El Egoísmo Absoluto, Base Ideológica
del “Rebelde Ciego”
Julio Carmona
¿POR
QUÉ NO LLAMAR A LAS COSAS por sus nombres? Es la pregunta que se impone. Y ya
hemos dicho que el problema no es puramente retórico. La pretensión última es
adquirir la ‘extraterritorialidad’, para usar una expresión de Arnold Hauser
cuando dice:
La frase de Proust de que “todo lo grande en el mundo
se debe a neuróticos”, es de seguro algo más que la lamentación de un escritor:
es una pretensión de extraterritorialidad. (E-1982: 100.)1
Esa
“lucha con el demonio” –según MV– hará del novelista un ‘egoísta absoluto’, lo
que no demuestra otra cosa que su “teoría” no abarca a todos los novelistas
sino a aquellos que pueden ser definidos con la descripción del decadente –que
vimos al comienzo de este trabajo–, para quien el egoísmo es su estado natural.
Y MV describe así a su prototipo de escritor: “Quien se sirve de toda la
realidad humana como cantera para un fin tan egoísta y demencial (rivalizar con
Dios) sólo puede lograr su propósito sirviendo esa vocación con un egoísmo y
una demencia semejantes.” (HD: 210.) Y, más adelante, insistirá sobre:
Su esclavitud, su total entrega a su vocación, esa
bestia que, como una solitaria, forma parte de su ser, se nutre de él, crece
con él y a medida que él la alimenta y la cuida se vuelve más posesiva y
tiránica. De ahí el egoísmo del creador: reclama todo para su vocación y no
acepta conceder nada en lo que a ella respecta. (p. 211.)
Pero
esa visión del novelista, ya de por sí arbitraria, en tanto –como hemos visto
con Eliot– no se ajusta necesariamente a todos los novelistas, se hace más
insostenible cuando se dice que es producto de una enemistad con la realidad,
gratuita, sin causa precisa, pues puede obedecer a razones positivas o
negativas, pero siempre y todas “pueden definirse como una
relación viciada con el mundo”:
Las causas de la rebelión [contra la realidad, contra
Dios], origen de la vocación del novelista, son múltiples, pero todas pueden
definirse como una relación viciada con el mundo. Porque sus padres fueron
demasiado complacientes o severos con él, porque descubrió el sexo muy temprano
o muy tarde o porque no lo descubrió, porque la realidad lo trató demasiado
bien o demasiado mal, por exceso de debilidad o de fuerza, de generosidad o de
egoísmo, este hombre, esta mujer, en un momento dado se encontraron
incapacitados para admitir la vida tal como la entendían su tiempo, su
sociedad, su clase o familia, y se descubrieron en discrepancia con el mundo.
Su reacción fue suprimir la realidad, desintegrándola para rehacerla convertida
en otra, hecha de palabras, que la reflejaría y negaría a la vez. Todos los
novelistas son rebeldes, pero no todos los rebeldes son novelistas. ¿Por qué? A
diferencia de los otros, éste no sabe por qué lo es, ignora las raíces
profundas de su desavenencia con la realidad: es un rebelde ciego. La demencia
luciferina a que lo empuja su rebeldía
–suplantar a Dios, rehacer la realidad–, el carácter extremo que ésta adopta en
él, es la manifestación de esa oscuridad tenaz. (HD: 85-86.)
Y
es tanto más inaceptable en cuanto el mismo MV admite en otro trabajo que esa
enemistad con la realidad no es absoluta, pues esa ‘relación viciada’ del
novelista con la realidad “no impide que, a veces, haya entre ellos una
coincidencia: en tal caso no hay problema alguno.” Y pone el siguiente ejemplo
puntual:
Así, en el caso de Bertolt Brecht, evidentemente, el
ciudadano y el escritor –al mismo tiempo el que servía a su sociedad y el que
se servía de ella para escribir–, eran el mismo hombre. En este caso
extraordinario, yo quiero creer que la vocación transcurrió sin asperezas, sin
conflictos y, en cierta forma, lo envidio. En él las obsesiones y las
convicciones coincidieron, milagrosamente diríamos, pero evidentemente no
siempre ha de suceder así. (C-1972: 79.)
Obsérvese
la propensión de MV a introducir elementos irracionales (“milagrosamente”) para
explicar lo que racionalmente él no puede explicar. Pese a que está admitiendo
la existencia de una situación relacional positiva entre el escritor y la
realidad, lo que es ya un sustento para eludir la explicación milagrosa. No
obstante, y sin que exista una estadística que establezca quiénes son mayoría:
si los amistados o los enemistados con la realidad (que no tiene la culpa de
los desquiciamientos sociales, que son una parte de la realidad), MV llega a la
conclusión de que los amistados son la excepción y los enemistados, la regla.
Así como el suicida es el caso particular y los que quieren seguir viviendo, el
general, del mismo modo quienes creen que la realidad es más grata que ingrata
hacen mayoría. ‘La excepción –dirá Elías Castelnuovo– es el residuo de la
regla, como el jorobado es la desviación del derecho’.
Pero –concluye Castelnuovo– para ubicar
al derecho es improcedente partir del jorobado, en tanto que para ubicar al
jorobado es indispensable partir del derecho, en razón de que la ley la
establece el derecho y no el jorobado (…) La medida de los seres útiles no hay
que buscarla en los inútiles, ni la medida de los que trabajan en los que no
hacen nada. (E-1938: 22-25.)
Sin embargo, MV para hacer ver que las
causas de origen particular no son las que predominan en la relación viciada de
su ‘rebelde ciego’, agrega que: “los hechos determinantes del conflicto con la
realidad real”, fuente de la vocación del deicida, pueden ser también
acontecimientos de carácter social, que marcaron poderosamente a la
colectividad de la que el novelista forma parte, y que lo afectaron a él de
manera especial. Esos ‘demonios’ que comparte el deicida con su clase o grupo
social, con su nación o la humanidad, merecen ser diferenciados de aquellos de
resonancia estrictamente individual que hemos llamado ‘demonios personales’.”
(HD: 112.) Pero obsérvese que son siempre reacciones de tipo social (sean
individuales o colectivas), empre la furia, la enemistad, el conflicto del
novelista se traduce en contra de toda
“la realidad real”, puesto que lo que se propone es asesinar la realidad:
Ningún novelista se libera de esa ‘fijación’, el peso
del instante de la ruptura lastra toda la praxis del suplantador de Dios. No
hay aguas bautismales capaces de lavarlo de ese crimen de suprema soberbia que,
en un instante dado, lo llevó a esa rebeldía total: la voluntad de asesinato de
la realidad. (HD: 95.)
Pero
ya hemos dicho que la sociedad no es toda la realidad. Es decir, si el novelista
vio nacer su vocación porque desde niño se enemistó con su padre, o si, igual,
vio nacer su vocación por el odio que le cogió al dictador que vio durante su
juventud oprimir a su país, ¿por qué ese odio tiene que hacerlo extensivo a las
montañas, al mar, a la fauna y a la flora de la realidad para querer
asesinarla? Es decir, es totalmente desquiciado transferir los odios personales
o colectivos (que son hechos sociales) a toda
la realidad que comprende –además de la sociedad– a la naturaleza que –con todos
sus rigores, explicables, además, y no condenables– no tiene por qué
convertirse en paja seca paja un incendio.
Es más, la debilidad de la propuesta
teórica del “rebelde ciego” se hace más ostensible cuando MV confiesa que el
modelo o paradigma lo descubre en un personaje de ficción: Emma Bovary. Y dice
de ella que “Se trata de una rebeldía individual y, en apariencia, egoísta:
ella violenta los códigos del medio azuzada por problemas estrictamente suyos,
no en nombre de la humanidad, de cierta ética o ideología.” (B-1975: 20-21.) No
se olvide que MV nos dice que ese texto lo conoció en 1959:
Ahí empieza de verdad mi historia. Desde las primeras
líneas el poder de persuasión del libro operó sobre mí de manera fulminante,
como un hechizo poderosísimo. Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan
rápidamente mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo
en su materia (…) Cuando desperté, para retoma la lectura, es imposible que no
haya tenido dos certidumbres como dos relámpagos: que ya sabía qué escritor me
hubiera gustado ser y que desde entonces y hasta la muerte viviría enamorado de
Emma Bovary. (B-1975: 18.)
Y
es, a partir de allí que se opera en él la metamorfosis, y, así como Emma
Bovary, él también se convierte en un “rebelde ciego”, individual y egoísta,
que ‘violenta los códigos del medio’. Y en esta identificación sí reconoce que
hay una causa que tiene que ver “con algo que ella y yo compartimos
estrechamente: nuestro incurable materialismo2, nuestra predilección
por los placeres del cuerpo por sobre los del alma, nuestro respeto por los
sentidos y el instinto, nuestra preferencia por esta vida terrenal a cualquier
otra.” (B-1975: 21.) No se pierda de vista la contradicción que hay en esta cita
con el origen de la vocación literaria que postula MV, en tanto ha dicho que
esa vocación se manifiesta por un evidente rechazo a la vida terrenal (la
realidad real) y por preferir la vida ilusoria de las novelas (la realidad
ficticia.) La idea de ruptura entre el escritor y su realidad es, pues, antigua
en MV. Pero asumirá su constitución ideológica en el discurso con el que
recibió el Premio Rómulo Gallegos, ahí dijo:
Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha
sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de
escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometerá el
ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace
del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos
y escorias a su alrededor. (C-1983: 134-135.)
Pero
esa postura del “escritor rebelde” no era sólo un esguince retórico que, en
cierta medida, lo autorizaba a fungir de ‘hombre de izquierda’, sino es una
estratagema política por la que se da un salvoconducto al escritor de derecha
para reconciliarse con esa imagen que le es poco agradable desde que la
izquierda la ‘capitaliza’: la rebelión. Y, entonces –a partir de la
generalización de MV–, el escritor reaccionario puede emplear su “rebelión”
hasta con él mismo, aunque no sea sino como una incisión terapéutica, una
manera de justificar o, mejor, de encausar sus desajustes emocionales. Una
rebelión así, ciertamente, es una caricatura de rebelión. Y, siempre, una
imagen del hecho real. Aunque las “artes” de MV la hayan transmutado en “realidad”.
Pues no debe perderse de vista que esa rebeldía ideológica de MV no sólo busca
convertirse en sustituto de una rebeldía concreta en la realidad sino que
explica tanto su incapacidad para comprender la historia como su misma posición
de clase, corolarios (ambas) de sus “declaraciones de estufa”, de su temor a
perder su situación de privilegio en la sociedad, como se desprende de sus
propias consideraciones. De ahí su rechazo absoluto a todo tipo de violencia,
la misma que prefiere ejercerla en los dominios de la ideología. Aun cuando
algunos de sus hermeneutas pretendan que tales declaraciones ideológicas tengan
efecto en la realidad concreta, que es lo que parece sugerir, por ejemplo,
Roland Forgues, crítico amigo de MV, quien dice: “no has perdido la menor
oportunidad de afirmar tu espíritu rebelde y libertario y de mostrarlo en plena
luz en tu compromiso de ciudadano y de intelectual.” (2001: 23.)
Pero la práctica –que es el único
criterio de la verdad– pone las cosas en orden. Y es así que su prédica
obsesiva contra “todo tipo de violencia” en el desarrollo de su obra narrativa,
prédica que va pareja a su otra veta que les da sustento: su egotismo
individualista, ambas se encargan de definir su cabal fisonomía. Según MV, la
violencia “en sus formas sociales de animalización del ser humano por obra del
trabajo vil y la explotación” es rechazable porque se opone a “su apetencia [del
ser humano] de un mundo distinto de aquel que hace añicos su sueño”. Pero esa “violencia”
real –en MV– se vuelve también ficticia; porque la lucha contra la violencia real lo asusta, pues dice: “Recuerdo
haber leído, en las páginas iniciales de un libro de Merleau-Ponty, que la
violencia casi siempre era bella en imagen, es decir, en el arte, y haber
sentido cierta tranquilidad.” (B-1975: 23.24.) Entonces le resulta muy cómodo
ejercer la rebelión en el papel antes que en la realidad. De ahí que sus
ficciones, en lugar de plantearse como propuestas de otras “realidades
alternativas” a la realidad (pese a lo aducido -teóricamente– por él en
contrario), no constituyan sino la vitrina exhibicionista de “una fauna grotesca
del neo-naturalismo vargasllosiano.”3
Es evidente que MV parte de su propia
experiencia –como él mismo lo reconoce– para mejor ubicar su relación con la
literatura y con la sociedad. Lo censurable es que sin la menor transición
quiera hacer extensiva esa particularidad a toda la creación literaria.
Hablando de Sebastián Salazar Bondy dice:
Él no eludió ningún riesgo como hombre de izquierda,
pero no cayó en la generosa, ingenua actitud de quienes subordinan la
literatura a la militancia política creyendo servir mejor así a su sociedad. Él
no había sacrificado la literatura para ser admitido en la injusta sociedad que
le tocó, no había renunciado a escribir para ser algún día influyente, rico,
poderoso; pero tampoco abandonó la literatura para hacer de la revolución una
tarea exclusiva y primordial. (B-1983: 111.)
A
estos juicios de MV puede aplicarse la crítica que hace J. C. Mariátegui a
Emmanuel Berl, de quien dice que: “En cuanto pasa a reivindicar la autonomía
del intelectual frente a las fórmulas y el pensamiento de la Revolución, no
menos que frente a las fórmulas y el pensamiento reaccionarios, cae en la más incondicional
servidumbre al mito de la inteligencia pura. Todos los prejuicios de la crítica
pequeñoburguesa y de su gusto por la utopía o su clausura en el escepticismo,
asoman en este concepto: ‘La causa de la Inteligencia y la de la Revolución es
un no-conformismo’. Pero es claro –continua Mariátegui– que la revolución no
puede reducirse a esto. Manera de negar, es también manera de combatir y una
manera de construir. Exige un programa por realizar y un grupo que lo realice.
Ahora bien, el no-conformismo no sabría aceptar un programa y un orden dados,
por el solo motivo que se oponen al orden establecido.”
Por donde se la mire, la imagen del
escritor hecha por MV es la del escritor burgués. Él convierte la actividad
artística en algo “superior” y poderoso, un alter
ego, un demiurgo que domina su voluntad (convirtiéndolo en un egoísta y en
un demente.) La vocación del ‘rebelde ciego’ es –para él– una religión. El
escritor burgués no tiene escapatoria, inmerso en los dominios de su “realidad
ficticia”, religiosa, no le queda otra cosa que ser él mismo un ente de
ficción. C.G. Jung, refiriéndose a la enajenación, dice:
Frente a la confusión y a la multitud de los objetos
vitalizados se crea el hombre una abstracción, es decir, una imagen general
abstracta, que reduce y domeña las impresiones en una forma legítima. Esta
imagen tiene la significación mágica de una defensa contra el cambio caótico de
las vivencias. El hombre se abisma y se pierde en esta imagen hasta tal punto,
que a la postre pone su verdad abstracta sobre la realidad de la vida,
ejerciendo así opresión sobre la vida que pueda perturbar el goce de la belleza
abstracta. Se convierte así él mismo en una abstracción, se identifica con la
validez eterna de su imagen y se petrifica en ella, al llegar a ser ésta para
él, hasta cierto punto, una fórmula de redención. Por tal manera se enajena a
sí mismo y transfiere su vida a su abstracción en la que, en cierto modo,
cristaliza. (E-1960: 289.)
No
es distinto el mecanismo de enajenación
que se opera en un personaje de García Márquez y que coincide con la imagen que
MV hace del escritor burgués. El mismo MV escribe para “La viuda de Montiel”
Lo real objetivo es (…) algo horrible: abusos,
crímenes, robos, odio, terror. Por eso la viuda piensa que “el mundo está mal
hecho”, por eso lamenta que Dios descansara el domingo: “Ha debido aprovechar
ese día para que no se le quedaran tantas cosas mal hechas”. Aristócrata,
comparte la visión fatalista que (…) es la de su clase en la sociedad ficticia:
Dios hizo el mundo mal hecho, mal hecho se quedará. ¿Qué hacer, entonces, si no
hay cómo cambiar ese mundo cuya esencia es estar mal? El ‘mundo’ quiere decir
para ella lo real objetivo: la solución es prestarle la menor atención posible,
alejarse de él. La alternativa a ese mal es la evasión a lo imaginario. (HD:
384-385.)
Pero
con todas esas precisiones MV está subrayando una cualidad muy típica suya.
Antepone su vocación literaria a cualquier otro condicionamiento. Y es lo que
predica en cuanta oportunidad se le presenta. “La literatura -dice– demanda
entrega absoluta y sólo cuando se la asume así cristaliza en obras logradas.
Tampoco quiero decir con esto que quienes la abandonan para dedicarse a otras
actividades están sirviendo menos a sus sociedades que aquel egoísta que convirtió
a la literatura en su único destino.” (C-2004: 98.) Es más, en el mismo texto
llega a la conclusión de que “escribir novelas es una actividad monstruosamente
egoísta.” (Op. Cit.: 103.) No se pierda de vista que esta es una idea asumida a
partir de su relación paradigmática con Flaubert, de él dice que “lo único que
le interesaba era la literatura, y la idea de tener un porvenir burgués, una
actividad cualquiera que no fuera escribir, lo atormentaban.” (B.1975: 67.)
Pero tampoco se obvie que la acepción dada ahí a la palabra ‘burgués’ tiene más
que ver con el pragmatismo que se le atribuye a la burguesía y no con su
explicación sociológica como clase social en sí, porque Flaubert –al decir de
Emmanuel Berl– es el prototipo de escritor burgués.4 Y esa
pretensión exclusivista, que puede ser válida como concepción poética, es
decir, aplicada a la práctica de un autor en particular, cuando se lleva al
plano teórico general –como concepción estética– va mostrando su
inconsistencia. Porque el noventa por ciento de los novelistas –o escritores,
en general– no pueden convertir la literatura “en su único destino” y han
tenido o tienen que “dedicarse a otras actividades”, mas no por ello sus obras
dejaron o dejan de ser logradas. Y, en realidad, MV está invirtiendo el orden
de las premisas, anteponiéndoles las conclusiones. Porque su dedicación
exclusiva a la literatura ha sido posterior su éxito, o sea, que La ciudad y los perros no por haber sido
escrita cuando él tenía que “dedicarse a otras actividades” para la
subsistencia, deje de ser lograda, mientras que sólo las posteriores lo serían.
_____________
1
Recuérdese que al comenzar este capítulo hicimos una cita de MV que repite lo
mismo que Proust: “Estoy convencido –dice– de que hay una neurosis en la base
de toda vacación literaria, y que esa vocación tiene como foco inicial un cierto trauma.” (C-2004: 96.)
2
Aquí MV no está usando la palabra ‘materialismo’ en el sentido filosófico, sino
como lo que Engels dice que “el filisteo entiende por materialismo: la
glotonería y la borrachera, la codicia, el placer de la carne, la vida
regalona, el ansia de dinero, la avaricia, la avidez, el afán de lucro y las
estafas bursátiles; en una palabra, todos esos vicios sucios a los que él rinde
un culto secreto.” (Marx y Engels, E-1969: 647.)
3 Edmundo Bendezú
Aybar, “El realismo: Mario Vargas Llosa”, en: D-2001-a: 177.
4 Emmanuel Berl
podría decir que para MV, como “Para Flaubert, burgués se opone a artista”,
pero -agrega Berl- “me parece más lógico oponer el burgués al terrateniente
feudal que le precede y al obrero comunista que le sigue, antes que al artista,
su hermano”. El burgués y el amor, Buenos Aires, Argos, 1947, pp. 11-12.
El Tema de la Angustia en César Vallejo
Julio Carmona
NO ES MI COSTUMBRE PUBLICAR un texto que constituye parte de un trabajo
mayor y todavía inconcluso. Pero esta vez hago una excepción pues quisiera
participar en el próximo número de CREACIÓN HEROICA con algo referido a César
Vallejo quien, este 16 de marzo, cumple 124 años de vida y, el próximo 15 de
abril, 78 años de su pase a la inmortalidad. Y en tanto el próximo número de
nuestra revista ha de aparecer en una fecha intermedia entre ambos sucesos, es
pertinente hacer aquello que ya dije no acostumbro, en calidad de homenaje.
Igualmente he dicho que es un texto que forma parte de uno mayor que estoy
trabajando en torno a varios temas relacionados con nuestro poeta mayor. Y el
de la «angustia» es uno de ellos, y lo he visto repetido en varios, si no en
todos, los trabajos que se ocupan de su obra poética. Y, en algunos casos,
proponiéndolo como el leitmotiv de
ella. Esta es una opinión que, por supuesto, no comparto. Obviamente, aquí no
he de presentar los fundamentos de mi oposición, ni la crítica exhaustiva de
todas las ideas contrarias. He de hacer solo algunos avances de mis lecturas
sobre el particular.
Y quisiera empezar rindiendo homenaje también a Alfredo
José Delgado Bravo, quizá el más importante poeta del Departamento de
Lambayeque, quien nació el 4 de marzo de 1924 y falleció el 3 de octubre de
2008. Alfredo José Delgado Bravo es un autor que he creído pertinente tener en
cuenta como estudioso de la obra de César Vallejo por tres razones: a) porque
llegó a publicar un libro muy interesante, con su interpretación de Trilce, titulado Los móviles existenciales de Trilce, b) porque ahí también trata el
tema de la angustia, y c) porque fue mi profesor en secundaria en la década del
sesenta del siglo pasado. La literatura hizo que se gestara nuestra amistad,
aunque siempre estuvo limitada por esa tierra de nadie que es la política peruana:
yo con mi antiaprismo y él con su anticomunismo. Sin embargo, su aprismo no lo
llevó —al menos en gran parte del libro aludido— a seguir, a pie juntillas, lo
sostenido sobre la «angustia de Vallejo» por sus cofrades de partido.1
Ahí, por ejemplo, admite que la angustia influye en la poesía de Vallejo, pero
no porque sea consustancial a él, sino porque es ínsita a la realidad que lo
rodeaba. Estaba en su exterior, no en su interior. Dice AJDB que en la
bifurcación de «pura» y «social», que se
llegó a caracterizar a la poesía peruana, Eguren —como iniciador de la primera—
«establece su fórmula mágica “VIVE Y SUEÑA” (Vive para soñar, vive soñando y
canta tus sueños, tus fantasías, por encima de la locura del mundo” —sic:
cierra las comillas aunque no las ha abierto ni especifica la referencia
bibliográfica)» (DELGADO Bravo, 1988, pág. 6.
Mayúscula del autor). Y agrega: «Vallejo, poeta que se “ODIA CON
TERNURA”, esgrime también la suya: “MATA Y ESCRIBE” (Mata el error, el mal, la
injusticia, la angustia, la guerra,
el hambre y escribe sobre esto).» (Ibíd. Mayúscula del autor). La cita confirma
lo dicho: se trata de ‘matar la angustia que satura al mundo loco’ y que
compromete a todos, incluidos los poetas, puros y sociales, sin que esto
implique que la «angustia» se enseñoree en el interior de ellos. Y en la misma
página reitera el tema:
«TRILCE descubre
con ello los aspectos terribles, pavorosos pero humanos, demasiado humanos, de
la existencia cotidiana. Desmitifica la poesía humanizándola con datos directos
de su diario trajín. TRILCE es, por eso, un libro de Ruptura con la antigua retórica, la antigua literatura, la antigua
gramática, la antigua lírica de frases hechas, sensuales, de lujo. Y de apertura más exasperada que esperanzada
hacia los tremantes temas del vivir humano a merced del Tiempo, la Muerte, la
Angustia, la falta de paz y de justicia…» (Ibíd. Mayúsculas y negrita del
autor).
En lo que sigue del libro de AJDB se aprecian dos cualidades de su
propia personalidad de ensayista. En primer lugar, su afilada capacidad
interpretativa, la misma que lo lleva a proponer algunas explicaciones muy
sugerentes para develar «los vacíos de sentido» que en los lectores genera la
poesía de Trilce. Y esta relevada
cualidad se apoya en otra que ha devenido devaluada, a raíz de los formalismos
críticos (desarrollados a partir de la década del setenta del siglo pasado y
que, al parecer, no convencieron a nuestro autor), y es la corriente crítica de
la estilística. Y con ella pagó tributo a su maestro Luis Alberto Sánchez. En
lo sucesivo habrá oportunidad de referirme a esos aportes aludidos de AJDB,
como así también al tratamiento más amplio que dará al tema de la angustia.
Veamos, previamente, una muestra de la estilística del
aludido Luis Alberto Sánchez (y que volveré a tratar cuando aborde el tema del
formalismo), pero aquí cabe su inclusión porque va aparejada al tema de la
«angustia». Dice LAS: «La elipsis y el retruécano, el hipérbaton y la metáfora,
se disputan el predio poético de Martín Adán, con la misma voracidad con que
rivalizan frente a la herida presa
sangrante que fue el alma de Vallejo» (V, p. 1579). Con esa metáfora
forzada de «la herida presa sangrante que fue el alma de Vallejo» se está
insinuando el tópico de la «angustia» que, más adelante, se hará explícito.
Aunque adelantaré opinión aquí: referirse a una supuesta angustia que prima (según esa óptica) en la poesía de CV, es
olvidar que todos los hombres son hijos de su tiempo (y los poetas no tienen
por qué ser una excepción), y que en la época de CV difícilmente se podrá
encontrar un poeta lírico que no exprese esa visión pesimista de la realidad, pesimismo que, en los casos
comentados, se está confundiendo con «angustia». Xavier Abril confirma ese
estado negativo que satura a la poesía moderna, desde Mallarmé, y lo hace con
la siguiente cita de Hugo Friedrich: «… hay que respetar el tesón con que aquel
hombre [Mallarmé]
silencioso y abnegado meditó hasta sus últimas consecuencias y realizó
artísticamente la situación negativa
asignada a la poesía moderna» (ABRIL, 1980, pág. 43) .2
Por lo demás,
es difícil imaginar que un poeta —cuando no
está en poeta, sino en hombre sufriente—, en medio de su más apabullante
penuria, se esté proponiendo o forzando a escribir poesía. Una prueba en
contrario de esto es el hecho de que durante los siete primeros años de su
llegada a París (1923-1930) no escribiera poesía, pese a que esa fue la época
más complicada de su periplo europeo. En el libro que recopila las cartas
cruzadas entre CV y Pablo Abril, se lee la siguiente opinión del prologuista
José Manuel Castañón, quien dice: «Se ha hecho mucha literatura del hombre
César Vallejo en penuria, por la fuerza de su comunicación al expresarse de
corazón en sus necesidades con los amigos que más quería; pero, ¿acaso esas
penurias no se daban también en sus compañeros de letras» (VALLEJO, 1975, pág. 11) . «Un Vallejo no se
muere de “hambre de comer”.»
(Georgette Vallejo en: VALLEJO, 1973-3, pág.
427. Cursiva del original). En una de las cartas, refiriéndose a Emilio
Ribeiro (un poeta que no trascendió), dice CV: «Emilio está muy nervioso,
porque dice que Amelia le ha escrito que está enferma. Qué situación la de
Emilio, que no puede estar tranquilo nunca» (op. cit. pág.: 42). Es decir, para
que CV diga esto de alguien, él que describe su difícil situación como
incomparable, quiere decir que la angustia
era generalizada y no todos resultaban ser poetas notables; ergo, no es ella la
que motiva la forma ni el contenido de su poesía. Del mismo Emilio dirá, más
adelante que: «… está siempre sufriendo de continuas molestias y se queja
siempre» (pág. 45). Inclusive, poniendo como ejemplo al mismo Emilio
Ribeiro, CV da su opinión de lo humano que es todo poeta, oponiéndose a su
divinización: «Fernández Hinostroza—dice CV— viene al bureau casi todas las
mañanas. En cuanto a Emilio ni su sombra. Cuando converso con él, la
conversación es tan general, tan vaga y poética, que descorazona. Lo poético a
veces descorazona y mortifica más que la realidad circunstancial en que vivimos
y comemos» (pág. 52). Y, en otra carta, dice: «A Emilio le he visto ayer. Como
siempre, se muestra muy vagoroso (sic3) y celestial» (pág. 55).
Lo destacable
de estas «angustias económicas» es que no solo las tiene CV y otros muchos
escritores de esa época —y de siempre— sino también la persona misma que lo
ayudara en sus años más críticos, su intermediario epistolar, Pablo Abril de
Vivero. Y, oh sorpresa, lo inesperado es que en medio de sus angustias CV
también lo ayudaba económicamente —es obvio que cuando tenía dinero, no
necesariamente de sobra—. En carta del 29-10-27, CV responde a una carta previa
de Pablo Abril y le dice: «Ha hecho bien usted en tomar algunas pesetas de ahí
[del estipendio que recibía por una beca de España]. Por qué no tomó más? Me
mortifica que así no lo haya hecho, desde que sabe usted cuánto fraternizo con
sus angustias y dificultades de todo
orden» (pág. 89. Cursiva mía). Y este préstamo por parte de CV ya se había dado
en oportunidades anteriores [y no solo procedentes de la beca]. Pablo Abril le
escribe el 12-01-26: «Le envío, querido César, la mitad del préstamo que tan
gentilmente me hizo. No puedo más por el momento. Dios quiera que le sea a
usted suficiente» (pág., 136). Y, por último, en carta del 15-01-30, Pablo
Abril escribe: «Le acompaño doscientos veinte francos, a cuenta de los
trescientos que tan generosamente me prestó usted en París» (pág., 157).4
En otro momento, LAS reitera el tópico de la angustia, a propósito de la obra de Luis
Valle Goicochea, dice: «si Vallejo fuera como algunos creen la medida de todo
lo poético del Perú5 (¿), diríamos que se trataría de un Vallejo sin
amargura, más bien plácido. En La elegía
tremenda y otros poemas (1936) folleto, (sic) de depurada forma aparece
como un crescendo de angustias» (1966-V, pág. 1587).6
Pero, en definitiva, yo creo que la utilización del término «angustia» —que,
como se sabe, está circunscrito al campo de la psicología y la filosofía—
vendría a ser, en la poesía, equivalente a «desesperación». Sin embargo, se
debe convenir que ninguna de las dos expresiones condice con la poesía de CV.
Ya arriba he advertido que lo destacable en esa poesía es el pesimismo (que fue
relevado por José Carlos Mariátegui), y puede ser que se lo esté confundiendo
con «angustia». Se puede inferir que LAS ha obviado el uso de «pesimismo» en
Vallejo, permutándolo por «angustia», para evitar que se lo relacione con JCM,
que de haberlo hecho lo habría obligado a indicar el adelantamiento de este
(indicación de adelantamiento que no hizo en otro caso7). No
obstante lo usa después, refiriéndose a los dos primeros libros de Sebastián
Salazar Bondy: en ellos —dice— «circula una negra vaharada de pesimismo, de tedio.» Y agrega: «En Cuaderno de la persona oscura, glosa a
un Quevedo remozado (y allí un entronque con Vallejo y Martín Adán, quevedescos
ambos)» (p. 1619). Ya desde el t. I, LAS se refiere a CV llamándolo «El
desgarrado Vallejo» (p. 26). Es decir, hay un afán de crear el estereotipo de
un CV «miserabilizado» y «consumido por la desgracia», para llegar a la
conclusión de que a eso se reduce toda su poesía, y que esa angustia sería la
motivadora de su forma oscura. Y es esta una «semblanza» que Georgette de
Vallejo rechaza enérgicamente. Y atribuye a Juan Larrea la génesis de esa
imagen de indigencia atribuida a CV, y dice: «Es a este indigente que el director del Aula habrá asimilado durante 14
años a César Vallejo, llegando hasta identificar su destino con la agonía
del insecto inmovilizado por el alfiler, palabras que aquilatan la ayuda
“moral” que él dice haber dispensado por entonces a Vallejo» (op. cit., pág.
403. Cursiva del original).
Notas
1 Luis
Alberto Sánchez, Eugenio Chang-Rodríguez, Mario Castro Arenas.
2 Hugo
Friedrich (1959). Estructura de la lírica
moderna. Barcelona: Seix Barral.
3 Obviamente,
lo que ha querido decir es «vagaroso», o sea: «Que es impreciso y no tiene
dirección», porque ‘vagoroso’ no existe en español. Puede ser también que sea
un error de imprenta. Y lo mismo se puede decir del leísmo: «A Emilio le he
visto», en lugar de decir ‘lo he visto’, pues de otra manera es equivalente a
decir ‘le he visto la camisa ajada’.
4 Georgette
Vallejo relata la siguiente anécdota, a partir de este texto de Juan Larrea:
“Así murió Vallejo, en presencia de
su mujer y de sus dos amigos Juan Larrea y Cutto Oyarzún”, y dice Georgette que
así: «escribe el director del Aula cuyo impudor ignora que un hombre muere en
sí, no “en presencia de...” y menos
“en presencia de su mujer”. En cuanto al Sr. Oyarzún: estamos en la segunda
quincena de diciembre de 1937. Hemos, no ahorrado, sino guardado de hecho, no
sé cómo, doscientos francos (unos doscientos soles de hoy) por la superstición
de no entrar al Año Nuevo en pobreza total. Un lunes por la mañana se presenta
Oyarzún. El y su mujer cantan en unaboite
de nuit. Me pide, por ironía, doscientos francos. Jura sobre su palabra de
“honor” que los devolverá el miércoles. Le entrego los doscientos francos que
tenemos guardados. Pasa el miércoles. Oyarzún no aparece. Llega el 31. Son las
nueve de la noche. Vallejo, recordando los doscientos francos, me pregunta,
haciéndose el contento: “¿Qué hacemos, coneja mía?” Y he de contestar: “Ya no
tengo los doscientos francos, Oyarzún me los ha pedido prestados...” Vallejo
cogido de una verdadera desesperación ha juntado las manos que levanta hacia
mí: “¡No me digas, amor mío, que has dado los doscientos francos!” “¡Sí!, pero
los hubieras dado tú también, como yo”. Caigo en una silla, sollozando, y
Vallejo, abrazándome, repite: “¡No, amor mío! no llores... no llores...” Pero
no puedo ya dejar de sollozar, no por los doscientos francos, no sé por qué...
y casi gritando, digo: “¡Oh, Vallejo, este año va a ser muy bueno o terrible!”
Son diez para las doce, sigo sollozando. Estamos aplastados de pena, una pena
inmensa... “¡Sanguijuela!”, exclama Vallejo.»(VALLEJO,
1973-3, pág. 426. Cursiva del original). Es una anécdota que demuestra la
realidad material y el espíritu de solidaridad del matrimonio
Vallejo/Philipart.
5 Esto lo
llegó a decir, expresamente, José María Arguedas: «Vallejo era el principio y
el fin», en El zorro de arriba y el zorro
de abajo, «Último diario».
6 El signo
de interrogación entre paréntesis es mío, pues una afirmación de esa magnitud
debe ser refrendada con la autoría de quien la hace, si no: hay que atribuirla
a quien la sugiere como anónima. Con el signo «sic» se destaca la errata de
haber abierto la coma de frase explicativa, sin cerrarla después, y que, en
todo caso debió ir después de la fecha entre paréntesis y cerrar la frase que termina
con la palabra «forma».
7 En el
séptimo ensayo, JCM se refiere a la poesía de Eguren llamándola «una poesía de
cámara. Poesía de estancia y de interior. Porque así como hay una música y una
pintura de cámara, hay también una poesía de cámara. Que cuando es la voz de un
verdadero poeta, tiene el mismo encanto.» (MARIÁTEGUI, 1980, pág. 303) . Y LAS, en el
prólogo que hace para una edición de Obra
poética completa de Eguren, dice que es una poesía «Sin relieves ni
colores, ni pasiones ni clamores, ni suspiros: es una poesía de susurros (…),
de matiz de viola y oboe; definitivamente una gran poesía de cámara; su poeta,
un poeta mayor de un arte menor» (Lima, Editorial Milla Batres, 1974, p. 24).
Transición
del Neoclasicismo al Romanticismo1
Sister Francis
Camilla and John F. Ennis.
(Traducción: Roque Ramírez Cueva)
LLAMADA INDISTINTAMENTE “LA EDAD DE LA RAZÓN”, amada
indistintamente “La Era Augusta” y “Época Neoclásica” el siglo dieciocho fue un
período que, en la opinión de la mayoría de los ingleses, emuló la gloria de
Roma bajo el poder de César Augusto. Fue una época decorativa [barroca], rica
en todo tipo de lujos materiales requeridos por una acaudalada aristocracia y
una próspera clase media con el fin de satisfacer sus apetencias por el ocio y
la ornamentación elegante y suntuosa. Los jardines palaciegos exteriores donde
pasearon y conversaron resultan intricadamente geométricos en su diseño; las
elegantes mansiones residenciales y las majestuosas villas campestres donde
vivieron fueron provistas con el trabajo preciosista conjunto de reputados
artífices y diseñadores artesanos del período Chippendale, Hepple-white y Wedgwood.
Escritores
de este período, liderados por Alexander Pope, Samuel Johnson y John Dryden,
enfatizaron el equilibrio y armonía e intentaron adherirse estrictamente bajo
las reglas y teorías de los escritores clásicos. En este período Neoclásico, la
función de la literatura fue apelar al entendimiento [valga la redundancia] de la
razón, más bien que al corazón. Claridad y concisión respaldadas por el talento
y disciplinada sensatez, fueron los anhelados propósitos. Fue una era de
admirable prosa. En poesía, el estricto y simétrico pareado heroico fue la
forma de verso predominante; la lírica fue pospuesta en favor del verso
satírico y filosófico.
El
espíritu de esta Edad de la Razón alentó una tentativa para forzar el mundo
interior del hombre puro, sus patrones de pensamiento, de palabra y de
comportamiento. Sin embargo, había una fuerte tendencia oculta contra tales
formalizaciones del género humano, en contraste con la “Naturaleza Metodizada”.
Lo cierto es que el deseo de ser ordenado y objetivo, lo cual fue
enormemente enfatizado por los
escritores neoclásicos, es parte del hombre. Pero subsistía otro anhelo en cada
persona, un afán por ser imaginativo y desenfrenado y de manifestar emociones
personales espontánea y entusiastamente. Este aspecto de la naturaleza del
hombre empezó a ser acentuado a mediados del siglo dieciocho, aún cuando el
Neoclasicismo era floreciente. Continuó de arraigar tranquilamente a lo largo
de la centuria hasta que finalmente brotó en floración plena con el
advenimiento de la centuria diecinueve. Fue conocida como Romanticismo.
Es fácil
cuestionar los excesos de la centuria dieciocho en su empeño por lograr una
elegancia formal, mas debe recordarse que la noción de racionalidad trabajada
con rigor ha entrenado un espíritu crítico en todas las facetas de la vida
humana. Este mismo espíritu crítico fue responsable, en parte, para el
desarrollo del Movimiento Romántico. La revuelta contra los principios
neoclásicos del arte empezó a inicios del siglo dieciocho. Lo interesante y
curioso no fue la artificialidad literaria la que fue atacada primero sino el
trazo exterior de los jardines. En un ensayo en The Spectator, Joseph Addison,
sagaz divulgó la conveniencia de hacer notar una cierta rusticidad en los
jardines, puesto que la naturaleza se ha distinguido por “fragosos, trazos
enmarañados”.
No pasó
mucho tiempo, sin embargo, antes que los escritores empezaran a criticar a sus
contemporáneos por poner demasiado énfasis en la simetría y refinamiento de
casi todo el arte y literatura del período, el cual bastante a menudo ha
conducido al simple remilgo y destello superficial. Los críticos han reclamado
con respecto a los convencionalismos artificiosos de la literatura Neoclásica.
El dístico heroico se mostró bastante restringido para las exigentes temáticas
de la época; los cánones con los que se ha regido el drama fueron percibidos
como muy limitados. Más aún importante, los escritores empezaron a tratar
asuntos no enfatizados por escritores Neoclásicos. Ellos exploraron la vida
rural del pueblo en lugar de la vida del burgo y la corte que ya inquietó a los
escritores en los albores del siglo dieciocho; ellos recalcaron la belleza y el
misterio de la naturaleza y los placeres y regocijo permitidos por un retorno a
la simplicidad; ellos han demostrado una preocupación humanitaria por el
humilde y oprimido, y una renovada confianza por la dignidad individual del
hombre. En suma, ellos han hecho eco de las transformaciones en filosofía,
religión, industria y del régimen que fue forjando destino en Inglaterra y en
Europa. Un nuevo espíritu iba asomando.
Ambas revoluciones filosóficas y
religiosas enfatizaron una nueva percepción y sentimiento de conciencia social.
Jean Jacques Rousseau, el pensador francés, hizo hincapié en las bondades y
frutos elementales del hombre al natural. Los elementos artificiales en los
ámbitos de la sociedad han sido recusados en provecho de las bondades de la
naturaleza y las intuitivas insinuaciones del corazón. Esos pálpitos del
corazón fueron atizados bastante por las nuevas sectas evangélicas, las cuales
pretendían reanimar en el pueblo una mayor práctica religiosa que parecía estar
disponible en las religiones instituidas. Hablando en particular a las clases carenciadas, los
líderes de aquellas sectas han predicado una religión sustentada en el
emocionalismo y sentimientos piadosos, antes que sobre la razón y el dogma.
La
Revolución Industrial fue responsable de vastos problemas sociales.
Principalmente de una agricultura rústica antes de la llegada de la máquina,
Inglaterra fue cambiando de un pueblo de apacibles granjeros, de labradores
rurales a un gigante industrial. Los trabajadores rurales fueron abandonando
las pequeñas granjas. Los productos manufacturados fueron reemplazando la mano
de obra de dichos labradores. Conforme los peones de granja y pastores del
campo abandonan la tierra y fueron dispersándose, han atestado las ciudades,
modificando el modelo social de vida. La gracia [ornamental] del siglo
dieciocho para Londres estaba en camino a punto de perderse entre la fumarola
de la factoría de la nueva y emergente era industrial.
Otras dos
grandes revoluciones aparte de la inglesa han contribuido a un incremento del
desencanto con la regla de la razón y el orden justo. Condenada por casi todos
los ingleses, la Revolución [Norte] Americana
de 1776, sin embargo ha demostrado el anhelo del hombre por la “vida, la libertad
y la búsqueda del bienestar”. Los impulsos que guiaron a los fundadores de
Norteamérica a romper con Inglaterra, ponen en cuestión el más básico elemento
de la política inglesa y el pensamiento social, el derecho del individuo a
tener una voz en el proceso de gobierno.
En 1789,
fue echada a andar la cruenta y violenta Revolución Francesa. Empezó como una
revuelta contra un orden social vetusto, el cual, además, mostró poco interés
por el hombre ordinario, pronto se ve envuelta en asuntos internos de mayor
dimensión, por cierto simbólicos [a la humanidad].Pronto su proclama de batalla
de “libertad, igualdad y fraternidad” fue escuchada a través de toda Europa,
anunciando el final de una monarquía absoluta con una clase marcada en distinciones y privilegios
arbitrarios. Al interior de Inglaterra antagónicas opiniones y emociones fueron
despertadas. No obstante, entre aquellos que entendieron la revolución Francesa
como una amenaza a un modelo de vida establecido y aquellos que la aplaudieron
como principio de un mundo nuevo de justicia y paz supieron, que tanto opacaron
los cambios profundos en todas las tareas del hombre: el mundo nunca pudo ser
el mismo.
Los
primeros frutos de aquellos desafíos, arduamente conquistados, han influenciado
el pensamiento inglés y fueron reflejados en la literatura del período. Muchos
de los cambios se ven reflejados en la transición del Neoclásico a la tradición
Romántica, y es muy claramente visto en la poesía de Thomas Gray, Robert Burns
and William Blake, tres grandes poetas de esa mitad de la décimo octava
centuria. Su poesía representa una intensidad nueva del sentimiento, una
renovada conciencia del poder de la emoción, un renacimiento de la sensación de
maravillarse, una mayor licencia en contenido y forma, y una genuina inquietud
por el individuo y por la experiencia personal.
La obra de
Thomas Gray, aparece a mediados del siglo dieciocho, resulta ser una
combinación de Neoclasicismo y del Romanticismo nuevo, el cual tranquilamente
iba surgiendo. Un clasicista por experimentación, Gray lenta y cuidadosamente
depuró y ordenó cada estrofa que él escribió. Se preocupó por la simetría y
precisión en la forma y por su anhelo a enseñar una moral que muestre simpatía
con los ideales neoclásicos. Sin embargo, su interés en el pasado, su
sentimiento por el hombre común, su nota de melancolía personal que subyacía
fueron rasgos del romanticismo insurgente.
Robert
Burns ha producido durante su corto tiempo de vida los más intensos versos
líricos en literatura inglesa, poemas marcadamente diferentes de esos del siglo
dieciocho. Este granjero escocés, quien escribió muchas de sus líricas
apasionadas y poemas de la humanidad en dialecto escocés, fue aclamado como un ruiseñor,
un poeta que cantó las alegrías de sus sentimientos naturales.
A pesar
que Burns rompió con las formas restrictivas de la poesía neoclásica, él no la hizo
por intuición sino que estudió mucho la tradición de la literatura escocesa y
el patrimonio oral del folklore y canción escoceses. Él pre configura la era
Romántica, por el uso legítimo del lenguaje que habló de y para el hombre de
pueblo, por su cariño a la naturaleza, por su interés humanista, por su
exaltación del humilde campesino escocés, y por el intenso sentimiento personal
en su poesía. Su poesía que impactó los ámbitos de los poetas neoclásicos nunca osó imponerla.
William
Blake, de todos los Románticos tempranos, rompió tajantemente con los
escritores neoclásicos y permanece como uno de los más originales poetas
nuevos. Los Neoclasicistas han sido particularmente opuestos a los poetas
metafísicos del siglo diecisiete, y a su intensivo fervor religioso, Blake, por
otra parte, buscó representar el alma en su poesía. Este intento, usando
imágenes altamente simbólicas en lenguaje engañosamente llano, hizo difícil de
interpretar muchos de sus poemas.
En sus
volúmenes complementarios, “Songs of innocence” and “Songs of experience”, Blake describe los
“dos estados contrarios del alma humana”. Enel primero, él celebra las alegrías
de la niñez, mirando al niño no como un adulto inmaduro sino como un distinto y
diferente ser. En lenguaje limpio y llano, él mostró la niñez como una
condición de felicidad, unidad y autogozo. En “Songs of experience”, él
introduce la perturbadora influencia de lo ambiguo y la frustración del amor en la faz de la pobreza,
la enfermedad, la guerra, y la represión de ciertos segmentos de la sociedad
por parte de las fuerzas de la iglesia y el estado.
Nota
1 Ennis,
John and Sister Francis Camilla, S.L.. The
Romantics and Victorians. New York. The
Pageant of Literatura. Publishing
House The Macmillian Company. 1961,
1966.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.