viernes, 1 de junio de 2018

Política

Esclareciendo Algunas Cuestiones

Eduardo Ibarra

El Comité de Redacción de CREACIÓN HEROICA ha mantenido siempre una posición de defensa de los gobiernos que, en América Latina, han implementado un determinado tipo de anti-imperialismo, así como una política económica contraria, en un grado u otro, al neoliberalismo económico.

        Varios artículos debidos a nuestra pluma y algunos otros de autores diversos, publicados en estas páginas, son pruebas irrefutables de nuestra aludida posición, la misma que se completa con algunas críticas al reformismo.

        Pero nuestra comprensión de que en el movimiento marxista, tanto nacional como internacional, es necesario un debate que permita la centralización de las ideas correctas relativas a los problemas del socialismo, hace que las páginas de CREACIÓN HEROICA estén abiertas a opiniones distintas, siempre que representen una posición en el seno del pueblo. Pero, como es natural, en todos los casos ejercemos el derecho al debate.

        Como es de conocimiento común, las décadas finales del siglo veinte encontraron al proletariado revolucionario en una situación de precariedad de sus fuerzas materiales y de cierto desconcierto político, derivadas ambas cosas de la derrota que significó para su causa el ascenso del revisionismo al poder, la derrota de la revolución cultural china y otras experiencias negativas como la camboyana, la peruana, etc.

        En cambio, la pequeña burguesía –numerosa y radicalizada ante el neoliberalismo económico– elaboró, en algunos países, una doctrina más o menos “radical” y, sobre esta base, desarrolló una lucha antineoliberal que en algunos casos le permitió alcanzar el gobierno.

        Los gobiernos que se proclaman anti-imperialistas, han llevado adelante políticas económicas en diversos grados antiliberales y, en algunos casos, han utilizado y siguen utilizando un discurso pletórico de fraseario socialista.

        En tales condiciones, se ha observado en el seno del pueblo dos posiciones con respecto a dichos gobiernos: una, que ve revolución donde solo hay reformismo; y, otra, que apoya las reformas de dichos gobiernos, pero no su reformismo. La diferencia es notoria.

        Pues bien, lo característico de los gobiernos reformistas de América Latina es que coexisten con la gran burguesía, la cual mantiene, por tanto, el poder económico; muestran un respeto supersticioso por la democracia burguesa; y postulan el tránsito pacífico al socialismo. Esto lo hemos subrayado hace tiempo en otro lugar, lo que nos parece debió ser motivo de seria reflexión.

        Los hechos demuestran que la lucha contra las políticas neoliberales no es necesariamente una lucha contra el capitalismo y que lo que hace el reformismo es oponer una modalidad de capitalismo (populista, según cierto lenguaje) a otra modalidad de capitalismo (neoliberalismo).

        Entre el populismo de la pequeña burguesía y el neoliberalismo de la gran burguesía, hay una diferencia a favor del primero: no sería justo condenar a la miseria a las clases trabajadoras con el pretexto de que las reformas son realizadas por el reformismo y, por tanto, sostenemos que todas las reformas que significan una mejora en la vida material y cultural de las masas trabajadoras, son bienvenidas.

        Pero los marxistas diferencian y están obligados a diferenciar entre reforma y reformismo, y, por esto, hacen –y no pueden dejar de hacer– las críticas necesarias a los gobiernos reformistas que, más allá de su discurso, no tienen por objetivo el socialismo, y aquí hablamos, como es claro, del único socialismo del que tiene caso hablar: el socialismo de Marx y Engels; y, este socialismo, no se divide en socialismo del siglo XX, socialismo del siglo XXI, etc. El socialismo marxista es uno solo en cualquier tiempo, y cualesquiera diferencias que derivan de su aplicación, se debe a los cambios operados en la situación objetiva, pero esto es algo muy distinto a concebir un “socialismo” diferente al socialismo de Marx.

        Pues bien, de acuerdo al socialismo marxista, una revolución es el desplazamiento en el poder de la clase conservadora por la clase revolucionaria, lo cual, en el caso de la revolución socialista, significa la liquidación de la burguesía como clase. La revolución rusa liquidó a la nobleza zarista; la revolución china liquidó a la burguesía burocrática; la revolución cubana liquidó a la burguesía. Por eso, es claro que, cuando no se realiza esta liquidación de la clase explotadora, simplemente no hay revolución.

        Y, precisamente, dicha liquidación no ha ocurrido en ninguno de los países bajo gobiernos reformistas, no obstante el tiempo transcurrido.

        Lo que realmente pasa en tales países es algo notorio: mientras el poder político está ahí en manos del reformismo, el poder económico continúa estando en manos de la gran burguesía. Es decir el poder es compartido, con la nota particular de que, en algunos de los aludidos países, la burguesía ha ganado como nunca y, por tanto, se ha fortalecido.

        Por eso ha sido posible que, en los cauces de la política burguesa (elecciones), la burguesía neoliberal haya podido desplazar al gobierno reformista, como en Argentina, por ejemplo.

        Es previsible que ese sea el camino que seguirá el resto de países bajo gobiernos reformistas.

        La posición de las organizaciones marxistas ante los gobiernos reformistas de nuestro continente no puede ser otra que la de apoyar las reformas que signifiquen una mejora en las condiciones de vida de las clases trabajadoras, así como, al mismo tiempo, de criticar el reformismo que, de hecho, condena a esas mismas clases a volver, debido a las periódicas crisis del capitalismo, a las condiciones anteriores, tal como está empezando a ocurrir.

        Lo primero permite hacer causa común contra las maniobras y embestidas del imperialismo y de la gran burguesía nativa, y lo segundo permite educar a las masas en la idea revolucionaria de que solo el socialismo proletario puede significar su verdadera emancipación.

        Por eso Mariátegui señaló tajantemente: “Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación anti-imperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera” (Ideología y política, p. 91).

        De esta forma, y solo de esta forma, puede el proletariado revolucionario mantener su independencia ideológica y política.

        No hacer causa común con el reformismo en la lucha contra el imperialismo (no importando que el anti-imperialismo del reformismo sea un anti-imperialismo limitado), es ultraizquierdismo. Y hacer causa común con el reformismo en el indicado terreno sin mantener la debida independencia, es actuar como furgón de cola de su política.

        Entendemos, desde luego, que, puestos ante la realidad de la derrota de las revoluciones socialistas en el siglo XX, muchas personas abriguen la idea de que todo lo que es posible esperar es “una sociedad más justa”, como suelen decir, y que, por tanto, hay que entregarse completamente al reformismo.

        “Una sociedad más justa” es una forma vergonzante de referirse a una “mejora” de las condiciones de existencia de los trabajadores en el marco de la sociedad capitalista, o sea, una forma de embellecer el capitalismo.

        Llegada la humanidad al capitalismo, a la mundialización del capitalismo, a la más completa realización del mercado mundial, el desarrollo de la historia se revela lineal: capitalismo, socialismo, comunismo. Creer que puede haber “una sociedad más justa” que no sea capitalista ni socialista, es un absurdo tan absoluto, que no merece especial refutación en las presentes notas.

        Por eso, más allá de cualquier protesta, la frase que examino expresa la renuncia a la lucha por el socialismo.

        En nuestros países latinoamericanos, aun siendo de capitalismo atrasado, la verdadera contradicción es entre la burguesía y el proletariado, entre el capitalismo y el socialismo, y no, por supuesto, entre el neoliberalismo y el reformismo. Esto es así, porque “Ni la burguesía ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política anti-imperialista” (ibídem, p. 90).

        Es decir, dadas las circunstancias de precariedad política del proletariado consciente y de exaltación anti-imperialista de la pequeña burguesía, la contradicción entre el capitalismo y el socialismo aparece en la superficie como contradicción entre el neoliberalismo y el reformismo, pero, de hecho, lo que se agita en el fondo, sin expresarse todavía en sus propios términos, es la contradicción entre el capitalismo y el socialismo, contradicción que solo puede tener su solución verdadera en el marco de una política marxista-leninista, es decir, en el marco de la acción del proletariado revolucionario.

        Por eso es necesario saber manejar la contradicción entre el neoliberalismo y el reformismo, ganando a las masas activas a la idea del socialismo proletario. Pero, como es lógico, ello tomará tiempo.

        Finalmente, es menester no caer en los prejuicios democrático-burgueses de las masas y, por el contrario, explicarles y demostrarles a las mismas que la liquidación de la gran burguesía como clase solo es posible mediante la forma superior de lucha.

        Por otro lado, así como sostenemos que el único país socialista en América Latina es Cuba, sostenemos también que en China se restaura el capitalismo desde hace tiempo.

        Y, así como no puede haber pretexto ninguno para no defender, contra las acechanzas y las agresiones del imperialismo, la primera revolución socialista de nuestro continente; así también sostenemos sólidas críticas a la dirección revisionista china y a la restauración del capitalismo en la patria de Mao. Ningún marxista puede ser ciego a la verdad de que la función del revisionismo en el poder en un país socialista es subvertir la dictadura del proletariado y restaurar el capitalismo, y no continuar la construcción del socialismo, como ingenuamente –o interesadamente– creen algunos.  Una larga experiencia histórica demuestra nuestro aserto de manera irrefutable. Tampoco ningún marxista puede ser ciego ante la realidad de que, como parte de la restauración del capitalismo, el gobierno chino realiza ingentes inversiones de capital en el extranjero (Perú incluido), y que, de esta forma, extrae plusvalía del proletariado no-chino.

        Por todo lo expuesto, afirmaciones como “el desarrollo inicial del socialismo en ese país” (en Venezuela), “su proyecto socialista” (del gobierno de Nicaragua),  “compartir parte de la riqueza”, “[Rusia] no dejó de tener rastros socialistas”, “[China es una] potencia socialista”, etc., son afirmaciones que no tienen ningún asidero en el marxismo-leninismo ni en la realidad de las cosas.

        Para resumir –y para decirlo con palabras de nuestro compañero Roque Ramirez– “después de todo [los modelos de desarrollo aplicados en algunos países latinoamericanos] siguen siendo modelos nacionales no neoliberales ligados al sistema capitalista”.

        Concluyo las presentes notas ratificando nuestro apoyo a los gobiernos que en alguna medida se enfrentan al imperialismo, así como nuestra independencia ideológica y política que nos permite “explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera”.

27.05.2018.

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