Nota:
Publicamos
a continuación los materiales de un debate en el que, por un lado, Cronwel Jara
ha exhibido su rabioso anticomunismo, su temperamento criollo, su derrame
biliar, y por el otro Julio Carmona ha dado muestras de su espíritu de clase,
de su vuelo teórico, de su sentido del humor.
No
es necesario que expliquemos los detalles: los materiales que siguen los
explican por sí mismos.
Expresamos nuestra solidaridad con Julio Carmona, poeta combatiente,
escultor, dibujante, novelista, ensayista notable.
Rechazamos,
pues, la actitud y la fraseología insultante de Jara, y damos fe de la alta
moral de Julio Carmona, entrañable camarada de toda la vida.
01.09.2019.
Comité
de Redacción de Creación Heroica.
Un Cerdo de Poca Monta o Cuando los Chanchos Creen que
Vuelan
Julio
Carmona
Si algún escritor
lo dijo
Repetirlo no es
pecado
Incluso si lo
maldijo
El escritor
agraviado.
j.
c.
ESTE
ES EL PRIMER ENVÍO de una serie que inicio hoy y que en días sucesivos
continuará. El título se explicará por sí solo después de la lectura del texto
que transcribo de la Revista Andina de Cultura SIETECULEBRAS. En su última
entrega del mes de agosto (fecha en que fue recibida por mí, aunque no
especificada en los créditos), incluye el texto aludido bajo la firma de
Cronwell Jara y bajo el título de «Los cinco del patíbulo». Y lo transcribo
para mi Facebook, porque en él se me denigra y difama de la peor manera. Como
no lo ha hecho nunca, jamás, la derecha más reaccionaria. Y hago esta
transcripción y difusión porque me gustaría recibir opiniones que estén de
acuerdo con lo que ahí se dice de mí. En las entregas siguientes daré mi
opinión desmintiendo todas las falsedades ahí vertidas sobre mi supuesta
participación en los hechos que ahí se narran. Falsedades que solo puedo
calificar con el título que precede a esta entrega. Y ojalá que el señor Jara
si llega a leer este reenvío de su texto, tenga la suficiente hombría de poner
las pruebas o testimonios (no solo opiniones interesadas y lucubraciones de sí
mismo) que ratifiquen lo por él elucubrado, fantaseado y supuestamente
literaturizado.
«Los
cinco del patíbulo», por Cronwell Jara
Esperaban
a las hienas de los Hora Zero. Desesperados, antropófagos, en pie de guerra,
emplumados con bombos y quenas enardecidas; esperaban a los Hora Zero tocando
pitillos y atabales y proclamando la guerra con tambor y flechas de furia
musical; los esperaban bajo una hipócrita garúa, en la Ciudad Universitaria de
San Marcos, como para guiarlos al altar y la piedra del sacrificio. Esperaban a
los Hora Zero, saltando y danzando anhelosos y agitados, deseando arrancarles
los ojos, corazón, testículos; para coronarlos con sus vísceras hediondas o
ponérselas de collar o corona según su estatus: ser Poetas. Ser hienas, ser
Hora Zero. Y mejor que poetas hienas, ser poetas horazerianos malditos. Pues
los poetas malditos de Hora Zero, hienas para los Fer, hijos del fin del mundo tenían
un Recital en la Ciudad Universitaria Patio de Letras (sic). Y un recital con
los poetas malditos de Hora Zero, hijos del fin del mundo, no calzarían para
cualquier recital. ¡Cómo iban a calzar, siendo tan latinoamericanos y
trascendentes! Equivaldría a un incendio según los manifiestos y sus Palabras
Urgentes, tan apegados al sufrir del pueblo; y tan enmarcados contra los
embates de la vida cotidiana como: ¡estar triste!, ¡caminar! u ¡oír teclear una
máquina de escribir! -no una máquina de escribir cualquiera-, que no es lo
mismo oírla, cotidianamente, por Margareta Kaukonen, tac, tac, tac, tac, tac,
tac, tac…, percutiendo en ritmo, mientras acompasa un blue de Janis Joplin; ¡y
eso no encajaba con los cotidianos del Fer nacionalista! ¿Cómo iba a encajar?
¡Ni encajaba con el Fer de los troskos ni con el Fer de los moscovitas ni con
los de PCP-Patria Roja y su lideresa trompuda Jujú Caremona! (sic): pues,
¿recital? ¡Cómo que un recital! ¿Con qué clase de poetas? ¿Y con qué Poesía?
¿La burguesa y antipopular? ¿Quién convocó a las hienas de Hora Zero? ¿Cómo se
han atrevido a ingresar a este templo revolucionario del saber? No
señor, estas hienas no recitan en esta universidad revolucionaria, sería una
ofensa. Un suicidio. Como provocar un autolinchamiento. Sus propias horcas. Ser
enjaulados y apedreados. [cursiva en el original] Y chocarían con
los escupitajos de los chacales del Fer y sus jaurías rabiosas; del Fer, de
todos los Fer. Tierra con ellos, compañeros. Pollos y mocos con ellos.
No a los falsos Poetas. ¡No entran al Patio ni suben al Auditorio! (Id.)
Pero
los cuatro poetas malditos habiendo ya bajado del auto que los traía a la
Ciudad, impertérritos, avanzaban. Heroicos, guerreros -como dueños de casa
guiados por Mito Tumi el Poeta Inconmovible Ojos de Búho trasnochado y su andar
ficho, abrigo gánster, gallito del Mangache y depredador navajero en los
chicheríos de Piura; Mito Tumi, ¿ese Ojos de Búho sería quien los llamó
para un recital en la Ciudad? ¡Cuidado con él, entonces! ¡Ha de ser un hijo del
fascismo y del dictador Velasco! (Id.), avanzaban, los Hora Zero
conocedores de mundo y los submundos internacionales-; insuflados avanzaban con
las energías de los rayos y los protectores pararrayos del pueblo; dialécticos,
convencidos de los trotes de Balada para un caballo y del escudo de lo
coloquial y bélico de sus nuevos gritos y ritmos antirimas, antisonetistas,
antibéricos, anti oligárquicos, anti dictaduras, anti Ezra Pound y anti
místicos y anti aquellos exquisitos amantes de la poesía pura y cursi como la
poética de Sologuren o la del payaso niño -según manifiestos horazerianos- el
panzudo y febril Paco Bendezú. Convencidos de En los extramuros del mundo y sus
nuevos tonos punk, psicodélicos, frikeros, a lo Allen Ginsberg y sus aullidos;
y con los ánimos Sex Pistols que electrocutó y liquidó lindamente, con sus
estridencias y la potencia de tres mil caballos de fuerza, a un Pink Floyd o a
los temibles de la banda Yes. No señor, nada detenía a los dos Hora Zero, nada.
Underground. Marginales. Diferentes. Iconclastas. Contestatarios. Irredimibles.
Y con los Hora Zero avanzaba, sacerdotal y bélico, el Inconmovible Mito, poeta
de marras, como atizando en su memoria su poema lapidario Hotel Printania,
antes del fin del mundo, a poco de ser llevado a la piedra ceremonial del
sacrificio: Nada ni nadie testimonia mi existencia. Soy libre: / No me queda
ninguna razón para vivir.
Míticos,
pecho al viento, caballos salvajes, avanzaban los horazerianos al patíbulo.
Pero, ¡alto!
¡Cómo van a continuar avanzando!, reclamaban los del Fer, los de la rabona
Jujú Caremona y sus elevados pensamientos marxistas-leninistas-maoístas, anti
imperialistas, anti fascistas, y enemigos de los anti poetas antologados por el
oficialismo que lideraba ese tal Mitchel Oviedo, piojo barbudo del INC.
Reclamaban, protestaban sin todavía atacar, clavar las uñas, arañar,
devorarlos. ¡No deben avanzar más!
Pero
los poetas avanzaban; Jorge Pimentel enfundado en su abrigo negro, altivo
caballo de guerra, percherón de jalar cañones, acostumbrado al choque, los
cabezazos, el puño y los escupitajos y a las filudas batallas de los puntapiés
y las botellas rotas que rodaban por el piso, avanzaba; y avanzaba con Pimentel
el poeta Enrique Verástegui, como diciendo: De pronto perdí todo
contacto contigo. Ya no pude llegar al teléfono, recordar ese número y llegar a
tu casa que no conocí. Ya no pude volar sobre ti como todos los días.
Y,
con ellos, ahora añadidos, avanzaban el Inconmovible e Impertérrito Mito Tumi y
Luis Alberto Castillo, y se les unía Eneas Marruel (sic), el amigo periodista
del Diario La Crónica, quien haciendo de chofer de su propio auto, acomedido
los había traído a la Ciudad Universitaria -sin saber el pobre Eneas que los
estaba conduciendo al destripamiento-. ¡Capitanes de la nueva poesía americana,
marchen! Y los Hora Zero, cada vez a paso marcial más firme, avanzaban ahora
con sus edecanes y guarda espaldas -viendo que la cosa se ponía brava brava-,
los escuderos Tumi, Luis Alberto Castillo y Eneas Marruel (sic), vestidos de
noche bajo la garúa hipócrita, vestidos de dignidad bélica y altiva poesía.
Avanzaban como Villon hacia su horca, como Ezra Pound en la jaula de
escupitajos condenatorios y denigrantes, donde lo paseaban gritándole, mono, payaso,
por fascista, acabada ya la Gran Guerra europea.
Y
la Ciudad y el Patio de Letras los esperaban con pitillos, bombos sonoros,
celebratorios, y una danza en pie de guerra. Y, a como dé lugar, el recital
sería multitudinario. Pues el Patio de Letras, cosmopolita, fuera de los del
Fer, los esperaba porque lo sabía -por los críticos de la prensa- que se
trataba no de cualquier Recital ni de cualquier Poeta, estaban ante los Poetas
Fundadores de la Nueva Poesía del Siglo XX, pues así se oía.
Y
como los Hora Zero tendrían que llegar, ya los tukuyricuy chismosos de la
Ciudad -en realidad, la única tukuyrikuy era la Jujú Caremona, según
confidenció después Enrique Verátegui- habían advertido del peligro, ¿a
quiénes? ¡A quiénes más! ¿A los del Fer, la Federación de Estudiantes
Revolucionarios que los Estudiantes de la Escuela de Literatura habían invitado
a Jorge Pimentel y a Enrique Verástegui, para iniciar un Ciclo de Recitales?
Pero, ¿solo los estudiantes del Cel…? No. No. ¿Cómo van a ser solo los
estudiantes? Eran, según la soplona Jujú, tres locos los que había (sic)
organizado un Ciclo de Poesía Peruana del 70, de seis fechas. Y ellos tenían
nombre propio, un tal Mito Tumi y un Luis Alberto Castillo, más el Gordo
Navarro, actor de teatro callejero y responsable de las Actividades Culturales
de la Facultad de Letras, quienes, irresponsablemente, les habían concedido el
auditorio del tercer nivel. Pero con una condición: No invitar al
recital a dos repudiables: Arturo Consuero y Winston Zorrillo. Y esto se
confirmaría después según propia confesión de El Inconmovible Ojos de Búho,
dueño y gran señor del Mangache. Y, sí, sería el Primer Recital. Qué
tal lisura.
Y
los del Fer, lectores de la Poesía de picardía y sapiencia política social, al
estilo de Bertolt Brecht y del genial Julio Carmona Reque, y muy al modo de las
preciosas décimas de don Nicomedes -sin obviar las cumananas del sufrido
populorum- con una multitud desconcertada de curiosos no lectores de poesía, se
juntaban y rejuntaban. Los Fer, los diferentes Fer, coincidían, y peligrosamente
se juntaban.
Y
unos, pirulos y manoplas en mano, decían: -Pero, ¿de qué intrusos se trata?
¿Nazis o fascistas? ¿Qué hacen aquí? ¿A quién hay que patearle el hígado?
¿Quiénes son estos gusanos?
Y
otros, los troskos, lectores de amplitud modulada: -Son poetas, camarada.
Hasta
que los del Patio de Letras, los tukuyrikuy -luego de espiarlos bajar del auto
de Eneas Marrul (sic) y aproximarse desde lo lejos, por la vereda, que llegaban
a los peldaños de las puertas del Patio-, entendieron. Y los lectores, troskos
y nacionalistas más avispados comprendieron. Estos poetas no eran cualquier
cosa. Se trataba de dos cumbres geniales que deslumbraban por los escándalos.
Jorge Pimentel y Enrique Verástegui. Poetas jijunas con los testículos bien
puestos, que armaban hermosas broncas y recitales a donde puta fueran, se le
oyó por ahí a Quique Sánchez. Horazeros. Dos buldócer de la palabra, las
teorías poéticas y de la poesía escrita incitando hacia una praxis
revolucionaria, contra la rancia poesía de corte burgués y hecha por niñitos
bien como Toño Cisneros o el San Bernardo Lauer, tal como lo
anunciaban en Palabras Urgentes, el manifiesto inaugural de Hora Zero y que
apoyaban los furibundos cancerberos y críticos Poetas de la Revista Estación
Reunida -solo que ahora sin Pepe Rosas Ribeyro por haber sido deportado a
México por la dictadura velasquista, sin María Emilia Cornejo, sin el gran
Elqui Burgos ni Óscar Málaga ni el periodista y poeta de El Sol es también un
puño enorme, Maynor Freyre -de armas tomar, gitano de retos, prodigiosos puños
y cabezazos certeros en pleitos donde todo valía pero sin despeinarse-. Charo
Arroyo, Rosina Valcárcel, ni Ana María Mur la beligerante y por demás hermosa
poeta de aires gitanos que solo mataba con el clavel de su mirada-, quienes sobre
yunque y martillazo demolían la poesía de hoy, desde Chile y Perú hasta
Venezuela, México y la zona francesa del Caribe. ¡Y bien por ellos!,
decían algunos. ¿Y por qué bien?, otros.
Y éste sería
Recital tumultuoso y explosivo, por tratarse de dos gallos internacionales y
que de cumplirse, reafirmarían sus glorias ante la América y el mundo de Poesía
castellana. Y solo faltaban unos cincuenta metros para encontrarse al pie de
los dos peldaños que daban al Patio. Poetas a quienes los escudaban retadores,
como los fosfóricos estruendos de los tambores de Miriam Makcba, sus
Manifiestos y las propuestas ideológicas -ceñidos a las consignas de Juan
Ramírez Ruiz, Carlos Marx, Engels, José Carlos Mariátegui, Vallejo- que para
muestra: ahí estaba la furia de sus poemas, en Enrique Verástcgui: «Yo vi
hombres y mujeres vistiendo ropas c ideas vacias y la tristeza visitándolos en
los manicomios. Y vi también a muchos gritando por más fuego...».
Ahí los
planteamientos rotundos, la claridad cerebral y los cojones de toro bien
puestos, para imponer sus lineamientos en la poesía futura. Y estos eran, ahora
que se los veía más cerca, los poetas abanderados del colectivo Hora Zero.
Hasta que, a medio camino, volteó a abrazarlos, algo medroso, Luis Alberto
Castillo, por darles fuerza y aliento -lógicamente, por la posible gresca, la
probable celada y el ajusticiamiento y linchamiento poético popular que se le
avecindaba, a medida que se acercaban al Patio-; pues, justamente, se oyó a
unos diez metros:
-¡Fuera poetas
del pro imperialismo yankee! ¡Fuera Sinamos, cagones...! -El chillido de la
Jujú Caremona, cuándo no la zamba Jujú revoltosa.
-¡Linchar a los
traidores del pueblo! -A Jaime Guadalupe Pedregoso, viéndolos aun aproximarse a
la distancia.
-¡Colgarlos como
a perros, carajo! -De nuevo la Jujú Caremona, roja la cara huesuda, demencial y
combativa, en defensa de los intereses del pueblo universitario-. ¡Mueran los
poetas anti revolucionarios y diletantes cavernarios del pro imperialismo
yankee!
Los del Fer,
advertidos por los tukuyrikuy -los corre ve y dile- de todo partido político,
se habían movilizado y ahora como hienas hambrientas, a punto de írseles
encima, merodeaban desde lejos a los Poetas, quienes caballos altivos,
orgullosos de ser Poetas lucidos revolucionarios ante el mundo neocapitalista,
como si no fuese con ellos, continuaban el paso marcial ahora con el Poeta Luís
Alberto Castillo adelante, adalid abanderado, encaminándose aún por las orillas
del largo bosquecillo de Letras, hacia las cortas escalerillas -ya muy cerca,
ahí nomás- que daban al Patio de Letras. Caballos crinudos, armando ya el
escándalo presentido en la visionaria Balada de un caballo de Jorge Pimentel.
«Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo y vuelo. Mis
extremidades delanteras ejercen presión sobre las traseras...» Pero, ¡cómo se
olía a juicio popular! Porque los esperaban. El Patio y el Fer y los Fer,
enloquecidos entre tamborcillos y antaras medievales festivas, los esperaban,
todo mundo los esperaba; como que, más allá de este juicio, todavía vendría
algo inimaginable.*
(*) Fragmento
de Molotov Suit en el Patio de Letras, novela de Cronwell Jara
Jiménez de pronta aparición.
Un Cerdo de Poca Monta o Cuando los Chanchos Creen que
Vuelan II
Julio
Carmona
Existe un escribidor
Que por tener más de un premio
Se cree el más más y es peor
Que borrachera de abstemio.
j. c
LA
SEMANA PASADA compartí un texto de Cronwell Jara, narrador de cierto renombre,
a quien conocí en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la década del
70’ del siglo pasado. Y ese conocimiento no pasó de que, mutuamente, fuéramos
«conocidos», nunca amigos (de lo que hoy me congratulo). Ahora
bien, quienes han leído el texto por mí compartido podrán colegir que del
personaje que Jara ahí ha creado, al que pone mi nombre (nombre que igualmente
deforma), él si conoce su filiación política (que también coincide con la mía:
comunista, marxista-leninista-maoísta, y le faltó agregar stalinista). Por mi
parte, lo que siempre saqué en claro de él es que fungía de apolítico o que, en
todo caso, nunca especificó cuál era su filiación en ese sentido. Pero con la
publicación del texto que he compartido ya definió, con toda claridad, su
anticomunismo y su posición de derecha. ‘¡Y bien por él!, dirán
algunos. ¿Y por qué bien?, otros’.
Asimismo, se recordará que en la
presentación del texto enviado como número I, yo precisaba que en este (número
II) iba a contestar a los infundios y errores históricos en que incurre. Pero,
antes de entrar en materia, voy a recordar aquí esa deformación que hace de mi
apellido para referirse a un personaje femenino, primero, llamándola la Jujú
Caremona. Obviamente, eso hace que no me sienta aludido, pues como se trata de
un personaje de ficción (ya que el texto de marras es presentado como un
fragmento de novela), sin embargo, como es notoria la alteración de mi
apellido, yo también aquí me tomo la licencia de jugar con el apellido del
narrador (también de marras) llamándolo Congrio Jarajo (aludiendo a su
procacidad y coprolalia).
En otros momentos de su texto Congrio
Jarajo sí usa mi nombre completo, Julio Carmona, aunque para que se tome como
coincidencia, le agrega otro supuesto apellido, Reque. Y, bien, me sigo
moviendo en el plano de las coincidencias, y, por lo tanto, no puedo asumir que
directamente se esté refiriendo a mí (por esas sibilinas manipulaciones de mi
nombre), considerando otra excusa como que hay varias personas ubicables en
Internet que tienen ese nombre. Pero lo que ya resulta difícil de esquivar es
la relación de los hechos «narrados»: el frustrado recital de dos miembros del
grupo literario Hora Zero que, efectivamente, se dio en esos años setenta del
siglo pasado. Y, en honor a la verdad o para salvar el honor de mi nombre, yo
debo decir que nada de lo que Congrio Jarajo atribuye a los personajes
relacionados con mi nombre, tiene que ver conmigo.
La noche de los hechos narrados por
Congrio Jarajo, sí estuve en el Patio de Letras, pero como espectador, mas no
como actor o protagonista de los hechos o acciones atribuidos a los personajes
a quienes se usa para manipular mi nombre. Es más, ahí se menciona a mi amiga
Ana María Mur Bedoya, y falsamente se dice que no estuvo allí. Ocurrió todo lo
contrario. Porque en esa misma época en la casa de Ana María (y de Pancho
Izquierdo López, su esposo), en colaboración con el escultor Aníbal Agüero,
trabajábamos la estatua de Ernesto «Che» Guevara que, después, sería develada
en la puerta principal de la Facultad de Derecho. Pero como yo tenía clases
igual que Ana María, entonces, íbamos juntos a nuestros cursos de Literatura en
la Facultad de Letras.
Y la noche aludida nos encontramos, Ana
María y yo, con la sorpresa de que se iba a realizar el recital de los poetas
de Hora Zero. Y asistimos —sin quererlo ni proponérnoslo— como espectadores a
la manifestación realizada en contra de dicho recital. Y tanto Ana María como
yo estábamos de acuerdo con esa manifestación (contrariando la especulación que
sobre Ana María hace Congrio Jarajo), porque siendo, ambos, simpatizantes del FER,
también coincidíamos con la posición política de los actos realizados por la
organización estudiantil, de la que —insisto— no éramos miembros ni mucho menos
dirigentes, y, sí, solo simpatizantes, porque tanto Ana María como yo
militábamos —cada quien— en organizaciones políticas que no eran las que
estaban en la dirigencia del FER. Entonces, mal podría yo haber participado en
la organización de la defenestración que ficcionaliza Congrio Jarajo.
Por otro lado, debo precisar aquí que no
es la primera vez que me entero de esas diatribas que contra mi persona hace
Congrio Jarajo. Varios amigos me han referido que en sendas ocasiones él ha
despotricado en mi contra. Y, con seguridad, toda persona que se entera de ese
odio visceral que derrama (como se nota en el texto aludido) se debe preguntar
cuál es la razón o el motivo que enciende esa desproporcionada inquina. Y fue
la misma pregunta que yo me hice. Felizmente, no tuve que especular mucho,
porque no faltó quien me aclarara el asunto. Resulta que, en una ocasión, para
cumplir con el pedido de un artículo que me hiciera una persona para cierta
revista que estaba por editarse, no se me ocurrió mejor tema que hacer una
crítica al cuento «Montacerdos» de Congrio Jarajo.
Y la persona que me aclaró el asunto me
dijo que Congrio Jarajo estaba indignadísimo con mi crítica a su texto. Y que,
incluso, había añadido que quién era yo para contradecir la crítica favorable
que sobre su cuento habían expuesto críticos de renombre, como Antonio Cornejo
Polar. Y, bueno pues, cualquier lector crítico (no necesariamente crítico
profesional) tiene el derecho de opinar y de publicar sus opiniones sobre la
obra de un escritor, más o menos, conocido como Congrio Jarajo, o de otros
renombrados como Mario Vargas o Miguel Gutiérrez (por mencionar a dos que he
tenido oportunidad de criticar, no en un artículo de revista sino en sendos
libros). El artículo de revista sobre «Montacerdos» lo publicaré mañana por
este medio, como la tercera parte de la serie. Y lo haré con la única intención
de que quienes hayan seguido la lectura de los dos que lo preceden, sopesen la
relación que hay entre mi artículo y la reacción vitriólica que suscitó en el
ánimo de Congrio Jarajo. Y si hay proporcionalidad entrambos.
Termino esta explicación, necesaria,
haciendo una aclaración propedéutica de la actitud que debe asumir un autor
cuya obra es sometida a crítica. Y la aclaración es simple y única: un escritor
no debe enojarse, ni tratar de polemizar sobre los sentidos de su obra, y menos
odiar a quien hizo la crítica. Cualquier reacción que desoiga este principio,
redundará en su contra. Porque, como en este caso, nadie que me conozca dirá
que son apropiadas las referencias que Congrio Jarajo hace de mi persona o a
través de los personajes que crea para ese efecto. Si él criticase algún texto
mío descalificándolo con las peores apreciaciones, yo lo tomaría con cierto
ánimo deportivo. Pero lo tratado en estos envíos no se inserta en ese caso de
crítica literaria, sino en el de la falacia ad hominen, falacia que
es explicada en cualquier diccionario, palabras más o menos, en los siguientes
términos: la falacia ad hominem consiste en que la
persona B ataca a la persona A que presenta un argumento, en lugar de atacar al
argumento que dicha persona ha presentado. Lo cual obliga a la persona A a
tener que justificarse.
Y como Congrio Jarajo no solo se la
agarra conmigo sino con la literatura que me es afín, la poesía ibérica, sus
coplas, décimas y sonetos, a continuación, resumo, en una décima, la aclaración
propedéutica arriba sugerida:
Si otro escritor trata tu
obra
Con excesivo rigor
Asume que nada sobra
Ya por odio o por amor
No respondas con furor
Y mucho menos con ira
Pues la verdad y mentira
Merecen ser evaluadas
Porque a veces peor es
nada
De acuerdo a cómo se mira.
Un Cerdo de Poca Monta o Cuando los Chanchos Creen que
Vuelan III
Desmontando un Cuento
Julio Carmona
Digo por decir cualquier
Cosa. Escuchen: todo el mundo
Puede ir a lo profundo
Del amor, si sabe ser
Un buen hijo de mujer
Y no alimaña rabiosa
Que se cree la gran cosa
Sin saber que en el vivir
Y el amar hay que elegir
Antes que espina, ser rosa.
j. c.
POR
LA ÉPOCA en que estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: los
gloriosos años ’70 del siglo pasado, conseguí un ejemplar de la revista LETRAS,
Órgano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas (Nºs 74-75), que conservo
como una joya, porque ahí —entre otros igualmente importantes— hay un texto de
Abraham Valdelomar, titulado «Neuronas». Especie de «pastillas» conceptuales «a
base de lógica» (como las define el mismo autor). Pongo como muestra la
siguiente: «Hay escritores que tienen el alma como una carreta de mudanza.
Siempre hay algo atado, algo que se va a caer, algo que se rompe, y un
negro soez encima de todo.»
Y cito esta «neurona» pues creo que con
ella se puede esbozar un esquema de crítica literaria. Considerando, en primer
lugar, los valores o méritos de la obra y autor leídos, y que viene a
constituir ese «algo atado» que releva Valdelomar, es decir lo que da
merecimiento al texto criticado (de otra manera no sería digno de la menor atención).
En segundo lugar, detectar los aspectos inseguros, débiles, y que constituyen
ese «algo que se va a caer» (siempre que lo haya), para, en tercer lugar,
señalar el aspecto negativo, ese «algo que se rompe» (también, siempre que lo
haya) y, finalmente, incidir en la escatología verbal o mal uso del idioma (en
tanto denuncie su presencia) propia del «negro soez». Y siendo, todos, aspectos
puestos de relieve en la neurona del Conde de Lemos, quiero aquí proponerlos
como pautas para enfocar ciertos textos. Y en la medida que fue ese esquema que
—hace varios años— usé para analizar el cuento «Montacerdos» de Cronwell Jara,
en esta ocasión reitero ese modelo para ilustrar la propuesta.
Tomando, pues, la “neurona” de
Valdelomar como una metáfora del cuento aludido podemos decir, primero, que en
él hay algo atado, es decir, algo que va seguro y es lo que hace
que sea un cuento impactante, debido a la fuerza narrativa que caracteriza al
autor.
Pero, en segundo término, no podemos
sumarnos a la opinión generalizada que lo considera como el más importante si
no el mejor de los relatos de su autor. Y no creemos que esto sea así porque en
dicho cuento sentimos que hay algo que se va a caer, es decir,
detectamos ciertas contradicciones, exageraciones o irrealidades que nos hacen
sentirlo en la cuerda floja. Pongamos ejemplos.
Los personajes principales: Yococo,
Griselda —la madre— y Maruja —hermana del primero, hija de la segunda y
«narradora»—, los tres, comen ratas, cucarachas y todo ello en un escenario de
basura, fango y excrementos en grandes cantidades; sin embargo, la madre ama
entrañablemente a Yococo, su hijo, y es lo que se infiere del relato, pues en
determinado momento se dice que viéndolo «más chupado por fiebres y más
hinchado por llagas, cabeza bajo y muriéndose de pie: “Que no muera mi niño,
Dioooos, salvalóooo” (clama). Y luego lloraba a gritos aullando», es decir: el
amor maternal patéticamente descrito; sin embargo, en otra circunstancia se
presenta de la siguiente manera, contradiciendo a la anterior: «sin soltar la ruma
de palos y cartones que llevaba ella al hombro, pujando y pujando, le dio un
leñazo a Yococo: “Calla, guanacu’e mierda, loco, calla”. Y lo hizo llorar,
haciéndole agarrar desesperadamente su fea cabeza llagada», y de esa misma
madre —de un amor tan sui generis— se dice en otra ocasión que «con
su saliva le limpiaba las legañas, acariciándolo» (pero) «Luego, conteniendo
el asco y la respiración se acercaba a esa charola de pus y pelos»; es
decir, «conteniendo el asco» por las llagas del hijo, ella con quien —dice la
narradora— «Íbamos (…) por los basurales confundiéndonos pronto en un bosque de
revoltijos pestilentes, en un mar de ratas envenenadas y gatos agusanándose por
todo lugar», y ahí no se dice que expresara ningún asco ni que contuviera la
respiración, hecho que tampoco ocurrirá cuando la misma narradora recordará con
cierta fruición que «comíamos ratas, meses atrás, comíamos harto hasta chupar y
sorber rico los tuétanos y masticar los güesitos, embriagándonos de dicha. Pero
ahí en casa de doña Juana no podíamos cocinar eso. Y un día nos escapamos en la
madrugada y nos fuimos a las madrigueras y cazamos tres. Mamá y Yococo se
comieron una que sangraba por la nariz y los ojos, casi cruda, casi vivita…»
(¡y sigue la exagerada truculencia!). ¡Y esa misma madre tiene que contener el
asco y la respiración para limpiar las llagas del hijo! Claro, se puede
argumentar que esa es una exageración para «agrandar» la llaga del hijo, para
hacérnosla ver en magnitud superlativa. Con todo, nosotros consideramos que esa
seguirá siendo una contradicción insalvable, porque en realidad no hace más
patética la llaga, y sí más exacerbada la repulsión que la lectura de esas
escenas truculentas genera en el lector. De donde deducimos que, si aquella fue
la intención, pues otro debió ser el mecanismo.
Entre otras contradicciones, destaquemos
una exageración más que degenera en irrealidad. Y es la referida a la escena en
que a Yococo le ponen «ají rocoto molido en un platito y (…) feliz por lo que
le proponían, riendo, riendo se comió en seis cucharadas todo el ají. Luego,
nunca sintió molestia ni ardor alguno en la boca»; lo cual es, de todo punto de
vista, irreal (y conste que no se trata de un texto de ciencia ficción). Y eso
se hace más flagrante cuando al cerdo de Yococo —dice la narradora— «para que
no moleste, vi también, cómo los hombrecitos le metían un rocoto pelado en el
trasero (…) Y cómo él huía, para risa de todos, arrastrando el infeliz trasero
en el suelo». (Huelgan comentarios).
Y la coprolalia, la truculencia y el
regodeo en los detritus, la basura y lo asqueroso fuera permisible o
justificable si, a su vez, fuera expresión de la incoherencia de la narradora,
a quien el lector pudiera atribuir una cierta enajenación mental que la hace
ver la realidad de una manera distorsionada; pero esta es una incoherencia que
es desmentida por la total coherencia del relato en sí, que está escrito en
partes, además, con un lenguaje digno de un narrador culto, presentándose de
esta manera un desfase entre el nivel cultural y la edad misma de la narradora
y el tipo de lenguaje que usa y la madurez de muchas de sus observaciones, todo
lo cual le es excesivamente impropio. Y es este, pues, un desfase que grafica
la penúltima observación de la «neurona» de Valdelomar: que eso es algo
que se rompe.
Mientras que lo del negro soez
encima de todo vendría a ser ese refocilamiento o regodeo en la
abyección y lo repugnante. Y es el aspecto más censurable porque pretende ser
presentado como reflejo de una vida de gente del pueblo, pues es un tratamiento
de la vivencia del pueblo expresado así —en la contracarátula de la edición de
Lluvia— como «un acercamiento descarnado e intimista de los estratos
marginales de Lima.» Y, definitivamente, lo consideramos un reflejo
inválido (poéticamente hablando) aunque se nos diga que la realidad puede ser
más descarnada que esa ficción, pues denigra —en la totalidad narrativa— a ese
pueblo, que no idealizamos, que sí respetamos y para el que también se debe
exigir respeto.
Esa exacerbación de lo infrahumano:
comer excremento, ratas, cucarachas, de la manera más truculenta, desde un
punto de vista estrictamente literario, no emociona sino desilusiona. Y en ese
sentido suscribo la apostilla indirecta que sobre este cuento hiciera Miguel
Gutiérrez al comentar otro cuento que —según él— «Revelaba un mundo violento y
bello, pero» (agrega Gutiérrez) «lejos de deformaciones como cierto
encomiado relato de supuesto tema barrial y que es la cristalización de una
suerte de esteticismo sobre las deyecciones de los humillados y ofendidos.»
Esa propensión hacia el peor naturalismo decimonónico del relato
analizado, nos hace pensar que así como el escritor en literatura tiene
absoluta libertad para decirlo todo, asimismo el lector de
literatura no está obligado a «tragarse todo» sin protestar.
Finalmente, podemos llegar a la
siguiente conclusión: que la pertinencia del esquema crítico propuesto basado
en la «neurona» de Valdelomar, se justifica solo si se trata de ese tipo de
cuento en el que es evidente la presencia de los cuatro aspectos aludidos, es
decir que «hay algo atado», «algo que se va a caer», «algo que se rompe» y «un
negro soez encima de todo». Por cierto, no todo cuento se presenta así, del
mismo modo que no todo negro es soez.
Utilizando el título de un libro reciente es posible afirmar lo siguiente: "La bestia neoliberal", con podrida arrogancia, quiere infectar la historia en vana creencia que así salva de su insoportable mal olor actual.
ResponderEliminarYo estuve en San Marcos (Ciudad Universitaria) desde 1979 pero conocí a Julio desde fines de 1976 por mi hermano Orlando Robles que ya estudiaba Filosofía allí y en esa época tuve la oportunidad de conocer a Julio Carmona así como a muchos artistas populares (porque venían del pueblo y siempre a él se dirigian, lógicamente con identidad de clase y no como clase superior a él) Jovaldo, Luis Deza, Chacho Martinez, grupos musicales como Neper, Yahuar Mayu, Tiempo después Los Hermanos del Ande etc. Y en toda esa época y estoy seguro siempre vi e Julio una identidad y solidaridad con nuestro pueblo (Julio no solo declamaba en la universidad sino dónde movimiento popular lo invitaba) y dejaba mostrar también su furor y enojo cuando contra el pueblo se atacaba.
ResponderEliminarEsa severidad y energía que caracterizaba su poesía en defensa de nuestro arte y cultura popular siempre contrastaba con la alegria y el sentido del humor contagiante que mostraba con sus amigos y aunque no trato de hacer un análisis de las cobardes alusiones y afirmaciones que hace esta vez nuestro pobre miserable y coprofágico amigo jarajo (que es muy diferente a un "pore derashao" porque eso tiene cura) quiero mas bien confirmar que el ser humano que tiene identidad, valores y compromiso con su pueblo, su pluma siempre se va a dirigir al mismo horizonte que él aspira llegar, y por mas hambre e ignorancia que pueda tener y por mas pura que sea la raza del lobo, el pueblo siempre sabrá elegir al cordero.
Ana Maria Mur; Era mi Madre.Exijo no se le nombre en temas de índole Política...
ResponderEliminarAna Maria Mur; Era mi Madre.Exijo no se le nombre en temas de índole Política...
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