Posibilidad y Realidad*
Definición de la Posibilidad y la Realidad
M.M. Rosental y G.M. Straks
LA REALIDAD, en el sentido más amplio
de la palabra, es el mundo objetivo que nos rodea y existe infinitamente en el
tiempo y en el espacio. Sin embargo, la realidad solamente existe en sus
manifestaciones finitas y concretas –cuerpos, fenómenos, objetos–, ninguna de
las cuales está dotada de una existencia eterna. Todas ellas se hallan sujetas
a un proceso de cambio, de aparición y desaparición. Engels, en su Dialéctica de la naturaleza, habla del
mundo como de un proceso “… en el que cada forma finita de existencia de la
materia –lo mismo si es un sol que una nebulosa, un individuo animal o una
especie de animales, la combinación química o la disociación– es igualmente
pasajera y en el que no hay nada eterno, a no ser la materia en eterno
movimiento y transformación y las leyes según las cuales se mueve y
transforma”.1
En
este eterno proceso de movimiento, de aparición y desaparición de los fenómenos
del universo se efectúa constantemente la transformación de ciertas
posibilidades en realidad. Pero, en este caso, ya no empleamos el concepto de
realidad en el amplio sentido que le hemos dado antes. Por contraposición al
mundo, concebido como un todo, infinito en el espacio y en el tiempo, cada una
de sus manifestaciones concretas no existe eternamente ni se da siempre en la
realidad. En el proceso de movimiento y desarrollo, unos fenómenos dejan paso a
otros, bien entendido que los nuevos fenómenos no caen por así decir del cielo,
sino que surgen cuando se dan ciertas premisas.
Antes
de los fenómenos se conviertan en una realidad, deben existir primeramente, y
existen, como mera posibilidad de aparición, posibilidad creado por
determinados fenómenos anteriores, que encierran dicha posibilidad en forma de
condiciones.
Así,
puesto que todo movimiento, cambio y desarrollo implica siempre la aparición de
algo nuevo, es decir, el nacimiento de nuevos fenómenos, representa, por lo
tanto, un proceso de transformación de la posibilidad de esos nuevos fenómenos
en una realidad, que encierra, a su vez, nuevas posibilidades de cambios
futuros, de un desarrollo ulterior.2
La
posibilidad y la realidad son, por tanto, dos aspectos interdependientes del
movimiento y del desarrollo de los fenómenos del mundo objetivo y, por
consiguiente, del proceso mismo de su conocimiento.
Las
condiciones existentes en la realidad objetiva, es decir, los fenómenos que se
dan en ella, crean las posibilidades. Por esta razón, para descubrir la esencia
de las categorías que estamos examinando, hay que responder a la siguiente
cuestión: ¿por qué un fenómeno lleva en su seno precisamente tales o cuales
posibilidades?
La
práctica viva nos demuestra con absoluta evidencia que ciertas condiciones
engendran determinadas posibilidades. Nadie espera, por ejemplo, que llueva
cuando el cielo está sereno y sin nubes, ni que crezca un pino de la semilla de
un abedul, etc. Ya el poeta y filósofo Lucrecio Caro escribía en la antigüedad:
“… las cosas solamente puede crecer, siempre naciendo, de ciertas semillas y
también de una madre…” Y, al explicar las causas de por qué ocurrían las cosas
de este modo, señalaba: “Es claro que debe suceder así en virtud de ciertas
leyes”.3
La
dependencia en que se encuentran las posibilidades respecto de unas condiciones
dadas nos sugiere la idea que esa dependencia se debe al hecho de que el mundo
se halla sujeto a leyes objetivas. Por tanto, para descubrir la esencia de la
posibilidad, hay que esclarecer los nexos que mantiene con la ley, con la
sujeción a leyes.
Ahora
bien, ¿cómo resuelven las ciencias naturales este problema de los nexos?
La
biología considera la base hereditaria del organismo, es decir, su tipo
genético, como la expresión de su adaptabilidad a determinadas condiciones de
su medio exterior y como resultado de su capacidad para formar su propio
cuerpo, del modo correspondiente, a partir de esas condiciones. Esa
adaptabilidad se lleva a cabo con las diferentes propiedades y los distintos caracteres
de la estructura del organismo, bien entendido que el genotipo, o lo que es lo
mismo la base hereditaria del organismo, encierra como posibilidad toda la gama
de adaptaciones al medio ambiente, que fueron elaboradas en el curso de toda la
historia filogenética de sus ascendientes, especialmente de los más próximos.
Por esta razón, las posibilidades del desarrollo del organismo y de que
aparezcan unos rasgos o unas propiedades concretos, son sumamente variadas.4
Al
mismo tiempo, estas posibilidades, pese a su diversidad, se hallan
rigurosamente definidas, ya que de la base hereditaria no puede desarrollarse
cualquier forma orgánica, dotada de no importa qué naturaleza o caracteres. Una
de las tesis más importantes de la biología es la de que todo ser viviente se
desarrolla y crea sus órganos partiendo de las condiciones del medio exterior y
con arreglo a su propia herencia. Así, pues, el fondo hereditario, precisamente
en virtud de la ley biológica de la herencia, representa la suma de posibilidades
de que surjan determinados caracteres y cualidades del organismo; es decir,
expresa un conjunto de determinadas posibilidades.
Pero
el fondo hereditario no es más que la posibilidad de que surjan ciertas formas
o determinados caracteres del organismo. Ahora bien, para que esa posibilidad
se realice es indispensable que se den las condiciones exteriores adecuadas,
como puede verse, con particular evidencia, en el fenómeno de la dominancia.
El
fondo hereditario que resulta, por ejemplo, de la unión, en uno u otro grado,
de diferentes progenitores –el padre y la madre– implica la posibilidad de que
en el organismo aparezcan propiedades y caracteres que poseían sus ascendientes
tanto por la línea materna como por la paterna. Pero si se tienen en cuenta los
caracteres que se excluyen los unos a los otros, el hecho de que surja
determinado carácter en el proceso de desarrollo del organismo no dependerá
forzosamente del fondo hereditario, sino de las condiciones del medio ambiente
en que vive el organismo. Por tanto, se desarrollarán y dominarán los
caracteres que encuentren las condiciones adecuadas de existencia y se adapten
mejor a las condiciones del medio ambiente.
Así,
pues, el fondo hereditario que se ha ido formando con arreglo a ciertas leyes
biológicas brinda la posibilidad de que se manifiesten estos o aquellos
caracteres y cualidades. Pero se trata sólo de la posibilidad de que surjan
determinados caracteres, que sólo se manifiestan necesariamente cuando se dan
las condiciones del medio ambiente, necesarias para ello, y, por tanto, más o
menos fortuitas.
Conclusiones
análogas pueden obtenerse de otras ciencias. Así, por ejemplo, la teoría de la
estructura química de la sustancia, debida al gran científico ruso A. M.
Butlerov y que ha sido objeto de un profundo desarrollo en la química avanzada
actual, sostiene que las propiedades químicas, la capacidad de reaccionar de
las sustancias se hallan determinadas por su estructura química. A. M. Butlerov
formuló las leyes que rigen la dependencia de las propiedades químicas de los
cuerpos respecto de su estructura química, y esta tesis suya constituye una de
las piedras angulares de su teoría de la estructura química. En virtud de que
las propiedades químicas dependen, con fuerza de ley, de la estructura química
de una determinada sustancia, surgen posibilidades de que se operen ciertas
reacciones químicas. Por lo que se refiere a la cual de cuál sea precisamente
la posibilidad que se realice, ello dependerá del medio químico con el que
entra en una relación mutua la sustancia dada.
La
teoría matemática de las probabilidades nos dice cuál es la probabilidad o,
dicho en otros términos, el grado de posibilidad de que ocurra determinado
suceso. Disponiendo del valor numérico de la probabilidad de este suceso, se
puede calcular hasta qué punto es probable o posible que ocurra dentro de un
conjunto dado de condiciones. Los valores numéricos de la probabilidad dependen
de un conjunto de condiciones necesarias y no son casuales en modo alguno, ya
que de otra manera no podrían predecirse de antemano. La probabilidad, sus
valores numéricos, se hallan determinados por propiedades objetivas y por las
leyes que rigen en los fenómenos correspondientes. Pero estas leyes admiten una
gran diversidad de fenómenos individuales distintos. El que en un caso concreto
ocurra realmente determinado suceso (por ejemplo, la venta de la mercancía a
cierto precio en el mercado) dependerá de un gran número de causas, que a veces
no derivan en absoluto las unas de las otras y que, frecuentemente, carecen de
importancia por su carácter, pero que influyen, sin embargo, en la aparición
del fenómeno dado, que es, por todas estas causas, un fenómeno casual.
Los
hechos considerados corroboran la tesis de que la dependencia de las posibilidades
respecto de sus propias condiciones y la creación de ciertas posibilidades por
determinadas condiciones se efectúan con sujeción a las leyes objetivas que
rigen en el mundo. La dependencia de la posibilidad respecto de sus propias
condiciones refleja el nexo existente, con fuerza de ley, entre las condiciones
y los fenómenos posibles en virtud de esas condiciones. En efecto, ¿qué nos
dice el hecho de que en el fondo hereditario del manzano se dé la posibilidad
de que sus frutos tengan una forma redonda y un sabor peculiar? Nos dice que
existe un nexo, con fuerza de ley, entre el fondo hereditario y la aparición de
determinados caracteres en el árbol en el curso de su desarrollo.
En
el mundo se dan determinadas posibilidades de cambio y desarrollo porque el
mundo es el movimiento mismo de la materia, sujeto a leyes. Si el mundo fuera
el reino del caos y de la casualidad, si estuviera desprovisto de leyes
objetivas, todo sería igualmente posible e imposible. El reconocimiento de la
existencia de leyes objetivas es una de las condiciones fundamentales para
admitir la existencia de la posibilidad objetiva. E, inversamente, la negación
de la existencia de las leyes objetivas conduce, en forma inevitable, a negar
que exista la posibilidad objetiva. Así, el filósofo Avenarius, que rechaza la
existencia de la necesidad objetiva, sostiene que la necesidad es sólo un grado
de la probabilidad de que se produzca el efecto que se espera. Y, en esta
afirmación, se implican directamente la negación de la necesidad, la negación
de la sujeción a leyes y la posibilidad objetiva. Es evidente que, de acuerdo
con las ideas de Avenarius, no queda lugar para esta última.
Desde
el punto de vista del filósofo citado, la posibilidad es lo mismo que la
probabilidad concebida de un modo subjetivo; es solamente la probabilidad que
se espera, no la posibilidad que surge, con fuerza de ley, de la situación
objetiva de las cosas, de las condiciones objetivas existentes.
Lo
mismo podemos ver en el ejemplo de la tergiversación idealista de la teoría de
las probabilidades. La negación de las leyes objetivas conduce en esta teoría a
que la probabilidad, en tanto que grado de la posibilidad, pierda su carácter
objetivo al ser considerada subjetivamente. R. Mises, hombre de ciencia alemán
que comparte las concepciones de Mach, dice en el prólogo a su obra titulada Probabilidad y estadística: “Nunca he
podido plantearme otra tarea que no sea la de descubrir, del modo sistemático más
simple que sea posible, los hechos percibidos por los sentidos”.5
Mises considera que las leyes no son más que un medio cómodo de registrar los
datos de la experiencia, negando, por lo tanto, que tengan un carácter
objetivo. Por la misma razón, no considera que la probabilidad se halle
condicionada, con fuerza de ley, por las cualidades de los objetos mismos; la
probabilidad, para Mises, es una mera descripción de nuestra experiencia
sensible. Sin embargo, la ciencia avanzada nos dice que la probabilidad, es
decir, la frecuencia con que ocurre un suceso radica en las leyes que los rigen
y en sus propiedades, teniendo por ello un carácter objetivo.
El
nexo existente entre la posibilidad y las leyes que rigen en el fenómeno dado
determinan que no pueda conocerse las posibilidades, sin que se conozcan las
leyes correspondientes. Así lo demuestra toda la historia de la ciencia y de la
práctica.
La
ciencia, al descubrir las leyes inherentes al mundo objetivo, es decir, las
leyes que rigen los fenómenos de éste, pertrecha al hombre, de este modo, con
el conocimiento de las posibilidades ocultas en las fuerzas de la naturaleza, y
con el de las posibilidades del desarrollo de la sociedad, que se utilizan en
la actividad práctica humana.
La
posibilidad nace, por lo tanto, de la existencia de la necesidad objetiva y de
las leyes que actúan en la naturaleza; gracias a ello, ciertas condiciones
encierran en su seno determinadas posibilidades.
Sin
embargo, la posibilidad se halla vinculada no solamente con la ley, con la
necesidad, sino también con la casualidad.
La
posibilidad es casual en cuanto puede realizarse o no. Los factores casuales
provocan con su acción innumerables posibilidades de que se produzcan
determinados fenómenos en la naturaleza. Así, por ejemplo, la posibilidad de
que las precipitaciones atmosféricas, que caen en cierta región y determinado
día, lleguen a cierto número, se debe a una gran cantidad de factores; por
ello, esta posibilidad puede adoptar formas muy diversas.
Conviene
distinguir este género de posibilidades por medio de las cuales se expresa la
necesidad histórica. Esta última forma de posibilidad también lleva sobre sí la
marca de la casualidad, pero no en el sentido de que pueda ser o no ser, sino
el de que en ella se dan peculiaridades casuales, individuales e irrepetibles.
Las
condiciones que crean determinada posibilidad no son algo dado de una vez para
siempre. Estas condiciones –y a la par que ellas las posibilidades
correspondientes– también pasan por un proceso de transformación y desarrollo.
Al examinar los rasgos característicos de este proceso, conviene detenerse en
las diferencias que median entre la posibilidad abstracta, formal, de una
parte, y la posibilidad real de otra.
Al
hablar de la posibilidad abstracta y formal debe advertirse, ante todo, que
esta posibilidad abstracta se distingue de la imposibilidad en general. La
posibilidad abstracta, en verdad, no puede convertirse directamente en
realidad. Para ello se requiere, primero, que sea una posibilidad real, que
disponga de las condiciones concretas correspondientes para su transformación
en realidad.
Ahora
bien, la posibilidad abstracta no debe ser identificada con la imposibilidad en
general, es decir, con lo que no puede realizarse cualesquiera que sean las
condiciones, ya que su realización entraría en absoluta contradicción con las
leyes del mundo objetivo. Así, por ejemplo, la construcción de un motor eterno
no es una mera posibilidad abstracta, sino simplemente una imposibilidad, ya
que un motor de ese género no puede construirse en ningún caso. Su construcción
equivaldría a infringir la ley de la conservación y de la transformación de la
energía, lo cual es tan imposible como el aniquilamiento de la materia.
La
posibilidad abstracta se manifiesta en las condiciones más generales de la
aparición de la aparición de un fenómeno; se expresa, asimismo, en las
condiciones más generales de la acción de las leyes en que se funda dicha
posibilidad. Sin embargo, para que la acción de estas leyes, adoptando una
forma concreta, sea una posibilidad real –no meramente abstracta– se requiere
que haya también, además de las condiciones generales, unas condiciones
necesarias concretas. Por esta razón, la posibilidad real, por oposición a la
abstracta, es la posibilidad de que surja un fenómeno en un tiempo dado y en
determinada situación concreta.
El
Partido Comunista enseña que solamente puede ser fecunda la actividad práctica
que se apoya en las posibilidades reales, no en las abstractas, y que está
dirigida a la utilización de las primeras.
Uno
de los medios de que se valen los enemigos del marxismo para intentar
desfigurar las leyes que rigen el desarrollo social y sembrar ilusiones
utópicas entre las masas populares con el fin de adormecerlas, es la
sustitución de las posibilidades reales por posibilidades abstractas. Así, los
ideólogos del imperialismo aseguran falazmente que es posible dirigir planificadamente
la economía capitalista y conjurar, de este modo, el paro forzoso, las crisis
económicas y otras calamidades sociales, engendradas por el capitalismo.
Los
nexos existentes entre las diferentes ramas de la producción en nuestro tiempo
y su carácter social llevan en su seno, por supuesto, la posibilidad de la
planificación económica. Pero dichos nexos y el carácter social de la
producción no contienen por sí solos más que la posibilidad abstracta de la planificación,
ya que su posibilidad real no se da en cualquier régimen económico. Solamente
en las condiciones del socialismo, cuando la propiedad sobre los medios de
producción tiene un carácter social, se da la posibilidad real de planificar la
economía.
Al
trazar la diferencia existente entre la posibilidad abstracta y la posibilidad
real, conviene tener presente que esa diferencia es relativa. La relatividad de
esa diferencia se expresa, primero, en que ambas posibilidades se fundan en
condiciones reales, aunque de distinto orden, y, segundo, en que la posibilidad
abstracta puede desarrollarse y convertirse en real a medida que se van dando
las condiciones concretas correspondientes. A su vez, la continuación de este
último proceso en determinadas condiciones es, en cierto sentido, un desarrollo
sucesivo de la posibilidad real hasta tanto no hayan madurado todas las
premisas fundamentales y mientras la acción de las leyes internas no haya
conducido a la transformación de esa posibilidad real en realidad.
Marx
nos ofrece un brillante ejemplo de esa transformación al estudiar el problema
del carácter inevitable de las crisis bajo el capitalismo. Con el paso de la
economía natural a la economía monetaria y al utilizarse el dinero como medio
de circulación se crea ya, como señala Marx, cierta posibilidad de crisis, que
se encierra en la metamorfosis que sufre la mercancía
(mercancía-dinero-mercancía) y en el desdoblamiento del proceso único de cambio
en dos actos independientes: compra y venta. Así, por ejemplo: un poseedor de
mercancías vende su mercancía a otro, pero a su vez, no compra a él o a otros poseedores;
por tanto, en este caso no se produce la realización de sus mercancías. La
utilización del dinero como medio de circulación crea, de este modo, según
Marx, la primera forma de crisis.
El
desarrollo posterior de las relaciones mercantiles monetarias conduce a que el
dinero no sólo opere como medio de circulación, sino también como medio de
pago. Surge, entonces, la posibilidad de apropiarse, de hecho, de la mercancía
antes de que sea pagada con dinero; es decir, “… la enajenación de las
mercancías se separa en el tiempo de la realización de sus precios”.6
Y así aparece la obligación del crédito. Con el fin de cumplir la obligación
asumida con el crédito, el acreedor tiene que vender su mercancía en un plazo determinado
para poder entregar, en concepto de pago, la suma necesaria de dinero; si no lo
hace, entrará en quiebra y el acreedor, que no ha recibido el dinero en el
plazo fijado, no podrá cumplir sus propias obligaciones, en las que él es deudor,
etc. En las condiciones de la superproducción y de la falta de venta de
mercancías, esta cadena de deudas puede provocar, a su vez, una cadena de
quiebras.
Por
tanto, el dinero como medio de pago crea la segunda forma de crisis como un
desarrollo ulterior de la primera. Es evidente que, en este caso, ya existe una
base mucho más real para que surja la posibilidad de la crisis. Ahora bien,
tanto en el primer caso como en el segundo, solo existe la posibilidad abstracta, formal, de la crisis. El “ser
de la crisis” se presenta en las contradicciones entre la compra y la venta,
entre el dinero como medio de circulación y como medio de pago “en sus formas
más elementales y solamente en su contenido más elemental, puesto que esta
forma misma constituye su contenido más elemental. Pero no se trata todavía de
un contenido fundado”.7
Las
leyes que rigen la circulación simple de mercancías y operan en las condiciones
de la utilización del dinero como medio de circulación y de pago crean por sí
mismas solamente la forma de las crisis.
La
posibilidad real de la crisis se da cuando surgen las contradicciones
económicas capitalistas. El nacimiento del capitalismo implica la
transformación de la posibilidad formal de la crisis en una posibilidad real,
que se afirma y desarrolla más y más al desarrollarse el capitalismo y
ahondarse y agudizarse sus contradicciones. Originariamente, cuando el
capitalismo se basaba en el trabajo artesanal y en la manufactura, solamente
existía la posibilidad real de la crisis, ya que en estas condiciones las
contradicciones capitalistas no alcanzan aún la agudización y el vigor
suficientes, entre ellas la contradicción entre la producción y el consumo,
como una de las bases de las crisis económicas. Pero, al mismo tiempo, la
posibilidad de la crisis ya revestía en esa etapa un carácter real, puesto que
estaban presentes las contradicciones del capitalismo, entre ellas la
contradicción entre la producción y el consumo.
El
desarrollo ulterior del capitalismo a la par que la extensión y ahondamiento de
sus contradicciones, especialmente la contradicción fundamental del capitalismo
entre el carácter social de la producción y la forma privada, capitalista de
apropiación, conduce al fortalecimiento, al desarrollo de la posibilidad real
de la crisis. Los productos, por una parte, son necesarios para satisfacer las
necesidades sociales, y, por otra, se hallan en manos privadas. La producción
ha alcanzado un volumen inmenso, pero también alcanzan enormes dimensiones la
miseria de las masas y el paro forzoso, que mantienen el consumo a un bajo
nivel, obstaculizando la realización de las mercancías en el mercado. Alcanzan,
asimismo, enormes proporciones la división del trabajo, los nexos entre las
diferentes ramas y empresas de la producción capitalista, de una parte, y la
competencia y la anarquía de la producción, los factores espontáneos del
mercado, etc., de otra.
Las
contradicciones capitalistas, que se extienden y agudizan, encierran en su seno
la posibilidad real, absolutamente madura, de las crisis económicas, que se
convierten en inevitables al darse las condiciones correspondientes y se
convierten en realidad, sacudiendo periódicamente los cimientos de la economía
capitalista.
El
modo histórico-concreto de abordar el problema de la posibilidad real es una de
las condiciones fundamentales de una actividad práctica acertada, dirigida plenamente
a utilizar las premisas objetivas que han madurado suficientemente.
Así,
por ejemplo, una de las conquista de la Gran Revolución Socialista de Octubre
fue la implantación de la jornada de ocho horas, ya en los primeros días del
poder soviético. A la par con ello, el Partido Comunista, en su VIII Congreso,
proclamó la necesidad de pasar gradualmente a una jornada de trabajo más
reducida, a medida que fuera aumentando la producción social y elevándose la
productividad del trabajo.
Ya
en los años anteriores a la guerra se dieron pasos en esa dirección, pero hubo
que suspenderlos, sin embargo, ante la amenaza de la segunda guerra mundial. En
la actualidad, después de los grandes éxitos alcanzados en el desarrollo
sucesivo de nuestra economía, existe la posibilidad real de adoptar medidas
para reducir la jornada de trabajo. Por ello, desde marzo de 1956, se ha
implantado la jornada de seis horas de trabajo la víspera de los días de
descanso y de fiesta. Las directrices para el sexto plan quinquenal prevén, a
su vez, la reducción de la jornada de trabajo a siete horas para los obreros y
empleados, sobre la base del desarrollo sucesivo de la producción y de la
elevación de la productividad del trabajo.
El
carácter histórico y concreto de la posibilidad real demuestra que ésta es
resultado del desarrollo, de la acumulación de las condiciones necesarias
correspondientes; demuestra, asimismo, que en el curso de este proceso y en una
determinada fase se crean las premisas necesarias para que surjan los
correspondientes fenómenos de la realidad.
Ahora
bien, se plantea la cuestión de por qué la posibilidad durante cierto tiempo
sólo es una mera posibilidad, que no se convierte en realidad. Una de las fases
del desarrollo consiste en la maduración gradual de las condiciones existentes,
a la par que surgen condiciones insuficientes para que la posibilidad se
convierta e realidad. Mientras este proceso se opera, la posibilidad sigue
siendo una posibilidad, y sólo cuando dicho proceso alcanza determinada fase
final, que depende en cada caso concreto de la naturaleza del proceso que se
está operando, la posibilidad se convierte en realidad. En el caso contrario,
continuará siendo una simple posibilidad. Así, por ejemplo, el trigo encierra
en su seno la espiga madura sólo como posibilidad mientras la planta no asimile
de las condiciones externas cuanto necesita para madurar plenamente. El
estudiante sólo es especialista como posibilidad mientras no posea el mínimo de
conocimientos y de experiencia necesarios para dominar una especialidad en una
determinada fase del desarrollo de la ciencia y de la práctica.
La
realidad es la posibilidad ya realizada. Así, por ejemplo, el socialismo es una
realidad en nuestro país, alcanzada en el proceso de la edificación del
socialismo.
La
categoría de realidad se halla indisolublemente unida a las categorías de
necesidad y de ley. Conviene subrayar la importancia de esta tesis en virtud de
que la reaccionaria filosofía burguesa predica el indeterminismo, el
subjetivismo y la negación de las leyes objetivas. Estos filósofos burgueses
consideran la realidad como algo absolutamente casual, no sujeto a la acción de
las leyes objetivas. Además, entre los sociólogos burgueses se hallan
extendidas las concepciones idealistas subjetivas, según las cuales los
acontecimientos históricos son el producto de la actividad de las
personalidades destacadas, cuya voluntad y aspiraciones fijan el curso de la
historia.
El
modo de considerar la realidad como el efecto casual de circunstancias
fortuitas también es característico, en la actualidad, de numerosos
cultivadores burgueses de las ciencias naturales, que predican, asimismo, las
concepciones indeterministas. Baste recordar las aseveraciones de los hombres
de ciencia idealistas acerca del “libre albedrío” del electrón, de los cambios
indeterminados en la herencia, etc.
La
filosofía marxista, por oposición a semejantes concepciones, sostiene que toda
realidad se engendra por la acción de determinadas leyes objetivas, que existen
sobre la base de ciertas condiciones objetivas.
La
causalidad, por supuesto, imprime siempre su huella a la realidad, ya que las
condiciones en que se efectúa la transformación de la posibilidad en realidad,
aun siendo necesarias, dejan sentir su acción a través de una gran diversidad
de casualidades. Las casualidades, sin embargo, sólo pueden modificar, en una u
otra forma, la realidad; pero, el carácter fundamental de ésta se determina por
la necesidad, por las leyes que la condicionan. Así, por ejemplo, son más o
menos casuales las condiciones externas del medio ambiente, a consecuencia de
las cuales se forman los correspondientes reflejos condicionados en los
animales. Pero, esas condiciones sólo conducen a la formación del reflejo
condicionado sobre la base de determinadas leyes, inherentes al sistema
nervioso animal, que rigen los fenómenos de la actividad nerviosa: excitación,
inhibición, irradiación y concentración de la excitación, etc.
Resulta,
entonces, que la casualidad es sólo un momento, un aspecto de la transformación
de la posibilidad en realidad, y, naturalmente, de la realidad misma. El otro
aspecto más profundo, el aspecto interno, está constituido por las leyes que
rigen los nexos y relaciones, sobre la base de los cuales actúa la casualidad y
que condicionan la esencia misma de la realidad. El conocimiento de la realidad
no puede quedarse, por lo tanto, en el conocimiento de su existencia exterior,
sino que debe penetrar más profundamente hasta llegar a la esencia de las
cosas, pues la realidad es el fenómeno existente con las leyes que le son
propias y con la esencia interna que le es inherente.
El
gran sabio ruso I. P. Pavlov, dirigiéndose a los jóvenes soviéticos consagrados
a la ciencia, enseñaba cómo debe abordarse el estudio de la realidad. “Al
estudiar, al experimentar y observar, procurad no quedaros en la superficie de
los hechos… Tratad de penetrar en el secreto de su aparición. Buscad
tesoneramente las leyes que los rigen”.8
Así,
pues, es real un fenómeno que, como posibilidad realizada, representa el
resultado necesario –dentro de las condiciones de realización de esa
posibilidad– de la acción de las leyes objetivas que condicionan la existencia
real del fenómeno dado y determinan su esencia interna. Sin embargo, para descubrir
más profundamente esta determinación, conviene detenerse, particularmente, en
las condiciones necesarias para que dicha posibilidad se realice; conviene
detenerse, asimismo, en el carácter que reviste la acción que ejercen esas
condiciones.
_________
(*) Tomado de M. M. Rosental y G. M.
Straks, Categorías del materialismo
dialéctico. Editorial Grijalbo, 1960.
(1) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, trad. rusa, pág. 18, Moscú, 1955.
(2) Con esto, no solamente puede
surgir un objeto o fenómeno nuevo, desde el punto de vista cualitativo. Es
oportuno advertir el error que implica la afirmación de que la transformación
de la posibilidad en realidad es siempre un salto, la aparición de una nueva
cualidad.
La
transformación de la posibilidad en realidad es un “salto” en el sentido de que
la cosa que era posible se ha vuelto real, es decir, un “salto” en el sentido
de una transformación de la posibilidad en realidad, lo que no siempre
significa la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos. Los
cambios cuantitativos surgen también por medio de la transformación de lo
posible en real. Un cuerpo elástico de determinadas dimensiones, en cuanto no
ha alcanzado el límite de su elasticidad, puede sufrir un aumento ulterior.
Pero, al transformarse esta posibilidad en realidad, el cuerpo permanece en el
mismo estado cualitativo, sufriendo solamente cambios cuantitativos. Así, pues,
en el mundo objetivo, el proceso de transformación de la posibilidad en
realidad, en términos generales, abarca tanto los cambios cualitativos en forma
de salto, como los cambios cuantitativos.
(3) Lucrecio Caro, Sobre la naturaleza de las cosas, trad.
rusa. T. I. pág. 118. Moscú, 1946.
(4) Aquí no nos referimos a los
fenómenos de modificación y creación de una nueva herencia, que amplían
extraordinariamente las posibilidades del desarrollo progresivo del organismo.
(5) R. Mises, Probabilidad y estadística, trad. rusa. Pág. X, Moscú, 1930.
(6) C. Marx, El capital, trad. española de W. Roces, t. I, vol. I, pág. 147,
México, D. F., 1946.
(7) C. Marx, Teoría de la acumulación, trad. rusa, pág. 57, Moscú, 1948.
(8) I. P. Pavlov, Obras completas, ed. rusa. t. I, ed. de la Academia de Ciencias de
la U.R.S.S., págs. 22, 23, Moscú-Leningrado, 1951.
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