Esclareciendo Algunas Cuestiones
Eduardo Ibarra
El Comité de Redacción de CREACIÓN HEROICA ha mantenido siempre
una posición de defensa de los gobiernos que, en América Latina, han
implementado un determinado tipo de anti-imperialismo, así como una política
económica contraria, en un grado u otro, al neoliberalismo económico.
Varios
artículos debidos a nuestra pluma y algunos otros de autores diversos,
publicados en estas páginas, son pruebas irrefutables de nuestra aludida
posición, la misma que se completa con algunas críticas al reformismo.
Pero
nuestra comprensión de que en el movimiento marxista, tanto nacional como
internacional, es necesario un debate que permita la centralización de las
ideas correctas relativas a los problemas del socialismo, hace que las páginas
de CREACIÓN HEROICA estén abiertas a
opiniones distintas, siempre que representen una posición en el seno del
pueblo. Pero, como es natural, en todos los casos ejercemos el derecho al
debate.
Como
es de conocimiento común, las décadas finales del siglo veinte encontraron al
proletariado revolucionario en una situación de precariedad de sus fuerzas
materiales y de cierto desconcierto político, derivadas ambas cosas de la
derrota que significó para su causa el ascenso del revisionismo al poder, la
derrota de la revolución cultural china y otras experiencias negativas como la
camboyana, la peruana, etc.
En
cambio, la pequeña burguesía –numerosa y radicalizada ante el neoliberalismo
económico– elaboró, en algunos países, una doctrina más o menos “radical” y,
sobre esta base, desarrolló una lucha antineoliberal que en algunos casos le
permitió alcanzar el gobierno.
Los
gobiernos que se proclaman anti-imperialistas, han llevado adelante políticas
económicas en diversos grados antiliberales y, en algunos casos, han utilizado
y siguen utilizando un discurso pletórico de fraseario socialista.
En
tales condiciones, se ha observado en el seno del pueblo dos posiciones con
respecto a dichos gobiernos: una, que ve revolución donde solo hay reformismo;
y, otra, que apoya las reformas de dichos gobiernos, pero no su reformismo. La
diferencia es notoria.
Pues
bien, lo característico de los gobiernos reformistas de América Latina es que
coexisten con la gran burguesía, la cual mantiene, por tanto, el poder
económico; muestran un respeto supersticioso por la democracia burguesa; y
postulan el tránsito pacífico al socialismo. Esto lo hemos subrayado hace
tiempo en otro lugar, lo que nos parece debió ser motivo de seria reflexión.
Los
hechos demuestran que la lucha contra las políticas neoliberales no es
necesariamente una lucha contra el capitalismo y que lo que hace el reformismo es
oponer una modalidad de capitalismo (populista, según cierto lenguaje) a otra
modalidad de capitalismo (neoliberalismo).
Entre
el populismo de la pequeña burguesía y el neoliberalismo de la gran burguesía, hay
una diferencia a favor del primero: no sería justo condenar a la miseria a las
clases trabajadoras con el pretexto de que las reformas son realizadas por el
reformismo y, por tanto, sostenemos que todas las reformas que significan una
mejora en la vida material y cultural de las masas trabajadoras, son
bienvenidas.
Pero
los marxistas diferencian y están obligados a diferenciar entre reforma y
reformismo, y, por esto, hacen –y no pueden dejar de hacer– las críticas
necesarias a los gobiernos reformistas que, más allá de su discurso, no tienen
por objetivo el socialismo, y aquí hablamos, como es claro, del único
socialismo del que tiene caso hablar: el socialismo de Marx y Engels; y, este
socialismo, no se divide en socialismo del siglo XX, socialismo del siglo XXI,
etc. El socialismo marxista es uno solo en cualquier tiempo, y cualesquiera
diferencias que derivan de su aplicación, se debe a los cambios operados en la
situación objetiva, pero esto es algo muy distinto a concebir un “socialismo”
diferente al socialismo de Marx.
Pues
bien, de acuerdo al socialismo marxista, una revolución es el desplazamiento en
el poder de la clase conservadora por la clase revolucionaria, lo cual, en el
caso de la revolución socialista, significa la liquidación de la burguesía como
clase. La revolución rusa liquidó a la nobleza zarista; la revolución china
liquidó a la burguesía burocrática; la revolución cubana liquidó a la burguesía.
Por eso, es claro que, cuando no se realiza esta liquidación de la clase
explotadora, simplemente no hay revolución.
Y,
precisamente, dicha liquidación no ha ocurrido en ninguno de los países bajo
gobiernos reformistas, no obstante el tiempo transcurrido.
Lo
que realmente pasa en tales países es algo notorio: mientras el poder político
está ahí en manos del reformismo, el poder económico continúa estando en manos
de la gran burguesía. Es decir el poder es compartido, con la nota particular
de que, en algunos de los aludidos países, la burguesía ha ganado como nunca y,
por tanto, se ha fortalecido.
Por
eso ha sido posible que, en los cauces de la política burguesa (elecciones), la
burguesía neoliberal haya podido desplazar al gobierno reformista, como en
Argentina, por ejemplo.
Es
previsible que ese sea el camino que seguirá el resto de países bajo gobiernos
reformistas.
La
posición de las organizaciones marxistas ante los gobiernos reformistas de
nuestro continente no puede ser otra que la de apoyar las reformas que
signifiquen una mejora en las condiciones de vida de las clases trabajadoras,
así como, al mismo tiempo, de criticar el reformismo que, de hecho, condena a
esas mismas clases a volver, debido a las periódicas crisis del capitalismo, a
las condiciones anteriores, tal como está empezando a ocurrir.
Lo
primero permite hacer causa común contra las maniobras y embestidas del
imperialismo y de la gran burguesía nativa, y lo segundo permite educar a las
masas en la idea revolucionaria de que solo el socialismo proletario puede
significar su verdadera emancipación.
Por
eso Mariátegui señaló tajantemente: “Sin prescindir del empleo de ningún
elemento de agitación anti-imperialista, ni de ningún medio de movilización de
los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra
misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista
opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera” (Ideología y política, p. 91).
De
esta forma, y solo de esta forma, puede el proletariado revolucionario mantener
su independencia ideológica y política.
No
hacer causa común con el reformismo en la lucha contra el imperialismo (no
importando que el anti-imperialismo del reformismo sea un anti-imperialismo
limitado), es ultraizquierdismo. Y hacer causa común con el reformismo en el
indicado terreno sin mantener la debida independencia, es actuar como furgón de
cola de su política.
Entendemos,
desde luego, que, puestos ante la realidad de la derrota de las revoluciones
socialistas en el siglo XX, muchas personas abriguen la idea de que todo lo que
es posible esperar es “una sociedad más justa”, como suelen decir, y que, por
tanto, hay que entregarse completamente al reformismo.
“Una
sociedad más justa” es una forma vergonzante de referirse a una “mejora” de las
condiciones de existencia de los trabajadores en el marco de la sociedad
capitalista, o sea, una forma de embellecer el capitalismo.
Llegada
la humanidad al capitalismo, a la mundialización del capitalismo, a la más
completa realización del mercado mundial, el desarrollo de la historia se
revela lineal: capitalismo, socialismo, comunismo. Creer que puede haber “una
sociedad más justa” que no sea capitalista ni socialista, es un absurdo tan
absoluto, que no merece especial refutación en las presentes notas.
Por
eso, más allá de cualquier protesta, la frase que examino expresa la renuncia a
la lucha por el socialismo.
En
nuestros países latinoamericanos, aun siendo de capitalismo atrasado, la verdadera
contradicción es entre la burguesía y el proletariado, entre el capitalismo y
el socialismo, y no, por supuesto, entre el neoliberalismo y el reformismo.
Esto es así, porque “Ni la burguesía ni la pequeña burguesía en el poder pueden
hacer una política anti-imperialista” (ibídem,
p. 90).
Es
decir, dadas las circunstancias de precariedad política del proletariado
consciente y de exaltación anti-imperialista de la pequeña burguesía, la
contradicción entre el capitalismo y el socialismo aparece en la superficie como
contradicción entre el neoliberalismo y el reformismo, pero, de hecho, lo que
se agita en el fondo, sin expresarse todavía en sus propios términos, es la
contradicción entre el capitalismo y el socialismo, contradicción que solo
puede tener su solución verdadera en el marco de una política
marxista-leninista, es decir, en el marco de la acción del proletariado
revolucionario.
Por
eso es necesario saber manejar la contradicción entre el neoliberalismo y el
reformismo, ganando a las masas activas a la idea del socialismo proletario. Pero,
como es lógico, ello tomará tiempo.
Finalmente,
es menester no caer en los prejuicios democrático-burgueses de las masas y, por
el contrario, explicarles y demostrarles a las mismas que la liquidación de la
gran burguesía como clase solo es posible mediante la forma superior de lucha.
Por
otro lado, así como sostenemos que el único país socialista en América Latina
es Cuba, sostenemos también que en China se restaura el capitalismo desde hace
tiempo.
Y,
así como no puede haber pretexto ninguno para no defender, contra las
acechanzas y las agresiones del imperialismo, la primera revolución socialista de
nuestro continente; así también sostenemos sólidas críticas a la dirección
revisionista china y a la restauración del capitalismo en la patria de Mao.
Ningún marxista puede ser ciego a la verdad de que la función del revisionismo
en el poder en un país socialista es subvertir la dictadura del proletariado y
restaurar el capitalismo, y no continuar la construcción del socialismo, como
ingenuamente –o interesadamente– creen algunos.
Una larga experiencia histórica demuestra nuestro aserto de manera
irrefutable. Tampoco ningún marxista puede ser ciego ante la realidad de que,
como parte de la restauración del capitalismo, el gobierno chino realiza
ingentes inversiones de capital en el extranjero (Perú incluido), y que, de
esta forma, extrae plusvalía del proletariado no-chino.
Por
todo lo expuesto, afirmaciones como “el desarrollo inicial del socialismo en
ese país” (en Venezuela), “su proyecto socialista” (del gobierno de
Nicaragua), “compartir parte de la
riqueza”, “[Rusia] no dejó de tener rastros socialistas”, “[China es una]
potencia socialista”, etc., son afirmaciones que no tienen ningún asidero en el
marxismo-leninismo ni en la realidad de las cosas.
Para
resumir –y para decirlo con palabras de nuestro compañero Roque Ramirez–
“después de todo [los modelos de desarrollo aplicados en algunos países
latinoamericanos] siguen siendo modelos nacionales no neoliberales ligados al
sistema capitalista”.
Concluyo
las presentes notas ratificando nuestro apoyo a los gobiernos que en alguna
medida se enfrentan al imperialismo, así como nuestra independencia ideológica
y política que nos permite “explicar y demostrar a las masas que sólo la
revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y
verdadera”.
27.05.2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.