Mises, hombre de ciencia alemán que comparte las concepciones de Mach, dice en el prólogo a su obra titulada Probabilidad y estadística: “Nunca he podido plantearme otra tarea que no sea la de descubrir, del modo sistemático más simple que sea posible, los hechos percibidos por los sentidos”.5 Mises considera que las leyes no son más que un medio cómodo de registrar los datos de la experiencia, negando, por lo tanto, que tengan un carácter objetivo. Por la misma razón, no considera que la probabilidad se halle condicionada, con fuerza de ley, por las cualidades de los objetos mismos; la probabilidad, para Mises, es una mera descripción de nuestra experiencia sensible. Sin embargo, la ciencia avanzada nos dice que la probabilidad, es decir, la frecuencia con que ocurre un suceso radica en las leyes que los rigen y en sus propiedades, teniendo por ello un carácter objetivo.

        El nexo existente entre la posibilidad y las leyes que rigen en el fenómeno dado determinan que no pueda conocerse las posibilidades, sin que se conozcan las leyes correspondientes. Así lo demuestra toda la historia de la ciencia y de la práctica.

        La ciencia, al descubrir las leyes inherentes al mundo objetivo, es decir, las leyes que rigen los fenómenos de éste, pertrecha al hombre, de este modo, con el conocimiento de las posibilidades ocultas en las fuerzas de la naturaleza, y con el de las posibilidades del desarrollo de la sociedad, que se utilizan en la actividad práctica humana.

        La posibilidad nace, por lo tanto, de la existencia de la necesidad objetiva y de las leyes que actúan en la naturaleza; gracias a ello, ciertas condiciones encierran en su seno determinadas posibilidades.

        Sin embargo, la posibilidad se halla vinculada no solamente con la ley, con la necesidad, sino también con la casualidad.

        La posibilidad es casual en cuanto puede realizarse o no. Los factores casuales provocan con su acción innumerables posibilidades de que se produzcan determinados fenómenos en la naturaleza. Así, por ejemplo, la posibilidad de que las precipitaciones atmosféricas, que caen en cierta región y determinado día, lleguen a cierto número, se debe a una gran cantidad de factores; por ello, esta posibilidad puede adoptar formas muy diversas.

        Conviene distinguir este género de posibilidades por medio de las cuales se expresa la necesidad histórica. Esta última forma de posibilidad también lleva sobre sí la marca de la casualidad, pero no en el sentido de que pueda ser o no ser, sino el de que en ella se dan peculiaridades casuales, individuales e irrepetibles.

        Las condiciones que crean determinada posibilidad no son algo dado de una vez para siempre. Estas condiciones –y a la par que ellas las posibilidades correspondientes– también pasan por un proceso de transformación y desarrollo. Al examinar los rasgos característicos de este proceso, conviene detenerse en las diferencias que median entre la posibilidad abstracta, formal, de una parte, y la posibilidad real de otra.

        Al hablar de la posibilidad abstracta y formal debe advertirse, ante todo, que esta posibilidad abstracta se distingue de la imposibilidad en general. La posibilidad abstracta, en verdad, no puede convertirse directamente en realidad. Para ello se requiere, primero, que sea una posibilidad real, que disponga de las condiciones concretas correspondientes para su transformación en realidad.

        Ahora bien, la posibilidad abstracta no debe ser identificada con la imposibilidad en general, es decir, con lo que no puede realizarse cualesquiera que sean las condiciones, ya que su realización entraría en absoluta contradicción con las leyes del mundo objetivo. Así, por ejemplo, la construcción de un motor eterno no es una mera posibilidad abstracta, sino simplemente una imposibilidad, ya que un motor de ese género no puede construirse en ningún caso. Su construcción equivaldría a infringir la ley de la conservación y de la transformación de la energía, lo cual es tan imposible como el aniquilamiento de la materia.

        La posibilidad abstracta se manifiesta en las condiciones más generales de la aparición de la aparición de un fenómeno; se expresa, asimismo, en las condiciones más generales de la acción de las leyes en que se funda dicha posibilidad. Sin embargo, para que la acción de estas leyes, adoptando una forma concreta, sea una posibilidad real –no meramente abstracta– se requiere que haya también, además de las condiciones generales, unas condiciones necesarias concretas. Por esta razón, la posibilidad real, por oposición a la abstracta, es la posibilidad de que surja un fenómeno en un tiempo dado y en determinada situación concreta.

        El Partido Comunista enseña que solamente puede ser fecunda la actividad práctica que se apoya en las posibilidades reales, no en las abstractas, y que está dirigida a la utilización de las primeras.

        Uno de los medios de que se valen los enemigos del marxismo para intentar desfigurar las leyes que rigen el desarrollo social y sembrar ilusiones utópicas entre las masas populares con el fin de adormecerlas, es la sustitución de las posibilidades reales por posibilidades abstractas. Así, los ideólogos del imperialismo aseguran falazmente que es posible dirigir planificadamente la economía capitalista y conjurar, de este modo, el paro forzoso, las crisis económicas y otras calamidades sociales, engendradas por el capitalismo.

        Los nexos existentes entre las diferentes ramas de la producción en nuestro tiempo y su carácter social llevan en su seno, por supuesto, la posibilidad de la planificación económica. Pero dichos nexos y el carácter social de la producción no contienen por sí solos más que la posibilidad abstracta de la planificación, ya que su posibilidad real no se da en cualquier régimen económico. Solamente en las condiciones del socialismo, cuando la propiedad sobre los medios de producción tiene un carácter social, se da la posibilidad real de planificar la economía.

        Al trazar la diferencia existente entre la posibilidad abstracta y la posibilidad real, conviene tener presente que esa diferencia es relativa. La relatividad de esa diferencia se expresa, primero, en que ambas posibilidades se fundan en condiciones reales, aunque de distinto orden, y, segundo, en que la posibilidad abstracta puede desarrollarse y convertirse en real a medida que se van dando las condiciones concretas correspondientes. A su vez, la continuación de este último proceso en determinadas condiciones es, en cierto sentido, un desarrollo sucesivo de la posibilidad real hasta tanto no hayan madurado todas las premisas fundamentales y mientras la acción de las leyes internas no haya conducido a la transformación de esa posibilidad real en realidad.

        Marx nos ofrece un brillante ejemplo de esa transformación al estudiar el problema del carácter inevitable de las crisis bajo el capitalismo. Con el paso de la economía natural a la economía monetaria y al utilizarse el dinero como medio de circulación se crea ya, como señala Marx, cierta posibilidad de crisis, que se encierra en la metamorfosis que sufre la mercancía (mercancía-dinero-mercancía) y en el desdoblamiento del proceso único de cambio en dos actos independientes: compra y venta. Así, por ejemplo: un poseedor de mercancías vende su mercancía a otro, pero a su vez, no compra a él o a otros poseedores; por tanto, en este caso no se produce la realización de sus mercancías. La utilización del dinero como medio de circulación crea, de este modo, según Marx, la primera forma de crisis.

        El desarrollo posterior de las relaciones mercantiles monetarias conduce a que el dinero no sólo opere como medio de circulación, sino también como medio de pago. Surge, entonces, la posibilidad de apropiarse, de hecho, de la mercancía antes de que sea pagada con dinero; es decir, “… la enajenación de las mercancías se separa en el tiempo de la realización de sus precios”.6 Y así aparece la obligación del crédito. Con el fin de cumplir la obligación asumida con el crédito, el acreedor tiene que vender su mercancía en un plazo determinado para poder entregar, en concepto de pago, la suma necesaria de dinero; si no lo hace, entrará en quiebra y el acreedor, que no ha recibido el dinero en el plazo fijado, no podrá cumplir sus propias obligaciones, en las que él es deudor, etc. En las condiciones de la superproducción y de la falta de venta de mercancías, esta cadena de deudas puede provocar, a su vez, una cadena de quiebras.

        Por tanto, el dinero como medio de pago crea la segunda forma de crisis como un desarrollo ulterior de la primera. Es evidente que, en este caso, ya existe una base mucho más real para que surja la posibilidad de la crisis. Ahora bien, tanto en el primer caso como en el segundo, solo existe la posibilidad abstracta, formal, de la crisis. El “ser de la crisis” se presenta en las contradicciones entre la compra y la venta, entre el dinero como medio de circulación y como medio de pago “en sus formas más elementales y solamente en su contenido más elemental, puesto que esta forma misma constituye su contenido más elemental. Pero no se trata todavía de un contenido fundado”.7

        Las leyes que rigen la circulación simple de mercancías y operan en las condiciones de la utilización del dinero como medio de circulación y de pago crean por sí mismas solamente la forma de las crisis.

        La posibilidad real de la crisis se da cuando surgen las contradicciones económicas capitalistas. El nacimiento del capitalismo implica la transformación de la posibilidad formal de la crisis en una posibilidad real, que se afirma y desarrolla más y más al desarrollarse el capitalismo y ahondarse y agudizarse sus contradicciones. Originariamente, cuando el capitalismo se basaba en el trabajo artesanal y en la manufactura, solamente existía la posibilidad real de la crisis, ya que en estas condiciones las contradicciones capitalistas no alcanzan aún la agudización y el vigor suficientes, entre ellas la contradicción entre la producción y el consumo, como una de las bases de las crisis económicas. Pero, al mismo tiempo, la posibilidad de la crisis ya revestía en esa etapa un carácter real, puesto que estaban presentes las contradicciones del capitalismo, entre ellas la contradicción entre la producción y el consumo.

        El desarrollo ulterior del capitalismo a la par que la extensión y ahondamiento de sus contradicciones, especialmente la contradicción fundamental del capitalismo entre el carácter social de la producción y la forma privada, capitalista de apropiación, conduce al fortalecimiento, al desarrollo de la posibilidad real de la crisis. Los productos, por una parte, son necesarios para satisfacer las necesidades sociales, y, por otra, se hallan en manos privadas. La producción ha alcanzado un volumen inmenso, pero también alcanzan enormes dimensiones la miseria de las masas y el paro forzoso, que mantienen el consumo a un bajo nivel, obstaculizando la realización de las mercancías en el mercado. Alcanzan, asimismo, enormes proporciones la división del trabajo, los nexos entre las diferentes ramas y empresas de la producción capitalista, de una parte, y la competencia y la anarquía de la producción, los factores espontáneos del mercado, etc., de otra.

        Las contradicciones capitalistas, que se extienden y agudizan, encierran en su seno la posibilidad real, absolutamente madura, de las crisis económicas, que se convierten en inevitables al darse las condiciones correspondientes y se convierten en realidad, sacudiendo periódicamente los cimientos de la economía capitalista.

        El modo histórico-concreto de abordar el problema de la posibilidad real es una de las condiciones fundamentales de una actividad práctica acertada, dirigida plenamente a utilizar las premisas objetivas que han madurado suficientemente.

        Así, por ejemplo, una de las conquista de la Gran Revolución Socialista de Octubre fue la implantación de la jornada de ocho horas, ya en los primeros días del poder soviético. A la par con ello, el Partido Comunista, en su VIII Congreso, proclamó la necesidad de pasar gradualmente a una jornada de trabajo más reducida, a medida que fuera aumentando la producción social y elevándose la productividad del trabajo.

        Ya en los años anteriores a la guerra se dieron pasos en esa dirección, pero hubo que suspenderlos, sin embargo, ante la amenaza de la segunda guerra mundial. En la actualidad, después de los grandes éxitos alcanzados en el desarrollo sucesivo de nuestra economía, existe la posibilidad real de adoptar medidas para reducir la jornada de trabajo. Por ello, desde marzo de 1956, se ha implantado la jornada de seis horas de trabajo la víspera de los días de descanso y de fiesta. Las directrices para el sexto plan quinquenal prevén, a su vez, la reducción de la jornada de trabajo a siete horas para los obreros y empleados, sobre la base del desarrollo sucesivo de la producción y de la elevación de la productividad del trabajo.

        El carácter histórico y concreto de la posibilidad real demuestra que ésta es resultado del desarrollo, de la acumulación de las condiciones necesarias correspondientes; demuestra, asimismo, que en el curso de este proceso y en una determinada fase se crean las premisas necesarias para que surjan los correspondientes fenómenos de la realidad.

        Ahora bien, se plantea la cuestión de por qué la posibilidad durante cierto tiempo sólo es una mera posibilidad, que no se convierte en realidad. Una de las fases del desarrollo consiste en la maduración gradual de las condiciones existentes, a la par que surgen condiciones insuficientes para que la posibilidad se convierta e realidad. Mientras este proceso se opera, la posibilidad sigue siendo una posibilidad, y sólo cuando dicho proceso alcanza determinada fase final, que depende en cada caso concreto de la naturaleza del proceso que se está operando, la posibilidad se convierte en realidad. En el caso contrario, continuará siendo una simple posibilidad. Así, por ejemplo, el trigo encierra en su seno la espiga madura sólo como posibilidad mientras la planta no asimile de las condiciones externas cuanto necesita para madurar plenamente. El estudiante sólo es especialista como posibilidad mientras no posea el mínimo de conocimientos y de experiencia necesarios para dominar una especialidad en una determinada fase del desarrollo de la ciencia y de la práctica.

        La realidad es la posibilidad ya realizada. Así, por ejemplo, el socialismo es una realidad en nuestro país, alcanzada en el proceso de la edificación del socialismo.

        La categoría de realidad se halla indisolublemente unida a las categorías de necesidad y de ley. Conviene subrayar la importancia de esta tesis en virtud de que la reaccionaria filosofía burguesa predica el indeterminismo, el subjetivismo y la negación de las leyes objetivas. Estos filósofos burgueses consideran la realidad como algo absolutamente casual, no sujeto a la acción de las leyes objetivas. Además, entre los sociólogos burgueses se hallan extendidas las concepciones idealistas subjetivas, según las cuales los acontecimientos históricos son el producto de la actividad de las personalidades destacadas, cuya voluntad y aspiraciones fijan el curso de la historia.

        El modo de considerar la realidad como el efecto casual de circunstancias fortuitas también es característico, en la actualidad, de numerosos cultivadores burgueses de las ciencias naturales, que predican, asimismo, las concepciones indeterministas. Baste recordar las aseveraciones de los hombres de ciencia idealistas acerca del “libre albedrío” del electrón, de los cambios indeterminados en la herencia, etc.

        La filosofía marxista, por oposición a semejantes concepciones, sostiene que toda realidad se engendra por la acción de determinadas leyes objetivas, que existen sobre la base de ciertas condiciones objetivas.

        La causalidad, por supuesto, imprime siempre su huella a la realidad, ya que las condiciones en que se efectúa la transformación de la posibilidad en realidad, aun siendo necesarias, dejan sentir su acción a través de una gran diversidad de casualidades. Las casualidades, sin embargo, sólo pueden modificar, en una u otra forma, la realidad; pero, el carácter fundamental de ésta se determina por la necesidad, por las leyes que la condicionan. Así, por ejemplo, son más o menos casuales las condiciones externas del medio ambiente, a consecuencia de las cuales se forman los correspondientes reflejos condicionados en los animales. Pero, esas condiciones sólo conducen a la formación del reflejo condicionado sobre la base de determinadas leyes, inherentes al sistema nervioso animal, que rigen los fenómenos de la actividad nerviosa: excitación, inhibición, irradiación y concentración de la excitación, etc.

        Resulta, entonces, que la casualidad es sólo un momento, un aspecto de la transformación de la posibilidad en realidad, y, naturalmente, de la realidad misma. El otro aspecto más profundo, el aspecto interno, está constituido por las leyes que rigen los nexos y relaciones, sobre la base de los cuales actúa la casualidad y que condicionan la esencia misma de la realidad. El conocimiento de la realidad no puede quedarse, por lo tanto, en el conocimiento de su existencia exterior, sino que debe penetrar más profundamente hasta llegar a la esencia de las cosas, pues la realidad es el fenómeno existente con las leyes que le son propias y con la esencia interna que le es inherente.

        El gran sabio ruso I. P. Pavlov, dirigiéndose a los jóvenes soviéticos consagrados a la ciencia, enseñaba cómo debe abordarse el estudio de la realidad. “Al estudiar, al experimentar y observar, procurad no quedaros en la superficie de los hechos… Tratad de penetrar en el secreto de su aparición. Buscad tesoneramente las leyes que los rigen”.8

        Así, pues, es real un fenómeno que, como posibilidad realizada, representa el resultado necesario –dentro de las condiciones de realización de esa posibilidad– de la acción de las leyes objetivas que condicionan la existencia real del fenómeno dado y determinan su esencia interna. Sin embargo, para descubrir más profundamente esta determinación, conviene detenerse, particularmente, en las condiciones necesarias para que dicha posibilidad se realice; conviene detenerse, asimismo, en el carácter que reviste la acción que ejercen esas condiciones.

_________
(*) Tomado de M. M. Rosental y G. M. Straks, Categorías del materialismo dialéctico. Editorial Grijalbo, 1960.
(1) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, trad. rusa, pág. 18, Moscú, 1955.
(2) Con esto, no solamente puede surgir un objeto o fenómeno nuevo, desde el punto de vista cualitativo. Es oportuno advertir el error que implica la afirmación de que la transformación de la posibilidad en realidad es siempre un salto, la aparición de una nueva cualidad.
        La transformación de la posibilidad en realidad es un “salto” en el sentido de que la cosa que era posible se ha vuelto real, es decir, un “salto” en el sentido de una transformación de la posibilidad en realidad, lo que no siempre significa la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos. Los cambios cuantitativos surgen también por medio de la transformación de lo posible en real. Un cuerpo elástico de determinadas dimensiones, en cuanto no ha alcanzado el límite de su elasticidad, puede sufrir un aumento ulterior. Pero, al transformarse esta posibilidad en realidad, el cuerpo permanece en el mismo estado cualitativo, sufriendo solamente cambios cuantitativos. Así, pues, en el mundo objetivo, el proceso de transformación de la posibilidad en realidad, en términos generales, abarca tanto los cambios cualitativos en forma de salto, como los cambios cuantitativos.
(3) Lucrecio Caro, Sobre la naturaleza de las cosas, trad. rusa. T. I. pág. 118. Moscú, 1946.
(4) Aquí no nos referimos a los fenómenos de modificación y creación de una nueva herencia, que amplían extraordinariamente las posibilidades del desarrollo progresivo del organismo.
(5) R. Mises, Probabilidad y estadística, trad. rusa. Pág. X, Moscú, 1930.
(6) C. Marx, El capital, trad. española de W. Roces, t. I, vol. I, pág. 147, México, D. F., 1946.
(7) C. Marx, Teoría de la acumulación, trad. rusa, pág. 57, Moscú, 1948.
(8) I. P. Pavlov, Obras completas, ed. rusa. t. I, ed. de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., págs. 22, 23, Moscú-Leningrado, 1951.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

CREACIÓN HEROICA