sábado, 1 de febrero de 2025

Literatura

El Nuevo Realismo una Nueva Opción Para la Nueva Crítica Clasista

Segunda parte

Julio Carmona

En la primera parte de este escrito relacionado con un texto de Winston Orrillo, lo que sorprende en la propuesta de nuestro autor aquí confutada: de atribuir a JCM el desahucio de todo el realismo decimonónico, sin distinguir su visión dialéctica de ver en esa época un realismo falso y uno verdadero y que este se seguía proyectando en su sucesor, que él denomina nuevo realismo, decíamos que esto nos sorprende en WO porque en el desarrollo de su exposición sobre el tema, sí dice percibir «esta concepción dialéctica de Mariátegui sobre la controvertida vanguardia», porque, en efecto, JCM destaca la existencia de aspectos positivos y otros negativos en el movimiento vanguardista. Dice WO que a la vanguardia: «No la rechaza de plano, y más bien señala lo que en ella es deletéreo —su iconoclastia meramente nihilista, su tendencia al individualismo asfixiante, su histrionismo— pero también destaca su crítica al orden burgués, que no se resuelve solamente como una cuestión técnica» (op. cit.: 182). Sin embargo, en esta comprensión de WO respecto de la dialéctica del Amauta, vuelve a caer en exageración al señalar que esa misma diferenciación la aplica al modernismo, y, más aun, lo hace precisando que en eso coincide con José Martí. Dice:

«… es bueno que reparemos en una excelente y desmitificadora caracterización del modernismo, máxime si ya hemos hablado de él [del modernismo] al referirnos a Martí».

Resulta, entonces, que WO se está refiriendo al modernismo que lideró Rubén Darío. Y, en realidad, la cita que hace nuestro autor para sustentar esa ‘desmitificación del modernismo’ y que atribuye a JCM, no tiene que ver con el rubendariano. Veamos:

«Y no es el caso de hablar de modernismo. El modernismo no es sólo una cuestión de forma, sino, sobre todo, de esencia. No es modernista el que se contenta de una audacia o una arbitrariedad externas de sintaxis o de metro. Bajo el traje huachafa­mente nuevo, se siente intacta la vieja sustancia. ¿Para qué transgredir la gramática si los ingredientes espirituales de la poesía son los mismos de hace veinte o cincuenta años? “Il faut étre absolument moderne”, como decía Rimbaud; pero hay que ser mo­derno espiritualmente. Aquí se respira, generalmente, en los dominios del arte y la inteligencia, un pasadismo incurable y enfermizo. Nuestros poetas se refugian, voluptuosamente, en la evocación y en la nostal­gia más pueriles, como si su contorno actual careciese de emoción y de interés» (1972-11, págs. 18-19).

Es evidente que JCM asigna la denominación de «modernismo» a los movimientos ligados a la vanguardia, porque esta pertenece al «mundo moderno», al que ha aludido en el párrafo anterior al de la cita. Ahí dice: «Es cierto que el mundo moderno anda neurasténico y un poco cansado, pero la neurastenia de las grandes urbes es de otro género y es además muy compleja, muy honda y muy pintoresca.» (Ibíd.)1 De tal suerte, pues, decíamos, que el encontrar similitud en la visión que del modernismo tenía Martí con la del que tenía JCM resulta también exagerado puesto que ambos están tratando de dos modernismos distintos. Lo cual tampoco debe conducir a verlos separados de manera abismal, porque en ambos se verifica la presencia de un elemento común, el cosmopolitismo, y este —dice JCM «que puede parecer a algunos un rasgo común de una y otra época literaria— nos conduce al autoctonismo. Además, el cosmopolitismo de ahora es distinto del de ayer, también cosa de boulevard, emoción de París» (1959-7: 127). Ha de entenderse, pues, que el cosmopolitismo, con su aceptación de nuevas fuentes, sirve también de puente para recalar en lo propio, como ocurrió con el modernismo —sigamos llamándolo— rubendariano, y como ocurrió también con los aportes en ese sentido del vanguardismo, pero ello de ningún modo obliga a tratarlos como una sola y misma entidad.

Es más, en lo que corresponde al mundo moderno JCM también lo denomina «modernidad», de los cuales hace derivar el concepto de modernismo, para insertar en él la producción de sus manifestaciones artísticas. De ahí que diga:

«… ningún género literario ha envejecido lo bastante para no ser susceptible de feliz manejo, de acertada y natural inserción en la modernidad.2 El diálogo, instrumentalmente, como elemento de la novela o del teatro, no había podido decaer nunca; pero específicamente, en su autonomía de forma artística, había sufrido cierto relegamiento. El pensamiento, el discurso moderno son, sin embargo, absolutamente dialécticos, polémicos. Y el diálogo, en su tipo clásico, encuentra razones de subsistir y prosperar. El diálogo, sobre todo, logra mejor su desarrollo y su atmósfera con el excitante de la velocidad. El mismo diálogo clásico es siempre algo peripatético» (1959-7, pág. 59).

En esta cita se considera al «diálogo» como un género literario. Y como tal tiene autonomía, aunque en el caso de la novela y el teatro sea considerado como un “elemento” suyo. Y en esta ampliación de la nomenclatura de los géneros está agregando a «la biografía como género literario, señalado ya por muchas pequeñas obras maestras» (1959-7, pág. 61). Pero —hay que advertirlo— estas variaciones taxonómicas no deben dar pie para considerar a JCM como un «heterodoxo» de la literatura. Es, en todo caso, un renovador.

Una vez esclarecidos los tópicos precedentes, volvemos a una cita de WO cuya transcripción hemos hecho arriba, suprimiendo su primera parte que dice: «… antes de pasar al estudio de lo que JCM consideraba el verdadero realismo —el que advendrá con la revolución proletaria— es bueno que reparemos» [… aquí continúa la cita que hicimos arriba]. Y, por nuestra parte, también decimos que es bueno reparar en aquello «de lo que JCM consideraba el verdadero realismo» y si, bien es cierto, ya hemos visto que él habla de un verdadero realismo para —justamente— deslindarlo del sedicente o falso, no es que esté llegando a la conclusión de «que advendrá con la revolución proletaria», porque esta aseveración la hace WO deduciéndola de la siguiente cita:

«El verdadero realismo llega con la revolución proletaria, cuando en3 el lenguaje de la crítica literaria, el término “realismo” y la categoría artística que designa, están tan desacreditados, que se siente la perentoria necesidad de oponerle los términos de “suprarrealismo”, “infrarrealismo”.», etc. (1970-3, pág. 166).

La expresión «revolución proletaria» no se refiere a la revolución en acto (es decir la revolución fáctica triunfante), sino como impronta de la época, es decir, que corresponde a la época del imperialismo y de la revolución proletaria, justo una época en que para la crítica literaria «el término “realismo” y la categoría artística que designa, están tan desacreditados, que se siente la perentoria necesidad de oponerle los términos de “suprarrealismo”, “infrarrealismo”, etc.» El nuevo realismo (que es así como lo llama JCM) se está gestando en ese entorno. Por eso antes, en el mismo texto de la cita precedente, dice: «En primer lugar, hay que advertir que El Cemento no es una obra de propaganda. Es una novela realista, en la que Gladkov no se ha propuesto absolutamente la seducción de los que esperan, cerca o lejos de Rusia, que la revolución muestre su faz risueña, para decidirse a seguirla» (Ibíd.) Ahí alude a la revolución rusa, ya en desarrollo. Y el realismo de Gladkov —dice JCM— se realiza en esa efervescencia revolucionaria, sin esperar a que se manifieste su mayor estabilidad. Y los demás países en los que no ha triunfado ninguna otra revolución, no obstante esto, están inmersos en la época de la revolución proletaria, y en los países de esta época se está gestando el «verdadero realismo», el «nuevo realismo» con la impronta de la revolución proletaria. Del mismo modo que el realismo burgués se fue gestando en las entrañas del régimen feudal, en donde la nueva clase que apareció ahí, la burguesía, no tuvo que esperar hasta el triunfo de la revolución francesa para sentar las bases de su cultura y literatura.4 Para los mercaderes de la Edad Media —dice Jacques Le GOFF:

«… no se trataba tanto de cumplir una función artística, como cumplir una función social mediante la beneficencia. En muchos casos, se trataba también de controlar medios muy poderosos de influencia sobre el pueblo: control de la literatura, para inspirar poemas y escritos favorables a su persona, su profesión y su política; control del arte, cuyos temas debían responder a sus intenciones y a sus aspiraciones; y, por encima de todo, medio de contentar al pueblo dándole materia de admiración y de diversión, para evitar que se interesara demasiado en la política o reflexionara sobre su condición social» (LE GOFF, 1966: 120-121).

Y, más adelante, este autor dice que no es sencillo hacer la caracterización interna de la literatura medieval. No obstante, hace algunas sugerencias sobre el particular:

«Literatura burguesa, se ha llamado a ciertos géneros que se desarrollan en los medios urbanos a partir del siglo xii. Pero necesitaríamos estudios precisos para definir lo que en las fábulas, las máximas y las moralejas revela un espíritu nuevo aportado por una clase social nueva. Una moral a ras de tierra, hecha de prudencia y de buen sentido práctico y ligada a la preservación del dinero, de la propiedad, de la familia y de la salud —una moral de poseedores y de comerciantes—; el gusto mismo de moralizar, que habría que distinguir de la prédica religiosa, no en la forma, lo cual es fácil, sino en el espíritu, lo que es más difícil, porque ¿acaso no hay moralistas predicadores y predicadores de moral burguesa? El amor al detalle realista y familiar aportado por una clase aficionada al decorado material de la vida y sensible a las apariencias, el amor a lo cómico, a la ironía algo pesada e inclusive a lo burlesco; y la farsa medieval que, más que popular, es quizás burguesa con su burla de las condiciones sociales y su crítica a menudo poco caritativa del prójimo. Una literatura de gentes que viven pared de por medio, que se observan, se espían y se denigran como competidores» (op. cit.: 132. Cursiva nuestra).

Es en ese sentido que JCM habla de un «realismo proletario»: en oposición a «realismo burgués», en tanto la burguesía representa el polo de la época del imperialismo, y el proletariado representa al polo contrario de la revolución proletaria. Por eso dice que:

«Los españoles trajeron un género narrativo bien desarrollado que del poema épico avanzaba ya a la novela. Y la novela caracteriza la etapa literaria que empieza con la Reforma y el Renacimiento. La novela es, en buena cuenta, la historia del individuo de la sociedad burguesa; y desde este punto de vista no está muy desprovisto de razón Ortega y Gasset cuando registra la decadencia de la novela. La novela renacerá, sin duda, como arte realista, en la sociedad proletaria; pero, por ahora, el relato proletario, en cuanto expresión de la epopeya revolucionaria, tiene más de épica que de novela propiamente dicha» (Mariátegui, 1980-2: 237-238).5

Coincide esta cita con lo expresado hasta aquí: que no se ha de esperar a que se instaure la sociedad proletaria, con su revolución en acto, para que se produzca —ahora, en la época de la revolución proletaria— una literatura que refleje la ideología de la clase proletaria. No olvidemos que este tópico de la literatura proletaria, fue tema de discusión y debate ideológico en el tiempo de JCM, y recogido por él en la revista Amauta. Y es obvio que él estaba a favor de esa denominación. Y la reconoció como propia del esquema de estudio marxista de la literatura, esquema que clasifica a esta en literatura feudal o aristocrática, literatura burguesa y literatura proletaria. Y la razón para que no lo usara en su estudio de nuestra literatura (en el sétimo ensayo, específicamente) es porque en esa época, las tres primeras décadas del siglo XX, tanto la burguesía como el proletariado, como clases en sí, eran una extensión de la aristocracia feudal y del campesinado, respectivamente, y no habían alcanzado su condición de clases para sí, es decir, que hubieran asumido sus ideologías clasistas en su exacta dimensión. Por eso, cuando WO escribe lo siguiente:

«Este realismo verdadero —“realismo proletario” la (sic) llama JCM— (sic) realismo socialista es su nombre, será el producto de una clase: el proletariado»6 (op. cit.: 184),

creemos que nuestro autor ha incurrido en una suerte de «abuso de confianza», al pretender «corregirle la plana al maestro», puesto que, si está reconociendo que el maestro llama ‘realismo proletario al realismo verdadero’, no es lo más respetuoso sentenciar: «realismo socialista es su nombre» (ni siquiera como un afán de «actualización»), máxime si es por demás sabido que en la época que le tocó actuar a JCM ese término o concepto (realismo socialista) todavía no había sido acuñado, y además si —como el mismo WO lo reconoce— ya está definida la defección en que devino. Y esto es impertinente con mayor razón si, más adelante, vuelve a insistir en que el nuevo realismo propuesto por JCM, debe ser llamado «realismo socialista, aunque Mariátegui no lo llame explícitamente así» (y, por supuesto JCM no lo llama así ni siquiera implícitamente), y el hecho se agrava porque el mismo WO dice que él hace esa propuesta de llamar ‘realismo socialista a lo que JCM llama realismo proletario o nuevo realismo’:

«más allá de las deformaciones que esta denominación adquiriera luego, y que no vamos a discutir aquí, pues las pruebas que JCM da sobre lo que él entiende por realismo (con su alta dosis de fantasía, con su ficción intrínseca) son suficientemente concluyentes» (op. cit.: 184);

y cabe preguntar, ¿qué es lo suficientemente concluyente: que JCM hubiera estado de acuerdo con llamarlo «realismo socialista»? (esto no pasaría de ser una ucronía), ¿que la «alta dosis de fantasía y ficción intrínseca» es propia del realismo socialista? (y esto no sería otra cosa que una exageración nada concluyente). Ahora, por lo que concierne a aquella afirmación de WO —no de JCM— que el «realismo verdadero o proletario será el producto de una clase: el proletariado», es también discutible, si es que nos atenemos a lo dicho por los clásicos del marxismo Marx y Engels:

«Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población» (MARX C. 1968, págs. 42-43).

Y JCM lo sabía y él mismo se consideraba un compañero de los obreros, un proletario a su vez, al escribir lo siguiente a esos sus compañeros: «Estas líneas de saludo no son pauta sino una opinión. La opinión de un compañero intelectual que se esfuerza por cumplir, sin fáciles declamaciones demagógicas, con honrado sentido de su responsabilidad, disciplinadamente, su deber» (1969-13, pág. 116).

¿Alguien podrá regatearle a JCM su condición de proletario, es más: de primer proletario peruano? De tal suerte, pues, que el realismo verdadero o proletario (pero nuevo realismo, al fin) no será producto de la clase obrera, proletariado en sí, sino de todos los que reclute el proletariado, como clase para sí, entre las otras clases.

Y, bueno, en definitiva, con lo expuesto hemos podido destacar en el libro de WO el tema del nuevo realismo que, decíamos al comienzo de este apartado, es lo que, en gran medida constituye «el aspecto positivo», que nuestro respetado maestro aporta al estudio de la literatura en José Carlos Mariátegui.

__________

(1) «… hay cuatro notas distintivas en la poesía moderna. Su material propio es el sueño. Su fondo, la ciudad. La situación en que se halla el poeta es la soledad. Y la acción que emprende, abierta o furtivamente, es la rebelión» (REVOL, 1960, pág. 34). Aunque a estas notas habría que agregar otra que el mismo autor ha relevado previamente: esas notas —dice— explican y justifican «esa voluntad de hermetismo que es una actitud esencial de la poesía moderna» (op. cit.: 29).

(2)      «Debe reconocerse que no existe forma alguna de desgracia que sea demasiado baja para una representación literaria» (AUERBACH, 1996, pág. 466). Y Bertolt Brecht acota: «La literatura proletaria procura aprender lo formal de viejas obras. Es natural. Es sabido que no se pueden saltar buenamente fases previas. Lo nuevo debe superar a lo viejo, pero debe tener lo viejo superado en sí, debe “abolirlo”. Conviene darse cuenta de que existe hoy un nuevo aprendizaje, un aprendizaje crítico, reformador, revolucionario. Hay cosas nuevas, pero estas surgen de la lucha con lo viejo, no sin ello, no del aire libre. Muchos olvidan el aprendizaje o lo tratan despectivamente, como cosa de pura fórmula, y algunos tratan el momento crítico como cosa de pura fórmula, como algo que se da por supuesto» (BRECHT, 1973, págs. 228-229).

(3) En la cita de WO se ha suprimido esta preposición «en».

(4) Dice JCM: «Así como en la entraña del orden feudal se gestó el orden burgués, en la entraña del orden burgués debía gestarse el orden proletario» (1964-1, pág. 130). Y Marx dice: «El feudalismo tenía también su proletariado: la servidumbre, que encerraba todos los gérmenes de la burguesía» (MARX C. , 1961, pág. 349).

(5) «Uno de los rasgos más caracterizados de la nueva literatura rusa es su épica. El género épico, que en Occidente ha muerto, en Rusia resucita renovado. Los relatos de Babel, los poemas de Tijonov, son las más vigorosas afirmaciones de este renacimiento.» (1959-6, pág. 162). Para confrontar con las opiniones de Miguel Gutiérrez relacionadas con el tema de la épica.

(6) El primer «sic» precisa que el artículo correspondiente era «lo», y el segundo alude a que el cierre de los guiones debió ir después de «es su nombre».


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

CREACIÓN HEROICA