El Hombre:1 El Problema de la Persona en
Psicología*
Sergei Leonidovich Rubinstein
TANTO LA SOLUCIÓN del problema de la persona, como los
términos de su planteamiento, en psicología, dependen esencialmente de los
principios teóricos generales de que se parta. A su vez, la solución que se de
al problema de la persona determina de modo esencial la concepción teórica
general de la psicología.
La
introducción del concepto de persona en la psicología significa ante todo que
en la explicación de los fenómenos psíquicos se parte del hombre como ser
material en sus interrelaciones con el mundo. Todos los fenómenos psíquicos, en
sus interconexiones, pertenecen a un hombre concreto, vivo, actuante; dependen
y se derivan del ser natural y social del hombre y de las leyes a que éste se
halla sujeto.
Este
principio se aclara y alcanza su ulterior desarrollo en la concepción
materialista dialéctica de la determinación de los fenómenos psíquicos. En la
explicación de los fenómenos psíquicos, la psicología de la persona parte con
frecuencia de una posición directamente contrapuesta al determinismo
mecanicista. Este pretende inferir directamente de las influencias
externas los fenómenos psíquicos. La psicología personalista, es decir, la
psicología que parte de la persona al explicar los fenómenos psíquicos, cae
fácilmente en la posición contraria, en la explicación de los fenómenos
psíquicos partiendo solo de las propiedades internas a de las tendencias de
la persona. El intento de explicar así los fenómenos psíquicos constituye
solo el reverso de la concepción mecanicista. De ahí que resulte imposible
buscar la solución al problema y la superación de esta antítesis en la unión de
los dos criterios afirmando que es necesario tener en cuenta las influencias
externas y el carácter condicionado interno -por parte de la persona- de los
fenómenos psíquicos, aceptando, de este modo, la teoría de los dos factores.
Las influencias externas y las condiciones internas han de correlacionarse
entre sí de un determinado modo. Nosotros partimos de que las causas externas (las
influencias externas) actúan siempre únicamente de modo mediato a través de las
condiciones internas. A esta concepción del determinismo se halla unido el
verdadero significado que adquiere la persona como conjunto íntegro de
condiciones internas para la comprensión de las leyes de los procesos
psíquicos. Así comprendido el determinismo, el planteamiento del problema de la
persona queda libre de metafísica, de subjetivismo, y adquiere todo su
significado para la psicología. Al explicar los fenómenos psíquicos,
cualesquiera que sean, la persona aparece como conjunto de condiciones internas
-concatenadas en una unidad- a través de las cuales se refractan todas las
influencias externas. (Entre las condiciones internas se incluyen las
propiedades de la actividad nerviosa superior, la orientación de la persona,
etc.) Por este motivo, introducir la persona en la psicología constituye una
premisa necesaria para la explicación de los fenómenos psíquicos. El principio
de que las influencias externas se hallan ligadas a su efecto psíquico solo de
manera mediata, a través de la persona misma, constituye el centro determinante
de la orientación teórica con que se enfoca el estudio de todos los problemas
relativos a la psicología de la persona, así como a la psicología en general.
En la interconexión de las condiciones externas e internas, el papel principal
corresponde a las primeras, pero el problema fundamental de la psicología
estriba en poner de manifiesto el papel de las condiciones internas. Las leyes
de los fenómenos psíquicos son leyes internas exteriormente condicionadas; este
modo de entender las leyes de los fenómenos psíquicos y la noción de persona
como eslabón necesario de la psicología constituyen proposiciones unívocas.
Como
quiera que las condiciones internas a través de las cuales en cada momento dado
se refractan las influencias externas sobre la persona se han formado, a su
vez, en dependencia de las interacciones externas precedentes, el principio de
que el efecto de las influencias externas depende de las condiciones internas
de la persona, sobre las que dichas influencias se ejerzan, significa también
que el efecto psicológico de cada influencia (incluida la pedagógica) sobre la
persona está condicionado por la historia de su desarrollo, por su leyes
internas. Al decir que la historia condiciona la estructura de la persona, hay
que entender la palabra en su sentido amplio: la historia incluye todo el
proceso de evolución de los seres vivos como la historia propiamente dicha de
la humanidad y la del desarrollo personal de un individuo dado. En virtud de
esta condicionalidad histórica, en la psicología de la persona se descubren componentes
que poseen distinto grado de generalidad y persistencia y se modifican a ritmo
distinto.
Así,
pues, como hemos visto, la psicología de cada persona incluye en sí rasgos que
dependen de condiciones naturales y que son comunes a todos los hombres. (Tales
son, por ejemplo, las propiedades de la vista a que da lugar la difusión de los
rayos solares por la tierra y la consecuente estructura del ojo.) Como quiera
que estas condiciones son invariables y se fijan en la estructura misma del
aparato visual y de sus funciones, las correspondientes propiedades de la vista
resultan asimismo comunes a todas las personas. Existen otras condiciones que
se transforman en decurso de la evolución histórica de la humanidad. Tales son,
por ejemplo, como ya hemos indicado más arriba, las particularidades del oído
fonemático condicionadas por el régimen fonemático de la lengua vernácula.
Dichas particularidades no solo son distintas para los pueblos que hablan en
lenguas diversas, sino que también cambian en el decurso de la evolución de un
mismo pueblo. Se registran determinados avances y cambios en las características
psíquicas de los individuos cuando cambian las formaciones sociales. Aunque
existen leyes de motivación comunes a todas las personas, en contenido concreto
de los motivos, la correlación entre los motivos sociales y personales cambian
en las personas al modificarse el régimen social. Tales cambian son típicamente
generales para cuantas personas viven en un régimen social dado. En cada
persona se presentan en refracción individual en dependencia de correlaciones
internas y externas que son específicas para ella. En virtud de esta
correlación con las condiciones internas, unas mismas condiciones externas
iguales -por lo menos formalmente (por ejemplo, las condiciones de vida y
educación para los hijos de una misma familia)- resultan en esencia, por su
sentido vital, distintas para el individuo. En la historia individual del
desarrollo se van formando las propiedades individuales o particulares de la
persona. Tenemos, pues, que las propiedades de la persona no se reducen de
ningún modo a sus particularidades individuales, sino que incluye lo general,
lo particular y lo singular. La persona es tanto más importante cuanto más
representado se da en su refracción individual lo que es común a todos los
hombres. Las propiedades individuales de la persona y las propiedades
personales de individuo (es decir, las que lo caracterizan como
personalidad) no son una misma cosa.
En
calidad de propiedades personales propiamente dichas suelen destacarse las
múltiples propiedades del hombre las que condicionan su conducta o actividad de
significado social. De ahí que en ellas corresponda un lugar esencial al
sistema de motivos y problemas que el hombre se plantea a sí mismo, es decir,
aquellos actos en que trasciende o se refleja la actitud del hombre respecto a
otras personas. Corresponde en ella, asimismo, un lugar esencial a las
aptitudes, es decir, a las propiedades que hacen al hombre apto para
actividades socialmente útiles surgidas en el transcurso de la evolución
histórica.
No es
necesario detenerse aquí en la historia del concepto de persona, historia que
se halla estudiada en algunos trabajos de Trendelenburg, de Rheinfelder y
otros.2 Allport da un breve resumen de dichos trabajos.3
Según estas investigaciones, la palabra persona designaba, al principio
en etrusco, la máscara que se ponía el actor, y luego designaba a este mismo y
a su papel. Entre los romanos, la palabra persona no se utilizaba
más que en el contexto persona patris, regis accusatoris (persona del
padre del rey, del fiscal, etc.).
Basándose
en las investigaciones de Trendelenburg sobre tales hechos, K. Bühler observó
que actualmente el concepto de persona ha cambiado de modo radical. Hoy este
concepto designa no una función social del hombre, sino su esencia interna
(Wesenart). Sin embargo, tampoco es justa la contraposición puramente externa
entre esencia interna y función social de la persona, tal como plantea
metafísicamente K. Bühler. Es obvio que la persona humana no puede ser
identificada directamente con su función social, jurídica o económica. No solo
el individuo como tal puede actuar como persona jurídica; por otra parte, el
hombre (individuo, persona) puede presentarse fuera de la condición de persona
jurídica, y, en todo caso, no es nunca simplemente persona jurídica -función
jurídica personificada-. De modo análogo en economía política, Marx dice de
“los papeles económicos representados por los hombres” que son
“…personificaciones de las relaciones económicas en representación de las
cuales se enfrentan [los hombres] los unos con los otros”,4 y más
adelante observa que no es justo considerar a la persona solo como
categorías sociales personificadas y no como individuos.5
Sin
embargo, conservamos un rasgo esencial de la noción de persona contenida en el
primer significado de esta palabra, en el sentido de papel que el actor
representaba en la obra y, por tanto, el ser humano en la vida. Dicho rasgo
consiste en que la persona se define por sus actitudes respecto al mundo
circundante, al medio social, a otras personas. Esas actitudes trascienden a la
actividad de las personas, a la actividad que permite al hombre entrar en
conocimiento del mundo, de la naturaleza, de la sociedad, cambiarlos. No es
posible de ningún modo desvincular la persona del papel que desempeña en la
vida. La importancia de la persona es determinada no tanto por las propiedades
que posee, tomada de por sí, cuanto por la trascendencia de las fuerzas
histórico-sociales de que ella es portadora, por los hechos reales que la
persona lleva a cabo gracias a dichas fuerzas. La distancia que separa una
personalidad histórica de un hombre corriente es determinada no por la
correlación de sus propiedades naturales tomadas por sí mismas, sino por
la trascendencia de los hechos que la personalidad histórica lleva a cabo -en
virtud de sus facultades naturales dadas y, además, por la convergencia de
determinadas circunstancias del desarrollo histórico y de su propia vida-. Es
el papel de gran figura histórica -y no sus facultades tomadas por sí mismas-
lo que determina la correlación de proporciones entre la figura dada y el
hombre corriente. Hacer depender estas diferencias única y exclusivamente del
desarrollo de las condiciones naturales primarias es una consecuencia de una
falsa contraposición entre genio y muchedumbre y da origen a falsas
perspectivas en la valoración de las posibilidades abiertas ante cada
individuo.
La
persona se forma en virtud de la interacción existente entre el individuo y el
mundo circundante. En dicha interacción con el mundo, en su actividad, el
hombre no solo se manifiesta como es, sino que, además, se forma. De ahí que la
actividad del hombre sea de importancia fundamental para la psicología. La
persona humana, es decir, la realidad objetiva designada por el concepto de
persona y que presenta esta cualidad es, en último término, el hombre real, el
hombre vivo, que actúa. (No existe ninguna persona como formación psicofísica
“neutral” -W. Stern- ni como formación puramente espiritual -Klages- ni existe
ciencia particular alguna acerca de la “persona” así entendida.)
En su
condición de persona, el hombre se presenta como “unidad” en el sistema de
relaciones sociales, como sujeto real de estas últimas. En ello radica el
núcleo positivo del punto de vista según el cual el concepto de persona
es una categoría social y no psicológica. Ello no excluye, sin embargo,
el hecho de que la misma persona como realidad -como trozo de la realidad- que
posee diversas propiedades, no solo sociales, sino además naturales, sea objeto
de estudio por parte de ciencias distintas, cada una de las cuales lo verifica
tomando la realidad según concatenaciones específicas. Entre dichas ciencias
figura necesariamente la psicología, pues no existe persona sin psique, ni
siquiera sin conciencia. Además, el aspecto psíquico de la persona no se halla
en el mismo plano que los demás aspectos de la misma; los fenómenos psíquicos
se enlazan orgánicamente con la vida total de la persona, dado que la función
vital básica de los fenómenos y procesos psíquicos sin excepción estriba en
regular la actividad de las personas. Condicionados por las influencias
externas, los procesos psíquicos determinan la conducta haciendo mediata su
dependencia respecto a las condiciones objetivas.6
El hombre
es una individualidad porque se dan en él propiedades especiales, únicas, que
no se repiten; el hombre es persona en virtud de que determina conscientemente
su actitud respecto a lo que le rodea. El hombre es persona porque tiene faz
propia. Lo es en grado máximo cuando en él se dan un mínimo de neutralidad, de
indiferencia y el más alto grado de “partidismo” respecto a todo cuanto tiene
significado social. De ahí que para el individuo como persona posea un
significado tan fundamental la conciencia, pero no solo como saber,
sino, además, como actitud. Sin conciencia, sin la facultad de adoptar
conscientemente una determinada posición, la persona no existe.
A la vez
que se subraya el papel de la conciencia, es necesario tener en cuenta que lo
psíquico se da en varios planos, que los procesos psíquicos transcurren en
niveles diferentes. El estudio de la psique en un solo plano es siempre un
estudio superficial, incluso si se elige alguna “capa profunda”. Si se tienen
en cuenta sus planos diversos, la integridad del carácter psíquico del hombre
se conserva en virtud de la interconexión de todas sus propiedades y
tendencias, a veces contradictorias.
El
principio de que los procesos psíquicos transcurren en niveles distinto es de
importancia fundamental para la comprensión de la estructura psicológica de la
persona misma. En particular, el problema de la persona como sujeto psicológico
está directamente ligado a la correlación que se da entre los procesos
involuntarios y los denominados procesos voluntarios. El sujeto en sentido
específico de la palabra (como “yo”) es sujeto de una actividad consciente y
voluntaria. Su núcleo está compuesto de incitaciones aprehendidas por la
conciencia, de motivos de los actos conscientes. Toda persona es sujeto en el
sentido de “yo”, mas el concepto de persona aplicado también a la psicología no
puede quedar reducido a este sentido estrecho y específico. El contenido
psíquico de la persona humana no queda agotado con los motivos de la actividad
consciente; incluye, además, una multiplicidad de tendencias de las que no se
tiene conciencia: estímulos de la actividad involuntaria. El “yo” como sujeto
constituye una formación situada en un plano elevado y es inseparable del conjunto
de tendencias dadas en varios planos y que constituyen, en conjunto, la
característica psicológica de la persona. Para la caracterización general de la
persona es preciso, además, tener en cuenta la “ideología”, las ideas aceptadas
por el individuo como principios que le sirven de base para valorar sus propios
actos y los de las demás personas; estos principios están determinados por
incitaciones, las cuales, sin embargo, no aparecen como estímulos respecto a la
actividad del propio individuo. En la psicología de la persona entra el estudio
de todas estas formaciones en sus interrelaciones.
Un examen
que abarque todos los procesos psíquicos -percepción, pensamiento (y que no se
limite, por ejemplo, a los sentimientos)- ha de incluir también el aspecto
personal, concerniente a los motivos de la conducta, de la correspondiente
actividad; es decir, ha de poner de manifiesto la relación que se da entre la
persona y los objetivos que se le presentan. Ello no significa, empero, de
ningún modo, que pueda examinarse la percepción, el pensamiento, etc.,
únicamente como manifestación particular -que se da solo de vez en cuando- de
la relación cambiante de la persona respecto a la situación en que se
encuentre. No cabe hacer caso omiso de la dinámica de dichas relaciones en el
examen de los procesos psíquicos, mas tampoco cabe disolverlo todo en esta
dinámica de relaciones excluyendo totalmente la estática de las propiedades
relativamente estables. Reducirlo todo a la dinámica de las relaciones
personales significa olvidarse de que existen en el hombre propiedades estables
que se han ido formando y consolidando en el transcurso de la historia.
En la
psicología, reducirlo todo a la dinámica de las relaciones que se dan entre la
persona y lo circundante es tan erróneo y unilateral como hacer caso omiso de
dichas relaciones y limitarse a considerar solo el aspecto estático de las
propiedades del hombre. No es posible, por ejemplo, examinar la percepción tan
solo como exponente de las relaciones dadas entre el hombre y lo percibido y no
tener en cuenta las leyes psicofisiológicas de la sensibilidad comunes a todas
las personas y situaciones, ni la actividad de los aparatos perceptores. Es un
error afirmar la integridad y la dinámica de los procesos psíquicos rechazando,
a la vez, todo lo estático (lo estable) y toda la relativa independencia de las
partes (de los analizadores, etc.). Es necesario tener en cuenta el aspecto
personal en el estudio de la percepción, del pensamiento, etc.; sin ello no
cabe el estudio exhaustivo y concreto de ningún proceso; pero, a pesar de todo,
ello no es más que un aspecto; considerarlo como único significa cerrarse el
camino para el descubrimiento de todas las leyes de la actividad psíquica, ante
todo de las más generales.
En los procesos
psíquicos, lo mismo que en las propiedades psíquicas de la persona, se dan
propiedades generales y otras específicas. Ponerla de manifiesto -tanto las
primeras como las segundas- es objeto propio de la investigación. Según deba
estudiar unas u otras, el investigador a de elegir las condiciones en que el
aspecto dado -más general o más particular- aparece en el primer plano.
Por lo
común se entiende que a la psicología de la persona pertenece ante todo el
conjunto de propiedades psíquicas del hombre (sobre todo de las propiedades que
corresponden al carácter y a las facultades del individuo) vinculadas y
condicionadas entre sí según determinadas relaciones de subordinación. (Lo
esencial no estriba solo en las condiciones psíquicas que el hombre domina,
sino, además, en el papel -rector o subordinado- que cada una de ellas
desempeña en la manera de ser general de la persona dada.)
Sin
embargo, es errónea la idea de que la psicología de la persona -que se reduce,
en este caso, al conjunto de sus propiedades psíquicas- y la psicología de los
procesos psíquicos constituyen dos esferas de estudio separadas una de la otra.
La noción de psicología de la persona como algo desligado del estudio de los
procesos psíquicos y la idea de procesos psíquicos como funciones abstractas
separadas de la persona, constituyen dos facetas de una misma concepción
errónea. En realidad, no es posible estructurar ni una doctrina de las
propiedades psíquicas del hombre al margen del estudio de la actividad psíquica
de este último, ni una doctrina de la actividad psíquica, de las leyes que
regulan los procesos psíquicos, sin tener en cuenta su dependencia respecto a
las propiedades psíquicas de la persona.
La
inconsistencia de tal separación se revela nítidamente tanto en la doctrina de
las aptitudes como en la del carácter. El defecto principal de las formas
tradicionales de examen del intelecto estriba, precisamente, en que éstas se
verifican desvinculadas de la psicología del pensamiento. En los exámenes que
se realizan a base de tests se juzga del intelecto como aptitud
partiendo del resultado a que llega el individuo sin tener en cuenta el proceso
que lleva a dicho resultado. Naturalmente, este último ha de tomarse en
consideración, mas, por sí mismo, no constituye un exponente unívoco para
juzgar del intelecto de una persona ni de sus facultades. Psicológicamente, en
el plano de la persona y como diagnóstico, el resultado es esencial como
expresión derivada de un proceso, de una actividad mental. Tan solo si se tiene
en cuenta dicha actividad, cabe juzgar con fundamento de causa acerca de cómo
piensa -o si piensa en general- un hombre dado que alcanza en el examen un
exponente u otro, determinante del resultado obtenido. (Estas consideraciones
bastan ya para mostrar el por qué y en qué sentido no resulta satisfactorio el
diagnóstico obtenido por medio de tests.)
No solo
resultaría imposible el diagnóstico de las facultades, sino, incluso, su
formación, si las facultades, las propiedades de la persona no tuvieran
relación alguna con los procesos psíquicos ni con su actividad. Como hemos
visto, los procesos y resultados de la actividad del hombre -cognoscitiva,
estética, etc.- consolidados y como sedimentados en él, entran a formar parte
de la propia composición de sus facultades.
Es
análogo lo que ocurre con las propiedades del carácter. Cada una de ellas
constituye siempre una tendencia a realizar ciertos actos en determinadas
condiciones. Las raíces de carácter del hombre y la llave de su formación
estriban en las incitaciones y en los motivos de su actividad. El motivo
condicionado por una situación o el estímulo para realizar un determinado acto
constituyen precisamente un rasgo de carácter personal en su génesis. Por este
motivo, el intento de elaborar una caracterología como disciplina especial,
separada de la psicología, presupone situarse en un camino falso.
Con menor
motivo pueden ser aun desvinculados de los procesos los estados psíquicos más
dinámicos de la persona. Los estados psíquicos del individuo constituyen en
efecto dinámico inmediato de su actividad y el fondo de que dichos estados
surgen. Tales son, en primer lugar, los estados afectivos que dependen del
éxito o del fracaso de las acciones. La dinámica de dichos estados afectivos y
las leyes a que se subordinan constituyen, indudablemente, un componente
importante de la psicología de la persona, a todas luces inseparable de la
dinámica de los procesos psíquicos. Estos últimos, a su vez, no pueden
separarse de la propiedad psíquicas y de los estados de la persona, de la
correlación que se da entre el nivel de lo que ésta alcanza y el nivel de sus
aspiraciones, fruto de su actividad precedente (K. Levin). La desvinculación de
las propiedades psíquicas respecto a los procesos psíquicos -y, por ende, de la
actividad que dichos procesos regulan- lleva implícita la idea de que la
conducta del hombre se determina solo desde el interior, por medio de
condiciones internas; a su vez, la desvinculación de los procesos psíquicos
respecto a las propiedades y estados de la persona presupone negar el papel que
desempeñan las condiciones internas en la determinación de dichos procesos. El
significado que posee la persona precisamente como conjunto de condiciones
internas que afectan a todos los procesos psíquicos excluye la posibilidad de
separar de este modo los procesos psíquicos respecto a la persona, a sus
propiedades y estados. Separar unas de otras las propiedades y los procesos
psíquicos es el resultado llevado al interior de lo psíquico de separar unas de
otras las condiciones externas y las internas.
La concepción general de que las causas
externas actúan a través de las condiciones internas, concepción que determina,
en última instancia, nuestro modo de enfocar el estudio de la psicología de la
persona, determina, asimismo, la comprensión de los caminos que sigue esta
última en su desarrollo psíquico.
Como
quiera que las causas externas solo actúan a través de las condiciones
internas, lo que condiciona externamente el desarrollo de la persona se combina
de modo sujeto a ley con lo “espontáneo” de su desarrollo. En la psicología de
la persona en formación, todo se halla de uno u otro modo exteriormente
condicionado, pero en el desarrollo de la misma nada puede deducirse
directamente de las influencias externas. Las condiciones internas, aunque se
forman bajo la acción de las externas, no son, sin embargo, una proyección
mecánica y directa de estas últimas. Al formarse y modificarse durante el
proceso de desarrollo, las condiciones internas mismas trascienden al circulo
específico de influencias externas que pueden actuar sobre un fenómeno dado.
Este principio general es de singular importancia para la comprensión del
desenvolvimiento de la persona. Las leyes del desarrollo -exteriormente
condicionado- de la persona son leyes internas. De ello ha de partir la
solución auténtica del capitalísimo problema del desarrollo y la enseñanza, del
desarrollo y la educación.
Cuando se
considera, con cándido criterio mecanicista, que las influencias pedagógicas trascienden
en el niño de manera inmediata, resulta innecesario todo trabajo especial sobre
el desarrollo y la formación de este último y también organizar el trabajo
pedagógico de modo que la enseñanza tenga un resultado formativo, y la
educación, además de pertrechar con unas reglas de conducta, forje el carácter,
la actitud interior de la persona respecto a las influencias a que está sujeta.
La visión errónea de este problema y su insuficiente estudio en nuestra
pedagogía constituyen una de las fallas capitales en lo que concierne a la
educación de las nuevas generaciones.
En este
caso, como es habitual, un problema teórico de gran magnitud aparece
necesariamente desde otro punto de vista como un problema práctico, vital.
En
realidad, todo conocimiento, por teórico que sea, está relacionado -y no puede
no estarlo- con la vida, con el hacer práctico, con el destino de las personas,
puesto que como tal conocimiento pone de manifiesto la realidad y condiciona la
posibilidad de influir sobre la misma. De esta suerte, el conocimiento teórico
constituye también un conocimiento práctico, si bien de perspectiva más lejana
y amplia. En virtud de su conexión con el hacer práctico, todo conocimiento
científico tiene una relación directa con el destino de los hombres. Así se
explica que la actitud frente a la ciencia constituya a la vez una actitud
frente al hombre y tenga, por ende, un aspecto moral. El auténtico objetivo de
la psicología estriba precisamente en comprender a las personas para contribuir
a su perfeccionamiento. Para ello es necesario comprender de qué modo los
fenómenos psíquicos se incluyen en la vida del hombre tanto en su calidad de
fenómenos condicionados por las circunstancias de la vida de aquél como en
calidad de fenómenos que condicionan la actividad por medio de la cual el
hombre modifica tales circunstancias; esto constituye, a la vez, una parte de
un problema más general acerca del lugar de lo psíquico en la interconexión
universal de los fenómenos del mundo material. Para nosotros se presenta en
esta forma, aquí, el problema central de la filosofía, el problema de la
correlación entre el ser y la conciencia.
_____________
(*) S. L. Rubinstein, El Ser y la Conciencia. Capítulo
III: Actividad psíquica y propiedades psíquicas del hombre. Parte 3. Editorial
Juan Grijalbo, México, 1963.
(1) El tema del hombre es importantísimo en el
plano filosófico y, ante todo, ético (lo ético no se reduce, a nuestro modo de
ver, a la moral en el sentido de moralización, en el sentido de sermón de
circunstancias; el problema de lo ético es el de la esencia misma del hombre en
su relación con los demás hombres). Aquí nos referimos solo a un aspecto
especial de este tema: el problema de la persona en psicología.
(2) A. Trendelenburg, “Zur
Geischichte des Wortes” “Person”. Kantstudien, 1908, 13, S. 4-5 Rheinfelder.
Das Wort “Person” Zsch. f. Roman. Phil. 1928, Belheft 77, S. 22-23.
(3) G. W. Allport, Personality. A Psychological
Interpretation, Ch. II – “Defining Personality”, 1937, págs. 24-54.
(4) C. Marx, El Capital, t. I, pág. P2. (Ibídem, tomo
I, pág. 95).
(5) “…Nuestra perplejidad proviene acaso de que nos
hemos limitado a enfocar las personas como categorías personificadas y
no con su personalidad individual”. Ibídem, pág. 169. ((Ibídem, tomo I, pág. 180).
(6) A menudo se afirma que la persona no entra en la esfera de la psicología. Esto, naturalmente, es cierto en el sentido de que en su conjunto la persona no constituye una formación psicológica y, por ende, no puede ser objeto exclusivo de la psicología. Pero si, en este sentido, es cierto que la persona no entra en la psicología, no es menos cierto también que los fenómenos psíquicos entran, de modo necesario, en la persona. De ahí que sin la psicología no pueda realizarse un estudio completo de la persona.
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